Menos de un año después de las movilizaciones de masas contra el CPE, la izquierda tenía una excelente oportunidad de ganar, tanto las presidenciales como las legislativas. Es normal que la victoria de Sarkozy haya provocado cierta sorpresa y desconcierto y, por lo tanto, es importante arrojar luz sobre lo sucedido. Después de las elecciones han aparecido todo tipo de teorías, unas encabezadas por un sector de la burguesía europea que ve en el triunfo de Sarkozy el presagio de un nuevo período de conservadurismo social en Europa. En el otro extremo, sectores de la izquierda han sacado conclusiones pesimistas, incapaces de comprender lo ocurrido y hablando del “giro a la derecha” de la clase obrera francesa.
¿Cómo se pueden explicar estos resultados después de una movilización sin precedentes desde 1968, del no en el referéndum de la Constitución Europea o de la explosión social de los jóvenes de los suburbios en 2005? En ningún caso la respuesta a estas preguntas se encuentra en la fortaleza de la derecha, sino en la debilidad de la izquierda, concretamente del reformismo que en un contexto de aumento de la pobreza, deterioro de las condiciones de vida, pérdida de derechos sociales y laborales, es incapaz de ofrecer una alternativa real a los problemas acuciantes de la clase obrera y la juventud.
Los medios de comunicación han insistido mucho en la alta participación de estas elecciones, un 84%. Recalcan esta cifra con la intención de demostrar el gran giro a la derecha que supuestamente se ha producido en la de la sociedad, incluidos los trabajadores. Pero no dicen que para votar en Francia no basta con tener 18 años, sino que además debes inscribirte en el registro electoral para ejercer tu derecho al voto. En los primeros meses de este año se inscribieron en el registro electoral 1,8 millones de nuevos votantes, la mayoría jóvenes y en los barrios obreros, la cifra más alta de inscripciones de los últimos 25 años. Esta es una prueba del interés que habían despertado estas elecciones y del nivel de politización de un sector importante de los jóvenes y trabajadores. Aún así, todavía aproximadamente un 15% de los votantes no están inscritos en el registro y no votan regularmente, eso significa que más de 11 millones no han votado. Entonces si se tiene en cuenta todo el censo electoral, tendríamos que la participación es de un 70-72% y que Sarkozy ha salido elegido presidente de Francia con un 38% del censo?
El Partido Socialista Francés
¿Cómo es posible que mientras cada vez más sectores se incorporan a la lucha y giran a la izquierda, la dirección reformista de los principales partidos obreros gire cada vez más a la derecha? Esto sólo refleja el alejamiento que existe entre los dirigentes reformistas, su política y su programa, de los verdaderos problemas a los que se enfrentan los jóvenes y trabajadores, y por lo tanto su absoluto fracaso a la hora de ofrecer una alternativa seria. Esto se podía ver en una encuesta entre simpatizantes de la izquierda publicada por el periódico Libération el 22 de mayo y que decía lo siguiente: “Las clases populares son más severas con el programa de la candidata, el 42% de los obreros y trabajadores atribuyen a él la responsabilidad de la derrota”.
Eso es lo que ha ocurrido con el PSF. Cuando Ségolène Royal salió elegida candidata ya se sabía cual sería su política y programa al declararse admiradora de Tony Blair, además en un momento en que el “blairismo” está en decadencia y encadena una derrota electoral tras otra. Desde el principio ha ido a remolque de Sarkozy y sólo ha recurrido a cuestiones sociales cuando ya las encuestas eran claramente desfavorables. A esto hay que añadir las múltiples zancadillas que ha recibido por diferentes sectores del aparato del partido; por ejemplo, uno de sus principales asesores se pasó al campo de Sarkozy y un sector del ala de derechas del PSF pidió públicamente el voto a Bayrou.
Pero lo más importante es que su programa electoral en las cuestiones fundamentales no se diferenciaba con el de Sarkozy. La política económica defendida por Royal era básicamente la misma que la derecha, la única diferencia es la manera menos agresiva de imponerla. El programa del Partido Socialista incluía una modalidad de contrato laboral para los jóvenes similar al odiado CPE. Por ejemplo, cuando Royal visitó la fábrica de Citroên en París, al inicio de la campaña electoral, cuando los trabajadores le explicaron sus problemas, lo único que acertó a responder era que la dirección debería negociar con los trabajadores.
