La visita del presidente de la República Islámica de Irán, Ahmadinejad, a Bolivia ha despertado la histeria de la prensa reaccionaria en el país y en el extranjero. Los revolucionarios bolivianos denunciamos esta campaña hipócrita de los agentes del imperialismo USA y la prensa al servicio de la oligarquía. Sin embargo, como marxistas revolucionarios, nos preocupa otra idea que se está promoviendo a raíz de la visita de Ahmadinejad a nuestro país: la idea de que de algún modo el régimen iraní es “anti-imperialista”, “revolucionario”, y que la política exterior de la revolución boliviana debe de estar guiada por el principio de la “multipolaridad” o lo que es lo mismo, el principio de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”.

La visita del presidente de la República Islámica de Irán, Ahmadinejad, a Bolivia ha despertado la histeria de la prensa reaccionaria en el país y en el extranjero. Quizás el caso más escandaloso es el de Maria Anastasia O’Grady que escribe un artículo en el Wall Street Journal con el título de “El fin de la democracia boliviana”. Artículos y editoriales similares han aparecido en toda la prensa capitalista en Bolivia.

 

Los revolucionarios bolivianos denunciamos esta campaña hipócrita de los agentes del imperialismo USA y la prensa al servicio de la oligarquía. ¿Qué derecho tiene O’Grady ha hablar de dictadura en Bolivia, cuando ha apoyado abiertamente el golpe de estado en Venezuela en abril del 2002, el régimen asesino de Meza, responsable de la matanza de decenas de bolivianos en El Alto durante la guerra del gas, y más recientemente ha apoyado el golpe de estado en Honduras?

 

¿Qué derecho tiene la prensa derechista en Bolivia a criticar a nadie cuando ellos apoyaron todas las dictaduras que ha tenido este país y estuvieron implicados en el intento de golpe contra el gobierno legítimanente elegido de Evo Morales en setiembre del año pasado?

 

Y se acabaron los días en que la política interna y externa de Bolivia se decidía en Washington o en los despachos de la embajada de EEUU en La Paz. Bolivia tiene el derecho a establecer relaciones comerciales y diplomáticas con cualquier país.

 

Sin embargo, como marxistas revolucionarios, nos preocupa otra idea que se está promoviendo a raíz de la visita de Ahmadinejad a nuestro país: la idea de que de algún modo el régimen iraní es “anti-imperialista”, “revolucionario”, y que la política exterior de la revolución boliviana debe de estar guiada por el principio de la “multipolaridad” o lo que es lo mismo, el principio de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”.

 

En primer lugar, hay que dejar claro que el régimen iraní de la República Islámica no es un régimen revolucionario. La revolución iraní que triunfó en 1979 fue una auténtica revolución de masas, con la participación activa de la clase obrera, la juventud, el campesinado, los soldados, las mujeres, etc. El factor decisivo que precipitó la caída del odiado Shah fue la huelga general de los trabajadores petroleros. Millones de obreros organizaron shoras (consejos de fábrica) en sus empresas y tomaron control de la gestión y administración de las mismas.

 

Millones de campesinos ocuparon las tierras de los latifundistas (como aspiran a hacerlo en Bolivia hoy en día). Los estudiantes ocuparon sus liceos y universidades para democratizarlas a fondo y acabar con el elitismo que las dominaba. Los soldados formaron también sus shoras (consejos) y procedieron a purgar el ejército de sus oficiales reaccionarios. Las nacionalidades oprimidas (kurdos, azeríes, árabes, etc) conquistaron su libertad. El pueblo iraní en su conjunto se sacudió el yugo del imperialismo.

 

Sin embargo, el actual régimen iraní de la República Islámica se consolida en el periodo de 1979-83 precisamente sobre la base del aplastamiento de esa revolución por parte de los clérigos islámicos fundamentalistas. Durante un periodo de varios años se van destruyendo todos los logros de la revolución de 1979. Se devolvieron las tierras a los terratenientes, expulsando a los campesinos que las habían tomado. Se destruyeron los consejos de fábrica que fueron reemplazados por shoras islámicas en las que los trabajadores no tienen derecho a organización ni a huelga. Se impuso una particular interpretación de la religión islámica a toda la población, llevando a la negación más absoluta de los derechos de la mujer y creando un ambiente de opresión ideológica para la mayoría de la población.

