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recesion_temor_eeuu.jpg¡Que la crisis la paguen sus responsables: los capitalistas!
¡Expropiar a la banca y los monopolios bajo control de los trabajadores es la única solución!
¡Por una alternativa auténticamente socialista!

recesion_temor_eeuu.jpg¡Que la crisis la paguen sus responsables: los capitalistas!


¡Expropiar a la banca y los monopolios bajo control de los trabajadores es la única solución!


¡Por una alternativa auténticamente socialista
!

 

La hecatombe del sistema financiero mundial es un hecho de tal magnitud, con tantas repercusiones en el plano económico, político, social y militar, que es difícil predecir todas sus consecuencias. En cualquier caso hay algunas incuestionables. Primero, que la economía del conjunto del planeta se encuentra al borde del abismo, precipitándose hacia la recesión más profunda desde la Segunda Guerra Mundial. En segundo lugar, y exactamente igual de trascendente que la anterior, el colapso económico está desvelando el auténtico funcionamiento de la llamada «democracia» burguesa, en realidad la dictadura del gran capital. Una dictadura en la que los gobiernos de EEUU y Europa ­-forma-dos por individuos con sueldos espectaculares que velan por los intereses de la clase dominante-, están conspirando para que los costes de esta brutal crisis los paguen las familias trabajadoras de todo el mundo.

 

Un cataclismo histórico

 

Un resumen somero de los acontecimientos proporciona una idea de la trascendencia de las jornadas que estamos viviendo.
1. La mayoría de bancos de inversión, aseguradoras y cajas de ahorros de EEUU han quebrado o se han colocado al borde de la suspensión de pagos. Hay que remontarse al crac de 1929 para encontrar algo semejante. Para evitar un colapso aún mayor, el gobierno Bush se lanzó a una gigantesca operación de rescate, que no evitó el desplome de los mercados durante todo el mes de septiembre.1

2. El terremoto, como era inevitable en una economía mundializada y con unos mercados financieros integrados a una escala nunca vista, ha contagiado a Europa que se arrastra hacia el precipicio.2 Las declaraciones de los gobiernos de Irlanda y Gran Bretaña asegurando por dos años los depósitos de los ahorradores, indican la extrema gravedad de la situación.

3. Desde agosto de 2007 hasta el 21 de septiembre de 2008, la administración norteamericana ha gastado más de ¡900.000 millones de dólares! y no ha logrado evitar el caos. A esta cantidad descomunal se suman las inyecciones de liquidez en el mercado interbancario por parte de la Reserva Federal de EEUU (FED), el Banco Central Europeo (BCE), el Banco de Inglaterra o el Banco Central de Japón, que superan generosamente el billón de euros. Pero todas estas aportaciones de capital no han conseguido ni restaurar la confianza ni evitar el estrangulamiento del crédito. Por un lado, las montañas de deudas bancarias y empresariales acumuladas en estos años de orgía especulativa son muy difíciles de recuperar en un momento en que la economía real, productiva, se desliza con fuerza hacia la recesión. Refinanciar la deuda de empresas en dificultades, cuyas expectativas de negocio van hacia abajo, no es una operación muy rentable. Éste es el caso de todas las grandes de la construcción y las inmobiliarias cuyos activos se han depreciado a un ritmo de vértigo y sus valores se derrumban en la bolsa. Al mismo tiempo los grandes bancos de todo el mundo, que están pillados en el apalancamiento generalizado de las últimas décadas, no tienen ninguna garantía de recuperar sus créditos; su pasivo aumenta y la capacidad de obtener liquidez en el mercado interbancario mengua porque nadie se fía de nadie. Los ladrones no se fían de los ladrones.

En estas condiciones y después de la experiencia vivida en este último año ¿Por qué razón va a funcionar el último plan de la administración Bush si es más de lo mismo? ¿Acaso 700.000 millones de dólares, que no tienen como destinatario la inversión productiva sino salvar los negocios de un puñado de especuladores y magnates, pueden resolver o modificar la tendencia general hacia la recesión de la economía real?

