Publicamos íntegro el documento «La revolución cubana. pasado, presente y futuro», que analiza los orígenes y desarrollo de la revolución cubana y traza las perspectivas para el momento actual así como nuestra propuesta para defender la revolución cu La revolución cubana
Pasado, presente y futuro
Índice
I. Introducción. Por qué un documento sobre Cuba
El futuro en juego
El legado de los bolcheviques
II. Cuba antes de la revolución
La primera guerra civil (1868-1876)
La independencia de Cuba
El surgimiento de la clase obrera y sus organizaciones
La revolución de 1933
El PCC y la política de frente popular
Batista y el PCC
Inestabilidad política y miseria social
Julio Antonio Mella
El golpe de Estado de Batista y el asalto al cuartel de Moncada
III. La guerrilla al poder
En la sierra
La actitud del imperialismo americano
La farsa electoral de Batista
Fracaso de la ‘operación verano’ de la dictadura
El papel de la clase obrera en los momentos decisivos
IV. El capitalismo es derrocado
Expectativas de cambio
Gobierno Urrutia
Polarización creciente
Las nacionalizaciones, claves para el avance de la revolución
La invasión de Bahía Cochinos
La ruptura con el capitalismo se hace definitiva
V. Cuba después de la revolución
La transición al socialismo. Algunas consideraciones teóricas.
La inviabilidad del socialismo en un solo país
El Estado y el período de transición
El surgimiento de la burocracia en la URSS
Diferencias entre la Revolución Rusa y la Revolución Cubana
La importancia de la democracia obrera
La cuestión del partido único
La defensa consecuente del internacionalismo
Los giros en la política interna
La rectificación de 1986
VI. La revolución en la encrucijada
Los cambios en el contexto mundial
Los cambios en la Cuba de los 90
Dolarización
Comercio exterior
Participación del capital extranjero
Exportaciones, turismo, azúcar, materias primas
Peso del capital privado en el empleo
Cambio de tendencia
Perspectivas
La actitud del imperialismo
Defender una salida revolucionaria
Apéndice – actualización
I. Introducción.
Por qué un documento sobre Cuba
Han pasado ya más de 45 años desde que en los primeros días de enero de 1959 la guerrilla hiciera su triunfal entrada en La Habana y el sanguinario dictador Batista huyese de la Isla. Desde entonces la Revolución Cubana se convirtió en un símbolo de la lucha antiimperialista y anticapitalista. La supresión del capitalismo en la Isla, el brutal bloqueo1 al que ha sido sometida por parte de EEUU desde el principio y el hecho de que en Cuba se haya mantenido hasta hoy la economía planificada han reforzado aún más a Cuba como un símbolo de resistencia.
Sin duda el carácter no capitalista de su economía y la planificación estatal ha sido el punto clave de las conquistas sociales alcanzadas por la revolución, sin el cual no hubiese sido posible que en Cuba se alcanzara en el terreno de la educación, de la sanidad, de la mortalidad infantil, de la alfabetización (el analfabetismo prácticamente desapareció en los primeros años de la revolución) etc, niveles incomparablemente superiores a los países de América Latina, incluso los que tienen una economía más desarrollada como Brasil, Argentina, y en algunos casos a la par de muchos países capitalistas desarrollados. La economía planificada, al mismo tiempo que constituye la base principal de las conquistas sociales de la revolución y de su amplísimo apoyo, es también la razón principal del odio que el imperialismo profesa contra Cuba.
Cuando el imperialismo norteamericano habla de la “falta de democracia en Cuba” apesta a hipocresía. En la práctica los imperialistas estadounidenses han sostenido las más sangrientas dictaduras y golpes de Estado cuando les ha convenido, incluyendo el golpe y la dictadura de Batista. Lo que realmente odia el imperialismo norteamericano es que en su “patio trasero” exista un país que no se pliega a sus deseos y en el que se derrocó el capitalismo. Ahora, en un contexto de ascenso revolucionario en toda América Latina, en el que una gran señal de interrogación planea sobre el capitalismo en Venezuela, Bolivia y otros países, el “factor Cuba” adquiere una trascendencia aún mayor para el imperialismo y por supuesto, aunque por motivos diametralmente opuestos, para todos aquellos que deseamos y luchamos por el triunfo de la revolución socialista en toda América Latina y en el mundo.
A 45 años de la revolución, Cuba aún está jugándose su destino. El peligro de una involución social y política, de una contrarrevolución capitalista, no se puede descartar.
EL FUTURO EN JUEGO
Una derrota de la Revolución Cubana sería un gran jarro de agua fría para los procesos revolucionarios que se están abriendo en toda América Latina. Por el contrario, el triunfo de una revolución socialista en cualquier país no sólo daría un enorme respiro a la Revolución Cubana —en realidad la revolución en otros países es su única salvación — sino que desencadenaría un ‘efecto dominó’ en el que el capitalismo sería derrocado en un país tras otro, sacudiendo profundamente la conciencia del propio pueblo norteamericano y preparando el terreno para el derrota del capitalismo en EEUU, el corazón del imperio.
El factor fundamental que motiva este documento es precisamente el que sirva como contribución, desde un punto de vista revolucionario y marxista, al debate sobre el futuro de la Revolución Cubana, sobre cómo preservar y profundizar sus conquistas en un momento tan decisivo como el que estamos viviendo en el país y en toda América Latina. Necesariamente, cualquier intento serio de aportar algo en ese sentido pasa necesariamente por analizar los rasgos esenciales de lo que fue la Revolución Cubana así como el carácter de la sociedad y del sistema político que surgió de esa revolución.
Si la supervivencia de la Revolución Cubana depende del triunfo de la revolución en otros países ¿cómo no abordar las lecciones a sacar de la propia Revolución Cubana, que tanto ha inspirado a los trabajadores y jóvenes del mundo entero? ¿Cómo no intentar sacar conclusiones que sirvan para contribuir ahora al triunfo de la revolución en otros países?
Para nosotros el carácter progresista de la Revolución Cubana está fuera de duda. En primer lugar fue un acontecimiento que puso en evidencia la posibilidad de hacer una revolución a poco más de cien kilómetros de la fuerza imperialista más potente del mundo y derrotar todos los intentos de aplastarla por parte de esta última. En segundo lugar el tremendo impulso que ha dado la economía planificada a la sociedad cubana ha demostrado el enorme potencial de desarrollo que tendría la humanidad sin capitalistas y sin banqueros. Las gigantescas simpatías que la revolución despertó en el mundo entero han constituido su mejor salvaguarda y nosotros nos colocamos firmemente en el campo de la defensa de la Revolución Cubana y sus conquistas frente a la contrarrevolución capitalista y el imperialismo.
Saber de qué lado de la barricada se está es elemental, pero no es suficiente. Además hay que saber cómo defenderla. Las conquistas de la Revolución Cubana no están garantizadas de una vez y para siempre. El peligro de restauración capitalista no sólo existe sino que se desarrolla y lo hace en la misma proporción en que la parcela de funcionamiento económico movido por intereses privados en la Isla se hace mayor, en que ésta crea un entramado de intereses cada vez más ambicioso. La lucha por la supervivencia individual y la desmoralización provocada por la existencia de privilegios y escasez puede acabar pesando mucho y representa una amenaza para la revolución. Por eso es absolutamente necesario que exista una orientación revolucionaria genuinamente internacionalista que dé un horizonte más amplio a la Revolución Cubana.
