El debate en el seno de la burguesía colombiana entorno a la convocatoria de un referéndum que permita al actual Presidente, Álvaro Uribe Vélez, optar a un tercer mandato en las elecciones presidenciales del 2010 recuerda cada vez más a esos culebrones de giros dramáticos tan rocambolescos como decepcionantes y previsibles finales en que se han especializado muchas televisoras latinoamericanas.Todavía no sabemos si este culebrón irá en la onda de “El cartel de los sapos” o se parecerá más a “Los ricos también lloran”, pero lo que está claro es que los “dimes y diretes” sobre la reelección presidencial, los problemas para sacar adelante la misma incluso en un Parlamento férreamente controlado por el uribismo, las dudas del propio Uribe, y la oposición pública de algunos destacados representantes de la oligarquía y el imperialismo a la opción reeleccionista, representan un cambio importante en el panorama político nacional.
Como hemos explicado en muchas ocasiones los marxistas, ”a menudo el viento de la revolución empieza agitando las copas de los árboles”. Las dudas y divisiones que recorren a la oligarquía colombiana desde hace varios meses sólo pueden entenderse plenamente si tomamos en cuenta la magnitud del descontento acumulado en la sociedad, el auge de las luchas obreras y populares que hemos vivido durante los últimos tiempos (especialmente en el último trimestre de 2008) y la encrucijada en que se encuentran los capitalistas a la hora de enfrentar una crisis económica tan profunda como inesperada para ellos. La lucha de clases tiende a agudizarse y la burguesía colombiana, como sus colegas del resto del mundo, siente moverse el piso bajo los pies.
La entrada en escena de las masas
La revista burguesa Dinero reconocía en su edición de noviembre de 2008 que las movilizaciones obreras de finales de ese año fueron “la mayor oleada de luchas obreras de las últimas dos décadas”. Es decir, desde que la burguesía colombiana consiguiera superar el ascenso revolucionario de los años 80 mediante la combinación de la represión -utilizando la acción mancomunada del ejército y las bandas paramilitares fascistas- y la estafa a las masas que supuso la Asamblea Constituyente de 1991.
Las luchas de los corteros de caña, de los trabajadores judiciales y de los indígenas, el paro nacional en el sector público del 23 de octubre, no sólo sirvieron para confirmar la recuperación del movimiento obrero y popular que ya se observaba desde 2007. Demostraron también que el camino para derrotar a la burguesía no son las acciones al margen de las masas sino la lucha, movilización y organización consciente de éstas. Así mismo, todas estas movilizaciones pusieron al desnudo -como explicamos en diferentes artículos- los límites del poder del gobierno y del aparato represivo del estado burgués. Uribe y su camarilla intentaron recurrir a los métodos que en otras ocasiones les habían funcionado: acusaron de “terroristas” a los dirigentes indígenas, enviaron al ejército contra sus marchas y asesinaron a varios de ellos, decretaron el estado de conmoción interior para intentar romper las huelgas… !Pero esta vez no pudieron lograr su objetivo!.
Las luchas obreras y campesina superaron el obstáculo de la represión y generaron tal ola de simpatía y apoyo entre la población que Uribe Vélez tuvo que dar un paso atrás, guardar temporalmente el uniforme de paraco en el closet y ponerse la piel de cordero. El Presidente tuvo que acudir al Encuentro con la Minga indígena, donde se vio desenmascarado por los lideres de ésta, y aceptar que las huelgas que había criminalizado publicamente se prolongasen varias semanas, sirviendo de ejemplo e inspiración para millones de jóvenes y trabajadores.
Aunque finalmente, a causa de la falta de una alternativa por parte de los compañeros dirigentes de la CUT y el PDA que permitiese unificar todas esas luchas y extenderlas, cada sector tuvo que buscar acuerdos parciales, las mismas sirvieron para demostrar que el poder represivo del gobierno puede verse mermado sensiblemente e incluso paralizado cuando se enfrenta a la movilización masiva de los trabajadores, los campesinos y la juventud.
Las copas de los árboles
Las divisiones en el seno de la clase dominante reflejan el nerviosismo de los capitalistas al sentir que los métodos que les han servido para garantizar su dominio durante los últimos tiempos empiezan a agotarse. Incluso cuando estos enfrentamientos revisten una forma más “personal”, o se centran en aspectos secundarios, no dejan de ser accidentes que expresan la necesidad. A su vez, las fisuras que se han ido abriendo en el seno de la clase dominante contribuyen a rasgar el velo de unidad que habitualmente rodean a la oligarquía, desnudan su hipocresía y transmiten al movimiento de masas el mensaje de que, con un enemigo desorientado y dividido, es un momento propicio para pasar a la ofensiva. Todo ello anima la movilización obrera y popular, lo que supone un nuevo motivo de fricción y zozobra para la clase dominante.
Como suele suceder siempre en estos casos, en un primer momento, las contradicciones interburguesas se vieron animadas por factores de índole muy diferente: desde las luchas por el control de espacios de poder político y por el reparto del botín económico extraído de la explotación de las masas hasta las ambiciones personales o incluso el ego herido de tal o cual dirigente. A medida que las contradicciones de clase se agudizan, lo que inicialmente parecen desencuentros puntuales o actuaciones arbitrarias de carácter individual van adquiriendo perfiles políticos mucho más definidos.
Un factor que alimenta las tensiones en el seno de la oligarquía colombiana es el equilibrio inestable entre la llamada “paraburguesía” (los sectores de la clase dominante más vinculados al paramilitarismo y el narcotráfico) y los sectores más tradicionales de la burguesía industrial y financiera. Entre ambos sectores no hay una línea de separación fácil de delimitar y ,de hecho, a medida que el primero ha ido aumentando su peso la tendencia a vincularse y establecer negocios conjuntos también se ha incrementado. No obstante, sí es posible distinguir en el seno de la clase dominante un sector que ha emergido en los últimos dos décadas entorno a los negocios vinculados al narcotráfico y la estrategia contrarrevolucionaria de ampliar la actuación de los grupos paramilitares tanto para luchar contra la guerrilla como para reprimir la movilización social.
Este sector ha obtenido una posición cada vez más influyente en el aparato estatal y sectores importantes de la oficialidad del ejército, la burocracia estatal y la casta política se han vinculado a él a través de todo tipo de negocios (legales e ilegales), concesiones del estado, el manejo de los fondos para la lucha contra la guerrilla, los planes Colombia, Patriota, etc, las privatizaciones, … Aunque a la hora de la verdad, cuando la movilización obrera y popular amenazan su control de la sociedad, los diferentes sectores de la oligarquía tienden a unirse para aplastar y reprimir las luchas sociales, en ocasiones sus intereses económicos y/o políticos a corto plazo pueden entrar en contradicción.
Todo lo que sube, tiene que bajar
Surgido de esa narcoparaburguesía, Uribe fue impulsado inicialmente por ella a la Presidencia del país en 2002. Sin embargo, ya en los tramos finales de la campaña y tras su llegada al poder, el ex gobernador de Antioquia y ex alcalde de Medellín dedicó buena parte de sus esfuerzos a intentar obtener el reconocimiento de los sectores tradicionales de la burguesía, muchos de los cuales en un primer momento le veían como un advenedizo y desconfiaban tanto de su excesiva ambición y arrogancia como de sus estrechos vínculos con los narcos y jefes paramilitares.
