El restablecimiento del capitalismo en China y su emergencia como participante importante en el mercado internacional han tenido importantes consecuencias para la economía mundial. Después de la caída de la URSS y la restitución del capitalismo en Eu El restablecimiento del capitalismo en China y su emergencia como participante importante en el mercado internacional han tenido importantes consecuencias para la economía mundial. Después de la caída de la URSS y la restitución del capitalismo en Europa del Este y la ex-Yugoslavia, los estrategas del imperialismo occidental veían en la apertura del mercado chino una posible solución al estancamiento económico en sus respectivos países. Este nuevo mercado, pensaban, permitiría la salida a la superproducción de las economías norteamericana y europeas, e inauguraría así una nueva era de super-beneficios y de crecimiento económico sostenido.
Al mismo tiempo, el restablecimiento del capitalismo en China ha proporcionado un argumento más a los que quieren ver en él un nuevo “fracaso del socialismo”. Pero ¿cuál era la naturaleza de ese régimen surgido de la revolución de 1949 y cuáles son las verdaderas perspectivas que emanan de la emergencia de China como nueva potencia económica?
La victoria de Mao Zedong en 1949 acabó con el capitalismo en China. Pero el régimen surgido de esta revolución sólo tenía de “socialista” su nombre. El socialismo es imposible sin democracia. No basta sólo con la nacionalización de la economía. En una sociedad auténticamente socialista la economía tiene que estar bajo control del Estado, pero el Estado, a su vez, tiene que estar directamente bajo el control democrático y consciente de los trabajadores, a todos los niveles. Es esta clase de Estado que los trabajadores trataron de mantener en Rusia después de la revolución de 1917. Pero eso no fue posible debido al aislamiento de la revolución rusa en un país pobre y devastado por varios años de guerra – guerra mundial, guerra civil y guerras de intervención extranjera – y de bloqueo económico. El agotamiento de la revolución durante los años 20 creó las condiciones para el surgimiento de la dictadura estalinista.
La revolución rusa de 1917 fue fundamentalmente distinta a la de 1949 en China. La revolución rusa fue llevada a cabo por un movimiento consciente de la clase obrera urbana, que agrupó bajo su estandarte socialista las capas mas explotadas de la población rural, así como los soldados zaristas que querían acabar con la masacre en las trincheras. La revolución rusa fue entonces el resultado de una insurrección obrera y a la vez campesina, pero en la que el movimiento obrero tenía indudablemente el papel de dirección. A pesar de las condiciones extremadamente difíciles, los trabajadores de la URSS lograron mantener la democracia soviética durante varios años, antes de hundirse bajo el yugo de la casta burocrática liderada por Stalin. La revolución china, en cambio, fue llevada a cabo por un ejército campesino. Mao contaba con el apoyo masivo de los campesinos pobres, por la redistribución que se hacía de las tierras en las regiones ocupadas por su ejército. Por el contrario, la clase obrera no jugó ningún papel en la revolución china de 1949. Después de ser aplastada sin piedad en su derrota en la anterior revolución −en 1925-1927−, quedó inactiva durante todo el período que duró la guerra campesina llevada a cabo por Mao contra los terratenientes chinos y las fuerzas de ocupación japonesas.
Con la derrota de Japón al final de la Segunda Guerra Mundial, el ejército campesino ocupó las ciudades. En ese momento, el programa de Mao no tenía previsto acabar con el capitalismo. Al contrario, pregonaba “100 años de capitalismo”, antes de pasar al socialismo. Pero frente a los campesinos alzados en armas, la clase capitalista china huyó y los pocos elementos burgueses que quedaban, sin medios para defenderse, estaban totalmente a merced de Mao. En un primer momento Mao forma una “coalición nacional” con algunos partidos burgueses exentos de apoyo entre la población. Aplastó sin miramiento toda manifestación o acción independiente de los trabajadores. Sin embargo, no era posible el avance de la sociedad bajo la dominación de la antigua clase dirigente. Por otro lado, Estados Unidos no tenía la capacidad suficiente para una intervención militar contra la revolución. Estos dos factores a los que se añade la existencia de la URSS en la frontera occidental del país, empujaron a Mao a expropiar a los capitalistas. El derrocamiento del capitalismo fue de esa manera realizado “desde arriba”, de forma bonapartista, sin ninguna participación activa de los trabajadores, sin la existencia de ningún soviet o estructuras análogas, únicamente en virtud de la potencia militar del ejército campesino cuyo jefe supremo era Mao. Así, la revolución china llevó al poder, directamente y desde el primer día, a un régimen burocrático cuyas características esenciales eran idénticas a las del régimen de Stalin en la URSS.
