En la Batalla de Santa Inés, del 9 al 11 de Diciembre de 1859, las tropas Federales, dirigidas por Ezequiel Zamora, asestaron una derrota humillante a las tropas de la oligarquía. El ejército de Zamora representaba la furia de la revolución campesina y estaba dirigidos por la pequeña burguesía revolucionaria y se enfrentaba a la oligarquía que dominaba el país. Era pués una guerra de carácter revolucionario bajo el programa de “gobierno de la democracia y la federación, tierra y hombres libres”.
La victoria de Santa Inés, que Zamora había predicho sería la “tumba militar de la oligarquía” dio paso a una ofensiva hacia Caracas que tenía que culminar el 20 de febrero de 1860 con la toma de la capital, con el objetivo, en palabras de su lugar teniente Francisco J Iriarte, de “terminar con la oligarquía de opresores y hacer la revolución”. Ese era el plan. Sin embargo, antes de poder completarlo, Zamora cayó muerto en el sitio de San Carlos, el 10 de enero de 1860. El autor material de este asesinato político fue el sargento G Morón, pero los autores intelectuales fueron Juan Crisóstomo Falcón y Antonio Guzmán Blanco, dirigentes de la fracción moderada de los liberales. Estos estaban más asustados del profundo carácter social y revolucionario del movimiento campesino que dirigía Zamora, que interesados en llevar adelante una lucha seria contra la oligarquía. Cuando vieron el camino hacia Caracas despejado, decidieron deshacerse de Zamora, el dirigente que mejor expresaba el deseo de justicia social las masas campesinas.
Pero como suele suceder con los traidores y los reformistas en los movimientos revolucionarios, la oligarquía caraqueña, interpretó los intentos conciliadores de Guzmán Blanco y Falcón como un síntoma de debilidad y decidió pasar a la ofensiva, con la intención de dar un castigo ejemplar a las masas revolucionarias. Así se llegó a la batalla de Coplé, en que las tropas centralistas de la oligarquía derrotaron a los federales dirigidos por Falcón. Los dirigentes de la fracción conciliadora de los liberales, Guzmán Blanco y Falcón acabaron huyendo a las Antillas y abandonando el terreno de la batalla que habían traicionado. Finalmente la traición se selló en el Tratado de Coche, sacrificando los ideales revolucionarios de los pobres, para los cuales la causa federal se resumía en la consigna de tierra y hombres libres, y reduciendo el movimiento a algunas reformas políticas y jurídicas y a un simple cambio de opresores, de consservadores a liberales.
La lección es clara: los sectores moderados y conciliadores temen más a las aspiraciones revolucionarias de las masas, que a la oligarquía contra la que dicen luchar. Para evitar que la victoria en la Batalla de Santa Inés 2004 se resuelva en un acuerdo entre los sectores reformistas de la revolución y la oligarquía a costas de los trabajadores y el pueblo revolucionaria hay que aplicar la máxima de Ezequiel Zamora:
“lo que debe secuestrarse son los bienes de los ricos, porque con ellos hacen a guerra al pueblo, hay que dejarlos en camisa”.
En la Venezuela de la guerra federal no existía una clase social capaz de completar la revolución hasta conseguir el ideal de igualdad que Zamora expresó de esta forma: “no habrá ricos ni pobres, ni esclavos ni dueños, ni poderosos ni desdeñados, sino hermanos que sin descender la frente se tratan de bis a bis, de quién a quién”. El campesinado nunca juega un papel independiente en la revolución, y en aquella ocasión fue traicionado en sus aspiraciones. El desarrollo del capitalismo en Venezuela (un capitalismo parasitario, dependiente y corrupto), ha creado la clase social que puede completar la lucha contra la oligarquía en su forma moderna: la clase trabajadora. Armada con el programa revolucionario del marxismo la clase obrera se debe poner a la cabeza de todos los oprimidos y expropiar de una vez por todas el poder económico y político de la oligarquía. Esta es la lección de la Batalla de Santa Inés.