El asesinato de Nahel M (un joven franco-argelino de 17 años) a manos de un policía en Nanterre el martes por la mañana ha desatado una poderosa ola de indignación y rabia en todo el país. Los disturbios y las violentas protestas han sacudido París durante dos noches seguidas, donde se ha informado de que se han desplegado 2.000 efectivos de seguridad. Las protestas se extienden ahora más allá de la capital.
El vídeo del incidente ilustra claramente lo sucedido: el policía asesinó deliberadamente al joven, que no amenazaba a nadie. Recibió un disparo en el pecho y los médicos no consiguieron reanimarlo. Este tipo de sucesos no son inusuales: sólo el año pasado se produjeron 13 asesinatos policiales de este tipo tras controles de tráfico rutinarios.
Sin saber que había sido filmado, el policía trató de alegar que Nahel le amenazaba de muerte. Esta es la estrategia habitual de los policías que cometen este tipo de «accidentes»: mienten, confiados en la complicidad de las instituciones policiales y judiciales.
Pero el vídeo no miente. Es una piedra en el zapato para el Estado, un pedazo de cruda verdad que ridiculiza argumentos como la «presunción de inocencia», que los periodistas reaccionarios han estado esgrimiendo durante los dos últimos días.
Todo el mundo comprende que, sin este vídeo, probablemente no se habrían cuestionado las afirmaciones del agente de policía, y que, a falta de vídeos, muchos asesinatos perpetrados por agentes de policía en circunstancias similares han quedado sepultados bajo un montón de mentiras y silencio cómplice.
Temiendo que se repitieran los disturbios de 2005, desencadenados por la muerte de dos jóvenes que murieron electrocutados tras ser perseguidos por la policía hasta una central eléctrica, el gobierno se declaró «conmocionado» por el vídeo, prometió que se haría justicia e hizo un llamamiento a la «calma».
En vano. El martes por la noche estallaron enfrentamientos entre cientos de jóvenes y la policía en Nanterre y otras ciudades de los suburbios de París. El miércoles por la noche, los enfrentamientos se habían extendido a muchas ciudades, no sólo de la periferia de París, sino de todo el país.
Sistema asesino
Los disturbios podrían extenderse en los próximos días. El asesinato de Nahel no es ni mucho menos la única causa de la ira popular. Pero está sirviendo como catalizador, una chispa que ha encendido enormes reservas de material explosivo que se han ido acumulando a lo largo de los años mediante la humillación, la discriminación, la estigmatización, el racismo de Estado, la violencia policial, el desempleo y la miseria de todo tipo.
Como en 2005, el gobierno y sus medios de comunicación derraman lágrimas de cocodrilo sobre los coches y autobuses quemados. Ven en ello una oportunidad para movilizar a la opinión pública contra los jóvenes alborotadores, sometidos a una intensa represión policial. Es probable que los jóvenes detenidos reciban duras condenas para «dar ejemplo». La derecha y la extrema derecha intentarán sacar rédito político de la situación, en nombre del «orden», de la «seguridad» e incluso, por supuesto, de la «República» (burguesa).
En este contexto, la izquierda y el movimiento sindical no deben limitarse al papel de observadores y comentaristas. Hay que dar a los acontecimientos un claro contenido de clase. Las organizaciones del movimiento obrero deben hacer todo lo posible para movilizar a todos los jóvenes y trabajadores en una lucha masiva contra el Estado burgués, contra el gobierno y contra la represión policial y judicial contra la juventud.
Hay que organizar manifestaciones y concentraciones masivas en los barrios obreros para dar a esta revuelta juvenil la expresión más organizada, consciente y eficaz posible. Esto permitiría a toda la población de estos barrios -y no sólo a los jóvenes- participar en el movimiento. Al mismo tiempo, desenmascararía a los políticos reaccionarios que insisten en la «violencia» de los alborotadores y tratan de poner a la opinión pública en su contra.
Hay que establecer, explicar y recalcar la relación entre el acoso policial a los jóvenes de los barrios más pobres y la política antipopular del gobierno.
Desde enero, millones de personas se movilizan contra la política del gobierno. El gobierno y la policía son dos aspectos del mismo problema, del mismo sistema de explotación y opresión, de la misma dominación de una clase de parásitos ricos sobre la inmensa mayoría de la población.
Es esta clase capitalista la que siembra la miseria, el paro y el caos. Es esta misma clase la que controla el aparato del Estado, la policía y las instituciones judiciales. Es también esta clase la que posee y controla los grandes medios de comunicación, una de cuyas misiones centrales es vomitar constantemente propaganda racista, bajo cualquier pretexto.
Es, pues, contra esta clase y su sistema -el sistema capitalista- contra los que el movimiento obrero debe esforzarse por dirigir la cólera que estalla, una vez más, entre los jóvenes más oprimidos del país. No cabe duda de que si el movimiento obrero habla con un lenguaje revolucionario a estos jóvenes, responderán con entusiasmo y energía.