4. Los valores bursátiles de las empresas financieras, bancos de inversión, bancos comerciales, constructoras, eléctricas, telecomunicaciones, aeronáuticas, automoción…, vamos, del conjunto de la economía, se han construido sobre una montaña de créditos que ahora son impagables. El parón de la economía productiva, el descenso en las ventas, el crecimiento del desempleo y de la morosidad y, por supuesto, el crac financiero, han puesto punto y final a la fiesta. Tan sólo en un año (de agosto de 2007 a septiembre de 2008), las bolsas mundiales han perdido el 22% de su valor, una caída equivalente a 12,4 billones de dólares. Si se suma el desplome acumulado en septiembre la pérdida se acerca a los quince billones. En las bolsas estadounidenses se han evaporado cerca de cinco billones de dólares, una cantidad que supera el PIB de América Latina y el Caribe en 2007.

Por más que intenten transmitir confianza, el sistema capitalista está inmerso en un crac de proporciones difícilmente cuantificables. Sólo una cosa es completamente segura: el pánico se extenderá en las próximas semanas.

 

Como se incubó
la catástrofe

 

Tan sólo hace veinte años, el colapso del estalinismo en la URSS y en Europa del Este provocaba la euforia de la burguesía mundial. No era para menos. Intoxicados por sus éxitos aparentes, los imperialistas norteamericanos se lanzaron en tromba para imponer su doctrina en todos los rincones del mundo: liberalización económica, privatizaciones, desregulación de los mercados financieros, saqueo de los países pobres, extensión de la precariedad laboral y aumento de la explotación, caída de los salarios, intervenciones militares y guerra al «terrorismo»…

En un contexto semejante, los «teóricos» de la economía y la sociología burguesa sentenciaron el fin de las crisis y de la historia; los políticos y los gobernadores de los bancos centrales hablaban sin recato de un «círculo virtuoso» de crecimiento sin fin; y los premios Nóbel de economía eran contratados por los grandes bancos de inversión para que aplicasen sus fórmulas matemáticas al negocio del dinero. La confianza lo inundaba todo. La OCDE en su documento de Perspectivas Económicas Mundiales de 1999 afirmaba: «Estamos en el umbral de una atractiva oportunidad: la posibilidad de un sostenido y largo boom de la economía mundial que se prolongará en las primeras décadas del próximo milenio (…) Una confluencia de factores podrían unirse para propulsar importantes mejoras en la capacidad de creación de riqueza y bienestar a escala mundial…».

Han pasado veinte años, un suspiro en la historia de la lucha de clases, y todas las expectativas se han transformado violentamente en su contrario arrasando con todas las certezas que parecían inexpugnables y barriendo la confianza de la clase dominante. El pesimismo y la incertidumbre son totales.

En medio de la euforia, los marxistas denunciamos las enormes contradicciones que el boom económico estaba creando en los cimientos del sistema. Nuestros análisis eran considerados  con desprecio y altanería por los sabihondos socialdemócratas, hipnotizados por los magníficos «resultados» de las cuentas de beneficios. También éramos despachados por los ex marxistas que pululan por los intersticios del movimiento obrero, esos escépticos desmoralizados que se impresionaron por los brillos del boom y que culpabilizaron a los trabajadores por su «bajo nivel de conciencia». Los hechos han respondido con claridad a todos estos elementos que abandonaron un punto de vista de clase.

Durante estos años, los marxistas hemos señalado que este boom económico no podía comparase, en ningún caso, con la época dorada del auge capitalista de la posguerra. Desde 1945 hasta 1970 los países capitalistas avanzados, especialmente EEUU y Europa Occidental, registraron tasas de crecimiento asombrosas, impulsando un desarrollo espectacular de las fuerzas productivas, del comercio mundial  y de la división internacional del trabajo sin parangón en ningún otro periodo de la historia del capitalismo. El motor de este crecimiento fue, sin lugar a dudas, las grandes inversiones en capital que hicieron aparecer nuevas ramas de la producción y multiplicaron la capacidad de crear manufacturas en masa. A diferencia de lo que plantean ahora los defensores de la «regulación», no fue la intervención del Estado en la economía lo que movió el sistema hacia adelante, sino la reinversión masiva en el proceso productivo de la plusvalía acumulada. Pero esta fase de ascenso también fue liquidada por las contradicciones insalvables del capitalismo, dando pasó a la recesión de los años setenta y sus consecuencias revolucionarias en todo el mundo. El descrédito de las teorías keynesianas, teorías que por otro lado no ponían en riesgo la propiedad capitalista, fueron reemplazadas por las viejas ideas del liberalismo y el monetarismo.

