El documento que a continuación se presenta es una interpretación marxista de la historia de México, puede tomarse, si así se desea, como una introducción al estudio de la historia de México para activistas y trabajadores en general, así mismo es una El documento que a continuación se presenta es una interpretación marxista de la historia de México, puede tomarse, si así se desea, como una introducción al estudio de la historia de México para activistas y trabajadores en general, así mismo es una toma de posición al respecto de los acontecimientos fundamentales que han dado origen al estado actual de la lucha de clases en nuestro país hasta el periodo el inicio del periodo presidencial de Carlos Salinas de Gortari.

Contenido

Introducción

La Conquista y la Colonia

La primera revolución burguesa: La Independencia

Liberales y Conservadores

La segunda revolución burguesa del siglo XIX

La aventura francesa

Los limites del radicalismo burgués

El porfirismo

El levantamiento de 1910

El Golpe de Estado y el auge de la revolución

La guerra contra Huerta

La Convención Nacional Revolucionaria

El poder campesino

La derrota de la Convención

Villa y Zapata siguen luchando

El gobierno de Carranza

La sombra del caudillo

El gran acuerdo de la "familia revolucionaría", el maximato

El cardenismo

El postcardenismo, la revancha de la burguesía

El "Desarrollo Estabilizador". Fortaleza y ocaso del corporativismo mexicano

70´s la tendencia democrática

1988, el año en que la burguesía vivió en peligro

Introducción

El documento que a continuación se presenta es una interpretación marxista de la historia de México, puede tomarse, si así se desea, como una introducción al estudio de la historia de México para activistas y trabajadores en general, así mismo es una toma de posición al respecto de los acontecimientos fundamentales que han dado origen al estado actual de la lucha de clases en nuestro país hasta el periodo el inicio del periodo presidencial de Carlos Salinas de Gortari.

Es muy común hablar del desdén que las organizaciones de izquierda, específicamente las marxistas, tienen hacia las luchas que estallaron en nuestra nación, se dice que sabemos más de la revolución rusa que de la mexicana. Por supuesto que el presente documento trata de romper con ese argumento, que en el fondo no es más que una vieja mentira que la burguesía suele propagar para menospreciar los aportes o las ideas que pueden surgir desde las organizaciones revolucionarias. Más importante aún, es situar en su justa dimensión el proceso de gestación de las clases antagónicas y determinantes en nuestro México actual: la burguesía y el proletariado, dentro de este último a la clase obrera industrial como elemento clave para determinar las perspectivas de una transformación revolucionaria auténticamente benéfica para el conjunto de los trabajadores en México.

El documento básicamente se enfoca al proceso revolucionario de 1910-1940, así como del proceso de auge y decadencia del régimen que le sucedió.

Importante es aclarar que el proceso histórico incluye tanto a lo que seres humanos piensan sobre sí mismos y sobre los demás, como lo que en función de la combinación de factores en realidad pueden hacer. Es según Marx, una síntesis de múltiples determinaciones cuyo único elemento superviviente es el hecho como tal y lo escrito sobre él, la relación entre los programas de grupos y clases y lo que realmente sucede puede ser una buena fuente para valorar el papel de los individuos y las clases en México y en cualquier otro lugar en donde intentemos valorar un proceso histórico.

Nuestro afán no es calificar ni descalificar personajes ni grupos, especialmente aquellos que representan el germen de la lucha de los trabajadores por la transformación social, sino aprender de ellos, de sus derrotas y de sus victorias. Pero para ello es preciso situarlos históricamente y esto sólo es posible con un trabajo de interpretación histórica desde el punto de vista de los explotados.

México vive hoy en día una época revolucionaria, después de la decadencia del régimen posrevolucionario y de su paulatino desmantelamiento, la burguesía vive una crisis política caracterizada por no tener idea clara de lo que pretende construir para sustituir el régimen político posrevolucionario, en este marco se abren muchos desafíos y oportunidades para los trabajadores, muchos más que lo que pudimos tener desde la consolidación del régimen posrevolucionario en 1940, pero estas afirmaciones no se derivan se una suposición al azar sino de una construcción teórica del desarrollo histórico de conformación de la nación y el Estado mexicano y la presentación de las siguientes páginas es, si se quiere, una síntesis de dichas conclusiones.

Concordamos que el territorio que actualmente ocupa México ha vivido distintas fases de desarrollo de las fuerzas productivas, las cuales aún inciden como elementos matriciales de la actual problemática:

La época prehispánica, particularmente basada en una forma muy peculiar de modo de producción asiático, en donde la propiedad privada como tal, estaba en fase de constitución y las jerarquías del Estado teocrático constituían posiciones de privilegio desde las cuales los grupos dominantes ejercían su poder sobre pobladores propios y extraños.

La época colonial, donde los principales elementos del anterior modo de producción se acoplaron, de manera forzada claro está, a las necesidades del régimen semifeudal establecido por el imperio español. El mismo régimen imperial español, aún teniendo las bases para un potencial despegue capitalista pagó el sostenimiento de su hegemonía sobre América Latina con un estancamiento que lo postró definitivamente. A finales de la época colonial, sólo una ruptura revolucionaria podía impedir que la inercia de inmovilidad que representaba el poder de la oligarquía terrateniente y el clero condenara casi a la inviabilidad la formación del Estado mexicano.

La siguiente época es la del México independiente, en la cual las fuerzas progresistas representadas por los estratos medios ilustrados se enfrentaron una y otra vez contra las fuerzas conservadoras, herederas de los privilegios coloniales, en la búsqueda de consolidar un Estado capitalista con democracia a la norteamericana. Los liberales no contaban con una clase burguesa que le diera sustento a su Estado burgués ideal, por lo que optaron por imponer de manera autoritaria su modelo (Juárez y Díaz), al final la oligarquía tradicional logró adaptarse a ese nuevo tipo de Estado para convertirse en esa burguesía que los liberales habían buscado afanosamente. La paradoja es que cuando surgió la nueva burguesía, principalmente producto del matrimonio entre la oligarquía tradicional y el capital extranjero, no fue impulsora de la modernización progresista del país, sino del sometimiento más cruel que hayan conocido los trabajadores del campo y la ciudad mexicanos.

La consecuencia fue el estallido revolucionario de 1910.

El proceso estallado tenía que cubrir todos los pendientes de la lucha contra el régimen colonial, más los que se habían acumulado en el periodo de México independiente y de Reforma. La burguesía no podía ni quería jugar ese papel revolucionario, sus diversos estratos tardaron un tiempo en darse cuenta que habían surgido sujetos revolucionarios que podían jugar un papel independiente de ellos, los obreros y sobre todo los campesinos jornaleros podían construir la hegemonía necesaria para formar un nuevo Estado. Es entonces cuando las facciones de la burguesía alta y media burguesía deciden tratar de ponerse al frente para limitar el proceso en función de sus intereses.

Las amplias posibilidades de avance en un sentido socialista del proceso revolucionario continuaron mientras el Estado burgués gestado de la revolución no se consolidó. En ese lapso la lucha de clases a nivel nacional e internacional era el factor determinante para definir el futuro del país.

El movimiento socialista, apoyado en el Partido Comunista, dejó pasar una oportunidad tras otra hasta que quedó a la zaga de los acontecimientos. Hoy, cuando le llaman "izquierda madura y moderna" a aquellos que, diciéndose socialistas asumen como suyo el programa capitalista y el régimen burgués, tendríamos que decir que la "madurez y modernidad" desde la década de los treintas, significó la catástrofe para millones de obreros y campesinos que tuvieron que sufrir por generaciones un régimen semibonapartista que solía disfrazar su sometimiento a la burguesía con una que otra frase seudoizquierdista.

