Se cumple el primer aniversario desde el inicio de la invasión militar rusa de Ucrania. La aventura del régimen de Putin, que fue concebida como una “operación especial” que daría lugar a un gran premio político al final, se convirtió en una guerra prolongada y agotadora que podría acabar cuestionando la continuidad del régimen.
La guerra se ha convertido en un punto de inflexión en la historia moderna de Rusia, en su sociedad, profundamente dividida, y en todas las fuerzas políticas contendientes. Pero no basta con describir la catástrofe que se avecina y que la guerra ha creado. También es necesario comprender las causas de la guerra, sus raíces en la crisis mundial y las crisis económicas y políticas internas de Rusia, así como analizar la dirección que está tomando Rusia.
«Ni reír ni llorar, comprender». Este debe ser nuestro enfoque a la hora de analizar los orígenes del conflicto.
Nuestro punto de partida debe ser la posición de Rusia, tomada en el contexto global del capitalismo moderno y del reparto imperialista del mundo. A este respecto, la cuestión de si la Federación Rusa debe ser considerada una potencia imperialista sigue suscitando debates. No podemos entrar aquí en detalle en esta cuestión, pero llamamos la atención de los lectores sobre otros materiales publicados por la CMI. Aquí nos limitaremos a dar a conocer al lector la conclusión principal de este análisis:
«Estos hechos sólo pueden llevarnos a la conclusión de que Rusia es hoy un Estado imperialista, aunque se parece más al antiguo imperialismo de estilo zarista que la China contemporánea o los Estados Unidos. La participación de Rusia en la economía mundial capitalista es limitada, reducida principalmente al comercio de petróleo y gas. Pero interviene activamente fuera de sus fronteras, tanto militar como diplomáticamente, y entra constantemente en conflicto con Estados Unidos, que a veces amenaza con convertirse en una confrontación militar directa». («El imperialismo hoy: El carácter de Rusia y China. Corriente marxista internacional», Londres 9 de junio de 2016).
En su estructura económica, Rusia es ciertamente diferente de otros países imperialistas «típicos», que disponen de medios económicos mucho más desarrollados para llevar a cabo una política de dominación «neocolonial» y para luchar por los mercados. No exporta capital a una escala similar a la de otras naciones imperialistas. Sin embargo, su economía está dominada por poderosos monopolios nacionales.
Los cimientos de la economía rusa se componen de una cierta cantidad de industria pesada heredada en gran medida de la URSS, el sector servicios, la exportación de materias primas, la industria química y un gran complejo militar-industrial. Mientras tanto, el país importa su maquinaria, vehículos, productos farmacéuticos, plásticos, productos metálicos semiacabados, carne, frutas, instrumentos ópticos y médicos, hierro, acero, etc.
El poderoso complejo militar-industrial de Rusia –que es un importante legado de la URSS– es uno de los factores clave que permiten a Rusia reivindicar ser una poderosa fuerza imperialista. Sin embargo, el sector de la industria productora de maquinaria industrial, piezas intercambiables y componentes es extremadamente débil en Rusia. En el período de 30 años que siguió al colapso de la URSS, el sector de la construcción de maquinaria en Rusia (que se había hundido en la década de 1990) apenas alcanzó el 50% de su nivel de producción de 1991. Los sectores de la economía que producen medios de producción han sufrido un colapso total, haciendo que la economía rusa sea extremadamente dependiente de los proveedores externos. En condiciones de guerra y sanciones, esto ha abierto una oportunidad para que China, como mayor proveedor alternativo, dicte sus condiciones en el marco del comercio bilateral.
