La lucha contra el fraude es un sello de la época en la que vivimos, no sólo a nivel nacional sino además internacional. Hablamos de una época en la que la decadencia del capitalismo ha empujando a la humanidad a una situación de enormes tensiones yd «La sociedad capitalista, considerada en sus condiciones de desarrollo más o menos favorables, nos ofrece una democracia más o menos completa en la república democrática. Pero esta democracia se halla siempre comprimida dentro del estrecho marco de la explotación capitalista y, por esta razón, es siempre, en esencia, una democracia para la minoría, sólo para las clases poseedoras, sólo para los ricos».

V. I. Lenin

El Estado y la Revolución

La lucha contra el fraude electoral está teniendo una trascendencia histórica en la lucha de clases de nuestro país, empezando por ser, en palabras de Hegel, el accidente del que está haciendo uso de la necesidad. Los millones de mexicanos que han dado sobradas muestras sobre su disposición de ir hasta donde se necesite para impedir la imposición de Felipe Calderón (Fecal), están expresando por medio de esta lucha su deseo por transformar una realidad que los ha condenado al desempleo, los salarios de hambre, a mayor explotación y miseria. Esta sed de cambio es la que ha arrojado como resultado la lucha social de mayor alcance que se ha visto hasta el momento en nuestro país durante varias décadas.

La lucha contra el fraude es un sello de la época en la que vivimos, no sólo a nivel nacional sino además internacional. Hablamos de una época en la que la decadencia del capitalismo ha empujando a la humanidad a una situación de enormes tensiones y desequilibrios; una época en la que la burguesía pelea con garras y dientes hasta el último centavo y no está dispuesta a otorgar ninguna concesión por modesta que sea, mientras que por su parte los trabajadores ya no están dispuestos a seguir tolerando los ataques. Son de estas contradicciones de donde brotan las reaccionarias guerras del imperialismo yanqui contra Afganistán e Irak, y más recientemente la de Israel contra Líbano. Pero es ese mismo contexto internacional el que ha dado como resultado las huelgas generales que se han desarrollado en Grecia, España, Italia, Austria, entre otras naciones, y el proceso de insurrecciones de América Latina que en países como Ecuador, Argentina, Bolivia y Venezuela, ha derivado en abiertos episodios revolucionarios.

Vivimos una época de revoluciones y contrarrevoluciones. Una época en la cual, de forma más nítida, el verdadero rostro de la burguesía y su andamiaje de control social quedan al desnudo entre millones de trabajadores. Y, en el caso de México, esta no está siendo la excepción. La articulación del fraude electoral, los titánicos esfuerzos para hacer que triunfe éste frente a la monumental lucha de las masas que se oponen, todo ello junto ha evidenciado de la forma mas descarada el papel del Estado y todo su aparato (incluidos el parlamento, las leyes y los jueces) Para millones no queda ni sobra de del espejismo sobre el Estado, lo jueces y la leyes como «árbitros imparciales» que se levantan por encima de las clases sociales para actuar de forma equitativa e impartir justicia por igual.

La forma en que han actuado los medios informativos, las organizaciones patronales, el alto clero, el IFE, el gobierno de Fox, los diputados y senadores panistas y priístas, a lo largo de la contienda electoral y como muro de contención de la lucha contra el fraude, ya por sí mismo tuvo un importante efecto sobre la conciencia de millones de trabajadores los cuales lograron identificar en medio de esta coyuntura, la decadencia y degeneración del gobierno y sus instituciones, así como el verdadero papel del Estado y su aparato legal: el de ser una herramienta de dominación al servicio de la burguesía. Este tipo de ideas, las cuales ganan terreno a pasos agigantados en condiciones como en las que vivimos en estos momentos en México, encontró una nueva palanca que las empujo hacia el frente en la determinación del Tribunal Electoral de sólo autorizar un recuento del menos del 10% de la votación, quedando lejos de las expectativas de las masas quienes demandan un recuento del total de los votos emitidos el pasado 2 de julio.

