«Es increíble!», exclamó la Dra. Erica Nelson, coautora de un artículo sobre una colección de manchas rojas y borrosas de luz de galaxias distantes captadas por el Telescopio Espacial James Webb (JWST): «Estas galaxias no deberían haber tenido tiempo de formarse.» Y, sin embargo, ¡ahí están! Galaxias masivas, maduras, insolentes, que brillan intensamente, ignorando por completo el hecho de que la teoría del Big Bang dice que no pueden existir.
Un nuevo artículo ha identificado seis de ellas en una pequeña porción del cielo en la constelación de la Osa Mayor. Dondequiera que elijamos mirar, inevitablemente encontraremos innumerables más. Se ven como eran 500 millones de años después del supuesto origen del universo, es decir, si aceptamos el modelo estándar de la cosmología del Big Bang. Y, sin embargo, estas galaxias son tan masivas y maduras como nuestra propia Vía Láctea. Simplemente no hay forma de que se hayan formado en el tiempo que les asigna la teoría establecida.
Si tales galaxias no pueden formarse en un marco de tiempo tan ajustado, entonces presumiblemente es el marco de tiempo y no las galaxias mismas las que están equivocadas. Así que este debe ser el final de la teoría del Big Bang, ¿verdad? ¡Error! En palabras de Joel Lega, coautor del artículo antes mencionado: “Resulta que encontramos algo tan inesperado que en realidad crea problemas para la ciencia. Pone en duda toda la imagen de la formación temprana de galaxias”.
Si bien estos datos del JWST son lo más cercano que podemos obtener sobre la evidencia concluyente que demuestra que el universo no se creó en un Big Bang hace 13.800 millones de años, algunos astrónomos líderes en el campo ahora creen que debemos idear mecanismos para hacer que las galaxias se formen a absurdas velocidades no físicas.
Al escuchar a astrónomos muy estimados sacar tales conclusiones sobre la necesidad de salvar el Big Bang de la evidencia empírica, nos sorprenden ciertos paralelismos entre la situación actual de la cosmología y la ciencia geológica en el siglo XVII.
Cómo exprimir una edad geológica en solo seis días
El esfuerzo científico colectivo de la humanidad nos ha permitido saltar del Sputnik I al Hubble en apenas 30 años, y del Hubble al James Webb en otro breve espacio de 30 años. Es un autoengaño común creer que estamos por encima de las generaciones anteriores tanto filosófica como tecnológicamente. Que, ante la evidencia empírica, la mente científica moderna nunca caería en las mismas trampas que en generaciones anteriores. La historia de la ciencia, por desgracia, cuenta una historia diferente.
Por ejemplo, en el siglo XVII, la ciencia de la geología, como la astronomía actual, vivió una fase de rápida acumulación de nuevos datos de observación. Nicholas Steno, un científico danés, observó que algunas rocas que se encuentran en las laderas de las montañas tenían una forma idéntica a los dientes de los tiburones modernos. ¿Cómo era posible que los tiburones hubieran perdido los dientes en las laderas de las montañas? Mientras tanto, extraños huesos mineralizados aparecían en profundas canteras de piedra caliza: fósiles de animales muertos hace mucho tiempo, diferentes a todo lo que camina actualmente en la Tierra.
En sus observaciones de afloramientos rocosos, Steno también observó una clara estratificación. Claramente, cada estrato se había construido, capa sobre capa, en sucesión cronológica.
Las observaciones de Steno sugirieron que la Tierra tenía una historia mucho más rica de lo que se sospechaba hasta entonces. Aparecían marcadas diferencias en ciertos puntos de la roca: algunas capas sugerían que alguna vez había habido bosques frondosos, otras indicaban condiciones desérticas, otras lechos de ríos que se secaron hace mucho tiempo. Y dentro de esas capas, fósiles únicos que apuntaban a ecosistemas completos.
¿Cómo podría encajarse esta rica historia en el breve espacio de tiempo dictado por el Libro del Génesis? Ese era el problema al que se enfrentaban los geólogos. Es un problema no muy diferente al planteado antes de la cosmología cuando profundizamos en nuestro universo local y su historia y encontramos galaxias que «rompen el universo», al igual que Steno indagó en los estratos de la Tierra y encontró dientes de tiburón.
Sin embargo, el pensamiento humano es conservador por naturaleza, y la historia de la Creación del Génesis no cedió instantáneamente ante la nueva evidencia, sino que se ajustó la realidad a la teoría. Se invocaron catástrofes que podrían haber dejado enormes cantidades de historia en poco tiempo: impactos de meteoritos, grandes inundaciones de Noé provocadas por el paso de la Tierra a través de colas de cometas, etc. Estos fueron los orígenes del ‘catastrofismo’, una teoría de cataclismos de creación y reconstrucción de nuestro planeta.
El núcleo racional del catastrofismo
Sobre la base de hipótesis falsas, se ha desarrollado una gran cantidad de ciencia excelente. Muchas teorías falsas contienen un núcleo racional que exige ser separado de su cáscara falsa e irracional.
Así sucedió con el catastrofismo, que fue el imán teórico de una gran escuela geológica en Francia. Y aunque la visión catastrofista finalmente se vio obligada a ceder ante el imparable avance de la ciencia empírica, hoy se reconoce que la Tierra ha vivido muchos episodios de cambios catastróficos. Estos períodos no sólo no están en contradicción con la existencia de otras épocas de cambios lentos y graduales, sino que estas últimas sentaron las bases de las primeras, y viceversa.
Por supuesto, toda analogía tiene sus límites, y no hace falta decir que la cosmología no es geología. Sin embargo, así como lo que era valioso en el catastrofismo se conserva en la geología moderna, todo lo que tiene valor en la cosmología actual encontrará su lugar en una comprensión superior de nuestro universo local.
La idea de períodos rápidos de formación de estructuras; de uno o muchos ‘Big Bangs’ en el sentido de fases de rápida expansión de partes del universo, puede informar de manera muy valiosa nuestra comprensión del universo mucho después de que se haya abandonado el ‘modelo estándar’ de la cosmología del Big Bang.
Pero estamos convencidos de que el lado irracional de la teoría –la noción idealista de un origen del universo; de un momento de creación de materia, espacio y tiempo; y todos los parches matemáticos absurdos que mantienen la teoría en marcha, todo eso se verá obligado a ceder bajo el peso de la evidencia observacional, y los científicos reconocerán una vez más que el universo es infinito y eterno, y que la materia no puede ser creada ni destruida.