A propósito de cuando recientemente (el pasado 21 de agosto), se cumplieron 82 años del asesinato de León Trotsky, a manos de un agente de Stalin en México, tengo la oportunidad de expresar brevemente mi abrupto encuentro con las ideas y reseñar algunos aspectos de la accidentada vida de este gran revolucionario.
Comienzo diciendo que desde mi juventud andaba en una búsqueda de respuestas formuladas en medio de un mundo cambiante. Fui testigo, como cualquier otro espectador televidente, de la caída del muro de Berlín, vi las imágenes y la euforia de los pueblos de la Europa del Este de la antigua Unión Soviética en las calles. Era el fin del estalinismo. De hecho, muchos testimonios de la época hablan de que tampoco querían ir al capitalismo, pero la falta de dirección, de un factor subjetivo, un verdadero partido revolucionario, supuso un vacío que fue llenado por burócratas devenidos en nuevos “demócratas”, capitalistas y oportunistas de toda clase. Cuando esto acontecía, para las grandes cadenas de televisión y la prensa escrita burguesa, la realidad era una sola: la que ellos difundían, celebraban a viva voz el llamado “fin del comunismo”.
Esto fue un golpe duro para alguien quien como yo, que creció en un hogar de militantes de izquierda, los cuales se reunían en casa de mi abuela, la cual tuvo 9 hijos, de los cuales 2 eran de derecha, mientras que 7, incluyendo a mi madre, militaban o simpatizaban con la izquierda. Estos se reunían en el patio de la casa alrededor de una célula de un partido revolucionario. Este fue el ambiente que rodeó mi educación y crecimiento: las tertulias, las boinas rojas y negras, jóvenes de barbas largas, la música de Ali primera, el Grupo Ahora, la revista Almargen, Tribuna Popular, los libros de Marx, Lenin entre otros. Dicho partido, en sus tiempos, tuvo un ala trotskista, sobretodo en los Estados Aragua y Carabobo, pero cuando llegué a la adolescencia, en realidad, conocía muy poco sobre la figura de León Trotsky. A mi casa lamentablemente no llegaron nunca materiales diversos del marxismo.
Al parecer, el ala a la que pertenecía mi familia era tercamente estalinista y por lo tanto existía una “censura” al respecto. Aunque no me lo crean, hay personas que repiten frases como letanías, escupen odio contra el trotskismo, pero jamás han leído un libro de Trotsky, no se permiten indagar para hacer una aseveración, crítica o confirmar sus “teorías”. Incluso, si le colocas un libro en sus manos, en lugar de leerlo, lo botan. Lamentablemente, es así. Pese a ello, había un tío en especial el cual siempre ha sido diferente. Todo un marxista heterodoxo, que nunca tuvo recato para acercarse a otros grupos de izquierda, entablar debates e intercambios de ideas, quien invariablemente se ha lamentado mucho del divisionismo de la izquierda, que nos ha afectados a todos por igual, incluso a los partidarios de la Cuarta Internacional y hoy en día aún me lo sigue manifestando. Igualmente, siempre me ha dicho que me cuidara del dogmatismo, del sectarismo, sean trotskistas o no. Me dice que casi siempre terminan haciéndole el juego a la reacción y al imperialismo. Este mismo llegó a leer “accidentalmente” en casa de una amiga, “Mi vida”, la autobiografía de León Trotsky, quizás en secreto para no desentonar con sus camaradas. Así era en aquel tiempo y por ello me habló en mi adolescencia de algunos pasajes de su lectura e incluso, luego de la caída del “socialismo real”, me dijo que Trotsky tenía razón.
Recuerdo que en medio de las claudicaciones y traiciones que se sucedieron luego de la caída de la URSS, soportamos los ataques de uno de mis tíos de derecha –betancurista confeso, admirador de Hitler y Mussolini–, el cual estaba alborozo y entusiasta por los nuevos acontecimientos. Hablaba de la “inutilidad de lucha por el cambio social”, que la humanidad “siempre había sido capitalista” (oyéndole me imaginaba la influencia que había ejercido en él, el comíc de los picapiedras), también hablaba de proscribir del castellano las palabras: proletariado y comunismo, era la reacción más brutal, eran los ataques más despiadados. En paralelo, pese a la desaparición del MIR, vi claudicando a una de mis tías, la cual expreso: “A mi ya nadie me va a engañar con eso de materialismo historico”. A uno de los camaradas de mis tíos que aún frecuenta la casa, colocó en tela de juicio toda la teoría marxista y dijo en aquel entonces: “hay que escribir de nuevo”.
