Todo el mundo se ha conmocionado por las noticias de la carnicería en Andizhán, donde los manifestantes fueron disparados a sangre fría por las fuerzas de seguridad del dictador uzbeco Islam Karimov. Ayer la sangre se podía ver en las calles mientras Todo el mundo se ha conmocionado por las noticias de la carnicería en Andizhán, donde los manifestantes fueron disparados a sangre fría por las fuerzas de seguridad del dictador uzbeco Islam Karimov. Ayer la sangre se podía ver en las calles mientras que los familiares enloquecidos buscaban los cuerpos de sus seres queridos entre las ruinas, pero las reverberaciones de estas descargas asesinas todavía se escuchan.
Un artículo de AFP describe la escena de la masacre:
“Una nube de humo del edificio gubernamental que fue quemado durante la noche y las calles mayoritariamente vacías de personas y coches. La excepción fue la morgue, donde los parientes buscaban a sus seres queridos desaparecidos. ‘Llevo dos días buscando los cuerpos de mis hermanos’, decía Bajadyr Yergachoyov con sus pasaportes en la mano. ‘No están en la morgue ni en los hospitales’”.
Es imposible decir el número exacto de muertos ya que los soldados que vigilaban la morgue de la ciudad prohibían el paso a los periodistas. El ejército bloqueó Andizhán durante el fin de semana y la mayoría de los periodistas no pudieron llegar al escenario de la matanza. El gobierno ocupó las emisoras de noticias extranjeras y fue imposible acceder a las páginas web. ¿Cuántas personas inocentes fueron asesinadas? ¿Cien? ¿Quinientas? ¿Mil? Nadie lo puede decir.
A pesar de la escasez de noticias no hay duda del alcance de la masacre. Los corresponsales de AFP vieron 60 cadáveres en las calles un día después de los incidentes. Pero la cifra real de bajas será mucho mayor. Según Gulbahor Turidyeva, responsable de la organización no gubernamental local Animokur, quinientos cadáveres se amontonaban en las escuelas de Andizhán y otros cien en una escuela en construcción próxima. Hay noticias de que las protestas fueron brutalmente reprimidas en otras ciudades uzbecas y que las tropas dispararon contra los civiles cuando intentaban huir al vecino Kirguizistán escapando del conflicto.
El baño de sangre comenzó el viernes después de largas semanas de manifestaciones. La población protestaba por un juicio a 23 empresarios locales -los principales empresarios de una ciudad empobrecida de 300.000 habitantes- arrestados y acusados de pertenecer a un grupo islámico prohibido. Estas acusaciones son un truco habitual de Karimov para deshacerse de los miembros de la oposición. La población sabía que las acusaciones no eran ciertas y que el objetivo era apropiarse de la propiedad de los empresarios. Esta era la última de una serie de represalias llevadas a cabo durante el año pasado contra aquellos que intentaban dar voz a sus quejas políticas y económicas.
El viernes por la mañana la multitud, que incluía hombres armados, asaltaron la prisión de Andizhán. Sabían que los arrestados se enfrentaban a la tortura y la muerte y estaban decididos a liberarles. Los liberaron junto a otros 2.000 prisioneros. Miles de personas llenaban la principal plaza de Andizhán y rápidamente se convirtió en un mitin contra el gobierno. Empezaron los enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad y los manifestantes, tomaron los edificios del gobierno y cogieron a funcionarios como rehenes.
La respuesta del régimen fue rápida y sangrienta. El ejército se desplazó a la ciudad para aplastar la rebelión. Desplegaron soldados y tanques por las calles de esta ciudad uzbeca. Testigos presenciales dijeron que los soldados dispararon indiscriminadamente contra la multitud. Abrieron fuego contra las personas asesinando a un número desconocido de ellas.
La revolución bolchevique y Asia Central
A pesar de todos sus fallos, la Unión Soviética consiguió sacar a estas poblaciones del viejo atraso. Sobre la base de la economía planificada y nacionalizada, se demostraron las posibilidades de una región con un rico potencial económico. La Tashkent soviética, que el presente autor visitó hace treinta y cinco años como estudiante, era una ciudad moderna llena de personas cultas, ingenieros, profesores y científicos, con una industria y un comercio prósperos. ¡Qué contraste con el terrible atraso existente en Afganistán, Pakistán y los otros países capitalistas de la región!