Claro que también hay factores que actúan en el sentido contrario, es decir, a favor del mantenimiento del sistema de economía planificada, como la crisis capitalista mundial, las condiciones de vida en los países circundantes, los procesos revolucionarios que se han abierto en América Latina, la frescura del proceso revolucionario cubano, el peligro que representa el imperialismo no sólo para las conquistas sociales de la revolución sino para la propia soberanía nacional de la Isla, la sed de venganza de los gusanos, ansiosos de recuperar sus negocios y dar un buen escarmiento a ese pueblo que se atrevió a vivir con la cabeza alta. Pero en la confrontación de fuerzas que empujan hacia atrás, hacia el capitalismo, o hacia delante, hacia el socialismo, las primeras tienen una ventaja: el orden capitalista se reproduce bastante bien en el caos, no necesita el factor consciente y organizado para abrirse un camino. En la etapa de transición al socialismo, eso es sencillamente imprescindible. De ahí que la adopción de una política genuinamente socialista, basada en el internacionalismo y en la democracia obrera, sea clave para preservar y extender las conquistas de la revolución.
EL LEGADO DE LOS BOLCHEVIQUES
Muy a menudo, cuando se piensa en la Revolución Rusa de 1917 y la experiencia de los bolcheviques, se infravaloran las valiosas lecciones que encerró aquel proceso para revoluciones posteriores, como la cubana. Una de las ideas que inducen a ese error es pensar que para cada país hay la posibilidad de elegir el “modelo” más adecuado para llevarlo al socialismo, en función de sus peculiaridades históricas, económicas, etc. Si lo pensamos bien, en sí misma esa afirmación es un contrasentido. No puede existir un modelo diferente para llegar al socialismo en cada país sencillamente porque no puede existir socialismo en un solo país; no existe “vía” para cada país porque de manera individual no se llegará nunca al socialismo como, ha quedado demostrado con el colapso de la URSS tras seis décadas de “triunfo del socialismo” tal como afirmaba irresponsablemente la burocracia. El socialismo, entendido como un tipo de sociedad que ha superado definitivamente al capitalismo en todas las esferas de la actividad humana tiene que partir, necesariamente, de la utilización de todos los recursos económicos y técnicos a escala internacional.
Por supuesto que cada revolución tiene sus peculiaridades, pero también tienen muchas cosas en común porque en realidad son parte de un mismo proceso de fondo. Son diferentes eslabones que se rompen de la misma cadena capitalista internacional y que son sometidos a presiones y procesos similares. Una buena razón para recurrir a la experiencia de la revolución de 1917 y su desarrollo posterior es por que en gran medida, los retos a los que se enfrentó el proletariado ruso en aquella época son de naturaleza muy similar a los que ahora tiene sobre la mesa el proletariado cubano: acoso imperialista, presiones del mercado mundial, surgimiento de tendencias procapitalistas. Y los “remedios” a esas presiones, bajo nuestro punto de vista, también son de naturaleza similar, fundamentalmente la extensión internacional de la revolución socialista y la participación consciente de la clase obrera en todas las esferas de la política y de la economía, es decir, la necesidad de democracia obrera. En la cuestión de cómo defender las conquistas revolucionarias del primer país que rompió con el capitalismo, el legado de Lenin y Trotsky, los dirigentes y teóricos más importantes de la Revolución Rusa, tiene también un valor incalculable y a menudo es interesadamente olvidado.
Todos aquellos que aspiramos a la transformación socialista de la sociedad, tenemos la obligación de apoyarnos en el torrente de energía e inspiración revolucionaria que aún hoy Cuba es capaz de transmitir al pueblo latinoamericano y a la clase obrera de todo el mundo. El mejor servicio a su causa emancipadora nos lleva a defender los aspectos tremendamente progresistas de la Revolución Cubana para combatir las tendencias conservadoras y abiertamente contrarrevolucionarias que coexisten en su seno.
Para salvaguardar las conquistas de la revolución, profundizarlas y extenderlas debemos ser fieles al programa de Marx, Engels, Lenin y Trotsky. Flaco favor haríamos a la Revolución Cubana si tirásemos por la borda las lecciones de Octubre, si no entendiésemos las causas de la posterior degeneración burocrática estalinista —producto, en último término, del aislamiento de la revolución socialista en un país atrasado — y finalmente de la restauración capitalista. Flaco favor haríamos a la Revolución Cubana si no viéramos su suerte ligada al triunfo de la revolución socialista en América Latina y en el mundo.
Una vez más, como ocurriera en los decisivos años de 1959 y 1960, la Revolución Cubana tiene que avanzar para sobrevivir.
1. El bloqueo económico y comercial a Cuba propiciado por EEUU empieza con el mismo triunfo de la revolución. Se establece formalmente desde febrero de 1962 y desde entonces ha ido endureciéndose progresivamente, con medidas como la ley Helms-Burton (1996), que establece penas de cárcel a los inversores en propiedades nacionalizadas o expropiadas por la revolución o las recientes medidas de Bush, restringiendo los viajes y los gastos en dólares en la Isla de los cubanos residentes en EEUU. Al bloqueo económico y comercial hay que sumar el largo historial de actos de sabotaje y terrorismo que el imperialismo americano ha organizado contra la revolución durante décadas.
II. Cuba antes de la revolución
En Cuba se concentraban, y de forma extrema, muchos de los rasgos esenciales (históricos, sociales, económicos y políticos) de los países latinoamericanos y eso tuvo una expresión clarísima en el también peculiar desarrollo que tuvo la revolución de 1959. A la burguesía cubana la podríamos considerar paradigmática de la sumisión hacia el imperialismo que ha caracterizado históricamente a todas las burguesías latinoamericanas. Es importante, en ese sentido, abordar algunos aspectos de la historia de Cuba.
Cuba fue una de las primeras islas descubiertas por Cristóbal Colón en los últimos años del siglo XV y desde entonces, durante casi cuatro siglos, permanecerá bajo el dominio español. En el siglo XVIII se acrecienta el interés de Inglaterra por la “perla antillana”, culminando con la invasión de 1762. Los ingleses permanecerán un año en la Isla y desde entonces serán determinantes para su desarrollo económico, sustituidos algunas décadas después por EEUU. En este período se inicia la explotación masiva de los latifundios para el cultivo de caña de azúcar y tabaco, por medio de la profusa utilización de esclavos.
A principios del siglo XIX el movimiento por la independencia se extiende por toda América Latina, salvo algunas excepciones, entre ellas, Cuba. El comportamiento de las clases dominantes de la Isla estaba determinando por el miedo a que su aislamiento respecto al resto del continente pudiera facilitar la represión española y por el temor a que una revolución por la independencia desencadenase una rebelión de esclavos similar a la acontecida en Haití. Además, la colonia estaba atravesando un largo período de gran crecimiento económico, en conexión directa con la economía norteamericana. A mediados del siglo XIX Cuba era el principal productor de azúcar del mundo, y EEUU el principal comprador.
La élite criolla no aspiraba a la independencia, más bien le atraía la posibilidad de convertirse en un Estado de la Unión Americana. Ese deseo, apoyado por algunos círculos de la burguesía de Washington, era muy significativo de las características de la clase dominante cubana, completamente dócil al capitalismo norteamericano.
LA PRIMERA GUERRA CIVIL (1868-1876)
La realidad socioeconómica cubana era una expresión condensada de la teoría del desarrollo desigual y combinado que Trotsky explica muy bien en su Historia de la Revolución Rusa. En Cuba la penetración tecnológica y financiera de los países capitalistas avanzados no sólo no entró en contradicción con el sistema esclavista empleado en la Isla, sino que lo intensificó aún más. Fue sólo a finales del siglo XIX, cuando el sistema esclavista entró en declive.