A la par del desarrollo del régimen priísta se fue gestando una burguesía totalmente dependiente se sus negocios con el Estado y otra dependiente de sus negocios con el imperialismo.

Ambas vivían en el consenso de mantener a raya por medio del control corporativo a las crecientes masas de desposeídos que surgían de la industrialización del país.

Cuando la sociedad mexicana se tornó tan compleja y diversa como para que fuera imposible seguirla manteniendo tutelada, comenzó la crisis del Estado posrevolucionario mexicano, la cual tiene dos momentos claves.

El movimiento estudiantil del 68 marca en principio y el movimiento contra el fraude del 88 señala el final de su decadencia. El periodo posterior al 88 hasta la llegada nuestros días, señala el periodo de desmantelamiento del régimen posrevolucionario.

El fin del régimen priísta no significa necesariamente algo bueno para las masas, como no lo fue para los trabajadores de Europa del Este el paso al capitalismo. La burguesía abiertamente proimperialista sucedió en el 2000 a una burguesía basada en su gestión del Estado ya en decadencia y en franca retirada, lo cual ha llenado al discurso y la práctica del Estado de una combinación de lo peor del antiguo régimen con lo peor del tradicional conservadurismo de la nueva burguesía dominante, la cual es producto directo de los periodos presidenciales de Salinas en adelante.

El periodo que de una manera provisional y esquemática se define como de desmantelamiento del régimen posrevolucionario no es tratado en el presente documento, que desde nuestro punto de vista, merece un tratamiento pormenorizado y muy cuidadoso, que en cierto sentido ha sido mostrado en las páginas de Militante desde 1990, no obstante un trabajo unificado al respecto es un tema pendiente. Dejamos el presente documento como un marco contextual para el siguiente.

Por supuesto que en todo este marco el proletariado mexicano no ha sido un mero espectador, ha sufrido los abusos y la explotación de la burguesía y al mismo tiempo ha reaccionado de manera organizada poniendo en predicamentos a las clases dominantes, las cuales se han visto en la necesidad de unificar fuerzas, a pesar de sus diferencias para enfrentar los embates de los trabajadores.

Las figuras de Francisco J. Mújica, Felipe Carrillo Puerto, Valentín Campa, José Revueltas, Demetrio Vallejo, Rafael Galván, por sólo citar algunos, han sido importantes y en algunos casos determinantes para bien o para mal, con respecto al proceso de construcción de una conciencia colectiva en el seno del proletariado mexicano.

El problema de la revolución mexicana del siglo XXI es el problema de la conciencia de clase del proletariado mexicano, que sólo podrá ser resuelto en una lógica anticapitalista, con el instrumento de un partido de revolucionario de los trabajadores y por medio de una revolución sin puntos intermedios, es decir socialista. El problema de la dirección del proletariado en el sentido extenso del termino es teórico–dado que si no se reconoce a un problema cuando existe, difícilmente se será capaz de resolverlo–, pero fundamentalmente es una cuestión que sólo se resolverá el la práctica, por ello éste y otros textos sólo son en el fondo, un llamado a la acción, que ha sido lo único que ha permitido avances a la humanidad y a las clases trabajadoras. La pasividad, la ignorancia y la indiferencia son fortalezas del poder.

No está en nosotros decidir el rumbo que las masas tomarán para avanzar en ese proceso, nosotros no amoldamos los procesos a nuestra voluntad, más bien somos los más consecuentes en la lucha de las masas en todos los terrenos y señalamos el paso siguiente, más allá del que ahora se está dando.

La Conquista y la Colonia

Antes de la llegada de los españoles al territorio que actualmente ocupa la república mexicana, éste era habitado por una gran cantidad de culturas de entre las cuales aparecía la mexica, como la más importante desde el punto de vista militar y económico.

En la América de aquel tiempo la propiedad privada no existía como tal, estas culturas, fundamentalmente agrícolas se basaban en la propiedad colectiva de la tierra, a la cual correspondía un sistema de distribución que estaba sujeto a una compleja estructura jerárquica, que se determinaba a partir de la posición que el individuo tenía en el seno del Estado teocrático. El medio de obtención de la riqueza derivada del trabajo ajeno era el tributo, ya fuera en la forma del tributo o en la de actividades productivas en las tierras del Estado, usufructuadas por los miembros de la alta jerarquía. Éste era el medio de explotación de los mexicas sobre su pueblo y sobre los demás que tenían bajo su control militar.

El grado de desarrollo cultural de estos pueblos es comparable al de cualquier civilización antigua, como la china, la egipcia o la grecolatina, sin embargo cualquier posibilidad de desarrollo independiente de estas culturas quedó truncado de forma brutal por la conquista española, cuya primer etapa en Mesoamérica (1519-1521) aniquiló el imperio mexica, estableciendo en el territorio de lo que ahora se conoce como México una convivencia de sistemas de producción que en realidad consistía en dejar sobrevivir algunos rasgos del antiguo modo de producción (el tributo en especie y en trabajo) que fueran útiles o se pudieran articular con el esquema semifeudal implantado por los españoles.

Los reyes de España procuraron mantener separados política y económicamente a los indígenas de la sociedad novohispana como tal. Existía una estructura de gobierno y leyes para los indígenas (Consejo de Indias) y otro para los españoles y criollos. El lazo entre las comunidades indígenas y españolas eran las instituciones que servían para transferir el trabajo y el producto de ese trabajo a los españoles, es decir, el mecanismo de superexplotación del indígena como la encomienda y la mita, los cuales separaban al indígena de su comunidad, llevándolo a una condición de semiesclavitud.

El régimen de propiedad de la tierra también estaba diferenciado: los españoles podían poseer tierras en propiedad privada, producto de la compra o donación de la Corona, la iglesia poseía tierras amortizadas, es decir que no se podían comprar ni vender, mientras que a los indígenas se les asignaban propiedades comunales en torno a sus comunidades históricas, las cuales explotaban individualmente en función de acuerdos internos. La separación entre este tipo de propiedades era tal que se prohibía establecer una propiedad española a 1100 metros de una propiedad comunal indígena o de algún terreno de la Iglesia.

Para el imperio español, sus colonias era organismos económicos complementarios que lo debían proveer de lo que no había dentro de la península, especialmente metales preciosos. España ejercía un monopolio formal del comercio exterior de sus colonias y estaba prohibida la producción de aquellos bienes que pudieran ofrecer competencia a los de los originarios de la península, por ejemplo, en la Nueva España no se podía producir uva, olivo, algodón, telas, entre otras cosas.

A la larga, este esquema generó el origen del proverbial atraso de nuestros países latinoamericanos y al mismo tiempo aseguró la preservación del régimen semifeudal español, retrasándolo también del proceso de desarrollo económico vivido por las demás potencias europeas.

Uno de los primeros efectos fue la drástica disminución de la población indígena, la cual cayó en un 90% durante los primeros 30 años de la ocupación española, lo cual obligó a la Corona a prohibir la encomienda. Otro efecto fue de explotación hasta el agotamiento de múltiples minas y finalmente en vista de la prohibición de ciertos productos para la exportación se cayó en una economía de autoconsumo en vastas regiones del campo. Los terratenientes españoles y criollos emplearon los beneficios de la explotación de tierras y minas no para desarrollar la producción, sino para crear en los cascos de las haciendas enormes y opulentos palacios en medio de la miseria más espantosa de las masas.

