Un ataque nuevo y particularmente violento a los derechos básicos de los jóvenes trabajadores ha provocado una espectacular protesta y lucha en Francia. Una vez más, millones de estudiantes y trabajadores han tomado las calles para defender sus intereses contra el gobierno más reaccionario visto en Francia desde el régimen de Vichy, durante la Segunda Guerra Mundial.
7 de marzo: manifestación en Marsella
La oleada actual de protestas llega a continuación de la explosión social de masas a finales del año 2005 de los jóvenes desesperados y hundidos en la pobreza en los suburbios de la clase obrera en más de 200 ciudades. En aquel momento, el ministro de interior, Nicolás Sarkozy dijo que había sido obra de “bandas de criminales organizados”. Esto inmediatamente fue rebatido por los servicios de inteligencia que definieron oficialmente los acontecimientos como una “forma espontánea de insurrección popular”, resultado de los “efectos acumulados de la discriminación social y racial”. El presidente Chirac también tuvo que reconocer la existencia de un “profundo malestar” en la sociedad.
Sin embargo, de una forma típicamente traidora y cínica, Chirac y el gobierno de derechas de Villepin han intentado explotar la «révolte des balieues» para llevar a cabo más ataques contra los derechos y condiciones de vida de los trabajadores en general, y de los jóvenes trabajadores en particular. Presentado como una forma de reducir el desempleo, la nueva ley introduce un contrato laboral especial para los trabajadores menores de 26 años de edad que los relega a simple materia prima para la explotación, dejándoles completamente a merced de los empresarios. El llamado “Contrato de Primer Empleo (CPE), da a los empresarios el derecho a despedir a los trabajadores inmediatamente y sin ninguna justificación durante un período de dos años. A pesar del nombre dado a este contrato, no tiene nada que ver con el “primer empleo”, ya que se puede aplicar a todos los trabajadores jóvenes. Con esta ley, cualquier joven que se queje de las condiciones laborales, que se una a un sindicato o que disguste al empresario por cualquier otra cosa, incluso simplemente por caer enfermo, puede ser despedido. El empresario no tiene que dar ninguna explicación por esta decisión. Sin duda, si esta ley finalmente se aplica, sólo será cuestión de tiempo que se extienda a muchas otras categorías de trabajadores.
La escala de la reacción ante este ataque (que llega a continuación de muchos otros durante los últimos años) nos ha dado un nuevo ejemplo de las magníficas tradiciones de lucha de los trabajadores y los jóvenes en Francia. No es casualidad que se haya llamado a este país la “madre de las revoluciones”.
Durante el último mes, ha habido manifestaciones de masas en todo el país. Incluso los sindicatos obreros más conservadores han tenido que posicionarse ante esta cuestión, a causa de la presión y la ardiente furia de los trabajadores. El sábado 18 de marzo (también era el aniversario de la Comuna de París) un millón y medio de personas tomaron las calles. En París, 350.000 trabajadores y jóvenes se manifestaron. En Marsella, donde varias huelgas muy amargas y decididas por la defensa de los empleos e impedir la privatización (Feries de Córcega, transporte público y estibadores) han terminado en crueles derrotas, a la manifestación asistieron 130.000 personas.
Una característica destacable de estas manifestaciones es la escasez, comparado con el enorme número de manifestantes, de banderas y pancartas de las organizaciones tradicionales de trabajadores y estudiantes. No son manifestaciones de activistas regulares, sino de la hasta ahora masa desorganizada. Los estudiantes han participado a una escala enorme a través de la organización de asambleas democráticas que deciden como se debe desarrollar la acción. Al menos 65 universidades están participando en la lucha. Los estudiantes de secundaria también están en rebelión. Incluso según cifras del ministerio de educación, el movimiento ha alcanzado a 373 escuelas. Según las organizaciones estudiantiles, la cifra real es por lo menos dos veces superior.
