La cúpula militar egipcia se ha hecho cargo de la dirección del país y, al mismo tiempo que promete una transición hacia la «democracia» en algún momento, está más preocupada a corto plazo sobre lo que considera «caos y desorden». Es decir, preocupada no sólo por las manifestaciones que han sacudido las principales ciudades de Egipto, sino por algo mucho más peligroso en su opinión: la creciente oleada de huelgas.
15 de febrero: Según los últimos informes, miles de trabajadores del sector público, incluidos los conductores de ambulancias y los trabajadores del transporte, están protestando por mejores salarios y condiciones. Incluso la policía se ha visto afectada por este nuevo estado de ánimo de militancia de los trabajadores. Alrededor de 200 de ellos han estado manifestándose, exigiendo mejores salarios. Trabajadores petroleros y del gas han estado protestando, al igual que los trabajadores de la industria siderúrgica nacional, así como en el sector textil, telecomunicaciones, ferrocarriles, oficinas de correos, bancos, empresas petroleras y farmacéuticas. Incluso los trabajadores de la industria del turismo realizaron una protesta cerca de las grandes pirámides.
Cientos de trabajadores bancarios se reunieron a las afueras de una sucursal del Banco de Alejandría en El Cairo. Exigían que sus jefes dimitieran. Como resultado, Tarek Amer renunció como presidente del Banco Nacional de Egipto de propiedad estatal, el principal banco comercial del país. Esto se produjo después de que airados trabajadores le impidieran llegar a su oficina. Ha sido tan grande la ola de huelgas entre los trabajadores de la banca, que el ejército declaró el lunes un día feriado, esperando así calmar el movimiento de huelga.
Los militares consideraron la prohibición de las huelgas
En respuesta a esta oleada de militancia obrera, según Al Jazeera, ayer jefes militares de Egipto estaban «preparándose para prohibir las huelgas y actuar contra ‘el caos y el desorden’ en un intento de restaurar el orden en el país tras semanas de protestas que llevaron al derrocamiento del presidente Hosni Mubarak. Una fuente militar dijo que el Consejo Militar Supremo emitiría una orden el lunes [14 de febrero] prohibiendo reuniones de los sindicatos obreros y sindicatos profesionales, prohibiendo en la práctica las huelgas, e iba a pedir a todos los egipcios que volvieran a trabajar». (Al Jazeera, 14 de febrero 2011.)
Según el mismo informe:
«Esta mañana, los manifestantes pro-democracia en la plaza decían que el ejército les había dicho que salieran de la plaza o serían detenidos. Mientras tanto, el ejército ordenó a Al Jazeera y otros medios de comunicación internacionales que dejaran de filmar en la plaza».
Esto da una indicación clara de lo que el ejército está tratando de hacer. Esto es lo que se entiende por una «transición controlada» a la democracia. Como James Bays de Al Jazeera dijo, informando desde El Cairo: «Creo que los militares están preocupados porque esto podría convertirse en protestas por todo el país. Si eso ocurriera, la única manera de evitarlo probablemente sería mediante el uso de la fuerza. Y si usan la fuerza, eso acabaría con el respeto y la legitimidad del ejército ante los ojos de la gente común».
Eso ya está empezando a ocurrir ahora, porque las masas ven lo que los jefes del ejército están haciendo. Aquellas sienten que la revolución podría escapárseles de sus manos y terminar en las de los hombres del antiguo régimen, a menos que intervengan activamente para evitar que esto suceda. Eso también explica por qué los militares tuvieron que dar un paso atrás en su plan de prohibir las huelgas.
En esto vemos cómo el Consejo Supremo del Ejército, junto con los líderes de la «oposición» burguesa, están preocupados porque la caída de Mubarak está desatando las fuerzas de clase que van más allá de meras reivindicaciones de democracia. Tenemos que recordar que para los trabajadores, la democracia significa más derechos, tales como el derecho de organizarse, de reunión y de huelga. Los trabajadores anhelan estos derechos para poder luchar por mejores salarios y condiciones.