Los levantamientos contra la dominación española tuvieron siempre como protagonistas a los indígenas, los más destacados fueron: en 1541 en Nueva Galicia, 1660 en Tehuantepec, 1670 en Yucatán, 1712 en Chiapas, 1797 en Teotitlán. Por lo que toca a los criollos, estos en un inicio llegaron a protestar por las limitaciones que les imponía la corona para explotar a los indígenas (1565) con la prohibición de la encomienda. En 1662 una revuelta de indígenas y mestizos llegó a controlar la ciudad de México durante un día, durante el cual quemaron el palacio virreinal, pero al fin de cuentas fueron derrotados y sus dirigentes ajusticiados.

Para mediados del siglo XVIII, la situación de bancarrota del imperio español era tal que a partir de la coyuntura abierta con la entrada al trono de los Borbones, se pretendieron establecer una serie de reformas de corte tímidamente liberal en el terreno económico, las cuales tenían por objetivo el reformar el control económico y político de España en sus colonias. Se decretó una cierta liberalización del comercio y por lo tanto de la producción de las colonias, así como un ataque al poder de la Iglesia, ahí donde esta pudiera representar una competencia a la hegemonía económica del Estado, como fue el caso de la compañía de Jesús, la cual fue prohibida. Durante estas llamadas reformas borbónicas de dio también un intento por desamortizar las propiedades territoriales de la iglesia. Sin embrago todo esto fue insuficiente, la decadencia del imperio español estaba basada en su absoluta incapacidad para competir con potencias como Inglaterra u Holanda, dado el carácter semifeudal de su economía. Sólo destruyendo el poder de los terratenientes, construyendo una clase burguesa manufacturera y exportadora, creando un fuerte mercado interno y una mano de obra libre de ataduras serviles, sería posible poner al día a España, pero eso era impensable. Así que las reformas borbónicas lo único que demostraron era que la revolución estaba al orden del día.

La primera revolución burguesa: La Independencia

A principios del siglo XIX, en el seno de las clases poseedoras de la Nueva España había dos sectores interesados en la independencia. Por un lado los criollos, representantes de la naciente burguesía, entre los cuales se destacaban algunos miembros del bajo clero y militares de mandos medios, los de este sector estaban inspirados por los procesos revolucionarios en América del Norte y Europa, los cuales tomaban como ejemplos a seguir. Por otro lado estaban los grupos conservadores ligados al latifundio y a la iglesia, férreos defensores del estado de cosas semifeudal impuesto durante siglos; este grupo, temeroso ante las reformas de corte aparentemente liberal que empezaban a gestarse en España, contemplaban a la independencia como una forma de mantener sus privilegios, su intención era establecer un sistema de gobierno monárquico.

Cuando Napoleón invade España en 1808, en toda la península de forman juntas de gobierno, como una forma de enfrentar al régimen impuesto por Francia. En América Latina se establecen también dichas juntas, las cuales se constituirían en la bases para el desarrollo de la lucha por la independencia, sin embargo en la Nueva España, los intentos del licenciado Francisco Primo de Verdad, impulsor de dicha junta, fueron aplastados por medio de un golpe de Estado promovido por la iglesia. Con el asesinato de Primo de Verdad las posibilidades de una independencia "legal" quedó descartada.

De forma casi paralela a los intentos en la Ciudad de México, diversos miembros del bajo clero en contacto con los sectores más oprimidos por el poder virreinal, establecieron las bases para que el movimiento de independencia adquiriera el carácter de insurrección campesina, al menos en un principio, especialmente en el centro-sur de la Nueva España.

Durante todo el virreinato, a pesar de la aparente protección de la propiedad indígena, había en el país alrededor de 4944 terratenientes, que por supuesto ocupaban las mejores tierras e imponían a los campesinos pobres condiciones de servidumbre: El levantamiento dirigido por Allende e Hidalgo se sustentaba en la reacción violenta de los oprimidos en contra de esta semiesclavitud.

El elemento de la rebelión campesina le dio al movimiento de independencia un carácter de clase definitivamente inaceptable para los sectores conservadores que apoyaban la independencia, por lo cual, estos hicieron causa común con el virrey en contra de los sectores sublevados.

Después de la ejecución de los primeros dirigentes revolucionarios, Hidalgo y Allende, tocó a Morelos darle un carácter mucho más consistente al levantamiento, hasta que finalmente éste también fue derrotado en 1815. Posteriormente los sectores conservadores poco a poco fueron reactivando sus intentos por conseguir una separación de España.

La constitución española de Cádiz en 1812 significó para los conservadores una señal de alarma: Existía dentro de la misma un planteamiento sobre el reparto de tierras a los indios casados, lo que entre otras cuestiones, ponía los pelos de punta a la elite criolla terrateniente.

La guerrilla campesina, a pesar de que luego de la muerte de Morelos no constituía un peligro inminente para el régimen, siempre mantuvo una presencia de tomarse en cuenta, por lo cual Agustín de Iturbide, el general realista representante de los terratenientes se decidió por la independencia, se vio forzado a llagar a un acuerdo con los alzados.

La declaración de independencia de 1821 aseguró el carácter intocable de la iglesia y del latifundio, principales sostenes del estado de cosas impuesto durante el virreinato, no sólo eso, la elite terrateniente incluso logró establecer el imperio como forma de gobierno. Parecía que los conservadores habían ganado la partida, afortunadamente el triunfo fue efímero, el régimen de Iturbide estalló víctima de sus propias contradicciones, desatándose una guerra civil entre liberales y conservadores que se prolongó, con algunos breves periodos de paz, hasta la llegada del porfirismo.

En este marco de inestabilidad poco se pudo hacer para que el régimen económico tuviera modificaciones sustanciales, de 1842 a 1854 los terratenientes aprovecharon las circunstancias para proceder a aumentar sus propiedades a expensas de los pueblos campesinos. El número de haciendas pasó de 3749 a 6092. Tomando en cuenta que la tierra cultivable no se incrementó, entonces la única fuente del surgimiento de dichas haciendas fue el despojo de los pueblos indios.

Liberales y Conservadores

La preponderancia de esta aristocracia conservadora–y en gran medida monárquica–fue lo que permitió la aparición en un primer momento del "imperio" de Iturbide. La independencia fue un acto conservador, no obstante, desencadenó toda una corriente de opinión, específicamente entre diversos sectores de la intelectualidad urbana no ligada a la aristocracia, que estaba fuertemente influenciada por las ideas liberales de Europa y de Norteamérica a la que miraban como un ejemplo a seguir, no por nada el país se nombró Estados Unidos Mexicanos, según la constitución de 1824.

En esencia los liberales buscaban romper con las barreras, heredadas de la colonia, que impedían el desarrollo del capitalismo en México, los conservadores en cambio pretendían preservar los privilegios económicos y políticos de la aristocracia criolla terrateniente como punto de partida para cualquier propuesta nacional.

El país, fiel al legado de la Colonia, subsistía en función de un régimen básicamente de autoconsumo basado en la gran propiedad terrateniente de la iglesia y de los propietarios criollos, la tenencia de la tierra era un factor de poder político, mas no de desarrollo económico, en la medida en que ni la iglesia ni los grandes terratenientes cultivaban la mayor parte de sus posesiones, paralelamente existía la propiedad de las comunidades campesinas, la cual era básica para la centenaria estabilidad del campo durante la colonia.