Las legislativas son el próximo 10 de junio y las perspectivas para el PSF no son muy alentadoras. Ahora mismo está inmerso en divisiones internas donde cada una de los sectores se recriminan mutuamente por la derrota, incluso se habla de una posible escisión en el partido. En lugar de sacar la conclusión de que el partido debe girar a la izquierda está ocurriendo exactamente lo contrario: “es necesario llegar a los votantes del centro”. François Hollande, secretario general, defiende la creación de un gran partido de la “izquierda plural” donde estén recogidas todas las sensibilidades, en otras palabras, un nuevo giro a la derecha y un alejamiento aún mayor de su base social.
La debacle del PCF
Otro aspecto importante a analizar de estas elecciones ha sido el hundimiento electoral del Partido Comunista. Después de la campaña que hizo el partido en el referéndum contra la Constitución Europea y las movilizaciones contra el CPE, parecía que el PCF podría ser el gran beneficiado de la situación, pero no ha sido así. La causa hay que buscarla en la política de la dirección del partido que ha abandonado cualquier pretensión de derrocar al capitalismo. Por ejemplo, el programa electoral, en su versión original, no incluía la renacionalización de EDF y GDF (las empresas estatales de gas y electricidad privatizadas recientemente), tuvo que incluir esta reivindicación después de que lo hiciera el PSF. El socialismo ha desaparecido de su programa y su alternativa al paro, la pobreza, la temporalidad, etc., son ajustes técnicos en la economía, distinguiendo entre capitalistas “buenos”, a los que hay que premiar, y capitalistas “malos” a los que se debe castigar.
Como en el caso del PSF, su dirección tampoco ha sacado la conclusión de que deba cambiar de política y recuperar el programa comunista. Han convocado un congreso extraordinario para analizar la debacle electoral, pero Olivier Dartigolles, miembro de la ejecutiva nacional, el 23 de abril presentó un informe en el que da una pista de cuál será la conclusión de la dirección del partido en ese congreso: recurrió al papel de los medios de comunicación para explicar la derrota. Este argumento no explica por qué desde 1995 el movimiento de la clase obrera ha sido ascendente —con sus alzas y bajas, victorias y derrotas, porque éste nunca se produce en línea recta —, y el PCF, en cambio, no ha sido capaz de aprovechar esa situación y ha ido perdiendo cada vez más votos. Es evidente que las dificultades del PCF no se encuentran en elementos externos, sino que son causas políticas internas relacionadas con su programa y su abandono de cualquier contenido de clase.
Estos resultados también demuestran que el PCF no ha sido capaz de recuperarse después de su participación en los gobiernos de la “izquierda plural”. La experiencia de gobierno de los dirigentes comunistas fue apoyar las privatizaciones, la destrucción de miles de empleos entre 1983-1984 (siderurgia, minería…); esta situación desmoralizó a la base del PCF y terminó minando su base electoral. Un sector importante de los trabajadores llegó a la conclusión de que a pesar del lenguaje más izquierdista y reivindicativo del PCF, en la práctica su política no se diferenciaba de la defendida por los dirigentes reformistas del PSF. Eso es lo que ha hecho que del 20% de los votos que conseguía el Partido Comunista en los años ochenta ahora sólo obtenga el 1,3%.
Precisamente los resultados conseguidos por los grupos más a la “izquierda” (LCR, LO, etc.,), que en estas elecciones alcanzan casi 3 millones de votos, a pesar de defender en la práctica un programa reformista de izquierdas aunque utilizando un lenguaje claramente anticapitalista, reflejan que sí existe receptividad para la defensa de un programa de lucha contra el capitalismo y de defensa del socialismo. El interés por estas ideas además se pudo ver en los mítines de la LCR, que doblaron en asistencia a los que realizó en las presidenciales de 2002.
El fenómeno Bayrou
Durante la campaña electoral los medios de comunicación hicieron una enorme campaña por el “centrista” Bayrou, que consiguió el 18,5% de los votos, presentándole como una alternativa a una sociedad dividida entre derecha e izquierda y como una manera de superar esta división. Incluso en un momento determinado le daban más votos que al PSF, despertando de nuevo el espectro de las presidenciales de 2002, cuando el candidato socialista, Lionel Jospin, no consiguió pasar a la segunda vuelta, en ese caso a favor del fascista Le Pen. Su campaña se centró en promesas de “renovación política” e incluso llegó a proponer una “revolución naranja”. Finalmente no consiguió pasar a la segunda vuelta aunque consiguió más de 6 millones de votos. Estos resultados dieron pie a que se hablara mucho de la necesidad de una alternativa moderada, de nuevo se presentó la necesidad de tener una alternativa de “centro”. Pero el “centro” como tal, es sólo una abstracción política y este tipo de alternativas sólo representan la cara amable del sistema, y la burguesía recurre a ellas precisamente para aprovechar el descontento que existe con la política defendida por los dirigentes reformistas.
