Suele decirse que la primera víctima de la guerra es la verdad. En medio de esta niebla venenosa de propaganda, mentiras y verdades a medias, es extremadamente difícil dar una evaluación precisa de la situación militar sobre el terreno.
La invasión de Ucrania ha sido recibida por un coro ensordecedor de condena por parte de los imperialistas. Hay una avalancha de propaganda, diseñada para culpar a Rusia y mostrar que la ofensiva militar de Putin ha fracasado debido a la heroica resistencia del ejército ucraniano.
Las repetidas afirmaciones de que la ofensiva rusa se ha detenido, que el ejército ucraniano se ha agrupado y obligado al enemigo a ponerse a la defensiva, deben tratarse con gran cautela. Cualquier otra cosa que pretendan hacer, ciertamente no es para presentar una imagen precisa y veraz de la situación.
Pero el objetivo de un coro ensordecedor no es animar a la gente a pensar racionalmente. Muy por el contrario, es precisamente hacerlos sordos a todo argumento racional y que dejen de pensar por completo. Este aluvión de propaganda sin precedentes está diseñado para crear una atmósfera de histeria, y en esto han logrado un éxito considerable, al menos en las etapas iniciales.
El objetivo central es convencer a las poblaciones de Occidente de la necesidad de cerrar filas, de “unirse contra la amenaza de la agresión rusa” en nombre de la unidad nacional. Pero ¿unidad con quién? Pues, unidad con sus líderes y gobiernos existentes, con los estadounidenses y la OTAN, en una palabra, con su propia clase dominante y las fuerzas imperialistas más agresivas y reaccionarias.
Samuel Johnstone dijo una vez: “El patriotismo es el último refugio de un sinvergüenza”. Eso estaba bien dicho en el siglo XVIII, y no es menos cierto hoy. Rasca a cualquiera de estas damas y caballeros ‘patrióticos’ y siempre encontrarás a los pícaros más cínicos, mentirosos y brutales que se pueda imaginar.
El papel más repulsivo en todo esto lo han jugado los dirigentes reformistas de derecha de la socialdemocracia y de los sindicatos en Europa, que no han perdido el tiempo para unirse a los capitalistas e imperialistas en su histérica campaña antirrusa. Se han revelado como los más serviles lacayos de los enemigos de la clase obrera en todos los países.
Por su parte, la conducta de los reformistas de izquierda no ha sido mucho mejor. En mayor o menor medida, se han dejado arrastrar tras el coro de “salvad a la pobrecita Ucrania”, sin molestarse nunca en analizar los intereses de clase que se esconden detrás del conflicto actual.
¿Tercera Guerra Mundial?
El estado de ánimo que prevalece entre las masas en Occidente es una mezcla confusa de simpatía natural por los sufrimientos del pueblo ucraniano y los refugiados, y temor por las consecuencias de un conflicto que demasiadas personas amenazan con que se extienda, y que conduzca a la Tercera Guerra Mundial, con indescriptibles consecuencias para el mundo.
Estos temores se han visto exacerbados por las últimas declaraciones del presidente ruso, Vladimir Putin, que colocan a las fuerzas nucleares de Rusia en pie de alerta. Sin embargo, son totalmente infundados. Expliquémoslo muy claramente: no habrá guerra entre Estados Unidos y Rusia, ni ahora ni en un futuro previsible.
Repitamos cosas que deberían ser el ABC de cualquier marxista. Los capitalistas no hacen la guerra por el patriotismo, la democracia o cualquier otro principio altisonante. Hacen la guerra por ganancias, para capturar mercados extranjeros, fuentes de materias primas (como el petróleo) y expandir las esferas de influencia.
¿No está absolutamente clara esa proposición elemental? Y también está del todo claro que una guerra nuclear no significaría ninguna de estas cosas, sino solo la destrucción mutua de ambos lados. Incluso han acuñado una frase para describir esto: MAD (acrónimo en inglés de Destrucción Mutuamente Asegurada, que coincide con la palabra LOCO en inglés, MAD. NdT).
Que tal guerra no estaría en los intereses de los banqueros y capitalistas sería evidente incluso para un niño de seis años no muy inteligente, aunque aparentemente no lo es para algunas personas que, por razones que ellos mismos conocen mejor, se llaman marxistas.
Otro factor decisivo es la oposición de masas a la guerra, particularmente (pero no exclusivamente) en los Estados Unidos de América. Una encuesta reciente indica que solo el 25 por ciento de la población estadounidense estaría a favor de una intervención militar directa en Ucrania, lo que significa que la gran mayoría se opondría.