La propiedad de las comunidades campesinas, particularmente las indígenas, garantizaban una economía de autoconsumo que se complementaba con el trabajo en la hacienda criolla. Por supuesto, no había posibilidad de que un mercado interno como lo conocemos actualmente se desarrollara y mucho menos para que se generara el desarrollo de la industria a gran escala. Pese a la fortaleza aparente de este régimen de cosas, subyacía una debilidad intrínseca, la cual de derivaba de que un régimen de este tipo derivaba en un poder central bastante débil y por lo tanto susceptible de ser derrocado por parte de una fuerza militar medianamente organizada.

El federalismo del periodo 1824 a 1833 nunca tuvo la fuerza para imponer un programa revolucionario de destrucción del régimen heredado de la colonia debido a que nunca apeló a las masas campesinas, optó por el contrario, por una política de compromisos. La propia constitución de 1824 no se podría calificar estrictamente de liberal, en ella se mantenían privilegios para el ejército y el clero, el federalismo era más que nada una aspiración que algo realmente practicable, sobre todo por la gran fuerza disgregadora que significaba el régimen económico.

Aún a pesar de la debilidad de ese federalismo, éste era incómodo para las fuerzas conservadoras, las cuales estimularon el golpe que efectuó Santa Anna en 1834. La llegada de los conservadores personificados por Santa Anna, significó un severo estancamiento.

La dictadura de "su alteza serenísima" retrasó por 20 años los cambios que se hacían cada vez más urgentes para el país, ello costó como es sabido, numerosas intervenciones extranjeras y la pérdida de más de la mitad del territorio ante el expansionismo norteamericano. En este marco, aquel absurdo conservadurismo se desarrolló en numerosos sectores de la intelectualidad y de diversos dirigentes regionales una convicción y un programa distinto radicalmente al de Santa Anna.

La segunda revolución burguesa del siglo XIX

El 1 de marzo de 1854 estalló la revolución de Ayutla, cuya característica más destacable fue la participación de enormes masas campesinas acaudilladas por la intelectualidad liberal, entre ellos: don Juan Álvarez un luchador de toda la vida que encarnó el ala más radical del movimiento, su avanzada edad le impidió vivir para impulsar una revolución más radical. Junto a él, participaba el coronel del ejército Ignacio Comonfort, un político honesto pero totalmente incapaz de ir hasta las últimas consecuencias de sus decisiones, proclive a pactar y a arrepentirse de lo pactado.

En poco tiempo, el 9 de agosto de 1855, triunfa el movimiento rebelde y producto del recambio de posiciones dentro del movimiento liberal, Juárez aparece de pronto como presidente de la Suprema Corte de Justicia del Gobierno de Ignacio Comonfort, durante el cual se construye la constitución de 1857. Ésta se caracterizó por una serie de concesiones a los conservadores, que si bien estaban derrotados aún no se sentían vencidos, Comonfort fue la figura clave de las transacciones. De este modo los resultados de la constituyente de 1857 eran en general muy limitados; no eliminaban los fueros de la iglesia, no establecían el matrimonio civil. En general significaba el intento de introducir el capitalismo sin afectar los intereses de los sectores semifeudales heredados de la colonia. No obstante a la par de la promulgación de la constitución, los liberales más radicales entre ellos Juárez y Lerdo impulsaron sendas leyes que sí se enfrentaban a los referidos poderes conservadores, desde su punto de vista, la modernización del país tenía que pasar por la eliminación de dichas trabas semifeudales, tomando como referencia siempre al régimen norteamericano, que para aquellos tiempos estaba en vísperas de su ultimo proceso revolucionario.

Las contradicciones entre el presidente Comonfort y los liberales radicales como Juárez y Lerdo estallaron en 1857, cuando por medio de un golpe de Estado los conservadores utilizan al presidente Comonfort para hacerse del gobierno y detener a los ministros más radicales, entre ellos Juárez, poco después de deshacen de Comonfort, el cual termina huyendo cobardemente del país luego de arrepentirse de haber servido como instrumento de los conservadores.

Juárez, que durante la confusión reinante fue liberado de su encierro, se declara presidente ante la ausencia de Comonfort, mientras tanto los conservadores reconocen a Félix Zoluoaga como presidente, de esta manera se generan las condiciones para un nuevo enfrentamiento. La acción desesperada de los conservadores, temerosos de reformas que afectaran sus intereses, radicalizó de tal manera las cosas que llevaron a una guerra en la cual las masas campesinas tomaron partido por los liberales, no podía ser de otra manera dado que la alta burocracia del clero y los terratenientes criollos significaban para ellos la peor de las relaciones serviles.

El ejército estaba prácticamente del lado conservador, del lado liberal los improvisados generales se fueron curtiendo a costa de derrotas, no obstante, la insignificante base social que representaba el gobierno conservador significó que al cabo de tres años sus reservas humanas se agotaran casi totalmente. Para 1860 las fuerzas liberales derrotaron definitivamente a los conservadores.

Como una muestra de que para los liberales el concepto de patria no era tan importante como el de progreso, podemos recordar el hecho de que Melchor Ocampo, secretario de relaciones exteriores del lado juarista, acuerda un tratado con Robert McLane el 1 de diciembre de 1859 por medio del cual se establecía el libre tránsito de los norteamericanos por diversas regiones de México, de la entrada de tropas norteamericanas a nuestro territorio para defender propiedades norteamericanas y toda una serie de concesiones que convertían a México en una especie de semicolonia. Al final dicho acuerdo no se llegó a concretar, pero es una muestra de lo que estaba dispuesto el lado liberal para asegurarse el reconocimiento norteamericano, en otras palabras los representantes más progresistas de la burguesía mexicana: Ocampo, Juárez y Lerdo no tenían el concepto de defensa de la "patria" que algunos pretenden atribuirles.

Afortunadamente el inminente estallido de la guerra civil en Estados Unidos, junto con la rápida derrota de los conservadores imposibilitó el tratado Ocampo-McLane y llevó la revolución mexicana de 1854-60 a la radicalización. El enemigo estaba derrotado, no había porque hacer concesiones que hubieran sonado incomprensibles al movimiento campesino que se había levantado contra los terratenientes y el clero, de tal modo que se expidieron diversas leyes que ahora destruían el poder económico y político de la iglesia.

El 9 de mayo de 1861 Juárez, asume otra vez la presidencia, esta vez para un periodo normal. Los liberales fueron muy duros con la iglesia a que aplicaron la nacionalización de sus bienes para su puesta en venta, no obstante esto también sucedió con las propiedades campesinas que estaban reconocidas como comunales, las cuales también fueron "desamortizadas". La idea era que los campesinos adquieran en propiedad privada sus propias tierras con la idea de crear un sistema de granjas parecido al norteamericano, no obstante lo que sucedió fue que se allanó el camino legal para que aquellos que contaran con capital para adquirir propiedades lo hicieran a expensas de los campesinos, que en un periodo relativamente corto de tiempo se vieron sin las tierras de su antepasados o limitados a miserables minifundios y sometidos a la necesidad de trabajar en las tierras del patrón ya sea pidiéndolas en renta o simplemente como jornaleros. La transformación del campo no se hizo transitando de un sistema de tierras ociosas a otro de tierras productivas, sino a un sistema de gran propiedad de monocultivos orientados a la exportación, es cierto que a quien correspondió llevar a la práctica el programa liberal fue a Porfirio Díaz, pero las bases legales para el despojo y la salvaje explotación del porfiriato están en las leyes del período juarista. Mucho antes que los conservadores se resignaran a hacer negocios bajo las nuevas reglas, estos emprendieron nuevos intentos de hacer girar hacia atrás la rueda de la historia, fue así como mediante intrigas provocaron un conflicto con España, Inglaterra y Francia para derrocar al gobierno juarista. El proceso desembocó en la intervención francesa, la cual, como sucede en todas las invasiones, había sido planificada en función de los intereses franceses desde al menos un año antes.