Los votos conseguidos por Bayrou reflejan también cómo un sector de la población, sobre todo de las capas medias, asustadas por la situación de polarización política y social que existe en Francia y que no comprenden, se inclinan por una opción “centrista” que calme el ambiente.
Bayrou, animado por estos resultados electorales, ha anunciado la creación de un nuevo partido, Mouvement Democrate (MoDem). Pero eso no ha evitado una división del partido entre un sector que se ha pasado a la UMP de Sarkozy, con promesas de futuros cargos ministeriales, y otro que preferiría pactar con el PSF en un futuro gobierno de “centro-izquierda”. Además las encuestas les dan una pérdida importante de votos para las legislativas, agudizando aún más estas disensiones.
Los capitalistas apuestan todo a Sarkozy
La apuesta de la burguesía francesa por un candidato como Sarkozy, conocido por sus ideas reaccionarias, es algo que debemos analizar y que marca un punto de inflexión en la política francesa. Desde que fue elegido candidato en enero de este año, ha utilizado una retórica típicamente bonapartista, intentando situarse por encima de las clases para ampliar así su base electoral. En su primer discurso como candidato dijo lo siguiente: “Durante mucho tiempo la derecha ignoró al trabajador y la izquierda, identificada con el trabajador, finalmente le traicionó. Quiero ser el presidente de Francia que sitúe de nuevo al trabajador en el centro de la sociedad (…) El trabajo no está suficientemente recompensado, el poder adquisitivo es demasiado bajo…”, además de hacer referencias constantes a León Blum, el dirigente socialista de los años treinta. Pero este tipo de fraseología no puede engañar a los trabajadores porque detrás de estas palabras está la ideología de la derecha dispuesta a acabar con todos los derechos conquistados por la clase obrera.
Al lado de este “populismo”, Sarkozy ha utilizado también todo tipo de demagogia “fascista” habitual del Frente Nacional y que ha conseguido arrebatar a Le Pen más de un millón de votos en estas elecciones. Su campaña se ha centrado en temas como la “ley y el orden” o la “recuperación del prestigio de Francia en el mundo”, un discurso que ha calado entre un sector importante de las capas medias.
Trotsky, en su brillante colección de artículos sobre Francia en los años treinta, ¿A dónde va Francia?, hacía una descripción sobre las capas medias: “De acuerdo con su situación económica, la pequeña burguesía puede no tener su propia política, oscila entre los capitalistas y los trabajadores. Su estrato superior está más cerca de la burguesía, pero el inferior, oprimido y explotado, en determinadas condiciones puede girar bruscamente a la izquierda”.
Las condiciones de vida de un sector importante de las clases medias en Francia han empeorado debido a la crisis económica que ha sufrido el capitalismo francés durante estos últimos años, esta capa tiene más en común con el proletariado que con la burguesía, pero para que este sector apoye decididamente a los partidos de la izquierda, éstos deben ser capaces de ofrecer una alternativa seria y de clase, si no es así, votarán por aquel candidato que les ofrezca más seguridad y estabilidad, y este ha sido Sarkozy.
Las encuestas publicadas por Le Monde el día posterior a las elecciones sobre la composición del voto demuestran gráficamente qué sectores ha arrastrado Sarkozy: el 57% de los votantes entre 25-34 años, el 77% de los autónomos, el 82% de los pequeños comerciantes y el 53% de los trabajadores del sector privado, fundamentalmente del sector servicios. Mientras que Royal consiguió el voto del 60% de los jóvenes menores de 24 años, el 57% de los trabajadores del sector público (que son la mayoría de la fuerza laboral), el 75% de los parados, el 58% de los estudiantes y la mayoría de los trabajadores de cuello azul.
¿Sarkozy, un nuevo De Gaulle?