Durante la campaña electoral, Uribe ya había logrado forjarse una base de masas entre la clase media y los sectores más atrasados de las capas populares empleando un discurso que alternaba la promesa demagógica de “acabar con la violencia” (responsabilizando por supuesto de esta a la guerrilla), la crítica todavía más demagógica si cabe a la corrupción (culpando a los partidos tradicionales de la misma) y todo tipo de promesas populistas, en su mayor parte posteriormente incumplidas. Este éxito a la hora de presentarse como un caudillo fuerte y con una base de masas, en un contexto en el que los partidos tradicionales de la oligarquía (Liberal y Conservador) estaban completamente desprestigiados, permitió que practicamente todos los sectores decisivos de la clase dominante -con más o menos entusiasmo- tuviesen que aceptar a Uribe Vélez como su “salvador”. Avalado además por la camarilla ultraderechista que dominaba la Casa Blanca, Uribe ha utilizado sus éxitos en la lucha contra la guerrilla y el apoyo de los altos mandos militares para reforzar su imagen y poder.
En petit comite ,seguramente, no debían faltar ya entonces grupos en el seno de la oligarquía que se quejasen del personalismo, autoritarismo y tendencia a concentrar el poder del inquilino del palacio de Nariño. Pero la burguesía, además de cobarde, es muy pragmática. Aparentemente, los métodos de Uribe “funcionaban” y servían para tener crecimiento económico y mantener a raya la protesta social. En la práctica, y con el beneplácito de practicamente todos los burgueses, el “Doctor Varito” (como llamaba el narco Pablo Escobar a Uribe en la intimidad cuando eran amigos a principios de los 90) se convirtió en una especie de árbitro entre los distintos estratos de la clase dominante. Este es el papel que hoy, en gran parte, todavía sigue jugando, aunque con problemas cada vez mayores para mantener en orden el corral.
Como hemos explicado en otros artículos, la base sobre la que se cimenta el uribismo no es ni tan firme como muchos creen, ni por supuesto inquebrantable. En realidad las victorias electorales de Uribe, presentadas por los medios de (des)información burgueses en Europa y Estados Unidos como prueba evidente de un apoyo casi unánime por parte de la población, se produjeron en todos los casos con una participación electoral menor al 50% del censo electoral. El candidato que gana todas las elecciones en Colombia desde hace décadas es la abstención. Si vamos a los números contantes y sonantes, Uribe Vélez nunca ha logrado reunir más del 30% de los sufragios de los votantes inscritos.
La causa fundamental de que se haya mantenido hasta ahora en el poder ni siquiera hay que buscarla en esa base social de masas heterogénea que ha logrado reunir explotando el conflicto militar y los errores de los dirigentes de las FARC y el ELN. En realidad la base social del uribismo es lo que Marx llamaba “polvo social”. Enfrentada a una lucha masiva de la clase obrera, con una dirección revolucionaria y un programa socialista capaces de infundir a ésta confianza en sus propias fuerzas, ese polvo se disiparía y dividiría en líneas de clase. El factor decisivo para que la oligarquía colombiana haya podido mantener el poder durante las dos últimas décadas es la inercia de la trágica derrota de los 80 y los 90 unida a la ausencia de una organización revolucionaria de masas que explique las causas de aquella derrota, saque todas las lecciones necesarias de ella y ofrezca un programa y unos métodos capaces de hacer a la clase obrera plenamente consciente de su fuerza y mostrarle el camino para ponerse al frente de todos los oprimidos y transformar la sociedad.
Sobre esta base, la extensión del paramilitarismo durante las dos últimas décadas y la utilización demagógica por parte de la burguesía del conflicto armado , unido a los errores estratégicos y programáticos de los dirigentes guerrilleros y la falta de una alternativa por parte de las dirigencias de la CUT y del PDA capaz de entusiasmar a las masas, permitieron que el miedo, el escepticismo y la desmoralización alejasen por todo un período a la mayoría de la población de la participación política. Esta ha sido la base política sobre la que se ha desarrollado y sostenido el régimen uribista a lo largo de los últimos ocho años
La lucha individual por sobrevivir, trabajando muchas horas, aceptando empleos sin contrato, en malas condiciones, o sin organización sindical; la propia emigración a Venezuela, EE.UU o Europa; la economía informal; han actuado por todo un periodo como válvula de escape a las tensiones acumuladas en la sociedad colombiana. Por supuesto, incluso en esa situación hubo luchas importantes y la clase obrera y los campesinos mostraron su capacidad de resistencia. De hecho, como también hemos explicado, si la burguesía no ha podido ir más allá en su represión y no ha logrado aplastar y desarticular a los sindicatos obreros, al movimiento campesino y los partidos de izquierda ha sido por la heroica lucha de los propios trabajadores y campesinos colombianos, complementada con la inspiración, apoyo y animo que ofrece la movilización revolucionaria de sus hermanos de clase del resto de Latinoamérica y en particular de los países hermanos: Venezuela , Ecuador, Bolivia, etc
Ahora, con el cambio del ciclo económico, todas las contradicciones acumuladas bajo la superficie en la sociedad colombiana tienden a emerger. Sectores que estaban a la retaguardia del movimiento, o que habían sido muy desestructurados por las privatizaciones y la tercerización, como los corteros de caña, se ponen súbitamente al frente de la lucha y marcan el camino a los demás. Lo mismo ocurrió con un sector tan heterogéneo como los trabajadores judiciales. En los últimos meses nuevos sectores obreros, e incluso de trabajadores autónomos propietarios de sus medios de producción como los camioneros, han entrado en lucha. El paro de los camioneros obligó al gobierno a bajar el precio de la gasolina. Otras luchas obreras han conseguido victorias parciales. Los obreros agrícolas de las bananeras del Urabá, en Antioquia, o los trabajadores del carbón del Cesar y La Guajira han tomado el relevo de la movilización y están protagonizando una lucha ejemplar, en la que junto a los obreros que forman parte de la plantilla participan miles de obreros externalizados.
En los próximos meses, el descontento ante el crecimiento del desempleo y los intentos de la burguesía de hacer pagar a los trabajadores los platos rotos de la crisis hará que nuevos sectores de la clase obrera y del resto de los explotados saquen conclusiones de su experiencia y se incorporen a la movilización. El descontento social es un torrente que ha empezado a desbordarse. El ritmo del proceso no puede ser previsto con exactitud pero su dirección y profundidad son claras.
¿El otoño del patriarca?
Durante años, Uribe ha intentado mantener cuidadosamente el equilibrio entre los distintos sectores y clanes de la clase dominante. En varios momentos marcó distancias públicamente con algunos de sus amigos de la primera hora e incluso no dudó en “sacrificar” -al menos de cara a la galería- a algunos de ellos cuando entraban en contradicción con los intereses generales de la clase dominante. El penúltimo episodio ha sido el sacrificio de David Murcia, máximo dirigente de la pirámide financiera más exitosa de Colombia (DMG). Murcia ha pasado de ser amigo de Uribe, financiar su campaña para la reelección y ser presentado como modelo del carácter emprendedor e imaginativo del empresario colombiano a dar con sus huesos en la cárcel y convertirse en chivo expiatorio y principal culpable (según los uribistas casi único) del desplome de las pirámides financieras.
