Siempre está bien desconfiar de las propagandas, ya que su función es vendernos productos, esaltando las virtudes y disminuyendo, u omitiendo, los defectos. En el caso de las propagandas gubernamentales deberíamos tener un gran cuidado en separar la verdad de lo que es exagerado o es pura mentira, comparando lo que nos venden con la realidad.
El gobierno federal se esfuerza en mostrarnos las cifras económicas que muestran el desarrollo de Brasil. Vamos a ver algunos números que no reciben la misma atención.
Los datos del censo del IBGE (el instituto brasileño de estadística) de 2010, publicado el 16 de noviembre de este año, indican que la mitad de la población vivía el año pasado con un ingreso mensual de hasta R $ 375,00. La mitad de la población sobrevive con menos de un salario mínimo (R $ 510,00 en 2010) y con mucho menos del salario mínimo calculado por el DIEESE (R $ 2,011.03 en julio de 2010): esta no es la imagen de un país que caminara para poner fin a la pobreza. Además, el 25% de la población tenía ingresos de hasta R $ 188,00 por mes.
Continuando con las cifras del IBGE, la desigualdad en el país sigue siendo alta. Se estima que el ingreso promedio mensual del 10% más rico del país es 39 veces mayor que el ingreso del 10% más pobre. Y este 10% más rico acapara el 44,5% del ingreso total, mientras que 10% más pobre obtiene sólo el 1,1% del total.
Otro dato interesante es que los que reciben más de R $ 15.300 por mes representan sólo el 0,16% de toda la población. Es decir que uno de los lemas del movimiento Occupy Wall Street, que la lucha es del 99% de la población contra el 1%, es, en nuestro caso, muy optimista. Los ricos, los que reciben mucho más que R $ 15300 al mes, son mucho, mucho menos que el 1% de la población.
Pasando al analfabetismo: el 9,6% de la población mayor de 15 años de edad no sabe leer ni escribir. Lo que equivale a cerca de 14 millones de analfabetos. Recordamos que Cuba y Venezuela, países mucho más pobres económicamente, han erradicado el analfabetismo.
Otro número para considerar es que sólo el 45,7% de los hogares en todo el país tienen acceso a las redes de cloacas. Es decir, más de la mitad de los hogares no tienen acceso a las cloacas, lo que provoca graves problemas para la salud pública y el medio ambiente.
En mayo de ese año, el IBGE, a petición del gobierno, informó que hay 16.270.000 de brasileños que viven por debajo del umbral de pobreza extrema, el 8,5% de la población total. Hay que tomar en cuenta que los criterios para establecer la línea de la pobreza extrema limitan considerablemente el cálculo de quienes puedan ser considerados indigentes. Además de tener un ingreso mensual de hasta R $ 70.00, para ser considerados pobres son necesarios los siguientes “requisitos”; en zonas urbanas: habitar en una vivienda sin baño o que no sea de uso exclusivo, sin conexión a la red de cloacas y sin un tanque séptico; en las zonas rurales: vivir sin conexión con la red de agua pública y no contar ni con pozos ni con manantiales en la propiedad, no tener electricidad, y finalmente que en el hogar haya al menos un residente de 15 años o más analfabeto, por lo menos tres residentes de hasta 14 años de edad y al menos un residente de 65 años o más. De los 16,27 millones de brasileños que han cumplido con todos los complicados requisitos para recibir el grado de miseria, 4,8 millones tenían un ingreso mensual nominal igual a CERO.
Pero claro… la desigualdad se redujo en un 11,5% en 10 años, el analfabetismo se ha reducido un 4%. Pero ¿era para estos pequeños «avances» que los trabajadores eligieron un gobierno del PT? ¿Este era el resultado esperado después de casi nueve años del gobierno de Lula y Dilma? Estas cifras ¿son el resultado de una política que enfrenta a los patrones y defiende a los trabajadores o son el producto del desarrollo natural del capitalismo y de los intereses capitalistas en un período de crecimiento económico?
El 17 de noviembre, la agencia de calificación Standard & Poors anunció la elevación del grado de clasificación de Brasil de BBB- a BBB+. Esto significa que Brasil está mejorando principalmente en una cosa: ser un lugar seguro para los especuladores, es decir con un gobierno sumiso a las reglas del imperialismo y exitoso en contener la lucha de los trabajadores.
En un gobierno de colaboración de clases, la clase obrera siempre pierde. No se puede servir a dos amos con intereses en conflicto. Los números y los hechos muestran que los especuladores, las corporaciones multinacionales, los burgueses han ganado en los últimos años y que para los trabajadores han quedado las migajas del crecimiento económico, alabadas como gran avance.
Pero incluso las migajas comienzan a ser poco frecuentes y las que fueron concedidas pueden ser retiradas. El capitalismo es un régimen enfermo que extiende su veneno por todo el mundo. Europa y los Estados Unidos demuestran la magnitud de la crisis de la burguesía y el camino para salir de ella: presentar la cuenta a la clase obrera para que sea esta la que pague.
En Brasil, los efectos ya comienzan a hacerse sentir y el gobierno de coalición de Dilma ya está tomando medidas para apretarse el cinturón. La política de reformas pierde oxígeno en un momento de crisis. Quedan evidentes todos los límites del capitalismo en garantizar condiciones dignas de vida para la humanidad. Las masas también entran en juego en Brasil y la lucha de los trabajadores para construir un gobierno socialista es el único camino que le interesa a nuestra clase.