El grado de dependencia de Rusia de los proveedores externos de componentes industriales y maquinaria quedó claramente demostrado cuando Renault, que había producido automóviles en la antigua planta de AZLK (en los años ‘90 se llamaba Moskvich), cesó la producción allí como consecuencia de las sanciones occidentales. Inicialmente, en la primavera del año pasado, la alcaldía anunció que la planta de Moskvich se reactivaría sobre la base de la nacionalización de las partes de la planta en las que se ensamblaban coches Renault. ¿Un ejemplo de reactivación de la industria nacional? No. En la práctica, resultó que en Rusia no existen los medios para organizar y reanudar la producción, por lo que el ayuntamiento de Moscú ha estado intentando desesperadamente llegar a un acuerdo para obtener una licencia de ensamblaje de automóviles y suministro de componentes… con fabricantes de automóviles chinos.
Factores de la guerra
Es importante tener en cuenta la peculiar posición del imperialismo ruso al intentar comprender las motivaciones de los dirigentes políticos de la Federación Rusa cuando decidieron lanzar la invasión. Aunque hoy en día la competencia interimperialista más importante se desarrolla a lo largo de la línea Estados Unidos-China, el imperialismo ruso también busca proyectar su poder a nivel regional. Por el momento, lo hace principalmente en el territorio de la antigua URSS y, en parte, en Oriente Medio y África. Allí donde lo hace, entra en conflicto con los intereses de otros depredadores imperialistas.
Pero si bien la guerra de Ucrania es un conflicto interimperialista, esto no quiere decir en absoluto que sus causas sean reducibles a un simple choque de intereses económicos.
Además, es imposible entender las acciones políticas y militares del régimen si se consideran puramente el resultado de la voluntad o las ambiciones personales de un «loco» individual a la cabeza del régimen.
También está claro que Putin no está interesado en proteger a los trabajadores de Ucrania, independientemente de si son rusos de origen o no. Por el contrario, se trata de un conflicto reaccionario entre facciones capitalistas rivales. La clase obrera del mundo no tiene nada que ganar apoyando a ninguno de los dos bandos.
Por el contrario, esta guerra debe entenderse como parte de un intento de la clase dominante rusa de salir de las contradicciones políticas y económicas y de las dificultades en las que se ha visto sumido el régimen bonapartista y el país en general. Las acciones de Putin tienen razones políticas y económicas que tienen sus raíces tanto en factores externos, como en los profundos problemas internos del régimen capitalista ruso.
Los problemas económicos y políticos internos han sido sin duda un factor importante. Antes de la guerra, la popularidad de Putin se había visto empañada por la crisis económica; y los movimientos de masas, como el de las pensiones, habían amenazado al régimen. Los disturbios en Kazajistán y Bielorrusia, en los que la Federación Rusa ha actuado como principal gendarme de la región, han ilustrado claramente la rapidez con que las explosiones revolucionarias podrían consumir al régimen. Una política de «pequeñas guerras victoriosas» se ha convertido en una herramienta importante para la autopreservación del régimen ruso, en este contexto de continua inestabilidad política y económica. Hemos visto el uso de este manual de juego desde principios de la década de 2000. Este fenómeno fue discutido en un artículo del camarada Iván Loj en abril de 2019:
«Vimos cómo las grandes empresas recurrieron a Putin, después de haberse encontrado en completo aislamiento político y rodeadas de masas amargadas tras la crisis [de los años noventa]. Al desviar la atención de las masas hacia Chechenia, Putin estabilizó la situación política, tras lo cual la caída de los salarios reales en presencia de antiguos activos de producción condujo al crecimiento económico. La subida de los precios del petróleo también ayudó. Pero la «abundancia» de la década de 2000 se vio interrumpida por la crisis económica mundial, que también golpeó duramente a la economía rusa. […]
«Desde el punto de vista de las grandes empresas rusas, que perdieron sus activos en Ucrania en 2004, la anexión de Crimea [en 2014] fue una apuesta loca que resultó en sanciones económicas y estancamiento. Putin probablemente lo previó, [sin embargo] con su política fue capaz de matar dos pájaros de un tiro: en primer lugar, recuperar el apoyo masivo de los rusos, asustados por el movimiento Maidan y alentados por el referéndum de Crimea; y en segundo lugar, comenzar la repatriación de capital a Rusia frente a las sanciones que habían limitado el acceso a capital extranjero barato, al tiempo que establecía el control sobre las últimas grandes corporaciones independientes en el comercio minorista (por ejemplo, Magnit), y las comunicaciones (Tele2).»
