Desde antes de la toma de posesión del actual gobierno de Trump, Estados Unidos ha estado imponiendo aranceles comerciales agresivos en todo el mundo. En 2019, impuso aranceles al acero brasileño; en 2023, le tocó el turno al azúcar. China, Rusia, Venezuela, Irán y muchos otros países que han desafiado la hegemonía estadounidense se han enfrentado a sanciones, barreras económicas e incluso a intervenciones militares.

Publicado originalmente en portugués en comunistasrevolucionarios.pt ]

Ésta es la política desesperada de un imperio en decadencia que busca mantener su dominio sobre el sistema financiero global, sobre las rutas comerciales estratégicas y asegurar su posición en la explotación de los recursos naturales y del trabajo a nivel global.

La victoria de Trump en 2024 representó una drástica aceleración de este proceso. Se produjo en el contexto de la crisis del capitalismo internacional: el pastel del mercado global se está reduciendo y, por lo tanto, la lucha por su control se está intensificando. Al intensificar las guerras comerciales, Trump ha sumido al mundo, ya sumido en la crisis crónica del capitalismo en decadencia, en un torbellino de inestabilidad aún mayor.

Sin embargo, la retórica antisistema de Trump y su nostalgia por restaurar el imperialismo estadounidense a sus días de gloria, cuando era una potencia dinámica que emergía de la sombra del declive británico, carecen de fundamento material para su realización hoy. El mundo ha cambiado, y por mucho que Trump quiera revivir el pasado, la realidad política y económica ya no lo permite.

Mientras el imperio estadounidense se descompone lentamente, un grupo de países, liderados por China y Rusia, busca la independencia de Washington. Parecen inmunes a las políticas de chantaje de Trump.

Se están alejando cada vez más del dólar y están atrayendo a más países que quieren aprovechar la decadencia de EE.UU. con alternativas económicas: financiación de infraestructura a través del banco BRICS, comercio entre países utilizando monedas locales en lugar del dólar, la moneda BRICS todavía en desarrollo para el comercio internacional e incluso iniciativas locales de pago electrónico como el PIX de Brasil.

Estas alternativas aún tienen un alcance limitado y no desafían decisivamente el dominio del dólar. Pero ya están incomodando al viejo imperio.

Esto demuestra, por un lado, el enorme poder que aún ostentan Estados Unidos y su moneda, y por otro, las importantes contradicciones internas de los países emergentes que conforman los BRICS, ya que estos países también están sujetos a las leyes del declive capitalista. Sin embargo, el capitalismo chino, más dinámico y vibrante que el estadounidense, está atrayendo a más países a su órbita, convirtiéndose en blanco de la ira de Trump.

China y Rusia han sido arrastradas por el imperialismo estadounidense y sus lacayos europeos a interminables guerras comerciales. No les ha quedado otra alternativa que establecer una serie de acuerdos de cooperación para defender sus intereses.

Estos acuerdos se han cristalizado en iniciativas en las que ambos países cooperan y compiten simultáneamente en Eurasia y el llamado «sur global». La Nueva Ruta de la Seda, las alianzas militares y económicas entre Pekín y Moscú, la Ruta Ártica, el Corredor Norte-Sur y la expansión de los BRICS+ son iniciativas lideradas por China y Rusia que se solapan y comienzan a incomodar al imperialismo estadounidense.

Al mismo tiempo, la política interna estadounidense pone de relieve la creciente fragilidad de Trump, que ve cómo su apoyo interno empieza a evaporarse.

Trump Bolsonaro Imagen Trump Casa Blanca FlickrEn Brasil, el bolsonarismo funciona como un brazo del trumpismo, siguiendo obedientemente las directrices de Washington / Imagen: Trump White House, Flickr

En el ámbito internacional, el presidente estadounidense utiliza a la extrema derecha internacional como vector de su agenda, explotando la alineación incondicional de aliados en diversos países. En Brasil, el bolsonarismo funciona como un brazo del trumpismo, siguiendo obedientemente las directrices de Washington. La extrema beligerancia hacia Venezuela, la reducción de aranceles comerciales con EE. UU., la retórica antichina y las políticas antivacunas durante la pandemia en el primer mandato de Bolsonaro son claros ejemplos de esta relación servil.

Recientemente, Trump elevó los aranceles a varios productos brasileños al 50%, un claro acto de agresión. La falsa justificación inicial —un supuesto déficit comercial que en realidad es un superávit— dio paso rápidamente a un cinismo descarado: «Porque puedo».