Pese a todo ello, me mantuve firme en mis convicciones, en aquellos duros años. De hecho, me convertí en un ardiente defensor de Cuba socialista y asistí a un comité de solidaridad con la isla. Con el tiempo, también comprendí que la Revolución Cubana fue producto de una guerra campesina, y por lo tanto, no fue una revolución proletaria propiamente dicha, si no que la misma siguió los esquemas del estalinismo. Pero, en aquel tiempo ignoraba todo aquello. Hoy día soy consciente de que los marxistas revolucionarios, siguiendo el método de Trotsky, defendemos de Cuba la propiedad nacionalizada y planificada, y planteamos la necesidad de que la clase obrera se organice para instaurar un régimen de democracia obrera genuina, que le permita dirigir la industria, el Estado y el partido, desplazando a la burocracia. Es decir, mientras rechazamos el bloqueo imperialista y defendemos críticamente la Revolución Cubana, también creemos en la necesidad de que los trabajadores cubanos derroten a la burocracia.
En todo caso, rememoro que en aquel entonces, mas allá que mi solidaridad con el proceso cubano, no encontraba en donde militar, hasta que entré en un partido derivado del MIR, para luego de un tiempo descubrir que me había enrolado en una organización que era de la línea albanesa, es decir, una variante estalinista extrema. Pasaron los años y cuando estudiaba en la universidad en el año 2000, siendo presidente del centro de estudiantes, que por fin pude tener contacto con el editor de un periódico alternativo en mi ciudad, que me prestó el primer libro de Trotsky que llegó a mis manos: “La revolución traicionada”. El mismo lo devore en un santiamén. Aquí, cabe destacar como su autor (León Trotsky), somete a un examen minucioso a la URSS desde un punto de vista social, económico y político, y hace entrever en sus líneas, a través del método dialéctico, el devenir de la Revolución de Octubre, haciendo pública su oposición a los nuevos derroteros por la cual Stalin la conducía.
Aunque Lenin vislumbró en sus últimos años ya todas las desviaciones propias del aislamiento de la revolución, calificando a la Unión Soviética como un “Estado obrero con deformaciones burocráticas”, y hasta llegó a plantear a Trotsky la formación de un bloque contra Stalin, no alcanzó a vivir lo suficiente para enfrentar la degeneración burocrática de la revolución. Le correspondió a alguien de la altura teórica y política de Trotsky enfrentar a la naciente burocracia del partido y del Estado. Su teoría sobre esta burocracia la expuso precisamente en el libro ya antes mencionado, siendo este uno de los más grandes logros del pensamiento político del siglo XX. Al mismo tiempo, el ascenso del estalinismo fue el punto de arranque de la tragedia del socialismo internacionalista y el surgimiento de su antípoda, el “socialismo en un solo país”, el llamado “socialismo real” o pseudosocialismo.
Algunos suelen pensar que la confrontación entre Stalin y Trotsky tan solo fue una mera disputa personal entre dos líderes por el poder estatal. No hermanos, no nos creamos tal disparate. Aquí estaba en juego la sobrevivencia de la revolución y ello fue un enfrentamiento entre la burocracia ascendente que aspiraba tranquilidad –tras los agitados años de revolución, guerra civil y una sólida política internacionalista– versus las tradiciones revolucionarias de Octubre y el internacionalismo proletario. Esto se expresa claramente en las páginas de este libro, el cual nos quita las vendas de los ojos y nos hace comprender claramente lo que sucedió en la URSS, bajo la óptica de un análisis marxista. Por lo tanto, años después cuando el mundo vio el derrumbe del estalinismo, vaticinado por Trotsky en La revolución traicionada, no había ni que renunciar al “materialismo histórico” como decía mi tía, porque sería renunciar a la única óptica capaz de comprender lo que estaba pasando; ni tampoco “escribir de nuevo” la teoría como decía el excompañero de mi tío. Lo que hacía falta era volver a los fundamentos, a las ideas de Marx, Engels, Lenin y Trotsky, cosa que muchos camaradas no comprendieron en su momento dados los sesgos con los que fueron educados a través de los rosarios de los manuales estalinistas que justificaban la burocracia infalible y todopoderosa, el socialismo en un solo país, el partido único, entre otras aberraciones.
