La amenaza de la extrema derecha ha vuelto a asomar su feo rostro y a enseñar sus dientes esta última semana.
Inmigrantes y musulmanes han sido el blanco de una oleada de disturbios y ataques xenófobos en toda Gran Bretaña. El movimiento obrero debe movilizar a trabajadores y jóvenes para hacer frente a esta amenaza.
Este último estallido de violencia racista fue provocado por un apuñalamiento en Southport el lunes 29 de julio, en el que tres niñas murieron y muchas más resultaron heridas en un trágico ataque en una clase de baile para niños.
Rápidamente se difundieron falsos rumores sobre la identidad del culpable, y derechistas oportunistas azuzaron la islamofobia, en Internet y en las calles.
Grupos fascistas como la Liga de Defensa Inglesa (EDL) y Alternativa Patriótica (PA) encabezaron la movilización, reuniendo a sus matones para aterrorizar a la comunidad musulmana de Southport y asediar la mezquita local.
Turbas similares se congregaron más tarde en localidades como Hartlepool y Aldershot, y en ciudades como Manchester. El miércoles incluso se reunió una multitud frente a Downing Street, donde más de 110 fueron detenidos.
En todos estos casos, las acciones de la extrema derecha se han dirigido contra alojamientos para solicitantes de asilo y mezquitas. Los cánticos de «detener los barcos» y «queremos nuestro país de vuelta» han dominado estas llamadas “protestas”.
Según los informes, este fin de semana están previstas otras 25 “protestas” de extrema derecha, a las que se responderá con contra protestas.
Las comunidades musulmanas -en estas zonas y en todo el país- temen la amenaza que suponen estos desmanes reaccionarios. Y trabajadores y jóvenes de todas las procedencias quieren saber qué hacer para protegerse de estos perniciosos pogromos, y para mostrar una auténtica solidaridad con quienes están en peligro.
La amenaza es muy real. Pero no se puede confiar en la policía ni en el gobierno de Starmer para detenerles. Ni mucho menos. Todos los principales partidos han estado compitiendo entre sí para demostrar lo duros que son contra los inmigrantes. Todo el podrido “establishment” es responsable de crear este infierno. No podemos llamar a los pirómanos para que apaguen su propio incendio.
En su lugar, los trabajadores y los jóvenes deben confiar únicamente en su propia fuerza. La clase obrera, organizada y movilizada, debe apagar estos incendios antes de que sigan propagándose.
Una llamada de atención
Los acontecimientos de esta semana deberían ser una llamada de atención a las filas del movimiento obrero y sindical.
Los elementos fascistas están desbocados en nuestras calles, intentando atormentar, intimidar y, en algunos casos, dañar físicamente a inmigrantes y musulmanes. Pero la respuesta de los dirigentes de la «izquierda» y del movimiento obrero, hasta ahora, ha sido extremadamente tímida. Y la debilidad sólo invita a la agresión.
Por supuesto, debemos mantener un sentido de la proporción, y resaltar la verdadera magnitud de las fuerzas de la reacción.
Estas bandas aún son pequeñas. Sus manifestaciones están lejos de ser protestas masivas. En la mayoría de los casos, estos vándalos vienen en autobús de otras zonas y no representan a las comunidades de la clase trabajadora que pretenden «defender».
Dada la correlación de fuerzas entre las clases, no hay ninguna perspectiva de que el fascismo llegue al poder en un futuro próximo, ni en Gran Bretaña, ni en Francia, ni en Estados Unidos.
Eso no significa, sin embargo, que estas movilizaciones de extrema derecha deban tratarse con complacencia. Constituyen una amenaza real para aquellos a quienes van dirigidas. Y si se dejan supurar, con figuras demagógicas como Nigel Farage, Tommy Robinson y Andrew Tate avivando las llamas, este peligro puede crecer y fortalecerse.
Los disturbios de los últimos días en Gran Bretaña no son los primeros de este tipo. Una violencia similar estalló en Merseyside el año pasado, en febrero de 2023, cuando activistas de extrema derecha atacaron un hotel en Knowsley, que se utilizaba para alojar temporalmente a refugiados. Unos meses más tarde, en Llanelli, al sur de Gales, se produjeron protestas contra los solicitantes de asilo.
A lo largo de los años, la llamada Liga de Defensa Inglesa y otros grupos de este tipo han irrumpido con regularidad en las calles británicas, aprovechando cualquier oportunidad para propagar su bilis tóxica y el miedo.
Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que, a menos que el movimiento obrero se organice y se enfrente a la extrema derecha, no será la última vez que veamos escenas como las que han ocurrido en Southport y Hartlepool.
Enfoque de clase
La verdad es que esta amenaza podría combatirse y extinguirse fácilmente. Pero para ello se necesitan métodos audaces, basados en la movilización de masas, la lucha de clases y reivindicaciones de clase claras.
Los llamamientos moralistas a la «paz» y la «unidad», como es el desafortunado lenguaje de los dirigentes del movimiento obrero y campañas como Luchar contra el racismo Stand Up to Racism, no nos llevarán a ninguna parte.