Ese fue el telón de fondo de la confrontación que dio lugar a la primera guerra civil por la liberación nacional y que duró de 1868 a 1876. Un sector de la clase dominante, compuesto sobre todo por cafetaleros, azucareros medianos y ganaderos, de la parte oriental de la Isla, la más atrasada, se sentía en condiciones de clara desventaja respecto a los grandes hacendados de la parte occidental. No contaban, como ellos, con la utilización intensiva de la mano de obra esclava, ni con la misma capacidad de renovación tecnológica, ni con el control del aparato estatal. Sin embargo, a pesar de que la guerra contó con las ilusiones y la participación popular, no culminó en una revolución democrático-burguesa. El ejército español dispuso en aquella ocasión del apoyo de EEUU, y para la élite social del Occidente de la Isla era preferible que Cuba siguiera como una colonia española a la desestabilización social que la independencia pudiera provocar. Los hacendados de Oriente acabaron abandonando la lucha por la independencia a cambio de algunas concesiones de la Corona española, traicionando a la base que había conformado el movimiento: los esclavos liberados y los campesinos.
Estos acontecimientos y toda la historia posterior hasta la propia revolución de 1959, ponían en evidencia que la clase dominante cubana era incapaz de poner en práctica las tareas de la revolución democrático-burguesa como en Francia en 1789 y otros países occidentales, cuando consolidaron el Estado-nación como la base del desarrollo capitalista. En pocas palabras era incapaz de lograr un desarrollo industrial con una base propia, distribuir la tierra a los campesinos y la creación de una democracia parlamentaria relativamente estable, todo eso en el marco de un Estado nacional.
En la época moderna no es posible que la burguesía nacional de los países excoloniales, aparecida demasiado tarde en la escena de la historia, sea capaz de resolver estas tareas. Esa es una realidad confirmada no sólo en Cuba sino en todos los países de desarrollo capitalista tardío. La burguesía nacional no puede realizar una eficaz reforma agraria, dado que está ligada económica, social y políticamente a los grandes latifundistas. Es, además, incapaz de desarrollar una verdadera industria nacional, puesto que ella misma asume, el papel de subsidiaria de las multinacionales y de la banca internacional. En la medida que el capitalismo en esos países está ligado a una extrema explotación de la mano de obra y al saqueo de los recursos naturales del país no hay cabida para largos períodos de estabilidad y democracia burguesa parlamentaria.
LA INDEPENDENCIA DE CUBA
José Martí, poeta y fundador, en 1892, del Partido Revolucionario Cubano (PRC), encabezó la segunda guerra de liberación nacional. Su movimiento contó con un amplio respaldo popular (trabajadores, la población de origen africano, la pequeña burguesía urbana, los pequeños propietarios, los campesinos tabacaleros…). A la reivindicación de independencia se unían toda una serie de demandas de tipo social. A pesar de tener muchas limitaciones, el programa de Martí tenía un marcado carácter progresista en la medida que apelaba a la intervención de las masas para alcanzar reivindicaciones de tipo democrático nacional. Además, se dio cuenta de que la independencia formal de la corona española alcanzada por los demás países latinoamericanos no lo resolvía todo, era necesaria una “segunda independencia” que liberase al país del asfixiante dominio del creciente imperialismo norteamericano.
Sin embargo, el proyecto de José Martí de una Cuba independiente de España y de los Estados Unidos, democrática y libre, se frustró. Tras la temprana muerte del líder cubano, en mayo de 1895, bajo la metralla del ejército español, la dirección del PRC supeditó el movimiento de liberación a la burguesía y los terratenientes, que propiciaron a su vez la intervención de EEUU en la guerra. A pesar de todo, la lucha de Martí dejó una larga tradición revolucionaria en Cuba, basada en el antiimperialismo y la apelación a las masas a luchar, que entroncará con el Movimiento 26 de Julio que funda Fidel en 1955.
La represión indiscriminada del ejército colonial no logró frenar la creciente ira de la población contra la dominación española y efectivamente, los norteamericanos deciden intervenir en Cuba aprovechando la formidable ocasión, con la excusa de la defensa de la independencia de la Isla. En poco tiempo los norteamericanos hicieron entrar en razón a los militares españoles y el 10 de diciembre de 1898, con el tratado de París, tomaron posesión del país.
El gobierno de los Estados Unidos consideró a Cuba como un protectorado y rehusó reconocer y compartir el poder con los representantes de los insurgentes nombrando directamente a los administradores de la Isla.
En 1901 el senado norteamericano votó la enmienda Platt, que se insertó como apéndice a la primera Constitución Cubana en la Asamblea Constituyente, compuesta por los mejores exponentes de la burguesía liberal de La Habana, dejando en evidencia el carácter sumiso y conservador de esta clase social. Uno de los artículos de la enmienda Platt, señala que: “(…) el gobierno de Cuba acepta que los Estados Unidos puedan ejercitar el derecho de intervención con el fin de conservar la independencia cubana y el mantenimiento de un gobierno adecuado a la protección de la vida humana, de la propiedad y las libertades individuales (…)”.
Con esta enmienda EEUU ratificaba su absoluto dominio sobre Cuba que duraría varias décadas. Es verdad que en 1902 los marines regresaron a casa y que Cuba se convirtió, formalmente, en una república independiente, pero siguieron influyendo poderosamente en la política de la Isla y en el ámbito económico los norteamericanos mantuvieron, e incluso incrementaron, su dominio. Si en 1895 las inversiones norteamericanas fueron de 50 millones de dólares, el año de la independencia, 1902, éstas ascendieron a 100 millones de dólares y la United Fruit Company adquirió 7.500 hectáreas de tierra al precio de 50 centavos de dólar por hectárea.
En 1909 el 34% del azúcar producido en el país provenía de plantaciones propiedad de los Estados Unidos, el 35% de plantaciones de propiedad europea y sólo el 31% de propiedad cubana, las cuales pagaban hipotecas a bancos norteamericanos. Las empresas multinacionales controlaban enormes territorios. En el campo, toda la actividad económica giraba entorno a las grandes plantaciones, de las que dependía la gran mayoría de los campesinos. Los pequeños propietarios estaban también condicionados por ese dominio aplastante.
EL SURGIMIENTO DE LA CLASE OBRERA Y SUS ORGANIZACIONES
Los presidentes que se sucedieron en aquellos primeros años de “libertad” —entre tentativas de golpes de Estado, de intervenciones militares norteamericanas y fraudes electorales — eran, en general, poco más que simples títeres del Tío Sam. El período que va desde la Primera Guerra Mundial a los años 20, fue también una época de expansión económica, por la cual Cuba se convirtió en el primer productor mundial de azúcar.
Paralelamente se desarrollaron las primeras huelgas de masas, sobre todo en el sector del tabaco, que llevaron en 1920 a la formación de la Federación Obrera de La Habana, el primer sindicato obrero.
En 1921 se desató una nueva crisis, determinada fundamentalmente por la caída del precio del azúcar de 22,6 a 3,7 centavos la libra.
Los gobernantes a duras penas pudieron contener el descontento social y las protestas se sucedían una tras otra. En febrero de 1924 se fundó el Sindicato de Ferroviarios, que poco después organizó una huelga de tres semanas. Las universidades estaban en constante agitación.
El año 1925 comenzó con una gran oleada de huelgas, entre ellas la más importante fue la de los obreros textiles, sofocada a balazos. El mismo año se funda la Confederación Nacional de Trabajadores, que agrupa a los sindicatos de diversos sectores.
En agosto de 1925 se forma el Partido Comunista Cubano (PCC) por iniciativa de algunas decenas de obreros cubanos, estudiantes universitarios y un grupo de obreros emigrados. El partido nacía en un momento favorable para el crecimiento de una fuerza revolucionaria de masas en el país, pero también en medio del proceso de degeneración burocrática de la Internacional Comunista, que significó una ruptura total con las tradiciones bolcheviques que llevaron al triunfo de la Revolución Rusa en octubre de 1917. Se depuró la Internacional Comunista de todo dirigente poco dispuesto a arrodillarse ante Stalin, mientras la línea política oscilaba entre la colaboración de clases con la “burguesía progresista” en los países coloniales y el sectarismo más disparatado en los países capitalistas avanzados.
