Más de 25 años han trascurrido desde que el presidente Deng Xiao Ping comenzó la implantación de las primeras contrarreformas capitalistas en China. El proceso que ha llevado China a transformarse en un país capitalista, donde la ley fundamental es l Más de 25 años han trascurrido desde que el presidente Deng Xiao Ping comenzó la implantación de las primeras contrarreformas capitalistas en China. El proceso que ha llevado China a transformarse en un país capitalista, donde la ley fundamental es la del máximo beneficio empresarial, fue acelerándose en los últimos quince años bajo la dirección de la cúpula del PCCh. De hecho, el proceso empezó desmantelando a las comunas campesinas (1980-1985) y preparando así el terreno para la parcelación de la tierra, su privatización y la ruina de los campesinos pobres, que fueron un tiempo la antigua base del Maoísmo.
Hoy en día, los cientos de millones de desesperados que deambulan de una ciudad a otra en busca de trabajo son obreros despedidos de las empresas estatales y sobretodo campesinos cuya tierra fue expropiada (y posteriormente vendida a empresarios agrícolas) tras ser ahogados por los impuestos de las administraciones locales. El capitalismo chino significa hoy riqueza para una minoría y pesadilla y humillación para cientos de millones. Leer al respecto los escritos por Heiko Khoo en esta misma web.
Lo que nos interesa aquí es comprender el porqué y el cómo de la transformación capitalista del país, que papel que juega el Partido ‘comunista’ (PCCh) y cómo la burocracia estalinista china se ha trasformado en buena medida en burguesía.
Cómo y porqué el capitalismo
La Revolución China de 1947-49 fue uno de los acontecimientos más importantes de la historia, porque quinientos millones de explotados se sacudieron de encima el yugo imperialista. Sin embargo, a diferencia del Octubre de 1917 en Rusia, no fue la clase obrera quien tomó el poder y el control de las ciudades. Habiendo reprimido los dirigentes ‘comunistas’ chinos toda posibilidad de una genuina democracia obrera (planificación participativa basada en el poder de la clase obrera), a la hora de tomar el poder estatal se convirtieron en una casta burocrática de tipo bonapartista basada sobre todo en el ejército campesino. Mao Zedong y los demás dirigentes de la revolución china se habían vuelto nacionalistas ya desde los años treinta, condicionados por la derrota de la primera revolución (1925-27) y la influencia del estalinismo en la URSS.
Esta casta dominante, cuyo reflejo era el PCCh estalinizado, se elevó por encima de los millones de trabajadores y campesinos. Fue por eso que los gigantescos pasos adelante que dio la sociedad china se realizaron mediante una planificación burocrática, en la que la clase obrera no pudo jugar ningún papel armonizador ni democrático: el precio fueron bandazos y giros que costaron decenas de millones de víctimas. A pesar de todo, la autosuficiencia alimenticia se logró a finales de los años sesenta. Para comprender las razones del pasaje al capitalismo es necesario tener en cuenta el papel contrarrevolucionario que históricamente ha jugado la burocracia estalinista, en China igual que en la URSS.
Siendo completamente incapaz de planificar armónicamente la economía de un país, pronto se encontró en una disyuntiva provocada por la doble presión de la URSS y de los EEUU y el mercado global: ¿Cómo desarrollar la industria tan atrasada en completo aislamiento mundial y en medio del enfrentamiento con la URSS? El problema del desarrollo industrial era condición vital para que la burocracia pudiera mantenerse en el poder sin caer en la órbita ‘soviética’ o del imperialismo de EEUU. De hecho, en los setenta el desarrollo había sacado parcialmente a China del ‘tercer mundo’ pero al mismo tiempo ya había tocado el techo de su aislamiento y atraso tecnológico. Además, el enfrentamiento con la burocracia de la URSS impedía la colaboración industrial con la Europa del Este.