Trotsky ha sido una figura siempre vilipendiada por las cúpulas de la izquierda tradicional, que jamás explicaron a la militancia lo que sucedió en la URSS, más allá de absurdas teorías de conspiración: que la URSS cayo por culpa de la CIA, que fue una conspiración del imperialismo y otras tantas sandeces, con las que intentan encubrir las perniciosas desviaciones estalinistas. El hecho de que esta nomenclatura haya desplazado del poder a la clase obrera en la dirección de la sociedad, convirtiendo a los soviets en simples apéndice del partido, que igualmente fue controlado burocráticamente, era un síntoma del aislamiento de la revolución en un país atrasado como Rusia. Es decir la industria, la sociedad, el partido fue controlado por una casta parasitaria todopoderosa, una elite privilegiada, que además también se apropió de gran parte de la plusvalía nacional, convirtiéndose en una gran anomalía sobre el cuerpo de la sociedad socialista, un tumor, una excrecencia que estaba destinada a restaurar el capitalismo y convertirse en una nueva burguesía, como en efecto ocurrió. Esto lo hizo acabando con la propiedad nacionalizada y destruyendo todas las conquistas de la Revolución de Octubre.
Posteriormente, otras de las obras de Trotsky llegarian a mis manos, consiguiendo así muchas más repuestas a preguntas que desde hace tiempo se habían quedado colgadas en el aire. En 1989, tanto en Venezuela como en el resto del mundo, las direcciones de la izquierda tradicional, los PC y ML enmudecieron, dejando a la deriva a sus militantes. No tenían una explicación desde el punto de vista del marxismo de lo sucedido, de allí que abundaron las decepciones y las deserciones.
Ya han pasado más de dos décadas desde que leí por primera vez una de las obras de este magnífico revolucionario, quien como nadie llevo una vida intensa. Militante clandestino bajo el zarismo, comunicador innato, presidente del sóviet de Petrogrado, aliado de Lenin y estratega de la revolución de octubre de 1917, organizador del Ejército Rojo, opositor al curso que tomó el proceso soviético bajo la dictadura de Stalin, nuevamente deportado, nuevamente exiliado, finalmente asesinado.
Lev Davídovich Bronstein nació en 1879 en una pequeña aldea ucraniana, cercana a la cosmopolita Odessa. Resulta paradójico que en la actualidad dos pueblos eslavos con múltiples lazos históricos y culturales, como lo son el ruso y el ucraniano, cuna de grandes referentes marxistas y de tradiciones revolucionarias inspiradoras para la clase obrera de todo el mundo, hoy se encuentren librando una guerra fratricida y que solo fomentará los odios nacionales. Queda en evidencia, nuevamente, la barbarie a la que condujo la restauración del capitalismo en la antigua URSS, lo que ha derivado en el resurgimiento del ultranacionalismo gran ruso y ucraniano, del neonazismo, la destrucción de las zonas mineras y del granero de Europa, potencialidades que tarde o temprano deberán volver al control de la clase obrera.
León Trotsky fue el quinto hijo de una familia de granjeros judíos de clase media, quien no dudó en abandonar los estudios universitarios, apenas comenzados, para consagrarse al periodismo y la política revolucionaria. Preso en varias ciudades rusas, deportado a Siberia, peregrinó por Viena, París, Londres, Zúrich y Múnich, donde participó de los debates entre las fracciones de la socialdemocracia, partidos en donde militaban los marxistas para esa época. Concretamente, en la socialdemocracia rusa destacaron desde principios del siglo XX dos grandes tendencias: los bolcheviques y los mencheviques. Trotsky hasta 1917 se mantuvo al margen de ambas tendencias. Durante esos años apostó, al igual que otros revolucionarios, por la unificación de bolcheviques y mencheviques, hasta que los acontecimientos revelaron ante él la imposibilidad de dicha aspiración. Por años, los estalinistas sembraron la falsa idea de un supuesto pasado menchevique por parte de Trotsky, algo que la evidencia histórica puede rebatir fácilmente.