La conclusión de las masas fue sencilla: el Tribunal Electoral es un cómplice mas del fraude electoral, pues su maniobra pretende un recuento que tiene como objetivo ratificar los resultados que ya antes dictaminó el IFE y que da como ganador a Fecal. Las expectativas se derrumbaron y el margen de ilusión sobre los magistrados se esfumó, haciendo que las masas pasaron de la frustración a la ira.

La reacción de López Obrador (AMLO), ante la determinación del Tribunal Electoral, fue la de mantener el movimiento y lanzar un par de discursos, el domingo 6 en el Zócalo capitalino y el lunes 7 en la sede que alberga a los magistrados, en los que en esencia caracteriza a México como un país «con tantos privilegios y con tantas desigualdades», para después destacar que el aparato legal, las leyes y los jueces; están al servicio de los poderosos: «En México -señalaría AMLO- desgraciadamente, el derecho ha significado por lo común lo opuesto a su razón de ser; aunque siempre se invoca al Estado de Derecho, los encargados de impartir justicia en vez de proteger al débil, sólo sirven para legalizar los despojos y abusos que comete el fuerte; el derecho que ha imperado ha sido el del dinero y del poder por encima de todo».

Siendo ello así, de acuerdo a AMLO, «La democracia es la única opción, la única esperanza para millones de pobres, para la mayoría de la gente de mejorar sus condiciones de vida y de trabajo». Tras ello AMLO expone dos conclusiones: uno, que la principal vía para alcanzar la democracia («una democracia con dimensión social», como la caracterizó en su discurso del lunes 7) es la organización y la lucha; y dos, que por consecuencia el camino a seguir es «una transformación tajante de México». Las declaraciones de AMLO en cierta medida están reflejando el ambiente entre las masas.

Definitivamente la pobreza en México es un fenómeno que se extiende a millones de seres humanos, y el sistema democrático de nuestro país, que sólo ha servido para garantizar la estancia de la derecha en el poder, primero el PRI y ahora el PAN, es un factor que explica este fenómeno. No obstante la explicación a las enormes desigualdades que se viven en nuestro país, es mas profunda. Por ejemplo, en las EEUU la primera potencia económica del mundo, hay 37 millones de personas que viven en el rubro de la pobreza. Otro caso es el de la Comunidad Europea, donde el desempleo alcanza a más de 10 millones de seres humanos. Y en ambos casos estamos hablando de las naciones que, según los analistas burgueses, poseen las democracias mas desarrolladas de mundo.

Como podemos ver, el problema respecto a los márgenes de desigualdad social en esencia va mas allá de qué tanto esté desarrollada una democracia, sino que este fenómeno obedece a leyes mas profundas que determinan la forma en que se produce y se apropia de la riqueza y que están se sustentan en la propiedad privada de los principales medios de vida.

En ese marco, el da la propiedad privada y la explotación capitalista, es en el que se desarrolla la vida democrática de las naciones modernas. En esa medida, la democracia solamente es una herramienta que sirve de refuerzo y sustento para garantizar el predomino de la clase explotadora sobre el resto de la sociedad. Siendo ello así, la democracia como garante de la propiedad capitalita no puede ser entendida como otra cosa más que como una democracia burguesa. Es decir, una democracia en la que la que la gente puede discutir lo que sea, pero en la cual las decisiones más importantes de la sociedad las toman los banqueros y los empresarios.

Se trata de esa misma democracia que sustenta un régimen económico que da como resultado que en nuestro país, por ejemplo, el 0.15% de la población concentre el 30% de la riqueza nacional.

Y a esta dinámica, la de velar por los intereses de los burgueses, es a la que se ajusta el Estado, desde el Presidente de la República, pasando por los diputados y senadores, hasta el último de los magistrados. Todos ellos con el deber de defender la sacrosanta propiedad privada. Siendo ello así, desde la pugna entre un grupo de campesinos que fueron despojados de sus tierras, o parte de ellas, por un hacendado, hasta las pasadas elecciones del 2 de julio, la postura de las llamadas instituciones siempre tenderá a favorecer a los poderosos. Y cuando se les obliga a actuar de otra manera, será bajo la condición de que haya estado de por medio una tenaz lucha de los desposeídos para defender sus intereses.