Aunque no disponemos de espacio para analizar en detalle la historia económica de estos últimos veinte años, un hecho sobresalía por encima de todos. En contraste con los años dorados de la posguerra, la rentabilidad que ofrecía la inversión productiva durante las últimas dos décadas se hacía cada vez menos atractiva para el capital. A pesar de la aparición de mercados como China, que atrajeron fuertes inversiones occidentales y suavizaron los efectos negativos de la recesión del sudeste asiático a mediados de los años noventa, la acumulación chocaba con los límites de un mercado mundial que reflejaba la tendencia a la sobreproducción. El fortalecimiento de China como potencia exportadora de manufacturas baratas agudizaba esta tendencia. Así, la sobreacumulación de capitales fortaleció el movimiento ascendente hacia la especulación y forzó una desregulación absoluta del mercado financiero. Como en su momento reconoció Alan Greenspan se trataba de un fenómeno imposible de parar en un sistema que se basa en la obtención del máximo beneficio.

La euforia en la que ha vivido la burguesía internacional creó, dialécticamente, las condiciones para el desastre. Miles de millones de dólares que no encontraban una colocación rentable en la producción de mercancías fluyeron con fuerza hacia el sector inmobiliario y provocaron un alza espectacular de los precios, que era sostenido a su vez por una masa de créditos baratos concedidos indiscriminadamente a particulares y empresas. A pesar de los serios avisos de entonces (la crisis asiática, el estancamiento de Japón o el hundimiento de los valores tecnológicos y de las empresas puntocom en el 2000), la gigantesca deuda hipotecaria que se iba generando era vendida como un «activo» sólido en el mercado bancario y bursátil, gracias a la intervención de la «ingeniería financiera creativa» (subprime y demás fondos basura).

Se trataba de una dinámica enloquecida: la espectacular burbuja inmobiliaria responsable de una cuarta parte del PIB norteamericano, de cuatro de cada diez empleos creados en EEUU en la última década, de la mitad del consumo doméstico y de una parte sustanciosa de los beneficios capitalistas, espoleaba la especulación bursátil y un endeudamiento empresarial y bancario sin precedentes en la historia. Desde finales de la década de los noventa y de manera cada vez más intensiva, el crédito y el endeudamiento se convirtieron en el factor decisivo para garantizar y sostener la producción y el consumo, a la vez que creaban las condiciones para el estallido actual.3

El capital ficticio se hizo omnipresente dando cumplido sentido a la máxima aspiración de todo capitalista: obtener capital del capital sin tener que pasar por la experiencia dolorosa de invertir en el proceso productivo. Esta masa flotante de billones de dólares de capital ficticio se elevó de tal manera por encima de la economía real que, finalmente, se ha transformado en una pesada losa justo en el momento en que la sobreproducción se ha hecho presente. Debido a esto no hay ninguna duda de que la recesión adquirirá una dureza, extensión y profundidad formidable.

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 ¿Quiénes fueron
los responsables?

 

Todos los análisis de la prensa burguesa intentan presentar, como causa de la crisis, a la codicia de algunos banqueros sin escrúpulos y la ausencia de controles y de regulaciones en el mercado. Pero esta forma de envolver las cosas forma parte de toda una campaña para crear una cortina de humo que disculpe al conjunto del sistema.

