El futuro de nuestro planeta depende del éxito de la transición de los combustibles fósiles a las energías limpias. Nos encontramos en una carrera contrarreloj. Los científicos especializados en el clima estiman que hay un 50% de probabilidades de que las temperaturas mundiales superen los niveles preindustriales en 1,5ºC en los próximos cinco años.
Recientemente, un aluvión de grandes avances en la energía de fusión ha demostrado la viabilidad de esta tecnología como fuente de energía ilimitada y sin emisiones de carbono, aprovechando el mismo proceso que alimenta nuestro sol. Y sin embargo, escandalosamente, la inversión en esta tecnología se ha visto frenada durante los últimos 50 años. ¿Por qué? Porque no se consideraba rentable.
La fusión nuclear es el proceso que alimenta todo el universo. A temperaturas extremas, los núcleos de hidrógeno alcanzan las velocidades necesarias para superar su repulsión mutua y son capaces de fusionarse. Cuando lo hacen, forman núcleos de Helio, más pesados, al tiempo que liberan enormes cantidades de energía, que puede utilizarse para generar electricidad.
A diferencia de la fisión nuclear (el mecanismo de las centrales nucleares convencionales), no produce residuos radiactivos de larga duración. Y a diferencia de la quema de combustibles fósiles, no libera carbono a la atmósfera. Mientras tanto, el ingrediente clave necesario para alimentar la fusión está a nuestro alrededor: los isótopos de hidrógeno necesarios se encuentran en el vaso de agua de cada día. Se calcula que un pequeño vaso de «agua pesada» (el combustible rico en deuterio que necesitan los reactores de fusión) podría alimentar un hogar medio durante más de 800 años. Si fuéramos capaces de explotar plenamente las posibilidades de la fusión nuclear, el mundo tendría acceso a una fuente de energía limpia, barata e ilimitada.
Los científicos llevan décadas intentando recrear la energía de fusión en la Tierra. Uno de los principales retos ha sido desarrollar un reactor capaz de obtener una ganancia neta de energía, es decir, que produzca más energía de la que necesita para funcionar. Pero en los últimos años se han producido varios avances en este sentido. En 2021, la National Ignition Facility (NIF) de California (EE.UU.) estuvo muy cerca de conseguir una ganancia neta utilizando un sistema de 192 láseres enfocados sobre una pequeña pastilla de combustible.
La planta Joint European Torus (JET) de Oxford utiliza un método diferente para lograr una reacción de fusión contenida. En lugar de concentrar enormes cantidades de energía en una región diminuta mediante láseres, confina el plasma de hidrógeno caliente en una trampa magnética con forma de donut. En mayo de 2022, fue capaz de mantener una reacción de fusión durante cinco segundos, lo que produjo la cifra récord de 59 MJ, es decir, energía suficiente para hervir unos 60 calderos.
Por último, en diciembre de 2022, los científicos del NIF lograron una ganancia neta de energía, la primera vez en la historia que se consigue en una reacción de fusión controlada. La reacción de fusión produjo unos 3,15 MJ de energía, lo que supone alrededor del 150 por ciento de los 2,05MJ de energía de los láseres. Sin embargo, la carrera no ha terminado. Se espera que el Reactor Termonuclear Experimental Internacional (ITER), que sería el mayor reactor «donut» jamás construido, esté en funcionamiento en 2025.
De repente, los avances se suceden. Durante décadas, la tecnología de fusión se ha considerado ciencia ficción. Ahora, en palabras del Financial Times, la cuestión es «cuándo, y no si» la energía de fusión será comercialmente viable. Pero en la carrera contra el cambio climático, la respuesta a este «cuándo» tiene cierta importancia. Aunque este último avance se ha calificado de hito, los científicos estiman que, para ser comercialmente viables, los reactores de fusión deben ser capaces de generar entre 30 y 100 veces la energía que consumen.
¿Aún faltan décadas?
Estos avances han demostrado que la fusión funciona. Si aún no poseemos esta maravillosa tecnología, es porque se le ha privado de financiación de forma criminal y sistemática durante décadas.
En 1976, a raíz de la crisis del petróleo, la Administración de Investigación y Desarrollo Energético de Estados Unidos emprendió una evaluación rigurosa de las perspectivas de desarrollo de reactores de fusión comercialmente viables, basándose en determinadas hipótesis sobre la financiación de la investigación. Basándose en un esfuerzo máximo, las proyecciones indicaban que la viabilidad comercial se alcanzaría en 1990. Con un esfuerzo más moderado, 2005 habría sido el punto de inflexión. Si se mantenían los niveles de gasto de ese momento (unos 1.000 millones de dólares ajustados a la inflación), se pensaba que la fusión no se lograría nunca.
Sin embargo, sólo se ha invertido la mitad de esa suma anual. La financiación anual del Gobierno estadounidense para la investigación de la tecnología de fusión ha sido, de promedio, de unos escasos 465 millones de dólares entre 2011 y 2021. Incluso esa mísera cantidad solo llega a cuentagotas gracias a las otras tareas que se encomiendan a entidades como la National Ignition Facility, como el mantenimiento del enorme arsenal de armas nucleares del gobierno estadounidense. Está claro que los avances recientes se han producido a pesar de la escasez de fondos.