La aventura francesa

Napoleón III consideraba posible establecer un régimen títere en México para de esta manera establecer un contrapeso al creciente poder de los Estados Unidos y por supuesto, obtener posiciones ventajosas para las inversiones francesas en México y Norteamérica.

No es el objeto de este documento exponer el desarrollo de la intervención francesa, si lo hicimos en el caso de la guerra de reforma fue para ilustrar el hecho de que en realidad se trató de una revolución apoyada por las masas campesinas y que ello fue la razón por la cual el programa liberal se pudo consensuar ampliamente en el país y empezar a aplicar, al menos mientras llegaban los franceses. Lo que sí tenemos que decir es que la intervención francesa mostró nuevamente que pese a la superioridad militar de las tropas extranjeras en un primer momento–prueba de ello es que lograron controlar casi la totalidad del territorio nacional–, fue nuevamente la insurrección campesina lo que salvo al país de convertirse en un protectorado francés.

Decía Juárez: "La animación de la vida, la conciencia de derecho y de la fuerza, el amor a la independencia y a la democracia, el noble orgullo contra el inocuo invasor de nuestro suelo, son sentimientos difundidos en todo el pueblo mexicano."¿Qué puede esperar cuando les opongamos por ejército nuestro pueblo todo y por campo de batalla nuestro dilatado país?"

El 19 de junio de 1867, luego de 5 años de intervención y de la derrota absoluta de las fuerzas realistas, fue fusilado Maximiliano de Habsburgo.

El fracaso de la intervención francesa fue originado por múltiples factores, pero el más importante fue sin duda la acción del conjunto de la población campesina mexicana ante el intento de establecimiento de una monarquía semifeudal y extranjera, algo que chocaba contra todas las aspiraciones por las que dos generaciones de mexicanos habían luchado en el siglo XIX.

Fue así como se forjó realmente una identidad nacional y al mismo tiempo se rompieron todas las barreras materiales para el desarrollo de México como Estado nacional burgués. El triunfo del régimen dirigido por Juárez en 1867 significó la derrota definitiva de las fuerzas conservadoras en el siglo XIX.

Los limites del radicalismo burgués

Como siempre hemos señalado el radicalismo burgués cuando esta en pugna con fuerzas de carácter feudal o semifeudal tiende a mostrarse como representante de toda la sociedad y propone como proyecto de emancipación social la superioridad de la libertad individual sobre las coerción del Estado, la libertad, la igualdad y la fraternidad aparecen como la antitesis de la dictadura o de la fuerza todopoderosa del Estado. Para los liberales el Estado mientras más pequeño, mejor. Los liberales aspiran a un contrato social, Constitución, fuertemente consensuado, que sea la base la base de las relaciones entre particulares. Para el derecho liberal, la igualdad jurídica frente al Estado es la garantía de la ausencia de privilegios.

Cuando toda esta teoría se intenta practicar surge la principal contradicción que trastoca todo el proyecto burgués; efectivamente si bien hay igualdad jurídica, ésta deja fuera de todo control a las relaciones económicas entre las personas, la cual se expresa en simples contratos entre particulares, como si esos particulares fueran intrínsecamente iguales.

Para que el sistema burgués funcione se requiere de un sector de la población que emplee fuerza de trabajo y otro sector que sea empleado, ya esta misma situación implica diferencias reales en la posición social e implica la posibilidad de que los empleadores utilicen su situación privilegiada en la economía para someter a los empleados estableciendo el control de todo el sistema jurídico, legislativo y ejecutivo, con sus policías, su ejército y sus cárceles, en pocas palabras, la posición económica de las clase de poseedores de medios de producción les confiere la posibilidad de diseñar y aplicar el aparato del Estado para preservar su dominio de clase y no sólo para ello, sino también para justificarlo socialmente y hacer aparecer ante el conjunto de la sociedad su dominio como si fuera algo natural. De este modo, así como en el seno de la producción se disfraza la explotación con el aparentemente libre acuerdo de compraventa de fuerza de trabajo libre, en el terreno de la sociedad en su conjunto se disfraza el dominio de clase con la ilusión de igualdad jurídica frente al Estado. La contradicción entre la igualdad formal y las diferencias reales se vuelve mucho más profunda en el caso de una sociedad como la mexicana con la "república restaurada".

El Estado liberal clásico debía partir de una serie de relaciones económicas capitalistas bastante maduras, en cambio México era un país devastado por decenas de años de guerras civiles en donde los conservadores estaban políticamente aplastados y las bases económicas para un "contrato social" capitalista no existían. Los campesinos estaban arraigados a las tierras de los pueblos y los grandes hacendados eran los propietarios dominantes del campo, con excepción de los territorios del norte del país, que estaban protegidos por colonias militares de campesinos mucho más parecidos a los rancheros del sur de Estados Unidos que a los del centro del país.

El federalismo de los liberales era impracticable cuando de lo que se trataba era detener las fuerzas centrífugas y las debilidades territoriales que ya habían facilitado la pérdida de la mitad del territorio y todo tipo reintervenciones extranjeras.

En 1855 los liberales se habían levantado exigiendo el equilibrio de poderes, pero para defender su programa y para defender al país, habían tenido que ejercer gobiernos prácticamente sin legislativo y sin elecciones.

En 1867 Juárez tenía ya 10 años como presidente, habiendo podido gobernar en situación relativamente normal, es decir con un congreso que funcionará, sólo entre 1859 y 1862. Así mismo, decir que el gobierno se sometía a un poder judicial en aquel tiempo era algo más bien formal que real. En las elecciones de 1867 nuevamente triunfa Juárez, en ese año el poder ejecutivo, es decir Juárez, trató no de debilitar sino de fortalecer el poder real del ejecutivo, estableciendo el poder de veto sobre las decisiones del congreso, axial como la facultad de convocar o no periodos extraordinarios, así mismo trato de crear una cámara de senadores que actuara como contrapeso a las decisiones de los diputados.

El Estado liberal promovía la formación de un mercado interno libre de trabas y de un comercio exterior también abierto a la inversión extranjera, para ello estableció una serie de facilidades para la entrada de capitales y de inmigrantes. Con ello pese al deseo de generar progreso lo que se logró fue la acumulación de grandes haciendas latifundistas pertenecientes a las compañías extranjeras y a sus socios mexicanos que, paradójicamente, eran los mismos terratenientes de otros tiempos. Por supuesto los levantamientos populares como los de Nayarit y El Estado de México fueron severamente reprimidos, sus demandas entraban en contradicción con los proyectos liberales de crear grandes empresas privadas en el campo.