Precisamente porque estos derechos democráticos mínimos son las condiciones básicas que permitían a los trabajadores expresarse y organizarse libremente, estos no están dispuestos a delegar todos los poderes a los jefes militares. No olvidemos que se trata de los mismos militares que sirvieron bajo Mubarak durante su dictadura de 30 años.
Al igual que los trabajadores no confían en los militares, los generales ven con preocupación el papel que la clase obrera de Egipto ha estado jugando. Cuando se hizo evidente que Mubarak estaba tratando de maniobrar para permanecer en el poder, a pesar de las protestas masivas que sacudían el país, los trabajadores en las fábricas decidieron que era hora de hacer sentir su presencia. Los generales comprenden muy bien que Mubarak recibió el empujón final cuando los trabajadores empezaron a organizarse como clase y comenzaron a declararse en huelga, y, en algunos casos, a hacerse cargo de sus lugares de trabajo.
Pero los trabajadores resistirán
14 de febrero. Foto: 3arabawyAhora, esos mismos trabajadores no estarán satisfechos con meras promesas de algún tipo de transición a la democracia. Están presionando por todas sus reivindicaciones sociales y económicas. Eso explica la ola de huelgas que se está apoderando del país. Los trabajadores quieren mejores salarios, mejores condiciones de trabajo, salud, pensiones, una vivienda digna… Estos son en realidad los problemas que estaban en la raíz de la revolución misma.
Irónicamente, para la burguesía egipcia, fue la mismísima «historia de éxito» económico de Egipto lo que ha llevado a esta situación. La clase obrera de Egipto se ha fortalecido enormemente por el auge de la década pasada. Desde 2003, el PIB egipcio ha estado creciendo a un promedio del 5,5% al año, algunos años incluso llegando a más del 7%. Esto ha significado la apertura de muchas fábricas nuevas. Y esto a su vez ha aumentado el tamaño y el peso de la clase obrera.
Sin embargo, los auges económicos no necesariamente benefician a todas las clases sociales por igual. Hubo una creciente polarización social, que tarde o temprano tenía que conducir a una confrontación entre las clases. Esta explosión se había estado gestando desde hace algún tiempo. En los últimos años hemos sido testigos en Egipto de la mayor oleada de huelgas desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Hemos informado sobre esto en los últimos años, como por ejemplo en Egipto: La victoria de los trabajadores de Mahalla revela la debilidad del régimen de Mubarak (por Frederik Ohsten y Francesco Merli, 4 de octubre de 2007) y en Una ola de huelgas sin precedentes de los obreros egipcios (por Jorge Martín, 23 de abril 2007). Nosotros hemos explicado sistemáticamente que este creciente descontento de los trabajadores llevaría más pronto o más tarde a la revolución. Ahora, ésta ha llegado, y habiendo ganado una sensación de su propio poder, los trabajadores no van a ir simplemente a trabajar como si todo hubiera sido solucionado, simplemente porque Mubarak ha desaparecido de la escena.
Los oficiales del Ejército llenan el vacío de poder
El problema que tenemos en Egipto es que a medida que se desarrolló la revolución se abrió un vacío de poder, un vacío en el que los trabajadores emergieron muy fuertes, pero por falta de un partido propio consciente y organizado, no fueron capaces de llenarlo. Por otra parte, la élite burguesa dominante no pudo contener el movimiento y, así, fueron los militares los que ocuparon este vacío.
¿Cómo ha sido esto posible? ¿A qué se debe que los mismos generales del régimen de Mubarak hayan sido capaces de asumir este papel? La respuesta a eso se puede encontrar en la manera en que la revolución se desarrolló. Todas las revoluciones en la historia han tenido un impacto en el ejército, esos cuerpos de hombres armados, como Engels los describió.
Bertold Brech, en su famoso y a menudo citado poema, «De un manual alemán de guerra», escribió lo siguiente:
General, tu tanque es muy potente;
Arrasa bosques y aplasta a cien hombres;
General, pero tiene un defecto:
Necesita un hombre que lo guíe. (…)
General, el hombre es muy útil,
Puede volar, puede matar.
General, pero tiene un defecto:
Puede pensar.