Durante toda la campaña Sarkozy ha hecho continuas referencias a la figura de Charles de Gaulle. La misión de Sarkozy, al igual que la de De Gaulle, es aplastar a la clase obrera y sus organizaciones sindicales. Los capitalistas franceses necesitan recuperar su tasa de beneficios y necesitan introducir toda una serie de contrarreformas, enfrentarse a la clase obrera y acabar con la combatividad y capacidad de lucha que han mostrado los jóvenes y trabajadores franceses durante los últimos años. Para esta tarea la burguesía ha optado por lo que para ellos es el candidato al que no le temblará la mano. Pero la diferencia es que cuando De Gaulle llegó al poder, Francia todavía disfrutaba de una situación económica que le permitió hacer algunas concesiones durante los primeros años, aunque eso no le salvó de los acontecimientos revolucionarios de 1968. Pero en la época actual, con estancamiento económico y unas perspectivas de crecimiento que apenas superan el 2%, Sarkozy no podrá hacer concesiones ni aumentar el nivel de vida de las masas.
Precisamente para esta tarea Sarkozy ha formado un gobierno en el que ha incluido a algunas figuras de la izquierda, pero no nos debemos engañar, se trata de una operación cosmética destinada a suavizar su fachada reaccionaria y como una hoja de parra para intentar ocultar su política antisocial.
La figura más destacada es el nuevo ministro de exteriores, Bernard Kouchner, militante del PSF y ministro en el gobierno de Jospin, fundador de Médicos Sin Fronteras y también ex militante del PCF, de donde fue expulsado en 1966. Además, la figura de Kouchner es muy útil para el capitalismo francés y sus intereses imperialistas en África y Oriente Medio. Piensan que es el más indicado para ocultar tras su “humanitarismo” las verdaderas intenciones del imperialismo francés; precisamente su primera visita como ministro de exteriores ha sido al Líbano. Otras figuras del PSF que han entrado en el gobierno son Eric Besson, el ex asesor de campaña de Royal que se pasó al lado de Sarkozy, en este caso como subsecretario de Estado. Martin Hirsh, nombrado Alto Comisionado para la Solidaridad contra la Pobreza, un simple cargo cosmético porque no tendrá ministerio, infraestructura ni presupuesto. Y Jean Pierre Jouyet que fue subsecretario de Estado para Asuntos Europeos con Jospin. Los cuatro han sido expulsados del Partido Socialista.
Pero los puestos claves del gobierno están firmemente en manos de los pesos pesados de la UMP, excepto Defensa, que ha ido a parar al antiguo portavoz parlamentario de la UDF (el partido de Bayrou), Hervé Morzu, de esta manera Sarkozy consigue meter una cuña en el nuevo partido de Bayrou, quien pretende emular al Partido Radical de los años treinta, un partido de “centro” que pactó y formó gobierno con la derecha y después lo hizo con la izquierda entrando en el frente popular, todo para servir a los intereses de la clase capitalista y salvar su sistema.
¿Y ahora qué?
El 10 y el 17 de junio se celebran las elecciones legislativas y si no se produce un cambio significativo, todo apunta a que la derecha de nuevo conseguirá una victoria histórica en el parlamento. Pero por si acaso, Sarkozy se está dando prisa por concentrar la mayor cantidad de poder posible en sus manos, a una escala sólo comparable a De Gaulle.
La Constitución actual fue aprobada en 1958 y se diseñó para dar al presidente de la república, en ese caso De Gaulle, poderes “bonapartistas” para poder gobernar e imponer por la fuerza la voluntad de la clase dominante. Limita el poder de la Asamblea Nacional, el presidente nombra los jueces del tribunal supremo, los del tribunal constitucional, los altos mandos del ejército, puede derogar y echar atrás leyes aprobadas por el parlamento. Sarkozy ha nombrado a los ministros, hasta ahora lo hacía el primer ministro, los han presentado en público y ha relegado a Fillon, el primer ministro, a un puesto meramente decorativo.
El programa de Sarkozy será un ataque brutal a los derechos de la clase obrera y la juventud. Eliminar la jornada laboral de 35 horas, aumentar las cotizaciones de los trabajadores a la seguridad social, bajar los impuestos a los ricos, leyes antiinmigración más rígidas, más represión contra la juventud, la implantación de un contrato similar al CPE, reformar el subsidio de desempleo, introducir la autofinanciación de las universidades, es decir, abrir la puerta a las privatizaciones, reducir lo que pagan los empresarios por horas extras. En la práctica esta medida significará más paro y mayores jornadas laborales, porque a un empresario le saldrá más barato pagar horas extras que contratar a nuevos trabajadores. Pretende reducir drásticamente los trabajadores del sector público, sustituyendo sólo a la mitad de los funcionarios que se jubilen.