La destrucción de la Unión Soviética fue un paso retrógrado que tuvo consecuencias negativas para todos los pueblos de Asia Central. Estas repúblicas tienen los recursos para garantizar una vida próspera para todos. Pero este potencial colosal nunca se materializará mientras sean gobernadas por regímenes burgueses corruptos que saquean sus economías y las subordinan a los monopolios extranjeros y estados imperialistas. Esto no es “independencia” sino sólo una nueva forma de esclavitud. Sobre esta base no puede haber ninguna salida.
La unificación de las economías de Asia Central, la unión de sus recursos y potencial económico es una necesidad obvia, pero nunca se podrá conseguir bajo el capitalismo. Lo que hace falta es una federación socialista libre y voluntaria. Eso sólo se pude conseguir cuando los trabajadores y los campesinos de Asia Central tomen el poder en sus manos y derroquen a los gángsteres corruptos que les gobiernan y explotan. Sólo sobre esta base la región puede romper las cadenas que la atan al imperialismo mundial y podrán decidir su propio futuro.
La Revolución Bolchevique de 1917 fue un acontecimiento que demostró a Asia Central la forma de conseguir su libertad y progreso. Los trabajadores y campesinos de Asia Central, siguiendo el ejemplo de los trabajadores rusos, se levantaron contra el dominio de los khans, sirdars y mulás, establecieron el poder soviético. Ese fue el punto de partida para un enorme desarrollo de las fuerzas productivas, la cultura y la civilización en toda Asia Central. Pero las maravillosas conquistas de la revolución rusa fueron traicionadas y pisoteadas por la burocracia estalinista.
En ninguna otra parte la traición al leninismo ha sido más escandalosa que en la cuestión nacional. En lugar del internacionalismo de Lenin y el espíritu de la igualdad fraternal entre las repúblicas soviéticas, Stalin y los suyos introdujeron el chovinismo gran ruso y pusieron las semillas de la desconfianza, la envidia y la hostilidad entre las nacionalidades. La fruta envenenada del estalinismo fue la ruptura de la Unión Soviética y las guerras que siguieron entre Armenia y Azerbaiyán, en Moldavia, Georgia y la más terrible de todas, en Chechenia.
Los pueblos de las antiguas repúblicas soviéticas han pagado un precio alto por las traiciones del estalinismo y la contrarrevolución capitalista que provocó. En cada una de las repúblicas de Asia Central había burocracias estalinistas locales que imitaban el comportamiento de los nuevos zares de Moscú. Estos pequeños Stalin mostraron su verdadera cara después de la ruptura de la URSS cuando inmediatamente se pasaron al capitalismo. Todos crearon regímenes dictatoriales que combinaban las características más repulsivas del capitalismo y el estalinismo. Todos se vendieron al imperialismo mientras Moscú se enfrentaba a Washington.
El ex – estalinista Karimov es un elemento absolutamente típico de esta casta. Había sido el jefe del Partido “Comunista” local, se ha mantenido en el poder gracias al amaño de las elecciones y a la fuerza bruta. Es un gobierno que está librando una guerra contra su propio pueblo. Pero se ha producido una reacción que cada vez es más militante. Hubo una oleada de bombas, revueltas y protestas espontáneas en la antigua república soviética. Las autoridades uzbecas dicen que los terroristas islámicos están detrás de todo esto. En realidad, las últimas protestas reflejan el ambiente general de oposición y el descontento de una población reducida a la miseria y sometida al reino del terror bajo una dictadura corrupta.
“El descontento popular lleva mucho tiempo acumulándose en Uzbekistán, provocado principalmente por profundos problemas sociales sin resolver”, esto es lo que dice Víktor Korgun, un especialista del Instituto de Estudios Orientales de Moscú. “El Valle de Fergana es un nudo de problemas, tiene la mayor densidad de población, problemas serios de escasez de agua, el mayor nivel de desempleo y cierto crecimiento del extremismo islámico. La población se ve en una situación desesperada”. (Christian Science Monitor. 16/5/2005).
La hipocresía de George Bush
La semana pasada en Tbilisi, capital de la ex – soviética Georgia, el presidente George W. Bush declaró triunfalmente ante la multitud que le jaleaba: “Ahora, a través del Cáucaso, en Asia Central y en Oriente Medio, vemos el mismo deseo de libertad ardiendo en los corazones de la población joven […] Están exigiendo su libertad y la tendrán […] La libertad será el futuro de cada nación y población sobre la Tierra”.
