Durante aproximadamente dos semanas, después del 14 de enero, el país fue sacudido por una serie de huelgas generales regionales y manifestaciones de masas contra el nuevo Gobierno de Unidad Nacional (GUN) de Gannouchi. Todos los ministros clave (Defensa, Asuntos Exteriores, Primer Ministro, Presidencia, Finanzas, Asuntos Internos, etc.) del GUN habían sido ministros con Ben Ali, muchos ocupando las mismas posiciones.
La presión de abajo forzó a la dirección nacional de la UGTT a retirarse del Gobierno, y sus organizaciones locales jugaron un papel clave en la movilización contra él. La juventud revolucionaria de las regiones marchó sobre la capital Túnez, el 23 de enero, con la intención de acelerar la caída del Gobierno de Gannouchi. Una vez en la capital hubo una marcha hacia la oficina del primer ministro en la Kashbah donde instalaron un campamento, impidiendo efectivamente al GUN acceder a sus oficinas.
La oleada de huelgas regionales alcanzó su culmen con la histórica huelga general en Sfax, el 26 de enero, cuando 100.000 manifestantes marcharon por las calles de esta ciudad industrial, y también con la marcha sin precedentes de 20.000 en Sidi Bouzid el 27 de enero. El mismo día la tan esperada remodelación ministerial fue anunciada, eliminando del GUN a la mayoría de los ministros que habían sido miembros del gabinete de Ben Ali, pero dejando intacto al primer ministro Gannouchi y al presidente, ambos parte del régimen de Ben Ali.
Sin embargo, este «nuevo» Gobierno debía ser ratificado por el Consejo Administrativo del sindicato UGTT, o no habría durado ni 24 horas. Incluso habiendo votado la mayoría de sus miembros a favor, varias federaciones y los sindicatos regionales, que representan a la mayoría de los miembros de la UGTT, votaron en contra, rechazando reconocer al Gobierno. Estos fueron los casos del sindicato de Educadores de Escuelas Secundarias, la federación de Trabajadores de Correos, el sindicato de Trabajadores de la Sanidad Pública, el sindicato de los Trabajadores de Cuidados a la Juventud y la Infancia, la Federación Regional de Sfax, la Federación Regional de Bizerte y la federación Regional de Jendouba.
Ante la ausencia de una alternativa clara, cuando la dirección de la UGTT aceptó formalmente al Gobierno de Gannouchi, éste obtuvo un cierto margen de maniobra y un grado de legitimidad de los que carecía anteriormente. Y los usó rápidamente cuando el 28 de enero ordenó la brutal represión de la juventud acampada en la explanada de la Kasbah, la cual fue dispersada y devuelta a sus regiones de origen.
La revolución es una guerra entre clases y, como en la guerra entre naciones, la dirección es crucial. Una vez que el momento decisivo se desaprovecha es difícil recuperarlo. Durante dos semanas, entre el 14 y el 27 de enero, el GUN estuvo suspendido en el aire. Que los trabajadores revolucionarios y la juventud podrían haber tomado el poder se demostró gráficamente el 22 y 23 de enero, cuando las masas marcharon hacia la oficina del primer ministro y todo lo que el oficial del ejército encargado de guardar el edificio pudo hacer fue pedirles amablemente que no entraran. Los agentes de policía se estaban manifestando por todo el país exigiendo su derecho a formar un sindicato. No hubiera habido fuerza capaz de impedir a las masas revolucionarias tomar el poder.
En ese momento, en el contexto de huelgas generales regionales y manifestaciones de masas, un Consejo Revolucionario alternativo, basado en los comités locales y regionales, junto con las estructuras locales y regionales de los sindicatos, podría haber tomado el poder, pero, de hecho, nadie tomó la iniciativa de organizarlo.
Es cierto que el Frente del 14 de enero, una coalición dominada por el anteriormente ilegal Partido Comunista Obrero de Túnez (PCOT), se mantuvo firme en su oposición al Gobierno de Unidad Nacional y pidió que los comités se reforzaran a todos los niveles. En un comunicado del 28 de enero, después de la remodelación del Gobierno y la votación en el Consejo de Administración (el Comité Central) de la UGTT, incluso llamó a una Conferencia Nacional para la Defensa de la Revolución para elegir un Gobierno provisional. Pero nunca llegó al punto de convocar realmente un congreso nacional de los comités, algo que se podría haber hecho aprovechando la presencia en Túnez de la juventud revolucionaria de las provincias. Esto habría sido posible antes del 27 de enero, pero era más difícil después de que el GUN hubiera obtenido el reconocimiento de la UGTT.