 

El secuestro y aplastamiento de la revolución obrera y popular de 1979 por parte de los clérigos islámicos fundamentalistas sólo fue posible por las políticas equivocadas de todas las organizaciones de izquierdas que creyeron que podían formar un frente unido con los clérigos musulmanes dirigidos por el Ayatollah Khomeini al que veían como una figura “anti-imperialista”. Pagaron caro por sus errores. En un período de cuatro años, con ataques cada vez más brutales contra la izquierda, se consolidó el poder de la República Islámica sobre lo que había sido una revolución de carácter obrero y anti-imperialista. Para poder hacerlo, los clérigos musulmanes se vistieron con un ropaje anti-imperialista, organizando el incidente de la embajada de los EEUU y después usando de manera muy habilidosa la guerra contra Iraq. Para 1983 todos los partidos de la izquierda habían sido ilegalizados (a pesar de su apoyo a un frente unido con Khomeini), y unos 30,000 militantes de los diferentes grupos de la izquierda reformista, revolucionaria y nacionalista habían sido asesinados. Éste es el auténtico orígen de la República Islámica que existe en Irán hoy en día. No un régimen revolucionario, sino un régimen nacido del aplastamiento de una revolución.

 

La situación actual a la que se enfrentan los jóvenes, trabajadores y campesinos revolucionarios de Irán es la de la más brutal represión de sus derechos básicos. En Irán, los trabajadores no tienen derecho a organización ni a huelga y si desafían esas prohibiciones se enfrentan con la represión más brutal. Cuando unos 2,000 sindicalistas trataron de organizar una celebración del 1º de Mayo en Teheran este año 2009, la policía les reprimió brutalmente y 50 de ellos fueron detenidos (algunos continúan en la cárcel). A millones de trabajadores iraníes se les deben varios meses de salario. Si tratan de organizarse, son reprimidos por la policía.

 

Mientras que en Bolivia, el proceso revolucionario ha tenido como uno de sus ejes la lucha contra la privatización (del agua, del gas, de las empresas públicas), en Irán Ahmadinejad ha acelerado las privatizaciones de las empresas públicas (167 privatizaciones en 2007/08, y otras 230 en 2008/09), incluyendo la privatización de las telecomunicaciones, de la acería Isfahan Mobarakeh Steel, de la Petroquímica Isfahan Petrochemical Company, de la cementera Kurdistan Cement Company. En la lista de empresas a privatizar se incluyen la mayor petroquímica del país, todos los grandes bancos, empresas del gas, petróleo, seguros, etc.

 

El gobierno de Ahmadinejad, aunque critica al imperialismo estadounidense intentando desviar la atención de las masas de los problemas internos, ni siquiera es coherente en su lucha contra ese enemigo al que critica. La intervención militar estadounidense contra Irak contó con la anuencia o, como mínimo, la pasividad del gobierno y la clase dominante iraní, que veían en el debilitamiento del régimen rival iraquí una oportunidad para afianzar su poder en la zona. El régimen iraní lejos de fomentar una lucha unitaria y revolucionaria por la liberación nacional del país vecino ha desempeñado un papel clave en frenar ésta y dividirla en líneas religiosas.

Estas son las condiciones que han desencadenado un auténtico movimiento revolucionario de las masas iraníes contra el odiado régimen de la República Islámica y el gobierno de Ahmadinejad que llegó al poder mediante el fraude electoral y el aplastamiento de las protestas contra el mismo.

 

Claramente, como marxistas revolucionarios, nos oponemos a cualquier agresión o interferencia del imperialismo estadounidense en Irán, del mismo modo que hemos luchado contra el imperialismo en nuestro propio país. Sin embargo, sería un error muy grave confundir la revolución con la contra-revolución.

 

Los aliados naturales de trabajadores y campesinos bolivianos son nuestros hermanos de clase en Irán, los trabajadores, jóvenes y campesinos que luchan por sus derechos básicos: el fin de la opresión nacional para las minorías kurdas, azeríes, árabes y otras; el reconocimiento de los derechos sindicales básicos (de huelga, manifestación y organización); y pan, trabajo, salud y educación para todos.

 

Hay que distinguir la diplomacia y las relaciones comerciales, de una política exterior revolucionaria. El gobierno del compañero Evo Morales, que se basa en la fuerza de las organizaciones sociales de trabajadores del campo y de la ciudad, no puede sembrar ninguna ilusión en el carácter del régimen reaccionario de Ahmadinejad, que se basa en el aplastamiento de los derechos democráticos básicos de los trabajadores y campesinos iraníes.

 

La auténtica política internacional revolucionaria es aquella que busca la unidad de los trabajadores, los campesinos y los oprimidos de todo el mundo, contra los capitalistas, los banqueros y los imperialistas de todo el mundo. Basar la política exterior de la revolución en alianzas con cualquier régimen que entre en conflicto con los EEUU, sea cual sea su carácter, es incorrecto y además, extremadamente peligroso para la revolución boliviana.