Pocos días después, las tropas del brutal dictador Islam Karimov masacraron a cientos de personas. George Bush tiene mucho que decir sobre el cambio de régimen en Iraq y la democracia en Ucrania, Georgia y Bielorrusia, pero ha mantenido un vergonzoso silencio sobre el régimen de terror de su buen amigo el presidente Karimov. Estos acontecimientos desvelan la total hipocresía de la demagogia “democrática” de Washington.
¿Por qué el interés amistoso en Uzbekistán? La ruptura de la Unión Soviética dejó a Uzbekistán como una nación empobrecida de Asia Central. Pero desde el punto de vista de Washington tiene varias características interesantes, no sólo su localización. Para empezar está situada convenientemente en la frontera norte de Afganistán. Karimov ha sido un aliado clave de la “guerra contra el terrorismo” de Washington desde el once de septiembre, cuando permitió a EEUU utilizar las bases aéreas uzbecas para atacar a los talibanes en Afganitán.
EEUU tiene una base grande en Karshi-Khanabad, cerca de la frontera con Afganistán, desde ella sus aviones pueden vigilar las vastas extensiones de Asia Central. Ha apoyado la dictadura sangrienta de Karimov con cientos de millones de dólares, sobre todo para su ejército. Es verdad que debido a las embarazosas revelaciones sobre la represión violenta de Karimov, Washington el año pasado cortó algo de la ayuda militar y económica. Pero se sospecha que EEUU envía a Uzbekistán a sospechosos de “terrorismo” para que sean interrogados, es decir, torturados.
Se trata de un régimen corrupto y despótico que tiene llenas las prisiones con prisioneros políticos, muchos de ellos sometidos a las torturas más brutales. Esto ha tenido el efecto de aumentar el apoyo a los grupos islámicos atacados por el régimen. Los grupos de derechos humanos han acusado regularmente al gobierno de Karimov de utilizar la tortura sistemática en las prisiones y comisarías. Pero EEUU ha mantenido silencio diplomático.
El registro de Rusia no es mucho mejor que el de EEUU. Temeroso del radicalismo radical debido a su guerra en Chechenia, Moscú también ha apoyado a Karimov. Rusia considera al régimen de Karimov como uno de los pocos líderes post-soviéticos que siguen siendo su aliado. El presidente Vladimir Putin habló con Karimov el sábado para expresar su “profunda preocupación” por los peligros de la inestabilidad y el resurgimiento islámico en Asia Central. El domingo, el ministro de exteriores Sergei Lavrov, dijo que la situación fue provocada por grupos extremistas similares a los talibanes de Afganistán.
Las autoridades dicen que los acusados eran los líderes de un grupo islámico sombrío llamado Akramia, nombre de un activista musulmán local, Akram Yuldashev, que lleva años languideciendo en la cárcel. Las acusaciones decían que Akramia es miembro de Huzb-ut-Tahrir, un partido panislámico con base en Londres que defiende un califato musulmán mundial. A Hizb-ut-Tahrir se le ha acusado de varios atentados mortales en Tashkent el año pasado, aunque el grupo niega cualquier relación y dice que renuncia a la violencia. En su página web rechaza las acusaciones de organizar la rebelión diciendo que “es otro intento inútil de un régimen débil y enfermizo” para desviar la atención de sus propios problemas.
El Institute for War and Peace Reporting, que supervisa el juicio, dijo que los acusados negaron todas las acusaciones, incluida la propia existencia de Akramia. “Se les torturó mental y físicamente”, denuncia el IWPR y cita las palabras del acusado Abdulbois Ibrahimov la semana pasada ante el tribunal: “Ahora se nos acusa de pertenecer a Akramia. Pero está claro que Akramia es sólo un mito”.
“Los expertos dicen que las pruebas contra los acusados sobre el extremismo religioso a menudo son débiles y algunas veces inventadas. ‘En algunas ocasiones los arrestados tienen poco que ver con las ideas islámicas, quizá es porque no dieron apoyo suficiente al régimen”, estas son las palabras de Vitaly Naumkin, director del Centro Independiente de Estudios Estratégicos y Políticos de Moscú”. (Christian Sciencie Monitor).