El Estado liberal fue un feroz enemigo de todo tipo de organización gremial de parte de los trabajadores la cual estaba estrictamente prohibida. La constitución de 1857 circunscribía las relaciones laborales a cuestiones entre particulares, con lo que los contratos por muy desventajosos que fueran para los trabajadores tenían que ser cumplidos. Como se diría hoy en día el empleo estaba legalmente muy "flexibilizado".

¿Dónde termina Juárez y dónde comienza Díaz?

Llegó el año de 1871 y Juárez nuevamente se propone como presidente y por supuesto, es nuevamente electo, no obstante el proceso se vio plagado de irregularidades, el ejecutivo se las arreglo para colocar como candidatos al congreso a incondicionales suyos, así mismo, ahí donde fue necesario, se "arreglaron" los resultados para evitar que candidatos incómodos pudieran eventualmente triunfar.

Fundado en estos motivos se levantó en armas el General Porfirio Díaz el 9 de noviembre de 1871, pese a que su movimiento fue rápidamente derrotado, esto significó el inicio de nuevos conflictos por el poder entre los liberales. El 18 de julio, Juárez finalmente muere dejando como sucesor a su fiel compañero Sebastián Lerdo de Tejada, el cual continuó, con grandes resultados, la obra de Juárez. Lo que no logró, a diferencia de Juárez, fue convertirse en presidente vitalicio; en 1875 cuando preparaba su reelección se tuvo que enfrentar a un nuevo levantamiento de Porfirio Díaz (plan de Tuxtepec de 1876), el cual, enarbolando la bandera del sufragio efectivo y la no reelección, termina por derribar al régimen lerdista.

No puede decirse que la caída de Lerdo significó el fin de la práctica política que inauguró Juárez, sería más apropiado decir que Díaz fue un fiel aplicador del estilo juarista de gobernar. De todos los elementos del régimen porfirista no existe uno sólo que haya surgido especialmente durante su mandato. Incluso la introducción del positivismo es obra del connotado juarista Gabino Barreda.

El desarrollo del capitalismo a nivel internacional, permitió que todas las reformas que se idearon en tiempos de Juárez sirvieran para crear un nuevo poder económico mucho más pesado para las masas trabajadoras de lo que éstas eran capaces de soportar, así mismo este fortalecimiento de contradicciones obligó a que el poder ejecutivo se convirtiera en un árbitro irrefutable que al devenir de los años apareciera como una burda dictadura malamente disfrazada con elecciones de puro trámite.

Sobre las bases y el ideario liberal se generó un nuevo poder oligárquico que sólo pudo ser roto con la revolución.

Juárez fundó el moderno Estado mexicano, impulsó una revolución burguesa casi sin burguesía, lo que lo llevó a él y a su grupo de seguidores a gobernar de manera autoritaria para sustituir la ausencia de la clase social cuyo programa intentaba establecer. En honor a la verdad histórica, no había otra manera de luchar y vencer contra la reacción semifeudal contra la que se enfrentó. En ese aspecto, su figura es fundamental y deberá ser recordado como un gran progresista y revolucionario de su tiempo.

El porfirismo

Díaz impulsó el desarrollo manufacturero a partir de liberar los impuestos a la incipiente burguesía industrial, de cargar con impuestos a las capas medias, de la inversión extranjera y de la explotación salvaje de las clases oprimidas. Bulnes, un partidario de Díaz declaraba:

"Iturbide, que fue fusilado como un tirano, cargó el trigo con un impuesto del 25%, nosotros, que somos amigos del pueblo lo hemos cargado con un 250%, el clero, que era un banquero de rapiña prestaba con un 5%, el banco nacional, creación liberal presta con un 12%".

Con el pretexto de capitalizar el campo se permitió a los extranjeros adquirir tierras. Para 1900, la tercera parte de las tierras cultivables eran posesiones extranjeras. De 1883 a 1906, las compañías deslindadoras otorgaron al extranjero 50 millones de hectáreas.

El 97% del territorio nacional era propiedad de 830 latifundistas, en un lapso de 20 años el 90% de los ejidos desapareció. Para 1910, la masa campesina se dividía de la siguiente forma: 479 074 campesinos libres, 591 752 obreros asalariados sujetos económicamente a la hacienda (peones), 430 896 trabajadores en otras ocupaciones.

El salario del peón era tan bajo que era más barato pagarles que introducir maquinaria moderna al campo. Por ejemplo, los gastos de segado y recolección al día de una segadora y atadora era de 4.85 pesos por hectárea, por el mismo trabajo se pagaba a lo peones 4.5 pesos.

Era evidente que en este contexto, la inversión productiva no tenía sentido para el hacendado, quien lo que deseaba era tener mayores beneficios, sin importar la muerte por cansancio o la miseria de sus trabajadores. En un momento dado, la hacienda se conforma como una unidad económica autónoma o casi autónoma, que tiene sujetos a sus trabajadores por medio de la coerción directa o indirecta. El cultivo de los productos dedicados a la alimentación se restringen sólo a lo necesario para el sostenimiento de los peones, mientras que el que corresponde a los productos de demanda internacional se extiende de manera explosiva y estimula, en este caso sí, la introducción de tecnología avanzada, tanto en la producción como en el transporte de las mercancías. El henequén, el azúcar, el algodón, entre otros cultivos se priorizan y dominan las zonas costeras. Algunos le llaman a esto economía de enclave. En donde el núcleo de desarrollo está aislado del conjunto de la economía regional y de poco o nada sirve para la creación de un mercado interno, dado que la producción está destinada al comercio internacional.

Paradójicamente, es la época de mayor desarrollo capitalista hasta entonces, sin embargo, este desarrollo se basaba en un proceso desigual y combinado; los primeros capitalistas utilizaban los beneficios obtenidos, digamos en la industria textil, en la adquisición de haciendas o el crecimiento de las que ya existían, con lo que el nuevo capitalista industrial no sólo no combatía al terrateniente semifeudal, sino que en muchos casos, lo representaba. Por supuesto, en el caso del comercio se había creado un pequeño circuito entre los nuevos empleados medios de empresas de diverso tipo, que daba un espacio para las importaciones de bienes suntuarios. El capital bancario, fundamentalmente extranjero, extraía también su parte de beneficios otorgando a una minúscula capa de empleados lo necesario para convertirlos en firmes defensores del porfiriato. La prosperidad de un pequeño segmento de la población se hacía a expensas del estancamiento y miseria de la mayoría.

Por supuesto que este tipo de capitalista, el cual se había desarrollado también como hacendado, no dudaba en buscar establecer condiciones de servidumbre para con los obreros. El gran burgués del porfiriato era por tanto profundamente reaccionario. Pero para este selecto grupo de adoradores del progreso y de la ciencia, Don Porfirio era algo más que un líder, era un héroe sin par en la historia.

Por supuesto que el desarrollo del capitalismo en México no podía efectuarse sin la intervención del capital externo, como hemos dicho, la burguesía, hija del terrateniente, era parasitaria a más no poder y el servir a los inversionistas externos no les venía mal. A finales del siglo XIX, las grandes empresas capitalistas empiezan a requerir–para satisfacer sus necesidades de acumulación–territorios y zonas de influencia que las abastezcan de materias primas, pero sobre todo de extraer ganancias superiores a las de sus propios países a partir de las mismas o menores inversiones. El comercio de capital se convierte en un nuevo y gran negocio para los grandes inversionistas. Se forman monopolios industriales, los cuales a su vez, crean grandes grupos que controlan por medio de su participación en las instituciones de crédito ramas enteras de la industria, nace entonces el capital financiero, así surge el imperialismo como producto de la necesidad de expansión del capital.

