Hace dos años, el mundo fue testigo de acontecimientos extraordinarios en Sri Lanka. El 9 de julio de 2022, las masas esrilanquesas barrieron el pesado cordón policial que rodeaba el palacio presidencial como si fuera poco más que una telaraña. Para asombro del mundo, el presidente Gotabaya Rajapaksa tuvo que huir despavorido.

Este verano, esas maravillosas imágenes han circulado repetidamente por las redes sociales. Primero fueron invocadas por los jóvenes kenianos que asaltaron el edificio del Parlamento en Nairobi el 25 de junio; después por las masas de Bangladesh en vísperas del 5 de agosto, cuando la residencia de la Primer Ministro fue tomada y la dictadora se vio obligada a huir; y finalmente, por tercera vez, por los estudiantes indonesios que también intentaron asaltar el edificio del Parlamento en Yakarta el 22 de agosto.

[Este artículo fue escrito en colaboración entre los camaradas de la organización marxista Forward (Adelante) de Sri Lanka y los editores de En defensa del marxismo].

El ejemplo fue contundente y ha tenido un efecto duradero en todo el mundo. En 2022, las clases dirigentes de todo el mundo se horrorizaron. Parlamentos, palacios presidenciales, residencias de primeros ministros: la clase dominante enseña que estos lugares son sagrados e inviolables.

Pero las masas de Sri Lanka demostraron con rudeza la facilidad con la que el pueblo puede expulsar a los residentes de estos edificios cuando se lo propone. Pero una vez que las masas expulsaron a los Rajapaksas, se planteó la pregunta: ¿quién tomará el poder?

Las masas tenían el poder al alcance de la mano, pero no eran conscientes de ello. No había ningún partido revolucionario que hiciera consciente la lucha inconsciente de las masas por el poder.

La clase dominante, que está unida por una clara conciencia de clase de sus intereses comunes, mucho más que la clase obrera, pronto se reagrupó. Los acontecimientos no se detuvieron en 2022. Dos años después, Sri Lanka se encamina por fin a unas elecciones que la clase dominante ha tratado de impedir a toda costa.

Aunque el resultado es incierto, las masas tratarán de asestar un puñetazo en la nariz a la vieja camarilla gobernante. Por primera vez, es muy posible que un partido distinto de los que descienden del duopolio que ha gobernado Sri Lanka desde la independencia pueda hacerse con la poderosa presidencia.

La coalición National People’s Power (Poder Popular Nacional), en cuyo núcleo se encuentra el antiguo JVP, que hace tiempo se autodenominaba «marxista-leninista», podría pasar de ser el cuarto partido del parlamento a ocupar la presidencia. Esto sería un terremoto político, aunque el partido se ha estado posicionando claramente como un partido «respetable» que salvaguardaría los intereses del capital y del imperialismo.

¿Qué perspectivas abre esto? Dos años después de la «aragalaya» («lucha»), ¿qué lecciones ofrece Sri Lanka a las masas revolucionarias de todo el mundo?

Sri Lanka después de aragalaya

Durante la aragalaya (lucha) de hace dos años, las masas tenían una idea clara de contra qué luchaban. Estaban en contra de las condiciones insoportables, las largas colas para conseguir lo más básico, los apagones, la inflación galopante.

Estaban en contra de la camarilla que consideraban responsable de este desastre económico: el clan Rajapaksa. Los odiaban por su saqueo de la riqueza nacional, su demagogia racista, su campaña asesina contra los periodistas, su uso de matones violentos contra la oposición.

Pero, ¿qué iba a sustituir a la dinastía Rajapaksa una vez expulsada? Sobre ese punto, no había una opinión única y clara entre las masas.

Faltaba un factor decisivo. No había un partido revolucionario que pudiera explicar a las masas en lucha lo que había que hacer.