Sin embargo, existe un conflicto económico que debemos destacar: la agroindustria brasileña y estadounidense compiten entre sí. La respuesta recíproca de China a los aranceles estadounidenses ha aumentado el potencial de los productores brasileños para exportar al mercado chino, y Estados Unidos quiere evitar que la competencia brasileña se aproveche de ello.

También existe una dimensión aparentemente ideológica, como reveló Steve Bannon y confirmó Trump en otra ocasión: los aranceles se reducirían si Bolsonaro fuera absuelto en sus juicios. Este chantaje absurdo, aparentemente ideológico, le permite mantener a sus aliados en Brasil y otros países, presentando los aranceles como un mero enfrentamiento político, mientras continúa persiguiendo lo que, en esencia, es una guerra comercial y los objetivos materiales del imperialismo estadounidense vinculados a ella.

¿Qué significaría exactamente si Bolsonaro, el perro de presa de Trump, se desatara en Brasil? Aunque los detalles del acuerdo entre Trump y el clan Bolsonaro siguen siendo inciertos, se especula que una victoria del bolsonarismo en las próximas elecciones conllevaría la entrega de la Amazonia y las tierras raras de Brasil al control estadounidense, así como el desmantelamiento del PIX (sistema de pagos brasileño), la salida de Brasil de los BRICS y una restricción de las relaciones comerciales con China.

Este último punto es crucial: Brasil es una de las diez mayores economías del mundo y el principal socio comercial de China en América Latina. Su sumisión a Estados Unidos sería una derrota estratégica para Pekín. Sin embargo, esto no significaría el fin del comercio entre Brasil y China, que continuó con gran intensidad incluso durante la presidencia de Bolsonaro.

Los grandes medios de comunicación estadounidenses y sus filiales brasileñas, disfrazados de medios «independientes», reflejan los intereses de los gigantes del capital financiero. Si bien critican las políticas agresivas de Trump y Bolsonaro, no cuestionan los objetivos fundamentales del imperialismo estadounidense: la exclusión de Brasil de los BRICS, la explotación de los recursos naturales brasileños por parte de Estados Unidos y el mantenimiento del dólar como moneda hegemónica.

Lo que el establishment estadounidense realmente desea en Brasil es una «tercera vía»: un gobierno dócil que se someta por completo a los intereses de Washington. Sin embargo, este deseo se está volviendo cada vez más distante. Una fracción significativa de la burguesía brasileña tiene un pie en el barco que se hunde del imperialismo estadounidense y el otro en el bando del emergente imperialismo chino. Luchan por mantener este equilibrio.

Esto se debe a que la agresividad de la administración Trump ha creado un dilema para la burguesía brasileña: ¿debe priorizar el comercio con Estados Unidos a expensas de un enfriamiento de las relaciones comerciales con China, o debe favorecer las relaciones comerciales con China y reducir las exportaciones a Estados Unidos?

Hasta hace poco, el capitalismo brasileño se encontraba en una posición ventajosa, ya que los aranceles del 10% anunciados por Trump favorecían a Brasil, al ser inferiores a los de sus competidores. Al mismo tiempo, con la guerra comercial entre Estados Unidos y China en curso, Brasil ganaba terreno en el mercado chino (por ejemplo, al aumentar las exportaciones de carne y soja a China).

Esta contradicción se manifiesta en una oleada de enfrentamientos políticos, declaraciones contradictorias y cambios de postura. Es un problema insoluble para la burguesía brasileña, que invariablemente quedará abandonada a la lucha por intereses antagónicos.

El grupo Bolsonaro, marcado por la ignorancia y las actitudes reaccionarias, se sustenta en la agroindustria, la pequeña burguesía, el saqueo de los recursos naturales, las tasas de interés exorbitantes y el paraíso fiscal brasileño para la élite económica. A pesar de la retórica antichina de Bolsonaro y su total sumisión a Estados Unidos, su base en la agroindustria depende en gran medida de las exportaciones a China y de fertilizantes rusos, mientras que otro grupo se beneficia de la venta de productos industriales chinos.

Esta contradicción entre retórica y práctica fue evidente cuando Bolsonaro era presidente de Brasil: actuaba como un perro guardián, ladrando en nombre de los intereses estadounidenses, pero sin los dientes necesarios para romper lazos con China o Rusia.

La otra facción de la burguesía nacional brasileña incluye el frágil sector industrial que, con la ayuda vacilante del gobierno de Lula, está tratando de reconstruirse, aprovechando la posición hasta ahora «neutral» de Brasil frente a los dos rivales imperialistas, una estrategia similar a la adoptada por Getúlio Vargas durante la Segunda Guerra Mundial.

