Comenzamos la publicación de una importante serie de artículos de Alan Woods, la cual nos provee una explicación marxista de los procesos que dieron colapso a la República romana. Aquí, el método del materialismo histórico es usado para arrojar luz sobre un momento decisivo de suma importancia en la historia mundial. Para los marxistas, el estudio de la historia no es solo un pasatiempo sin algún sentido. Es fundamental que estudiemos la historia para extraer las lecciones de ésta. Parafraseando al filosofo americano George Santayana: “quién no aprende de la historia está condenado a repetirla”.

La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases

«Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces, y otras franca y abierta, lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna.» (Marx y Engels. Manifiesto Comunista).

«(…) Cuando la experiencia no es conservada, como entre los salvajes, la infancia se perpetua. Aquellos quienes no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo.» (George Santayana. La vida de la razón).

 

¿Qué es el materialismo histórico?

 

Para mucha gente, la historia es algo de interés puramente académico. Algo que se estudia por distracción o posiblemente para extraer esta o aquella lección moral. Eso parece ser lo máximo que la historia nos puede ofrecer. Sin embargo, el uso de la historia con propósitos morales es limitado. Edward Gibbon, el gran historiador inglés escribió: «La historia es poco más que el registro de crímenes, locuras y desgracias de la humanidad». Hegel alguna vez comentó irónicamente que el estudio de la historia nos provee lo que nunca nadie ha aprendido de ella. Aun así es esencial que estudiemos la historia, precisamente para que podamos extraer las lecciones necesarias de ésta. Parafraseando las palabras del filósofo americano George Santayana: «quién no aprende de la historia está condenado a repetirla».

 

Hasta que Marx desarrolló la teoría del materialismo dialéctico, las ideas predominantes se basaban en una interpretación idealista de la historia, la cual todo lo atribuía a la acción de los individuos. La clave para la historia estaba en la actividad llevada a cabo por los reyes, políticos, generales y los grandes individuos. Si aceptamos este punto de vista, ¿cómo es posible darle un sentido a la historia? Los individuos persiguen un sin fin de objetivos distintos: ambición personal, fanatismo religioso, intereses económicos, objetivos artísticos, intrigas políticas, sed de revancha, envidia, odio y toda una vasta gama de emociones, prejuicios y nociones conocidas por el ser humano. Con tal cantidad de objetivos e intereses, parecería que no es posible establecer leyes históricas generales, de la misma manera en que podemos determinar de forma precisa la posición y el momento de una partícula subatómica.

 

De hecho, cualquier estudio de la historia puede hacer notar, una vez que existen ciertos patrones, que algunas situaciones son constantemente repetidas. Incluso cierto tipo de personalidades se reproducen bajo condiciones similares. En la introducción de Bolchevismo, el camino a la revolución, hago mención a este hecho: «existen muchas similitudes entre la revolución de octubre en Rusia y las grandes revoluciones burguesas del pasado. En ocasiones esos paralelismos parecen extraordinarios, extendiéndose hasta las personalidades de los principales dramatis personae, como ejemplo tenemos las similitudes entre Carlos I de Inglaterra, Luis XVI de Francia y el Zar Nicolás, todos con sus esposas extranjeras». Hay muchos otros ejemplos que uno podría citar. Las similitudes psicológicas entre Julio Cesar y Napoleón Bonaparte han sido mencionados en muchas ocasiones. Pero estos dos personajes están separados por un periodo de tiempo muy largo y descansan sobre intereses de clase completamente diferentes, correspondiendo a modelos socio-económicos completamente distintos. Entonces, ¿cómo podemos explicar estas similitudes?

 

Aquí es posible establecer una aproximación análoga con leyes que gobiernan al animal morfológico. Tomemos tres animales marinos: 1) el ictiosaurio (una especie extinta); 2) el tiburón y 3) el delfín. El primero fue una especie de dinosaurio marino, el segundo un pez primitivo y el tercero un mamífero, como nosotros. A estos los encontramos separados por vastos periodos de tiempo con evoluciones completamente diferentes. Aun así corporalmente son prácticamente idénticos. Con este simple hecho es posible deducir que condiciones similares producen resultados similares, y esto no sólo es aplicable a los animales morfológicos sino también a la historia de nuestra propia especie.