La tendencia de Uribe a oscilar de manera bonapartista entre los distintos partidos y sectores de la oligarquía, e incluso a apoyarse en momentos puntuales en sectores de su base social para atacar o criticar a algún sector de la clase dominante y obligarle a aceptar sus planes, siempre ha provocado rivalidades, conflictos y rencillas internas. Pero mientras todo iba bien estos trapos sucios se lavaban “en casa”. Esto, unido al crecimiento económico, creaba la sensación en el seno de la clase dominante de que todo estaba bajo control. Cada vez que surgía un problema Uribe parecía capaz de poder solucionarlo. Lo significativo de los últimos meses es que los trapos sucios que antes se mantenían ocultos ahora son aireados públicamente y cada vez con mayor virulencia y acritud.
Un factor que favoreció el control de Uribe sobre sus partidarios y que ahora, dialécticamente, alimenta las luchas internas es la fragmentación del uribismo en numerosos partidos que en realidad tienden a actuar más bien como clanes o “familias” mafiosas. Uribe empezó dinamitando el Partido Liberal, del cual procedía, para luego aliarse con sectores del Partido Conservador y finalmente apoyarse en una galaxia de pequeños partidos que le permitían controlar el poder elevándose por encima de todos ellos como árbitro.
En un primer momento, la oposición de algunos dirigentes uribistas a una nueva reelección era una mezcla de oportunismo, ambición y cálculo. Varios de ellos, descontentos, querían más prebendas a cambio de sus votos. Otros esperaban secretamente poder optar a ser el sucesor. Alguno simplemente estaba descontento o había sido elegido como cabeza de turco de algunos de los múltiples escándalos destapados. El sector que apoyaba la reelección optó por meter presión a los que mantenían trancada la reelección en el parlamento y pasarles por encima organizando la recogida de, según ellos, 4 millones de firmas demandando la convocatoria de un referéndum sobre la reelección. Las denuncias acerca de muertos que firman (un viejo milagro que tienden a producir, con sorprendente regularidad, todas las campañas contrarrevolucionarias en diferentes países y momentos históricos), los supuestos firmantes que denuncian la falsificación de sus rúbricas, las firmas conseguidas a punta de pistola por los “paracos” o la compra directa de firmantes, destaparon un nuevo escándalo y enfrentaron una vez más al gobierno con sectores del poder judicial.
Como ya hemos dicho, enfrentamientos que comienzan por motivos secundarios e incluso contaminados de fuertes elementos de “personalismo” -en un contexto social, político y económico favorable para ello- pueden adquirir una dinámica propia. Al mismo tiempo que dentro del uribismo se abrían fisuras respecto a la reelección, sectores de la burguesía decidieron empezar a destapar públicamente los “guardados” del régimen. O, como mínimo, a permitir que escándalos como los “falsos positivos” (asesinatos a sangre fría de jóvenes por parte del ejército que luego son presentados como guerrilleros caídos en enfrentamientos armados) o la “parapolítica” , que hasta entonces denunciaba en solitario la izquierda, se hiciesen públicos y su difusión llegase más lejos de lo que se hubiese permitido anteriormente.
Estos sectores intentaron establecer en todo momento una separación entre el presidente Uribe y lo que supuestamente no eran más que amigos y colaboradores del Presidente “descarriados” o “prácticas reprobables” pero que el Jefe de Estado, por supuesto, desconocía. El objetivo de estas actuaciones, probablemente, al menos en un primer momento, más que sacar a Uribe de en medio era enviar a éste un mensaje. Se trataba de demostrar quién manda en la casa, obligarle a disciplinar a las distintas camarillas en que se basa y que actuase como un instrumento fiable al servicio de los intereses generales de la oligarquía y empezase a preparar una transición controlada para cuando tenga que abandonar el poder.
Pero las denuncias también generaron una dinámica propia y difícil de parar. Todo ello ha contribuido a deteriorar la imagen del gobierno y a incrementar las tensiones y el malestar en el seno de la propia clase dirigente. Los “falsos positivos” y la vinculación de muchos de los principales dirigentes de los partidos uribistas, incluidos destacados miembros del parlamento y del gobierno, con los asesinatos perpetrados por las bandas paramilitares fascistas han desvelado públicamente ante muchos ciudadanos la corrupción y miseria moral del régimen. Los casos de corrupción contribuyen a echar más leña al fuego, así como el escándalo de las escuchas telefónicas organizadas por los cuerpos de seguridad (DAS) o la reforma electoral, que intenta excluir del parlamento a las minorías y permite a los implicados en casos de paramilitarismo presentarse a las elecciones y ejercer cargos públicos, otorgándoles una impunidad de facto.
En esta nueva situación de creciente descontento y cuestionamiento al gobierno y la clase dirigente, la crisis económica empieza a actuar como amplificador y acelerador de todas estas denuncias y contradicciones, avivando al fuego del malestar social. Como explica el camarada Julio Antonio Bretón en su artículo “¿Podría caer Colombia en bancarrota?” la crisis, en sus primeros coletazos, ya ha empujado el desempleo más allá del 15% de la población activa, está reduciendo de forma drástica el dinero procedente de las remesas de los emigrantes y tumbó el boom de la construcción, uno de los pilares fundamentales del crecimiento de los últimos años. La sociedad colombiana, preparada por años de precarización de las condiciones de vida de las masas, abonada por todos los escándalos citados y fermentada por la crisis, es un volcán a punto de estallar.
Deshojando la margarita de la reelección
Los sectores mayoritarios (al menos por ahora) de la clase dominante, incluso algunos que se han mostrado bastante críticos con Uribe, viendo la profundidad de la crisis y conscientes de estas perspectivas poco halagüeñas, han intentado en los últimos meses cerrar filas en torno al “caballo ganador” de los últimos años. Una crisis, y más una tan profunda como la actual, no parece el mejor momento para cambiar de apuesta. Pero el problema que tienen es que hagan lo que hagan tendrán graves problemas.
La reelección enfrenta numerosos obstáculos. Aparte de las luchas internas entre los clanes y mafias uribistas, el más importante de ellos es el desgaste y creciente oposición al gobierno que se extiende por la sociedad. Los reeleccionistas han ganado, con todo tipo de maniobras, amenazas y estratagemas, la votación en el Senado para poder convocar el referéndum acerca de la modificación constitucional e intentar reelegir a Uribe en el 2010. Sin embargo, ahora tienen que lograr que el Congreso apruebe el texto de la pregunta. Lo que en otro momento sería un trámite sin importancia, reflejando todas estas contradicciones que venimos analizando, se ha transformado en una discusión bizantina, un auténtico lío del que la clase dirigente lleva meses intentado salir.
