Hoy, 28 de Septiembre, conmemoramos el aniversario de la muerte de André Breton, uno de los representantes literarios más destacados del surrealismo, que trató de vincular el arte con la política revolucionaria y colaboró por un tiempo con León Trots Hoy, 28 de Septiembre, conmemoramos el aniversario de la muerte de André Breton, uno de los representantes literarios más destacados del surrealismo, que trató de vincular el arte con la política revolucionaria y colaboró por un tiempo con León Trotsky.
Hoy en día, cuando el sistema capitalista se encuentra en un impasse total y se ve afectado por una condición de degeneración senil extrema, la crisis del sistema afecta cada aspecto y manifestación de la vida. Las fuerzas productivas se estancan, el desempleo y el subempleo afectan a millones, y la desigualdad aumenta a niveles antes nunca vistos. Las guerras y el terrorismo ya no constituyen la excepción, sino la norma. Elementos de barbarie han comenzado a aparecer en los países más prósperos y "civilizados", como lo presenciamos recientemente en Nueva Orleáns.
La supervivencia del sistema capitalista amenaza con socavar los fundamentos mismos de la civilización y de la cultura. En un mundo como éste, ¿cómo podrían dejar de verse afectados el arte y la literatura? La idea de vincular el arte con la revolución -una idea promovida y defendida por Breton y Trotsky- retiene por lo tanto toda su vitalidad y verdad.
El surrealismo expresa una visión contradictoria (ilógica) de la realidad. Trata de expresar el elemento de violencia y salvajismo que acecha debajo del delgado barniz de civilización burguesa. Los modales corteses y el "buen gusto" de la sociedad burguesa son en realidad una fachada solamente que oculta el más terrible sufrimiento, explotación y represión. El surrealismo desgarra el velo de la hipocresía cortesana y revela la fea y repugnante realidad que encubre.
Paradójicamente, el hombre cuyo nombre es asociado más frecuentemente con esta escuela revolucionaria, Salvador Dalí, fue un servil defensor del status quo, políticamente de derecha, admirador de Hitler y Franco, monarquista y lacayo de la clase dominante y el orden impuesto por los acaudalados. Luis Buñuel, al contrario, fue un auténtico revolucionario. Fue despedido por hacer una película atea, de la que Dalí, típicamente, se distanció, algo que Buñuel usó sus puños para recompensarle.
A diferencia de Dalí, Buñuel se opuso a los poderes establecidos, a la religión y a la Iglesia. Políticamente, estuvo cerca del anarquismo, el credo que tal vez refleja mejor la visión del mundo del surrealismo. Pero con Breton, el surrealismo también se aproximó al marxismo. En 1937 escribió un manifiesto junto a Trotsky llamado Manifiesto por un Arte Revolucionario Independiente. Éste mantiene toda su vigencia hoy en día.
En este arte también hay otros elementos: la idea de que todo es pasajero, inestable y cambiante. Por eso la muerte y la metamorfosis juegan un papel tan central. En ello sentimos la presencia de una idea fundamentalmente dialéctica: la idea del cambio constante en el que las cosas se convierten en su contrario, y en la que las contradicciones se encuentran en el centro de todo y las cosas no son lo que parecen ser.
No es ningún accidente que el surrealismo haya florecido en las tierras católicas de España, Francia e Italia. Es bien sabido que el catolicismo fanático produce su contrario en la forma de poderosos movimientos anticlericales. En cada gran ascenso revolucionario en estos países siempre vino acompañada de una erupción de actividad anticlerical. Un fenómeno semejante jamás podría producirse en los países protestantes del norte de Europa, donde la revolución burguesa ajustó cuentas con la Iglesia católica hace siglos. La fría lógica de la burguesía había desterrado hace tiempo el oscurantismo irracional de la Iglesia. Pero en los países del sur de Europa, seguía representando un ídolo que había que derrumbar.
El surrealismo, como lo sugiere su nombre, trata de ir más allá de la superficie, penetrar debajo de las apariencias y aprehender la esencia de los fenómenos. En contraste, la mente fría, sin imaginación, del europeo del norte, moldeada por una prolongada historia de pensamiento empírico, se satisface con "lo dado", con "las cosas tal como son". Pero las "cosas tal como son" resultan ser a menudo muy diferentes de lo que parecen ser.
Sí, el mundo del surrealismo es un mundo extraño, en el que las cosas y las relaciones "normales" están patas para arriba. Pero en realidad es el capitalismo el que convierte cada relación natural en su contrario. Lleva en sí un carácter inherentemente irracional y contradictorio. Esas contradicciones pueden expresadas adecuadamente en el arte del surrealismo. Pero sólo pueden ser resueltas realmente mediante la revolución socialista.
¿Cuál es el papel del artista en la sociedad de nuestros días? Sería más fácil declarar lo que no es. El papel de un verdadero artista no es quedarse al borde del camino mientras se libran las grandes batallas por el futuro de la humanidad y por el alma de la humanidad. Un arte que se separa de la sociedad y es indiferente a su destino, no podrá jamás aspirar a la grandeza. Un arte semejante sólo languidece en los llanos y a los pies de las montañas de la historia. Nunca podrá alcanzar las cimas.