Tampoco podemos confiar en que el Estado burgués proteja a los grupos minoritarios de la violencia de extrema derecha. Por desgracia, por ejemplo, una figura destacada de SUTR ha comentado que sería «genial» ver más policía en las calles durante el fin de semana.
Este planteamiento es profundamente erróneo. Como hemos visto innumerables veces en los últimos años, la policía -los «cuerpos de hombres armados» del Estado capitalista- es de por sí racista, sexista y abusiva hasta la médula.
Es más, el gobierno de Starmer intentará explotar estos últimos disturbios para seguir reforzando los poderes de la policía y restringiendo nuestros derechos democráticos.
La única fuerza en la que la clase trabajadora y los jóvenes pueden confiar para aplastar a la extrema derecha son ellos mismos.
Polarización
El hecho de que vimos tres pequeños disturbios en la última semana demuestra la inmensa inestabilidad de la sociedad británica.
Si a esto le sumamos los disturbios de Harehills, ocurridos menos de dos semanas antes, y los de Cardiff, el año pasado, surge una imagen de enorme tensión y estrés que se acumulan en la sociedad.
Aunque la naturaleza de los disturbios de Harehills y Ely fue muy diferente, vimos escenas similares con batallas campales, proyectiles lanzados al aire y furgones policiales incendiados.
Estas cosas no ocurren en tiempos «normales». Estos sucesos son producto de la completa alienación del statu quo que sienten millones de personas.
Los periodistas y políticos liberales, incluido el Primer Ministro, rápidamente han señalado a la desinformación de las redes sociales -e incluso a la inteligencia artificial- como la causa detrás de estos disturbios. Estas señoras y señores están completamente alejados de la realidad, y no entienden absolutamente nada.
Tenemos que decir claramente que los disturbios anti inmigrantes y antimusulmanes han sido fomentados por años de retórica racista e intolerante por parte de políticos de la clase dirigente «dominante» como Boris Johnson y Suella Braverman, a quienes ahora se les ha unido Starmer.
A esto hay que añadir el hecho de que capas enteras de la población se han visto abocadas a la desesperación por décadas de austeridad, desindustrialización y abandono.
No es casualidad que los primeros disturbios se produjeron en Merseyside y Teesside, que en las últimas décadas han pasado de ser núcleos industriales a páramos deprimidos.
Para muchos, lo mejor que pueden esperar es un trabajo en el almacén local de Amazon o en una tienda de deporte, si tienen suerte. Los clubes juveniles, los centros comunitarios y los pubs han cerrado. El corazón de la comunidad parece haber sido arrancado. La gente no tiene esperanza en el futuro.
Este estado de ánimo de profunda desafección, y un colapso en el apoyo al statu quo, ha sido una característica impulsora de la política durante más de una década, tanto en Gran Bretaña como a nivel internacional.
Esta creciente ira contra el “establishment” se ha expresado parcialmente de diversas formas, tanto en la izquierda como en la derecha: el movimiento independentista escocés, el movimiento de Jeremy Corbyn, el referéndum del Brexit, el trumpismo en Estados Unidos, Le Pen en Francia, el movimiento palestino global, etcétera.
Los últimos disturbios y revueltas no son más que una forma amplificada del mismo proceso subyacente: la putrefacta decadencia del capitalismo británico, la ira contra el “establishment” liberal y la consiguiente polarización de la sociedad.
La gente busca una salida a la crisis. Dada la falta de dirección real, esto conducirá a violentas oscilaciones tanto a la izquierda como a la derecha en el próximo periodo. No se puede volver a la política centrista «sensata» de antaño, como les gustaría a muchos políticos de la corriente dominante.
A falta de dirección decidida en la izquierda para dirigir esta ira contra la clase dominante y el sistema capitalista en su conjunto, este estado de ánimo de desesperanza y desesperación proporciona un terreno fértil para que arraigue la demagogia de extrema derecha.
Los conservadores, los medios de comunicación patronales y también los laboristas han azuzado interminables guerras culturales para dividir a la clase trabajadora y desviar la culpa de la crisis del capitalismo. Esto ha alimentado aún más la amenaza de la extrema derecha.
Las figuras del “establishment” pueden retorcerse las manos y señalar con el dedo todo lo que quieran. El hecho es que la culpa de esta violencia y malestar recae directamente en su sistema.
Los laboristas de Starmer serán totalmente incapaces de resolver ninguno de los problemas a los que se enfrenta la gente corriente. Su gobierno sólo desacreditará aún más a la clase dirigente. Esto alimentará a la extrema derecha, y permitirá a figuras como Farage y Tommy Robinson presentarse como la «verdadera» oposición anti-“establishment”
Hay aquí una advertencia para la izquierda. Si no es capaz de articular un programa revolucionario anti-“establishment” , el creciente sentimiento de ira contra el sistema será capitalizado por la extrema derecha, con consecuencias extremadamente peligrosas.
Aplastar a la extrema derecha
Para muchos inmigrantes y comunidades musulmanas de Gran Bretaña, la perspectiva de violencia en los próximos días y semanas será motivo de auténtico temor.
