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capitalismo_jursico_tbasm.jpgEl sistema capitalista agoniza en una de las peores crisis financieras desde la Gran Depresión. Así piensa no sólo el multimillonario George Soros, sino también el Fondo Monetario Internacional, el custodio del sistema capitalista, y todos los comentaristas capitalistas serios.

«Me gustan los ladrones. Algunos de mis mejores amigos son ladrones. ¿Por qué?, la semana pasada tuve al presidente del banco cenando en casa«. W. C. Fields 

La semana pasada el huracán arrasó los mercados crediticios, las bolsas y el sistema bancarios, fue una consecuencia de todas las contradicciones acumuladas en los cimientos del capitalismo durante los veinte años anteriores. No es una irregularidad económica temporal, sino el precursor de una inminente recesión mundial. El titular del Financial Times lo decía todo: «El capitalismo en estado de convulsión». La tormenta está lejos de haber terminado, a pesar del anuncio de una inyección económica sin precedentes por parte del Tesoro norteamericano, de la Reserva Federal y del establishment de Washington.

 

Como dice la popular rima infantil:

 

Humpty Dumpty se sentó en un muro.

 

Humpty Dumpty cayó y pegó duro.

 

Todos los caballos y hombres del rey

 

No pudieron unir a Humpty otra vez.

 

Los hombres del Rey en la Fed se dieron prisa para intentar unir de nuevo el sistema crediticio, en la mayor inyección de la historia del capitalismo mundial. Pero como en el caso de Humpty Dumpty, la fragmentación provocada por la crisis financiera será difícil de unir, y la crisis reverberará por todo el mundo durante los próximos meses o más.

 

crisis_economia.jpg Así es como el Financial Times describía los acontecimientos:

  

«Las condiciones de los mercados financieros han descendido a su punto más bajo desde la crisis bancaria de 1932. En un período de 96 horas, vimos tres acontecimientos difíciles de imaginar. Lehman Brothers, la cuarta empresa de valores más grande de EEUU, entró en bancarrota. Merrill Lynch, la empresa más conocida, fue vendida de la noche a la mañana al Banco de América. Y el mercado empujó a la Reserva Federal a adquirir 85.000 millones de dólares de AIG, nuestra mayor aseguradora, para evitar su bancarrota». Además está la nacionalización de Freddie Mac y Fannie Mae, las gigantescas empresas hipotecarias de EEUU. (Financial Times. 18/9/08). El artículo concluía así: «Durante el largo período que se avecina saldremos gateando de este agujero financiero».

 

El gurú capitalista, Alan Greenspan, anterior presidente de la Reserva Federal, llegó a Londres en 2002 para recoger su título como «el hombre que salvó al mundo». Su forma de manejar la burbuja de internet fue considerada milagrosa, sobre todo por su mayor fan, Gordon Brown, entonces ministro de economía.

 

Mientras estuvo allí, Greenspan visitó al comité de política monetaria del Banco de Inglaterra. De una manera optimista típica, les dijo que la economía norteamericana quedó fuerte después del estallido de la burbuja de internet. El valor de las acciones se había reducido a la mitad y después se incumplió el plazo de pago de los bonos, pero ningún gran banco colapsó. ¿La razón? Según Greenspan el riesgo se había extendido de una manera inteligente a través del uso de instrumentos derivados complejos.

 

La «estabilidad económica» de Greenspan se consiguió envenenando el sistema capitalista mediante la inyección de miles de millones de dólares en derivados poco fiables, descritos adecuadamente por Warren Buffet como «armas de destrucción masiva financieras». Estos derivados, que en palabras de Marx son capital ficticio, son parte del casino moderno del mercado capitalista. Como ocurre con todas las formas de crédito, consiguen impulsar el capitalismo más allá de sus límites. Sin embargo, en tiempos de recortes de gastos, proporcionan una mezcla tóxica. Por cada banco que anunció enormes beneficios en derivados, finalmente hay pérdidas en otra parte.

 

Por ejemplo, el colapso de AIG sucedió porque el libro mayor del gigante asegurador contaba con 60.000 millones de dólares en derivados que se basaban en malas hipotecas.

 

Greenspan no había solucionado la crisis, simplemente la pospuso con una dosis extra de capital ficticio en el sistema. La consecuencia inevitable sería una futura crisis de proporciones mucho más profundas. Eso es lo que hoy está ocurriendo ante nuestros ojos.

 

AIG, el conglomerado asegurador colapsado, se metió hasta el cuello en CDS (Credit Default Swaps), que son una forma de derivado que permite a una entidad financiera pasar el riesgo de un incumplimiento de obligaciones a otra entidad. Se las vendieron a los bancos para protegerse contra los impagos de las hipotecas subprime.