 

La constante repetición de los mismos patrones (y a veces de los mismos tipos de personalidades) nos indica que la historia no es arbitraria, sino que detrás del aparente caos hay definitivamente leyes operando, y que esas leyes se reafirman admitiendo el aparente caos -exactamente como el movimiento caótico de las olas, que es un reflejo del poder oculto de las corrientes debajo de la superficie del océano-. A fin de obtener una compresión racional de la historia, es necesario penetrar por debajo de la superficie y examinar la naturaleza de los hechos aparentes, los cuales son los que empujan a la sociedad humana hacia adelante.

 

Toda la ciencia está basada en dos supuestos: 1) que el mundo existe independientemente de nosotros y 2) que podemos ser capaces de entenderlo. Si la ciencia puede explicar los mecanismos que gobiernan organismos sociales como el de las abejas, las hormigas y los chimpancés, ¿por qué debería ser imposible explicar el funcionamiento de la sociedad humana y las fuerzas que determinan su desarrollo? El marxismo rechaza la visión de que la historia es una serie de eventos sin sentido e incomprensibles. El materialismo histórico afirma que la historia de la sociedad humana tiene sus propias leyes y que éstas pueden ser analizadas y entendidas. Las leyes que gobiernan el desarrollo social fueron inicialmente expuestas por Carlos Marx. En la famosa introducción a la Crítica de la economía política, Marx explica las bases del materialismo histórico en los siguientes términos:

 

 

«En la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una fase determinada de desarrollo las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica se transforma, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella»

Con estas palabras, el fundador del socialismo científico, una vez y para siempre prescindió de toda explicación metafísica, idealista y subjetiva de la historia humana. En otras palabras, Marx desempeñó el mismo gran servicio para la Historia que el de su gran contemporáneo Carlos Darwin respecto a las plantas y animales. Darwin descubrió en la selección natural un proceso objetivo presente en la naturaleza que explica la evolución de la vida en todas sus múltiples formas sin la necesidad de algún plan preconcebido o de algún «diseño» sobrenatural. Al hacer esto, desterró al Todopoderoso de la biología, justo como Newton lo había desterrado (en los hechos, no en la teoría) del funcionamiento del universo.

 

El gran logro de Marx, fue que descubrió el motivo principal de todo el cambio social y el progreso en términos del desarrollo de las fuerzas productivas: la agricultura, la industria, la ciencia y la técnica. Esto no significa, desde luego, que uno pueda reducir todo a la economía, como los críticos ignorantes del marxismo mantienen. Hombres y mujeres hacen su propia historia, pero ellos no lo hacen independientemente de las condiciones existentes que dan forma a su conciencia, las cuales determinan sus acciones más allá de que sean consientes de ello o no. En la misma introducción, Marx explica la naturaleza exacta de las relaciones entre el desarrollo de las fuerzas productivas, las relaciones sociales que gradualmente cristalizan sobre la base de éstas y la lucha de clases que expresa la naturaleza contradictoria de éstas relaciones:

 

«Cuando se estudian esas transformaciones hay que distinguir siempre entre los cambios materiales ocurridos en las condiciones económicas de producción y que pueden apreciarse con la exactitud propia de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra las formas ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo. Y del mismo modo que no podemos juzgar a un individuo por lo que él piensa de sí, no podemos juzgar tampoco a estas épocas de transformación por su conciencia, sino que, por el contrario, hay que explicarse esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción. Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más elevadas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado dentro de la propia sociedad antigua.

«Por eso, la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, porque, mirando mejor, se encontrará siempre que estos objetivos sólo surgen cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización».

 

La lucha de clases

Aquí, la esencia del método del materialismo histórico es expresada con una meticulosidad y concisión maravillosa. En última instancia, es el cambio en los cimientos económicos los que causan los grandes cambios históricos, los cuales podríamos llamar revoluciones. Pero la relación entre la base económica de la sociedad y la compleja y vasta superestructura de las leyes, la religión, la ideología y el Estado que se erige sobre la base económica no es simple y mecánica sino extremadamente contradictoria. Los hombres y mujeres, quienes son los verdaderos protagonistas de la historia, no son realmente consientes de las causas últimas y de los resultados de sus acciones, los resultados de estas acciones son frecuentemente opuestas a las intenciones subjetivas de sus autores.