También es importante comprender los factores externos que empujaron al régimen a tomar la decisión de iniciar la guerra.
Las tensiones que condujeron a esta guerra se han ido acumulando durante décadas. Tras el colapso de la Unión Soviética, el imperialismo occidental pasó a la ofensiva, atrayendo a gran parte del antiguo «bloque oriental» a su esfera de influencia. En 1990 se había asegurado a Gorbachov que, tras la disolución del Pacto de Varsovia, la OTAN no se extendería. Desde entonces, la OTAN y la UE se han expandido cada vez más hacia el este, y los misiles y las bases militares de la OTAN han llegado hasta la frontera rusa. Sin embargo, el colapso de Rusia tuvo sus límites. Con el tiempo se estabilizó y fue capaz de contraatacar, como vimos en Georgia en 2008 y en Crimea en 2014.
Esta política llevada a cabo por Occidente contra Rusia tras el colapso de la URSS ha dejado una amarga sensación de resentimiento hacia el imperialismo occidental entre las masas rusas. Un resentimiento que Putin utiliza demagógicamente en su propio beneficio. Una política de décadas de amenazas a Rusia por parte de Occidente, y el hecho de que la OTAN haya armado a Ucrania hasta los dientes, antes y durante la guerra (por no mencionar la provocación directa de tensiones por parte de Occidente en el período previo a febrero del año pasado), explican el estado de ánimo predominante entre la mayoría de la clase obrera rusa, que no es en absoluto lo mismo que el apoyo a los objetivos de guerra imperialistas de la camarilla de Putin. Esta es la razón principal de la falta de un movimiento contra la guerra en Rusia, algo que se ha visto reforzado por la falta de una alternativa política clara de clase. Sin embargo, con el paso del tiempo, las contradicciones de clase que han quedado momentáneamente enmascaradas por la guerra volverán a salir a la luz.
La postura irreconciliable de Estados Unidos en vísperas de la guerra de Ucrania, saboteando el acuerdo de Minsk 2 y negándose a dar garantías de que Ucrania no iba a entrar en la OTAN (aunque los estadounidenses dijeron abiertamente que eso no ocurriría), convenció a Putin de que no le quedaba otra opción que la militar. Por su parte, el gobierno ruso también ha tomado nota de la situación mundial, y se ha visto animado a invadir por la crisis política y económica que ha sacudido a Estados Unidos, y que ha debilitado a la administración de Joe Biden.
Entre los elementos que influyeron en la decisión de Putin de invadir Ucrania, lo ocurrido en Afganistán en 2021 fue sin duda uno muy importante. También lo fueron las primeras declaraciones de Biden de que no enviaría tropas estadounidenses a Ucrania, sino sólo armas y municiones. Basándose en esto (así como en la expectativa de una resistencia más bien débil por parte de las Fuerzas Armadas de Ucrania), Putin decidió que podía hacer lo que quisiera con Ucrania, con la expectativa de que las consecuencias se limitarían a sanciones económicas y no a represalias militares. El régimen esperaba una «pequeña guerra victoriosa» que pudiera ganarse rápidamente, y en lugar de ello cayó en una trampa.
En realidad, se encontró inmediatamente con una feroz resistencia, que fue posible gracias al apoyo militar estadounidense a Ucrania. Un factor importante en el completo fracaso del plan inicial de apoderarse de los territorios de Ucrania fueron los errores fundamentales de los estrategas del Kremlin que planificaron la guerra. Estos «errores» no fueron en absoluto accidentales. Reflejan la podredumbre del régimen reaccionario desde sus cimientos. Su carácter inflexible y bonapartista hace que la jerarquía militar esté plagada de corrupción y amiguismo, y que los mediocres serviles tengan más posibilidades de ascender en su carrera que los militares cualificados.