En este contexto, se puede comprender cómo tras la muerte de Mao Zedong (abril de 1976) el nuevo líder Deng Xiao Ping, junto al sector mayoritario de la burocracia, fuese buscando el único camino que permitiera al conjunto de su casta mantenerse en el poder: la vía del mercado. Hay que recordar que cuando Deng tomó posesión (principios de 1979), el vecino estalinista de China, es decir la URSS, ya empezaba a dar señales de crisis del sistema burocrático y de crisis social. Tal vez sea por eso que el presidente afirmó: “No importa si el gato es negro o blanco, lo importante es que cace al ratón”. Es decir, lo importante es asegurar el desarrollo de las fuerzas productivas y la supervivencia de la burocracia, no importa por qué medio y a que precio.
Así fue que en los años ochenta una burguesía incipiente entró en la ecuación como nueva clase social nacida de las reformas de Deng Xiao Ping. A lo largo de estos veinticinco años, la burocracia estalinista fue ‘planificando’ la vuelta a la anarquía capitalista y justificando el fortalecimiento de la nueva clase capitalista; justificación ideológica tanto más necesaria en cuanto la misma cúpula estalinista en parte parió y en parte se integró en la nueva clase dominante burguesa.
Diez años después de las primeras reformas de mercado y cinco años tras el desmantelamiento de las comunas agrícolas, Deng Xiao Ping había de asistir en 1989 al colapso del sistema estalinista en la URSS y en toda Europa oriental. Por eso concluyó (correctamente, según su punto de vista de casta) que aún estaba a tiempo, es decir que tenía más margen de maniobra que los soviéticos para pasarse al capitalismo antes que se disgregase y colapsase todo el sistema. Sin embargo, como ya vimos, debía de hacerlo manteniendo un estricto control del aparato del estado y del partido. Ya en 1986 un masivo movimiento estudiantil había sacudido la capital, protestando contra las crecientes diferencias sociales e injusticias creadas por las reformas de mercado. Hace años que los primeros coches de lujo (hasta algún Ferrari) circulaban por las calles de las grandes ciudades. A partir de allí y a pesar de algunas depuraciones de fachada de los burócratas más corruptos, el descontento aumentaba en el seno de la clase obrera y de la juventud de las ciudades. Lo que se estaba preparando eran las condiciones para una revolución política comparable en lo esencial con las de Hungría (1956) y Checoslovaquia (1968), que fueron aplastadas por los tanques del estalinismo (revolución política es la que quiere transformar el sistema político y el estado sin cuestionar las bases económicas del sistema).
Los desequilibrios sociales, el provocador y descarado nacimiento de una nueva burguesía, la más antidemocrática práctica política de la burocracia: estos factores llenaron el vaso de la paciencia de las masas obreras y estudiantiles de las ciudades. Las peores pesadillas de la burocracia se materializaron en la primavera de 1989, con epicentro en Pekín y difusión en las principales ciudades del país. Ríos de jóvenes y trabajadores se lanzaron a la calle con sus demandas democráticas y sociales, a menudo cantando la Internacional. Estaban muy lejos de ser contrarrevolucionarios, la población urbana les apoyaba. Meses de manifestaciones acabaron en la masacre de la plaza pekinesa de Tienanmen y en la posterior represión policial a lo largo y ancho del país. La cúpula del PCCh comprendió definitivamente que tan solo un régimen dictatorial hubiera permitido la transformación capitalista de China sin que una revolución obrera y juvenil lo impidiera.
Desde 1990, el ritmo de la restauración capitalista aumentó, junto con la necesaria represión de todas rebeliones obreras y populares. En el contexto de reacción ideológica y retroceso social de los noventa, el camino capitalista de China no podía que acelerar. Gato negro o gato blanco, lo importante era cazar al ratón.