 

Cuando Brutus y Cassius desenvainaron la espada que mató a Julio Cesar imaginaron que iban a restablecer la República, pero en la práctica dieron lugar a la destrucción de los últimos vestigios del republicanismo y prepararon el camino para el Imperio. Sus ilusiones republicanas fueron como una hoja de parra sentimental e idealista para ocultar sus verdaderos intereses de clases -que eran aquellos de la aristocracia romana privilegiada que dominaba la vieja República y que estaba luchando por preservar sus privilegios. De este ejemplo podemos ver la importancia de distinguir cuidadosamente lo que los hombres dicen y piensan acerca de ellos mismos, de los intereses reales que los mueven y determinan sus acciones.

 

Marx explica que la historia de toda la sociedad dividida en clases es la historia de la lucha de clases. El Estado consiste en cuerpos de hombres armados con el propósito de regular precisamente la lucha de clases y mantenerla dentro de límites aceptables. La clase dominante en periodos normales ejerce un control sobre el Estado. Pero existen ciertos periodos, cuando la lucha de clases alcanza un nivel de intensidad que va más allá de los «límites aceptables». En tales periodos revolucionarios, la cuestión del poder se pone a la orden del día. En estos casos, o la clase revolucionaria derroca el viejo Estado y lo sustituye con un nuevo poder o la clase dominante aplasta la revolución e impone una dictadura -el poder Estatal en su forma más abierta y descarada, en oposición al Estado bajo formas «democráticas».

 

Sin embargo, hay muchas más variantes, cuyas formas han sido observadas en momentos históricos diferentes. Engels explica que el Estado en periodos normales es el Estado de la clase dominante, lo cual es perfectamente cierto. Sin embargo, la historia también conoce periodos que no son del todo normales, periodos de intensos conflictos entre las clases en los que ninguna de las clases contendientes tiene éxito al momento de poner decididamente su sello en la sociedad. Un largo periodo de lucha de clases que no produce un resultado decisivo puede llevar a un cansancio de las principales clases en pugna. En tales circunstancias el aparato del Estado -bajo la forma del ejército y el general quien lo encabeza (Cesar, Napoleón) – comienza a elevarse por encima de la sociedad y empieza a establecerse como una fuerza «independiente».

 

La creación de un marco legal para regular la lucha de clases no significa que sea suficiente para garantizar una situación pacífica. Por el contrario, tales arreglos simplemente sirven para retrasar el conflicto final y dar un carácter mucho más violento y convulsivo al final. Las expectativas de las masas aumentan y se concentran, y sus aspiraciones les dan un campo más amplio para desarrollarse. De esta manera, en nuestros tiempos, las masas desarrollaron grandes ilusiones en sus representantes parlamentarios y en la posibilidad de solucionar sus problemas más sensibles por medio del voto en las elecciones. Al final, sin embargo, esas esperanzas son eliminadas y la lucha de clases se desarrolla más allá del parlamento de una manera incluso más violenta que antes -tanto por parte de las masas como de las clases poseedoras las cuales no se detienen a la hora de preparar conspiraciones ilegales y golpes de Estado a espaldas de las instituciones democráticas. Aunque jure públicamente en nombre de la «democracia», en realidad la clase dominante solo la tolerará en la medida en que no amenace su poder y privilegios.

 

Donde la contienda entre las clases haya alcanzado un punto de parálisis sin resultados claros y donde la lucha entre las clases alcance una forma de Estado de equilibrio inestable, el Estado puede elevarse por encima de la sociedad y adquirir un alto nivel de independencia. El caso de la antigua Roma no fue la excepción. En teoría, la República romana era gobernada por una oligarquía de familias aristocráticas acomodadas, que ejercían su dominio sobre el poder político. El resultado de esta contradicción fue un largo periodo de lucha de clases que culminó en guerra civil, al final de la cual el ejército se había elevado por encima de la sociedad y se había convertido en el dueño de su destino. Un militar aventurero compitió con otro por el poder. Un típico ejemplo de esta especie fue Cayo Julio Cesar. En nuestros tiempos este fenómeno es conocido como bonapartismo, y en el mundo antiguo asumió la forma de Cesarismo.