La burbuja especulativa que ha estallado fue animada y celebrada, en primer lugar, por George W. Bush que facilitó una desregulación generalizada del sistema financiero internacional. El gobierno norteamericano y la Reserva Federal, con Greenspan al frente, fueron imitados, a su vez, por todos los gobiernos europeos, ya fueran conservadores o socialdemócratas. Desde Reagan hasta Margaret Thatcher; desde Helmult Kohl, hasta Chirac, pasando por Bush, Blair, Felipe González, Aznar, Schröder, Berlusconi, Sarkozy o Zapatero, todos han apoyado sin fisuras la política de desmantelamiento de empresas públicas vendidas a precio de saldo a los grandes monopolios (gas, agua, electricidad, telefonía, autopistas, siderurgias, minas, textil); han aplaudido entusiastamente la privatización de servicios sociales esenciales, como la sanidad y la educación, que se han transformado en un negocio lucrativo para los capitalistas. Todos ellos han aprobado reformas del mercado laboral, de las pensiones, y propiciado el hundimiento de los salarios; durante años se han vanagloriado de los pelotazos inmobiliarios y las megafusiones empresariales, aunque supusieran la destrucción de miles de empleos… Y todos ellos recibían en los palacios, sedes del gobierno, parlamentos y celebraciones oficiales a delegaciones nutridas de banqueros y empresarios que se han llenado los bolsillos en esta orgía sin fin.

El papel más despreciable en todo esto, ¡cómo no!, lo han jugado los dirigentes socialdemócratas que afirmaban, un día sí y otro también, que los cimientos estaban sólidos y que no había que preocuparse porque el capitalismo era el mejor sistema de los posibles. Según su esquema, los beneficios insultantes que acumulaban las grandes corporaciones, la gran banca y los especuladores eran la garantía de las inversiones de mañana y los puestos de trabajo de pasado mañana.

Ahora que pintan bastos, muchos de ellos intentan ocultar el rastro de sus actos y se presentan cual inocentes corderitos. Es el caso de personajes como Felipe González, quien publicó un artículo en El País titulado ‘El capitalismo en el espejo’: «Es una crisis extraña, incluso para reaccionar con una mínima coherencia» nos dice Felipe, «Por el momento ha liquidado la extendida creencia de que el mercado lo arregla todo y solo. Es decir, la teoría dominante desde los años noventa del ‘todo mercado’, con un rechazo fundamentalista a la intervención regulatoria». ¡Que cinismo! El mismo individuo que protagonizó la liquidación de cientos de empresas públicas en el Estado español, que alentaba a las multinacionales españolas para que no dejaran pasar las oportunidades que brindaba la globalización, que aconsejó a sus colegas en Latinoamérica que se desprendiesen de sus prejuicios ideológicos y privatizaran a precio de saldo el sector estatal para mayor beneficio de bancos, multinacionales y especuladores de toda ralea… ahora nos dice que es una crisis «extraña». ¡Que cara más dura!

Lo que Felipe González no comprende es que sus consejos, tan escuchados por la oligarquía latinoamericana, pusieron su granito en la explosión revolucionaria que recorre Venezuela, Bolivia, Ecuador, México… De hecho, desde el inicio del nuevo siglo, las decisiones estratégicas de la burguesía mundial han roto cualquier equilibrio político y social, espoleando una escalada de la lucha de clases en todo el mundo: huelgas generales en Europa, el movimiento de decenas de millones contra la guerra imperialista, la polarización social y política en EEUU y la mayoría de los estados europeos, el No francés e irlandés en los referéndum sobre la constitución europea, la derrota del PP en el Estado español después de movilizaciones masivas de la población… En definitiva, el hundimiento de la economía sólo ha confirmado el profundo cambio que ha experimentado toda la situación mundial.

Siguiendo con otros propagandistas del «capitalismo de rostro humano», hay una buena cantidad de economistas «progresistas» que sacan pecho con la actual crisis. Para ellos, la intervención de la FED y el Tesoro norteamericano intentando salvar Wall Street, confirma que el capitalismo tiene que «regularse». Lo que no dicen estos amigos es que la intervención del gobierno estadounidense, como la de los gobiernos europeos, tiene como único beneficiario a los capitalistas, a los cuales se les quiere cambiar sus bonos «tóxicos», es decir, insolventes, por dinero contante y sonante. Un dinero que saldrá del bolsillo de las familias trabajadoras estadounidenses, del recorte de los gastos sociales, de la sanidad y la educación pública, del seguro de desempleo…, y que no evitará la destrucción masiva de puestos de trabajo en todos los sectores productivos o el desahucio de millones de familias que no pueden hacer frente a sus hipotecas. Una vez que se desvela el truco de estas «nacionalizaciones», que sólo pretenden salvar a los inversores a costa del dinero de todos, es explicable que la rabia y la furia de la población ocupen espontáneamente las calles de EEUU, y la enorme presión que existe sobre sus señorías en la cámara de representantes.