Lo absurdo del debate es un reflejo más de la perplejidad y desorientación reinante en las filas burguesas. El Presidente del Congreso, Germán Varón, ha planteado que el congreso ya aprobó un texto planteando la posibilidad de que un Presidente que haya ejercido dos mandatos continuados pueda presentarse por tercera vez como candidato presidencial. El problema es que, según los magistrados del Tribunal constitucional esto significa que, si Uribe ganase el referéndum, podría presentarse a la reelección pero… !en 2014 y no en 2010! Y ello a causa de que en el momento de presentar su candidatura no habría cumplido dos mandatos sino solamente uno, ya que el segundo estaría todavía en vigor. El intento de los reeleccionistas de solventar este “tecnicismo” cambiando el texto ha sido aprobado, aunque no sin problemas, por el Senado. Pero hasta el momento Varón, en su condición de Presidente del Congreso, se ha negado a aceptar el cambio de texto. Ello supone el aplazamiento del proceso refrendario, que podría no cumplir los lapsos legales para poder ser convocado.
Probablemente, si la clase dominante finalmente decide jugársela con Uribe y apostar por la carta de la reelección, encontrarán la manera de convencer (por las buenas o por las malas) a Varón y conseguirán en el Congreso el número de votos necesarios para llevar adelante sus planes. Imitando al Padrino de Mario Puzo y Coppola, a Uribe y compañía no les costaría mucho encontrar el modo de hacerle al presidente del Congreso una oferta que no pueda rechazar. Aunque, seguramente, más próximos al estilo directo y sin matices de su viejo amigo Pablo Escobar que a la elegancia y savoir faire de Marlon Brando, podemos apostar que no serán tan sutiles como Don Corleone.
Sin embargo, el obstáculo fundamental para la reelección (y lo que quita el sueño a la burguesía) no es el laberíntico mundo de las leyes ni las arenas movedizas del parlamentarismo burgués sino la respuesta popular. Según las leyes colombianas, para poder presentarse nuevamente a las elecciones, Uribe no sólo necesita ganar el referéndum por mayoría simple sino que para que la consulta sea válida deberán participar en la misma un mínimo de 7.200.000 personas. Pero el mayor apoyo electoral sumado por Uribe Vélez a lo largo de su carrera política ha sido 7.300.000 votos. Y ello en su momento más álgido, en pleno pico del crecimiento económico.
La lucha contra la reelección
Carlos Gaviria, Presidente del Polo Democrático Alternativo (PDA), la principal organización de izquierda, y el candidato que disputó la presidencia a Uribe en 2006 en la segunda vuelta obteniendo un resultado histórico para la izquierda (22%) ha llamado correctamente a los dirigentes sindicales, organizaciones sociales y de derechos humanos a organizar un gran frente de movilización social contra la reelección. No obstante, la clave para ganar esa batalla es levantar un programa revolucionario que vincule la lucha contra la reelección a las luchas obreras y sociales, planteando la defensa de las reivindicaciones de todos los oprimidos frente al intento capitalista de cargar la crisis sobre sus espaldas.
La propuesta de la izquierda en caso de que se convoque el referéndum, según todo indica, será la de llamar a la abstención y forzar de ese modo que una hipotética victoria uribista en el mismo no sea válida, como ya ocurrió en un anterior referéndum organizado en 2004 por Uribe y que éste ganó pero quedó invalidado al no reunir un porcentaje de participación suficiente. Sin embargo, esta táctica encierra algunos peligros. El primero es la tendencia de los dirigentes reformistas a creer que las urnas o la legalidad burguesa pueden servir para zanjar asuntos decisivos de la lucha de clases que sólo se pueden ser resueltos en la calle, en los pueblos, las ciudades, las fábricas y las haciendas, organizando y movilizando al pueblo y en primer lugar a la clase obrera.
Si finalmente decide ir al referéndum, la burguesía colombiana hará todo lo posible para ganarlo. Una derrota, en un contexto como éste, supondría tal inyección de moral a las masas que significaría la apertura de una época revolucionaria. Para ganar, los burgueses no dudarían en utilizar todos los recursos a su alcance, tanto legales como ilegales. Lo más probable es que organicen un fraude, ya sea directamente en las urnas o cambiando la legislación, modificando el censo, o por cualquier otra vía. Por eso, la clave para derrotar la maniobra reeleccionista es no alimentar ningún tipo de ilusiones en el “estado de derecho” , la “legalidad”, etc. Los dirigentes del PDA y la CUT deben llamar a crear Comités Antireelección en cada centro de trabajo, barrio, pueblo y coordinar estos a nivel local, regional y nacional organizando un amplio movimiento de masas. Además de movilizar desde ya a las masas en la calle contra la reelección, vinculando la lucha contra esta a la solución de los problemas económicos y sociales de los trabajadores y los sectores populares, deben explicar que el riesgo de fraude es completamente real y empezar a organizar la lucha contra el mismo. El camino para salir de Uribe pasa obligatoriamente ,y sea cual sea el resultado de las distintas maniobras legales y electorales de la burguesía, por la movilización masiva en la calle y la organización desde abajo de los jóvenes, los campesinos y los trabajadores.
En el contexto de malestar social acumulado y crisis económica profunda que vive Colombia el referéndum puede ser un camino muy peligroso para la burguesía. Podría ofrecer precisamente el cauce que la polarización política y social que ya existe en el país está buscando. En ese contexto, un intento de fraude podría tener consecuencias imprevisibles, incluida una explosión social.
¿Hacia una situación revolucionaria?
El punto más difícil de determinar siempre a la hora de elaborar una perspectiva política, y más en una época de transición como la que se vive hoy en la sociedad colombiana, es cuando la cantidad se va a transformar en calidad. Antes o después, es inevitable que los sectores más atrasados de las capas populares y las capas inferiores de la pequeña-burguesía que han apoyado a Uribe y confiado en su discurso durante estos años, tras haber sido duramente golpeados por el derrumbe de las pirámides y estar sufriendo los golpes de la crisis económica, retiren su apoyo a éste y giren a la izquierda. ¿Ha empezado a ocurrir ya esto? ¿Podría ser el referéndum o una lucha de masas contra un hipotético fraude el punto de inflexión de ese cambio político? La respuesta a estas preguntas sólo la dará la propia práctica. Lo que sí podemos decir es que la tendencia de los acontecimientos va claramente en esa dirección.
Como hemos explicado muchas veces los marxistas, la conciencia tiende a ir por detrás de los acontecimientos. Durante un tiempo las masas, frente a los sinsabores e incertidumbre del presente, intentan aferrarse a las ilusiones del pasado pero en cuanto comprueban que esto no sirve para resolver sus problemas su conciencia puede dar un salto brusco. Capas y sectores de los oprimidos que hasta ayer mismo estaban en la retaguardia, alejados de la política e incluso apoyando a partidos burgueses reaccionarios, pueden ponerse súbitamente en primera línea y buscar ideas revolucionarias. La revolución no es un proceso gradual de lenta acumulación de fuerzas y desarrollo lineal sino que se produce a saltos, mediante cambios bruscos y repentinos. Eso es lo que hemos visto en Venezuela, Ecuador o Bolivia y en el pasado en la propia Colombia. Esto es lo que volveremos a ver en el próximo periodo. Por cierto, un factor que puede favorecer que estas tendencias que emanan de toda la situación objetiva del capitalismo colombiano se expresen subjetivamente ya o tarden más en hacerlo es, como hemos dicho, la propia actuación de los dirigentes de la izquierda.