Estas líneas destacan el dilema al que se enfrentaron los jefes de las fuerzas armadas egipcias durante el levantamiento popular que se inició el 25 de enero. Millones de trabajadores, hombres y mujeres, y jóvenes salieron a las calles, alentados por lo que había sucedido en Túnez justo unos días antes. Túnez demostró que los dictadores más despóticos pueden ser derrocados una vez que las masas se mueven con decisión.
Cuando se inicia un movimiento de masas, este comienza a tener un impacto en los jóvenes que conforman el aparato estatal de represión. En tiempos normales el temor de ser disciplinados por oficiales de alto rango mantiene al ejército unido, bajo el estricto control de los comandantes supremos de la cúspide. Desobedecer órdenes significa ser severamente castigado. Sin embargo, este control se rompe cuando los soldados rasos ver a sus hermanos y hermanas, madres y padres, amigos y vecinos, saliendo a las calles en señal de protesta. ¡Empiezan a pensar!
Los soldados son entrenados y educados con la idea de que su papel es el defender a la «patria» y al pueblo. No son educados con la idea de que su tarea consiste en disparar a su propia gente. Por lo tanto, cuando estalla una revolución, el ejército está bajo una enorme presión. Por un lado, es el ejército del Estado burgués y, por eso, llamado a defender el orden burgués. Por otro, se compone principalmente de hombres jóvenes que provienen de las mismas clases que la gente en las calles y, así, están bajo presión para fraternizar con las masas.
Confraternización
Esto es lo que vimos durante la revolución egipcia. El 28 de enero, cuando las masas estaban en la plaza Tahrir, los boletines de noticias informaron de que el ejército había sido enviado a la plaza. Inicialmente, los generales pueden haber tenido la ilusión de que eso podría haber sido el final del movimiento. Pero rápidamente descubrimos que eso no fue posible, tan pronto como las imágenes de la plaza Tahrir llenaron las pantallas de televisión. Los soldados entraron en la plaza saludando a la muchedumbre, abrazando y besando a los manifestantes. Le dijeron a la gente en la plaza que estaban allí para protegerlos. En lugar del ejército hacerse cargo de la plaza, ¡el pueblo se hizo cargo del ejército! Confraternizaron de la misma manera que hemos visto en otras revoluciones a lo largo de la historia.
Esto explica por qué los jefes del ejército emitieron la declaración de que el ejército no dispararía contra el pueblo. El hecho es que si hubieran dado órdenes de disparar, se habrían enfrentado a una revuelta en las filas, no sólo de los soldados rasos, sino también de muchos oficiales de rango medio y bajo, e incluso de más arriba. El ejército se hubiera fragmentado en líneas de clase y la revolución habría ido mucho más lejos de lo que ha ido hasta ahora.
Si alguien quiere una prueba de ello, basta citar un informe:
«El 4 de febrero, el día más aterrador por la brutalidad de la policía y de los matones en la Plaza Tahrir, muchos comentaristas notaron que los militares estaban tratando de parar los ataques de los matones, pero no estaban siendo muy vigorosos o agresivos. ¿Era esto una señal de que el ejército quería que los manifestantes fueran aplastados? Desde entonces, hemos sabido que los militares en la plaza no fueron aprovisionados con balas. Los militares estaban tratando de luchar de la mejor manera posible contra la policía y los matones, pero Suleimán les había quitado las balas por temor a que se alinearan con los manifestantes y usaran la munición para derrocarlo«. (Why Egypt’s Progressives Win, (Por qué ganan los progresistas de Egipto) publicado en Jadaliyya) [El énfasis es nuestro.]
El siguiente informe, Egypt army to shoot commanders? (¿Disparará el ejército de Egipto a sus comandantes?) que apareció en Press TV el 10 de febrero, confirma los temores de Suleimán. Da cuenta de un activista en Egipto, diciendo «Creo que algunos de ellos [el personal del ejército] podrían unirse a [los] manifestantes. Hemos oído a algunos oficiales y soldados decir: ‘si recibimos la orden de disparar a la gente, dispararíamos al que emitió la orden'».
