Los datos recientes han causado alarma entre la clase dominante, lo que sugiere que la inflación se ha afianzado. En respuesta, los bancos centrales buscan provocar una recesión con la esperanza de sofocar las subidas de precios. La única solución es la revolución socialista.

«La batalla de los bancos centrales contra la inflación entra en una nueva fase de ‘dolor'», este titular reciente resume la posición del Financial Times – un vocero burgués normalmente conocido más por su seriedad y sobriedad que por su sadismo.

No es el único que augura tiempos difíciles. En la revista The Economist se podía leer: “Bajar los precios altos va a doler… mucho”.

Otros comentaristas capitalistas parecen estar verdaderamente disfrutando de la perspectiva.

“La próxima etapa de mejora de las cifras de inflación será más difícil”, dijo Carl Riccadonna, economista jefe para Estados Unidos de BNP Paribas. “Requiere más dolor, y ese dolor probablemente implica una recesión en la segunda mitad del año”.

Pánico

Todas estas evaluaciones se produjeron a raíz de los últimos anuncios sobre inflación y tipos de interés.

La clase dominante, inicialmente optimista cuando reapareció el espectro de la inflación hace un par de años, ahora está temblando, ya que frenar las subidas de precios resulta ser más complicado de lo esperado.

Aunque las cifras generales de inflación están cayendo en Estados Unidos y Europa, la inflación subyacente, la que permanece cuando se eliminan artículos particularmente volátiles como alimentos, combustibles y energía, sigue siendo elevada.

Para EE. UU., la inflación subyacente se ha estancado en torno al 4,7 % durante los últimos seis meses. En la eurozona, ronda el 5%. En mayo, ambas economías registraron una tasa del 5,3%.

Mientras tanto, Gran Bretaña es un líder mundial, pero en nada de lo que estar orgulloso. Las estimaciones oficiales para mayo, publicadas la semana pasada, indicaron una inflación del IPC del 8,7%, igual que el mes anterior. Aún más preocupante, la inflación subyacente del Reino Unido subió del 6,8% al 7,1%.

Recesión

Tanto para la clase dominante como para la clase trabajadora, estas cifras son alarmantes. Revelan que la inflación se ha arraigado y claramente no es ‘transitoria’ o ‘temporal’, como los economistas burgueses afirmaban con arrogancia en 2021.

Peor aún, los precios obstinadamente altos demuestran cuán impotentes son los bancos centrales cuando se trata de vencer la amenaza de la inflación.

La única arma que tienen en su arsenal son las tasas de interés. Pero este instrumento ha sido relativamente eficaz, as ser incapaz de reducir la inflación sin infligir daño al tejido circundante de la economía en general. De ahí las advertencias actuales de ‘dolor’ y más ‘dolor’ en el futuro.

La clase dominante esperaba lograr el llamado ‘aterrizaje suave’: reducir la inflación, a un nivel objetivo del 2%, sin colapsar la economía. Pero con los precios aún en alza, a pesar de las repetidas subidas de tipos de interés por parte de los bancos centrales durante los últimos 18 meses aproximadamente, está claro para todos que es un sueño imposible, y siempre lo fue.

“La única forma de reducir la inflación al 2%”, afirmó Torsten Slok, economista jefe de Apollo Global Management, “es aplastar la demanda y desacelerar la economía de una manera más sustancial”.

“Algo tiene que cambiar, radicalmente y pronto”, declaró Martin Wolf en el Financial Times, hablando en nombre de los estrategas del capital. “La cuestión no es si habrá una recesión; sino más bien si necesitamos una, para detener la espiral.”

«Me guste o no (a mí ciertamente no)», concluye Wolf, «la economía no volverá al 2% de inflación sin una fuerte desaceleración y un mayor desempleo».

El objetivo declarado de la clase capitalista y sus representantes, en otras palabras, es provocar conscientemente una recesión, para ‘enfriar’ la economía elevando el desempleo y bajando los salarios.

En resumen, al no poder controlar la situación, la clase dominante está pidiendo a los trabajadores que paguen por esta crisis, a través de recortes de empleos y salarios.

Anarquía

Pero ¿por qué la inflación es tan persistente? ¿Por qué las subidas de tipos de interés, al restringir la oferta monetaria, no han sofocado los aumentos de precios hasta ahora?

