El viernes pasado más de un millón de jóvenes, trabajadores y pobres egipcios se reunieron, una vez más, en la plaza Tahrir. Las masas se han levantado una vez más, en un intento por eliminar los restos del régimen de Mubarak, que sigue en el poder. No muy lejos de Tahrir, en la plaza Abbassiya, no más de un par de miles de personas se reunieron en una manifestación patética en apoyo al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA). Para los escépticos que no creían en la revolución, esto debería ser una clara demostración de la verdadera correlación de fuerzas que existe. Pero al mismo tiempo, la revolución claramente se enfrenta a obstáculos, no de fuerzas externas, sino de sus propias contradicciones internas.
Diferenciación dentro del movimiento
Los últimos diez días hemos sido testigos de las luchas más intensas entre las masas y los restos de las viejas camarillas gobernantes – el CSFA y las Fuerzas de Seguridad Central. Día tras día cientos de miles de personas se han reunido en la plaza Tahrir y se han enfrentado con la policía y el ejército. Más de 40 manifestantes han muerto y quedaron heridos más de 4.000.
Al mismo tiempo, los Hermanos Musulmanes se han posicionado completamente en contra de la revolución. No sólo anunciaron su oposición a la manifestación del viernes sino que, en una medida destinada a dividir el movimiento, convocaron una manifestación por separado contra la «judaización de Jerusalén».
Todas las fuerzas que una vez aparecieron como un bloque unido comienzan a separarse cada vez más en dos campos distintos, en el de los explotadores y en el de los explotados. Por un lado, están los hombres de negocios, es decir, los Hermanos Musulmanes, los salafistas islámicos, los liberales y el Alto Mando del Ejército. En el otro lado se encuentra la juventud, los trabajadores y los pobres, es decir, las masas trabajadoras que hicieron la revolución, pero que no ven ningún cambio significativo.
Manifestación masiva
A pesar de todos los intentos por impedirlo, cada hora decenas de miles de manifestantes ingresaban a la plaza Tahrir desde las primeras horas de la mañana del viernes 25 de noviembre. El «Viernes de la Última Oportunidad», como los organizadores habían llamado a la protesta, superó con creces el tamaño de la «Marcha del Millón de hombres», celebrada el pasado martes 22 de noviembre. Gritos de «¡El pueblo es una línea roja!», «Abajo el gobierno militar» y «Tantawi se ha vuelto loco y ahora quiere ser presidente», se oyeron por toda la plaza. Además de El Cairo, decenas de miles de personas se concentraron en otras ciudades de Egipto.
«Yo he vine aquí el Sábado para unirme a mis hermanos, para protestar y luchar contra estos oficiales brutales», dijo a The Guardian Gamal Ali, un graduado universitario de 24 años de edad que vendía máscaras de gas en la plaza, «no tengo dinero, decidí vender máscaras durante el día para protestar por la noche».
«El ejército nos está matando porque estamos protestando por no tener trabajo. Yo hice estudios empresariales y ahora soy vendedor ambulante con lo que apenas me gano la vida», dijo resumiendo la esencia de la situación.
Todas las capas de las masas se unieron a la protesta. Un grupo de estudiantes de secundaria organizó una marcha desde Giza hacia la plaza para expresar su solidaridad. También los estudiantes de la Universidad Americana de El Cairo, que estaban en huelga y habían ocupado su escuela, se dirigieron a la manifestación.
También fue convocada una huelga por varios organismos sindicales. Sin embargo, debido a la inexistencia de un órgano nacional de coordinación, y aun de organismos regionales significativos, tal convocatoria no llegó a materializarse. A pesar de ello, varias fábricas y columnas de trabajadores marcharon a la plaza. Estos son pasos muy importantes teniendo en cuenta que la clase obrera – como se demostró en febrero – desempeñó un papel decisivo en la caída del régimen. Al final, el desarrollo futuro del movimiento dependerá de la participación de la clase obrera, pero estamos todavía en los primeros días de una clase que no ha tenido experiencia de organización a gran escala desde hace más de seis décadas. A pesar de todo esto, la organización de la clase obrera empieza a cristalizar bajo los golpes de los acontecimientos.