El año 1925 también fue el del fin de los gobiernos “democráticos” en Cuba. Dos años antes, el presidente Zayas había sido puesto bajo la tutela de una comisión norteamericana presidida por el general Crowder, que en el fondo detentaba el poder real. Dicha mafia apoyaría la candidatura del general Gerardo Machado para presidente. Este último será el prototipo de los futuros dictadores latinoamericanos, mezclando grandes dosis de demagogia con la más brutal represión contra los opositores. Muchos dirigentes comunistas son asesinados sistemáticamente, como fue el caso del fundador y dirigente del Partido Comunista y de los sindicatos cubanos Julio Antonio Mella, asesinado en Ciudad de México en 1929.
La crisis de 1929 golpeó duramente a Cuba. La producción de azúcar se mantenía en sus niveles más altos mientras que el precio llegaba al mínimo histórico de 0, 71 centavos la libra. Esto determinó un notable incremento de la lucha.
En 1930 una huelga general en el Occidente de la Isla hizo tambalear el régimen de Machado. El 19 de abril 50.000 personas se manifestaron en La Habana contra la dictadura. El año siguiente los comunistas lograron hacerse con el control de la Central Nacional Obrera Cubana (CNOC), antes dirigida por los anarcosindicalistas.
LA REVOLUCIÓN DE 1933
En la víspera del estallido revolucionario de 1933 existían en Cuba todas las condiciones para una reedición de un octubre ruso de 1917, es decir, para la toma de poder por parte del proletariado cubano, aliado con los campesinos y otras clases oprimidas.
El país vivía un estado de enorme atraso combinado con algunos aspectos de la más moderna economía capitalista. Los norteamericanos habían construido una eficiente red de transportes, mientras la mayor parte de los trabajadores del campo eran asalariados, por ende no había un número muy significativo de campesinos pequeños propietarios. El 57% de los cubanos vivía en la ciudad.
La Habana era una de las metrópolis más importantes de Centroamérica y las Antillas. El 16,4% de la población económicamente activa estaba constituida por obreros, un porcentaje superior al de Rusia en 1917. Además habría que añadir un 37% de los trabajadores del sector terciario.
La clase obrera era la única que, frente a la ineptitud de la burguesía nacional, podía liberar la Isla del dominio del imperialismo y de su subdesarrollo. Para salir del atraso en el que se había enquistado el desarrollo social y económico de Cuba era necesario proceder al derrocamiento de la burguesía, a la nacionalización de la economía y a su gestión por medio de un plan centralizado de producción que respondiese a los intereses de la inmensa mayoría de la población. Realmente, la única clase que tenía la fuerza potencial y podía asumir tal programa de forma consciente, era la clase obrera.
El papel que durante muchos años jugó la dirección del PCC es fundamental para entender las peculiaridades del proceso revolucionario cubano. Paradójicamente, el partido no tuvo un papel determinante en la revolución de 1959. Tampoco en la situación revolucionaria de los años 30 el partido planteó la perspectiva de una revolución de carácter socialista en el país. La razón que explica este hecho no reside en su debilidad, de hecho el PCC era uno de los partidos comunistas más fuertes de América Latina. En los años 40 contaba con 80.000 militantes sobre una población de seis millones, una cifra nada desdeñable si tenemos en cuenta que el Partido Bolchevique, en febrero de 1917 sólo contaba con 8.000 sobre una población de más de cien millones.
Pero, ¿cuál era la política de la dirección de PCC en 1933? Como todos los demás grupos dirigentes de los partidos comunistas de América Latina, formados bajo las directrices estalinistas, confiaban en una alianza con una imaginaria “burguesía nacional antiimperialista” y en “una revolución democrática, liberal y nacionalista” (S. Tutino, L’Ottobre cubano, pág. 65).
En la primavera de 1933 estalla una gran huelga general impulsada por la CNOC. La posición de Machado se hacía cada vez más insostenible y la posibilidad de una intervención norteamericana se reforzaba. En esta coyuntura la postura de la dirección del PCC no fue reforzar una línea de independencia de clase con el fin de liderar una alternativa socialista frente a Machado. Por el contrario basándose en el argumento del mal menor, Cesar Vilar, comunista y secretario general de la CNOC, acordó un pacto con el dictador por el que puso fin a la huelga. El objetivo declarado fue evitar la intervención de los EEUU.
En agosto estalló la huelga en el sector del transporte. Tras una semana, nuevamente, Vilar intenta frenar el movimiento con un acuerdo, pero la huelga no se suspendía. Machado intentó emplear al ejército pero los militares rehusaron intervenir.
En la parte oriental los trabajadores formaron sóviets1 en algunos ingenios azucareros. La escalada de movilizaciones había alcanzado un punto culminante y la población se lanzó masivamente a la calle reclamando el fin de la dictadura. Finalmente Machado fue destituido.
En su lugar entró un gobierno filo-americano, con Carlos Manuel Céspedes al frente, pero el movimiento, a pesar de la caída de Machado, no se detuvo. Un grupo de suboficiales, con el apoyo de los estudiantes y de algunas capas de la pequeña burguesía radical derribaron al gobierno de Céspedes y colocaron en el poder a una junta de cinco personas presidida por Grau San Martí, profesor universitario y viejo opositor de Machado. El líder de los militares era el sargento Fulgencio Batista.
La dirección del PCC, sintiendo que otros personajes y formaciones políticas se estaban aprovechando del proceso revolucionario que se había abierto, da un improvisado giro de 180 grados a su política. Pero ya era demasiado tarde para evitar desperdiciar una ocasión de oro. Intentan remediar toda la política oportunista anterior lanzando la consigna de “todo el poder a los sóviets”, sin ninguna preparación previa y cuando el movimiento estaba ya en reflujo. Además, el partido había gastado mucho de su prestigio a causa de su posicionamiento hacia Machado, no sólo entre la pequeña burguesía, también entre la clase obrera. Esa situación facilitó la represión del ejército contra la militancia comunista, que pagó con su sangre los errores políticos de su dirección.
EL PCC Y LA POLÍTICA DE FRENTE POPULAR
Batista y los militares maniobraron para controlar la situación. Para enero de 1934 se deshicieron del gobierno de Grau sustituyéndolo por hombres más manejables. Empezaba así el primer paso de Batista hacia el poder.
Producto de la derrota de la revolución, el movimiento obrero y campesino tardaría algún tiempo en recuperarse. De manera paralela se inicia un período favorable en la economía, lo cual le permite al gobierno hacer algunas concesiones, como la jornada de 8 horas. De cualquier modo en 1935 cerca del 25% de la población era aún analfabeta y en un porcentaje similar estaba desocupada.
El PCC, en la clandestinidad, trata de reflexionar sobre sus errores pasados. Sin embargo, la línea aprobada en el VII Congreso de la Internacional Comunista (1935), que supuso un nuevo viraje político de 180 grados y la confirmación de los frentes populares, terminó por anular al PCC como organización revolucionaria. El frente popular es una política que implica la búsqueda de alianzas a toda costa con partidos y personalidades de la burguesía “antifascista” o progresista, verdaderos o (casi siempre) supuestos. En la táctica del frente popular las organizaciones de la clase obrera renuncian al programa de lucha contra el capitalismo y a sus métodos naturales de combate (fortalecimiento de los consejos obreros, toma de empresas bajo control obrero, formación de milicias independientes del Estado burgués, etc.) en aras de su alianza con la supuesta burguesía antifascista, que en la práctica no aporta nada a la lucha contra el fascismo. Esa orientación no tiene nada que ver con una política de frente único entre las diferentes organizaciones de la clase obrera contra el enemigo fascista y la diferencia es cualitativa.
