Se cumplen 46 años desde que en los primeros días de enero de 1959 la guerrilla hiciera su triunfal entrada en La Habana y el sanguinario dictador Batista huyese de la Isla. Desde entonces la Revolución Cubana se convirtió en un símbolo de la lucha a Se cumplen 46 años desde que en los primeros días de enero de 1959 la guerrilla hiciera su triunfal entrada en La Habana y el sanguinario dictador Batista huyese de la Isla. Desde entonces la Revolución Cubana se convirtió en un símbolo de la lucha antiimperialista y anticapitalista. La supresión del capitalismo en la Isla, el brutal bloqueo (1) al que ha sido sometida por parte de EEUU desde el principio y el hecho de que en Cuba se haya mantenido hasta hoy la economía planificada han reforzado aún más a Cuba como un símbolo de resistencia.
Sin duda el carácter no capitalista de su economía y la planificación estatal ha sido el punto clave de las conquistas sociales alcanzadas por la revolución, sin el cual no hubiese sido posible que en Cuba se alcanzara en el terreno de la educación, de la sanidad, de la mortalidad infantil, de la alfabetización (el analfabetismo prácticamente desapareció en los primeros años de la revolución) etc, niveles incomparablemente superiores a los países de América Latina, incluso sobre los que tienen una economía más desarrollada como Brasil, Argentina, y en algunos casos a la par de muchos países capitalistas desarrollados. La economía planificada, al mismo tiempo que constituye la base principal de las conquistas sociales de la revolución y de su amplísimo apoyo, es también la razón principal del odio que el imperialismo profesa contra Cuba.
Cuando el imperialismo norteamericano habla de la “falta de democracia en Cuba” apesta a hipocresía. En la práctica los imperialistas estadounidenses han sostenido las más sangrientas dictaduras y golpes de Estado cuando les ha convenido, incluyendo el golpe y la dictadura de Batista. Lo que realmente odia el imperialismo norteamericano es que en su “patio trasero” exista un país que no se pliega a sus deseos y en el que se derrocó el capitalismo. Ahora, en un contexto de ascenso revolucionario en toda América Latina, en el que una gran señal de interrogación planea sobre el capitalismo en Venezuela, Bolivia y otros países, el “factor Cuba” adquiere una trascendencia aún mayor para el imperialismo y por supuesto, aunque por motivos diametralmente opuestos, para todos aquellos que deseamos y luchamos por el triunfo de la revolución socialista en toda América Latina y en el mundo.
A 46 años de la revolución, Cuba aún está jugándose su destino. El peligro de una involución social y política, de una contrarrevolución capitalista, no se puede descartar.
EL FUTURO EN JUEGO
Una derrota de la Revolución Cubana sería un gran jarro de agua fría para los procesos revolucionarios que se están abriendo en toda América Latina. Por el contrario, el triunfo de una revolución socialista en cualquier país no sólo daría un enorme respiro a la Revolución Cubana -en realidad la revolución en otros países es su única salvación- sino que desencadenaría un ‘efecto dominó’ en el que el capitalismo sería derrocado en un país tras otro, sacudiendo profundamente la conciencia del propio pueblo norteamericano y preparando el terreno para la derrota del capitalismo en EEUU, el corazón del imperio.
El factor fundamental que motiva este documento es precisamente el que sirva como contribución, desde un punto de vista revolucionario y marxista, al debate sobre el futuro de la Revolución Cubana, sobre cómo preservar y profundizar sus conquistas en un momento tan decisivo como el que estamos viviendo en el país y en toda América Latina. Necesariamente, cualquier intento serio de aportar algo en ese sentido pasa necesariamente por analizar los rasgos esenciales de lo que fue la Revolución Cubana así como el carácter de la sociedad y del sistema político que surgió de esa revolución.
Si la supervivencia de la Revolución Cubana depende del triunfo de la revolución en otros países ¿cómo no abordar las lecciones a sacar de la propia Revolución Cubana, que tanto ha inspirado a los trabajadores y jóvenes del mundo entero? ¿Cómo no intentar sacar conclusiones que sirvan para contribuir ahora al triunfo de la revolución en otros países?
Para nosotros el carácter progresista de la Revolución Cubana está fuera de duda. En primer lugar fue un acontecimiento que puso en evidencia la posibilidad de hacer una revolución a poco más de cien kilómetros de la fuerza imperialista más potente del mundo y derrotar todos los intentos de aplastarla por parte de esta última. En segundo lugar el tremendo impulso que ha dado la economía planificada a la sociedad cubana ha demostrado el enorme potencial de desarrollo que tendría la humanidad sin capitalistas y sin banqueros. Las gigantescas simpatías que la revolución despertó en el mundo entero han constituido su mejor salvaguarda y nosotros nos colocamos firmemente en el campo de la defensa de la Revolución Cubana y sus conquistas frente a la contrarrevolución capitalista y el imperialismo.
Saber de qué lado de la barricada se está es elemental, pero no es suficiente. Además hay que saber cómo defenderla. Las conquistas de la Revolución Cubana no están garantizadas de una vez y para siempre. El peligro de restauración capitalista no sólo existe sino que se desarrolla y lo hace en la misma proporción en que la parcela de funcionamiento económico movido por intereses privados en la Isla se hace mayor, en que ésta crea un entramado de intereses cada vez más ambicioso. La lucha por la supervivencia individual y la desmoralización provocada por la existencia de privilegios y escasez puede acabar pesando mucho y representa una amenaza para la revolución. Por eso es absolutamente necesario que exista una orientación revolucionaria genuinamente internacionalista que dé un horizonte más amplio a la Revolución Cubana.
