Decenas de miles de personas tomaron las calles rápidamente en Quito y se dirigieron a la plaza donde está el palacio de gobierno para luego dirigirse al hospital donde Correa estaba secuestrado. Hubo movilizaciones de resistencia durante todo el día, las masas tragaron gases y palos; además de producirse una cantidad incontable de heridos y un muerto. A esto debemos añadir la movilización solidaria continental que recorrió desde México hasta la Patagonia con marchas, concentraciones, declaraciones, telefonemas… repudiando el intento de golpe de estado.
Cómo se desarrollaron los hechos
El conflicto se inició, aparentemente, con la “sublevación” de varios destacamentos policiales de Quito y de otras ciudades del país; que sorpresivamente dejaron de patrullar las calles y se encerraron en sus cuarteles. Su protesta iba dirigida contra la aprobación de una ley destinada a recortar una parte del presupuesto de la policía y de las fuerzas armadas contra gastos suntuarios consistentes en prebendas, bonificaciones y condecoraciones que constituían una fuente de corrupción y lucro personal,
Cerca de 1.000 policías se concentraron a las afueras del principal regimiento policial de Quito y allá fue el Presidente Correa para, según sus palabras, tratar de dialogar y detener el conflicto. Allá mismo Correa y su comitiva fueron atacados y agredidos. Correa resultó herido y debió refugiarse en el hospital de la policía donde fue atendido y operado de una rodilla. En una muestra de gran coraje y valentía, se dirigió a los amotinados desde una ventana del hospital y los desafió a que lo mataran pero les advirtió que no cedería a sus reclamos, mientras se desbotonaba la camisa y mostraba su pecho desnudo para dejar claro que no llevaba chaleco antibalas.
Paralelamente, el edificio de la Asamblea Nacional era tomado por fuerzas policiales, lo mismo que las instalaciones de la televisión pública. Y una ola de saqueos y hechos vandálicos se desataba en algunas zonas de Quito y ciudades del interior con el fin de amedrentar a la población y reforzar el vacío de poder en Ecuador.
Sólo al caer la noche, tras 11 horas de secuestro, fue cuando un cuerpo de élite del ejército con la ayuda de algunos policías leales al gobierno, tomaba por asalto el
hospital donde Correa permanecía recluido, y era liberado. De esta manera se ponía fin al amotinamiento policial y se desvanecía la perspectiva del golpe de estado.
Por las declaraciones telefónicas emitidas por el presidente Correa, mientras se encontraba secuestrado, parece que había partidarios del ex-presidente Lucio Gutiérrez infiltrados entre la policía, alentando a los sedición. También se vio por televisión al abogado de Gutiérrez dirigiendo la toma de la TV pública.
Lucio Gutiérrez fue un oficial del ejército que se sumó a la insurrección popular que derrocó al ex-presidente Jamil Mahouad en el 2000, y luego fue aupado al poder en las elecciones del 2003 con el apoyo de las principales organizaciones obreras y campesinas. Pero rápidamente se mostró como un aventurero y un corrupto, y cedió a las presiones de la oligarquía y el imperialismo de EEUU, hasta que fue derrocado por otra movilización popular en el 2005.
Es bastante probable que detrás de estos acontecimientos se encuentre la mano de Gutiérrez, un aventurero que se pasó al servicio de la oligarquía. Pero es impensable que detrás de estos sucesos no se encontrara una conspiración de una escala más amplia.
No hay que olvidar que Correa, quien también se mostró partidario del llamado “Socialismo del siglo XXI” y califica su movimiento de “revolución ciudadana”, mantiene vínculos muy sólidos con los gobiernos de Venezuela y Bolivia, y sostiene enfrentamientos muy fuertes con la oligarquía ecuatoriana, el gobierno reaccionario de Colombia y el imperialismo de EEUU.
Una conspiración más amplia
Es significativo que en las 11 horas que duró el secuestro del Presidente Correa los partidos de derecha en la Asamblea Nacional no emitieran ninguna declaración para condenar el amotinamiento policial y exigir la liberación del presidente Rafael Correa. También resulta llamativo que, pese a las declaraciones de rigor de lealtad del jefe del ejército, no saliera a las calles de Quito ni de otras zonas del país ninguna unidad del ejército para poner fin al amotinamiento policial y barrer a los sublevados de las calles de Quito, una tarea nada complicada de hacer como bien se demostró con la ocupación casi incruenta del hospital donde se encontraba retenido el presidente.