La política de frente popular, que entre otras cosas llevó a la ruina a la Revolución Española de 1936-39, fue aplicada celosamente también en Cuba. En diciembre de 1936, Blas Roca, secretario general del partido escribía: “La misma burguesía nacional, entrando en contradicción con el capitalismo que la sofoca, acumula energías revolucionarias que no se deben dejar perder (…) Todos los estratos de nuestra población desde el proletariado a la burguesía nacional pueden y deben formar un amplio frente popular contra el opresor extranjero” (S. Tutino, op. cit., pág. 148).
La invitación a formar la alianza se orientó hacia Grau y su Partido Revolucionario Auténtico (de carácter burgués), el cual sin embargo, no aceptó la alianza.
BATISTA Y EL PCC
De 1937 en adelante Batista, aconsejado por el entonces presidente de EEUU Rooselvelt, concede una cierta apertura democrática e impulsa un mayor control del Estado sobre la economía, especialmente la producción de azúcar y tabaco. Repentinamente, el PCC, que definía a Batista como un “traidor a la nación y siervo del imperialismo” efectúa otro giro de 180 grados. “Batista había comenzado a no ser el principal exponente de la reacción” afirmaba Blas Roca en julio de 1938 y continuaba: “El estallido revolucionario que en septiembre de 1933 lo indujo a revelarse contra el poder no ha cesado de ejercitar una presión sobre él” (citado en Guerrilleros al poder, de K. S. Karol, 1970, pág. 83)
El gobierno de Batista recibió la etiqueta de “democrático” por parte de Rooselvelt y en esa coyuntura la burocracia estalinista no quería entorpecer sus relaciones económicas y políticas con el mandatario norteamericano. Ahora los principales enemigos de Cuba eran los fascistas pero no Batista (¡!). Como muestra de agradecimiento el PCC fue legalizado en 1938. Cuando en noviembre del 1939 se llevaron acabo las elecciones para la Asamblea Constituyente, se confrontaron dos coaliciones: Batista y los comunistas por un lado y los Auténticos de Grau y el ABC de la otra. Ganaron estos últimos y el PC obtuvo el 10% de los votos aproximadamente. El año siguiente Batista se hace elegir presidente de una manera no muy limpia y para 1942 dos comunistas, Juan Marinello y Carlos Rafael Rodríguez, entraron al gobierno.
En ese período el PCC cambia de nombre, pasándose a llamar Partido Socialista Popular, y figuraba entre los partidos más a la derecha de la Internacional Comunista. El II Congreso del PSP consideró oportuno saludar al presidente Batista con estas palabras: “(…) Deseamos reiterar que puede contar con nuestro respeto, afecto y estima por sus principios de gobernante democrático y progresista” (S. Tutino, op. cit., pág. 171). La crítica al imperialismo estadounidense pertenecía al pasado y, sosteniendo la inutilidad de las nacionalizaciones de las propiedades extranjeras, se proponía “la colaboración en un programa de economía expansiva que aceptaría pagar intereses razonables para las inversiones extranjeras, principalmente inglesas y norteamericanas” (S. Tutino, op. cit., pág 179). Los sindicatos, en 80% de los cuales los comunistas habían conquistado una posición dirigente, publicaron un folleto con el título “La colaboración entre los empresarios y los obreros”. Efectuando un posterior viraje político los dirigentes del PSP ofrecieron su colaboración al nuevo presidente Grau San Martín, para después ser desechados y pasar a la oposición en 1946. La sucesión de giros, vacilaciones y traiciones por parte de los dirigentes que se suponían “herederos de las tradiciones de Octubre” en Cuba, constituye un caso paradigmático del desastre que el estalinismo provocó en el conjunto del movimiento revolucionario de América Latina.
Un partido que tenía una influencia decisiva en el movimiento obrero cubano y cuya dirección, en nombre del comunismo y de las tradiciones revolucionarias de Octubre, practicaba la más despreciable política menchevique y de colaboración de clases no podía menos que dejar su impronta en la política cubana.
Con esa trayectoria nos podemos imaginar lo difícil que era para los trabajadores y los campesinos cubanos de la época, hacerse una idea de las auténticas ideas del comunismo y de la táctica bolchevique. Las ideas de Marx y de Lenin estaban sepultadas bajo toneladas de tremendas aberraciones. Para toda una generación de jóvenes que entraron en política bajo el signo de la lucha antiimperialista, los zigzagues del PCC cuanto menos causaban indiferencia, cuando no abierto rechazo. Para muchos, los comunistas eran demasiado “flojos” con el imperialismo americano y para otros, aunque la noción del comunismo y de la Revolución de Octubre podían ejercer un poderoso atractivo, conocer su auténtico desarrollo y asimilar sus valiosas lecciones era una tarea casi imposible.
JULIO ANTONIO MELLA
Es muy interesante contrastar la política de la dirección del PCC descrita más arriba con la que propugnaba su secretario general Julio Antonio Mella. Su asesinato en México, en 1929, truncó la posibilidad de que el partido adoptase una política genuinamente leninista, claramente contrapuesta a la política estalinista de alianza entre las clases. Citamos algunos párrafos de sus escritos que se comentan por sí mismos:
“(…) en su lucha contra el imperialismo —el ladrón extranjero — las burguesías —los ladrones nacionales — se unen al proletariado, buena carne de cañón. Pero acaban por comprender que es mejor hacer alianza con el imperialismo que al fin y al cabo persigue un interés semejante. De progresistas se convierten en reaccionarios. Las concesiones que hacían al proletariado para tenerlo a su lado las traicionan cuando éste, en su avance, se convierte en un peligro tanto para el ladrón extranjero como para el nacional” (de La lucha revolucionaria contra el imperialismo. ¿Qué es el ARPA?).
“Los revolucionarios de la América que aspiran a derrocar las tiranías de sus respectivos países, no pueden desconocer esta verdad; los que aparenten desconocerla es porque su ignorancia, o su mala fe, les impide ver la clara realidad. No se puede vivir con los principios de 1789; a pesar de la mente retardataria de algunos, la humanidad ha progresado y al hacer las revoluciones en este siglo hay que contar con un nuevo factor: las ideas socialistas en general, que con un matiz u otro, se arraigan en todos los rincones del globo” (de Imperialismo, tirana, sóviet).
“La causa del proletariado es la causa nacional. Él es la única fuerza capaz de luchar con probabilidades de triunfo por los ideales de libertad en la época actual. Cuando él se levanta airado como nuevo Espartaco en los campos y en las ciudades, él se levanta a luchar por los ideales todos del pueblo. Él quiere destruir al capital extranjero que es el enemigo de la nación. Él anhela establecer un régimen de hombres del pueblo, servido por un ejército del pueblo, porque comprende que es la única garantía de la justicia social (…) Sabe que la riqueza en manos de unos cuantos es causa de abusos y miserias, por eso la pretende socializar (…)” (de Los nuevos libertadores).
“Los comunistas ayudarán, han ayudado hasta ahora —México, Nicaragua, etc — a los movimientos nacionales de emancipación aunque tengan una base burguesa-democrática. Nadie niega esta necesidad, a condición de que sean verdaderamente emancipadores y revolucionarios. Pero he aquí lo que continúa aconsejando Lenin al Segundo Congreso de la Internacional: ‘La Internacional debe apoyar los movimientos nacionales de liberación /…/ en los países atrasados y en las colonias, solamente bajo la condición de que los elementos de los futuros partidos proletarios, comunistas no sólo de nombre, se agrupen y se eduquen en la conciencia de sus propias tareas disímiles, tareas de lucha contra los movimientos democrático-burgueses dentro de sus naciones. La I.C. debe marchar en alianza temporal con la democracia burguesa de las colonias y de los países atrasados, pero sin fusionarse con ella y salvaguardando expresamente la independencia del movimiento proletario, aún en lo más rudimentario” (de La lucha revolucionaria contra el imperialismo. ¿Qué es el ARPA?).