A pesar de haberse lanzado al torbellino del capitalismo más salvaje, el PCCh siempre se ha negado a deshacerse de los nombres y símbolos comunistas, en el partido y en el estado. Esto se explica por un lado con la necesidad de mantener el monopolio de la bandera roja y la estrella durante algún tiempo más, como antídoto contra la coagulación de organizaciones de izquierdas (políticas y sindicales) que levanten legítimamente la bandera revolucionaria; se trata de la necesidad de la burguesía de mantener centralizado el poder en mano del PCCh, ya que la formación de la potencia capitalista china tan solo puede darse bajo un régimen bonapartista que sofoque las luchas de las masas explotadas y les siga negando el derecho democrático a organizarse políticamente fuera de las estructuras de la burguesía ‘estalinista’. Por otra parte el poder político absoluto del PCCh se explica con el temor a la fragmentación de la burocracia en diferentes partidos (la democracia burguesa), lo que a su vez pueda hacer peligrar el control sobre las masas.
Para las altas esferas de la burocracia, transformarse completamente en burguesía sin perder el poder político y sin revoluciones desde abajo es la tarea central. Las mentiras y las ridículas definiciones cuales socialismo con características chinas, socialismo de mercado, teoría de las cuatro representaciones, no están dirigidas en ocultar la realidad capitalista de China, lo cual es imposible; más bien sirven para sembrar confusión en las filas más honradas y pegadas a la clase oprimida que aún quedan dentro del PCCh. Tratan de hacer creer a millones de personas, incluso a la incipiente pequeña burguesía afiliada al partido, que el socialismo de mercado es un atajo, un instrumento para lograr el bienestar del país y que el enriquecimiento personal es una gloriosa contribución al avance de la nación. Hacer creer que si hay desequilibrios (millones de desempleados, de despedidos, de expropiados de su tierra, hambre y pobreza, venta de órganos y de seres humanos, obreros que se suicidan como normal protesta laboral…) estos se deben a la incapacidad de los administradores locales y no a la línea del partido en su conjunto.
Desde las provincias siguen llegando a Pekín un sinfín de quejas, peticiones, denuncias por parte de obreros, campesinos y militantes de base. Denuncias que el partido devuelve al gobernador local, sin que surtan el mínimo efecto sobre la marcha del socialismo de mercado. El único miedo de la gran burocracia burguesa del PCCh es tener que ser juzgada en la calle, el día de mañana, por cientos de millones de pobres y trabajadores chinos. Al fin de evitarlo, o aplazarlo lo más posible, toda mentira vale, toda confusión es admisible y bienvenida.
El partido comunista de los capitalistas
China está hoy en la carrera de convertirse en el taller industrial del mundo. Un capitalismo basado en la mano de obra industrial más barata del planeta ha permitido al país mantener un ritmo de crecimiento no inferior al 9% durante años. Y esta es la única posibilidad de que la burocracia capitalista se mantenga en el poder. Los nuevos dirigentes (Hu Jintao y compañía) se mantienen firmes al timón en el intento exitoso de consolidar la integración de China en el mercado mundial y seguir siendo lo que ya son: la representación política de la burguesía dominante. Al mismo tiempo, la cúpula del PCCh ha pasado físicamente a ser burguesía y también su representación política directa. Esta situación se ha legalizado en el año 2001, cuando el congreso del partido decidió abrir sus filas a los empresarios. Cuantos más ricos, mejor.
Fruto de este proceso, la nueva clase burguesa y pequeño burguesa china ha crecido enormemente en tamaño absoluto. Las cifras lo demuestran: una clase burocrática y emprendedora enriquecida de unos 50 millones de personas, una élite de entre 15.000 y 20.000 personas que tienen en el banco al menos 8 millones de euros. 21 millones de chinos pasan sus vacaciones fuera del país y pueden pagar en dólares o euros. El 10% de la población (130 millones de personas) acapara el 45% de la renta nacional, mientras el 10% más pobre tan sólo recibe el 1,5%. Los familiares de los miembros de las esferas media y alta del PCCh se enriquecen dirigiendo o participando en empresas privadas, con o sin la participación de capital extranjero, y saqueando impunemente a las empresas públicas. El dogma vigente en China es que lo estatal no puede ser rentable. Con ese dogma por delante, y la complicidad de la burocracia a todos niveles, todo saqueo es admitido.