El arte grandioso debe preocuparse de temas grandiosos. Un verdadero artista no puede mostrarse indiferente ante el destino de otros hombres y mujeres. Él o ella son revolucionarios por naturaleza. Los conformistas y los que le dicen amén a todo y se dan por satisfechos cuando siguen al rebaño común nunca podrán producir arte y literatura de envergadura.
El arte tiene el deber de pronunciarse violenta y valerosamente contra la opresión, la explotación, la mentira y la hipocresía en todas sus manifestaciones. Debe señalar la posibilidad de una vida mejor y un mundo mejor. No importa si el mensaje carece de claridad, que sea incompleto e imperfecto, y que trate sólo de éste o el otro caso en particular. El arte no es política o ciencia. Tiene su propia identidad y habla con su propia voz. Mientras adopta una posición apasionada sobre los grandes temas que confronta la humanidad, debe mantenerse siempre fiel a sí mismo.
Es posible para el arte ser partidario y revolucionario sin degenerar en simple propaganda. El arte debe estar libre de toda coacción. No debe reconocer a amo alguno, sea la Iglesia o la Mezquita, el Estado o el Gran Capital. El o la artista debe tener libertad para seguir sus propios sentimientos y creencias. Una libertad artística tal es incompatible con el régimen capitalista, en el que bancos y monopolios lo deciden todo, desde la producción de franelas a la producción de música, pintura y literatura, en función de las ganancias.
El arte sólo será libre en una sociedad en la que todos los hombres y las mujeres sean libres y en la que las relaciones monetarias sean reemplazadas por genuinas relaciones humanas, es decir, por el socialismo. Sólo en una sociedad basada en la planificación democrática y armoniosa de las fuerzas productivas podrán los hombres y las mujeres obtener un control racional sobre sus vidas y destinos. Sólo en una sociedad semejante podrá el arte arrojar las marcas de la esclavitud y adquirir la condición de arte humano.
En la sociedad dividida en clases, el arte tiene un carácter de clase. Tiende a alienarse de la sociedad y es considerado como algo extraño, ajeno y remoto de la mayoría de la gente. Sólo mediante la abolición de la base material de la alienación podremos demoler la muralla china que separa al arte de la sociedad.
Trotsky escribió "¿Cuántos Aristóteles arrean cerdos? ¿Cuántos porqueros se sientan en tronos?" Al abolir la diferencia entre el trabajo intelectual y manual, el socialismo abrirá de una vez por todas las puertas que solían impedir el acceso de la gente al arte, la ciencia, la cultura y el gobierno. Significará un nuevo renacimiento que eclipsará todos los logros de la antigua Atenas y de la Florencia de los siglos XV y XVI.
El desarrollo del arte hasta lograr toda su dimensión es incompatible con todos los tipos de unilateralismo, incluyendo el unilateralismo nacional. El surrealismo fue una tendencia auténticamente internacional, que reflejaba la existencia de sentimientos y dilemas comunes a escala mundial. De por si eso ya anticipaba el futuro desarrollo de una genuina cultura y arte mundial bajo el socialismo.
El gran patrimonio cultural de Europa ha llegado hace tiempo a un callejón sin salida, reflejando la prolongada decadencia del capitalismo europeo, confrontado por rivales más jóvenes y dinámicos. El viejo mundo ya no tiene nada interesante que decir. El centro de la historia mundial, como predijera Trotsky, ha pasado del Mediterráneo al Atlántico, y ahora pasa del Atlántico al Pacífico, donde se decidirá el destino futuro de todo el mundo.
Las viejas y anticuadas fronteras que dividen el cuerpo vivo de la humanidad han perdido hace tiempo su utilidad histórica. Constituyen barreras al progreso humano como solían serlo las fronteras locales bajo el feudalismo. Están destinadas a ser arrasadas y lo serán. Esto es particularmente necesario para América Latina, ese maravilloso continente que posee todo lo necesario para crear un paraíso en este mundo, pero que ha sido balcanizado y reducido a la esclavitud y a la pobreza por 200 años de capitalismo.
En un mundo socialista, el genio de los pueblos de América Latina entrará como un ingrediente vital en una cultura mundial común, una vez que la humanidad supere sus divisiones y se convierta una vez más en un todo. Las grandes tradiciones de los mayas y de los aztecas, los incas y todos los demás pueblos del continente vivirán un renacimiento a un nivel cualitativamente más elevado.
¿Cuál será la naturaleza de un nuevo arte socialista? Es imposible predecirlo y no es nuestra tarea dar lecciones a las generaciones futuras. El arte siempre obedecerá a sus propias leyes inherentes, que no corresponden a teorías preconcebidas, sino reflejan las necesidades y los deseos de cada generación. Pero de una cosa sí podemos estar seguros. No habrá ausencia de variedad. Cientos de diferentes escuelas de pensamiento competirán y discutirán, en una apasionada escuela de democracia que involucrará no sólo a un puñado de esnobs estéticos, sino a millones de personas. De esto emergerá una cultura nueva y superior que irá más allá de todo lo que hemos visto en el pasado.
Ése es el futuro por el que estamos luchando. Y en esta lucha los artistas de hoy deben tomar el lugar que les corresponde: en la primera línea de la batalla por el socialismo. Finalizamos con una cita del Manifiesto Breton-Trotsky:
“Nuestras metas:
La independencia del arte – para la revolución.
La revolución – ¡para la completa liberación del Arte!”
Londres, 28 de septiembre de 2005