A pesar de que se perdieron muchas oportunidades, esto no significa que la iniciativa revolucionaria de las masas haya retrocedido por completo y que el Gobierno Gannouchi tenga la situación bajo control. Por el contrario, el derrocamiento de Ben Ali ha desatado todas las frustraciones reprimidas de todos los sectores de la sociedad. La revolución ha cambiado su punto de vista: «ya no tenemos miedo». Grupos de trabajadores y jóvenes en todo el país están pasando a la acción directa, sin ningún respeto por ninguna autoridad establecida (que después de todo son sólo un residuo del antiguo régimen). ¡Se llegó a hablar incluso de que los imanes de las mezquitas querían crear un sindicato!
En las empresas públicas, y en los ministerios y departamentos, los trabajadores se han organizado en comités, o a través del sindicato, y han expulsado a los antiguos directivos y gerentes. En algunos casos se han negado a aceptar a los nuevos, nombrados por el Gobierno, que se ha visto obligado a cambiarlos de nuevo. Los trabajadores del Ministerio de Asuntos Exteriores se declararon en huelga y organizaron sentadas y ocupaciones hasta obtener la destitución del ministro Ahmed Ounaies, el 13 de febrero ¡Evidentemente, no es una situación normal para la clase dominante el que el Gobierno nombre a un ministro y los trabajadores del Ministerio lo echen!
En muchos medios de comunicación oficiales, periódicos, televisión y radio, los trabajadores se han organizado y han obligado a la destitución de los directivos y en grados variables han asumido el control de la línea editorial. En un caso, incluso rechazaron el director recién nombrado, ya que no habían sido consultados.
El 3 de febrero, el Gobierno decidió nombrar a nuevos gobernadores regionales. Este fue otro paso importante hacia la normalización burguesa. El derrocamiento de Ben Ali había significado el colapso total del poder del Estado en muchas ciudades, e incluso en algunas regiones enteras. Los comités revolucionarios y los consejos se habían hecho cargo de la gestión de los asuntos públicos. Desde el punto de vista de la elite dirigente era importante reafirmar el poder del Estado capitalista sobre éstos.
Revelando así sus verdaderos colores, 19 de los 24 «nuevos» gobernadores estaban relacionados con el RCD [el partido de Ben Ali] y el antiguo régimen. Esto constituyó una provocación demasiado clara y generó una nueva ola de manifestaciones y huelgas en las regiones, que en algunos casos ha provocado la expulsión de los «nuevos» gobernadores (como en Gabes, Gafsa (video) Kébili, Nabeul (video), Bizerte (video) y Béja), a menudo protegidos por el Ejército. En Redeyef (en la cuenca minera de Gafsa) una huelga general que tenía una mezcla de reivindicaciones políticas y económicas paralizó la ciudad (vídeo). En Kasserine, Kef (video) y Kebili los enfrentamientos con la policía y en algunos casos con el ejército llevaron a la muerte de varios manifestantes –las primeras víctimas asesinadas por el Gobierno de Gannouchi–. En Zaghouan el pueblo revolucionario expulsó al gobierno local (vídeo). En todos estos pueblos son los comités para la defensa de la revolución los que tienen el control efectivo sobre el orden público.
Una vez más, el Gobierno se ha visto obligado a anular su decisión y el 8 de febrero anunció que un nuevo lote de gobernadores serían designados ¡»en consulta con la UGTT»! Esto no tiene precedentes y muestra la verdadera correlación de fuerzas, incluso hoy en día. El Gobierno nombra gobernadores, que luego son rechazados y expulsados por el pueblo y el Gobierno tiene que ir a negociar con el sindicato el nombramiento de nuevos gobernadores que resulten aceptables. ¿Quién manda en el país? ¿El gobierno de Gannouchi o el pueblo revolucionario? Es evidente que en Túnez hay elementos de doble poder que siguen presentes.
El Gobierno, en otro intento de apaciguar a las masas, también se vio obligado a decretar la disolución del RCD el 7 de febrero, otra de las reivindicaciones del pueblo. Al mismo tiempo, con el fin de hacer frente a la cuestión de su propia legitimidad, Gannouchi tuvo que pedir poderes al Parlamento para gobernar por decreto. Esta es otra provocación, ya que significa que el Parlamento que le da a Gannouchi sus poderes es el parlamento de Ben Ali, conformado en su mayoría por diputados del RCD (¡el partido que acaba de ser disuelto!).