El 2 de febrero, cuando Mubarak envió a sus matones a sueldo, el objetivo era claramente el de hacer retroceder a la revolución, intimidar a los revolucionarios y cambiar la correlación de fuerzas de nuevo a favor el régimen. En su lugar, tuvo el efecto contrario. Si el régimen hubiera intentado utilizar al ejército para aplastar al pueblo, se habría derrumbado ese mismo día y, también, habría sido el fin de los jefes del ejército.
Pero, ¿qué estaba haciendo el ejército el 2 de febrero? Los jefes del ejército estaban claramente colaborando con Suleimán. La orden era de no » interferir», y así permitir que los matones pro-Mubarak entraran en la plaza y atacaran a los manifestantes anti-Mubarak. Los soldados rasos que estaban en la plaza, por el contrario, trataron de defender al pueblo, pero como el informe antes citado indica, pudieron hacer muy poco. Al final, la gente hizo retroceder a los matones reaccionarios y al día siguiente la protesta reunió aún más ímpetu, cuando las masas egipcias se enfurecieron por las escenas de violencia y salieron en defensa de la revolución en un número aún mayor.
El hecho de que las bases del ejército simpatizaran con la revolución hizo que los generales no pudieran utilizar las tropas a su antojo. Tuvieron que frenar sus propias fuerzas por temor a que estas se fragmentaran ante sus ojos. Así, para mantener el ejército unido e intacto, se vieron obligados a parecer que estaban «con el pueblo». Eso explica consignas como «el pueblo y el ejército como una sola mano» y así sucesivamente. Muchos creían que el ejército estaba realmente de su lado.
El doble juego de la casta superior de los oficiales
Sin embargo, también quedó claro para las capas más avanzadas que los jefes del ejército estaban haciendo un doble juego, haciendo declaraciones de que las reivindicaciones del pueblo estaban aseguradas en sus manos, mientras que al mismo tiempo no actuaban de manera decisiva contra Mubarak. Sin embargo, al final, para mantener la autoridad del ejército, el Consejo Supremo se vio obligado a presionar a Mubarak.
Los altos mandos del ejército pudieron así explotar la simpatía genuina de las filas del ejército para aumentar su propia autoridad ante el pueblo. De este modo, pretendía estar con la gente y con la democracia. Pero no debemos olvidar que estos hombres están a la cabeza del ejército del Estado de Mubarak. Mubarak se ha ido, pero su aparato de Estado se mantiene intacto.
Debemos recordar que en última instancia, el Estado burgués se compone de «cuerpos especiales de hombres armados», cuya misión es la defensa de la clase dominante y de sus bienes. En las condiciones creadas por el levantamiento revolucionario del pueblo egipcio, la mejor manera de que las cúpulas del ejército continúen desempeñando este papel es apareciendo al lado de la gente, es decir, no exponiendo completamente el verdadero papel de los militares.
En tal situación, el imperialismo de EE.UU. era impotente para intervenir. No había previsto la posibilidad de un movimiento revolucionario y le tomó totalmente por sorpresa. En realidad, esperaba a ver qué pasaba, para ver lo poderoso que el movimiento podría llegar a ser. Una vez que quedó claro para ellos que el movimiento era imparable, y que incluso el ejército podría romperse con amplios sectores pasándose a la revolución, de repente los imperialistas se convirtieron en «demócratas» y descubrieron los derechos del pueblo egipcio. Se proclamó que Egipto era una nación soberana que tiene que decidir sobre su propio destino. No es exactamente lo que estaban diciendo tan sólo unas semanas antes. Hasta que las masas se levantaron, Mubarak fue un «amigo» de Estados Unidos y garante de la estabilidad en la región.
Pero cada día que pasaba se puso de manifiesto que Mubarak se había convertido en un problema y, por tanto, el llamamiento de Obama para una transición a la democracia se hizo más fuerte. Se dieron cuenta de que para sacar a la gente de las calles y llevar de nuevo algún tipo de normalidad al país, Mubarak tenía que irse. Los Estados Unidos ofrecen grandes sumas de dinero de ayuda a Egipto, sobre todo en forma de ayuda militar para que sea gastado en equipamiento del ejército. Muchos oficiales egipcios han sido entrenados en los Estados Unidos y tienen vínculos directos con los militares de EE.UU. Sin duda, estos vínculos se han utilizado para hacer llegar el mensaje.