Lo que está claro es que los trabajadores, por lo menos a título individual, tuvieron una gran presencia en la manifestación. A pesar de que todas las plataformas políticas habían sido retiradas y se prohibieron todas las consignas políticas, el espíritu de la manifestación era de optimismo y confianza. La combatividad de los manifestantes se agrupó alrededor de tres demandas básicas: la transferencia inmediata del poder a un organismo civil, los juicios inmediatos de los funcionarios responsables de la matanza de manifestantes desde el 25 de enero, y el desmantelamiento de las Fuerzas de Seguridad Central [la policía antidisturbios].
La Junta militar está temblando
Después de unos diez días en este segundo round de la revolución egipcia, el CSFA está ahora cada vez más aislado y su gobierno está perdiendo legitimidad. Hace sólo dos semanas, una mirada superficial a la situación había llevado a muchos a creer que la oposición a los generales sólo estaba constituida por una pequeña minoría de «extremistas». Con la ayuda de los Hermanos Musulmanes, los salafistas y los partidos liberales, el CSFA ha intentado crear la ilusión de que estaba al servicio del pueblo revolucionario. Pero debajo de la superficie se estaban acumulando las contradicciones entre el gobierno del CSFA y los objetivos y las aspiraciones de las masas. Luego, el sábado 19 de noviembre en el transcurso de unas pocas horas, todo cambió.
Los generales pensaron que podrían conseguir una victoria fácil disolviendo a unos pocos de miles de manifestantes de la plaza Tahrir. Sin embargo, el ataque tuvo el efecto contrario. Marx explicó que a veces una revolución necesita el látigo de la contrarrevolución con el fin de dar un paso adelante. El ataque a la plaza Tahrir, en vez de desmoralizar a las masas y fortalecer el dominio del CSFA, tuvo el efecto de radicalizar la revolución y sacó todas las contradicciones reprimidas a la superficie.
Todas las ilusiones se vinieron abajo y la vanguardia del movimiento, que hace unas semanas parecía aislada cuando protestaba contra el gobierno del CSFA, vio unírseles amplios sectores de las masas que salieron a defender la revolución.
En los días siguientes, domingo y lunes [21 a 22 noviembre], cientos de miles salieron a las calles lo que culminó con “la marcha del millón de hombres” el martes. Por otra parte, durante el todo día siguiente entre 200.000 y 400.000 personas salieron a las calles, desafiando la espesa niebla de gases lacrimógenos potencialmente letales que las fuerzas armadas estaban usando para cubrir toda el área alrededor de Tahrir. El punto culminante de la semana fue el viernes 25 de noviembre, cuando vimos manifestaciones en las que entre 1,5 y 2 millones de personas se reunieron en la plaza Tahrir y en todo el país.
Miles de personas sufrieron heridas por los gases lacrimógenos, las balas de goma y munición real. Pero esta violencia no consiguió romper el espíritu de los manifestantes. En todo caso, fortaleció su resolución de llevar su batalla contra el consejo del gobierno militar a un nuevo nivel.
Las reacciones de los gobernantes militares también se reflejaron en su repentina pérdida de legitimidad. Al principio, negaron que algo significativo estuviera ocurriendo en la plaza Tahrir, pero a medida que el movimiento se desarrollaba el alto mando del ejército aparecía más y más aislado.
En la noche del lunes 21 de noviembre el gobierno de Essam Sharaf renunció – por segunda vez desde agosto – lo que muestra la evidente debilidad del CSFA. Pero la división no se debió a los sentimientos democráticos repentinos del gobierno de Sharaf. La presión desde abajo estaba provocando grietas en el régimen. La revolución estaba horadando la frágil base social de la Junta.