Todos los ingredientes para un estallido social existen en la sociedad colombiana. En todo caso, si esa explosión social se aplazase un poco más a causa de la falta de dirección y el peso de la inercia del pasado, un hipotético tercer gobierno de Uribe sería muy diferente de los anteriores. Desde el principio tendría que atacar brutalmente a los trabajadores y el pueblo y enfrentaría una oposición y resistencia masiva. Se parecería mucho al último gobierno de su amigo y mentor George W. Bush, con la diferencia de que las reservas del capitalismo colombiano no tienen nada que ver con las de EE.UU. Un tercer gobierno con esas características, enfrentado a una crisis económica profunda y a un cuestionamiento social masivo, probablemente no llegaría a culminar su mandato. !Y a nadie se le escapa que una caída de Uribe forzada por la movilización social abriría un período revolucionario en el país!.
Por supuesto, para que ello ocurra y pueda ser aprovechado favorablemente o no, el papel que jueguen los dirigentes sindicales y políticos de la clase obrera, insistimos una vez más, será decisivo. A poco que los dirigentes del PDA, la CUT, la Minga indígena y las organizaciones campesinas ofrezcan un camino revolucionario será perfectamente posible bajar al gobierno paramilitar y abrir una nueva etapa revolucionaria en la historia de Colombia. Esto ya fue posible en 2007 tras las movilizaciones masivas de los profesores y estudiantes. O el año pasado si se hubiesen unificado, tal como propusieron los dirigentes de la Minga, las reivindicaciones de todos los sectores en lucha. En el caso de que por miedo a una explosión social la oligarquía tuviese que aceptar una derrota en el referéndum, el resultado de un Uribe derrotado en las urnas sería igualmente el de abrir una oportunidad revolucionaria. Este es el problema de la burguesía: hagan lo que hagan el escenario hacia el que nos dirigimos no será de tranquilidad y estabilidad sino de agudización de la lucha de clases, revolución y contrarrevolución.
Candidatos como setas
Los sectores más perspicaces de la burguesía ven estos mismos riesgos y de ahí la intensidad del debate acerca de qué camino tomar. Aunque por ahora, como hemos dicho, parecen mayoritarios los partidarios de jugársela con la carta que hasta ahora les ha dado mejores resultados, también crece el número de los que piensan en guardar el cartucho de Uribe en la recámara. El propio Uribe, al mismo tiempo que sus seguidores presionan para que se apruebe el referéndum, envía mensajes contradictorios y ha vuelto a insistir en el peligro de que un tercer mandato pudiese significar un “deterioro de las instituciones democráticas”. Algunos voceros del imperialismo y la oligarquía, como el responsable de The Economist para Latinoamérica, el Washington Post o el Presidente de la Conferencia Episcopal colombiana se han manifestado en contra de la reelección con argumentos como el temor a que una nueva reelección provocase deterioro de la convivencia y de las instituciones democráticas (o sea, polarización social) o incluso haciendo referencia a la contradicción flagrante que supone apoyar la reelección de Uribe cuando al mismo tiempo se organiza una campaña salvaje de terrorismo mediático en todo el mundo contra la reelección de Chávez en Venezuela…
La contradicción entre el discurso de toda la burguesía internacional presentando la reelección de Chávez como un paso hacia la dictadura y que uno de sus niños mimados, como lo es Uribe, se reeligiese ya en 2006 recurriendo a todo tipo de chanchullos y maniobras (compra de votos de diputados incluida) y vuelva a intentarlo en 2010 pone en evidencia la hipocresía y cinismo de los capitalistas. Sin embargo, este es un factor secundario en sus cálculos y dudas acerca de una nueva reelección en Colombia. Toda la palabrería sobre los riesgos de perpetuar a un hombre en el poder, deteriorar las instituciones democráticas, etc oculta en realidad el miedo a las consecuencias políticas y sociales de una reelección que no están seguros de ganar.
De hecho, en estos momentos, la burguesía, empezando por el propio núcleo duro del uribismo, mantiene varias opciones abiertas. Al tiempo que presionan para que la posibilidad de convocar el referéndum sea aprobada, están preparando un posible candidato que represente la continuidad respecto a Uribe. El elegido es Juan Manuel Santos, Ministro de Defensa de Uribe hasta hace escasos días. Santos es conocido por ser el perro de presa de Uribe tanto en sus declaraciones contra Venezuela como en su obsesiva persecución a las FARC y a la izquierda y es miembro de una de las más rancias familias de la oligarquía. Propietario junto a sus dos hermanos (uno de ellos también ministro de Uribe) del diario El Tiempo y del principal grupo mediático colombiano, está estrechamente vinculado tanto al imperialismo estadounidense como a la burguesía española a través de sus negocios con el grupo PRISA.
La dimisión de Santos como ministro de Defensa significa que un sector de la clase dominante cree que insistiendo en su imagen como paladín de la lucha “contra el terrorismo”, invistiéndole con todo el apoyo de Uribe y logrando además la anuencia más o menos unánime del imperialismo estadounidense y las burguesías europeas, podrían ganar y eludir algunos de los riesgos más inmediatos que presenta la opción reeleccionista. Sin embargo, la opción Santos tiene tantos o más riesgos para la clase dominante que intentar la reelección de Uribe. El primero es el de que Santos es visto como un candidato incluso más a la derecha que Uribe (por difícil que esto sea) y al mismo tiempo como un oligarca de toda la vida. En un contexto como el actual, podría hacer que todo el descontento social se movilizase entorno al candidato que compitiese contra él. Una segunda vuelta entre Santos por un lado y Carlos Gaviria como candidato del Polo por otro podría hacer salir a la superficie toda la polarización política y social existente en el país y, dependiendo de la propia campaña del PDA, no se podría descartar que actuase como un revulsivo y empujase a participar a sectores que no votan desde hace años. En un contexto semejante la posibilidad de una sorpresa para la oligarquía y una victoria de la izquierda no puede descartarse. Si Santos ganase tampoco resolvería nada. Un gobierno con él al frente se encontraría con un escenario muy similar al que antes comentábamos para un posible tercer mandato de Uribe.
Precisamente a causa de esta incertidumbre acerca de si la opción Santos permitiría aglutinar y movilizar a toda la base social del uribismo o si podría representar más bien el pistoletazo de salida para una estampida, algunos grupos de la clase dominante y sus expresiones mediáticas están haciendo apuestas entorno a otros posibles candidatos. El resultado ha sido una explosión de candidatos, hasta casi 20, y eso cuando ni siquiera es seguro que Uribe no compita. En caso de que finalmente decidiese no hacerlo la epidemia de candidatitis aún podría empeorar. En este momento, el mejor situado de todos esos candidatos parece ser Sergio Fajardo, un profesor universitario que fue Alcalde de Medellín hace 4 años y ganó en aquel momento la Alcaldía como independiente y apoyado entre otros por el Polo. Fajardo es presentado como un hombre independiente de los partidos, como hizo la burguesía con Uribe en su campaña de 2002, pero en este caso intentando darle una imagen de “centro”, “ni uribista ni antiuribista” (lo que quiera que eso signifique).