The Economist el 16 de mayo comentaba lo siguiente:
“En 1999 las bombas en la capital, Tashkent, asesinaron al menos a 12 personas. El año pasado, las tropas asaltaron un lugar donde se ocultaban militantes sospechosos y mataron a más de 23 personas. Los radicales islámicos sí están activos en el país, sobre todo en el Valle de Fergana, la región más volátil donde está situada Andizhán. Pero a ellos en absoluto se les puede acusar del malestar actual. El año pasado hubo grandes protestas por las leyes draconianas que regulan los comerciantes de los mercados. En marzo los campesinos a los que les confiscaron la tierra asaltaron el edificio gubernamental de la provincia de Jizzkah. A principios de este mes otro grupo de campesinos que había perdido su tierra en la provincia de Kashkadarya, creó una ‘ciudad de tiendas de campaña’ cerca de la embajada estadounidense en Tashkent.
Mientras exagera la amenaza islámica, Karimov ha ignorado el hecho de que una parte importante del malestar del país se debe a los pobres niveles de vida. El gobierno dice que su confiscación de la tierra está justificada por que los campesinos no pueden pagar sus deudas. Pero esto se debe a la política agrícola del régimen que obliga a los campesinos a comprar todos sus suministros al estado y tienen que vender su producción por debajo de los precios del mercado. Las condiciones económicas en el campo se han deteriorado hasta el punto en que la población ahora está dispuesta a desafiar las famosas brutales fuerzas de seguridad uzbecas”.
Paralelismos con 1945
Jugando con los temores del extremismo islámico en una rueda de prensa Karimov, como es habitual, culpó de la violencia a los militantes islámicos. “Nadie ordenó a las fuerzas de seguridad disparar [a los manifestantes]. Pero aceptar los términos [de los manifestantes] significaría que estamos sentando un precedente que ningún otro país en el mundo aceptaría”. Pero a pesar de estas palabras la autoridad de Karimov está comenzando a resquebrajarse bajo el peso de las protestas de masas. La masacre de Andazhán podría haber jugado un papel similar a los acontecimientos del Domingo Sangriento en la Rusia zarista en enero de 1905.
Los levantamientos en Andizhán y en otras zonas del Valle de Fergana llegan unas semanas después de la insurrección en Kirguizistán, después de la celebración de unas elecciones amañadas que obligaron a la dimisión del presidente Askar Akaev. Era el tercer dirigente del antiguo estado soviético en dieciocho meses obligado a irse por la “fuerza popular”, después de las rebeliones en Georgia y Ucrania. Sorprendentemente, los acontecimientos de la revolución de Kirguizistán recibieron poca cobertura en los medios de comunicación uzbecos controlados por el estado, que atribuyeron las protestas en el vecino país a “elementos criminales”.
Aparentemente, las masas no tienen oportunidad cuando se enfrentan a un aparato estatal poderoso y represivo. Pero ese no es el caso. Cuando un régimen en crisis, socavado por su podredumbre interna, se enfrenta a un movimiento insurreccional de masas, puede colapsar más rápidamente de lo que puede parecer posible. Un régimen corrupto y odiado no puede mantenerse indefinidamente en el poder basándose sólo en la represión. Todo lo contrario, cada acto de represión sólo sirve para enfurecer a las masas que han perdido su temor y eso las lleva a nuevos niveles de acción directa, incluida la lucha armada.
Los asesinatos perpetrados por las fuerzas de seguridad el viernes pasado han servido para añadir más furia. Cuando las masas entran en acción comienzan a sentir su fuerza. Aprenden rápidamente a través de la acción. Sacan conclusiones y se preparan para emprender la lucha a un nivel superior. Después de la masacre, los protestantes están canalizando cada vez más su descontento hacia el propio presidente, exigen su dimisión en lugar de culpar a los funcionarios locales. “Esto es culpa del presidente”, esto es lo que decía el domingo Nadyr, un trabajador del mercado de Andizhán, a la agencia AFP. “Es él quien nos ha reducido a esta situación y ordenó el asesinato de inocentes”.
El domingo regresó una tensa calma a Uzbekistán, pero es la calma que precede a la tormenta. No hay una nueva situación de equilibrio ni nada parecido a la vista. Todo lo contrario, hay serias dudas sobre la capacidad de Karimov para mantener su control del poder. La seriedad de la situación se pudo ver en que el sábado Karimov admitió por primera vez que hay corrupción en el gobierno y muchos problemas sociales. Ese es un claro signo de que el régimen tiene problemas.