Pero quienes se llevan la orla en el cuadro de honor de los defensores del capitalismo de «rostro humano», son los dirigentes de los sindicatos. Hace pocos días, en el Foro Nueva Sociedad, el secretario general de UGT, Cándido Méndez,  reclamó un «capitalismo renano o decente, el modelo europeo social de mercado». ¿No parece increíble? ¿Acaso Cándido Méndez no se ha enterado de los despidos en Volkswagen, Audi, Deutsche TeleKom, Deutsch Bank…? ¿No le llegaron las noticias sobre los recortes en el gasto social que aprobó el anterior gobierno socialdemócrata de Schröder y que ahora completa y profundiza el gobierno de coalición con los democristianos? Si Méndez se refiere al «capitalismo productivo» de los años sesenta está reclamando algo que no llegará. En medio de una caída general de las ventas, ¿qué puede empujar a los capitalistas a invertir en aumentar la producción o contratar a más trabajadores? No, los capitalistas guardarán sus capitales a buen recaudo y los dedicarán a fines más lucrativos.

 

paren_la_agresion_a_la_clase_obrera.jpg Expropiar a los expropiadores:

la única solución es
la revolución socialista

 

Si queremos encontrar un responsable de la crisis no es difícil: es el propio capitalismo, la propiedad privada de los medios de producción y distribución, la dictadura tiránica del capital financiero, que impide que la inmensa riqueza creada con el trabajo de miles de millones de hombres y mujeres en todo el mundo se utilice para resolver las necesidades de la mayoría. El problema es de un sistema que, para asegurar el lujo obsceno en el que vive un puñado de multimillonarios que acumulan un patrimonio equivalente a los ingresos de dos terceras partes de la humanidad, no duda en destruir planificadamente la riqueza del mundo amputando una parte considerable de la capacidad productiva de la industria. Un sistema que provoca la barbarie saqueando continentes o iniciando guerras de rapiña en las que mueren cientos de miles de inocentes, si con eso se garantizan los sacrosantos beneficios de las grandes corporaciones. La auténtica causa de la crisis está claramente identificada: es la búsqueda del máximo beneficio en el espacio de tiempo más corto posible.

Estamos ante acontecimientos históricos. La crisis del capitalismo norteamericano se ha convertido en una crisis global, y nada impedirá que se extienda hasta el último rincón del planeta. Los sueños de que China o la India podrían sacar del atolladero al sistema y evitar la recesión se han esfumado con la rapidez con que se disipa el humo de un cigarro. La depresión del consumo en EEUU y Europa prepara un escenario de pesadilla para China, y esto profundizará a su vez la caída general.

La sacudida que ha empezado hará temblar los cimientos del capitalismo. Millones de trabajadores, de jóvenes, de campesinos se están preguntando hoy, ahora mismo, qué sentido tiene mantener este sistema decrépito. La crisis abrirá paso a las ideas de la revolución, a la necesidad de derrocar a la oligarquía financiera que nos gobierna y sus instituciones farsa. Y, por supuesto, fortalecerá a la revolución allí donde ya se ha iniciado, como en el caso de Latinoamérica.

Las ideas de Marx, Engels, Lenin, Trotsky y Rosa Luxemburgo han demostrado ser cien veces correctas. Sí, hay una solución a esta crisis, pero no es la de un capitalismo de rostro humano ¡Tal cosa no existe, es una vana utopía reaccionaria! La alternativa está en la lucha organizada de la clase trabajadora y la juventud, de todos los oprimidos, hasta conseguir la expropiación de los banqueros, de los grandes monopolios, de los terratenientes, y colocar la riqueza del mundo bajo el control democrático de la mayoría de la sociedad. Ésta es la única alternativa realista, expropiar a los expropiadores, y construir las bases de una economía planificada y socialista, donde la lucha por el máximo beneficio y la propiedad privada de los medios de producción sea enviada al basurero de la historia.