Como hemos señalado en artículos anteriores, Mubarak no estaba bajo presión exclusivamente de los EE.UU., sino también de los regímenes despóticos de la región. Mientras que Obama estaba haciendo el llamamiento para una «transición», estadistas como el Rey de Arabia Saudí tenían otras ideas. Comprendieron que la caída de Mubarak podría llegar a ser el comienzo de su propia caída. Eso explica por qué, según un informe que apareció en el sitio web Bikyamasr: «En un movimiento sorpresa, el gobierno de Arabia Saudita anunció que está estudiando disputarle a Estados Unidos la ayuda militar que otorga anualmente a Egipto por valor de $1.300 millones, en un esfuerzo por aliviar la presión norteamericana sobre el ejército egipcio». (Arabia puede disputar la ayuda militar de EE.UU. a Egipto, 10 de febrero 2011)
El régimen saudí está tratando de detener lo imparable comprando, literalmente, al ejército egipcio. El problema era que la revolución seguía en movimiento y haber escuchado el consejo del monarca saudí habría significado que la situación se le habría escapado de las manos a la cúpula militar egipcia.
Intereses de negocios directos de la élite militar
14 de febrero. Foto: 3arabawyLa élite militar de Egipto forma parte de la clase dominante, no sólo como sirvientes soldados leales, sino también como agentes activos en la economía. Como comentó The Independent el sábado, los militares egipcios, «comandan un imperio en expansión económica que produce una amplia gama de artículos de uso militar y civil y de servicios, ninguno de los cuales aparece en el presupuesto nacional. Observadores cercanos consideran al mariscal de campo, ministro de Defensa y ahora jefe del Consejo Superior Militar que tomó ayer el control de Egipto, Mohamed Tantawi, como el CEO (Gerente general) del mayor conglomerado empresarial de Egipto».
«A mediados de 1980 el Banco Mundial instó a que las empresas militares se vendieran a intereses civiles como parte de un programa de privatizaciones más amplio. El consejo fue rechazado de plano. Desde entonces, la economía militar ha seguido creciendo.
«Paradójicamente, se ha beneficiado del programa de privatizaciones, con antiguas empresas civiles del Estado que fueron entregadas al control militar».
Así, los jefes del ejército egipcio tienen un interés directo en la situación, tanto como defensores del Estado como propietarios de una parte importante de la economía.
Formalmente, Mubarak le dió poderes el Consejo Superior del Ejército para gobernar directamente. En ese sentido hay una continuidad de poder dentro del mismo régimen. El hecho de que hayan decidido mantener a los ministros de Mubarak en sus cargos es la confirmación de esto. El domingo pasado se disolvió el Parlamento y se suspendió la Constitución. Nadie estará demasiado preocupado por la disolución del Parlamento, ya que era una farsa, en cualquier caso, debido al resultado de las elecciones fraudulentas del mes de octubre pasado. Asimismo, la Constitución no preocupa demasiado, ya que era la de un régimen dictatorial.
Lo que sí está empezando a preocupar al pueblo es si los militares no se preparan para imponer restricciones al movimiento revoucionario. El primer ministro de Mubarak, el ex general Ahmed Shafiq, ha indicado que sus prioridades son, primero, «la paz y la seguridad» y medidas para evitar «el caos y el desorden».
La respuesta a las preocupaciones del pueblo ha llegado muy rápidamente. Como Robert Fisk, señaló en The Independent el lunes:
«… Cientos de sodados egipcios –muchos desarmados– aparecieron en la Plaza Tahrir para instar a los manifestantes que quedaban a que dejaran el campamento que habían ocupado durante 20 días. Al principio, la gente los recibió como amigos, ofreciéndoles comida y agua. Policías militares con boinas rojas, de nuevo sin armas, aparecieron para controlar el tráfico. Pero entonces un joven oficial empezó a azotar a los manifestantes con un bastón –los viejos hábitos tardan en morir en los hombres jóvenes vestidos con uniforme–. Y por un momento hubo una reproducción en miniatura de la furia desatada aquí por la policía de seguridad del Estado el 28 de enero».
