Japón es la segunda economía industrial del mundo. En los años ochenta experimentó una enorme burbuja especulativa, como la burbuja inmobiliaria que ha estallado en EEUU y que está a punto de estallar ahora en Gran Bretaña. Cuando estalló la burbuja, los japoneses hasta ese momento consideraban que vivían en una «economía milagrosa», después experimentaron una década de recesión, la «década perdida». Hillary Clinton ha advertido a EEUU: «Podríamos vernos arrastrados a una situación como la japonesa». ¿Podría ocurrir de nuevo?

 

Después de la Segunda Guerra Mundial el capitalismo japonés quedó en ruinas. Pero en pocos años se reconstruyó y en la década de los cincuenta crecía a una tasa anual del 10 por ciento, una velocidad que ninguna nación capitalista había conseguido hasta entonces. Este crecimiento era producto de la exportación, en general, se reconocía a Japón como un milagro económico. Los rivales murmuraban con amargura sobre el «peligro amarillo», sentían que estaba emergiendo una gran nación capitalista.

 

Japón era un tipo diferente de capitalismo al modelo anglosajón. Las empresas estaban organizadas en grupos llamados keiretsu, que se mantenían unidos gracias a un banco o bancos intervencionistas. Los bancos proporcionaban fondos para invertir a largo plazo, bajo la dirección del MITI, Ministerio de Comercio Internacional e Industria. Estos bancos, como los alemanes, ya eran descritos por Hilferding en su libro Capital financiero, citado por Lenin en El imperialismo, fase superior del capitalismo, escrito en 1916. En contraste con los bancos británicos y estadounidenses que históricamente no han estado relacionados con la industria y han sido reticentes a prestar dinero a largo plazo a los manufactureros.

 

Después de 1945 el comercio mundial se movió con tipos de cambio fijos frente al dólar, que se convirtió en la moneda mundial de reserva. Durante la mayor parte de este primer período de la posguerra un dólar valía 360 yenes. Era una tasa muy competitiva y central para el éxito exportador de Japón.

 

En ese momento nace la nación capitalista más competitiva del mundo y consigue una enorme plusvalía respecto a otros países, en particular con EEUU. El surgimiento de potencias capitalistas dinámicas como Japón y Alemania representó un desafío para la hegemonía norteamericana. Finalmente quebró el edificio creado en Bretton Woods, debido al cambio de la correlación mundial de fuerzas durante el boom económico de la posguerra. EEUU ya no podía pagar sus facturas y en 1971 dejó flotar el dólar.

 

El mundo comenzó a moverse con un sistema de cambio flotante. El yen se apreció y las exportaciones se volvieron más caras y menos competitivas. A mediados de los años setenta con un dólar sólo se compraban 210 yenes, no los 360 anteriores. En 1988 se compraban sólo 120 yenes. Japón todavía fue capaz de conseguir una tasa de crecimiento del 5 por ciento en los años setenta y un 4 por ciento en los ochenta, pero la subida del yen afectaba a la economía.

 

Bajo Reagan la economía norteamericana estaba en una situación aún peor. En el Acuerdo del Plaza de 1985, los estadounidenses decidieron golpear con la pistola a sus «socios comerciales» y rivales, dejaron deslizar en dólar e hicieron subir sus propias monedas para corregir el déficit estadounidense. Eso significó que el yen se puso por las nubes.

Los bancos japoneses tenían los brazos atados para liberalizar y prestar más dinero. Los préstamos con frecuencia se avalaban con la tierra. Esta fue la causa primaria de la burbuja inmobiliaria después de 1985. Cuanto más aumentaban los préstamos más lo hacia la demanda de tierra, así que el precio se disparó. La gente pedía aún más dinero prestado para comprar tierra, así que el préstamo seguía aumentando. (Más recientemente nuestra burbuja de los precios inmobiliarios alimentó de la misma forma el derroche incontrolado de préstamos). Los tipos de interés en Japón pasaron del 5 al 2,5 por ciento. El gobierno japonés apoyó esta medida porque creían que eso estimularía el crecimiento interno ya que el mercado exportador estaba amenazado.

 

La liberalización provocó dos burbujas clásicas. El préstamo empujó al alza los precios de la tierra y las acciones. Desde 1985 a 1990 los precios de la tierra se dispararon. Al final de este período la tierra debajo del palacio del emperador «valía» más que toda California. La tierra en Japón valía más que toda la tierra del resto del mundo junta. Unos precios inmobiliarios por las nubes no son bueno para los negocios. «En el punto culminante de la explosión de los precios inmobiliarios, el valor de mercado de la tierra que poseían las empresas no financieras superaba el valor de la maquinaria, edificios e inventarios, de este modo redujeron a la mitad la tasa de beneficios y al final del boom económico alcanzaron un nivel muy bajo». (Andrew Glyn. Capitalism unleashed. p. 141)

Al mismo tiempo el índice de acciones Nikkei alcanzó los 40.000. Podemos ver ahora que este proceso fue una locura. Los mismos que fueron capaces de ver claramente esta situación en Japón fueron incapaces de detener el reciente boom de los precios inmobiliarios en Gran Bretaña, EEUU, Irlanda y España, que también son una burbuja.