Revuelta de los oficiales
Una indicación clara de esto se vio el martes cuando, junto con millones de hombres y mujeres comunes, varios oficiales del ejército se unieron a la multitud en la plaza Tahrir con sus uniformes militares. Los agentes, que fueron llevados en los hombros de un mar de gente, expusieron públicamente la situación real en el ejército, donde está claro que los soldados rasos y los oficiales de menor rango no están todos con el CSFA. Este desafío abierto y público de los oficiales fue una advertencia a los generales de que fácilmente podría terminar como altos jefes militares sin ejército.
Una vez más, después de la movilización masiva del viernes 25 de noviembre surgió la capa de oficiales que se unió abiertamente a las manifestaciones anti-CSFA. El capitán Ahmed Shouman, que está adquiriendo gran popularidad entre la juventud revolucionaria, declaró: «El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas no refleja a todo el ejército egipcio. Debemos estar cohesionados con el pueblo egipcio una vez más. Esta es la mejor manera. Debemos recurrir a la esencia de la revolución».
Otro oficial del ejército, el mayor Samir Tamer Badr, de 37 años de edad,dijo a The Guardian: «Quiero que el pueblo sepa que hay oficiales del ejército que están con él, mis sentimientos llegaron a un punto la semana pasada cuando vi morir a gente, y el ejército dio la orden de que nosotros simplemente permaneciéramos de pie y miráramos. Se supone que debo morir por estas personas, no morir por mí. Ahora estoy dispuesto a morir en la plaza, y no tengo miedo a nada».
Hablando al lado de una ventana abierta que daba a la plaza Tahrir, y que Badr insistió en que permaneciera abierta para que él pudiera oír a la muchedumbre, afirmó que muchos otros oficiales habían estado asistiendo a las protestas en secreto vestidos de civil.
«El CSFA se compone de 19 generales y son ellos los que tienen el poder en este país. Pero esos 19 no son nada en comparación con las miles de personas que integran las fuerzas armadas. Exijo que el mariscal de campo [Tantawi] entregue el poder a un gobierno civil inmediatamente, y que se vaya», dijo.
«Por supuesto que esto me pone en peligro, pero estoy en el lado correcto. Estoy con el pueblo. Si muero, moriré con la conciencia limpia. O me matan en la plaza, o me enviarán a un tribunal militar, y luego a la cárcel.»
El Mayor, Amr Metlwaly agregó: «Yo he sido militar por un largo tiempo, y no importa si representamos a los civiles egipcios o al personal armado. Pero lo más importante de todo es que todos somos de Egipto, estamos al lado de los revolucionarios y apoyamos la revolución».
Condenó el asesinato de manifestantes como parte de un complot occidental para descarrilar la revolución en Egipto. Denunció la postura de la junta en contra de los revolucionarios y el uso de la fuerza excesiva contra los manifestantes.
Esta revolución debe causar alarma en la camarilla gobernante de Egipto (y en sus amos de los EE.UU.). Ellos saben que el ejército egipcio se compone de diferentes capas. Estos oficiales están bajo la presión de escalafones mucho más bajos, de soldados de rango ordinario y de las filas de soldados que provienen del pueblo. Egipto tiene una tradición de oficiales nacionalistas, de tendencia izquierdista. No hay que olvidar que el muy popular nacionalista egipcio Gamal Abdel Nasser, que giró hacia la izquierda durante su gobierno en la década de 1950, originalmente llegó al poder por medio de un golpe de los oficiales. En algún momento en el futuro, la repetición de tales acontecimientos, especialmente en ausencia de un partido y una dirección revolucionaria, no puede descartarse por completo.
Nuevo gobierno, viejos trucos
En cualquier caso, la oposición abierta de una capa de oficiales al CSFA expone la debilidad de éste. En un intento por recuperar parte del terreno perdido Tantawi nombró a Kamal Ganzouri como nuevo primer ministro. Ganzouri sirvió como primer ministro desde 1996 hasta 1999 bajo Mubarak, pero más tarde se distanció de él. Es evidente que los militares estaban tratando de usarlo para engañar a las masas una vez más, pero esta maniobra es evidente que no funcionó. A medida que la noticia estaba llegando a la marcha del millón de hombres en Tahrir el martes 22 de noviembre, la multitud coreaba: «¡ilegítimo, ilegítimo!»