Para lograr un cambio fundamental, las masas tenían que tomar el poder y desarraigar el sistema, no sólo al clan Rajapaksa que se situaba en la cúspide de este sistema. De hecho, las masas tenían el poder al alcance de la mano. Barrieron a los matones de Mahinda como quien aplasta una mosca. Tomaron el palacio presidencial sin el menor esfuerzo. La tarea consistía en hacer que las masas fueran conscientes de su poder, organizarlo y declarar la caída del régimen.

En lugar de eso, hubo una confusión palpable en el movimiento. Algunas capas de la clase media pedían un gobierno «sensato» que pudiera llegar a un acuerdo de reestructuración de la deuda con el FMI para «reconstruir» la economía. Esto significaba devolver el país al tierno abrazo de los mismos acreedores que lo habían llevado a la ruina.

Sin alternativa, cuando parecía que Sri Lanka caía por el precipicio, tal idea tenía un atractivo ingenuo para cierto estrato. «Consigamos un rescate, detengamos la caída libre y discutamos los siguientes pasos una vez que las cosas se estabilicen».

La clase dirigente no sufrió tal confusión. Unidos por un agudo instinto y la conciencia de sus intereses de clase comunes, cerraron filas para garantizar la supervivencia de su sistema.

Cuando Mahinda Rajapaksa fue destituido como primer ministro antes de que su hermano Gotabaya tuviera que huir, el parlamento nombró a un nuevo primer ministro. Pero el parlamento siguió estando dominado por el partido de Rajapaksa, el SLPP. No podían limitarse a elegir a un leal a Rajapaksa. Una maniobra así sería demasiado transparente.

En su lugar, el Parlamento nombró primer ministro y luego presidente a Ranil Wickramasinghe, dirigente de un partido que antaño había sido el partido tradicional de la élite gobernante de Sri Lanka, el UNP. Cabe señalar que Ranil no consiguió ganar ni un solo escaño de distrito y sólo obtuvo un escaño de diputado de la Lista Nacional en las elecciones generales de 2020.

Ranil había entrado previamente en conflicto con los Rajapaksas. Eso le convirtió en el candidato ideal: un favorito de los liberales, lo suficientemente distinto de los Rajapakas, pero aún vinculado a ellos por los mismos intereses de clase. Los Rajapaksa dejaron de lado sus pequeñas ambiciones personales para salvar el orden existente ante una crisis que ponía en entredicho todo su sistema.

El pacto convenía a ambas partes. Los Rajapaksa creían que su aliado, sin partido propio, sería una marioneta dependiente de la maquinaria de su partido. En cuanto a Ranil, un político experimentado, estaba encantado de recibir este inesperado salvavidas político en el punto más bajo de su carrera política.

Y lo que es más importante para ambos, esta maniobra contribuyó a confundir y desmovilizar a las masas, cuya actitud hacia Ranil, especialmente entre las clases medias, no era tan clara como hacia los Rajapaksas.

Una pesadilla para las masas

¿Cuál fue entonces el resultado de la revolución? Seamos claros: ¡la situación es mucho peor para la clase obrera y las masas que antes de 2022! Las masas de Sri Lanka han sido cruelmente castigadas por no ir más allá de una simple remodelación en la cúpula.

Los Rajapaksas, es cierto, se vieron obligados a retirarse del escenario principal. Pero la revolución ni siquiera fue capaz de quebrar su poder. De hecho, sólo se han visto obligados a actuar entre bastidores, al menos por ahora.

Y, trabajando mano a mano con Ranil, se han pasado los dos últimos años imponiendo a los trabajadores y a los pobres las medidas más monstruosas dictadas por el FMI. El régimen de Ranil Rajapaksa, como se le conoce despectivamente, ha golpeado con saña a las masas pobres y oprimidas, mientras se postraba a los pies de los capitalistas y acreedores.

Se han vendido los activos estatales que quedaban; se han saqueado los fondos de pensiones y bienestar del pueblo, incluidos el EPF y el ETF, con el pretexto de reestructurar la deuda interna; han introducido onerosos impuestos regresivos sobre las masas trabajadoras; han aplicado leyes laborales que despojan a los trabajadores de sus derechos más elementales; han ampliado las leyes represivas, etcétera, etcétera.