Barriendo a la antigua clase dirigente china y acabando con el saqueo de China por las potencias imperialistas, la revolución china eliminó el primer obstáculo al desarrollo de las fuerzas productivas. A pesar de la corrupción y del despilfarro inherente a la dominación de una burocracia dictatorial, la planificación de la economía ha podido transformar radicalmente la sociedad china y sacar a la inmensa mayoría de la población de la condición de bestia de carga que tenía hasta ese momento. Sin embargo, justo en los años siguientes a la revolución china, un sector de la burocracia se inclinaba hacia una recuperación del capitalismo, en la que algunos elementos hasta pretendían transformarse en una nueva clase de propietarios. Este tipo de tendencia es inevitable dentro de una burocracia privilegiada y libre de todo control democrático. Un desarrollo similar se dio en la URSS, durante los años 20, con el “giro hacia los Kulaks” (campesinos ricos) defendido por Bujarin y Stalin. Si ese giro se hubiera mantenido, se habría producido el restablecimiento del capitalismo en la URSS no en los años 90, sino 60 años antes. Pero el pulso de los kulaks en 1928, cuyo fin era el de volver al capitalismo, provocó que Stalin cambiara de rumbo y colectivizara las tierras por la fuerza.
La división en el seno de la burocracia china entre el sector cuyos privilegios y poder dependían del mantenimiento de la economía nacionalizada, y la que se orientaba hacia el restablecimiento del capitalismo, culminó con una “guerra civil” entre la burocracia, la conocida como “revolución cultural” a partir de 1966. A través de una represión brutal, Mao consiguió – temporalmente – neutralizar los elementos pro-capitalistas de la burocracia. Eso, sólo se podía lograr contando con el apoyo de los trabajadores y campesinos. Pero Mao temía el surgimiento de un movimiento independiente de éstos. Una vez que sus adversarios estaban debilitados, Mao se volvió brutalmente en contra de los trabajadores con el fin de consolidar los intereses de la casta sobre la que se asentaba su poder.
Loa vaivenes de la burocracia reflejaban, en última instancia, las presiones que ejercía el entorno mundial capitalista sobre la economía planificada, a través de las distintas capas de la casta dirigente. Contrariamente a lo que pretendía la “teoría” reaccionaria de Stalin, el “socialismo en un solo país” es totalmente imposible, hasta en uno tan amplio como China. Ningún país, ninguna región puede mantenerse al margen de la economía mundial sin sufrir por ello consecuencias dramáticas. La política de Stalin, en ese tema, era completamente opuesta a la de Lenin, que era rigurosamente internacionalista. Lenin entendía perfectamente que si a la revolución rusa no le seguía una revolución mundial – o en todo caso revoluciones en países industrializados – la vuelta del capitalismo en Rusia era inevitable. Mientras se esforzaba en proteger la federación soviética de las incursiones militares y económicas de las potencias imperialistas, Lenin rechazaba con firmeza el principio de autarquía y buscaba establecer relaciones comerciales con los países capitalistas. En la época de Lenin, la política de la República Soviética apuntaba a promover las ideas del socialismo y del internacionalismo en el movimiento obrero internacional, con el fin de ayudar a los trabajadores occidentales en su lucha para acabar con el capitalismo y romper de esa forma con el aislamiento de la república soviética.
El marxismo explica que la fuerza motriz de la historia reside en el desarrollo de las fuerzas productivas. En cuanto una forma de sociedad agota su capacidad para desarrollar las fuerzas de producción y elevar la productividad del trabajo humano, esa sociedad está condenada a desaparecer. Durante los años 70 y 80 la burocracia china, a la par con la de la URSS, empezaba a agotar su papel progresista en ese sentido. De ser un freno relativo al desarrollo económico – es decir relativamente a lo que hubiera sido posible sobre la base de una planificación democrática– se tornó en un freno absoluto. Teniendo en cuenta el inmenso prestigio personal de Mao, las tendencias pro-capitalistas dentro de la burocracia no podían tener un pleno desarrollo mientras él viviera. Pero afloraron bruscamente al día siguiente de su muerte. De hecho es muy posible que eso es lo que pueda pasar en Cuba tras la muerte de Fidel Castro.
La manifestación de masas en la Plaza Tiananmen en 1989 daba fe del callejón sin salida en el que se encontraba China, debido al peso aplastante del burocratismo y su aislamiento económico. Un sector cada vez más importante de la burocracia, representado por Deng Xiaoping, se orientaba hacia la privatización de una parte de la economía. Había forzosamente que romper con la camisa de fuerza de la autarquía. La “banda de los cuatro”, que se disponía a iniciar una nueva purga sangrienta, fue apartada del poder. Deng Xiaoping procedió a llevar a cabo una apertura parcial de la economía a los capitales extranjeros. Pero el proceso fue más allá de lo que él pensaba en un principio. Su idea era que el Estado debía conservar el control de todas las palancas esenciales de la economía. Pero la necesidad de atraer capitales extranjeros lo llevó a hacer cada vez más concesiones, hasta la incorporación dentro de las “zonas francas” a prácticamente toda la costa oriental del país, así como los alrededores de Pekín.