Lula espera cubrir el déficit económico provocado por la guerra comercial entre Estados Unidos y China con productos brasileños. Tomemos como ejemplo la soja: en 2024, casi la mitad de las exportaciones estadounidenses de soja se destinaron a China. En este contexto de guerra comercial, se estima que las exportaciones brasileñas de soja a China, que ya eran significativas, aumentarán en más de 7000 millones de dólares en el próximo período.

lula xi Imagen Palacio del Planalto Wikimedia CommonsGracias a los acuerdos recién firmados, se espera que la inversión china en Brasil crezca fuertemente hasta al menos 2032 / Imagen: Palácio do Planalto, Wikimedia Commons

Por otro lado, China está perdiendo parte del mercado estadounidense de productos de alta tecnología, como los coches eléctricos. En este sector, el gobierno de Lula está abriendo Brasil a las exportaciones de capital chino, permitiendo el establecimiento de plantas de ensamblaje de coches eléctricos en suelo brasileño. De hecho, estas políticas han acelerado el crecimiento de la industria en Brasil, que creció al doble del promedio mundial en 2024.

En los últimos 14 años, China ha invertido 66 000 millones de dólares en Brasil. Gracias a los nuevos acuerdos firmados, se prevé un fuerte crecimiento de la inversión china en Brasil hasta al menos 2032. Estas inversiones buscan crear rutas alternativas y ampliar los mercados para el flujo de la enorme producción industrial china hacia América Latina y, a su vez, la exportación de la enorme producción latinoamericana de materias primas a China.

Para que se produzca un flujo de mercancías tan grande, las inversiones en infraestructura están siendo financiadas, en su mayor parte, por el Estado chino. El proyecto más ambicioso es la conexión de los océanos Pacífico y Atlántico, con el fin de crear una alternativa al Canal de Panamá y, además, con un mayor enfoque en el mercado del llamado «sur global». El proyecto, aún en estudio, pretende conectar por ferrocarril el recién inaugurado megapuerto peruano de Chancay con el puerto de Ilhéus en Bahía (Brasil), que se encuentra en importantes obras de ampliación y modernización.

A este proyecto se suman una serie de proyectos de construcción, renovación, ampliación y modernización de ferrocarriles, puertos, aeropuertos y carreteras en toda América Latina.

En este escenario, el margen de maniobra de Brasil bajo el capitalismo se limita a la elección entre la dependencia de esta o aquella potencia imperialista. La burguesía nacional está estrechamente ligada al imperialismo estadounidense. Sin embargo, también está cada vez más vinculada y dependiente del imperialismo chino. Lula, por mucho que quiera defender la soberanía nacional, nunca ha sido, ni será, un revolucionario. La soberanía en el marco del capitalismo es la soberanía de la burguesía brasileña para negociar no solo con Washington, sino también con Pekín y Moscú, siempre a expensas de la clase trabajadora.

La historia de Lula está marcada por la conciliación de clases, y su actual gobierno de unidad nacional con partidos burgueses diluye aún más cualquier política genuinamente progresista, convirtiéndose en rehén de los ayuntamientos, los gobiernos estatales y un congreso dominado por la derecha. Lula intenta actualmente usar la retórica antiimperialista para inflamar el sentimiento nacionalista del pueblo brasileño y, con su apoyo, ganar mayor margen de maniobra política en su actual mandato y consolidarse como candidato para las próximas elecciones.

El nuevo e inestable orden «multipolar» que emerge en medio de la crisis crónica del capitalismo mundial —pese a los argumentos de quienes lo presentan como menos autoritario y represivo, ofreciendo más espacio para que las naciones más débiles afirmen su soberanía nacional— tampoco traerá beneficios sustanciales y duraderos para el proletariado. Por el contrario, traerá guerras, aranceles, fanatismo nacionalista y militarismo, especialmente a los países dependientes, aplastados entre ambos bloques.

Solo una revolución liderada por la clase obrera brasileña e internacional puede liberar al país de las garras del imperialismo, ya sea estadounidense o chino, y traer un verdadero desarrollo y paz a los pueblos del mundo. Mientras Brasil permanezca dentro de los límites del capitalismo, estará condenado a ser un actor secundario en el tablero geopolítico, oscilando entre la sumisión a un imperio decadente y un imperio emergente. La verdadera emancipación solo llegará con una ruptura revolucionaria.