La burbuja en Japón estimuló la actividad económica durante un tiempo. A finales de los años ochenta Japón era considerado un líder mundial en automóviles, electrónica para el consumo y robótica. Los comentaristas comenzaron a hablar sobre el «nuevo paradigma», esta frase se utilizó hasta que en 2001 estalló la burbuja de los precios de la tecnología de la información. ¡Cuando los sabios hablan de un «nuevo paradigma» es el momento de vender las acciones!

 

Mientras que la burbuja se infla la gente se enriquece, en realidad viven en un castillo de naipes. Pero cuando la burbuja finalmente estalla, entonces se empobrecen.

 

La subida de los tipos de interés alimentó la burbuja que estalló en 1989. Durante los años siguientes los precios de los bienes cayeron en Japón tanto como lo habían hecho durante la Gran Depresión mundial. Los precios inmobiliarios cayeron a una décima parte de su nivel máximo. La propiedad comercial cayó cien veces respecto a lo que había alcanzado durante la burbuja. Durante una década el Nikkei perdió tres cuartar partes de su «valor». En 1992 valía 15.000 puntos y 12.000 en 2001.

 

Lo más importante es que el dinámico y moderno sector manufacturero japonés sólo fue capaz de generar un crecimiento del 1,5 por ciento durante la década. La inversión empresarial en 2002 no superaba a la de 1990. Fue una década perdida.

 

La evaporación del papel que supuestamente representaba riqueza tuvo efectos reales sobre los ingresos de la población. Cuando colapsaron los precios inmobiliarios, los bancos ya no tenían suficiente capital para respaldar sus préstamos y los refrenaron. Pero los «bancos principales» de los keiretsu estaban demasiado comprometidos con las empresas y se encontraron contra la pared. Japón se estancó pero la producción no colapsó.

 

Será interesante ver si los bancos anglosajones, nada comprometidos pero que han hecho su agosto, serán tan reacios en el futuro a forzar la bancarrota de las empresas insolventes, o si estos bancos colapsarán víctimas de su propio despilfarro, arrastrando consigo a pedazos considerables de la industria. 

 

El gobierno hizo la vista gorda cuando se hinchaba la burbuja. Pero no pueden hacer desaparecer por arte de magia las consecuencias. Como tampoco lo puede hacer Bernanke en EEUU que está alimentando la inflación subiendo los tipos de interés para así reflacionar la burbuja del mercado inmobiliario. Se da cuenta de que la alternativa, el colapso de la banca, no es muy agradable. Pero las burbujas capitalistas en el momento que se hinchan ya no son controlables por las autoridades monetarias.

 

El gobierno japonés tuvo mucho trabajo. Intentó métodos keynesianos de gastar dinero que no tenía y reducir impuestos para que los consumidores regresaran a las tiendas. Este estímulo fiscal suponía cada año un 1 por ciento del PIB japonés. El gobierno gastó en diez años 100 billones de yenes. Mucho de este dinero fue a las empresas de la construcción vinculadas al partido gobernante, el LDP, o a proyectos rurales que beneficiaban a votantes rurales tradicionales del LDP. Todo lo que consiguió el gobierno fue un masivo déficit al final de la década, el año pasado la deuda nacional japonesa era el 182 por ciento del PIB. Probablemente la situación real sea peor. La deuda nacional japonesa es una cuestión oscura, ayudada por toda una manera de sobornos económicos y transacciones al margen de los libros contables.

 

Lo intentaron también con la política monetaria, reduciendo los tipos de interés a sólo el 0,5 por ciento. (¿Estás leyendo estas palabras Ben Bernanke? Eso es lo que intentas hacer ahora y a ellos no les funcionó). Los japoneses fueron atraídos por los préstamos a bajo interés. Eso llevó a lo que comenzó a ser conocido como comercio «al alcance». Los especuladores en Japón pedían prestado dinero a un tipo de interés muy bajo y después invertían en otros países como EEUU, donde los beneficios eran mayores. Puedes llevar a un caballo al agua pero no necesariamente puedes obligarle a beber. El capitalismo en esencia es un sistema no planificado, no se puede controlar. El boom japonés y sus consecuencias ahora son una advertencia para todos.