 

Pocas personas fuera o dentro de la industria financiera han comprendido cómo funcionan los nuevos derivados complejos. Equipos de prodigios financieros en AIG no han podido calcular cuanto valen realmente sus CDS, las estimaciones ¡varían entre los 20.000 y los 85.000 millones de dólares!

 

El valor teórico de estos derivados en los mercados globales pasó de 15 billones de dólares en 2005 a 60 billones a finales del año pasado. Inyectaron una inestabilidad colosal al sistema capitalista, con consecuencias terribles. Todo iba bien mientras el tiovivo funcionaba. Como el juego de niños, pasa la pelota, todo iba bien ¡hasta que la música dejó de sonar!

 

Otro tipo de derivados son los «derivados del mercado extrabursátil», que se han añadido a la atracción pero no que están regulados. Su desregulación fue impuesta por Greenspan, el gran adalid de estos pedazos de papel.

 

Los capitalistas ya no están interesados en hacer dinero a través de la producción, la única fuente real de riqueza, sino mediante el juego y la especulación. Esto demuestra lo degenerada que se ha vuelto la clase capitalista, se ha convertido en algo totalmente parasitario en su época de decadencia senil.

 

Pero no se preocuparon por las consecuencias. Estaban consiguiendo miles de millones, no se preocupaban de las contradicciones que iban acumulando, las burbujas inmobiliaria, crediticia, acciones, derivados y otros valores. Estaban montados en un tiovivo de riqueza. Todo lo que pedían eran mercados libres y ninguna regulación que estorbara a sus hazañas. En este carnaval de hacer dinero, los bancos prestaron grandes sumas de dinero como si no existiera el mañana. Se les permitió extender sus préstamos a un nivel 30 a 1, sobre todo en el mercado inmobiliario. Pero el boom finalmente estalló amenazando con derribar todo a su paso.

 

Aunque este comportamiento de los bancos se aleja mucho de sus actividades, tampoco es un caso único. En un libro publicado en 1974 llamado: Los banqueros, escrito por Martin Mayer, el autor criticaba a los bancos por sobre-extenderse. «En el sistema hay miles de millones de dólares potencialmente perdidos en préstamos; estamos cada más y más cerca de la explosión. La actual estructura bancaria puede colapsar. Y cuando más la permita crecer el aparato regulador, más catastrófico será el colapso». ¡Qué melodía tan familiar!

 

Pero en cualquier boom capitalista es inherente la especulación endémica. Los bancos, como ocurre con el resto del capital financiero, buscan cada vez inversiones lucrativas más especulativas, incluida la propiedad. Para ellos, los precios inmobiliarios nunca podrían caer, por eso seguían prestando dinero a personas con pocas esperanzas de poder devolverlo. La gente compraba porque los precios subían. Era una burbuja típica. El crédito permitió al sistema capitalista ir más allá de sus límites. Hoy, el crédito juega un papel mucho más importante que en 1929.

 

Ahora, el sentimiento de pánico es muy real en los escalones del capitalismo mundial. «En este momento estamos, de manera incuestionable, en la peor crisis financiera desde 1929. No sabemos cuántos bancos e instituciones caerán, Washington Mutual, el homólogo norteamericano de HBOS, sufre una dura presión, pero Bear Stearns, Fannie Mae y Freddie Mac, Lehman y AIG son demasiados». (Financial Times. 19/9/08).

 

Emma Jacobs en el Financial Times hacía un comentario interesante sobre cómo habían cambiado los tiempos: «Sólo hace unas semanas todos me hablaban de la espiral inflacionaria, la subida de los precios del petróleo y de las huelgas que significaba revivir los años setenta. Ahora estamos en los años treinta».

 

La editorial del Financial Times (19/9/08) mostraban su desesperación por que los bancos centrales y gobiernos intervinieran para salvar al sistema capitalista: «No es el momento de delicadezas…. Hoy se trata de la supervivencia».

 

Se vieron obligados a reconocer el fracaso del capitalismo. No fue el fracaso, como dicen algunos apologistas, de la regulación, sino que es un fracaso del propio sistema. La economía de mercado ya no puede recuperar el equilibrio necesario. Los bancos e instituciones crediticias se quedaron paralizados, el boom ha comenzado a pincharse.

 

Sin embargo, cuando estos precios del papel pierdan todo su valor, habrá consecuencias para el resto de la economía. El ejemplo de Japón es ilustrativo. Los bancos japoneses compraron estos paquetes de propiedad en la burbuja de los años ochenta, cuando la burbuja colapsó, los bandos se encontraron repletos de deudas incobrables. Esto provocó una recesión en la segunda economía más grande del mundo y duró más de una década. La clase dominante está aterrorizada ante la perspectiva de que se pueda repetir en EEUU y en el resto del mundo.