Como nunca antes, el desarrollo económico se veía obstaculizado por las fronteras nacionales y el carácter privado de la propiedad de los medios de producción, elementos que a la larga desencadenarían verdaderas catástrofes para la humanidad como lo fueron las dos guerras mundiales.

En México, en medio de una estabilidad muy relativa y lograda a sangre y fuego, se desarrolló una infraestructura básica de comunicaciones que facilitó la inversión extranjera: por supuesto, dicho desarrollo nunca estuvo al alcance de las masas explotadas sino de las mercancías producidas destinadas a la exportación.

En este marco la industria moderna fue apareciendo como un subproducto de este esquema de acumulación exportador de materias primas. A la actividad minera se sumó la industria del petróleo y junto con la introducción del ferrocarril fueron apareciendo zonas fabriles en regiones cercanas a los entronques ferroviarios. La industria surgía no a partir de la destrucción de las relaciones semifeudales, sino de su sostenimiento. Era un desarrollo desigual y combinado, dado que las relaciones semifeudales convivían con modernos sistemas de producción, por supuesto todo en aras de la acumulación capitalista en el marco internacional.

La distribución de la inversión durante el porfiriato nos ilustra bastante bien el proceso económico que en México, al igual que muchos otros países, se sufría en aquel entonces: Del total de la inversión, el 41% estaba destinado a comunicaciones, fundamentalmente a ferrocarriles; el 20% a la industria extractiva, sobre todo a petróleo; el 19% a la banca y al comercio. La mayor parte de dicha inversión fue de origen extranjero: de 1 650 millones de pesos invertidos en 1919; 1 287 (77%) procedían del exterior. A Estados Unidos, con 53 empresas, le correspondían 720 millones (el 40% de la inversión total); Inglaterra con 52 empresas, 300 millones, es decir el 24%; Francia con 35 empresas participaba con 222 millones, el 13 % del total. Para darnos una idea de la debilidad de la burguesía nacional, del total de la inversión en ese año sólo el 9% tenía origen en México.

Por supuesto, la subordinación de la burguesía local al extranjero fue absoluta, trabajaron como socios menores o prestanombres. Su condición de latifundistas mostraba cómo el imperialismo para las masas explotadas, lejos de ser un factor progresista, era un elemento de conservadurismo.

También durante esta época surge el movimiento obrero, gracias a la industrialización. La actitud del porfirismo siempre fue la de reprimir brutalmente cualquier intento de organización que no fueran las asociaciones mutualistas que él mismo promovía.

Las ideas socialistas europeas llegaron relativamente tarde y desgraciadamente los primeros en difundir el socialismo, fueron los anarquistas: en 1865 se crea un primer grupo socialista de tendencias anarquistas, ellos fueron los que impulsaron las primeras huelgas. El régimen liberal de Juárez-Lerdo no simpatizaba con los movimientos gremiales, los consideraba como un obstáculo para el progreso, no obstante durante el régimen de Díaz la actividad sindical pasó se ser una actividad mal vista por el gobierno a ser duramente perseguida y prácticamente proscrita.

En el marco de la represión se sostuvieron casi heroicamente publicaciones como por ejemplo, de 1886 a 1900 apareció Conversión Radical, un periódico anarquista.

En el año de 1901 surgió el Partido Liberal, producto de la fusión de diversos círculos liberales. El liberalismo de los grupos de intelectuales de la pequeña burguesía buscando una clara diferenciación del que sustentaba la casta "científica" en torno al Dictador, tendió a adoptar posturas cada vez más de izquierda, su confluencia con las luchas sociales del momento, específicamente obreras, la adopta en 1904 un ideario socialista con fuertes tintes anarquistas. El partido liberal, desde todos los puntos que le era posible adoptó la postura de llevar los conflictos sociales hasta el punto del enfrentamiento con la burguesía y el Estado. Desde su punto de vista, un estallido aunque fuera local podía ser la chispa para incendiar el bosque.

Por supuesto que esta postura no significó que los liberales de Ricardo Flores Magón tuvieran alguna responsabilidad en las masacres que se cometieron contra los obreros en años siguientes, era simplemente un síntoma del grado al que estaban llegando las contradicciones y la imposibilidad de medias tintas.

El papel de los trabajadores y activistas del Partido Liberal fue ejemplar. En ningún caso arguyeron motivos estratégicos para hacerse a un lado del destino que la dictadura preparó para aquellos que osaran rebelarse, por lo que los pelotones de fusilamiento, las horcas, las cárceles siempre incluyeron una generosa cuota de activistas del Partido Liberal, que con el ejemplo querían acicatear la conciencia de los trabajadores.

Lamentablemente su sacrificio no se acompañó con un plan para involucrar a la mayoría de los trabajadores del país, es decir los campesinos, ante los cuales se adoptó una actitud sectaria que lamentablemente los fue aislando de las corrientes principales de la lucha.

No obstante, para los años a los que nos referimos, los movimientos sindicales que estallaron constituyeron el principal problema social para el régimen: en 1905 se realiza una huelga en Guadalajara, en 1906 las minas de Cananea son testigos de una histórica lucha obrera en la cual, los trabajadores son masacrados por un grupo de policías norteamericanos que cruzaron la frontera ante el beneplácito de las autoridades porfiristas. En 1907 tocó al Gran Circulo de Obreros Libres, sindicato textil de Río Blanco Veracruz dar la batalla. En 1908 son los ferrocarrileros los que se levantan y también son reprimidos.

En este proceso, la represión al partido de Flores Magón fue tal que modificaron su programa e ideario hasta adoptar plenamente programa y una táctica anarquistas. Para 1910, su repudio a la política oficial era tal que tomaron la campaña de Madero como una más en la farsa electoral burguesa y de este modo profundizaron su aislamiento. No obstante muchos futuros revolucionarios en casi todos los bandos pasaron por la escuela de los Flores Magón, ese fue el caso del general Dieguez, quien dirigió el movimiento en Cananea o de Francisco J. Mújica, así como diversos militantes del zapatismo. Tal vez el movimiento revolucionario más enfrentado al partido liberal fue el villismo, con el cual hubo enfrentamientos permanentes.

Volviendo al régimen porfirista, era cierto que la represión al movimiento obrero y a luchas indígenas, como la de los yaquis, daba la impresión de una cierta paz social, no obstante, eran más apariencias que realidades. Económicamente las cosas tampoco parecían ir mal; el país se estaba industrializando, México estaba integrado al comercio mundial, las finanzas públicas estaban sanas, no había deuda externa. Todo era cierto, no obstante también lo era el hecho de que las condiciones de la inmensa masa de explotados del campo era de una miseria insoportable y sólo se necesitaba un acontecimiento de carácter nacional, que no pudiera ser aislado por la propaganda oficial, para que estallara la revolución.

El 17 de febrero de 1908, el general Díaz pretendiendo dar una señal de confianza a los inversionistas extranjeros, concede una entrevista a un periodista norteamericano apellidado Creelman, en la que declara que no tiene intenciones de reelegirse más, que México ya está maduro para la democracia: algo verdaderamente imposible, ya que la acumulación de tensiones y el carácter salvaje de la explotación del trabajo, convertían en pura demagogia los planteamientos de don Porfirio, sólo bajo una dictadura como la que se ejercía en esos momentos era posible sostener la "estabilidad" en beneficio de los grandes hacendados y de los monopolios extranjeros. Como en todas las cuestiones sociales al hablar de necesidad de la represión para mantener al sistema estamos hablando desde el punto de vista de la oligarquía, lamentablemente para ellos, los trabajadores del campo y la ciudad tampoco necesitaban alguna reforma cosmética, lo único que podía romper con aquella oprobiosa situación era un profundo estallido revolucionario.