Mella reconocía la existencia de dos nacionalismos: el burgués y el revolucionario. “El primero desea una nación para vivir su casta parasitariamente del resto de la sociedad y de los mendrugos del capital sajón; el último desea una nación libre para acabar con los parásitos del interior y los invasores imperialistas, reconociendo que el principal ciudadano en toda la sociedad es aquel que contribuye a elevar con su trabajo diario, sin explotar a sus semejantes” (de Imperialismo, tirana, sóviet).
INESTABILIDAD POLÍTICA Y MISERIA SOCIAL
Entre 1939 y 1945 se había duplicado el PIB nacional, pero la burguesía cubana era incapaz de elaborar un plan de desarrollo que liberase la economía cubana de la dependencia de la caña de azúcar, que representaba el 80% de las exportaciones. De este modo toda la economía estaba condicionada a las fluctuaciones internacionales del precio de este producto en el mercado mundial.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Cuba afrontaría una nueva crisis. Las luchas políticas y la inestabilidad económica minaban gravemente la “democracia” cubana. Por otro lado, el gangsterismo estaba al orden del día, financiado directamente desde la presidencia de la República, que enviaba 18.000 dólares al mes a los grupos de acción, bajo la forma de “asignaciones particulares”. En 1947, denunciando la corrupción del gobierno de Grau, el senador Chibás y otros destacados miembros del ala más nacionalista de la burguesía, fundaron el Partido del Pueblo Cubano, llamado más conocido como Partido Ortodoxo, al que se adhiere el joven universitario Fidel Castro.
Algunos años antes de la revolución, Cuba era sin duda un paraíso para los ricos turistas americanos, pero también era un infierno para la mayoría de la población, a pesar de ser considerada una de las naciones con mayor bienestar en América Latina.
Entre 1950 y 1954 el ingreso medio per cápita en el estado más pobre de los Estados Unidos, Mississipi, era de 829 dólares, mientras en Cuba era de sólo 312 dólares, esto es 6 dólares a la semana. Un cuarto de la población era analfabeta y el porcentaje de niños que estudiaban era más bajo que en los años 20. En 1954 el 15% de las casas de la ciudad y sólo el 1% de las del campo tenían baño.
Al mismo tiempo, en La Habana circulaban más Cadillac que en cualquier otra ciudad del mundo. Menos de 30.000 propietarios poseían el 70% de los terrenos agrícolas, mientras que el 78,5% de los campesinos ocupaban sólo el 15% del total.
Los terrenos cultivados directamente por sus propietarios no sumaban ni el 33% de la superficie total. El latifundismo era aún más claro en el cultivo de caña, donde 22 grandes propietarios poseían el 70% de las tierras cultivables.
“… La existencia de un fuerte núcleo de propietarios agrícolas confirma la fuerza de penetración del capitalismo en el campo cubano. (…)El proletariado agrícola cubano estaba totalmente desplazado de la tierra; este estaba muy propenso a exigir la propiedad de la tierra” (M. Gutelmon, La política agraria de la Revolución Cubana 1959-1968, págs. 20 a 23). Los habitantes de Cuba sumaban en aquellos años un poco más de seis millones. En 1957 los asalariados agrícolas eran 975.000, de los cuales al menos un tercio no trabajaban más de 100 días al año.
El historiador Hugh Tomas habla de “cuatrocientas mil familias del proletariado urbano” en los años 50. Según estos datos el porcentaje de la clase obrera urbana representaba un 20% de la población económicamente activa. Si se añaden los proletarios agrícolas, los empleados estatales, etc. la mayoría de la población trabajadora cubana estaba constituida por asalariados, buena parte de ellos organizados sindicalmente. Con ese peso en la sociedad la clase obrera cubana estaba en condiciones de disputar a la burguesía el poder, de jugar un papel protagonista en el proceso de destrucción del capitalismo, arrastrando tras de sí a los campesinos pobres y parte de las clases medias arruinadas. Pero como vimos anteriormente, el PCC no iba a jugar el papel que jugaron los bolcheviques en 1917 con una correlación social mucho más desfavorable.
EL GOLPE DE ESTADO DE BATISTA Y EL ASALTO AL CUARTEL DE MONCADA
Se acercaban las elecciones de 1952, que con toda probabilidad le darían el triunfo a los ortodoxos, aliados en aquel momento con los comunistas. La situación se escapaba de las manos al imperialismo norteamericano, por lo que en marzo de este año, sin titubeos, apoyó el golpe de Estado de Batista.
La oposición al golpe era muy fuerte entre estudiantes e intelectuales. El 26 de julio de 1953 un grupo de aproximadamente 120 jóvenes agrupados en torno a Fidel asaltan el cuartel de Moncada, en Santiago de Cuba, con el fin de desencadenar un movimiento social que propiciase el fin de la dictadura. Aunque acabó en la muerte y el fusilamiento de la mayoría de sus participantes y en el encarcelamiento de los supervivientes (entre ellos Fidel y su hermano Raúl), el asalto tuvo un enorme papel propagandístico y la figura de Fidel pasó a ser muy conocida. La fuerte campaña internacional por la liberación de los encarcelados de Moncada, unido a la necesidad del régimen de dar una imagen de normalidad, propicia su liberación dos años después, tras la que se exilia a México y funda el Movimiento 26 de Julio. En 1956 rompe definitivamente con el Partido Ortodoxo.
La proclama que habría sido leída por los insurrectos una vez tomada la estación de radio, si no hubiese fracasado el plan, recitaba así: “La Revolución declara su firme intención de poner a Cuba sobre el plano del bienestar y la prosperidad económica (…). La revolución declara el estricto respeto a los trabajadores y la instauración de la total y definitiva justicia social, fundada sobre el progreso económico e industrial bajo un plan nacional bien ideado y sincronizado (…) La revolución reconoce y se basa sobre el ideario de Martí (…) y adopta el programa revolucionario de la Joven Cuba, de los radicales ABC y del PPC [Los ortodoxos] (…) La revolución declara el absoluto respeto por la constitución dada al pueblo en 1940 (…) En nombre de los mártires, en nombre de los sacros derechos de la patria (…)” (H. Tomas, Storia di Cuba, 1973, Pág. 625).
La exigida Constitución de 1940 estaba llena de hermosas palabras pero nada más. El mismo Hugh Thomas escribe en su libro, analizando el programa de Moncada:
“Todas estas medidas eran muy poco radicales y de por sí no habrían satisfecho la exigencia de una independencia internacional de Cuba; no se hablaba de nacionalización de la industria del azúcar, una medida que habría estado ciertamente justificada dada la singular estructura de tal industria y del hecho de que la nación depende de ella en enorme medida, y que en el programa, por ejemplo, de los laboristas ingleses, habría estado en los primeros lugares” (H. Thomas, op. cit; pág 628).
Este programa, confirmado posteriormente en el famoso discurso “La historia me absolverá” hecho por Fidel Castro durante el proceso, si bien revelaba muy claramente una voluntad de lucha por reformas profundas, no estaba incluida la necesidad de la lucha por la transformación socialista de la sociedad.