Uno de los ejes de la política de Sarkozy es atacar el poder de los sindicatos y es en este sentido donde pretende imitar a Margaret Thatcher. Ha propuesto imponer una ley de servicios mínimos durante las huelgas de transporte y otros servicios públicos como la sanidad o la enseñanza. Si los sindicatos no aceptan esta ley ha amenazado con privatizar todos estos servicios. Al mismo tiempo quiere acabar con la capacidad que tienen los sindicatos de representar a todos los trabajadores en la negociación colectiva. Los sindicatos franceses son los que tienen menos afiliación de la OCDE, menos del 10% de los trabajadores, pero en la mesa negociadora tienen el poder de representar al 95% de la fuerza laboral. Sarkozy quiere que los sindicatos sólo puedan representar a sus afiliados, es decir, que más del 90% de los trabajadores quedarían a merced de los empresarios porque sólo se podrían representar individualmente.
También tiene en el punto de mira el derecho a huelga con una ley que obligaría a celebrar referendos obligatorios, organizados por los empresarios, en las empresas, universidades etc., cuando una huelga sobrepase los ocho días de duración. Y por último, pretende limitar el período de las negociaciones con los sindicatos, estableciendo un período fijo para la lucha social, entre seis y ocho meses, después de ese tiempo, el gobierno tendría el derecho automático a tomar las decisiones que considere en material salaria, sindical, etc.
Representantes de la burguesía europea, a través de sus medios de comunicación, no han ocultado su satisfacción con la elección de Sarkozy comparando su mandato con la “revolución” thatcherista que tanto añora la burguesía europea. Los capitalistas franceses necesitan competir en los mercados mundiales y eso significa que los trabajadores y los jóvenes franceses tendrán que trabajar más por menos dinero.
Como preparación de esta ofensiva Sarkozy lo primero que ha hecho es reunirse con los dirigentes sindicales y lo más escandaloso es que los dirigentes sindicales han dicho “estar dispuestos a escuchar el nuevo gobierno que han elegido los ciudadanos”. Aún así, debido a la naturaleza de los ataques que pretende realizar la derecha, la dirección de la CGT ha manifestado que se encontrará con un otoño caliente si aplica estas medidas. Los estudiantes también recibieron a Sarkozy con una asamblea en la Universidad de la Sorbona en París en la que aprobaron toda una serie de acciones de lucha y una huelga para protestar contra las medidas que intentará imponer la derecha.
La oposición a Sarkozy se ha podido ver, a pesar de los dirigentes, en las calles, con cientos de manifestaciones por toda Francia minutos después de ser elegido presidente y que se han repetido desde entonces casi cada noche. Sólo en una semana hubo más de mil detenidos, muchos más que durante toda la lucha contra el CPE que duró semanas y con sentencias de varios meses de prisión para los jóvenes detenidos.
La retórica reaccionaria y cuasi fascista de Sarkozy no es algo aislado de la derecha francesa. En el Estado español vemos algo similar con los dirigentes del PP, recuperando un lenguaje que rememora los discursos de la CEDA en los años treinta. Lo mismo está sucediendo en otros países europeos, lo que demuestra que la burguesía europea se prepara para enfrentarse de manera decisiva a la clase obrera. En la medida que el reformismo cada vez está más desprestigiado ante los ojos de los trabajadores, la burguesía se prepara para este combate recurriendo a todo tipo de leyes reaccionarias, represivas y a regímenes autoritarios.
La burguesía francesa, a través de Sarkozy, se está preparando meticulosamente para este enfrentamiento. La inclusión de “socialistas” en el gobierno, las conversaciones con los dirigentes sindicales, la demagogia “populista” todo está diseñado para dar una imagen de “unidad nacional”. Pero este período de “unidad” sólo será ilusorio y temporal, el programa de Sarkozy es una receta acabada para un nuevo estallido de la lucha de clases en Francia. Desde 1995 los jóvenes y los trabajadores han conseguido importantes victorias luchando. Pase lo que pase en las elecciones legislativas, en los próximos años, con Sarkozy al frente, de nuevo veremos luchas de masas donde la clase obrera y la juventud recuperarán una vez más sus tradiciones de lucha. Sarkozy utilizó como bandera de su campaña: “enterrar el espíritu de mayo de 1968”, pero el escenario está preparado para que una nueva repetición de mayo de 1968 lo sepulte a él.