La retirada del CPE es una derrota humillante para Chirac y el gobierno Villepin. Han salido de esta experiencia completamente desacreditados. También es una derrota para Sarkozy, la UMP y la MEDEF, incluso aunque al ver el alcance de la movilización anti-CPE terminaran distanciándose de este proyecto, como las ratas que abandonan el barco que se hunde. La UMP está dividida y desmoralizada. La derrota electoral es una amenaza para 2007. François Bayrou ha resumido acertadamente la seriedad de esta derrota al describirla como una “atmósfera de colapso” y el reino del “caos institucional” en los más altos niveles del estado.
Después de la lucha contra la reforma de las pensiones en 2003, contra el referéndum de la Constitución Europea, las largas y amargas huelgas en Marsella y otros lugares, y de la revuelta de los suburbios en noviembre del año pasado, la masiva movilización de jóvenes y trabajadores contra el CPE constituye una nueva prueba de que Francia ha entrado en una época de gran inestabilidad social y política. Las causas subyacentes de esta inestabilidad fueron analizadas en nuestro documento De l’impasse capitaliste à la révolution socialiste, publicado en octubre de 2005. Se basan en la incapacidad del capitalismo francés de desarrollar la economía la tasa de crecimiento anual ha fluctuado entre el 0 y el 2 por ciento durante varios años y el declive económico, diplomático y militar del imperialismo francés. La deuda nacional del estado francés, que supera el 1,1 billón de euros, el 65 por ciento del PIB, es una expresión de la bancarrota del sistema en su conjunto.
El capitalismo en un callejón sin salida
Lejos de ser capaz de garantizar cualquier “progreso social”, el sistema capitalista ya no puede sostenerse sin dar marcha atrás en las conquistas sociales del pasado. No hay un solo terreno de la vida social y política en Francia donde se haya hecho algún progreso. Todo lo contrario, estamos viendo una regresión social total, ya sea en el terreno del empleo, salarios, vivienda, seguridad social, sanidad pública, educación, los derechos y condiciones laborales de los trabajadores, etc.
Ninguna sociedad puede continuar esta espiral descendente indefinidamente. El marxismo explica que cuando un orden social determinado se convierte en un freno para el desarrollo de las fuerzas productivas y sólo puede existir a expensas de los intereses de las masas de la población, entonces entramos en la era de la revolución. Es cierto, en el sentido literal de la palabra, que Francia todavía no está experimentando una revolución. Pero una revolución no es un solo acto que empieza a partir de la nada. Es un proceso que puede durar varios años y que está lleno de puntos de inflexión y acontecimientos decisivos. Una revolución se caracteriza en primer lugar por la entrada de las masas, que normalmente están pasivas, en la escena de la historia. Desde este punto de vista, la turbulencia social que Francia ha experimentado desde 1995, se ha destacado por la entrada en acción de millones de jóvenes y trabajadores inactivos, es sólo el primer temblor de un volcán revolucionario que estallará en los años venideros.
No hay solución para los serios problemas sociales y económicos provocados por el capitalismo sobre la base de este sistema. Los intereses de la clase capitalista se han hecho totalmente incompatibles con las grandes conquistas sociales de la clase obrera. En estas circunstancias, las conquistas sociales y la resistencia contra los continuos ataques de los empresarios y el gobierno, deben vincularse con el derrocamiento del orden capitalista y su sustitución por el socialismo.
¿Los jóvenes y los trabajadores han sacado la misma conclusión? Algunos sí. Y su número va en aumento. Después de una experiencia como la lucha contra el CPE, muchos jóvenes y trabajadores están sacando conclusiones revolucionarias. Es cierto que en esta etapa la gran mayoría de los jóvenes y trabajadores todavía no han llegado a esta conclusión. Pero al final lo harán, no sobre la base del estudio teórico, sino por su propia experiencia dura y colectiva, es decir, la lucha contra el deterioro social permanente impuesto por el capitalismo. La lucha contra el CPE es parte de este proceso de aprendizaje. Y en realidad está llena de lecciones valiosas.
Una respuesta definitiva a los escépticos
La movilización contra el CPE es una ilustración fantástica no sólo de la determinación, la inteligencia política y la gran capacidad de organización de los jóvenes y trabajadores, sino también y en particular del enorme poder potencial de nuestra clase. Es una respuesta definitiva a los escépticos y charlatanes pequeño burgueses que dicen que los trabajadores y jóvenes son apolíticos, ineficaces, crédulos, pasivos, en una palabra, buenos para nada. Tenemos que reconocer que incluso en la CGT y el PCF no es raro encontrar activistas que, aunque son trabajadores, han perdido la confianza en el espíritu de lucha de los jóvenes y trabajadores.
Los asalariados de hoy tienen un poder enorme. Manejan absolutamente todas las funciones esenciales del organismo social. Sin trabajadores nada se mueve. Durante mucho tiempo, incluso en la lucha contra el CPE, no ha puesto su verdadero peso sobre la balanza, pero lo harán, la clase capitalista, todo su aparato del estado y sus preciosas “instituciones” se encontrarán totalmente inútiles, colgados en el aire, sin apoyo real en la sociedad. Tanto pronto como las masas sean conscientes de su colosal poder, se abrirá la posibilidad de acabar con el capitalismo y tomarán el control de la economía, el gobierno y el estado.