 

La crisis actual es una acusación irrefutable del capitalismo. Aquellos que alabaron las virtudes del libre mercado tuvieron que tragarse sus palabras y recurrieron al Estado, es decir, al dinero de los contribuyentes, para el rescate. Todos los apologistas del capitalismo que decían que los beneficios era una recompensa por el riesgo, ahora guardan silencio mientras el Estado sale al restado del colapso del sistema. No tenía dinero para el estado del bienestar o la sanidad, pero cuando lo necesitaron, sí tenían mucho dinero para salvar a Wall Street. «Ha comenzado [el gobierno de EEUU] un programa de intervencionismo económico más típico de gobiernos socialistas en momentos de entusiasmo utópico», esto es lo que decía un artículo del Financial Times. Estamos ante la intervención gubernamental la economía más cara en tiempos de paz desde la Gran Depresión, lo que demuestra lo peligrosa que puede convertirse la crisis para el capitalismo.

 

Las instituciones empresariales occidentales el año pasado vieron como en sus libros aparecían 500.000 millones de dólares raros en valores crediticios. Han tenido perdido miles de millones de riqueza en papel. También consiguieron entre 200.000 y 360.000 millones de dólares en nuevo capital para tapar sus valores depreciados. Pero están atrapados en un círculo vicioso, son incapaces de calcular sus pérdidas reales, en un momento en que cada vez se desahucian más casas y los precios de la propiedad continúan cayendo.

 

La medida propuesta por el gobierno de EEUU dicen que estaría aproximadamente en 700.000 millones de dólares. Hablan de comprar las deudas malas para eliminarlas de los libros de cuentas de las empresas. Algo similar se hizo en la crisis de los Savings and Loans [Ahorros y Préstamos] de hace dos décadas. No obstante, en esta ocasión, las sumas son realmente desorbitadas, y todo correrá a cuenta del contribuyente estadounidense. El plan es crear un «banco malo» que se haga cargo de todos los activos tóxicos que hay en el sistema financiero. Sin embargo, poner en la práctica las deudas malas en un congelador supondrá una carga inmensa para la economía norteamericana para los próximos años. En realidad, el gobierno de EEUU encabezado por George Bush está prometiendo nacionalizar todas las deudas malas.

 

El fracaso de la política de combatir el fuego individualmente en aquellas empresas fracasadas ha dado paso a «una aproximación comprensiva para aliviar el estrés existente en nuestras instituciones financieras y mercados», por citar a Paulson. ¿Pero qué sucederá si esta medida fracasa? Las contradicciones son inmensas. El caos en el sector financiero está afectado a otros sectores de la economía. La industria automovilística con base en Detroit, por ejemplo, ha presionado al gobierno para conseguir 25.000 millones de dólares en préstamos y avales que permitan su funcionamiento. La industria de la construcción ya está en crisis. En EEUU y en otras partes el desempleo está subiendo. Estamos en el comienzo de una recesión mundial que puede ser la más profunda del período de la posguerra. Esta perspectiva aterroriza a los estrategas del capital. Una nueva recesión significará recortes drásticos de los niveles de vida y agitación política en todo el mundo.

 

Como comentaba un veterano banquero de Wall Street: «La crisis está lejos de haber terminado, la acción del gobierno comprará bancos durante algún tiempo pero tendrán que actuar de otra forma si no se quieren encontrar en una situación peor dentro de unos meses». Tiene razón, arrojar miles de millones de dólares a los mercados crediticios no resolverá los problemas subyacentes. En realidad, el exceso del crédito fue lo que estimuló el boom artificial y todos los excesos que le han acompañado, provocando la crisis actual, la mayor burbuja crediticia de la historia.

 

La gente empieza a revisar sus ideas sobre el capitalismo. En todas partes se ha producido un cambio en la opinión público, una consciencia de que algo va muy mal. Hay rabia contra los banqueros. El cuestionamiento es cada vez mayor. Como comentaba un periódico: «Los historiadores sociales esta semana registrarán cómo los tenderos infelices comienzan a discutir el colapso potencial del capitalismo occidental con la misma naturalidad que los precios de la mantequilla».

 

En el aparcamiento del supermercado Waitrose en Harborne, Birmingham, Kate Organ, una tratante de arte, describía su sentimiento como «desdichado y desfavorecido». Esperaba que sus ingresos, actualmente 30.000 libras anuales, menguaran. Y decía: «Cuando estaba en la universidad, el Partido Revolucionario de los Trabajadores me arengaba con que el capitalismo colapsaría. Ahora sé qué querían decir con eso».