El ideal de Fidel estaba profundamente inspirado en Martí, el de un desarrollo próspero, socialmente justo e independiente de Cuba, pero sin que ello conllevase la ruptura con el capitalismo ni implicase una política de independencia de clase. Sin embargo, la historia nunca se repite exactamente del mismo modo. En la época de Martí la clase obrera apenas podía jugar un papel político independiente. Medio siglo después una clase obrera ya tenía un peso decisivo en la sociedad y eso tendría implicaciones en el futuro desarrollo del proceso revolucionario cubano. La Revolución Cubana fue una clara confirmación de la teoría de la revolución permanente. Como escribió el dirigente revolucionario ruso León Trotsky en La revolución permanente en relación a las revoluciones en los países de desarrollo burguesa retrasado “la solución íntegra y efectiva de sus fines democráticos y de su emancipación nacional tan sólo puede concebirse por medio de la dictadura del proletariado (…)” (León Trotsky, La revolución permanente).
1. Sóviet. El rasgo más esencial del sóviet es que es un órgano de lucha y de participación de la clase obrera que constituye un elemento de poder que desafía al poder del Estado burgués. Aunque surja de una lucha parcial, amplía sus funciones a tareas de organización social en un determinado barrio, fábrica, ciudad, etc.
III. La guerrilla al poder
En noviembre de 1954 Batista se hizo reelegir presidente. Mientras tanto el movimiento obrero cubano se reanimaba. En diciembre de 1955 estalló una huelga de medio millón de trabajadores de los ingenios azucareros. Tal fue la envergadura del movimiento que Batista, ante el peligro de que la zafra quedara paralizada, cedió a las exigencias de los trabajadores.
En el exilio mexicano Fidel concentra toda su atención en agrupar a los que protagonizarían el inicio del movimiento guerrillero en Cuba, entre ellos al argentino Ernesto Guevara, el Che. En septiembre de 1956, Fidel firma —por el Movimiento 26 de Julio — con José Echevarría —por el Directorio Revolucionario1 —el Pacto de México, por el cual ambas organizaciones ofrecen al pueblo cubano su “liberación antes de 1956”, mediante una insurrección seguida por una huelga general.
El 25 de noviembre de 1956, 82 personas, en la mítica embarcación Granma, parten de la ciudad mexicana de Veracruz y llegan a la costa cubana el 2 de diciembre. Tras el desembarco, varios encuentros con la policía prácticamente disuelven el grupo y sólo sobreviven 12. Por si eso fuera poco, los planes coordinados con el movimiento insurgente en el interior de la Isla, que debía dar respaldo al desembarco, como la rebelión de Santiago, fracasaron. Igual que en el asalto al cuartel de Moncada, Fidel creía que podría, con una acción espectacular, desencadenar un movimiento más amplio, pero no fue así. Algunas semanas después, en Sierra Maestra, se reagrupan y forman el primer núcleo guerrillero, entre los que se encontraban Fidel, el Che, Camilo Cienfuegos y Raúl Castro.
Si hay algo que no faltaba a esos hombres era valentía. Un acontecimiento político que probablemente marcó a los dirigentes guerrilleros fue la experiencia de Arbenz en Guatemala, un general progresista que intentó una reforma agraria en un país que en la práctica era propiedad de la multinacional norteamericana United Fruit Company. Che estaba en Guatemala cuando el derrocamiento de Arbenz en 1954, y probablemente esa fuera su primera experiencia política seria. Indignado, no comprendía como la oficialidad del régimen legalmente constituido no repartía armas al pueblo para defenderse de las columnas golpistas que se estaban organizando bajo los auspicios de EEUU y con la colaboración de dictaduras como la de Somoza en Nicaragua. A pesar de que se había apuntado a una milicia para defender al gobierno, esa nunca entró en acción.
Una de las obsesiones de los guerrilleros cubanos es que a ellos no les podía pasar lo mismo que a Arbenz. Querían una democracia de verdad, una auténtica democracia burguesa en la que ni la propia burguesía creía ni estaba realmente interesada en propiciar y consolidar.
Pero la disyuntiva no era “democracia” o “dictadura”, era revolución socialista o la perpetuación del dominio de una minoría de privilegiados basado en la represión. Una de las peculiaridades más sobresalientes de la Revolución Cubana fue que sus dirigentes llegasen a tomar el poder sin la perspectiva de abolir el sistema capitalista y luego reorientasen la dirección del proceso antes de que la contrarrevolución pudiese reagruparse y asestar un golpe mortal a la revolución.
El propio Che, que estaba situado claramente a la izquierda del movimiento revolucionario, cuando le preguntaron, cinco años después de la revolución, si en Sierra Maestra había previsto que la Revolución Cubana tomaría una dirección tan radical, contesta: “Lo sentía intuitivamente. Desde luego no se podía prever el rumbo que tomaría la revolución ni la violencia de su desarrollo. Tampoco era previsible la formulación marxista-leninista… Teníamos una idea más o menos vaga de resolver los problemas que veíamos claramente y que afectaban a los campesinos que luchaban con nosotros y los problemas que veíamos en la vida de los obreros” (Hugh Thomas, Historia contemporánea de Cuba, Ed. Grijalbo, pág. 233).
EN LA SIERRA
Los guerrilleros, que se asentaron inicialmente en Oriente, la zona más pobre y con tradición de lucha campesina, estaban enfrentados a un régimen aparentemente fuerte pero en realidad completamente corroído y putrefacto. Batista no tenía ningún tipo de apoyo social y sólo se mantenía por la represión y la inercia política.
El más que accidentado viaje y desembarco del Granma y el fracaso de los planes insurreccionales en las ciudades hacían que la perspectiva de una victoria inmediata se disipara.
Tras la batalla de El Uvero, que había sido el primer encuentro ganado por los rebeldes en el que tuvieron bajas serias, la guerrilla se centró durante el mes de junio de 1957 en un plan de recuperación. Durante un tiempo no hubo combates en la sierra, pero fue un período de intensas maniobras políticas, que dio lugar al Pacto de la Sierra, firmado el 12 de julio.
Según el historiador Hugh Thomas, “Hasta entonces, desde que había llegado a la sierra, Fidel Castro había evitado dar su nombre a ningún programa. (…) Pero al haber provocado la expectación entre la clase media profesional ese silencio doctrinal no se podría prolongar. A primeros de julio [de 1957] Raúl Chibás2 y Felipe Pazos, el dirigente titular ortodoxo y el economista más distinguido de Cuba, se dirigieron a la sierra. Chibás dice que fue a la sierra para demostrar una prueba de confianza en la madurez de la lucha armada. El 12 de junio, después de unos días de discusión, surgió un manifiesto general, firmado por Fidel Castro, Chibás y Pazos. Fidel Castro había escrito la mayor parte. Hacía un llamamiento a todos los cubanos para que formaran un frente cívico revolucionario para ‘acabar con el régimen de fuerza, la violación de los derechos individuales, y los infames crímenes de la policía’; el único modo de asegurar la paz de Cuba era celebrar elecciones libres y tener un gobierno democrático; el manifiesto insistía en que los rebeldes estaban luchando por el hermoso ideal de una Cuba libre, democrática y justa. Se formulaba una petición a Estados Unidos: que se suspendiesen los envíos de armas a Cuba durante la guerra civil; y también se rechazaba toda intervención o mediación extranjera. Se consideraría inaceptable la sustitución de Batista por una junta militar. En vez de eso, habría un presidente provisional imparcial y no político, y un gobierno provisional que celebraría elecciones en el año siguiente a la toma de poder; las elecciones se celebrarían según la Constitución de 1940 y el código electoral de 1943”. En cuanto al programa económico y social, siguiendo con las observaciones del mismo historiador: “Entre otras cosas exigía la supresión del juego y de la corrupción; la reforma agraria, que llevase a la distribución de las tierras no cultivadas entre los trabajadores que no tenían tierra; el incremento de la industrialización, y la conversión de los granjeros arrendatarios y colonos en propietarios. Los propietarios existentes recibirían compensaciones. No se mencionaba la nacionalización de las empresas de servicios públicos, ni la colectivización de la tierra ni, por supuesto, de la industria” (Ibíd., págs. 148 y 149).