 

En la actualidad podemos ver el mismo fenómeno expresado en los regímenes fascistas y bonapartistas. El Estado se erige por encima de la sociedad. La clase dominante está obligada a entregar el poder a un hombre fuerte en el plano militar, quien, para protegerla, concentra todo el poder en sus manos. Éste está rodeado por una banda de ladrones, políticos corruptos, carreristas ávidos de puestos de oficina y riqueza y escoria por el estilo. Naturalmente, a la espera de ser bien remunerados por su servicios prestados sin ninguna oposición de nadie para cuestionar sus adquisiciones. La clase dominante es aun dueña de los medios de producción, pero el Estado ya no le pertenece. Aunque a regañadientes, para protegerse tiene que tolerar la imposición, el robo, los insultos e incluso ocasionalmente golpes de su Jefe y sus socios, a los que esperan para dar elogios todo el tiempo, mientras en silencio los maldicen.

 

Tal situación solo puede surgir cuando la lucha entre las clases alcanza un punto muerto, donde de alguna victoria decisiva no pueda surgir un ganador, de un bando o de otro. La clase dominante no es capaz de continuar gobernando bajo las viejas formas y el proletariado no es capaz de dar lugar a un cambio revolucionario. La historia de la República Romana es casi un ejemplo de laboratorio de esta afirmación. En la antigua Roma una feroz lucha de clases culminó precisamente en la ruina y con el ascenso del Cesarismo, lo que culminó finalmente en el Imperio.

 

La historia Reciente

Toda la historia de la República Romana es la historia de la lucha de clases, comenzando con la lucha entre patricios y plebeyos por el control y repartición de las tierras. La decadencia de la sociedad gentilicia derivó en el acenso de los antagonismos de clase, llevando a una feroz guerra civil entre Plebeyos y Patricios que duró, intermitentemente, unos 200 años. Finalmente, la nobleza patricia se fusionó con la nueva clase de los terratenientes, esclavistas y ricos, quienes poco a poco expropiaron las tierras de los campesinos romanos libres, que fueron arruinados por el servicio militar. El empleo masivo de mano de obra esclava para cultivar las enormes propiedades (latifundios) condujo a la despoblación de Italia y el debilitamiento de la República, allanando el camino para la victoria, primero de los emperadores, la caída de Roma y luego a la larga y oscura noche de la barbarie, como Engels explicó:

 

«En el seno de esta nueva constitución, a la cual dieron mayor impulso la expulsión del último rex, Tarquinio el Soberbio, quien usurpaba un verdadero poder monárquico, y su sustitución por dos jefes militares (cónsules) con iguales poderes (como entre los iroqueses) se mueve toda la historia de la República romana, con todas las luchas entre patricios y plebeyos por el control de la administración y el reparto de las tierras del Estado, y con la desaparición completa de la nobleza patricia en una nueva clase compuesta por terratenientes y rentistas. Esta clase comenzó poco a poco a absorber toda la tierra de los campesinos arruinados por el servicio militar, emplearon esclavos para cultivar, las enormes haciendas así formadas, despoblando Italia y abriendo así la puerta, no sólo a los emperadores, sino también a sus sucesores: los bárbaros germanos. «(Engels, El origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado).

Los orígenes de Roma están envueltos en la niebla. Podemos, por supuesto, desechar cualquier explicación mitológica que intente atribuir los orígenes de Roma a la legendaria Eneas, quien huyó de las ruinas en cenizas de Troya. Como es el caso de muchas tribus antiguas, este fue un intento de atribuir un origen noble e ilustre a lo que era un asunto mucho más innoble. Del mismo modo, el nombre del mítico fundador de Roma (Rómulo) significa simplemente «hombre de Roma», por lo que no nos dice nada en absoluto. Según la creencia tradicional, la fecha de la fundación de Roma fue 753 a.C. Sin embargo, esta fecha se contradice con la evidencia arqueológica: demasiado tarde para los primeros asentamientos regulares y demasiado temprano para el momento de la verdadera urbanización.

 

El historiador más famoso de la Roma en sus inicios, Tito Livio, hace una mezcla de material histórico real con un acopio de leyendas, especulación y mitología de la que es difícil extraer la verdad. Sin embargo, estos mitos son de enorme importancia ya que nos proporcionan pistas importantes. Al comparar el registro escrito -confuso como es- con la evidencia de la arqueología, la lingüística comparativa y otras ciencias, es posible reconstruir, al menos en líneas muy generales, los orígenes de Roma. La economía pastoral de estas tribus es probablemente cierta, ya que corresponde a lo que sabemos sobre el modo de vida económica de muchas de las tribus Latinas, aunque para el comienzo del primer milenio ya estaban practicando la agricultura y cultivaban la tierra con arados.