Un manifestante, Mohammed el-Fayoumi, de 29 años, lo resumió a The Guardian, «No sólo fue primer ministro bajo Mubarak, sino también parte del antiguo régimen, durante un total de 18 años. ¿Por qué tenemos una revolución, entonces? Y luego «Otro manifestante en la plaza, de 45 años, Fatma Ramadán, dijo a la agencia Bloomberg: «Él fue quien supervisó la privatización de las empresas y el despido de los trabajadores, él tiene muchos problemas».
Es claro para todas las partes que Ganzouri no es más que un títere del CSFA. Su nombramiento se parece a la dimisión del gabinete de Ahmed Nazif de Mubarak, en los últimos días de enero. Muchas de las acciones de Tantawi, de hecho, se asemejan a las acciones de Mubarak en sus últimos días. Ha aparecido en televisión en varias ocasiones, haciendo promesas y concesiones, mezcladas con amenaza de caos y terribles repercusiones.
En cuanto a las concesiones, son vistas como demasiado pocas y que llegan demasiado tarde; y en cuanto a las amenazas sólo servirán para radicalizar aún más el movimiento en la actualidad. Una encuesta reciente muestra que el 43% de los egipcios creen que los gobernantes militares de su país están trabajando para frenar o revertir los logros de la sublevación de la plaza Tahrir. La encuesta fue realizada antes de los acontecimientos de la semana pasada.
Todo régimen necesita una base social para consolidar su dominio. El CSFA, sin embargo, ni siquiera ha comenzado a consolidar su gobierno, y ya está perdiendo su escasa base social. Está claro que la caída del CSFA es simplemente una cuestión de cuándo y cómo.
Los Hermanos Musulmanes
El aliado más importante del CSFA en los últimos nueve meses han sido los Hermanos Musulmanes. La organización, que era la leal «oposición» durante la era Mubarak, se ha mantenido fiel a su papel de ser la segunda línea de defensa del capitalismo en Egipto.
En enero y febrero, el partido se negó a apoyar públicamente la revolución lo que, de hecho, significaba su apoyo a Mubarak. Una capa mayoritaria de los jóvenes de la organización, sin embargo, se separó y se unió a la revolución en la plaza Tahrir, desafiando abiertamente a la dirección del partido.
Después de la revolución este comportamiento de los dirigentes de los Hermanos Musulmanes se ha mantenido. Ellos han sido firmes defensores del CSFA, y constantemente piden «paciencia» y «moderación» a las masas revolucionarias que han protestado contra el gobierno de la Junta. A cambio, la Junta ha elaborado las normas electorales de tal manera que los Hermanos Musulmanes y los restos del antiguo partido PND de Mubarak se aseguren una mayoría de los escaños en el nuevo Parlamento. Como bajo el régimen de Mubarak, la dirección de los Hermanos permanecerá en silencio mientras se permita el acceso del partido a los pasillos del parlamento corrupto y del aparato estatal.
Esto ha quedado claramente expuesto en la última semana. Mientras que los Hermanos, bajo una enorme presión desde abajo, tuvieron que convocar una manifestación el viernes 18 de noviembre, no tenían ninguna intención de darle seguimiento alguno. Durante ese fin de semana, donde el ejército estaba atacando violentamente manifestantes, hiriendo a miles de personas y matando a decenas, los Hermanos se distanciaron públicamente de las masas revolucionarias, y fueron tan lejos, incluso, como para desalentar a sus miembros a que participaran.
De nuevo, el martes de la semana pasada, cuando más de un millón salieron a las calles, los Hermanos desalentaron a sus miembros para que no fueran a la manifestación. En su lugar, dijeron que sus miembros deberían centrarse en las elecciones parlamentarias, que a los ojos de las masas revolucionarias ya no tenía ninguna legitimidad. Y, finalmente, el viernes pasado el partido quedó expuesto como una fuerza totalmente contrarrevolucionaria, ya que convocaron a una manifestación por separado en un intento deliberado para dividir al movimiento – un intento que si hubiera tenido éxito habría podido tener consecuencias fatales para las masas de la plaza Tahrir.