Esto no es de extrañar, dadas las humillantes derrotas sufridas en Irak y Afganistán, un hecho que está grabado a fuego en la conciencia del pueblo de los Estados Unidos. Eso ya se demostró cuando Obama intentó obtener permiso, y fracasó, para intervenir militarmente en Siria.
El pueblo de los EE. UU. está profundamente harto de las intervenciones y guerras extranjeras, y este es un factor poderoso que limita el margen de maniobra tanto de Biden como del Pentágono. Es esto, y no el miedo a la Tercera Guerra Mundial, lo que les ha impedido enviar tropas a una confrontación directa con el ejército ruso en Ucrania.
El hecho de que Putin haya hecho declaraciones demagógicas acerca de poner sus fuerzas nucleares en estado de alerta no tiene la menor importancia militar. Esto lo entienden perfectamente los estrategas del capital y el Pentágono, que lo ven como lo que es: un torpe intento de guerra psicológica.
Por cierto, los propios EE. UU. fueron culpables precisamente de tal intento en 1973, durante la guerra del Yom Kippur entre Israel y Egipto, cuando también anunciaron que su disuasión nuclear se colocaría en el nivel III (el nivel I sería la guerra).
Tales maniobras bien pueden poner los nervios de punta en Berlín y Bruselas, pero no tendrán ningún efecto sobre el conflicto actual en Ucrania, ni sobre los cálculos de los estrategas serios del capital.
¿Funcionarán las sanciones?
Habiendo descartado ya la posibilidad de enviar tropas a Ucrania –el único paso serio que podría afectar el resultado del conflicto– los imperialistas deben contentarse con ganar puntos de propaganda barata a través de una campaña histérica de insultos dirigidos a Moscú, junto con nuevas sanciones contra Rusia, bancos y empresas; y el envío de una cierta cantidad de ayuda militar a Kiev.
Nada de esto tendrá el menor efecto en el resultado de la guerra.
Las tan cacareadas sanciones fracasarán, en primer lugar porque las sanciones nunca han tenido éxito en el pasado y Putin ya ha introducido una serie de medidas diseñadas específicamente para reducir la dependencia de Rusia del comercio y las transacciones financieras con Occidente. En cualquier caso, los efectos de las sanciones económicas tardarán en surtir efecto (meses, si no años), momento en el que el conflicto ucraniano se habrá resuelto hace tiempo.
Pero hay otra razón, que debería estar clara para cualquier persona medianamente inteligente. Ahora mismo, se jactan y se jactan de la expulsión de los bancos rusos de Swift, la institución financiera que se ocupa de las transacciones en el comercio internacional. Pero, en primer lugar, sólo se excluyen algunos bancos. Está perfectamente claro que los bancos clave que se ocupan de la exportación de petróleo y gas rusos a Europa no se verán afectados.
Después de demorarse durante algún tiempo, Alemania dijo que detendría la certificación del gasoducto Nord Stream-2. Para ser exactos, no precisamente detener, sino solo suspender, que no es en absoluto lo mismo. Y podemos predecir con confianza que en el momento en que termine el conflicto actual (como, de una forma u otra, debe hacerlo), esta sanción, y muchas otras, se retirarán silenciosamente, ya que el efecto nocivo en la economía europea, y en primer lugar en Alemania , sería demasiado doloroso de soportar.
A pesar de todas las afirmaciones en contrario, Alemania no puede encontrar fuentes alternativas adecuadas para el petróleo y el gas a precios sostenibles. Y como sabemos, los principios son los principios, pero los negocios son los negocios. La decisión repentina de enviar armas a Ucrania, algo que los alemanes en particular siempre habían rechazado, es una acción particularmente cínica. Es demasiado poco y demasiado tarde para detener el avance ruso, pero es posible que ayude a prolongar el doloroso y sangriento conflicto ante el sufrimiento de la gente, que Occidente afirma que es su única preocupación.
No hay motivo para dudar del sincero sentido de solidaridad con el sufrimiento del pueblo ucraniano que sienten los trabajadores de todo el mundo. Cuando un trabajador ruso, alemán, francés o estadounidense expresa simpatía por los ucranianos, podemos creerle. Pero cuando Biden, Johnson, Macron o Scholz dicen lo mismo, la gente honesta solo puede alejarse disgustada.
La vil hipocresía de los imperialistas no conoce límites.
¿Ha fracasado la ofensiva?