En cuanto a los ricos, han sido tratados con guante de seda. El régimen ha dejado de recaudar 1,13 billones de rupias en impuestos, multas e intereses hasta el 31 de diciembre de 2023. Sólo diez empresas fabricantes de bebidas alcohólicas han dejado de pagar más de 6.780 millones de rupias en impuestos sobre bebidas alcohólicas.

Claro que el gobierno ha dejado que las grandes empresas se vayan sin consecuencias. De hecho, han añadido todo tipo de desgravaciones fiscales e «incentivos» para los inversores. Lo justifican con todos los argumentos clásicos de los librecambistas neoliberales: para estimular el crecimiento, para asegurar la recuperación, hay que reducir los costes para los inversores y crear condiciones de mercado «favorables a la inversión».

Y sin embargo, a pesar de sus enormes concesiones a los inversores, la condonación de préstamos e impuestos y el aplastamiento de la clase trabajadora hasta la penuria, no se ha producido ningún aumento de la inversión en Sri Lanka.

De hecho, se han cerrado muchas fábricas textiles o se ha suspendido la contratación. La razón es bastante clara: no hay nuevos mercados rentables que estas empresas puedan explotar. La industria de la confección, en particular, sufre una crisis masiva de sobreproducción.

Esto desmiente la idea de que los recortes masivos de austeridad, el despojo de activos estatales y el empobrecimiento de los trabajadores que está llevando a cabo el régimen de Ranil Rajapaksa tengan algo que ver con atraer inversiones. Se trata de una sola cosa: garantizar a los imperialistas su libra de carne.

¿En qué se ha convertido la vida de millones de esrilanqueses? Un tercio de los niños están desnutridos. Una sola comida al día es ahora la norma. Los agricultores no pueden permitirse fertilizantes ni alimentos. Los jóvenes de clase media sueñan con una sola cosa: escapar del país. El ambiente es de desesperado y amargo resentimiento. Desde hace dos años, se expresa en la lucha diaria de las familias por sobrevivir.

Una vía para el descontento

En 2022, las masas de Sri Lanka probaron fuerzas contra la clase dominante utilizando los medios más elevados a su alcance: la lucha insurreccional. Tales métodos plantean directamente la cuestión del poder y no deben tomarse a la ligera. Sin embargo, las masas de Sri Lanka entraron en la lucha con valentía, incluso heroicamente, pero sin ideas claras, sin programa, sin partido.

Sufrieron una dura derrota. La venganza de la clase dominante es el precio de la derrota.

El agotamiento de ese esfuerzo se ha visto agravado por una crisis económica implacable que no parece dar señales de remitir. La ilusión de que un acuerdo con el FMI allanaría el camino para volver a la «normalidad» se ha hecho añicos. Esta es la nueva «normalidad».

Aunque ha habido protestas contra los impuestos regresivos y las privatizaciones estatales, han sido escasas a causa de la represión, pero sobre todo porque los trabajadores se aferran a sus puestos de trabajo y al mendrugo de pan que garantizan. En una crisis tan profunda, la acción sindical se hace casi imposible.

En apariencia, Sri Lanka está tranquila. Sin embargo, el régimen de Ranil Rajapaksa dista mucho de estar seguro y puede percibir el verdadero estado de ánimo.

Comparada con el método de la insurrección e incluso de la huelga, la participación en las elecciones democráticas representa una de las formas de lucha más bajas y pasivas. Sin embargo, frenada en todos los demás frentes y rechazada por la derrota, sigue siendo una de las pocas vías que tienen las masas para expresar su rabia amarga y desesperada.

Por ello, la clase dominante de Sri Lanka se ha apresurado a bloquear toda posibilidad de contienda electoral. Los pocos canales democráticos que existían antes de 2022, que como válvulas de seguridad permitían a las masas desahogarse de vez en cuando, han sido sellados.