El problema que enfrenta la clase dominante es que la inflación es una hidra de muchas cabezas. Lo que no pueden entender o aceptar es que es un síntoma de la anarquía del sistema capitalista.

Un ala de la economía burguesa, los monetaristas, dicen que la inflación es simplemente un ‘fenómeno monetario’; un producto de ‘demasiado dinero persiguiendo muy pocos bienes’.

La otra ala, los keynesianos, dicen que es una señal de ‘sobrecalentamiento’ de la economía; de demanda efectiva superior a la capacidad productiva de la sociedad.

En cualquier caso, la amarga medicina que proponen ambos campos es la misma: succionar la demanda de la economía, a través de políticas de austeridad deflacionarias y acceso restringido al crédito.

El ‘exceso de demanda’ ciertamente es un factor detrás de la actual crisis de inflación. Sin embargo, esto no es el resultado de las demandas salariales ‘irrazonables’ de los trabajadores, como el establishment y su propaganda sugieren persistentemente con advertencias de una ‘espiral de salarios y precios’.

Más bien, es el resultado de la enorme inundación de capital ficticio que la clase dominante liberó en la economía mundial en respuesta a la pandemia, en forma de estímulo y apoyo estatal, diseñado para salvar su sistema.

Presiones

Hay también otros elementos en esta ecuación.

Los cuellos de botella continúan interrumpiendo las cadenas de suministro – sobre todo en términos de la escasez de mano de obra. Las consecuencias de la guerra de Ucrania han paralizado la producción y elevado los costos, al igual que el cambio climático. El gasto en defensa, el envejecimiento de la población y las inversiones en medidas de mitigación y adaptación al cambio climático imponen una carga adicional a los recursos económicos de la sociedad, y la financiación del déficit tapa cualquier agujero en los presupuestos gubernamentales.

Mientras tanto, el aumento del proteccionismo y el nacionalismo económico se traducen en aranceles, barreras comerciales y una disminución general de la eficiencia. Durante todo un período, la globalización ayudó a reducir los costos de producción. Pero ahora esto va a la inversa.

Todos estos factores se suman a las presiones inflacionarias en la economía, haciendo subir los precios.

Bajo el capitalismo, donde la producción es de propiedad privada y la economía opera de acuerdo con las leyes del mercado, la clase dominante tiene poco control sobre estas variables.

Además, las decisiones políticas que se están adoptando están echando leña al fuego: sosteniendo la producción; perpetuando el conflicto en Ucrania; y pidiendo mayor gasto militar, nada menos.

Esto explica por qué la clase dominante ahora se ve obligada a subir aún más los tipos de interés. La única palanca sobre la que tienen un control real es la oferta monetaria, e incluso ahí, solo indirectamente. Y cuanto más empujan los precios hacia arriba otras presiones, más fuerte deben tirar hacia abajo de esta manija solitaria para controlar la inflación.

Sin embargo, al hacerlo, corren el riesgo, casi certero, de llevar a la economía a un pozo profundo. Tal es la locura del capitalismo.

Vulnerabilidad

No es casualidad que Gran Bretaña sea el paciente más enfermo de la sala en lo que respecta a la inflación. La economía del Reino Unido es particularmente vulnerable en la situación descrita anteriormente, y mucho.

Gran Bretaña se ve más afectada que la mayoría por las fluctuaciones en los precios de la gasolina, por ejemplo, como resultado de décadas de falta de inversión en fuentes de energía alternativas e infraestructura.

El país también se ha visto más afectado por la escasez de mano de obra, con una éxodo de la fuerza laboral debido al agotamiento, enfermedades crónicas y una epidemia de problemas de salud mental; y con un sistema de salud dilapidado y sobrecargado que es incapaz de ofrecer tratamiento a los trabajadores que lo necesiten.

Mientras tanto, las fronteras y los bloqueos relacionados con el Brexit han aumentado los costos del comercio para las empresas del Reino Unido, el mayor acto de autolesión económica que cualquier gobierno capitalista jamás se haya infligido a sí mismo.