 

Uno de esos grupos de pastores y agricultores emigraron desde la zona de los montes albanos (Monte Cavo), a unos trece kilómetros al sur-este de Roma, en los primeros años del primer milenio y construyeron sus chozas a orillas del Tíber. Sin embargo, este grupo particular se estableció en una zona que tenía una importancia económica relevante. La posición geográfica de Roma, controlando el cruce del río Tíber, que separa las dos mitades de la península, fue de gran importancia estratégica para las naciones que buscaban controlar el destino de Italia. Situado en un vado del Tíber, Roma estaba en el cruce entre el valle del río y el de los comerciantes que viajan de norte a sur en el lado oeste de la península italiana.

 

Al sur de Roma se encontraban las fértiles tierras agrícolas de la llanura de Campania, bañada por dos ríos, capaz de producir hasta tres cosechas de cereales en un año en algunos distritos. Roma también tenía el comercio de la sal, altamente lucrativo, derivado de las salinas situadas en la desembocadura del Tíber. La importancia de este producto en el mundo antiguo no puede ser minusvalorada.

 

Hoy decimos: «un hombre vale lo que su sal.» En la antigua Roma, esto era literalmente cierto. La palabra «salario» deriva de la palabra latina sal, salarium, que vincula el empleo, la sal y los soldados, aunque la relación exacta no está clara. Una teoría es que el soldado proviene del latín sal dare (dar sal). El historiador romano, Plinio el Viejo, mantiene en su Historia Natural que «En de Roma… La sal era el pago para los soldados y que la palabra salario se deriva de ella…» (Plinio Historia Natural XXXI). Más probablemente, el salarium fue o bien una indemnización pagada a los soldados romanos para la compra de la sal o el precio por hacer que los soldados conquistaran los suministros de sal y guardaran la Vía de Sal (Via Salarium) que llevaba a Roma.

 

Cualquiera que sea la versión que uno acepte, no hay duda acerca de la importancia vital de la sal y su comercialización, que debió haber jugado un papel de vital importancia en la creación de una comunidad estable y próspera en Roma, la cual debió haber atraído, de manera poco grata, la atención de las tribus menos favorecidas. La imagen que surge de la primera comunidad romana es la de un grupo de clanes que luchan por defender su territorio frente a la presión de otros pueblos (latinos, etruscos, sabinos, etc.)

 

Los inicios de la sociedad romana

De acuerdo con Tito Livio, Roma se conformó a partir de pastores bajo la dirección de caciques. Se refiere a las antiguas tribus romanas, los ramnenses, titiensesylúceres de quienes conocemos poco. El primer asentamiento fue establecido por gens latinas (cien de acuerdo a la leyenda), quienes estaban unidos en una tribu; a esta tribu le fue pronto anexada la de los sabinos, quienes, según menciona Livio, era otra tribu compuesta por unas cien gens, y finalmente por una tercera tribu de elementos diversos, quienes, dice nuevamente, estaba compuesta por unas cien gens también. En consecuencia, la población de Roma parece haber sido una mezcla de diferentes pueblos. Esto fue una consecuencia natural de largos años de guerra y de su posición geográfica. Durante un largo periodo los habitantes originales fueron mezclados con muchos otros elementos, quienes gradualmente lograron la unificación de los habitantes dispersados bajo un estado común.

 

Nadie podía pertenecer al pueblo romano a menos que, él o ella, fuera un miembro de una gens a través de una curia y una tribu. Diez gens formaban una curia (entre los griegos conocida como fratría). Cada curia tenía sus propios ritos religiosos, santuarios y sacerdotes; el último, constituido como cuerpo, se formaba a partir de los colegios sacerdotales romanos. Diez curias constituían una tribu, en las cuales probablemente, como en el resto de las tribus de América, existía originalmente un presidente electo como jefe militar y un sumo sacerdote. Las tres juntas formaron las tribus del pueblo romano, el Populus Romanus. En los primeros tiempos, las gens romanas tenían las características siguientes:

  1. El derecho hereditario recíproco de los gentiles; los bienes quedaban siempre dentro de la gens.

  2. Posesión de un lugar de sepultura común.

  3. Ritos religiosos comunes (la sacra gentilitia).

  4. La obligación de no casarse dentro de la gens.
  5. La posesión de la tierra en común. Esta existió siempre en los tiempos primitivos, desde que se comenzó a repartir el territorio de la tribu. En las tribus latinas encontramos el suelo poseído parte por la tribu, parte por la gens, parte por casas que en aquella época difícilmente podían ser aún familias individuales. Se atribuye a Rómulo el primer reparto de tierra entre los individuos, a razón de dos «jugera» (como una hectárea). Sin embargo, más tarde encontramos aún tierra en manos de las gens, sin hablar de las tierras del Estado, en torno a las cuales gira toda la historia interior de la república.