Las minorías étnicas, los refugiados y los musulmanes se enfrentan a una xenofobia e islamofobia constantes por parte de la clase dirigente y la prensa de derechas. Se enfrentan a ataques regulares de la policía y a la represión del Estado por participar en el movimiento palestino. Y ahora están siendo agredidos físicamente por matones de extrema derecha.
Muchos jóvenes de estas comunidades no esperan que el Estado les proteja. Por tanto, es de esperar que en los próximos días se produzcan movilizaciones espontáneas para defenderse de estos ataques.
Debemos ser claros: estas comunidades tienen todo el derecho a defenderse, por los medios que sean necesarios.
No podemos cruzarnos de brazos y esperar a que intervengan los dirigentes del movimiento obrero. Más violencia es casi inevitable. Si la extrema derecha está azuzando pogromos y marchas del odio, tenemos que responder a esta amenaza en un lenguaje que entiendan.
Deberíamos aprender de movimientos anteriores. En los años setenta, la amenaza de la extrema derecha se enfrentó con movilizaciones masivas de trabajadores y jóvenes en Southall, Bradford y en la batalla de Brick Lane.
Y cuando los fascistas descendieron sobre Cable Street, al este de Londres, en 1936, comunistas, socialistas, sindicalistas, estibadores y judíos se unieron, montaron barricadas e impidieron físicamente que la turba fascista entrara en su barrio.
Todos estos ejemplos demuestran que la única forma de avanzar es la acción directa, militante y sin concesiones.
Dondequiera que se emprendan acciones de este tipo, el movimiento obrero debe dar su pleno apoyo y respaldo, no sólo con palabras, sino con hechos. Todo el peso de la clase obrera organizada debe movilizarse para defenderse de la amenaza de la violencia.
Como dijo León Trotsky en relación con Francia en la década de 1930:
«La tarea táctica, o si se quiere, “técnica”, era muy sencilla: agarrar a cada fascista o a cada grupo aislado de fascistas por el cuello, familiarizarles con el pavimento unas cuantas veces, despojarles de sus insignias y documentos fascistas y, sin llevar las cosas más lejos, dejarlos con su miedo y unas pocas buenas marcas negras y azules».
Un programa revolucionario
Pero lo que más se necesita es un programa político que pueda atravesar el apoyo a la extrema derecha.
Figuras como Farage y Tommy Robinson utilizan de forma oportunista cuestiones como la falta de empleo, vivienda y servicios públicos para reforzar el apoyo a su agenda reaccionaria y anti inmigrante.
Pero este mensaje no sólo procede de la extrema derecha. Es el mensaje del Partido Conservador, de los medios sensacionalistas y, sí, también el mensaje de Sir Keir Starmer.
La idea es simple: los inmigrantes que llegan en pateras son supuestamente los culpables del colapso de los servicios públicos, de la falta de vivienda, de empleo, etcétera.
Esto sirve para crear un chivo expiatorio útil y desviar la atención del principal motivo por el que el Servicio de salud nacional (NHS), las escuelas y universidades, y los servicios se están desmoronando: la crisis del sistema capitalista, la cual ha llevado a más de diez años de austeridad y recortes.
No es con apelaciones a la humanidad y a la bondad de los corazones de todos como se derrotará a la extrema derecha.
Hay que explicar que sobra dinero en la sociedad para satisfacer las necesidades de muchos. El dinero se gasta en armamento, en apoyar al régimen israelí, en financiar la guerra por poderes de Estados Unidos contra Rusia en Ucrania, en primas a banqueros, en contratos de Covid para los compañeros de los ministros, etcétera.
Los enemigos de la clase obrera no llegan en barcos pequeños. Ya están en esta isla, viajando en jets privados.
Sólo un enfoque de clase puede cortar el veneno del racismo, la xenofobia y el fanatismo.
Además, tenemos que explicar que la razón por la que decenas de millones de personas abandonan sus hogares y se enfrentan a obstáculos desgarradores para intentar llegar a nuestras costas son las guerras imperialistas y el saqueo imperialista de sus países.
Los problemas de la clase obrera, así como de la clase media, no pueden resolverse sobre la base del capitalismo. El capitalismo británico se enfrenta a un declive terminal y amenaza con hundirnos con él.
Sólo a través de la expropiación de las grandes empresas, los bancos y los gigantes de los seguros -sin indemnización- se podrá dirigir la economía en interés de los trabajadores. Sólo entonces podrán proporcionarse puestos de trabajo, viviendas y servicios públicos para todos, y aumentarse y mejorarse drásticamente. Esto acabaría de una vez por todas con los demagogos racistas.
Si el movimiento adopta un programa revolucionario audaz -que vincula todas estas cuestiones a la necesidad de derrocar a la clase dirigente, al sistema capitalista y al imperialismo-, esto eliminaría los chillidos de la extrema derecha y los arrojaría al basurero de la historia.
Este es el tipo de programa por el que lucha el Partido Comunista Revolucionario. Para lograrlo, y asestar un golpe mortal a la extrema derecha, debemos construir una fuerza que pueda derribar este sistema podrido de una vez por todas.