La burguesía intenta potenciar a Santos y Fajardo. Ante una hipotética segunda vuelta quiere como candidatos a gente suya o que considera controlable y conjurar de ese modo el peligro de una victoria del Polo que de producirse podría cambiar radicalmente la situación política nacional y abrir la puerta a un ascenso revolucionario. Para ello también está utilizando a dirigentes del ala derecha del Polo recientemente escindidos del mismo como Lucho Garzón (ex secretario general de la CUT, candidato a la presidencia por el Polo en 2002 y primer Alcalde de Bogotá elegido por una lista del PDA). En una entrevista en el diario El Espectador Garzón se mostraba dispuesto a participar en una candidatura de políticos independientes, “buenos gestores”, procedentes unos del uribismo y otros del antiuribismo, que llame a la unidad de todos los colombianos. Garzón incluso planteaba la posibilidad de que esa candidatura independiente confluyese con los liberales o con sectores descontentos del uribismo como el partido Cambio Radical. El objetivo de esta candidatura, que un sector de la burguesía apuesta porque lidere Fajardo, sería arrebatarle votos al Polo y evitar cualquier posibilidad de que éste llegue al gobierno. Pero una cosa es querer y otra muy diferente poder.
Todo este baile de candidatos y tácticas no refleja otra cosa que la desorientación y preocupación existentes en las filas de la clase dominante. Esto es lo fundamental que debemos comprender los revolucionarios y lo que debemos explicar al conjunto del movimiento obrero y popular. En realidad, las posibles combinaciones electorales, intrigas palaciegas y movimientos de la clase dominante entre bambalinas son múltiples y resulta imposible prever con exactitud a algo menos de un año de las elecciones presidenciales cual de ellas seimpondrá. El problema para la oligarquía es que la crisis del capitalismo es tan profunda, sus efectos sobre la sociedad colombiana serán tan traumáticos y el descontento acumulado es tal que, hagan lo que hagan, no podrán evitar la agudización de la lucha de clases y de la polarización política y social. Para los marxistas lo importante es comprender los procesos de fondo que se dan en la sociedad y, sobre todo, dotarse de un programa y unas consignas que permitan aprovechar la desorientación y divisiones en el seno de la clase capitalista para que la clase obrera y el resto de los oprimidos puedan sacudirse definitivamente la inercia de los últimos años y pasar a una ofensiva abierta por transformar la sociedad.
La trampa de una coalición PDA-Partido Liberal
Aunque una parte de los dirigentes más derechistas del Polo, como Garzón, se ha escindido, otros dirigentes ubicados en la derecha del PDA, y que defienden en la práctica la disolución política del Polo en una gran coalición con el Partido Liberal e incluso con sectores descontentos del uribismo, siguen dentro del Partido. Alguno de los máximos representantes de esta ala de derechas, como el senador Gustavo Petro, después de sugerir prácticamente que se iba con Garzón, ahora parece estar pensando en la posibilidad de lanzarse a una especie de primarias del PDA contra Carlos Gaviria, el actual Presidente de la organización, elegido en el último Congreso mayoritariamente por las bases y apoyado por los sectores más a la izquierda del Polo.
Los sectores más derechistas están planteando, en la práctica, la disolución del Polo en una “gran coalición” con partidos burgueses como el Liberal (que en los últimos tiempos ha desarrollado una estrategia de oposición o semi-oposición a Uribe) e incluso sectores descontentos del Partido Conservador y del uribismo. En el último Congreso del PDA, la propuesta de Petro, el ahora escindido Garzón y otros fue rechazada por las bases. Sin embargo, la posición de la mayoría de la dirección respecto a los posibles pactos con partidos de la burguesía sigue teniendo elementos de confusión que pueden ser peligrosos. La mayoría de dirigentes, incluido el propio Gaviria, han insistido correctamente en que el Polo es el principal partido de la oposición, el referente de millones de trabajadores, campesinos y jóvenes y no puede subordinarse a ser un mero barniz de izquierda para una coalición liderada por candidatos o partidos de la burguesía. Pero, al mismo tiempo, una parte de esos compañeros dejan abierta la puerta a la posibilidad de establecer acuerdos y un programa de gobierno conjunto con partidos burgueses y pequeñoburgueses siempre y cuando el Polo sea el eje del mismo.
Los defensores de esta propuesta en el seno del Polo insisten en la idea de que si el PDA acude en solitario a las elecciones es imposible la victoria. Esta idea, que intenta parecer realista, puede parecer un argumento de peso para muchos militantes honestos que hartos de soportar la barbarie capitalista y la represión del uribismo pueden pensar que al menos un frente con estos sectores burgueses permitiría suavizar o frenar la represión y preparar en mejores condiciones un futuro asalto de la izquierda al gobierno. Los marxistas debemos explicar a estos camaradas de forma paciente y con un método compañero, al mismo tiempo que con firmeza y claridad, que esa posición según la cual si el Polo modera su programa y objetivos puede ser aceptado por sectores de la burguesía y llegar más fácilmente al gobierno es una trampa mortal.
La historia tanto de Colombia como de otros países está llena de ejemplos que demuestran que cada vez que las organizaciones de masas de la izquierda han buscado acuerdos con sectores de la clase dominante e intentado hacer su programa aceptable para ésta el resultado ha sido una trágica derrota. Esos supuestos sectores “progresistas” de la burguesía han utilizado cualquier pacto para engañar a las masas, frenar cualquier propuesta revolucionaria y darse un barniz de izquierda que les permitiese ganar tiempo y, finalmente, poder aplastar en mejores condiciones al pueblo.
Más allá de que haya sectores dentro del Partido Liberal que son vistos con respeto por las masas a causa de su oposición a Uribe y al paramilitarismo como la senadora Piedad Córdoba (quien lidera un ala de izquierda minoritaria dentro del partido) los principales dirigentes del PL son burgueses. César Gaviria, uno de estos dirigentes, fue Presidente de Colombia y Presidente de la OEA. Es un agente del imperialismo y tiene una responsabilidad decisiva en fenómenos como el desarrollo del paramilitarismo, las privatizaciones y ataques al movimiento obrero y campesino, la guerra sucia contra la izquierda, etc.
El cinismo de los dirigentes burgueses del Partido Liberal
César Gaviria ha girado demagógicamente hacia un lenguaje bastante crítico con el uribismo, denunciando la parapolítica o la reforma constitucional. Los diputados liberales han votado junto a los del Polo contra le reelección o abandonado la cámara junto a ellos en varias ocasiones como protesta contra las maniobras de la aplanadora uribista. César Gaviria incluso se ha mostrado dispuesto a discutir la posibilidad de una coalición con el PDA para las próximas presidenciales. Pero si analizamos en detalle las declaraciones del dirigente liberal a la revista Semana, vemos como bajo esa máscara crítica se oculta el cinismo y la hipocresía que siempre han caracterizado a los caudillos burgueses del liberalismo.