El 40% de la industria pesada y extractiva sigue en manos del estado, especialmente el sector energético, que es la palanca de la modernización industrial del país. Si bien China posee tres de las cinco empresas con más empleados a escala mundial (Sinopec, Energía del Estado, Petróleo Nacional de China), esto no significa que el estado siga teniendo algo de ‘socialista’. La quinta empresa que más trabajadores emplea en el mundo es US Postal Service, de propiedad estatal… y esto no hace de EEUU un país parcialmente socialista. El tamaño de las empresas estatales no contradice el carácter capitalista de China, sino que confirma la intención del PCCh de proveer a la industria privada un buen soporte energético estatal. Y aún así, el sector estatal redujo a la mitad el número de sus empleados en los últimos quince años. Más adelante, y no falta mucho, estas grandes empresas estatales de la energía serán transformadas en poderosas multinacionales con base en China.
La transformación en potencia industrial, en las condiciones actuales, no puede darse sin establecer al menos algunos cientos de multinacionales en sectores claves de la energía, de la manufactura, automoción y de la alta tecnología. Esto se demuestra mejor si recordamos que una empresa informática estatal compró durante el año 2004 el sector ordenadores de IBM, que otra empresa estatal quiso comprar hace poco a la petrolera Unocal norteamericana y que cada vez más empresas estatales se preparan para transformarse en multinacionales. He aquí la clave del plan del PCCh: asegurar rápidamente las bases para consolidar una burguesía nacional poderosa, antes de que una protesta popular y revolucionaria pueda hacer peligrar todo el proceso.
Sin embargo, la vuelta al capitalismo -ver el artículo de Heiko Khoo: “China: el capitalismo significa guerra contra la clase obrera”- precisa dos condiciones políticas que tan sólo el PCCh puede ofrecer: un régimen bonapartista que asegure la concentración del poder estatal para poder dirigir el proceso y una fuerte represión que sofoque las inevitables sublevaciones locales de la clase obrera y del campesinado mientras se le quita todos derechos y dignidad. En este contexto, el PCCh juega el papel del árbitro corrupto, de instrumento político de la dictadura más despiadada del capital. Lo que parece evidente es que la burocracia no quiere ni va a desaparecer con este proceso, sino que seguirá jugando un papel importante y privilegiado en el futuro como poder estatal burgués, impidiendo una representación política de la clase obrera y los campesinos pobres… y manteniendo el control del ejército. Podríamos describir ese nuevo fenómeno como una contrarrevolución social, en la que cambian las relaciones sociales de producción sin que se modifique la superestructura política.
La estrategia internacional del capitalismo chino
El desarrollo desigual y complejo de China provocado por su restauración capitalista es indudable: las enormes ciudades contra la inmensidad y el atraso del campo, la industria aerospacial contra las condiciones de trabajo semiesclavistas en todos los sectores, el dinamismo de las ciudades de la costa y del este contra la depresión económica y social de decenas de miles de aldeas en el centro, el oeste y el sudoeste. Es verdad que este desarrollo ha empujado atrás a partes importantes del país, en una condición tercermundista y comparable con la realidad de un país colonial. Sin embargo, las áreas más desarrolladas de China constituyen en términos absolutos (cuantitativa y cualitativamente) una potencia industrial y productiva que, a diferencia del mundo ex-colonial, está bajo el control político y estatal de la burguesía del PCCh.
Es este un elemento fundamental que diferencia China de los países capitalistas atrasados. Otro es que la burguesía china (gracias al superávit comercial con todas las áreas del planeta excepto Asia) dispone de capitales y reservas monetarias que le permiten intervenir en toda una serie de países no asiáticos a un nivel que pronto será comparable a muchos países europeos. Sería interesante estudiar el creciente nivel de penetración del capital chino en toda una serie de países, especialmente de América Latina y Oriente Medio. Los múltiples contratos comerciales que China ha cerrado con Venezuela, Brasil, Argentina, Irán dejan entrever la búsqueda de canales independientes de abastecimiento de materias primas, que permitan eludir el control y la influencia directa del imperialismo norteamericano. En cambio, cada vez más países sudamericanos, asiáticos y medio-orientales empiezan a ver a China como socio alternativo al agresivo imperialismo de EEUU y Europa.