La máquina de propaganda imperialista insiste en que Putin ha fracasado en su objetivo y que el avance del ejército ruso ha sido detenido por la heroica resistencia del ejército ucraniano. Dada la falta de información firme, es difícil verificar los hechos. Pero tales declaraciones no pueden tomarse al pie de la letra.
El primer dato a destacar es que hasta el momento solo se ha desplegado una minoría de los 190.000 efectivos que estaban estacionados en las fronteras de Ucrania. El ritmo relativamente lento puede explicarse por la necesidad de traer suministros de combustible, municiones, alimentos, etc., y evitar que las líneas de suministro con Rusia se extiendan a un nivel peligroso. Ucrania, después de todo, es un país muy grande.
También cabe señalar que, en cada etapa en la que el ejército se ha detenido, Putin se ha ofrecido a negociar. Esta parece haber sido una estrategia deliberada. Claramente esperaba el hecho de que una invasión fuera suficiente para obligar a los ucranianos a sentarse a la mesa de negociaciones, donde se podrían abordar sus exigencias. Había ciertos indicios de que esta estrategia, de hecho, estaba teniendo éxito.
El viernes por la noche hubo claros indicios de que el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, estaba dispuesto a negociar. Claramente estaba en un estado de pánico. Sin embargo, la presión combinada de los elementos de extrema derecha y de la OTAN y los estadounidenses fue suficiente para hacerle cambiar de opinión. Posteriormente adoptó una actitud desafiante. Eso significaba que la guerra continuaría.
Por supuesto, es muy posible que el ejército ruso haya sufrido algunos reveses, que al menos una parte del ejército ucraniano se haya recuperado del impacto inicial y se haya recuperado en la medida en que está oponiendo una resistencia más efectiva.
Eso es perfectamente probable. La ecuación de la guerra es extremadamente complicada, las derrotas pueden ser seguidas rápidamente por nuevos avances, y viceversa. Pero no es suficiente citar instancias individuales como prueba de que la campaña general se está moviendo en una dirección u otra. En última instancia, es el equilibrio de fuerzas lo que determinará el resultado. Y esto está abrumadoramente a favor de Rusia.
Lejos de retroceder, todo apunta a que el ejército ruso avanza ininterrumpidamente por etapas, conquistando un punto clave tras otro. Las fuerzas rusas están rodeando la capital, Kiev, desde diferentes lados y también han rodeado la segunda ciudad, Járkov. Avanza desde Crimea hacia el norte y desde el noroeste, llegando a Mykolaiv, y también hacia el noreste, a lo largo de la costa del mar de Azov, donde se han apoderado de Melitopol y Berdiansk, y casi han logrado cerrar la ciudad clave de Mariupol, uniéndose así a las fuerzas que venían al sur de Donetsk.
Sin embargo, al mismo tiempo, los rusos siguen presionando para negociar. Eso era claramente parte de un plan. No fue casualidad que los ucranianos rechazaran la oferta de una reunión en Minsk, protestando porque Bielorrusia es un aliado de Rusia y está ayudando en la invasión. Posteriormente, tanto Israel como Azerbaiyán han ofrecido sus servicios, que Putin aceptó rápidamente. Tarde o temprano, las negociaciones deben comenzar. La pregunta es, ¿pueden tener éxito?
La verdadera razón de la renuencia de Zelenski a sentarse a la mesa de negociaciones es obvia. Dada la situación sobre el terreno, cualquier negociación pondría al gobierno ucraniano en una desventaja extrema. La primera pregunta que debe hacerse es: ¿con qué tiene que negociar Zelenski? Será como un jugador que se sienta a la mesa sin cartas para jugar. Desde ese punto de vista, las negociaciones se parecerán mucho a un preludio a la capitulación. Sin embargo, instigado por Washington y Berlín, Zelenski no parece estar de humor para capitular.
El resultado de las negociaciones será, por tanto, un completo fracaso. La cuestión se decidirá, como quedó claro desde el principio, no mediante negociaciones, sino en el campo de batalla. Y allí, los ucranianos se encontrarán irremediablemente superados en armas. Unos pocos envíos de armas desde Berlín harán muy poca diferencia.
Cómo los imperialistas traicionaron a Ucrania
Los imperialistas, así como el gobierno de Kiev, parecen estar confiando en cambios dentro de Rusia para alterar los cálculos de Putin. En una maniobra completamente cínica, están haciendo llamamientos demagógicos al pueblo ruso para que se vuelva contra sus amos en el Kremlin.
No hace falta decir que Putin y la oligarquía a la que sirve son enemigos de los trabajadores rusos. Y su base de apoyo ha ido disminuyendo constantemente, lo que obviamente fue una de las razones por las que decidió jugar la carta de invadir Ucrania. También es cierto que este movimiento bien puede volverse en su contra en un momento determinado.
