Este solo hecho testimonia que no es posible explicarse dichas desviaciones como meras casualidades o equivocaciones de tales o cuales personas o grupos y ni siquiera por la influencia de las particularidades o tradiciones nacionales, etc. Tiene que haber motivos fundamentales, inherentes al régimen económico y al carácter del desarrollo de todos los países capitalistas, que engendren constantemente estas desviaciones. Un pequeño libro del marxista holandés Anton Pannekoek, aparecido el año pasado con el título de Las divergencias tácticas en el movimiento obrero (Die taktischen Differenzen in der Arbeiterbewegung, Hamburg, Erdmann Dubber, 1909), es un intento interesante de investigar científicamente dichos motivos. En la exposición que sigue daremos a conocer al lector las conclusiones a que ha llegado Pannekoek, conclusiones que han de ser reconocidas como completamente justas.
Una de las causas más profundas que engendran periódicamente divergencias en cuanto a la táctica es el propio hecho del incremento del movimiento obrero. Si no lo medimos con el rasero de algún ideal fantástico, sino que lo consideramos como un movimiento práctico de hombres corrientes, evidenciaremos que el enrolamiento de nuevos y nuevos «reclutas» y la incorporación de nuevas capas de las masas trabajadoras deben verse acompañados inevitablemente por las vacilaciones en el terreno de la teoría y de la táctica, por la repetición de viejos errores, la vuelta provisional a conceptos y métodos anticuados, etc. El movimiento obrero de cada país invierte periódicamente más o menos reservas de energía, atención y tiempo para la «instrucción» de los reclutas.
Además, el ritmo de desarrollo del capitalismo no es el mismo en los diversos países y en las distintas ramas de la economía nacional. La clase obrera y sus ideólogos asimilan el marxismo de modo más fácil, más rápido, más completo y más firme en las condiciones de máximo desarrollo de la gran industria. Las relaciones económicas atrasadas o las que se van rezagando en su desarrollo conducen siempre a la aparición de partidarios del movimiento obrero que han asimilado sólo algunos aspectos del marxismo, algunas partes aisladas de la nueva concepción del mundo o consignas y reivindicaciones aisladas, sin sentirse capaces de romper decididamente con todas las tradiciones de la concepción del mundo burguesa en general y de la democráticoburguesa en particular.
Además, el carácter dialéctico del desarrollo social, que se produce en medio de contradicciones y a través de contradicciones, constituye una fuente permanente de discrepancias. El capitalismo es progresista porque destruye los viejos modos de producción y desarrolla las fuerzas productivas; pero, al mismo tiempo, al llegar a un cierto grado de su desarrollo, comienza a frenar el incremento de las fuerzas productivas. El capitalismo desarrolla, organiza, disciplina a los obreros, pero también aplasta, oprime, causa la degeneración, la miseria, etc. El propio capitalismo crea su sepulturero, el mismo crea los elementos de un nuevo régimen; pero, a la vez, sin un «salto», estos elementos aislados no cambian en nada el estado general de las cosas, no afectan en nada al dominio del capital. El marxismo, como teoría del materialismo dialéctico, sabe explicar estas contradicciones de la vida real, de la historia palpitante del capitalismo y del movimiento obrero. Ahora bien, es evidente que las masas aprenden de la vida, no de los libros, por lo que algunas personas o grupos siempre suelen exagerar y erigir en teoría unilateral, en sistema táctico unilateral tal o cual rasgo del desarrollo capitalista, tal o cual «enseñanza» derivada de este desarrollo.
Los ideólogos burgueses, los liberales y los demócratas, que no comprenden el marxismo ni el movimiento obrero moderno, saltan constantemente de un extremismo impotente a otro. Ya pretenden explicarlo todo diciendo que gentes malignas «azuzan» a una clase contra otra, ya se quieren consolar con la idea de que el partido obrero es «un partido pacífico de reformas». Producto directo de esta concepción del mundo burguesa y de su influencia son, a la vez, el anarcosindicalismo y el reformismo, que se aferran a uno de los aspectos del movimiento obrero, que elevan la unilateralidad en la teoría, declarando incompatibles entre sí las tendencias o rasgos del movimiento obrero que forman la peculiaridad específica de tal o cual período o de unas u otras condiciones en que actúa la clase obrera. Pero la vida real, la historia real abarca a estas distintas tendencias, del mismo modo que la vida y el desarrollo de la naturaleza comprende tanto la lenta evolución como los saltos bruscos, rupturas en la continuidad.
Los revisionistas consideran fraseología todos los razonamientos acerca de los «saltos» y del antagonismo de principio entre el movimiento obrero y toda la vieja sociedad. Ellos consideran las reformas como una realización parcial del socialismo. El anarcosindicalista rechaza la «labor mezquina», sobre todo la utilización de la tribuna parlamentaria. De hecho, esta última táctica se reduce a la espera de los «grandes días», sin capacidad para concentrar la fuerza que crea los grandes acontecimientos. Unos y otros frenan lo que es más importante y más apremiante: la agrupación de los obreros en organizaciones grandes, poderosas, que funcionen bien y capaces de funcionar bien en todas las circunstancias, en organizaciones impregnadas del espíritu de la lucha de clases, que tengan una visión clara de sus objetivos y estén educadas en una verdadera concepción marxista del mundo.