Diferentes capas dentro del movimiento
En esto tenemos que entender que el movimiento de protesta que llevó al derrocamiento de Mubarak contiene en su interior alas y capas diferentes. Los que hicieron la revolución y garantizaron que su primera demanda fuera atendida –la eliminación de Mubarak– fueron los trabajadores, la juventud, las mujeres, el combate en las calles. Ningún partido político dirigió este movimiento.
Ahora, sin embargo, no habrá escasez de individuos y grupos que pretendan «representar al pueblo». En el movimiento se ve una brecha entre aquellos que quieren ir hasta el final y asegurarse de que esta revolución barra con todo vestigio del antiguo régimen podrido de Mubarak, y los que tratan de moderar las protestas y conducirlas por canales seguros.
Para apaciguar a las masas y sacarlas de las calles, el ejército ha prometido «elecciones libres y justas» en virtud de una Constitución que será revisada. Sin embargo, no se ha dado ninguna indicación clara de lo que sería esto, al declarar simplemente que estaría a cargo del poder «por un período temporal de seis meses o hasta el final de las elecciones a las cámaras alta y baja del parlamento, y a las elecciones presidenciales».
El ejecutivo de Google, Wael Ghonim, y el bloguero Amr Salama se reunieron recientemente con los jefes del ejército, «para entender su punto de vista y exponer los nuestros» como ellos mismos explican en una nota en uno de los sitios web pro-democracia que ayudaron a lanzar la revuelta. Dijeron que el Consejo Militar se comprometió a reformar la constitución dentro de los 10 días y someterlo a un referéndum el plazo de dos meses, en línea con las demandas de los manifestantes por el cambio democrático. Ghonim y Salama aseguraron a los activistas que el único propósito de la reunión con el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas fue «proteger y legitimar las demandas de la Revolución del 25 de enero». Este es el tipo de conversación que tiene por objeto conseguir que las masas dejen las calles y los trabajadores vuelvan a sus lugares de trabajo. Es el tipo de negociación cuyo único objetivo es conseguir alguna forma de democracia burguesa. Pero los trabajadores, las mujeres, los jóvenes, y los pobres pisoteados quieren más que eso.
En realidad, el mismo régimen de siempre sigue ahí, apenas revestido con un ropaje democrático. La razón de su amor recién descubierto por la democracia es que tiene que pisar con mucho cuidado. El balance de fuerzas de clase está enormemente inclinado a favor de los trabajadores y de la juventud. Los «cuerpos de hombres armados» en los rangos inferiores siguen estando infectados por el fervor revolucionario de las últimas semanas. Por lo tanto, los de arriba tienen que utilizar la astucia y el subterfugio. Prometen una nueva constitución y elecciones democráticas; pero no inmediatamente, por supuesto. Necesitan tiempo para consolidar su control del poder. Si ha de haber elecciones democráticas es porque necesitan formar partidos burgueses que pueden seguir defendiendo los intereses de la misma clase dominante que respaldó a Mubarak durante 30 años.
En el próximo período habrá una lucha de posiciones entre todos los políticos burgueses, que tratarán de establecer algún tipo de credibilidad entre las masas. Todos ellos serán demócratas, por supuesto. El odiado Partido Democrático Nacional de Mubarak desaparecerá, en la medida que todos sus miembros lo abandonan como ratas saltando de un barco que se hunde. Se cambiarán de ropa y reaparecerán de alguna otra forma. Se descubrirá que ellos «realmente nunca apoyaron a Mubarak», y que siempre habían deseado la democracia.
Lo hemos visto muchas veces antes en la historia. Después de la caída de Mussolini en 1943-1945 muchos ex-fascistas se reciclaron como demócrata-cristianos. En España hemos visto lo mismo con ex partidarios de Franco que reaparecieron como dirigentes del Partido Popular. En Nigeria, en 1998, el odiado dictador Abacha fue asesinado y los generales a continuación, procedieron a entregar el gobierno a un civil un año después en las elecciones. El hombre que «ganó» las elecciones de 1999 fue un general del ejército que había sido dictador en la década de 1970.