Los Hermanos han perdido toda autoridad ante los revolucionarios. Una indicación de esto se vio en el hecho de que Mohamed el Beltagi, secretario general del Partido de la Justicia y la Libertad de los Hermanos Musulmanes, tuvo que ser sacado de la plaza por sus asistentes el lunes de la semana pasada después de ser atacado por los manifestantes.
The Guardian señala acertadamente: «La dirección de los Hermanos Musulmanes se ha declarado en contra de las protestas. Esto ha sido una decisión muy mala. Son percibidos como que se han alineado junto al CSFA en contra del pueblo. Lo que ha causado una división dentro de sus propias filas: algunos miembros de los Hermanos han desobedecido las órdenes y han decidido obedecer a sus conciencias y se unieron a las protestas. Sin embargo, los Hermanos ya no pueden pretender que los números de las calles se deben a los islamistas -. Los números que hemos estado viendo en las calles de Egipto desde la noche del sábado [19 de noviembre] no pertenecen mayoritariamente a los Hermanos».
Desafortunadamente, algunos en la izquierda que dicen ser marxistas, en lugar de apelar a las bases de los Hermanos Musulmanes en líneas de clase, colaboraron con su dirección capitalista para proporcionarles credenciales anti-imperialistas y revolucionarias. Al hacer esto, sólo ayudaron a sembrar ilusiones en los Hermanos Musulmanes y a crear confusión entre una capa de la juventud. Al hacerlo, también han dañado su propia reputación y también han creado confusión en cuanto a cuál es la posición de los marxistas genuinos sobre este tema. Los marxistas genuinos se oponen al fundamentalismo islámico y explican que desempeña un papel reaccionario. Los fundamentalistas tratan de presentarse como «revolucionarios», mientras que en realidad defienden el statu quo, a los privilegiados y a los ricos a expensas de la masa obrera. Esto está quedando claro ante el ala revolucionaria del movimiento de masas en Egipto.
La necesidad de una alternativa de los trabajadores
Si una cosa ha caracterizado a la revolución egipcia, en relación con otras revoluciones, es la crisis de todas las corrientes políticas establecidas y su falta de autoridad. La razón de esto es clara. Ninguna de las grandes fuerzas políticas hoy en día representa una ruptura con el pasado. Todas ellas son «liberales», es decir, fuerzas políticas burguesas, algunas de los cuales están tratando de aprovecharse de su posición de semi-oposición durante la era Mubarak. La verdad es que no estaban realmente en contra del régimen de Mubarak, sino que era el régimen quien no las podía tolerar, como no podía tolerar ninguna forma de oposición que pudiera proporcionar un canal de expresión a la ira creciente de las masas. De hecho, muchas de ellas, al igual que los Hermanos Musulmanes, hicieron pactos secretos con el régimen. Todos estos grupos son esencialmente partidos burgueses y por tanto son orgánicamente incapaces de representar a la revolución. Es por eso que las masas correctamente no confían en ellos.
«Todo lo que les importa son las elecciones y los escaños en el parlamento», dijo Mohamed Zinhom, un mecánico de 28 años de edad, quien recibió un disparo en el brazo el pasado domingo [20 de noviembre] para Ahram Online. «Ellos nos abandonaron y se fueron a conversar con nuestros asesinos. ¿Cómo puedo confiar en ellos». Otro activista, dijo:» Las fuerzas políticas son la razón por la que estamos metidos en este lío en primer lugar. Todos trabajan para sus propios intereses y no se preocupan por el bienestar general.»