Es probable que aparezcan divisiones dentro del propio régimen, sobre todo si la jerarquía política duda de la capacidad de Karimov para garantizar su poder y privilegios. Las divisiones por arriba a su vez impulsan la rebelión desde abajo, que a su vez tiende a desintegrar la cohesión del ejército, la policía y el estado, preparando un derrocamiento.
Jack Frost “descubre” los derechos humanos
Esto es lo que determina la actitud de los gobiernos occidentales que en el pasado le apoyaron y que estaban dispuestos a cerrar los ojos ante sus crímenes. Ahora están comenzando a distanciarse de un régimen que ha comenzado a oler en la nariz de la opinión pública mundial y, aún peor, no muestra ningún signo de ser capaz de sostenerse. Detrás de bambalinas los modelos occidentales de “democracia” están buscando un sustituto que pueda defender sus intereses y evite una revolución que se les “escape de las manos”. Esto se refleja en la actitud más “crítica” hacia el carnicero de Tashkent por parte de los líderes occidentales. Están actuando siguiendo el viejo refrán: “¿Qué haces cuando ves a un hombre cayéndose? ¡Darle un empujón!”
El gobierno de Londres, que estaba ciego, sordo y mudo ante las numerosas violaciones de los derechos humanos en Uzbekistán, de repente puede hablar. Por primera vez, los británicos han criticado la violencia como un “claro abuso de los derechos humanos”. El ministro de exteriores, Jack Straw, pidió al gobierno de Tashkent que mostraron “mayor transparencia” (independientemente de lo que signifique) y más cuidadoso al tratar a los manifestantes.
Probablemente Londres se haya conmocionado por las palabras valientes y sinceras de Craig Murray, el anterior embajador británico en Tashkent que fue destituido en octubre debido a sus críticas a Karimov. Murray ha denunciado la brutalidad del régimen de Karimov y la complicidad de EEUU y Gran Bretaña que le apuntalan. El anterior embajador en el país de Asia Central fue citado el domingo cuando dijo que Londres y Washington comparten la culpa de la violencia debido a su apoyo al régimen uzbeco. Londres, al menos, ha decidido que es un momento adecuado para “apartarse”. Pero Washington no muestra la misma inclinación.
“Los estadounidenses y los británicos no harán nada para ayudar a la democracia en Uzbekistán”, estas son las palabras de Craig Murray el domingo a The Independent. En el programa de la BBC, World at One, el domingo Craig Murray culpó a occidente del actual baño de sangre. “Se trata de un ejemplo de demasiado poco y demasiado tarde. La negativa de occidente a adoptar una línea de fuerza hacia Karimov le animó a aplastar a la oposición de una manera tan sangrienta”.
Después del baño de sangre del viernes los portavoces estadounidenses pidieron tanto al gobierno como a los manifestantes que “mostraran contención”. Esto es como un hombre que ve como un lobo salvaje ataca a un cordero y le pide a este último que muestre contención. El cordero de manera razonable podría decir que no es el lobo el que está siendo devorado entonces la contención habría que pedírsela a él. Estas palabras hipócritas que sitúan a la víctima al mismo nivel que el agresor en la práctica sirve a los intereses del último frente a los del primero.
Murray hace algunas preguntas pertinentes como: “¿Por qué occidente no exige unas elecciones libres en Uzbekistán? El anterior embajador dice que si la población de Uzbekistán tuviera la posibilidad de expresar su descontento en la urna electoral no tendría la necesidad de tomar las calles. Pero los defensores de la democracia en la administración Bush están golpeando siempre el tambor electoral con relación a Iraq y no hacia ningún otro país.
Washington saludó con entusiasmo los levantamientos post-soviéticos en Georgia, Ucrania y Kirguizistán, pero ha reaccionado con cautela ante los acontecimientos en Uzbekistán. El portavoz de la Casa Blanca, Scott McClellan dijo lo siguiente: “Tenemos preocupación por los derechos humanos en Uzbekistán pero estamos preocupados también por el estallido de la violencia, particularmente por algunos militantes de un grupo terrorista que han sido liberados de prisión”.