A comienzos de 1905, regresó a San Petersburgo, más tarde rebautizada Petrogrado, para convertirse en el principal líder del Sóviet de la ciudad, esto cuando estalló la primera Revolución Rusa. Previo a la Revolución de 1905 ya venía madurando su teoría de la Revolución Permanente, según la cual en los países atrasados como la Rusia de comienzos del siglo XX, la burguesía había llegado demasiado tarde al desarrollo capitalista, siendo incapaz de llevar a cabo las tareas de la revolución democrática burguesa, que hace tiempo se realizaron en Occidente. Por lo tanto, en estos países la clase obrera, a la cabeza de todos los sectores oprimidos, debe arrebatar el poder a las clases históricamente dominantes para completar las tareas democráticas burguesas y luego, de forma inmediata, proseguir con la revolución socialista. Tras su detención, nuevo exilio a Siberia y fuga, volvió a peregrinar por varias ciudades del mundo como Londres, Berlín, Viena, París, Barcelona y Nueva York, para regresar apresuradamente a Rusia tras el estallido de la Revolución de Febrero de 1917. Una vez en Rusia estaría llamado a jugar un papel de primer orden. Tras su llegada a Rusia, finalmente se unió al partido bolchevique, que ya existía como partido separado de los Mencheviques en 1912.
Más adelante, las masas de Petrogrado eligieron a León Trotsky para presidir el Sóviet de su ciudad. Mientras que el gran líder ruso, Lenin, elaboraba la estrategia bolchevique desde su escondite en Helsinki, Trotsky residía en la ciudad que sería el epicentro de la revolución, sirviendo como un gran orador popular, dirigiéndose casi diariamente a grandes contingentes de obreros, utilizando como plataforma las instalaciones del Circo Moderno de Petrogrado. Trotsky presidió el Comité Militar Revolucionario de la ciudad, que tuvo como tarea histórica la toma del Palacio de Invierno por parte de la clase obrera y dar inicio a la trascendental Revolución de Octubre.
Trotsky, el artífice de la toma del poder, fue comisionado por el nuevo poder soviético como el negociador ante las potencias imperialistas de la retirada de Rusia de la guerra imperialista en la ciudad de Brest-Litovsk. Cuando estalló la guerra civil ante la reacción zarista, Trotsky se convirtió en el organizador del Ejército Rojo –creado casi de la nada– en condiciones excepcionalmente adversas, combatiendo en varios frentes al mismo tiempo a los ejércitos blancos de la contrarrevolución y a la invasión de 21 ejércitos extranjeros, cuya misión era estrangular la revolución en su cuna. Años más tarde, fue el propulsor de la industrialización soviética acelerada, en contraposición a la defensa de los intereses de los kulaks (campesinos ricos) por parte de Bujarin y la fracción de derecha bolchevique y la postura inicialmente moderada de Stalin sobre este respecto, que luego viraría a la locura de los planes quinquenales a cumplirse en 4 años, la liquidación de los kulaks como clase y las requisas forzadas, que generarían hambruna y la más funesta explotación y represión a la clase obrera. Tales virajes bruscos por parte de Stalin, a la cabeza de la burocracia, obedecían a su carácter bonapartista proletario. Durante los años 30 del siglo pasado, la burocracia estalinista liquidó a la generación de revolucionarios bolcheviques que hicieron posible la Revolución de Octubre y a las cabezas del ejército rojo.