  6. La obligación de los miembros de la gens de prestarse mutuamente socorro y asistencia. En tiempos de la segunda guerra púnica, las gens se asociaron para rescatar a sus miembros hechos prisioneros; el Senado se lo prohibió.

  7. Derecho de llevar el nombre de la gens.

  8. Derecho a adoptar a extraños en la gens.

  9. El derecho de elegir y deponer al jefe no se menciona en ninguna parte. Pero como en los primeros tiempos de Roma todos los puestos, comenzando por el rey, sólo se obtenían por elección o por aclamación, y como los mismos sacerdotes de las curias eran elegidos por éstas, podemos admitir que el mismo orden regía en cuanto a los jefes («príncipes») de las gens, aun cuando pudiera ser regla elegirlos de una misma familia.

 

En un principio parece que los asuntos públicos fueron manejados por el Senado (el Consejo de Ancianos, del latín senex, anciano). Este estaba integrado por los jefes de las trescientas gens. Es por esta razón por la que fueron llamados «padres», patres, de las que más tarde reciben la denominación de patricios. Aquí vemos cómo las relaciones patriarcales originales del antiguo sistema igualitario de las gens, gradualmente produjo una aristocracia tribal privilegiada, que cristalizó en la Orden de los Patricios -la clase dominante en los inicios de la sociedad romana. Como explica Engels:

«La elección habitual del jefe de cada gens en las mismas familias creó también aquí la primera nobleza gentilicia. Estas familias se llamaban patricias y pretendían al derecho exclusivo de entrar en el Senado y al de ocupar todos los demás oficios públicos. El hecho de que con el tiempo el pueblo se dejase imponer esas pretensiones y el que éstas se transformaran en un derecho positivo, lo explica a su modo la leyenda, diciendo que Rómulo había concedido desde el principio a los senadores y a sus descendientes el patriciado con sus privilegios. El senado, como la «bulê» ateniense, decidía en muchos asuntos y procedía a la discusión preliminar de los más importantes, sobre todo de las leyes nuevas. Estas eran votadas por la asamblea del pueblo, llamada «comitia curiata» (comicios de las curias). El pueblo se congregaba agrupado por curias, y verosimilmente en cada curia por gens. Cada una de las treinta curias tenía un voto. Los comicios de las curias aprobaban o rechazaban todas las leyes, elegían todos los altos funcionarios, incluso el «rex» (el pretendido rey), declaraban la guerra (pero el Senado firmaba la paz), y en calidad de tribunal supremo decidían, siempre que las partes apelasen, en todos los casos en que se trataba de pronunciar sentencia de muerte contra un ciudadano romano. Por último, junto al Senado y a la Asamblea del pueblo, estaba el «rex», que era exactamente lo mismo que el «basileus» griego, y de ninguna manera un monarca casi absoluto, tal como nos lo presenta Mommsen. El «rex» era también jefe militar, gran sacerdote y presidente de ciertos tribunales. No tenía derechos o poderes civiles de ninguna especie sobre la vida, la libertad y la propiedad de los ciudadanos, en tanto que esos derechos no dimanaban del poder disciplinario del jefe militar o del poder judicial ejecutivo del presidente del tribunal.» (Ibíd.)

 

La división entre patricios y plebeyos no fue una diferencia exclusiva entre ricos y pobres. Algunos plebeyos se hicieron muy ricos, pero se mantuvieron en su condición de plebeyos por lo que fueron excluidos del poder estatal, que originalmente estaba monopolizado por la aristocracia del clan. El viejo populus, celoso de sus privilegios, estrictamente prohibió cualquier adición a sus propias filas desde el exterior. Parece que la propiedad de la tierra estaba bien dividida entre el populus y la plebe en partes iguales. Pero la riqueza comercial e industrial, aunque todavía no muy desarrollada, estaba, probablemente en su mayor parte, en manos de la plebe. Así, la vieja forma legal gentilicia entró en contradicción con el cambio en las relaciones económicas y sociales. El número creciente de la plebe y el creciente poder económico de su capa superior, llevó a una lucha de clases entre la plebe y los patricios que dominó la historia de Roma después de la expulsión de los etruscos.