La huelga general
Desde el principio, la amenaza de una huelga general estuvo implícita en la lucha contra el CPE. Los dirigentes sindicales, ansiosos por mantener las protestas dentro de ciertos límites, no se atrevieron a plantear la “huelga general”. Pero la acumulación de injusticia, discriminación, inseguridad y pobreza ha cread una situación social potencialmente explosiva. En estas circunstancias una huelga general indefinida se podía haber producido independientemente de lo defendido por la dirección sindical. En 1968 las reivindicaciones de los sindicatos no iban más allá de la huelga general de 24 horas. Fueron los propios trabajadores los que la transformaron en una huelga indefinida. Durante la lucha contra el CPE la posibilidad de una “escalada” de este tipo fue considerada muy seriamente por el gobierno y la MEDEF, porque detrás de la arrogancia y la fachada de los capitalistas y sus representantes, los más inteligentes de ellos comprenden que una verdadera huelga general habría sido una amenaza mortal en potencia para su sistema.
Si una huelga general comienza como una huelga de protesta limitada, siempre se puede transformar en una huelga general indefinida, como demuestra el ejemplo de Mayo de 1968. Una huelga de este tipo paraliza completamente no sólo la economía nacional, sino también, muy rápidamente, el funcionamiento del estado y el gobierno. Los trabajadores entonces comienzan a darse cuenta de ellos son los que manejan las ruedas de la economía y, en última instancia, a pesar de que la “sociedad” burguesa les desprecia y denigra, ellos son la sociedad. Como dice el pasaje de La Internacional: “¡No somos nada, somos todo!” Tan pronto como la clase sea consciente de esta idea, se convierte en una fuerza material con un enorme poder, que abre la perspectiva de derrocamiento del capitalismo, independientemente de la reivindicación inicial que inició el proceso. Por eso la terquedad de Villepin ha provocado pánico en la clase capitalista y los partidos de derechas.
Preservando la autoridad del Estado
Bajo la presión de las calles, los dirigentes del PSF declararon públicamente que el CPE y el CNE serían inmediatamente derogados por el próximo gobierno socialista. Por lo tanto, frente a esta oleada masiva de manifestaciones y los riesgos que esto conlleva, se planteó la pregunta desde un punto de vista de la clase capitalista, ¿por qué están tan decididos a implantar el CPE por la fuerza para menos de un año? ¿Merece la pena realmente este esfuerzo? A primera vista, parece incomprensible que Villepin y Chirac corrían ese riesgo para la clase dominante, pero sólo a primera vista.
Después de la manifestación de 28 de marzo, Chirac y Villepin ciertamente comprendían que sería mejor retirar el CPE. Aún así, en su discurso televisado el 31 de marzo, Chirac intentó mantener la ley mientras que al mismo tiempo hacía unas concesiones absolutamente irrisorias. En realidad, en esta ocasión, lo que estaba en juego en el conflicto iba más allá de la cuestión del CPE. Afectaba los cimientos mismos de la república.
El prestigio ocupa un lugar importante en la política burguesa. Es verdad para el prestigio de los individuos Chirac, Villepin, Sarkozy… pero sobre todo está el prestigio de las instituciones del Estado. Es no es pro casualidad. Estas instituciones y toda la pompa y ceremonia tienen el objetivo de intimidar a la clase obrera, desde la arquitectura de los edificios oficiales a los rituales pomposos del Estado, incluido el exorbitante estilo de vida de sus representantes. El Estado capitalista debe parecer poderoso, inviolable y sagrado. Algunos representantes de la UMP dijeron que si “la calle” o los “ultimátum de los sindicatos” conseguía la retirada del CPE, entonces ya “no habría estado”, que esto sería el anuncio del “final de la República (capitalista)”. En esto hay un elemento de verdad. En realidad es muy peligroso desde el punto de vista de los defensores del capitalismo que los jóvenes y trabajadores entiendan que el Estado no es todopoderoso, que en pocas semanas de manifestaciones, bloqueos y ocupaciones de institutos y universidades, basta para crear un “atmósfera de colapso”.
Para presentar una apariencia de estabilidad institucional, para salvar la “autoridad del estado”, por eso Chirac quería mantener a Villepin en su puesto, incluso aunque su derrota sea al menos tan seria, para la derecha, como la victoria del “no” en el referéndum del 29 de mayo, que provocó la salida de Raffarin. También lo hizo para mantener las apariencias, salvar la cara, ganar tiempo para manejar el conflicto Sarkozy-Villepin, por esa razón se produjeron desde el 5 al 8 de abril los tres días de “consultas” con los dirigentes sindicales, que deberían haberse negado a participar en este pequeño juego.