Al mismo tiempo, Gran Bretaña casi encabeza las tablas en lo que respecta al volumen de capital ficticio que gira en torno a la economía, como resultado de los repetidos rescates y dádivas del Estado a los bancos y empresarios. Así se explica en The Economist:

“Gran Bretaña se destaca por el estímulo que le dio a la economía en la pandemia y luego, el año pasado, durante la crisis energética… Solo Estados Unidos repartió un estímulo mayor. Gran Bretaña gastó mucho más que sus homólogos: alrededor del 23,1% del ingreso nacional, mucho más, por ejemplo, que el 13,3% en Francia”.

Esto es lo que realmente significa la ‘crisis especial’ del capitalismo británico: las crisis y contradicciones generales del capitalismo reflejándose en una época de decadencia imperialista; en un poder en declive, cuyo cénit ha pasado hace mucho tiempo.

Los problemas en Gran Bretaña, en otras palabras, son simplemente la expresión más aguda de la crisis global del capitalismo. El sistema se está rompiendo por su eslabón más débil.

Divisiones

La clase dominante está dividida en cuanto al plan de acción.

El ala dominante está decidida a acabar con la inflación, sin importar el costo. A la larga, los precios erráticos socavan la salud del capitalismo en su conjunto. El mercado se basa en las señales de precios para dirigir el capital hacia las mayores ganancias; asignar recursos; y para garantizar que los activos conserven su valor.

La inflación constantemente alta frustra esta dinámica, jugando con las fuerzas del mercado y redistribuyendo arbitrariamente la riqueza de los acreedores a los deudores.

Además de suponer mayor inestabilidad en el sistema financiero, la inflación también alimenta la inestabilidad social y política: como el tsunami de huelgas vivido en Gran Bretaña, Francia y otros lugares; o los movimientos insurreccionales en Sri Lanka, Líbano y otros países super explotados.

Para la clase dominante británica, en particular, la cuestión de controlar la inflación se plantea de forma aún más aguda. El capitalismo británico ya se considera un caso perdido. Las excentricidades de los lunáticos conservadores pro-Brexit, en particular, la “señora iceberg” Liz Truss – no han hecho nada para inspirar confianza en los mercados.

Dejar que la inflación se dispare, por lo tanto, hundiría aún más al capitalismo británico en su agujero, como subraya Martin Wolf en el Financial Times:

“Si un país abandona su promesa solemne de estabilizar el valor de la moneda tan pronto como sea difícil de cumplir, también se deben devaluar otros compromisos. En casa y en el extranjero, muchos concluirán que el Reino Unido es incapaz de cumplir sus promesas cuando las cosas se ponen difíciles. Eso es lo que sucedió, en un grado significativo, en el transcurso de la década de 1970: el Reino Unido se convirtió en un hazmerreir. Repetir esto, particularmente después del Brexit, sería una locura imperdonable, posiblemente incluso incurable”.

Daños

Es por esto por lo que el Banco de Inglaterra y el gobierno Tory están presentando un frente unido, comprometiéndose a administrar el dolor conjuntamente.

El primer ministro Rishi Sunak, por ejemplo, ha hecho caso omiso de las recomendaciones del organismo público de revisión de salarios ‘independiente’ del gobierno, afirmando categóricamente que los maestros y médicos en huelga no recibirán aumentos salariales por encima de la inflación.

Repitiendo el falso mantra sobre los peligros de una espiral de precios y salarios, el primer ministro conservador comentó que los aumentos salariales en términos reales para los trabajadores del sector público serían “dar con una mano y… tomar con la otra a través de una mayor inflación”.

El Banco de Inglaterra, por su parte, con el pleno apoyo de Hacienda, elevó los tipos de interés en otros 0,5 puntos porcentuales la semana pasada, al 5%, al tiempo que anunciaba nuevos aumentos de tipos en el futuro.

Esto no solo podría acabar con las pequeñas empresas en apuros, sino que también podría empujar a miles de propietarios endeudados a la bancarrota, estrellando el mercado inmobiliario en el proceso. Se asestará un duro golpe a las capas medias, en otras palabras.

Según algunas estimaciones, los tipos de interés del Banco de Inglaterra podrían alcanzar un máximo del 6,25 %, el nivel más alto desde 1998. A su vez, se prevé que los precios de la vivienda caigan alrededor del 10 %.