En todos estos casos hemos visto dictaduras eliminadas bajo la presión del movimiento de masas, sólo para ver el poder retomando a los representantes de la misma clase que había gobernado a través de la dictadura. La democracia fue concedida a las masas, mientras que los intereses económicos de la elite gobernante se mantuvieron intactos; en esencia, se trataba de una contrarrevolución bajo una forma democrática.
Las masas sienten su propia fuerza
El problema es que en Egipto Mubarak, trató de mantenerse en el poder hasta el amargo final a pesar del hecho de que los imperialistas le decían que era mejor que él debería haberse ido antes. Al proceder así, radicalizó más a las masas y fortaleció el movimiento revolucionario. Ahora las masas se sienten fuertes después de derrocar al déspota.
Como hemos dicho, fue la entrada en escena de la clase obrera en los últimos días del régimen de Mubarak, lo que finalmente empujó a los militares a remover al dictador. Las condiciones existían –y todavía existen– para que las masas tomaran el poder. Si hubiera habido una convocatoria de huelga general, dirigida por las organizaciones que impulsan las huelgas que están teniendo lugar ahora, combinado con ocupaciones estudiantiles de los centros de estudio y con un llamamiento consciente a los soldados para que se alinearan con las masas, ninguna fuerza podría haber impedido que la revolución se abriera camino hasta el final. Si se hubieran elegido comités en todos los lugares de trabajo, barrios, universidades y escuelas secundarias, y en los cuarteles del ejército, y si estos se hubieran vinculado entre sí nivel nacional, esto hubiera sido la base para una alternativa de poder en el país. Vimos cómo el pueblo tomó el control de la plaza Tahrir, y lo mismo sucedió en otras ciudades. Vimos a los trabajadores comenzar a tomar el control de sus lugares de trabajo. En forma embrionaria, este era el poder emergente de las masas trabajadoras.
Sin embargo, la revolución no ha llegado tan lejos todavía. Esto se debe a un factor, la falta de un partido de masas independiente de la clase obrera. Eso explica por qué hemos visto mucha improvisación y espontaneidad. Todo esto fue muy positivo para conseguir la implicación de las masas en las calles. Se cumplió el objetivo que unió a todos, la eliminación de Mubarak. Pero una vez que se fue, la falta de un partido obrero organizado se hizo muy evidente. La cuestión de quién va a gobernar el país está planteada. Es por eso que los militares pueden desempeñar el papel de árbitro, pretendiendo estar por encima de todas las clases.
Lo que ahora se abre es un nuevo período en la historia de Egipto, en el que la clase obrera presionará por todas sus demandas, mientras que la burguesía intentará estrangular la revolución. Los militares no serán capaces de destruir todas las conquistas de la revolución. Los trabajadores se han envalentonado y presionarán para construir sus propias organizaciones, como están haciendo con los sindicatos.
Por otra parte, la burguesía se reorganizará en el frente político, promocionando a todo tipo de individuos y partidos que reclamarán estar defendiendo los intereses de todos los egipcios. El punto es que cualquiera que sea la forma de gobierno en el futuro, sobre bases capitalistas no será capaz de resolver los acuciantes problemas del desempleo, los bajos salarios, las malas condiciones de vivienda, etc. Esto se deriva no del régimen de Mubarak a pesar de que agravó los problemas– sino de la naturaleza capitalista de la economía. La misma élite de ricos mantendrá su control de toda la economía.
Lo que se requiere es una ruptura total con el régimen burgués, lo que significa la expropiación de la riqueza de los grandes capitalistas, empezando por la camarilla que rodea a la familia Mubarak misma. Para que esto sea posible, los trabajadores egipcios requieren una dirección marxista revolucionaria, como la del partido bolchevique de Rusia en 1917. Pero este partido debe construirse, y antes de que eso ocurra los marxistas deben organizarse como una tendencia dentro del movimiento obrero egipcio. Esta tendencia podría comenzar la tarea de proporcionar el análisis y el programa que los trabajadores de Egipto necesitan con tanta urgencia.