El levantamiento de 1910

Lenin decía que para que una revolución estalle es necesario que las masas oprimidas no soporten continuar viviendo como hasta ese momento y que estén decididas a luchar contra el sistema, además, que exista una crisis en el seno de las clases poseedoras de tal modo que les sea imposible continuar gobernando como hasta ese momento, es decir que exista una crisis en el sistema político que se exprese en enfrentamientos en el seno mismo de la elite dominante. En ese sentido para 1910 las contradicciones eran cada vez más evidentes. Dentro de diversos círculos burgueses y pequeñoburgueses se comenzaron a formar grupos que poseían el común denominador de estar en contra de la reelección de Díaz. Francisco I. Madero, miembro de una de las familias más acaudaladas de Coahuila, se integró a dicho movimiento y aprovechando su ventajosa situación social logró publicar un libro "La Sucesión Presidencial de 1910". En donde, cuidando mucho las formas, presentaba a Díaz como un héroe nacional que para no degradar su imagen en la historia, debería ceder el poder a la oposición. Para Madero, la fuente de toda corrupción y degradación se encontraba en la permanencia indefinida de las personas en el poder político.

El libro invitaba a Díaz a colaborar con la oposición para una "transición pactada" y advertía que de no tomarse en cuenta dicha propuesta, se corría el riesgo de un estallido social.

Los círculos antireeleccionistas rápidamente se extendieron y con vistas a las elecciones de 1910 conformaron el Partido Antireeleccionista, dentro del cual había una fuerte presencia de elementos de origen pequeñoburgués con cierto sentido social y opuestos a la política de concertación con Díaz tan fuerte en Madero, de entre dichos elementos destacaban los hermanos Emilio y Francisco Vázquez Gómez.

Madero, no obstante, buscó y logró una entrevista con el presidente Díaz en la cual le dio a conocer sus pretensiones de participar en el proceso electoral y le reiteró la propuesta de integrar una formula de unidad "Díaz presidente, Madero vicepresidente". Por supuesto Díaz lo rechazó. Daba la impresión que el movimiento de Madero no era más importante que otros que habían surgido en el transcurso del periodo porfirista y que no habían significado gran cosa. En realidad desde la óptica formal esto era cierto, la diferencia es que para ese año de 1910, el movimiento social necesitaba expresarse políticamente y la existencia del movimiento de Madero les ofrecía dicha opción, de tal modo que la campaña que posteriormente lanzó el partido Antirreeleccionista, postulando a Madero como candidato a la presidencia y a Vázquez Gómez a la vicepresidencia, se convirtió en una serie de impresionantes mítines masivos por todos los lugares a los que llegaba.

Esta situación obligó a Porfirio Díaz a tomar medidas para que la candidatura de Madero no siguiera creciendo, por lo que mandó detenerlo en Monterrey. Entonces como ahora, la burguesía en el poder no vacila en violar el juego democrático si las masas se vuelcan en torno al candidato "equivocado", poniendo de este modo, en riesgo la estabilidad del sistema.

Para la burguesía la democracia es un instrumento que le es útil en la medida que le permite conservar y darle legitimidad al estado de cosas, disfrazando ante las masas la verdadera naturaleza del Estado, sin embargo cuando las cosas no salen como ellos desean, no vacilan en efectuar fraudes de todo tipo.

Con Madero en la cárcel y controlando todas las variables del proceso, Díaz se impuso de manera contundente en unas elecciones absolutamente fraudulentas. Poco después Díaz tomó posesión para un periodo de cuatro años más.

Madero logró escapar de la cárcel y una vez enterado de los detalles del descomunal fraude, se ve en la necesidad de convocar a la rebelión, planteando un levantamiento en armas para el día 20 de noviembre. La actitud de Madero al llamar a la rebelión contrasta con la actitud conciliadora que le caracterizó antes, pero también después del estallido, da la impresión de que aún confiaba en que el llamado al levantamiento sería suficiente para que el gobierno lo llamara a negociar, prueba de ello es que no había una coordinación nacional en los preparativos rebeldes para el 20 de noviembre y que el propio Madero no ingresó al país sino hasta algún tiempo después. Los únicos que acudieron puntuales al llamado fueron los campesinos de Chihuahua. El día 14 de noviembre el dirigente campesino Toribio Ortega, junto con algunas decenas de compañeros, se levantó en armas en el pueblo de Cuchillo Parado. Los demás revolucionarios chihuahuenses lo hicieron en torno a la fecha convenida del 20 de noviembre. Abraham González, el hombre de confianza de Madero en Chihuahua, logró unir para la causa a Pascual Orozco, un antiguo arriero y comerciante con fuertes vínculos en diversos poblados y a Francisco Villa, un campesino obligado por azares del destino a sobrevivir al margen de la ley.

La marca del movimiento revolucionario de Chihuahua era la del campesino que transitaba vertiginosamente hacia la proletarización, el crecimiento de las haciendas, particularmente las del clan Terrazas-Creel, se hacía a costa de las tierras de los pueblos, muchas de las cuales tenían tradiciones de defensa armada desde los tiempos de la lucha contra lo apaches. Así que los campesinos pasaban a trabajar en las minas, ferrocarriles o en las cosechas de los hacendados o en la ganadería según se diera su suerte en el transcurso del año.

Cuando se levantaron en noviembre de 1910, tenían muy poco que agradecer al régimen y a la vez muy poco que pactar con él.

Chihuahua fue uno de los lugares donde más rápidamente se constituyó algo parecido a un ejército, no obstante para 1911 podría decirse que los levantamientos campesinos se habían generalizado por todo el país.

El Plan de San Luís en realidad no contenía señalamientos de carácter social, a excepción del punto 3, donde se podía leer:

"Abusando de la ley de terrenos baldíos, numerosos pequeños propietarios, en su mayoría indígenas, han sido despojados de sus terrenos, por acuerdo de la Secretaría de Fomento, o por fallos de los tribunales de la República. Siendo de toda justicia restituir a sus antiguos poseedores los terrenos de que se les despojó de un modo tan arbitrario, se declaran sujetas a revisión tales disposiciones y fallos y se les exigirá a los que los adquirieron de un modo tan inmoral, o a sus herederos, que los restituyan a sus primitivos propietarios, a quienes pagarán también una indemnización por los perjuicios sufridos. Sólo en caso de que esos terrenos hayan pasado a tercera persona antes de la promulgación de este Plan, los antiguos propietarios recibirán indemnización de aquellos en cuyo beneficio se verificó el despojo. "

No obstante, en todo el conjunto del Plan se hace hincapié que salvo el desconocimiento de las elecciones fraudulentas, propone mantener vigente y someterse al marco jurídico porfirista.

Para los campesinos bastó esa promesa vaga de restitución de tierras para que el levantamiento se generalizara, no hay que olvidar que durante el porfirismo el 90% de las tierras comunales fueron arrebatadas a los campesinos.

Los primeros meses del año de 1911 se caracterizaron por la pérdida del control del campo