Aquí nos permitiremos una pequeña digresión y diremos entre paréntesis, a fin de evitar cualquier equívoco posible, que Pannekoek ilustra su análisis con ejemplos tomados exclusivamente de la historia de Europa Occidental, sobre todo de Alemania y Francia, sin tener en cuenta para nada a Rusia. Si alguna vez pudiera parecer que hace una alusión a Rusia, esto sólo se debe a que las tendencias principales que engendran determinadas desviaciones respecto de la táctica marxista se manifiestan también en nuestro país, a pesar de las enormes diferencias que en cuanto a la cultura, al modo de vida y al aspecto económico-histórico existen entre Rusia y el Occidente.
Finalmente, una causa muy importante de discrepancias entre los militantes del movimiento obrero reside en los cambios de táctica de las clases dominantes, en general, y de la burguesía, en particular. Si la táctica de la burguesía fuese siempre igual, o, por lo menos, del mismo tipo, la clase obrera aprendería rápidamente a responder a ella con una táctica también igual y del mismo tipo. Pero, de hecho, la burguesía en todos los países establece, inevitablemente, dos sistemas de gobierno, dos métodos de lucha por sus intereses y en defensa de su dominio, métodos que van alternándose o que se entrelazan en distintas combinaciones. Es, en primer término, el método de la violencia, el método que no admite concesión alguna al movimiento obrero, el método que apoya a todas las instituciones viejas y ya caducas, el método que rechaza rotundamente las reformas. Esta es la esencia de la política conservadora, que, en Europa Occidental, es cada vez menos, la política de las clases terratenientes para convertirse cada vez más en una de las variedades de la política general burguesa. El segundo método es el del «liberalismo», el de los pasos hacia el desarrollo de los derechos políticos, hacia las reformas, las concesiones, etc.
Cuando la burguesía pasa al empleo de uno u otro método, no lo hace obedeciendo al cálculo perverso de personas aisladas, ni tampoco por mera casualidad, sino en virtud del carácter profundamente contradictorio de su propia situación. Una sociedad capitalista normal no puede desarrollarse con éxito sin un régimen representativo consolidado, sin conceder ciertos derechos políticos a la población, que no puede dejar de distinguirse por sus exigencias «culturales» relativamente elevadas. Esta exigencia de un nivel cultural mínimo es originada por las condiciones del propio modo capitalista de producción, con su técnica elevada, su complejidad, flexibilidad, movilidad, rapidez en el desarrollo de la competencia mundial, etc. Las oscilaciones en la táctica de la burguesía, la transición del sistema de la violencia al de las supuestas concesiones, son propias, por lo mismo, de la historia de todos los países europeos durante el último medio siglo, con la particularidad de que, en determinados períodos, los distintos países recurren con preferencia a uno u otro método. Por ejemplo, Inglaterra era en las décadas del 60 y 70 del siglo XIX el país clásico de la política «liberal» burguesa; Alemania, en las décadas del 70 y 80, aplicaba el método de la violencia, etc.
Cuando en Alemania imperaba dicho método, el eco unilateral de este sistema de gobierno burgués fue el incremento del anarcosindicalismo, o, como lo llamaban entonces, del anarquismo en el movimiento obrero (los «Jóvenes» [1] al principio de la década del 90, Johann Most a comienzos de la del 80). Cuando en 1890 se produjo el viraje hacia las «concesiones», éste resultó ser, como siempre, aún más peligroso para el movimiento obrero, engendrando un eco igualmente unilateral del «reformismo» burgués: el oportunismo en el movimiento obrero. «La finalidad positiva, real, de la política liberal de la burguesía — dice Pannekoek — es la de desorientar a los obreros, sembrar la escisión en sus filas, transformar su política en un apéndice impotente, de la siempre impotente y efímera política del supuesto movimiento reformista».
No pocas veces la burguesía logra sus objetivos, durante cierto tiempo, por medio de la política «liberal», que es, como observa con razón Pannekoek, la política «más astuta». Parte de los obreros, parte de sus representantes, se deja engañar a veces por las aparentes concesiones. Los revisionistas declaran «anticuada» la doctrina de la lucha de clases o comienzan a aplicar una política que, de hecho, significa una renuncia a la lucha de clases. Los zigzags de la táctica burguesa intensifican el revisionismo en el movimiento obrero y muchas veces provocan en el seno de éste discrepancias que llevan hasta la escisión.
Todas las causas del tipo indicado originan divergencias en cuanto a la táctica dentro del movimiento obrero, dentro del medio proletario. Pero entre el proletariado y las capas de la pequeña burguesía que lindan con él — incluido el campesinado — no hay ni puede haber ninguna muralla de China. Se entiende que el paso de algunas personas, grupos y capas de la pequeña burguesía a las filas del proletariado no puede dejar de engendrar, por su parte, oscilaciones en la táctica de éste.
La experiencia del movimiento obrero de los diversos países nos ayuda a explicarnos, con ejemplos concretos de la actividad práctica, la esencia de la táctica marxista, contribuyendo a que los países más jóvenes sepan distinguir con mayor claridad la verdadera significación clasista de las desviaciones respecto del marxismo y puedan luchar contra ellas con mayor éxito.
NOTAS
[1] Los «Jóvenes»: denominación que se dio a un grupo pequeñoburgués y semianárquico surgido en 1890 entre los socialdemócratas alemanes. Su núcleo principal lo constituían jóvenes escritores y estudiantes (de ahí procede su nombre). El grupo se pronunciaba contra la participación de la socialdemocracia en el Parlamento. Engels llamó a los «jóvenes» «héroes de palabras revolucionarias», los cuales intentaban descomponer el partido mediante «disensión interna e intrigas». En octubre de 1891, el Congreso de Erfurt de la socialdemocracia alemana expulsó del partido a los «jóvenes».