León Trotsky seguía al día con notable atención los acontecimientos políticos de Alemania, Inglaterra, Francia, China, entre otros países Al mismo tiempo, como prolífico escritor, se dejaba tiempo para producir en 1923, en medio del fragor de la revolución, obras como Literatura y revolución o Problemas de la vida cotidiana. Además también fue un gran lector quien debido a su vida errante, como lo fue buena parte de su existencia, solía frecuentar las bibliotecas públicas de las ciudades en las que le tocó vivir. Los tiempos de reflujo de luchas, incluso en situaciones de prisión, le favorecieron como buen militante para compenetrarse con la lectura y el estudio de la teoría revolucionaria, así como para realizar sus balances histórico-políticos de mayor aliento. Esto, en contraste con los tiempos de más sobresaltos, de movilización y luchas, que le dejaban escasos márgenes para este tipo de esfuerzos sostenidos. Sin embargo, Trotsky encontraba el modo de seguir leyendo y escribiendo. Así lo reconoce en Mi vida, su autobiografía escrita durante su exilio en la isla turca de Prinkipo, tras su expulsión de la Unión Soviética.
Quienes tuvieron la dicha de conocerlo en persona, destacan como durante su exilio en Turquía, en Francia, y más tarde en México, andaba con su gran biblioteca prácticamente sobre sus hombros, su más grande tesoro. Una de sus mayores realizaciones como escritor fueron los dos volúmenes de su Historia de la revolución rusa. Pese a que la derecha y los estalinistas tercamente quieren reducir o negar sus grandes dotes, el papel en la historia desempeñado por Trotsky, su gran estatura revolucionaria, seguirá destacando como una de las grandes figuras históricas del siglo XX.
Hombre inquieto, perspicaz, que luego de conquistado el poder, supo reconocer desviaciones burocráticas y en consecuencia analizó el curso que fue adoptando el Estado obrero. El aislamiento de la revolución en un país atrasado, dio paso a las concesiones que hubo que otorgar a la capa de especialistas, funcionarios y técnicos del antiguo Estado zarista, la misma que se instituyó como casta dominante una vez las duras condiciones económicas derivadas de la guerra imperialista y la guerra civil, de atraso cultural y las derrotas de la revolución en occidente, impidieron la participación más activa de las masas en la política. Tales condiciones propiciaron una degeneración sin precedentes.
Stalin desde el poder se hizo dueño de la “verdad”. Muchos fuera de la URSS creyeron en la versión oficial que salía del Kremlin y aún existe gente que la cree, dada la historia de falsificaciones del estalinismo que fue replicada por los Partidos Comunistas de todo el mundo, teniendo a su favor que la burocracia jugó un papel progresivo al desarrollar las fuerzas productivas en la Unión Soviética durante los primeros planes quinquenales y al menos hasta la década del 70 del siglo XX, aunque con un costo material y humano tremendo y enterrando las tradiciones y conquistas de octubre. El estalinismo dentro de la URSS también prevaleció por décadas gracias a la ausencia de libertades democráticas, al régimen de censuras, al asesinato de los viejos bolcheviques, al miedo paralizante. Así fue como este logró proyectarse como el único camino valido al “socialismo” y muchos en occidente lo aplaudieron y alabaron.
El régimen estalinista fue todo lo contrario al régimen de democracia obrera de los primeros años de la revolución, a la participación decidida de las masas en los soviets, en la dirección de las empresas y de la sociedad; a la libertad de discusión que existía en el partido en donde incluso Lenin y Trotsky antes de coincidir plenamente llegaron a disentir en puntos precisos. Stalin no se ahorró esfuerzos hasta que logro expulsar a Trotsky de la Unión Soviética y aunque una porción muy pequeña del mundo se sumó entonces a las filas del trotskismo, desde las trincheras de la Cuarta Internacional, irradiaban para el mundo las genuinas ideas del marxismo y la denuncia de los crímenes de la burocracia. Este era un verdadero peligro para nomenclatura en el poder. Por ello, Trotsky y sus colaboradores siguieron siendo perseguidos y asesinados por agentes estalinistas de la GPU. Trotsky fue asediado en donde fuera que se encontrara, ya sea refugiado en una lejana isla de Turquía, o en el México de Lázaro Cárdenas.