La moral de las Fuerzas Armadas de Ucrania, el vasto suministro de material principalmente extranjero y, lo que es más importante, el apoyo de los servicios de inteligencia estadounidense, también desempeñaron papeles clave. Así, el mando militar ucraniano entrenado por la OTAN, al que Putin apeló en los primeros meses de la guerra para llevar a cabo un golpe militar contra Zelensky, también fue mucho más eficiente. Los portavoces propagandísticos del Kremlin, que se habían estado preparando para hacer el solemne anuncio de la toma de Kiev una semana después del estallido de las hostilidades, se encontraron (al igual que el gobierno ruso), en una posición muy incómoda. Algunos incluso tuvieron que corregir retroactivamente el material preparado para su publicación.
Al no evaluar correctamente la correlación real de fuerzas, el régimen ruso se encontró con que lo que pretendía ser una breve apuesta militar con un gran premio político, se había convertido en una guerra prolongada y de desgaste que amenazaba con catalizar una inestabilidad aún mayor.
Las condiciones de la clase obrera en Rusia
La mayor parte del coste que Rusia ha pagado por esta aventura militar ha recaído sobre la clase trabajadora.
El 21 de septiembre, con el telón de fondo de una desastrosa retirada militar rusa en varios frentes de Ucrania, el gobierno anunció el inicio de una «movilización parcial», que, según se afirmaba, supondría el alistamiento de 300.000 reservistas.
En la práctica, el resultado fue que el personal de las oficinas de alistamiento militar y la policía realizaron continuas giras por todos los domicilios disponibles en sus jurisdicciones, emitiendo citaciones a aquellos hombres a los que consiguieron echar el guante. El autor de este artículo fue informado personalmente de que uno de los residentes de su distrito –una persona discapacitada con las piernas amputadas– se encontraba entre los «afortunados» que recibieron sus papeles de movilización.
La guerra y la consiguiente movilización han golpeado primero a la clase obrera. En todo el país se informa de la movilización de grandes grupos de trabajadores de lo que se consideran empresas manufactureras sin importancia estratégica. La dirección de uno de los sindicatos rusos (MPRA) tuvo incluso que hacer un llamamiento al gobierno para que limitara estrictamente el número de trabajadores reclutados. El llamamiento fue completamente ignorado y, de hecho, la movilización se ha utilizado incluso como medida punitiva contra los miembros de los sindicatos combativos.
El coste económico de la aventura militar del régimen también ha recaído con mayor dureza en los sectores más pobres de la población: desde el 1 de diciembre, las tarifas de los servicios públicos han subido en todo el país un nueve por ciento por encima de lo previsto. Esto afectará sin duda a la población trabajadora, ya rápidamente empobrecida y endeudada. En varias regiones, el aumento de los precios de los servicios públicos ha ascendido al 11-12 por ciento. Los aumentos salariales vinculados al coste de la vida no siguen el ritmo ni siquiera de las cifras de inflación previstas por el Ministerio de Hacienda (en los casos en que se han concedido aumentos salariales vinculados al coste de la vida, no han ascendido a más del 10%, mientras que la previsión de inflación del Ministerio de Hacienda era del 17%). Pero ni siquiera estas cifras oficiales reflejan el panorama completo, ya que se ha abierto una enorme brecha en las subidas de precios de una región a otra. Mientras que en algunas regiones los productos básicos han aumentado de precio un 5%, en otras lo han hecho ¡un 200%!