Los “moderados” bajo presión
Frente a la inquebrantable determinación de la juventud y el extraordinario poder de la movilización, incluso los dirigentes sindicales más “moderados” no tuvieron otra opción que insistir en la retirada pura y simple del CPE. ¿Cómo se puede explicar que Françcois Chérèque debemos recordar que cínicamente traicionó la lucha contra la “reforma” de las pensiones insistiera tan firmemente en la retirada del CPE? ¿Por convicción? La introducción del CNE se la tomó con calma. No, lo que obligó a Chérèque fue el temor, el miedo a que si el gobierno se negaba a ceder entonces el movimiento adquiriera unas proporciones mucho más grandes.
Durante todo el conflicto, Chérèque tenía la expresión de un hombre abatido y profundamente ansioso. Después de su reunión con Villepin el 24 de marzo, exasperado por la intransigencia del primer ministro y cuando las movilizaciones crecían cada día en tamaño y alcance, Chérèque declaró: “Hemos explicado muy claramente al gobierno la situación en la que nos encontramos”. En realidad, el movimiento contra el CPE y la posibilidad de poder transformarlo en una confrontación de clase comparable a Mayo de 1968 constituía un peligro potencial muy serio ante los ojos de todos los partidarios del capitalismo, incluidos aquellos en la dirección de los sindicatos.
Lo que se aplicaba a Chérèque también se podía aplicar al dirigente de FO, Jean-Cleadu Mailly. En lugar de ver la lucha contra el CPE como un trampolín para el desarrollo de una lucha general contra el capitalismo, estos “dirigentes” estaban constantemente preocupados por “restaurar la calma”, regresar primero a las propuestas de Villepin, después de Chirac y finalmente de Nicolás Sarkozy, “el único representante que merece la pena del gobierno”, por citar las palabras de Chérèque el 4 de abril. Bernard Thibault y la dirección nacional de la CGT también mostró demasiada indulgencia hacia el gobierno. No sólo era la derogación del CPE lo que ellos reivindicaban, sino toda la ley de “igualdad de oportunidades”.
Esta buena voluntad para limitar el tamaño y el alcance de las acciones, de las reivindicaciones, también se aplicaba a la dirección del Partido Socialista. François Holland y Chérèque están cortados por el mismo patrón. La dirección del PSF no exigía la disolución de la Asamblea Nacional. No tenía ganas de llegar al poder en un contexto de una movilización social de ese tamaño. Se contentaban con pedir la retirada del CPE para restaurar la calma. Ese fue el contenido de la declaración “solemne” del 31 de marzo defendiendo la intervención del jefe del estado: gracias a la retirada del CPE, decía este llamamiento a Chirac, será posible poner fin al “clima perjudicial” que hay en el país y permitirá que el manejo de la crisis regrese a manos de la Asamblea Nacional, dominada por la derecha. Sobre todo “no deben sacudirse las instituciones del estado”.
Desgraciadamente, los dirigentes del PCF no se diferenciaron de la línea del PSF en esta cuestión. Y por último, debemos decir que la LCR, que nunca deja de exigir a la dirección del PCF que rompa relaciones con el Partido Socialista, también firmó este llamamiento escrito por aquellos a los que califica de “social-liberales”.
La lucha por el socialismo
La retirada del CPE es una victoria muy importante. Refuerza la moral y el espíritu de lucha de los jóvenes y trabajadores. Contribuirá a forjar una nueva generación de militantes contra el capitalismo. Sin embargo, las conquistas del movimiento son menos de lo que se podría haber conseguido. El CNE todavía existe, además de los artículos que permiten trabajar a los jóvenes de 14 años de edad, el trabajo nocturno para los que ya tienen 15 años y los contratos precarios para los de más edad, entre otras cosas. Debemos exigir la derogación de toda la ley reaccionaria, no simplemente el artículo 8. Además, si los dirigentes de la izquierda hubieran exigido la convocatoria inmediata de elecciones presidenciales y legislativas, habrían contado con un apoyo de masas.
El gobierno ha quedado debilitado, pero antes de ser arrojado al cubo de basura de la historia en 2007, sin duda intentará, tanto pronto como se le presente la oportunidad, iniciar nuevos ataques contra la clase obrera y la juventud. La victoria contra el CPE, como la victoria contra la Constitución Europea en mayo del año pasado, no debería deslumbrarnos y no dejarnos ver el futuro particularmente sombrío que el capitalismo nos depara. Incluso sin el CPE, la precariedad y el desempleo empeorarán, junto con la miseria y la desesperación. La discriminación social y racial, que era el núcleo central de la rebelión de los suburbios, también seguirá existiendo.
La izquierda regresará al poder en 2007. Es casi seguro. Pero si los dirigentes socialistas y comunistas se contentan con una derogación y otras medidas superficiales, quedará intacto el dominio de la economía en manos de la minoría capitalista, demostrarán ser incapaces de resolver los problemas cada vez más serios que aquejan a la sociedad francesa, que condena a la vasta mayoría de los jóvenes y trabajadores a unas condiciones de vida insoportables. Para que el final del CPE no se convierta en una victoria pírrica, es absolutamente necesario vincular la lucha contra la explotación y todas las injusticias del capitalismo, con la lucha por una nueva sociedad, una sociedad socialista, donde el control de la economía esté firmemente en manos de los propios trabajadores.