Claro que también hay factores que actúan en el sentido contrario, es decir, a favor del mantenimiento del sistema de economía planificada, como la crisis capitalista mundial, las condiciones de vida en los países circundantes, los procesos revolucionarios que se han abierto en América Latina, la frescura del proceso revolucionario cubano, el peligro que representa el imperialismo no sólo para las conquistas sociales de la revolución sino para la propia soberanía nacional de la Isla, la sed de venganza de los gusanos, ansiosos de recuperar sus negocios y dar un buen escarmiento a ese pueblo que se atrevió a vivir con la cabeza alta. Pero en la confrontación de fuerzas que empujan hacia atrás, hacia el capitalismo, o hacia delante, hacia el socialismo, las primeras tienen una ventaja: el orden capitalista se reproduce bastante bien en el caos, no necesita el factor consciente y organizado para abrirse un camino. En la etapa de transición al socialismo, eso es sencillamente imprescindible. De ahí que la adopción de una política genuinamente socialista, basada en el internacionalismo y en la democracia obrera, sea clave para preservar y extender las conquistas de la revolución.
EL LEGADO DE LOS BOLCHEVIQUES
Muy a menudo, cuando se piensa en la Revolución Rusa de 1917 y la experiencia de los bolcheviques, se subestiman las valiosas lecciones que encerró aquel proceso para revoluciones posteriores, como la cubana. Una de las ideas que inducen a ese error es pensar que para cada país existe la posibilidad de elegir el “modelo” más adecuado para llevarlo al socialismo, en función de sus peculiaridades históricas, económicas, etc. Si lo pensamos bien, en sí misma esa afirmación es un contrasentido. No puede existir un modelo diferente para llegar al socialismo en cada país sencillamente porque no puede existir socialismo en un solo país; no existe “vía” para cada país porque de manera individual no se llegará nunca al socialismo como ha quedado demostrado con el colapso de la URSS tras seis décadas de “triunfo del socialismo” tal como afirmaba irresponsablemente la burocracia. El socialismo, entendido como un tipo de sociedad que ha superado definitivamente al capitalismo en todas las esferas de la actividad humana tiene que partir, necesariamente, de la utilización de todos los recursos económicos y técnicos a escala internacional.
Por supuesto que cada revolución tiene sus peculiaridades, pero también tienen muchas cosas en común porque en realidad son parte de un mismo proceso de fondo. Son diferentes eslabones que se rompen de la misma cadena capitalista internacional y que son sometidos a presiones y procesos similares. Una buena razón para recurrir a la experiencia de la revolución de 1917 y su desarrollo posterior es porque en gran medida, los retos a los que se enfrentó el proletariado ruso en aquella época son de naturaleza muy similar a los que ahora tiene sobre la mesa el proletariado cubano: acoso imperialista, presiones del mercado mundial, surgimiento de tendencias procapitalistas. Y los “remedios” a esas presiones, bajo nuestro punto de vista, también son de naturaleza similar, fundamentalmente la extensión internacional de la revolución socialista y la participación consciente de la clase obrera en todas las esferas de la política y de la economía, es decir, la necesidad de democracia obrera. En la cuestión de cómo defender las conquistas revolucionarias del primer país que rompió con el capitalismo, el legado de Lenin y Trotsky, los dirigentes y teóricos más importantes de la Revolución Rusa, tiene también un valor incalculable y a menudo es interesadamente olvidado.
Todos aquellos que aspiramos a la transformación socialista de la sociedad, tenemos la obligación de apoyarnos en el torrente de energía e inspiración revolucionaria que aún hoy Cuba es capaz de transmitir al pueblo latinoamericano y a la clase obrera de todo el mundo. El mejor servicio a su causa emancipadora nos lleva a defender los aspectos tremendamente progresistas de la Revolución Cubana para combatir las tendencias conservadoras y abiertamente contrarrevolucionarias que coexisten en su seno.
Para salvaguardar las conquistas de la revolución, profundizarlas y extenderlas debemos ser fieles al programa de Marx, Engels, Lenin y Trotsky. Flaco favor haríamos a la Revolución Cubana si tirásemos por la borda las lecciones de Octubre, si no entendiésemos las causas de la posterior degeneración burocrática estalinista -producto, en último término, del aislamiento de la revolución socialista en un país atrasado- y finalmente de la restauración capitalista. Flaco favor haríamos a la Revolución Cubana si no viéramos su suerte ligada al triunfo de la revolución socialista en América Latina y en el mundo.
Una vez más, como ocurriera en los decisivos años de 1959 y 1960, la Revolución Cubana tiene que avanzar para sobrevivir.
(1). El bloqueo económico y comercial a Cuba propiciado por EEUU empieza con el mismo triunfo de la revolución. Se establece formalmente desde febrero de 1962 y desde entonces ha ido endureciéndose progresivamente, con medidas como la ley Helms-Burton (1996), que establece penas de cárcel a los inversores en propiedades nacionalizadas o expropiadas por la revolución o las recientes medidas de Bush, restringiendo los viajes y los gastos en dólares en la Isla de los cubanos residentes en EEUU. Al bloqueo económico y comercial hay que sumar el largo historial de actos de sabotaje y terrorismo que el imperialismo americano ha organizado contra la revolución durante décadas.