A pesar de las adversidades, Trotsky no abandonó nunca su gran actividad intelectual, como tampoco su militancia en las genuinas ideas del bolchevismo. Dotado de una gran visión internacionalista, versado en cultura, capaz de comprender media docena de lenguas modernas, fue capaz de analizar con lucidez la génesis y el desarrollo del nazismo en Alemania y desentrañar la cara oculta de la revolución española, saboteada deliberadamente por estalinistas, anarquistas y burgueses republicanos. En el Kremlin no les interesaba otra revolución en líneas sanas en cualquier lugar del mundo, que sirviera de “mal ejemplo” a las masas de trabajadores soviéticos e impulsara rebeliones revolucionarias contra el estalinismo. También analizó la Francia del Frente Popular, la decadencia del Imperio británico, el fenómeno de bonapartismo proletario en la URSS, la situación de los comunistas chinos, los límites de las políticas económicas bajo el New Deal, entre otros acontecimientos de tan convulsionados años.
Posterior a su cobarde asesinato, en el vigésimo Congreso del PCUS, Kruschev denunció a Stalin como cruel y tirano. Aquí Kruschev y la burocracia se desvincularon de la figura de Stalin con la llamada teoría del “culto a la personalidad”, recargando todos los crímenes de la época solo al terrible georgiano, cuando el mismo Kruschev y la burocracia, que quería lavarse las manos manchadas de sangre, había sido cómplice y partícipe de tales crímenes. Se conocieron fragmentos del testamento de Lenin ocultado por Stalin, menos la recomendaciones que Lenin hacia de Trotsky, en donde reconocía que era el líder más capaz y pedía que no se le estigmatizara por su pasado no bolchevique. Ello nunca fue reconocido por la voz oficial, que le interesaba mantener tal información oculta, así como la persecusión al trotskismo. El testamento de Lenin había sido difundido por los seguidores de Trotsky décadas antes. Luego se fusiló a Beria, jefe de la policía secreta, se liberaron a miles de prisioneros de los campos de concentración o Gulag y aunque el estalinismo suprimió algunos aspectos más monstruosos, siguió en esencia existiendo con su nueva mascarada neoestalinista, y por ningún motivo se reconoció algún merito a Trotsky, habiendo sido este protagonista de primera línea junto a Lenin de la Revolución de Octubre de 1917. Trotsky no ocupa un lugar relevante en la historia oficial, incluso ahora luego de la caída de la URSS, pero para todo aquel que conoce algo de la Revolución de Octubre, es indiscutible el papel del gran organizador de la insurrección, líder del Ejército Rojo, de la oposición de izquierdas y de la IV Internacional.
Tan solo con el hecho de haber sido fundador del ejército rojo, es un merito que no debería ser pasado por alto. El actual ejercito dista mucho del viejo ejército rojo, donde antes de Octubre y en los primeros años de la revolución, los comités de soldados aprendían a autogobernarse y a elegir sus líderes, rompiendo con el conducto de todo ejercito burgués basado en la jerarquía.
Luego, llegaría el periodo del estancamiento, la burocracia deja de jugar su papel progresista en los 70 y 80 del siglo pasado. 20 millones de burócratas, parásitos, terminan por estancar a la economía, que después de haber logrado avances asombrosos, cae en una suerte de marasmo. Gorbachov trata de reformar infructuosamente al estalinismo, abriendo parcialmente las puertas al capitalismo y las altas jerarquías del Estado y el partido apuestan por pasarse en bloque al capitalismo, pese a la oposición de una fracción minoritaria que fue apartada. Gorbachov rehabilitó a Bujaran (condenado a muerte en los Procesos de Moscú y que fue aliado de Stalin hasta 1928), porque le interesaba reivindicar algunas de sus ideas del otrora líder de la oposición de derechas dentro del partido. Pero al igual como lo hicieron otros líderes estalinistas, nuevamente vuelve a relegar a Trotsky a permanecer en el olvido.
Cabe destacar que tanta terquedad de los sepultureros de la primera revolución socialista del mundo en negar a Trotsky, solo nos dice una cosa: que no nos llamemos al engaño en cuanto a la justeza de las ideas de León Trotsky, y que en ellas podemos estar seguros de encontrar la esencia de las verdaderas doctrinas del bolchevismo. En este nuevo aniversario de su muerte, hagamos el llamado a reafirmar nuestro compromiso revolucionario y al rearme teórico político en las genuinas ideas del marxismo. Vamos todos a seguir luchando por un autentico socialismo.
¡Por la revolución mundial!