Al mismo tiempo, las organizaciones de izquierda, aparte de los que no estaban asociadas ya con el antiguo régimen, como el partido Taggammu, o bien se han aislado a través de métodos sectarios como se mencionó anteriormente; o, como el Partido Comunista de Egipto, centraron toda sus campaña política contra el «islamismo» y la «islamización». En lugar de exponer las demandas sociales y la naturaleza burguesa de los Hermanos y de los partidos islámicos, se han alineado decisivamente con los liberales «laicos» y son vistos por las masas más como «anti-musulmanes», en general, que como anti-Hermanos Musulmanes.
De hecho, de una manera u otra, todos caen en el campo reformista, lo que significa tratar de resolver los problemas de la sociedad desde dentro de los límites del sistema capitalista. Sin embargo, pensar que las reformas importantes se pueden lograr en las actuales condiciones de crisis capitalista es una utopía absoluta. La única alternativa real y sostenible a la sociedad actual es el socialismo, donde la economía y el poder del Estado se encuentren directamente bajo el control de las masas.
Por lo tanto, sin atreverse a decir lo que es verdadero, todas las partes, en última instancia, acaban moviéndose en la misma dirección, es decir, en la defensa del status quo. Por lo tanto, el nivel de confianza en los poderes constituidos es tan bajo que los activistas de la plaza Tahrir han prohibido toda la propaganda de partidos políticos, folletos, uniformes y discursos.
Pero este movimiento no va a resolver nada. Lo que obstaculiza el camino de la revolución no son las ideas políticas en general, sino las ideas políticas de los partidos establecidos. La principal debilidad de la revolución hasta ahora ha sido precisamente la falta de una dirección genuinamente revolucionaria.
Hasta ahora, a escala nacional el movimiento ha estado bajo la influencia de dirigentes liberales, cada uno de los cuales es más cobarde que el otro. Lo que se necesita hacer no es que la revolución se oponga a los partidos per se, sino que construya su propio partido, basado en los trabajadores y la juventud revolucionaria. Esta debe ser la tarea principal de todos los revolucionarios honestos.
¿Qué depara el futuro?
Nueve meses después del comienzo de la revolución egipcia, está claro para la mayoría de los egipcios que los problemas fundamentales no han sido resueltos. El desempleo y la pobreza están lejos de resolverse y alcanzan niveles históricos, al mismo tiempo, está claro que el aparato del Estado está todavía bajo el control de la contrarrevolución que no tiene intención de conceder a las masas los derechos democráticos importantes.El CSFA, que cuenta con el respaldo del imperialismo de EE.UU. y de la vieja camarilla gobernante, está maniobrando para mantenerse en el poder, pero ha perdido toda legitimidad. Las elecciones se llevan a cabo, pero el Parlamento que surgirá de esas elecciones no tendrá la autoridad que el actual régimen desearía que tuviera. El problema es ¿qué poner en su lugar?
En un movimiento contrario a la designación de Ganzouri, los activistas de la plaza Tahrir organizaron el viernes una especie de elecciones con destacados políticos como candidatos. Sobre la base de esto se presentó una alternativa de «Gobierno de Salvación Nacional» que encabezaría Mohamad El-Baradei. Esto indica que, entre los activistas, este «gobierno» ya se vería mucho más legitimado que cualquier otro organismo oficial.
El hecho, sin embargo, es que El Baradei, en lugar de ser el favorito de los revolucionarios era visto simplemente como el menos inútil de todos los políticos por los que la gente podía votar. De hecho, cuando El Baradei trató de entrar en la plaza Tahrir un poco antes ese mismo día se encontró con una resistencia tal que tuvo que ser escoltado de nuevo. La situación entre sus propios partidarios, incluso no es mucho mejor. Hace unas semanas su campaña enfrentó renuncias colectivas entre su personal de campaña en diez provincias, entre ellas El Cairo. El personal protestaba contra la forma burocrática en que estaba siendo llevada a cabo la campaña.