¿Por qué McClellan asume de manera automática que los prisioneros eran “miembros de un grupo terrorista”? Porque es una excusa adecuada para Washington que así puede seguir justificando su apoyo a Karimov. Lejos de desear un cambio de régimen en Tashkent, el imperialismo estadounidense quiere apuntalar la dictadura para poder seguir utilizando su territorio y espacio aéreo. El destino de los 24 millones de uzbecos es sólo una pequeña moneda de cambio en esta nueva edición del Gran Juego.
Después del 11 de septiembre, Washington colmó de alabanzas a la dictadura de Tashkent por su apoyo a la invasión estadounidense de Afganistán. Por eso ignoraron todos los crímenes del régimen. Los llamamientos a la “democracia” sólo tienen un carácter relativo. Para que George W. Bush se oponga a un dictador dependerá totalmente de si el dictador en cuestión es amigo de EEUU o no. Los cálculos cínicos y no el amor a la democracia es lo que rige la política de la Casa Blanca.
Caos en Asia Central
Las verdaderas razones para el descontento de masas se encuentran no en las intrigas de fanáticos religiosos, sino en las condiciones objetivas a las que se enfrenta esta nación formada por 24 millones de personas. El nivel de vida colapsó después de la caída de la URSS. Millones de personas han quedado reducidas a la pobreza extrema. El desempleo se ha disparado. Además está el contexto internacional. La inestabilidad mundial general se ha extendido a Asia Central, donde está desestabilizando a un régimen tras otro. La rebelión popular de marzo en el vecino Kirguizistán está teniendo un efecto dominó que puede llevar al derrocamiento de todos los regímenes de Asia Central.
Los movimientos insurreccionales en Uzbekistán están inspirados por los movimientos revolucionarios en Kirguizistán. Andizhán está sólo a 24 millas de la ciudad kirguizistaní de Osh, donde comenzó la revolución que derrocó al presidente Askar Akaev.
Pero mientras Washington dio un apoyo cauto (no entusiasta) a los cambios en Kirguizistán, no está tan feliz ante un posible cambio de régimen en Uzbekistán, porque lo ve como una amenaza a sus intereses estratégicos vitales en Asia Central. Sin embargo, su interferencia sólo ha servido para desatar una oleada de inestabilidad y preparar nuevas explosiones, los resultados son imprevisibles.
Cuando escribo estas líneas la prensa habla de cientos de uzbecos huyendo de la lucha, intentando cruzar la frontera de Kirguizistán. El domingo este país abrió su frontera y creó un campo de refugiados que alberga ya a 900 uzbecos que huyen de la situación de su país. Algunos han llegado heridos y los testigos hablan de la feroz represión. Pero la lucha no ha terminado. Sólo acaba de comenzar. La masacra de Andizhán provocará una oleada de repulsión en Uzbekistán y en las repúblicas vecinas. Después de una calma temporal habrá nuevas explosiones que sacudirán toda la región.
Si existiera una dirección y un partido revolucionarios, las condiciones para transformar el movimiento revolucionario de masas en una revolución proletaria clásica están presentes. Desgraciadamente, ante la ausencia del factor subjetivo existe el peligro de que la dirección del movimiento caiga en manos de los fundamentalistas islámicos y que el movimiento pueda ser llevado a un callejón sin salida. Vitaly Naumkin advierte: “Si el régimen se derrumba, es bastante posible que los elementos islámicos se hagan notar en Uzbekistán. Nadie puede imaginar que allí pueda surgir una democracia liberal de tipo occidental”.
Si esto ocurre, la culpa recaerá sobre los hombres de Karimov y sus puntales en Washington. Durante años se ha exagerado la amenaza del fundamentalismo islámico en Uzbekistán para justificar las acciones de Tashkent. Cada vez que había represión Karimov acusaba a la oposición de ser extremistas islámicos. Al final, esto se les ha ido de las manos.
En ausencia de una dirección y partido revolucionarios el poder podría pasar a un seguidor del actual régimen, algún general o gángster elegido por los clanes dominantes del país. Si eso ocurre no habrá cambio real, sólo un cambio por arriba y una redistribución entre la elite del botín del poder. Esto no serviría para aliviar los crecientes problemas sociales y económicos de una población que ha despertado de la apatía y que está dispuesta a desafiar a la autoridad. Sobre esta base no es posible ninguna estabilidad real. En el orden del día habrá nuevas crisis, levantamientos y luchas.
17 de mayo de 2005