“SEMANA: ¿Aparte de la desinstitucionalización, cuál es el principal motivo del Partido Liberal para oponerse a la reelección?
C.G.: La mayoría de elementos de la política de seguridad del presidente Uribe son correctos: la presencia de la Fuerza Pública en el territorio, el monopolio estatal del uso legítimo de la fuerza y que el Presidente ejerza de manera activa la jefatura de las Fuerzas Armadas. Sin embargo, en otros aspectos el gobierno ha tenido fallas profundas: ha hecho poco en infraestructura; ha promovido una política agrícola de precios caros y de estímulo al desplazamiento; no ha desarrollado una buena política de vivienda popular, no ha atinado en cómo modernizar el sistema judicial, ha dado tumbos en el manejo de la política económica y en la de salud y ha promovido una estructura tributaria que hoy día es un retazo de privilegios y va en contravía de la generación de empleo. No tiene sentido creer que la reelección es la única respuesta a todos los males del país y que el Presidente debe seguir a toda costa sin importar si las instituciones se deterioran.”
Tras solidarizarse con la esencia política y económica de las políticas de Uribe, el caudillo liberal manifiesta su disposición a aliarse con los uribistas de Cambio Radical y responde como sigue a la pregunta acerca de un posible pacto con el PDA:
“SEMANA: ¿Ve la posibilidad de una gran alianza opositora entre el Partido Liberal y el Polo?
C.G.: Eso dependerá de si el Presidente logra ser candidato, así sea forzando las normas constitucionales, y de cuál sea la coyuntura política al final del año. Tenemos toda la voluntad de construir una coalición de centro izquierda pos Uribe y no anti Uribe.”
Traducidas del lenguaje filisteo de la burguesía liberal al lenguaje llano del pueblo las respuestas de César Gaviria vienen a decir más o menos lo siguiente: “En las cosas fundamentales, la política de seguridad democrática (es decir, la represión contra el movimiento obrero y popular disfrazada de lucha contra el terrorismo), la defensa del sistema capitalista, etc. estamos totalmente de acuerdo con Uribe. Pero ante el peligro de que se desborde el descontento social es necesario ir preparando un recambio, remozar un poco la fachada para que no cambie nada fundamental. Si Uribe logra ser candidato no vamos a apoyar a la izquierda para polarizar más el país, pero si la cosa se pone tan difícil que Uribe no logra ser candidato ¿porqué no formar una coalición con el Polo para intentar moderar a éste, frenar la movilización de las masas y ganar tiempo para volver a engañar al pueblo y derrotar cualquier tentativa revolucionaria, como lo hemos hecho en otras ocasiones?”.
¿Cómo puede llegar la izquierda al gobierno?
No obstante, para los estrategas burgueses la opción de permitir un gobierno de coalición de algunos de sus partidos con el Polo sería la última salida. Una llegada del Polo al gobierno, incluso aunque fuese de la mano de un partido burgués como el liberal, en el contexto de crisis capitalista y lucha de clases que se vive en todo el mundo y en particular en Latinoamérica, y después de tantos años de represión, sería interpretado por las masas como una victoria y abriría las compuertas a la movilización social. En el caso de Colombia, el acceso de la izquierda a posiciones de podersignificaría aún más que en cualquier otro país latinoamericano un choque rápido y frontal con el aparato del estado y la clase dominante. La cúpula del ejército, la narcoparaburguesía e incluso amplios sectores de la burguesía tradicional sólo aceptarían un resultado semejante si la movilización de las masas les obligase y llegasen a la conclusión de que cualquier intento de impedirla mediante un fraude, un golpe de estado, la violencia paramilitar, etc estaba condenado el fracaso. Pero incluso en una situación semejante la llegada al poder de la izquierda no resolvería la cuestión del poder sino que la plantearía de un modo más claro y directo. Un gobierno de izquierda en Colombia sólo podría responderle a su base social y resolver los problemas del país tomando medidas decisivas contra la oligarquía y en particular contra el problema fundamental que históricamente ha generado la violencia en el país: la propiedad de la tierra por parte de los latifundistas.
Pero cualquier reforma agraria seria pone en cuestión inmediatamente no sólo los intereses de los terratenientes, la narcoparaburguesía y los jefes del ejército vinculados a ellos. También afecta a los banqueros y la burguesía comercial e industrial que comparten propiedades agrarias y se benefician con los capitales que bombea el narcotráfico a todo el sistema. Por no hablar del miedo que infunde a todos y cada uno de estos sectores cualquier movilización de las masas. Inevitablemente, todos los sectores de la burguesía, con el apoyo del imperialismo, intentarían tumbar a cualquier gobierno de izquierdas o progresista que escapase a su control. La salvaje campaña del imperialismo y la reacción que vemos hoy en Venezuela contra el gobierno de Chávez sería un juego de niños ante lo que serían capaces de llevar a cabo la oligarquía y el imperialismo en Colombia. No es una hipótesis, es lo que hemos visto en cada momento histórico decisivo de la historia del país. La izquierda en Colombia, aun mas que en Venezuela, Bolivia, Ecuador, Paraguay, etc sólo tiene dos caminos: o armarse con un programa socialista que expropie política y económicamente a la burguesía y resuelva los problemas de las masas o intentar negociar con la burguesía, defraudar de ese modo las esperanzas populares de cambio y ser aplastada por la reacción.
La única forma de evitar que la crisis económica se cargue sobre el pueblo, que la violencia, la corrupción y la barbarie generadas por la clase dominante sigan dominando, que los jóvenes, los campesinos y los trabajadores se enfrenten a una pesadilla de pobreza, miseria y explotación es acabando con el dominio de la burguesía. Las constantes huelgas desde 2007, 2008, y ahora en 2009, demuestran que la clase dominante, incluido el monstruo del uribismo, tiene pies de barro. La clave de la situación es el programa y la actuación de los dirigentes del PDA y la CUT. Estos dirigentes han convocado a la movilización masiva contra la reelección. Esto es correcto pero es imprescindible sacar lecciones de la historia y en particular de los últimos años y presentar un programa y un plan de lucha que permita aislar a los fascistas y demás contrarrevolucionarios y desplegar todo el poder y confianza en sus propias fuerzas de la clase obrera y el conjunto de los oprimidos.
Para ello los dirigentes sindicales deben vincular la lucha contra la reelección con la lucha contra el intento por parte de la burguesía de cargar la crisis sobre los trabajadores y presentar un programa de transición al socialismo que partiendo de las necesidades más urgentes e inmediatas de las masas sirva para tender un puente en la conciencia de estas hacia la necesidad de la transformación socialista de la sociedad. El primer paso en ese camino es agarrar con las dos manos la propuesta realizada por la Minga indígena a finales de 2008: unificar todas las reivindicaciones sociales (salarios dignos, lucha contra los despidos y recortes por causa de la crisis capitalista, protección social, reforma al sistema de salud, plan para ayudar a desempleados y desplazados, reforma agraria, paz, etc) . Al mismo tiempo los dirigentes de la CUT y el PDA deben rechazar cualquier intento de moderar su programa para hacerlo aceptable por sectores de la burguesía y buscar pactos con estos. Hay que explicar que sólo un gobierno de los trabajadores y el pueblo puede solucionar los problemas económicos, políticos y sociales del país. Por último, deben plantear claramente que para ello el único camino es expropiar a la oligarquía y nacionalizar bajo control obrero la banca y la industria y realizando una auténtica reforma agraria que dé la tierra a los campesinos.
