El éxito del primer número de la nueva etapa de la revista En defensa del marxismo ha superado incluso nuestras expectativas más optimistas. Nuestros lectores han dado una bienvenida particularmente entusiasta a nuestro énfasis en la filosofía marxista y, en particular, a nuestra polémica contra la locura posmodernista.
Como señalamos, esta supuesta ‘filosofía’ es una hidra de muchas cabezas. Su perniciosa influencia se extiende a muchos campos y esta polémica continuará para exponerlos uno a uno. El presente número está dedicado a un campo particular donde la influencia negativa del posmodernismo ha tenido sus consecuencias más destructivas: el estudio de la historia.
Nos complace presentar un nuevo y estimulante estudio sobre los orígenes de la sociedad de clases por Josh Holroyd y Laurie O’Connel, junto con una reimpresión de mi artículo sobre Civilización y barbarie, que fue escrito en 2005 pero que no ha sido fácilmente accesible por algún tiempo.
Posmodernismo e historia
Los autodenominados filósofos del tipo posmodernista niegan la posibilidad de encontrar explicaciones racionales para la historia humana. Se alega que no existen leyes generales, ni factores objetivos que subyacen en la conducta de los individuos y determinan su psicología y comportamiento.
Desde este punto de vista, el punto de vista de la subjetividad extrema, toda la historia está determinada por individuos que actúan según su propio libre albedrío. Intentar encontrar alguna lógica interna en este mar turbulento y sin ley sería un ejercicio tan inútil como intentar predecir el momento y la posición precisos de una partícula subatómica individual.
A pesar de un cierto atractivo superficial, este enfoque subjetivo de la historia es bastante vacío. Significa un abandono total de cualquier intento de descubrir las leyes por las que ha evolucionado la sociedad humana, ya que niega la existencia misma de tales leyes.
Ahora, si lo piensa, esta es una afirmación muy extraordinaria. La ciencia moderna nos enseña que todo en el universo, desde las moléculas y átomos más pequeños hasta las galaxias más grandes, se rige por leyes y es precisamente el descubrimiento de tales leyes la principal tarea y contenido de la ciencia.
¿Por qué deberíamos aceptar que todo el universo, desde las partículas más pequeñas hasta las galaxias más lejanas, y el proceso que determina la evolución de todas las especies está regido por leyes y, sin embargo, por alguna extraña razón, nuestra propia historia no está determinada?
No es necesario afirmar que los seres humanos son complejos tanto a nivel individual como colectivo. Después de todo, el cerebro humano es el órgano más complejo conocido en todo el universo y la historia está determinada por una interacción extremadamente compleja de muchas mentes diferentes, que persiguen objetivos muy diferentes.
Sin embargo, es evidentemente falso que no se pueda comprender el comportamiento humano. Engels señaló hace mucho tiempo que, si bien es imposible predecir cuándo morirá un hombre o una mujer, es perfectamente posible hacer tal predicción en conjunto, un hecho del cual las compañías de seguros obtienen beneficios saludables.
De la misma manera, si bien no es posible determinar con suficiente precisión la posición y el momento de una sola partícula subatómica, es posible hacer predicciones muy precisas cuando se trata de una gran cantidad de tales partículas. En dialéctica, esto se conoce como la transformación de cantidad en calidad.
Materialismo histórico
El método marxista analiza los resortes ocultos principales que sustentan el desarrollo de la sociedad humana desde las primeras sociedades tribales hasta la actualidad. La forma en que el marxismo traza este sinuoso camino se llama concepción materialista de la historia.
Muy a menudo se intenta desacreditar al marxismo recurriendo a una caricatura de su método de análisis histórico. No hay nada más fácil que levantar un hombre de paja para derribarlo de nuevo. La distorsión habitual es que Marx y Engels «lo reducían todo a la economía». Esta caricatura absurda no tiene nada que ver con el marxismo.
Lo que sí afirma el marxismo —y es una proposición que seguramente nadie puede negar— es que, en última instancia, la viabilidad de un sistema socioeconómico dado estará determinada por su capacidad para desarrollar los medios de producción, es decir, los cimientos materiales sobre los que se construyen la sociedad, la cultura y la civilización.
Este método científico nos permite entender la historia, no como una serie de incidentes inconexos e imprevistos sino como parte de un proceso claramente comprensible e interrelacionado. Es una serie de acciones y reacciones que abarcan la política, la economía y todo el espectro del desarrollo social.
Poner al descubierto la compleja relación dialéctica entre todos estos fenómenos es tarea del materialismo histórico. La humanidad cambia constantemente la naturaleza a través del trabajo y, al hacerlo, se cambia a sí misma.
Una teoría reaccionaria
La idea de que la historia no conoce leyes, que es simplemente una serie de eventos aleatorios inconexos, es muy conveniente para los defensores del sistema actual, para quienes el capitalismo (o algo muy parecido) siempre ha existido y siempre existirá.
Pero esta reconfortante teoría no está respaldada por los hechos conocidos. Incluso el observador más superficial de la historia verá inmediatamente la existencia de patrones definidos. Ciertos procesos se repiten constantemente: el ascenso y la caída de determinadas formaciones socioeconómicas, sociedades y civilizaciones; crisis económicas; guerras y revoluciones.
Así como los individuos nacen, crecen, alcanzan la madurez y luego entran en una fase de declive que termina en la muerte y, al igual que en la evolución, los largos períodos de estasis son seguidos por explosiones repentinas que pueden impulsar el desarrollo o conducir a retrocesos y declive, vemos un proceso similar en la historia de formaciones socioeconómicas definidas a lo largo del curso de la historia.
La sociedad esclavista fue sucedida por el feudalismo, que a su vez fue sucedido por el capitalismo, que ha sido la formación socioeconómica dominante durante los últimos trescientos años. Esos siglos fueron testigos de las revoluciones más asombrosas jamás vistas en la ciencia, la industria, la agricultura y la tecnología. Pero este sistema ahora ha llegado a sus límites. Ahora vivimos precisamente en un período de declive: la agonía del capitalismo.
Algunos, sin duda, verán el curso completo de la historia, para citar las palabras del gran historiador Edward Gibbon como «poco más que el registro de crímenes, locuras y desgracias de la humanidad». Pero a un nivel más profundo, fuerzas mucho más fundamentales ejercen su influencia.
Cada formación socioeconómica sucesiva abre la posibilidad de un desarrollo mayor de las fuerzas productivas y, por tanto, aumenta el poder de la humanidad sobre la naturaleza. De esta manera, se prepara la base material para lo que Engels describió como el salto de la humanidad del reino de la necesidad al reino de la libertad.
Es tarea del socialismo realizar el colosal potencial para el desarrollo humano que ya ha sido creado por el capitalismo, pero que es incapaz de llevar a cabo. Esa es nuestra tarea. Y la condición previa para su realización es la demolición del orden existente y la reconstrucción de la sociedad sobre una base nueva y superior.
Un paso más necesario en este trabajo de demolición es derribar los podridos fundamentos ideológicos del orden actual y esa es la tarea que estamos realizando aquí.