En estas condiciones sería absolutamente viable garantizar el pleno empleo, el derecho a una vivienda, a una sanidad y a una educación pública de calidad y, por supuesto, a la auténtica democracia, la democracia obrera. Con el control de las palancas fundamentales de la economía en manos de la clase obrera, la pesadilla de trabajar sesenta horas a la semana, tal como exigen ahora los capitalistas, sería eliminada de un plumazo. La reducción de la jornada, sin merma del salario, nos permitiría a la mayoría de la población poder participar de manera real en la vida social, controlando la política, la economía y la cultura, que dejarían de ser el monopolio de la clase dominante.

Sí, hay una alternativa para utilizar toda la creatividad maravillosa de la que es capaz el género humano y esa alternativa se llama SOCIALISMO MUNDIAL.

 

¡Organízate con la Corriente Marxista Internacional para luchar por el socialismo!

¡Proletarios de todos los países, uníos!

  

NOTAS 

1. Antes del verano fue Bear Stearn, vendida a precio de saldo con el aval del tesoro Público, y la intervención en IndyMac Bancorp. Después de las vacaciones, el colapso en bolsa de las grandes hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac (que concentraban la mitad de los créditos hipotecarios de los EEUU, 5,5 billones de dólares) obligó al gobierno a hacerse con el control de ambas asegurando una inyección de liquidez cercana a los 200.000 millones de dólares. En horas, la erupción arrastró a Merrill Lynch, que fue adquirida in extremis por Bank of America, y empujó el hundimiento de Lehman Brothers. La bancarrota de este banco centenario ha sido la más grande de la historia de los EEUU: 453.200 millones de euros. 48 horas después de la quiebra de Lehman, el gobierno norteamericano desembolsó 60.490 millones de dólares para hacerse con el control de 79% de las acciones de AIG (American internacional Group), la mayor aseguradora del planeta.

 

 2. Luxemburgo, Holanda y Bélgica nacionalizaron las pérdidas del banco Fortis, uno de los grandes de Europa, y decidieron una inyección de 11.200 millones. En Bélgica, el gobierno extendió la operación de rescate al banco franco-belga Dexia, entidad especializada en financiación de administraciones locales, que tiene además unos 5,5 millones de clientes particulares. El alemán Hypo Real Estate fue rescatado, gracias a un crédito de 35.000 millones de euros, por un consorcio bancario y una garantía del Estado. En Dinamarca el Banco Central colocó bajo su garantía el banco Roskilde. En Gran Bretaña se nacionalizó Bradford & Bingley, mientras HBOS tuvo que fusionarse precipitadamente con Lloyds TSB para evitar su caída. HBOS cuenta con unos depósitos de 370.000 millones de euros, el 20% del total del país, pero más de 650.000 millones de euros prestados en el mercado inmobiliario (sus acciones cayeron en tres días de septiembre más de un 50% por miedo a una escalada descontrolada de impagos).

3. Algunas cifras pueden ilustrar el alcance del fenómeno: A) La gran banca recaudó en el año 2006 un 40% del total de las ganancias empresariales de los EEUU. En las décadas de 1950-60 este porcentaje era del 10-15%. B) La capitalización bursátil de todas las bolsas de EEUU pasó de 5,4 billones de dólares en 1994, a 17,7 billones en 1999 y 35 billones en 2007. A su lado, la especulación en Wall Street de los años veinte parezca un juego de niños. C) El déficit por cuenta corriente de EEUU es de un billón de dólares, por lo que necesita ingresar más de 100.000 millones al mes para financiarlo. D) El 90-95% de los movimientos actuales de capitales no responden a operaciones comerciales o de inversión, son puramente especulativos. En el caso de AIG , los datos son asombrosos: de una cartera contra posibles impagos de 441.000 millones de dólares que la compañía ofrecía como garantía a sus asegurados (bancos de inversión y fondos), AIG tenía colocados en el mercado de fondos ¡307.000 millones de dólares! Este mercado llamado Credit Default Swaps (CDS), mueve la friolera de 58 billones de dólares en las bolsas mundiales, sin ningún tipo de control o regulación. El mercado mundial de «derivados» mueve 500 billones de dólares, diez veces más que la producción mundial de bienes y servicios