Sin embargo, los representantes de la clase dominante se mantienen firmes en reducir la inflación, sin importar los daños colaterales. Sin dolor no hay ganancia.

Turbulencias

Otro sector de la clase dominante está preocupado por el nivel de sufrimiento que se requerirá para estabilizar los precios, no por una preocupación genuina por los trabajadores y las familias de a pie, sino por las explosiones sociales que esto podría provocar.

Del mismo modo, tras asistir a la turbulencia ya generada en el sistema bancario por las recientes subidas de tipos de interés, preocupa la inestabilidad que podrían provocar nuevas subidas de tipos.

Algunos comentaristas burgueses, por lo tanto, están hablando de relajar los objetivos de inflación y aceptar una nueva tasa de aumento de precios permanentemente más alta. Como explicabaThe Economist:

“Los que fijan las tasas podrían, a través de tipos de interés mega altos, destruir suficiente demanda en otras partes de la economía para reducir la inflación al 2%. Pero con tantos factores estructurales que elevan los precios, argumentan los escépticos, esto implicaría infligir un nivel políticamente inaceptable de daño económico 

“El mundo puede haber entrado así en un régimen en el que los bancos centrales hablan de boquilla sobre sus objetivos de inflación, pero evitan medidas lo suficientemente severas como para cumplirlos. En otras palabras, el 4% puede ser el nuevo 2%”. (Énfasis nuestro.)

Para la clase obrera ninguna de estas sugerencias ofrece solución alguna. Si la inflación sigue aumentando, significará la muerte por estrangulamiento lento, a través de ataques en términos reales a los salarios y los ingresos. Detener la inflación, por su parte, significa la muerte por mil cortes.

Un ala “demagoga” de la burguesía, reconociendo la creciente frustración por la crisis del coste de la vida, ha comenzado a denunciar la especulación de las grandes empresas, afirmando que está causando ‘greedflation’ [o inflación de la codicia. NdE].

En Gran Bretaña, por ejemplo, un sector de los Tories ha estado presionando para aplicar controles de precios en productos básicos de la cesta de la compra. De manera similar, Sunak ha introducido un impuesto extraordinario sobre los monopolios de combustibles fósiles y sus ganancias.

Los reformistas de izquierda han criticado la forma de estas medidas, pero no su contenido real.

Sobre todo, lo que no logran explicar es que la inflación, el aumento del costo de vida y la especulación no son la enfermedad real, sino un síntoma de la enfermedad genuina: el sistema de ganancias. Y todas estas propuestas son poco más que un intento de curar el cáncer con una aspirina.

Revolución

Los economistas burgueses, tanto monetaristas como keynesianos, intentan decirnos que la inflación es un signo de escasez; que estamos viviendo por encima de nuestras posibilidades y que todos debemos apretarnos el cinturón.

En realidad, existen los recursos en la sociedad para abordar todas las presiones que están elevando los precios: desde la crisis energética hasta la catástrofe climática, los cambios demográficos y más.

Tenemos la capacidad, la ciencia y la tecnología para resolver todas estas preguntas. Pero hacerlo requiere un plan de producción socialista racional, en lugar del caos del capitalismo y la anarquía del mercado.

De manera similar, el Estado-nación, creación del capitalismo, se erige como una barrera en el camino para abordar los múltiples problemas que enfrenta la humanidad. En lugar de cooperación, vemos competencia por los mercados, lo que lleva a la guerra, el proteccionismo y los desastres climáticos.

En el fondo, por lo tanto, el flagelo de la inflación no es una cuestión de escasez o consumo excesivo, sino que es un reflejo más del callejón sin salida del sistema capitalista; de la incapacidad del capitalismo para desarrollar y utilizar las inmensas fuerzas productivas que ha conjurado.

La persistencia de la inflación muestra que la clase capitalista no tiene ningún control sobre su sistema, ni ninguna comprensión del mismo.

Igualmente puede decirse de los líderes reformistas del movimiento obrero, que esperan -en vano- que los precios se estabilicen y regrese la paz social. Pero se llevarán una desagradable sorpresa.

En lugar de buscar reparar este sistema quebrado, debemos luchar por la revolución. Esta es la única solución a la crisis que se cierne sobre la clase trabajadora, en Gran Bretaña y en el mundo.