Sin embargo, cualquier sugerencia de que los imperialistas reaccionarios pueden, de cualquier manera, vía o forma, defender los intereses del pueblo de Rusia, Ucrania o de cualquier otro país es una mentira despreciable.
El pueblo ucraniano descubrió cuánto valía la ayuda y la solidaridad prometidas por la OTAN y Occidente cuando llegó el momento decisivo. Ven al pueblo ucraniano como meros peones en un juego cínico, carne de cañón que se puede sacrificar útilmente para desacreditar a Rusia, sin costarle la vida a un solo soldado de sus países.
No se debe confiar en absoluto en estos gánsteres. Y eso es particularmente cierto para los trabajadores y socialistas en Occidente. La tarea de luchar contra la pandilla reaccionaria en el Kremlin es tarea exclusiva de los trabajadores rusos. Nuestra tarea es luchar contra nuestra burguesía, contra la OTAN y contra el imperialismo estadounidense, la fuerza más contrarrevolucionaria del planeta.
Es difícil evaluar la psicología de las masas rusas en este momento. Pero la abrumadora mayoría del pueblo ruso debe detestar la idea de luchar contra sus hermanos y hermanas en Ucrania, que siempre ha ocupado un lugar especial en sus corazones. Entienden que la OTAN y el imperialismo estadounidense son sus enemigos y estarían dispuestos a combatirlos. Pero no ven al pueblo de Ucrania de la misma manera, y ese es un instinto correcto y saludable.
Si aceptan la guerra de Putin (y muchos no lo hacen) es a regañadientes, debido a la conducta despreciable del gobierno de Kiev, su colaboración con los fascistas reaccionarios y seguidores del colaborador nazi Stepan Bandera durante la Segunda Guerra Mundial, su opresión a la gente de habla rusa en el Donbás, y otros actos corruptos y opresivos. Y detrás del gobierno de Kiev ven la mano ensangrentada del imperialismo.
Los camaradas rusos de la CMI están cumpliendo con su deber a este respecto. Depende de nosotros seguir su ejemplo y manifestarnos con valentía y claridad contra la clase dominante y los imperialistas en nuestro propio país. Ninguna otra política es permisible para los auténticos revolucionarios e internacionalistas proletarios.
No podemos apoyar a ningún bando en esta guerra, porque es una guerra reaccionaria por ambos lados. En última instancia, este es un conflicto entre dos grupos de imperialistas. No apoyamos a ninguno de los dos. El pueblo de la pobre y sangrante Ucrania son las víctimas de este conflicto, que no crearon ni desean.
Nadie puede predecir exactamente el resultado de esta guerra, pero no será positivo para la clase obrera en Ucrania, Rusia o internacionalmente. El efecto inmediato será la caída del nivel de vida y el aumento de los precios en todas partes. A las masas se les dirá que ese era un precio necesario a pagar por la defensa de la “paz y la democracia”. Eso será un frío consuelo para millones de personas que se enfrentan a la pobreza, al desempleo y al sufrimiento.
La dislocación causada por la guerra y agravada por las sanciones que perturbarán aún más el comercio mundial preparará el camino para un colapso económico en un futuro no muy lejano. El resultado será una recesión mundial. Esa sería la base de una enorme inestabilidad social y política, y de una intensificación sin precedentes de la lucha de clases.
Al comienzo de cada guerra, la conciencia de las masas está confundida y embotada por la niebla de la propaganda, lo que crea una histeria sensacional, parecida al estupor ebrio. En tales condiciones, los sectores más reaccionarios de la burguesía pueden lograr establecer una ilusión de «unidad nacional».
¡Todos debemos estar juntos contra el enemigo externo! ¡Todos debemos hacer sacrificios para financiar una mejor defensa nacional!’ Y así sucesivamente. Pero, como en todos los casos de orgías de borrachos, los vapores etílicos eventualmente desaparecen. La propaganda pierde su valor a través de su repetición interminable. El mensaje de patriotismo y unidad nacional sonará vacío, mientras hombres y mujeres pierdan sus trabajos, sus hogares y sus esperanzas.
La historia muestra que la guerra, ese terrible asunto sangriento, a menudo puede conducir directamente a consecuencias revolucionarias. Y la historia aún no ha entregado su factura final.
¡Abajo el capitalismo y el imperialismo!
¡Viva la revolución socialista mundial!
¡Viva la Corriente Marxista Internacional! ¡Trabajadores del mundo, uníos!