Estos son algunos de los horrores que esta guerra ha impuesto a las masas rusas. Y, sin embargo, hasta ahora no ha habido ningún movimiento de masas en las calles de las ciudades rusas. Desde el comienzo de la guerra, las manifestaciones contra la guerra han sido limitadas. De hecho, en febrero y marzo del año pasado, un sector importante de la sociedad rusa acogió el estallido de la guerra con una explosión de sentimientos patrióticos. Al igual que el gobierno, millones de rusos de a pie esperaba un final rápido y exitoso de la guerra. El anuncio de la movilización fue un momento aleccionador para toda la sociedad. Se hizo evidente que la situación era, de hecho, muy mala.
Se respira una sensación de estancamiento. Pero esto no significa todavía una oposición masiva a la guerra.
En algunos lugares –como Daguestán y la República de Chuvash– la creciente lista de bajas, junto con las condiciones extremadamente precarias para atender las necesidades más básicas de los soldados movilizados, han dado lugar a algunas protestas de menor envergadura. Hasta ahora, sin embargo, todavía no hemos visto un movimiento contra la guerra que pueda poner de rodillas a la camarilla gobernante. La violenta represión por parte del propio régimen puede explicar en parte este hecho, pero hay razones más profundas.
¿Por qué, en un contexto en el que las actitudes hacia la guerra han cambiado tan bruscamente, estamos todavía relativamente lejos de que se produzcan levantamientos antibelicistas a gran escala? En primer lugar, como ya se ha explicado, existe un odio profundamente arraigado al imperialismo occidental y un temor bien fundado a que éste desee desangrar a Rusia o incluso reducirla por completo a la condición de semicolonia. Y en relación a esto, está la cuestión de las fuerzas que han dominado el movimiento contra la guerra hasta ahora, y la actitud de la mayoría de los rusos hacia estas fuerzas; es decir, los liberales, que no son más que títeres del imperialismo occidental.
Las protestas iniciales y espontáneas contra la guerra en febrero de 2022, que tuvieron lugar principalmente en las grandes ciudades, no estuvieron dirigidas por ninguna fuerza política organizada. Sin embargo, en Rusia, sólo los liberales de orientación occidental entre la oposición poseían recursos mediáticos relativamente poderosos, debido a su historia de proximidad al poder en la década de 1990, y al apoyo que reciben de una parte de las grandes empresas y de Occidente.
Por eso, cuando los liberales rusos adoptaron una postura contraria a la guerra, se convirtieron rápidamente en los líderes del sector antibelicista de los medios de comunicación, de modo que todo el movimiento antibelicista se convirtió rápidamente en «liberal», y así sigue siendo percibido por las masas. El propio movimiento se convirtió en rehén de la reputación de los liberales entre las masas. Hay que decir que, aunque los liberales pro-occidentales se pintan a sí mismos como «anti-guerra», la suya es una posición de pleno apoyo al militarismo de la OTAN y al imperialismo occidental contra Putin. De hecho, están totalmente de acuerdo con la versión de los medios de comunicación occidentales de los acontecimientos, y llaman a todos los rusos que no están de acuerdo con ellos como esclavos latentes u ‘orcos’. No es de extrañar que semejante posición «antibélica» –junto a los llamamientos al desmembramiento arbitrario de Rusia y al castigo colectivo de los rusos por apoyar a Putin– resulte totalmente repulsiva para la mayoría de la clase trabajadora rusa.
Para una gran mayoría, el movimiento liberal está directamente asociado con la catástrofe económica de los años ‘90, y con la más absoluta venalidad y elitismo (en la última década, sólo Alexei Navalni ha podido, hasta cierto punto, escapar a esta asociación).
En la década de 1990, bajo la bandera y el liderazgo de estas fuerzas, que caminaban del brazo con el FMI, el Banco Mundial y el imperialismo estadounidense, tuvo lugar la colosal humillación y saqueo de toda la extensión de la antigua URSS. Estas fuerzas y sus representantes estaban dispuestos a justificar incondicionalmente los crímenes imperialistas más repugnantes y criminales del «mundo democrático occidental» (léase Estados Unidos y sus aliados) en relación con países como Yugoslavia. Y hoy, invitan al pueblo trabajador de Rusia a creer en la sinceridad de sus «pacíficas» intenciones.