El presidente se ha quedado sin mandato. El odiado parlamento elegido en 2020 sigue reuniéndose con su supermayoría para el SLPP de los Rajapaksas, salvajemente en desacuerdo con el estado de ánimo de la sociedad. Los consejos provinciales han dejado de existir y no ha habido nuevas elecciones a los mismos. Las elecciones locales del año pasado fueron activamente saboteadas por el propio Ranil.

Temen todo lo que pueda ser un punto de convergencia de la ira de la sociedad. También temen que una contienda electoral pueda desgarrar la tenue unidad que la clase dirigente forjó para defender su sistema en 2022.

Se ha demostrado que tienen razón en ambos casos, aunque de cara a estas elecciones, ninguno de los principales partidos representa nada fundamentalmente diferente para las masas de Sri Lanka. Incapaces de retrasar más las cosas, a pesar de los recursos legales que intentaban posponer inconstitucionalmente las elecciones, se vieron obligados a celebrar elecciones presidenciales el 21 de septiembre.

Grietas en el régimen

El anuncio de las elecciones provocó una división inmediata en el bando de Rajapaksa. Los diputados de su partido, el SLPP, sabedores del veredicto que las masas darían al gobierno de los Rajapaksa, se han dividido en dos bandos.

Algunos han permanecido leales al poderoso clan. Otros han abandonado el barco y se han ido con Ranil para asegurar su futuro político después de estas elecciones, y se han llevado con ellos a la mayor parte de la maquinaria electoral del SLPP.

En estas elecciones, los Rajapaksa se enfrentaban a una situación de pérdida. O se negaban a presentar un candidato y apoyaban a Ranil, con lo que no marcarían un hito para futuras elecciones parlamentarias, o presentaban a uno de los suyos y se enfrentaban a una humillación segura. Han decidido presentar al joven príncipe Namal Rajapaksa, hijo del odiado Mahinda Rajapaksa.

Recibirán una paliza. Pero las masas también querrán castigar a Ranil Wickremesinghe. Pero, ¿qué alternativa pueden votar? Por un lado, está Sajith Premadasa, del SJB, que hasta 2019 formaba parte del mismo partido que Ranil.

Todos estos candidatos proceden de fragmentos de los dos principales partidos que han dominado Sri Lanka desde la independencia, el UNP (del que el SJB es una escisión) y el SLFP (del que se escindió el SLPP de los Rajapaksas). Además, tienen vínculos directos con las mismas familias que han dominado Sri Lanka durante décadas.

Además de los Rajapaksas, el propio Ranil es sobrino del brutal ex presidente J.R. Jayawardana, y Sajith es hijo del infame ex presidente Ranasinghe Premadasa, que masacró a 60.000 personas bajo su mandato.

Ninguno de ellos representa nada diferente.

«Sin alternativa en la «izquierda»

El factor impredecible de estas elecciones es un partido que actualmente ocupa el cuarto lugar en el Parlamento. Se trata de la alianza Poder Popular Nacional (NPP), cuyo núcleo es el partido Janatha Vimukthi Peramuna (JVP).

El JVP se consideraba antes un partido «marxista-leninista». Pero su trayectoria se ha inclinado firmemente hacia la derecha. Su dirigente ha pedido perdón por el pasado izquierdista del partido y su participación en dos levantamientos insurreccionales en los años setenta y a mediados de los ochenta. Mientras tanto, lejos de atraer a los votantes de la clase trabajadora, el NPP se esfuerza por atraer a las capas más conservadoras de la clase media, sobre todo de la intelligentsia, haciendo hincapié en que no es el JVP.

Habría parecido un partido muy poco probable que asumiera el manto de representar los intereses del capital en Sri Lanka, pero hoy las grandes empresas y el imperialismo lo ven de manera muy diferente. Sus dirigentes han tenido muchas audiencias muy amistosas con embajadores de potencias imperialistas y con representantes de instituciones financieras imperialistas.