Es bastante probable que todos estos sectores, vinculados con mil y un hilos a los grandes empresarios, terratenientes y banqueros ecuatorianos y al imperialismo de EEUU, estuvieran maniobrando a la espera de que se profundizara el vacío de poder producido por el secuestro de Correa para evaluar con garantías de éxito un posible golpe de estado.
Lo único que les impedía actuar con decisión fue el miedo a la reacción popular. Y no les faltaba razón. Mientras los oficiales del ejército se encontraban cómodamente sentados en los despachos de sus cuarteles y en las oficinas ministeriales, decenas de miles de partidarios del gobierno se echaron a las calles de Quito y otras ciudades del país para movilizarse contra el golpe de estado en ciernes. Trataron de llegar al hospital policial para liberar al presidente, pero fueron detenidos por una brutal represión policial, que había cortado los accesos en los alrededores.
Sólo cuando en las primeras horas de la noche, miles de partidarios del Presidente Correa consiguieron romper la barrera policial y se acercaban al hospital fue cuando, sorpresivamente, entraron en acción 5 destacamentos del ejército que finalmente tomaron el hospital y liberaron a Correa. De esta manera, tratarán de realzar la autoridad moral del ejército y rebajar la importancia del protagonismo popular contra el triunfo del golpe.
Hay que romper el poder de la oligarquía
La principal lección que debe ser sacada por los obreros, los campesinos pobres y el movimiento popular de Ecuador está clara: mientras la oligarquía, un puñado de personas riquísimas que lucran con la expoliación del país en complicidad con el imperialismo, mantenga su poder económico y sus vínculos firmes con la oficialidad del ejército y la policía, la posibilidad de un golpe de estado contra gobiernos que gozan del apoyo popular siempre estará presente, como explicamos en nuestra primera declaración en el día de ayer. Lo mismo que la dictadura y la represión salvaje contra el movimiento obrero y campesino en aras de mantener los privilegios de la clase dominante.
Es necesario poner la riqueza y los recursos de Ecuador bajo el control y la gestión del pueblo trabajador ecuatoriano: la clase obrera, los campesinos pobres y los demás sectores populares oprimidos de la ciudad y el campo. Sólo la nacionalización de las palancas fundamentales de la economía y su planificación democrática permitirán sacar al Ecuador de su atraso y liberarlo definitivamente de las cadenas que lo atan al imperialismo.
Al mismo tiempo se hace necesario demoler el viejo aparato estatal y de represión, y sustituirlo por uno nuevo que se amolde a los intereses de los obreros y campesinos, con la elección y revocabilidad de los funcionarios y representantes públicos directamente por la población, sin salarios ni jubilaciones de privilegio; con la más amplia participación popular en la toma de decisiones de sus asuntos, por medio de la organización de comités de obreros y campesinos en los barrios y pueblos, y con la creación de una Asamblea Popular Revolucionaria integrada por delegados elegidos por estos comités obreros y campesinos, que sustituya al podrido y desprestigiado parlamentarismo burgués. Y, finalmente, sustituir las actuales fuerzas represivas por el armamento general del pueblo trabajador, con la creación de milicias obreras y campesinas.
Confiar sólo en la fuerza y organización del pueblo trabajador
Que esta vez fracasara el intento de golpe de estado no debe llevar a la complacencia ni a confiar en los supuestos sectores “leales” del ejército como advertíamos antes. Es posible, incluso, que este episodio fuera simplemente una prueba por parte de la contrarrevolución para evaluar la resistencia popular antes de decidirse a un nuevo intento más adelante, mejor preparado y organizado.
Tampoco podemos crear ilusiones en organismos como la UNASUR, que sólo sirve para emitir declaraciones lastimeras pero no goza de ningún poder real, y que ya se mostró completamente impotente para impedir el golpe de estado en Honduras. Un organismo que sienta en su mesa a reaccionarios y reconocidos enemigos de los obreros y campesinos, como Santos de Colombia o Piñera de Chile, no puede ser muy confiable; lo mismo que tampoco lo es la OEA ni los demás organismos internacionales amparados por el imperialismo.
Sólo podemos confiar en la lucha y organización de los obreros y campesinos y en la solidaridad internacional activa de los trabajadores, campesinos y los movimientos populares de América Latina y del resto del mundo. Esta es la otra gran lección de los acontecimientos que han sacudido a Ecuador y América Latina.