¿Por qué se ha privado de fondos a la investigación? En el capitalismo, la inversión en investigación no se realiza en función de las necesidades, sino de si los patrones pueden hacer dinero. Los capitalistas y sus gobiernos han frenado la financiación de la investigación sobre la energía de fusión porque no tiene sentido desde el punto de vista empresarial. Construir y probar reactores prototipo cuesta miles de millones, pero si la tecnología llegara a ponerse en marcha, prometería producir energía barata y en abundancia, reduciendo los beneficios de toda la industria energética. Como diría el antiguo presidente de la Autoridad de la Energía Atómica del Reino Unido, Sir Walter Marshall, en los años ochenta:
«Llegará un momento en que obtendremos de un reactor de fusión tanta energía como la que introducimos. Llegará un momento en el que saquemos más energía de la que invertimos. Sin embargo, nunca llegará un momento en que saquemos tanto dinero como el que hemos puesto».
A los capitalistas les disuaden las inversiones por los enormes costes iniciales, que contraponen a la perspectiva de una energía muy barata a futuro. Como dijo el columnista de economía de Foreign Policy, Adam Tooze, en el podcast Ones and Tooze:
«Nuestra experiencia, tanto a nivel económico como político, con este conjunto concreto de tecnologías -las relacionadas con la energía nuclear, la fisión y la fusión- en los últimos 50 años ha sido aleccionadora. En general, parecen ser tecnologías muy impopulares y, en algunos casos, muy politizadas, además de increíblemente caras en términos de costes de capital, no en términos de funcionamiento, sino en términos de coste de capital para construirlas. Así pues, una estrategia energética realista que aborde una crisis en la que tenemos que dar pasos de gigante en los próximos 20 o 30 años no debería descartar esas tecnologías, sino calibrar de forma realista su contribución. Y tanto en Europa como en Estados Unidos, es evidente que hay argumentos para mantener la capacidad existente, pero es bastante difícil ver cuáles son los argumentos para invertir en nueva capacidad cuando los costes son tan explosivamente antieconómicos».
Los capitalistas tienen otros planes
A pesar de los éxitos del año pasado, muchos siguen sosteniendo que la energía de fusión es inviable y que es mejor invertir en las fuentes de energía renovables ya existentes (aunque no todas son tan «verdes» como se quiere hacer creer). Pero en general, el hecho es que las energías renovables no son tan rentables como los combustibles fósiles.
Se espera que ExxonMobil y Chevron hayan amasado entre las dos casi 100.000 millones de dólares de beneficios en 2022. Las necesidades del planeta son lo último en su agenda. Las perspectivas energéticas a largo plazo de Exxon predicen que la demanda de petróleo seguirá creciendo al menos hasta finales de 2040, y que en 2050 el mundo consumirá más millones de barriles al día que hoy. También predicen que el consumo de gas natural crecerá casi un 50% en el mismo periodo. En palabras de Mike Wirth, consejero delegado de Chevron, los combustibles fósiles seguirán «dirigiendo el mundo… dentro de 20 años».
Las mayores compañías europeas de petróleo y gas – BP, Shell, TotalEnergies y Equinor – obtuvieron más de 74.000 millones de libras en beneficios sin impuestos en los seis primeros meses de 2022. Naturalmente, la crisis energética está haciendo que los combustibles fósiles sean aún más rentables y, por ello, estas cuatro empresas están invirtiendo más en combustibles fósiles que en energías renovables y bajas en emisión de carbono. BP, por ejemplo, invirtió 3.800 millones de libras en nuevos proyectos de petróleo y gas en 2022, frente a sólo 300 millones de libras en energías renovables y «bajas en emisiones de carbono».
Y los gobiernos respaldan a los capitalistas. Desde 2015, el Gobierno británico ha entregado 13.600 millones de libras a la industria del petróleo y el gas en subvenciones. Lejos de avanzar hacia la energía limpia, el gobierno del Reino Unido ha propuesto recientemente la apertura de una mina de carbón en Cumbria, la primera en 30 años.
La clase capitalista está jugando literalmente con nuestro futuro. La tecnología y otros medios necesarios para luchar contra el cambio climático están ahí, al alcance de su mano. Sin embargo, todo lo que tienen en mente son sus propios márgenes de beneficio. El dinero está ahí para invertir en la energía de fusión y, en poco tiempo, convertirla en una alternativa viable para nuestras necesidades energéticas. El dinero está ahí para eliminar rápidamente los combustibles fósiles y sustituirlos por formas ya viables de energía renovable y limpia. Pero ese dinero está en los bolsillos de empresas como ExxonMobil y Chevron.
Si estas empresas fueran expropiadas y puestas bajo el control democrático de la clase trabajadora, podríamos utilizar sus enormes recursos para completar la transición verde en un plazo que nos viene dictado por la necesidad de evitar el colapso de nuestro ecosistema. Esta es la única opción si queremos transformar con éxito el sistema energético para que funcione al servicio de las necesidades del planeta.