Las negociaciones con miembros de la oposición burguesa coincidieron con la llegada del Che del frente de guerra y supuso para él un jarrón de agua fría. “El Che se mostró prudente en los comentarios anotados en su diario el 17 de julio, pero era evidente que le desagradaba comprobar la influencia que Chibás y Pazos tenían sobre Fidel. Según él, el Manifiesto llevaba el sello indeleble de esos políticos “centristas”, la especie que despertaba su mayor desdén y desconfianza” (Jon Lee Anderson, Che Guevara, una vida revolucionaria, pág. 246). Más adelante, a pesar de su disgusto, el mismo Che justificaba el Pacto de la Sierra, pero es interesante leer atentamente su argumentación: “No nos satisfacía el compromiso, pero era necesario; en aquel momento era algo progresivo. No podía durar más allá del momento en que significara una detención en el desarrollo revolucionario… sabíamos que era un programa mínimo, un programa que limitaba nuestro esfuerzo, pero… sabíamos que no era posible realizar nuestra voluntad desde Sierra Maestra y que, durante un largo período, teníamos que contar con toda una serie de ‘amigos’ que trataban de utilizar nuestra fuerza militar y la gran confianza que el pueblo tenía ya en Fidel Castro para sus propios propósitos macabros, y… para mantener el dominio del imperialismo en Cuba, a través de la burguesía importada, tan estrechamente vinculada a sus amos norteamericanos… Para nosotros, esta declaración fue sólo un pequeño alto en el camino, teníamos que continuar nuestra tarea fundamental de derrotar el enemigo en el campo de batalla” (el énfasis es nuestro). La caracterización que el Che hace de las intenciones que tenía la burguesía antibatistiana es brillante, porque deja en evidencia que era la burguesía la que realmente necesitaba la autoridad política de los revolucionarios para su propios fines y no al revés. ¿Y cuales eran sus fines? Cambiar algo para que todo, en esencia, siguiera igual, y en todo momento, incluso en los primeros meses después de que la guerrilla tomara el poder, su único papel fue el de poner límites al proceso revolucionario, es decir tratar de detenerlo.
En realidad, el bagaje político que tanto del Che como Fidel se llevan a la sierra, en relación a la política de alianzas, es un sentimiento de desconfianza hacia los desprestigiados políticos burgueses, pero no estaba basada en la convicción de que la clase obrera pudiera ser el motor central del derribe de la dictadura, ni en la perspectiva del socialismo. Sin embargo, la debilidad de la burguesía era tal y las presiones que desató el proceso revolucionario por abajo fueron tan gigantescas, que de poco le sirvió a la burguesía agarrarse al clavo ardiente de los pactos. Fidel y Che, después de la revolución, subsanaron el error rompiendo la alianza con la burguesía (o la “sombra” de la burguesía), un error que en la gran mayoría de los procesos revolucionarios ha tenido consecuencias fatales.
LA ACTITUD DEL IMPERIALISMO AMERICANO
Hacia mediados de 1957 había una división entre los diferentes organismos del imperialismo norteamericano. Los sectores ligados al ejército, por ejemplo, seguían defendiendo a Batista sin pensar en las consecuencias que tendría prolongar un régimen exclusivamente basado en la represión. Otro sector, como el representado por el nuevo embajador Smith, hacía gestos de descontento con Batista y veían la necesidad de ir tanteando el terreno para pensar en un sustituto. No tenía ningún inconveniente en tantear al propio M26-J, el grupo que era el candidato más serio, para jugar un papel clave a la caída de Batista.
En una carta a Fidel, del 11 de julio de 1957, Frank País3 expresa su preocupación por el carácter de los contactos que el M-26J estaba teniendo con la embajada de EEUU: “Estoy harto de tantas ideas y venidas y conversaciones con la embajada y creo que nos convendría estrechar las filas un poco más, sin perder el contacto con ellos, pero sin darles tanta importancia como ahora; sé que están maniobrando, pero no veo con claridad cuáles son sus verdaderos fines” (Jon L. Anderson, op. cit.). Según el mismo libro, “el vicecónsul era Robert Wiecha, en realidad un agente de la CIA. El ‘otro hombre’ sigue siendo un misterio, pero podía ser el jefe de la CIA en La Habana o su segundo, William Williamson; ambos según Earl Smith, eran ‘pro Castro”. Posteriormente la CIA modificó esa política.
En septiembre 1957 se produce un motín naval en Cienfuegos, con conexiones con el Movimiento 26 de Julio, revelando el malestar que la situación provocaba incluso en sectores de la oficialidad. En realidad era un plan que afectaba a todos los cuarteles de Cuba, pero estuvo mal preparado y sólo triunfó en Santiago, pudiendo resistir una semana.
En la sierra, la política de asesinatos del gobierno y la convicción de que los guerrilleros iban a persistir en su lucha contra la dictadura inclinaba a los campesinos hacia la guerrilla.
En el exilio se firma el denominado Pacto de Miami (10 de noviembre de 1957) con la participación de todos los partidos de la oposición burguesa y algunos individuos que se arrogan una dudosa representación en nombre del Movimiento 26 de Julio. El pacto dio lugar a una fantasmagórica Junta de Liberación Nacional. Pero los acontecimientos en Cuba siguen su propia dinámica. El Che exige a Fidel una denuncia pública de ese Pacto y amenaza con dimitir. En diciembre el Ejército Rebelde infringe una derrota importante al ejército de Batista y Fidel Castro, el 14 del mismo mes, publica una carta con una crítica pública al pacto, denunciando que el acuerdo alcanzado en Miami no se oponía explícitamente a la formación de una junta militar ni a una intervención extranjera. El Pacto de Miami —que era una maniobra para desplazar al movimiento guerrillero a un segundo plano en la lucha contra Batista — se desmorona rápidamente, lo que da una idea de la tremenda debilidad y falta de autoridad de la oposición burguesa a Batista.
LA FARSA ELECTORAL DE BATISTA
A finales del año 1957, un año antes del derrocamiento de Batista, el Ejército Rebelde de Fidel sólo de disponía de 300 hombres.
El año 1957, a pesar de las tensiones políticas, fue un año especialmente bueno económicamente. El azúcar había producido unos ingresos de 680 millones de dólares, 200 millones más que en 1956, y más que ningún año desde 1952. Las nuevas inversiones de capital extranjero alcanzaban un total de 200 millones de dólares. A pesar de temores de que el asunto se le escapara de las manos a Batista, el representante del gobierno de EEUU para los asuntos del Caribe, Wieland, tenía motivos para decir a un periodista: “Sé que muchos consideran a Batista como a un hijo de perra… pero lo primero son los intereses americanos… por lo menos es nuestro hijo de perra, no hace el juego a los comunistas” (Hugh Thomas, Historia de Cuba Contemporánea, pág. 167).
El plan de Batista para dar salida a la situación era organizar unas elecciones amañadas y aunque él no podría presentarse, sí se podría reservar un papel clave en el ejército. Una farsa descarada. Así describía la situación Hugh Tomas “…la lucha parecía un combate único, entre Batista y Castro. Los auténticos como Grau, Prío y Varona; los ortodoxos como Ochoa, Agramante, Bisté y Márquez Sterling; Saladrigas o Martínez Sáenz, los antiguos líderes del ABC, todos quedaron fuera de juego. Los políticos de los partidos más antiguos, como los liberales (el primer partido de los primeros días de la República), que habían ayudado a Batista en todo, al final se vieron perdidos. Lo mismo ocurrió con muchos políticos que habían servido a Cuba y a sí mismos, durante los 25 años anteriores (…). En resumen, a lo largo de años, Batista había completado lo que habían iniciado: la corrupción, el gansterismo, el paro masivo y el estancamiento eco