En la época imperialista actual, ningún país puede escaparse de la participación en el mercado mundial. Y la burguesía China no quiere ser es un espectador más de la subdivisión del mundo en esferas de influencia, sino que está en camino de ser un actor de primera importancia. Al desarrollo capitalista, se le irá asociando inevitablemente un papel imperialista, comenzando a nivel regional (de aquí los recientes roces con Japón).
En el plano comercial, Europa acaba de desplazar a Japón del segundo puesto como socio comercial de China y a EEUU del primero. Tendrán los EEUU y la UE graves problemas a la hora de alzar barreras proteccionistas contra China en el caso de una futura recesión o estancamiento prolongado de la economía: basta decir que la multinacional norteamericana Dell fabrica en China el 60% de los ordenadores que luego vende dentro de los mismos EEUU. Otro ejemplo claro es la norteamericana Wall-Mart, la empresa más grande del mundo en términos de empleados y de negocios: gran parte de los productos que se venden en sus supermercados están producidos en China. El mismo discurso vale para cientos de multinacionales europeas, japonesas y norteamericanas que producen en China y que explotan la mano de obra y las condiciones semi-esclavas de su clase obrera.
Contrariamente a lo que algunos piensan, los intereses de la clase dominante china están tan ligados a la participación en el comercio mundial que a estas alturas ni siquiera una crisis económica podría revertir el proceso de restauración capitalista. La hipótesis de re-centralización de la economía implicaría un improbable suicidio colectivo de la burocracia que en grandísima medida ya se ha hecho capitalista. Además, cualquier hipotético proceso de estatización de la industria privada sería entendido por la clase obrera como una oportunidad de vengarse de veinte años de pérdidas de derechos y del engaño al que fue sometida por la burocracia estalinista.
Los síntomas de sobreproducción capitalista en China son más que evidentes y saldrán a la superficie en cuanto EEUU y en segunda medida Europa dejen de absorber parte importante de los productos chinos. Los desequilibrios del desarrollo capitalista tan solo pueden ser paliados, y aún así solo temporalmente, por un crecimiento del PIB que siga igual de sostenido durante muchos años. Un estancamiento económico prolongado de los EEUU tendría efectos dramáticos en China y provocará una selección en el interior de la burguesía y al mismo tiempo una aceleración de la concentración del capital.
Es por eso también que el PCCh está intentando por un lado diversificar sus relaciones comerciales y sus lazos empresariales tan rápidamente como puede, y por el otro limitar su dependencia del exterior en maquinaria industrial. En estos momentos, la sola área del planeta hacia la que China tiene déficit comercial es Asia oriental (Japón, Corea del Sur, Taiwán); pero esto acabará pronto, cuando China interrumpa gran parte de la importación de maquinaria moderna y pueda manufacturarla directamente en el continente. No falta mucho.
China está en pleno proceso de acumulación y reproducción de tecnología occidental y japonesa en manos nacionales, un proceso largo que se inició hace muchos años y todavía no ha terminado. La modernización de las infraestructuras y las reconversiones industriales seguirán produciéndose, la formación de multinacionales chinas es un fenómeno incipiente pero imparable, los despidos masivos también. Es la lógica del capital.