Los representantes del liberalismo ruso han difundido durante décadas la retórica racista de que los rusos son un «pueblo con mentalidad de esclavos», mientras se lucraban con el saqueo y la venta de las riquezas del país que han adquirido gratuitamente y a cuya creación no han contribuido en absoluto. Y hoy invitan a los trabajadores rusos a confiar en la sinceridad de su retórica «anticorrupción».
Estos liberales ofrecen a los pueblos de la Rusia actual lo que ellos llaman «descolonización» (que no debe confundirse con la autodeterminación libre y genuina), mediante la cual redibujan las fronteras de los futuros estados burgueses según sus propias opiniones, sin mostrar el más mínimo interés por la opinión de los pueblos y grupos étnicos que viven dentro de los límites de estas «futuras fronteras».
La mayoría de los trabajadores rusos (independientemente de su origen étnico) son muy conscientes de que, tras el discurso de la «descolonización», se esconde el deseo de desmembrar la Federación Rusa para consumo de sus amos imperialistas occidentales y para saqueo de los capitalistas «propios». Toda la retórica «democrática» de estos señores sólo encubre el deseo de «continuar el banquete». ¿Por qué un pueblo tomado como rehén por un grupo de ladrones y saqueadores va a ponerse de repente en manos de otro grupo de ladrones y saqueadores, que sólo se diferencian por su fachada más «democrática»? No es necesario ser marxista para comprender la naturaleza reaccionaria de estas fuerzas.
Incluso los que odian al gobierno actual no pueden evitar escupir cuando miran al bando liberal, cuya propaganda –aparte de atribuir la responsabilidad colectiva de la guerra al pueblo de Rusia en su conjunto– no es más que la imagen especular de la propaganda del Kremlin. ¿Quién quiere elegir entre Satán y Belcebú?
Ser repelido por estos liberales, que son meras marionetas del imperialismo occidental, sólo puede describirse como una reacción saludable. Los revolucionarios deben comprender que es de la enorme reserva de la masa de trabajadores, que están políticamente indecisos o bien son «honestos defensores» que apoyan la guerra a pesar de Putin por todas las razones anteriormente mencionadas, de donde emana el potencial de cambios revolucionarios en el país.
¿Ven estas personas a sus verdaderos representantes en el régimen de Putin? No. Pero bajo la presión de la propaganda, sintiendo un rechazo claro e inequívoco por el imperialismo occidental, y sin una alternativa clara a estos dos males ante ellos, permanecen en silencio. Esto no es cobardía, ni una «mentalidad de esclavos», sino un reproche a todos aquellos viejos izquierdistas que han demostrado su incapacidad para proporcionar una alternativa política adecuada tanto a Putin como a la amenaza de esclavitud por parte del imperialismo extranjero.
La guerra y la izquierda rusa
«Desde el 24 de febrero…» – Esta frase se ha convertido en el indicador de las profundas divisiones que se han abierto en todas las fuerzas políticas de Rusia sobre su actitud ante la guerra y las perspectivas que de ella se derivan. La izquierda no es una excepción. Se ha dividido internamente en tres corrientes principales: la pro-liberal, la socialchovinista y la revolucionaria.
El núcleo del ala socialchovinista de la izquierda actual es el Partido Comunista de la Federación Rusa (KPRF) y, más concretamente, su dirección. Esta dirección, desde los primeros días de la guerra, ha utilizado manipuladoramente la retórica sobre la «lucha contra el fascismo». Ha adoptado una posición ultrapatriótica, negando directamente la naturaleza imperialista de la guerra por parte de la camarilla de Putin, refiriéndose a ella como una lucha de «liberación nacional». La dirección del mismo partido está preparando la purga a gran escala de todos aquellos miembros que han expresado abiertamente una posición contraria a la guerra. Así pues, los miembros del partido tienen ante sí una elección: ser expulsados o permanecer en silencio.