Está claro por qué. No hablan de ningún tipo de transformación social. Han mantenido una posición ambigua sobre las condiciones del FMI, aunque uno de los miembros de su comité ejecutivo dijo claramente: «tenemos que seguir adelante con el FMI». Están a favor de las privatizaciones siempre que se hagan de forma «transparente». Guardan silencio sobre el saqueo de la nación por las multinacionales extranjeras y la fuga de capitales.

En resumen, echan toda la culpa a las viejas camarillas dirigentes que han gobernado Sri Lanka desde la independencia, y a la corrupción. Se presentan como un par de manos más seguras, limpias y «respetables» que los partidos descendientes del duopolio tradicional de Sri Lanka.

Así pues, el partido no ofrece ninguna alternativa clara al sistema actual, y por esta razón no ha logrado generar un entusiasmo serio y positivo. Al ser el único partido importante fuera de la antigua familia SLFP-UNP, es probable que absorba gran parte de la ira antisistema que bulle en el país.

Sin embargo, lo cierto es que seguirá siendo un voto negativo, anti-«Ranil Rajapaksa». Y por esta razón, aunque se prevé que el NPP obtenga buenos resultados en las ciudades, es probable que muchos en las zonas rurales voten al SJB por la misma razón, dado que el NPP no ofrece ninguna razón positiva por la que deban votarles a ellos en su lugar.

Entre las comunidades tamil y musulmana también hay un largo recuerdo del historial de chovinismo cingalés-budista del partido y de su apoyo a los crímenes que el gobierno de Mahinda Rajapaksa cometió contra los tamiles en la década de 2000. Gran parte del enfado entre estas capas acabará también en un voto negativo para el SJB.

Perspectivas

Una vez más, el pueblo de Sri Lanka intenta dirigir un golpe contra la odiada camarilla a la cabeza de este sistema. Hoy lo hacen en un ambiente mucho más duro, mucho más amargo, mientras sufren los golpes de una revolución derrotada y de una dura crisis.

Pero todavía no hay ningún partido que dirija claramente esa ira contra el régimen, y como tal, sea cual sea el resultado de las elecciones presidenciales, las masas de Sri Lanka pasarán por una nueva escuela.

Si el NPP o el SJB obtienen la victoria, llevarán a cabo las mismas políticas fundamentales que la banda de Ranil Rajapaksa. La lección será clara: puedes sustituir a tal o cual político, pero mientras el sistema que defienden permanezca, seguirás siendo explotado y pisoteado.

Esto sentará las bases para nuevas luchas. En este momento, las masas están siendo mantenidas al margen por una profunda crisis, pero la rabia está creciendo en lo más profundo de la sociedad. Puede que sea necesaria una nueva recuperación para impulsar a las masas hacia la lucha abierta una vez más, para convertir la rabia desesperada en rabia revolucionaria.

Cuando eso ocurra -e incluso la crisis más profunda debe terminar en una especie de «recuperación» en cierta etapa- será mucho más feroz. Las masas lucharán por recuperar lo que han perdido. Y se habrán despojado de gran parte de la ingenuidad que caracterizó la aragalaya de hace dos años: sobre el FMI, sobre la posibilidad de sustituir simplemente a tal o cual individuo o partido, sobre la viabilidad del propio sistema.

Pero debemos decir la verdad: hasta que no se construya un partido revolucionario con un programa de expropiación de la clase capitalista y de derrocamiento de todo el sistema; hasta que las masas no sean dirigidas en la lucha por tal partido, será imposible asestar un golpe decisivo contra la clase dominante.

La vanguardia de la clase obrera y la juventud están aprendiendo esta lección, dolorosamente y paso a paso. A los obreros y jóvenes revolucionarios de Bangladesh, Kenia y el mundo les decimos: tenéis la oportunidad de aprender de la experiencia de las masas de Sri Lanka, obtenida a un precio tan alto. Debéis ponerla en práctica e iniciar ahora el proceso de construcción de un partido comunista revolucionario.