 

El proceso exacto que destruyó la antigua sociedad gentilicia no está claro. El aumento de la riqueza derivada del comercio de la sal debió haber jugado un papel, fortaleciendo la posición de la vieja aristocracia tribal y creando un abismo creciente entre la aristocracia y los miembros pobres de la gens. Lo que está claro es que el aumento de la propiedad privada creó profundas divisiones en la sociedad desde tiempos muy tempranos. La dureza de las leyes de propiedad en los inicios de la sociedad romana coincidió con la forma de la familia, que en Roma adquirió la expresión más extrema del patriarcado. El (hombre) cabeza de la familia gozaba de un poder absoluto sobre todos los demás miembros de la familia, quiénes también fueron considerados como propiedad privada, un hecho que ya había sido señalado por Hegel:

 

«Encontramos así, no hermosas relaciones familiares entre los romanos; no relaciones libres llenas de amor y sentimiento. El lugar de la confianza es usurpado por el principio del rigor, la dependencia y la subordinación. El matrimonio, en su forma estricta y formal, llevaba bastante el aspecto de un simple contrato; la mujer era parte de la propiedad del marido (in manum onventio) y la ceremonia de matrimonio se basa en un coemtio, en una forma tal que podría haber sido adoptada en ocasión a cualquier otra compra. El marido adquirió un poder sobre su esposa, tal como lo tenía sobre su hija; no menos que por encima de su propiedad; de modo que todo lo que ella pudo ganar, lo ganó por su marido […].

«[…] La relación de los hijos era exactamente similar: eran, por una parte, tan dependientes de la patria potestad como la esposa en el matrimonio; no podían poseer bienes -no había ninguna diferencia si ocupaban un alto cargo en el Estado o no (aunque el peculia castrensia y el adventitia se consideraban de manera diferente), pero por otro lado, cuando se emancipaban, no tenían ya ninguna relación con su padre y su familia. Una evidencia del grado en que la situación de los niños fue considerada como análoga a la de los esclavos, se presenta en el imaginaria servitus (mancipium), a través del cual los menores emancipados tenían que pasar. En referencia a la herencia, la moralidad parece haber exigido que los niños la tuvieran que haber compartido por igual. Entre los romanos, por el contrario, el capricho testamentario se manifiesta en su forma más dura. Así, pervertidos y desmoralizados, estamos aquí viendo las relaciones fundamentales de la ética.» (Hegel, Lecciones sobre la Filosofía de la Historia, pp. 286-7)

El antiguo sistema basado en las gens, originalmente descansaba sobre la propiedad común de la tierra. Pero la decadencia del viejo sistema bajo la presión del comercio y la expansión de la riqueza socavó todas las viejas relaciones sociales tribales. El aumento de la desigualdad dentro de la gens dio lugar a la dominación de la clase privilegiada de los patricios. La propiedad privada se estableció tan firmemente que las esposas y los niños eran considerados como propiedad privada, sobre la que los paterfamilias mandaban con mano de hierro. Hegel entendía perfectamente la relación entre la familia y el Estado:

 

«La severidad activa e inmoral de los romanos en este ámbito privado, encuentra necesariamente su contrapartida en la severidad pasiva de su unión política. Por la severidad con la que el romano era tratado por el Estado, recibía compensación al serle permitido tratar a su familia con una severidad de igual naturaleza – un sirviente por un lado, un déspota por el otro» (ibid. p. 287)

 

La nueva forma de la familia patriarcal, basada sobre el dominio tiránico de los paterfamilias, fue al mismo tiempo un reflejo de cambio social y de las relaciones de propiedad, y una sólida base sobre la cual estos últimos descansaban. Gradualmente, el Estado como órgano de dominación de una clase sobre otra se elevó por encima de la sociedad. La historia de la República romana es simplemente la continuación, la extensión y profundización de estas tendencias, que al final terminaron por destruir a la misma República.

 

 

 

Continuará »