Es evidente que, mientras que el gobierno de Gannouchi ha dado algunos pasos hacia la afirmación de su poder, la situación sigue siendo muy inestable. Todos los agravios económicos y sociales que dieron origen al movimiento revolucionario todavía están presentes, y no pueden resolverse eficazmente bajo el capitalismo. Un diplomático extranjero advirtió que «el pueblo ha demostrado una gran madurez, pero podría descender a las calles de nuevo».
Un artículo de AFP acertadamente resume la situación de fermento revolucionario que todavía está presente en Túnez: «De norte a sur, el país se ha convertido durante las últimas dos semanas en una manifestación permanente: huelgas repentinas, paros salvajes, manifestaciones diarias de los empleados y los parados cuyas reivindicaciones han quedado silenciadas durante más de un cuarto de siglo. Cada día la televisión nacional muestra imágenes procedentes de las provincias de ira por la miseria y el sufrimiento».
El Gobierno sólo puede gobernar con el apoyo de los dirigentes de la UGTT. Se acaban de anunciar «negociaciones nacionales sobre una amplia gama de temas sociales». El dirigente de la UGTT, Abid Briki, advirtió que las negociaciones eran del interés del Gobierno porque, de lo contrario, se corría el riesgo de una «explosión social». Lo que el Gobierno realmente necesita es que la central sindical haga de policía en la creciente ola de huelgas. La dirección de la UGTT, encabezada por Abdesselem Jerad (que fue un partidario leal de Ben Ali hasta el último momento), estaría encantada de cumplir esa función si pudiera. Jerad salió en la televisión nacional pidiendo a sus miembros que fueran pacientes, que «demoraran» sus reivindicaciones y, sobre todo, que «coordinaran todas sus acciones con la dirección nacional». El hecho es que los dirigentes nacionales de la UGTT no dirigen este movimiento, ni nunca lo hicieron. Briki admite que no «coordinan u organizan todas estas huelgas… La UGTT ha sido rebasada por los movimientos sociales».
La dirección de la propia UGTT está siendo cuestionada, con manifestaciones regulares delante de su sede central en la capital, exigiendo la democratización del sindicato y la eliminación de Jerad y sus cómplices por su colaboración con Ben Ali. En una de estas manifestaciones Jilali Hammami, secretario general de los trabajadores de correos, explica: «Todos los implicados en la colaboración de clases con el antiguo régimen, que han vendido la sangre de los mártires, deben irse. Exigimos una democracia sindical real y un sindicato combativo al servicio de la clase obrera. No vamos a permitir que las fuerzas contrarrevolucionarias roben la revolución».
Un comentarista de un periódico de negocios comparó la situación con el Frente Popular francés y la ola de huelgas de 1936 en Francia. «¿Quién está al mando?», preguntó. Su conclusión fue que Túnez necesitaba su propio Maurice Thorez, el dirigente estalinista francés del PCF, que «tuvo el coraje de acabar con las huelgas». El problema para la clase dominante es que los Thorez tunecinos del ex partido comunista Ettajdid han quedado ampliamente desacreditados por su colaboración con Ben Ali. En realidad, forman parte del Gobierno de Gannouchi y han estado ahí desde el principio. La gente como Thorez sólo resultan útiles para la clase dominante, si son realmente capaces de mantener a las masas trabajadoras bajo control. Claramente, este no es el caso en Túnez.
Un mes después del derrocamiento revolucionario de Ben Ali, la revolución de Túnez solo acaba de comenzar. Lo único que falta es una dirección revolucionaria con una clara comprensión de las tareas que tiene por delante. Los trabajadores y los jóvenes han mostrado una enorme valentía y han sacrificado a cerca de 300 de sus mejores representantes para la causa de la transformación radical, social y política del país. Todos estos sacrificios no serán en vano. El proceso tendrá sus altibajos, pero las contradicciones fundamentales que provocaron esta revolución no pueden ser resueltas dentro de los límites del capitalismo. Los elementos más avanzados tienen que entender esto y defender firmemente un programa de poder obrero y socialismo internacional, que es la única manera de completar la revolución tunecina que se ha iniciado.
Las palabras de la madre de uno de los mártires de Kasserine lo resume así: «Estamos observado los acontecimientos, pero si no cambia nada real en la vida de la gente aquí –si no se consigue la igualdad, nuevas oportunidades, posibilidades de trabajar, si sigue el dominio del RCD…– vamos a organizar una nueva revolución».