Un futuro de luchas titánicas
China es un país dividido profundamente en clases sociales. Nos encontramos frente a la clásica subdivisión entre clases sociales típica de un país capitalista. Cruzando las estadísticas internas e internacionales disponibles en Internet, podemos imaginar una pirámide que se configura aproximadamente así:
– Capitalistas medianos y grandes 0,5% ( 7 millones de personas)
– Ejecutivos empresariales y grandes burócratas 3,5% ( 45 millones de personas)
Total 4,0% ( 52 millones de personas)
– Pequeña burguesía profesional 4,6% ( 60 millones de personas)
– Pequeña burguesía emprendedora 7,6% ( 99 millones de personas)
– Pequeña burocracia y trabajadores de cuello blanco 7,2% ( 92 millones de personas)
– Campesinos acomodados 3,6% (47 millones de personas)
Total 23,0% (298 millones de personas)
– Clase obrera de la industria, los servicios y otros 33,8% (439 millones de personas)
– Campesinos 39,0% (507 millones de personas)
Total 72,8% (946 millones de personas)
La reconversión capitalista de China y su salvaje desarrollo ha sido posible solamente gracias al anterior período de planificación (aunque burocrática y con costes humanos enormes) de la economía y a los avances sociales revolucionarios de los primeros años. Este proceso de reacción está forjando una clase obrera cuya fuerza potencial no tiene precedentes en la historia de la humanidad. Su tamaño sólo es comparable al de la clase trabajadora de la India, pero a diferencia de aquella y de la clase obrera rusa o norteamericana, tiene como referencia ideológica algo de un pasado bastante reciente al que volver. Se trata del igualitarismo, del tazón de hierro de arroz garantizado, pero a un nivel de desarrollo de las fuerzas productivas mucho más alto y con un sano odio hacia la burocracia y la burguesía.
El papel bonapartista de la burocracia china enmascaraba el cambio dramático de la correlación de fuerzas entre las clases. La clase obrera y los campesinos pobres han venido perdiendo la gran mayoría de los derechos laborales y sociales conquistados a través de la revolución. La pequeña burguesía lleva casi 30 años creciendo y cuenta probablemente con más de 200 millones de personas. La gran burguesía, que procede del contacto con la inversión extranjera y del saqueo de los recursos del estado, se fortalece cada día que pasa y se alimenta de las altas esferas del PCCh, donde encuentra una expresión política más que suficiente, y además ‘prestigiosa’.
Este doloroso proceso de restauración del capitalismo y reindustrialización del país tiene también una cara históricamente progresista. Es decir, la excepcional concentración y fortalecimiento numérico de una joven clase obrera en las ciudades y zonas industriales especiales. Ya son 166 las ciudades chinas que superan el millón de habitantes (y en tres años serán 200): 100 millones de campesinos se han transformado en obreros de la construcción, y otros tantos en obreros industriales. 150 millones de desocupados se desplazan de una ciudad a otra para buscar trabajo. La clase obrera tendrá un peso específico y un dominio físico de las ciudades muy superior que en el pasado. Consecuencia de esto es el debilitamiento de la clase más heterogénea y atrasada de las masas, es decir el campesinado. Los campesinos, a diferencia de la clase obrera, no participaron en las protestas de 1986 y 1989.
El día que se ponga en marcha la clase obrera, que es la más numerosa del mundo, no habrá fuerza capaz de pararla, especialmente porque en su gran mayoría ya no tiene nada que perder (y un país inmenso que conquistar). China será cada vez más sensible a los procesos revolucionarios que tarde o temprano tendrán lugar en Asia, empezando por la India y Pakistán.
El enemigo de la clase obrera china se revela cada día más claramente, y con ello también el carácter de su tarea revolucionaria: una revolución socialista en contra del capitalismo y de su representante político, que en este momento se mal denomina Partido comunista chino. El vertiginoso desarrollo de las fuerzas productivas está concentrando en las manos de la clase trabajadora un potencial enorme, nunca visto antes en la historia de la humanidad. La tercera Revolución china no dejará espacio a la burocracia. No solo porque esta ya se quitó la máscara, sino sobretodo porque destruyó las bases materiales sobre las que se apoyó durante medio siglo. La tarea central del proletariado, del campesinado y de la juventud es prepararse para ello: organizando su propio partido y sindicatos fuera del control de la burguesía y de la burocracia.