Esto no es una sorpresa. El Baradei fue preparado en los pasillos de la ONU y en la llamada «comunidad internacional». Acostumbrado a llegar a acuerdos en la comodidad de los hoteles de primera clase y en las salas de convenciones de lujo, es por naturaleza desconfiado de las masas y claramente se siente incómodo en su presencia. Su cobardía se mostró en el período previo a la campaña parlamentaria del año pasado, en la que pudo haber aprovechado la ocasión para reunir una capa de activistas en torno suyo, por lo menos con un programa verdaderamente democrático. Sin embargo, debido a su naturaleza desconfiada y débil, y por el hecho de que su objetivo era claramente canalizar la oposición de las masas en el camino del compromiso burgués, fracasó estrepitosamente y, posteriormente, terminó desapareciendo de la escena durante varios meses.
El hecho es que esta vez – habiendo visto claramente el potencial revolucionario de las masas para derrocar el régimen general y a los ricos que lo respaldan – él estará incluso más dispuesto a traicionar a las masas que antes. Él, probablemente, tratará de retratarse a sí mismo como el «verdadero» representante del pueblo por un breve período antes de quedar expuesto como otro perro faldero de los gobernantes y de llamar a la «unidad» detrás de algún tipo de «transición» (léase burguesa) del régimen.
No es posible prever con antelación todos los detalles de cómo se desarrollará la situación. Una revolución es un proceso infinitamente complejo, con todo tipo de posibles aberraciones temporales, y de figuras que aparecen y desaparecen conforme son puestas a prueba. Lo que podemos concluir, sin embargo, es lo siguiente.
El equilibrio de fuerzas es abrumadoramente a favor de las masas que se sienten confiadas e invictas. Al mismo tiempo, el régimen es débil, carente de legitimidad y está en una crisis profunda. Sin embargo, a pesar de esto todavía controla el Estado, y las palancas fundamentales de la economía siguen en manos de la élite burguesa dominante. El principal obstáculo que enfrenta el movimiento se encuentra en la falta de una dirección clara de la revolución que sea capaz de conducir a la toma del poder y a expropiar a los viejos gobernantes. Debido a esta falta de dirección revolucionaria, el movimiento, inevitablemente, tendrá una serie de desvíos, ya que tratará de probar todas las opciones disponibles. En el proceso, el movimiento aprenderá y pasará a un nivel superior.
Las elecciones alternativas que fueron improvisadas en la marcha del viernes pasado puede desempeñar el papel de instrumento de propaganda, pero de ninguna manera puede ofrecer una salida a la situación. Lo que se necesita son verdaderas elecciones de comités de lucha en los lugares de trabajo, en los barrios, con representantes elegidos de abajo hacia arriba en todo el país, que se unan como órgano de representación genuina del pueblo revolucionario. Para limpiar Egipto de toda la suciedad del antiguo régimen, para ofrecer a las masas una genuina expresión democrática lo que se requiere es una Asamblea Constituyente Revolucionaria, y este órgano tan sólo puede ser elegido bajo la supervisión de los comités antes descritos.
Las elecciones organizadas por el CSFA ya han perdido gran parte de su legitimidad. El ala más avanzada del movimiento llamó correctamente a un boicot. Sin embargo, un boicot en el que la gente se queda en casa en sí mismo no es suficiente. La pregunta es: ¿cuál es la alternativa? Millones de personas van a votar en estas elecciones porque lo ven como la única forma de expresar su deseo de cambio. Los partidos que se presentan, sin embargo, no puede ofrecer ese cambio. Además, el CSFA y los Hermanos Musulmanes utilizarán todos los medios a su alcance para asegurarse de que obtienen el resultado que desean. Ya hay informes de fraude electoral y violación de las reglas electorales.
El hecho es que debido a que no hay otra alternativa, las elecciones darán luz a un parlamento, aunque no sea representativo de las aspiraciones revolucionarias de las masas, y formará un gobierno. Tarde o temprano habrá un nuevo choque entre las masas y este gobierno.
Lo que se necesita es un organismo que represente a las masas – el parlamento de la revolución. Este debe estar basado en los comités revolucionarios elegidos en cada lugar de trabajo, los barrios y los cuarteles. Sólo un parlamento tal gozaría de una legitimidad revolucionaria real y tendría el derecho de dirigir la revolución egipcia.