Están planeadas nuevas manifestaciones de masas y las huelgas, en el sector público y en el privado, para el próximo 28 de marzo. La crisis está teniendo repercusiones profundas a todos los niveles de la sociedad. Cada día se producen manifestaciones y acciones de protesta espontáneas en diferentes zonas del país. Los rectorados de las universidades y toda una serie de instituciones prestigiosas y personalidades, han hablado públicamente contra el CPE, insistiendo en que el gobierno debe dar marcha atrás y retirar inmediatamente la ley. Una encuesta publicada el 20 de marzo indica que sólo el 22 por ciento de la población considera la situación actual como una “protesta temporal”, mientras que el 71 por ciento considera que Francia ha entrado en una “crisis social profunda y duradera”. Otras encuestas indican que entre el 60 y el 75 por ciento de la población más del 90 por ciento de los jóvenes está de acuerdo con los objetivos del movimiento contra el CPE.
18 de marzo: manifestación en París
Los dirigentes del Partido Socialista, normalmente no muy inclinados a gestos o declaraciones imprudentes, han anunciado que si la izquierda gana las elecciones parlamentarias, que deben celebrarse en la primavera de 2007, retirarán inmediatamente la odiada ley. La victoria de la izquierda en las próximas elecciones se puede considerar casi como una certeza, sobre todo por la hostilidad de la masa electoral hacia el actual gobierno. Los dirigentes socialistas están intentando desesperadamente canalizar la oposición al gobierno en líneas puramente parlamentarias y electorales, pero no tienen el control del movimiento.
Dada la tensión en la sociedad y la amargura de la lucha en camino, los acontecimientos se podrían desarrollarse hacia una situación revolucionaria similar a la de 1968. Todos los ingredientes están presentes. Si el gobierno no da marcha atrás, el movimiento es probable que crezca en escala. Cualquier incidente podría llevar a una nueva escalada. Durante las protestas estudiantiles bajo el gobierno Chirac de 1986-1988, un joven fue golpeado hasta la muerte por la policía, esto provocó una manifestación de nada menos que un millón de personas en las calles de la capital. En las condiciones actuales, un incidente de este tipo podría tener un efecto incluso mayor, después de tantos años de ataques reiterados sobre los derechos y niveles de vida de la clase obrera, dejando entre 5 y 7 millones de personas viviendo bajo el umbral de la pobreza.
El gobierno está en una situación de pánico. Dar marcha atrás sería visto ahora como una derrota seria. De Villepin perdería toda la credibilidad sólo nueve meses después del descrédito de su predecesor, Jean-Pierre Raffarin, cesado tras la derrota de la Constitución Europea en el referéndum del 29 de mayo. Por otro lado, mantener el CPE en este contexto significaría alimentar el movimiento de protesta y el riesgo de provocar una crisis revolucionaria. Como dijo en cierta ocasión Napoleón Bonaparte: “Hay situaciones, en política y en la guerra, donde hagas lo que hagas es un error”. De Villepin se encuentra ahora en esta situación.
El actual callejón sin salida y la profundización del abismo existente entre las clases, son otro síntoma de la creciente inestabilidad social y política de Francia, en una situación de estancamiento económico, masiva deuda pública el déficit acumulado del estado francés es ahora de 1,1 billones de euros y con un declive abrupto de los niveles de vida. En todos los terrenos, ya sea en el empleo, los salarios, condiciones laborales, vivienda, pensiones, seguridad social, sanidad, educación o servicios sociales, la sociedad va hacia atrás.
Esto no puede continuar indefinidamente. Las manifestaciones de masas en defensa de las pensiones en 2003, las luchas más largas y duras de los últimos años, el rechazo a la Constitución Europea pro-capitalista, los disturbios del año pasado y ahora este movimiento, son signos inconfundibles, como los primeros temblores que preceden a un terremoto, el amanecer de una nueva época en la historia de Francia. Será una época revolucionaria, en el curso de la misma en el orden del día estará la necesidad de moverse en dirección al socialismo. Podemos decir esto por la simple razón de que no hay salida sobre la base del capitalismo. Los jóvenes y los trabajadores llegarán a esta conclusión con dificultades, buscando el camino hacia delante y sufriendo retrocesos en su marcha. Pero cuando, basándose en la fuerza de su propia experiencia, finalmente decidan que es necesario un cambio fundamental, ninguna fuerza sobre el planeta será capaz de detenerles.
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