En 1978, el 79% de los asalariados chinos trabajaban en el sector nacionalizado. En 1985, era el 70%. Durante el XIV Congreso del Partido Comunista Chino, en 1992, la burocracia -cuyo partido sólo era el instrumento político- abandonó oficialmente la hegemonía del sector público para lanzar un programa de privatizaciones a gran escala. El escalafón superior de la burocracia se transformó en capitalista. Las empresas del Estado fueron sistemáticamente saqueadas. En el año 2000 sólo quedaba el 12% de los asalariados en el sector público. En el año 2001, todo lo que quedaba de las empresas públicas pequeñas y medianas se había privatizado. En el 2005, el sector público ya sólo representaba el 10% del comercio interno. Las tierras más rentables fueron privatizadas, y las que aún se denominan “colectivas” están, en la práctica, bajo control de terratenientes. El Partido Comunista de China está hoy en día controlado por la nueva clase capitalista, compuesta en su gran mayoría por los miembros más importantes de la antigua “nomenklatura” burocrática. El desmantelamiento de la economía planificada en China no es un fracaso del “socialismo”, sino el de una dictadura burocrática y corrupta que se ha mostrado incapaz de desarrollar los medios de producción más allá de un cierto límite.
La integración en la economía mundial de un país que cuenta con una quinta parte de la población mundial – frente al 1% que representa la población francesa – ha tenido importantes consecuencias. En el año 2005, el volumen de los intercambios comerciales mundiales se ha incrementado en un 5% −pero el 60% de ese incremento es debido a los intercambios comerciales con China−. Desde hace algunos años, la apertura de China al mercado mundial ha permitido sostener las economías occidentales. Sin eso, las fases de crecimiento de los ciclos económicos, en EEUU y en Europa, hubieran sido más débiles, y las fases de ralentización y de recesión más agudas. Pero la incorporación de China es un fenómeno de doble filo para las grandes potencias occidentales. Por un lado China constituye una inmensa salida en la que poder colocar sus excedentes de producción, con más o menos éxito. Pero, por otra parte, China también se ha convertido en un país productor de primera línea y, por consiguiente, un competidor tremendamente potente en los mercados internos de Europa y EEUU. De un factor que permitía aliviar la saturación de los mercados, China se ha convertido en un factor de empeoramiento extremo de esa misma saturación. De un factor de estabilidad económica, se ha transformado en una nueva fuente de mayor inestabilidad.
Aunque es imposible ahora prever cuando sucederá esa contracción económica, el hecho es que es inevitable. La menor demanda de China es incapaz de absorber el fuerte crecimiento de su producción y la capacidad de absorción de los mercados internacionales tampoco es ilimitada. El flujo de mercancías chinas altamente competitivas en los mercados europeos y norteamericanos significa la destrucción de industrias nacionales en esos sectores. En el año 2004 China se ha convertido en el primer exportador de bienes de alta tecnología −con 180 mil millones de dólares en exportaciones− dejando a EEUU en el segundo puesto (149 mil millones de dólares en el año 2004). Los sectores de mercado conquistados por los productos chinos han sido en detrimento de las potencias occidentales. En el año 2005, el déficit comercial de EEUU con China se incrementó en más de 200 mil millones de dólares, frente a los 162 mil millones de 2004, y sigue creciendo de un año a otro. El conjunto de los factores apuntan en una sola y única dirección: China camina hacia una grave crisis de sobreproducción. Y teniendo en cuenta su importancia dentro de la economía mundial, la contracción de la economía china no dejará de arrastrar a otros países en su caída, empezando por EEUU.
El desarrollo espectacular de la industria china ha llevado consigo el impresionante incremento de la clase trabajadora urbana. Cada año, unos 20 millones de hombres, mujeres y niños huyen de la miseria rural hacia las ciudades en busca de empleo. Este fenómeno recuerda −en un mayor grado− la incorporación masiva de campesinos empobrecidos a la joven clase trabajadora de Petrogrado y de Moscú, a la víspera de las revoluciones rusas de 1905 y 1917. Igual que en la época zarista, los trabajadores chinos recién llegados del campo se encuentran envueltos en la maquinaria de la explotación brutal y de la disciplina casi militar que caracteriza el capitalismo chino.
Se estima que para absorber la mano de obra llegada de ese éxodo rural masivo la economía china tiene que crecer un 8%. Por esa razón, una ralentización significativa de la expansión económica supondría un estallido de la desocupación laboral y sumiría una gran parte de la población en la miseria. De la misma forma que el restablecimiento del capitalismo en el campo ha creado una masa cada vez más numerosa de vagabundos hambrientos, la contracción de la producción industrial echaría a la calle a los trabajadores que ya no necesitaría el capitalismo. Ya mismo, el desplazamiento de decenas de millones de personas conmociona las relaciones sociales tanto en la ciudad como en el campo, y modifica profundamente la psicología de las masas. Este amplio proceso molecular, que mezcla elementos de un material altamente inflamable, está creando una situación social particularmente explosiva. Así, la contrarrevolución llevará tarde o temprano a una nueva era revolucionaria, que pondrá en movimiento lo que es ahora la clase trabajadora más numerosa, la más concentrada, la más potente, pero también una de las más explotadas del mundo.