¡Ningún pacto con partidos burgueses!!Por un frente único del PDA, la CUT y las organizaciones populares con un programa socialista!
El camino para cambiar la situación política en Colombia no es ningún frente con sectores de la burguesía sino un frente único de las organizaciones de la clase obrera y los demás explotados: sindicatos, partidos de izquierda, organizaciones campesinas e indígenas, la Minga,…La primera tarea de este frente debe ser organizar una movilización de masas contra la reelección. Esta movilización debe empezar por marchas y actos de masas en todas las ciudades organizados por los partidos de izquierda, sindicatos, etc y confluir en una huelga general. Para organizar esta movilización es necesario impulsar desde ya Comités para luchar contra la reelección y contra cualquier intento de fraude en todos los centros de trabajo, universidades, pueblos y barrios del país. Estos comités deben encargarse además de organizar la autodefensa y protección tanto de todos los activistas obreros, campesinos y estudiantiles amenazados, como de cualquier manifestación o acto contra las amenazas de grupos paramilitares fascistas como las Aguilas Negras. No es posible confiar para esto ni en el ejército ni en la policía, completamente vinculados a estos mismos grupos fascistas, sino en las propias fuerzas del movimiento obrero y popular. Un frente con estas características debería llamar a los dirigentes guerrilleros a asumir este mismo programa revolucionario y sustituir el camino y los métodos del enfrentamiento militar con el estado burgués y los paramilitares al margen de las masas por la lucha de masas, bajo el control del movimiento obrero y popular organizado en asambleas, comités de lucha, sindicatos, etc.
No faltarán quienes digan que este programa y plan de lucha son imposibles hoy en Colombia, que son utópicos, que provocarían la oposición radical de la burguesía y harían imposible un gobierno de la izquierda. Pero lo realmente utópico es pensar que la oligarquía colombiana, que durante 60 años ha aplastado sangrientamente cualquier intento -por moderado que sea- de poner en cuestión sus privilegios y su dominio absoluto del poder vaya a cambiar ahora, y menos en un contexto de crisis profunda del capitalismo a escala internacional. Hay que recordar que esa misma idea de que no podemos pedir todo sino que debemos ir poco a poco y llegar a acuerdos con los sectores menos reaccionarios de la clase dominante ya ha sido ensayada y siempre ha tenido un trágico final. Gaitán no planteaba la expropiación de la oligarquía sino un programa avanzado de reformas e intervención estatal en beneficio de los más pobres y la oligarquía a pesar de ello prefirió bañar el país en sangre a aceptar compartir una parte de sus ganancias y poder con el pueblo. La ANAPO a principios de los años 70 tampoco planteaba acabar con el capitalismo. Al contrario. Su candidatura estaba encabezada por sectores burgueses y pequeñoburgueses y tenía un programa extremadamente confuso. La oligarquía organizó un gigantesco fraude electoral para impedir que su llegada al gobierno pudiese animar la movilización social. La Unión Patriótica primero y la Alianza Democrática M-19 después no planteaban un programa socialista de expropiación de la burguesía sino un programa progresista avanzado en beneficio de los trabajadores y campesinos. !Y todos sabemos como fueron salvajemente masacrados!
Tampoco faltarán analistas “equilibrados” y sabihondos que nos digan que somos demasiado optimistas, que todo está muy mal, que Colombia vive una época de reacción y harán falta décadas para que la clase obrera y los explotados en Colombia puedan siquiera pensar en tomar el poder. Pero la realidad es que la historia, y menos en las épocas de grandes convulsiones sociales, de crisis, revoluciones y contrarrevoluciones (y esa es la época en la que hemos entrado a escala mundial) no funciona siguiendo la lógica formal ni se puede reducir a fórmulas y definiciones abstractas. En épocas como ésta no hay nada peor que intentar sustituir el análisis concreto de la realidad y la propia intervención de los revolucionarios en la lucha de clases para intentar aprovechar todas las oportunidades que se presentan por fórmulas generales. Como explica Trotsky en su libro “¿A dónde va Francia?” “Lo que existe sobre todo, en nuestra época de capitalismo en putrefacción son situaciones intermedias, transitorias: entre una situación no revolucionaria y una situación pre-revolucionaria, entre una situación prerevolucionaria y una situación revolucionaria…o contrarrevolucionaria”.
El único modo de garantizar una victoria electoral de la izquierda en Colombia es entusiasmando, organizando y movilizando a las masas, convenciéndolas de que la única solución a todos sus problemas es un gobierno del PDA con un programa socialista, e imponiendo esta solución mediante la movilización, no sólo electoral sino sobre todo en las calles, los centros de trabajo, las universidades, el campo, … La clave tanto para impedir la reelección como para derrotar a cualquier candidato que finalmente pueda elegir la burguesía para suceder a Uribe no es convencer a sectores de la propia clase dominante ni llegar a acuerdos con los líderes de los partidos burgueses o pequeño-burgueses que hoy, viendo el desgaste de Uribe, buscan reacomodarse en el escenario político nacional. La clave es en primer lugar entusiasmar a la propia militancia del Polo y la CUT con un programa socialista y una estrategia que desarrolle la confianza de la clase obrera en sus propias fuerzas.
Los dirigentes del PDA y la CUT deben defender un programa que partiendo de las necesidades y reivindicaciones concretas de los trabajadores, los campesinos, la juventud, e incluso las capas inferiores de la clase media, explique que estas sólo pueden ser resueltas con una transformación decisiva de la sociedad, que denuncie como la crisis se carga sobre las espaldas de los más pobres y plantee que el único modo de impedirlo es la propia organización y movilización consciente del pueblo trabajador y la elección de un gobierno de los trabajadores y el pueblo que arrebate el control de la economía y el estado a la oligarquía para ponerlo en manos de los trabajadores, expropiando las principales palancas económicas ( la banca, los grandes monopolios y la tierra) y planificando democráticamente la economía en función de las necesidades sociales.
Un programa semejante sería atacado ferozmente por los medios de comunicación burgueses pero entusiasmaría a las bases obreras y campesinas. El entusiasmo de los centenares de miles de jóvenes y trabajadores que hoy participan en el PDA y la CUT sería la mejor carta de presentación ante el resto de los explotados. En un contexto económico, político y social como el actual se contagiaría como una llama al conjunto de la sociedad. Este también seria el mejor modo de dividir y/o neutralizar a la base social del uribismo. Un Polo con la militancia movilizada y entusiasmada y un programa que ofrezca solución a los problemas concretos de los trabajadores, los campesinos y la juventud podría ilusionar y movilizar a millones de personas que durante los últimos años no han participado ni en marchas ni en elecciones y convencerlas de que es posible cambiar las cosas. Esto abriría una nueva época revolucionaria en la historia del país.