Siguiendo los pasos de su «hermano mayor» hay una serie de viejos partidos estalinistas, así como satélites del KPRF: el Partido Comunista Obrero Ruso (PCRO), el Partido Obrero de Rusia, el Partido Comunista Unido, el Frente de Izquierda y otros. Su posición difiere de la del KPRF sólo en los detalles y en el grado de locura y degradación. Como ilustración de esto último: desde el principio de la guerra, el PCRO se dirigió hacia una alianza política con representantes del abiertamente fascista Partido Nacional Bolchevique («Otra Rusia»).
La tendencia pro-liberal está representada por una serie de grupos políticos (principalmente sectarios y oportunistas) que, aunque formalmente se oponen a la guerra e incluso afirman reconocer la necesidad de la transformación socialista de la sociedad, en realidad se han unido a la rama del liberalismo ruso. Las posiciones que defienden en sus publicaciones sólo difieren en detalles de la propaganda del gobierno de Zelensky y de los gobiernos de varios Estados miembros de la OTAN. Pero esta tendencia es la más débil de todas y, de hecho, prácticamente invisible, ya que en su mayor parte muestra pocos signos de actividad en las luchas reales, prefiriendo escribir declaraciones altisonantes desde el extranjero, adonde ha huido una parte significativa del ya extremadamente reducido número de activistas de estos grupos.
La profunda crisis del movimiento comunista ruso tiene como telón de fondo el desarrollo relativamente sereno del sistema político en los años anteriores, y las numerosas tentaciones que esto ha creado para «negociar con las autoridades». Rusia –que hace poco más de cien años fue la cuna del bolchevismo y dio a la humanidad la indiscutible e inestimable experiencia de la URSS– no contiene hoy ni una sola organización de masas de izquierdas que se atreva a condenar directa y abiertamente la sangrienta aventura de Putin en Ucrania. Esta falta de un punto de atracción alternativo y de una perspectiva de clase antibélica desde la izquierda, distinta de la de los podridos liberales prooccidentales, es una causa suplementaria de la debilidad del movimiento antibélico.
Pero en las filas de las pequeñas organizaciones comunistas y de izquierdas activas, existen bastantes personas que demostraron estar dispuestas a levantar y defender la bandera del internacionalismo proletario. Cuanto más se intensifican las órdenes militares y la censura, más tajante debe ser la demarcación entre los internacionalistas comunistas y todas las fuerzas progresistas, y el nacionalismo rampante, contra el que debemos defender nuestras convicciones democráticas, socialistas y de clase.
Por último, el flanco revolucionario del movimiento –construido en torno al principio que puede describirse como «contra el régimen y los liberales; por una política de clase independiente y por la revolución»– sigue siendo pequeño, por ahora. Pero está en proceso de construir y consolidar sus fuerzas. Se han dado pasos importantes. En medio de esta guerra reaccionaria, los elementos comunistas genuinamente revolucionarios de la sociedad rusa están empezando a unirse y llevando a cabo un trabajo práctico en las condiciones de un régimen extremadamente brutal, rayano en la ley marcial general. Pero si es capaz de superar estas dificultades objetivas, tiene ante sí la perspectiva de convertirse en un polo de atracción, el único con una bandera realmente limpia, una vez que las masas superen la parálisis y la confusión provocadas por este conflicto y entren en la lucha.
Muchos se horrorizan y sienten pánico ante el futuro que se avecina, pero como comunistas revolucionarios miramos al futuro con optimismo, pues en este viejo mundo, nosotros y nuestra clase no tenemos nada que perder, salvo nuestras cadenas. Sí, todavía somos un factor relativamente pequeño, ¡pero esto sólo hace más urgente que construyamos la base de un partido revolucionario que sea capaz de llevar al proletariado ruso, junto con sus hermanos y hermanas de clase de todo el mundo, a la victoria!