Si bien esas acciones que ocasiones les permiten a los trabajadores de la ciudad y el campo imprimirle un revés a la clase dominante, son un paso al frente y una guía a seguir, no impiden que los explotadores continúen con el sartén por el mango para nuevamente, en cuanto se presente la oportunidad, arremeter contra los intereses de las clases desposeídas. En esencia, aun bajo la democracia burguesa más desarrollada, la clase explotadora continúa bajo el control de donde emana su poder para sojuzgar: la propiedad privada sobre las fabricas, los bancos, las fincas, etcétera, y el aparato del Estado a su servició para consolidar y proteger ese poder.

Bajo esas circunstancias resulta imposible pensar que bajo la democracia burguesa se pueda tener instituciones que impartan justicia de forma imparcial y sin importar el origen de clase de la gente, ya sean obreros o empresarios, ya sean campesinos pobres o finqueros. El problema del aparato del Estado no es un problema ético y va más allá de lo honestidad o deshonestidad de los hombres y mujeres que lo encabezan, se trata de un problema que tiene profundas raíces en las relaciones que se establecen para que el capitalismo funcione, es decir, las relaciones entre una inmensa masa de desposeídos que no tiene otro remedio que el vender su fuerza de trabajo para poder mal vivir y un puñado de poseedores, los empresarios, que viven como parásitos explotando a los trabajadores. En torno a los intereses de esos parásitos orbita la democracia que conocemos, y por supuesto el Estado y sus instituciones. En esa medida, bajo el capitalismo la democracia (democracia burguesa) no es otra cosa más que la dictadura de una minoría sobre la mayoría

AMLO ha dicho que debemos transformar esta realidad cargada de enormes desigualdades sociales, en la que las instituciones siempre están al servicio de los poderosos. Para AMLO el camino es el de luchar por una verdadera democracia. Y efectivamente, el camino es el de una verdadera democracia. Pero necesitamos una democracia en la que su principio básico, el de que la voluntad de la mayoría tiene que ser respetada, se aplique verdaderamente, y ese no puede ser el caso de la democracia burguesa.

Por ello, para los marxistas que nos organizamos en torno a el Militante, la condición para una verdadera democracia donde la voluntad de la mayoría impere, es la de eliminar la fuente de donde emana el poder de aquel puñado de empresarios que hoy en día nos impone su voluntad a la inmensa mayoría de mexicanos. Esa fuente es la propiedad privada sobre los principales medios de vida. Siendo ello así, los trabajadores debemos arrancarle a la burguesía el monopolio sobre las empresas y los bancos para ponerlos bajo nuestro control democrático, instaurando al mismo tiempo una democracia obrera derrocando al régimen burgués y creando un nuevo Estado, un Estado Obrero, por medio del cual las capas desposeídas, con la clase obrera como vanguardia, garanticen que sus intereses sean los que predominen en la sociedad.

Así, pues, la lucha por una verdadera democracia es al mismo tiempo la lucha por el socialismo. O sea, la lucha por una sociedad sin ninguna de la aberraciones sociales producto de la explotación capitalista: desempleo, hambre, miseria, falta de educación, etcétera.

Desde nuestro punto, el llamado a luchar por una verdadera democracia y por la trasformación de nuestros país (lo cual va a suceder, de acuerdo a palabras del propio AMLO, «de una manera u otra») necesariamente pasa por el llamado a romper con el capitalismo por medio de la revolución socialista. Este es el camino que debe adoptar AMLO y cualquier luchador social que se platee eliminar de raíz las tremendas desigualdades sociales que padecemos en este país bajo la democracia burguesa.

NOTA
La ilustración que acompaña este artículo ha sido tomada de la web www.cubaperiodistas.cu