A continuación publicamos una ponencia escrita por el marxista británico Alan Woods, que fue defendida por Celia Hart en el Taller «La utopía que necesitamos», de la Cátedra Bolívar Martí y la Sociedad Cultural José Martí celebrado en La Habana el NOTA: A continuación publicamos una ponencia escrita por el marxista británico Alan Woods, que fue defendida por Celia Hart en el Taller "La utopía que necesitamos", de la Cátedra Bolívar Martí y la Sociedad Cultural José Martí celebrado en La Habana el viernes 10 de septiembre, 2004. La conferencia se dio en el centro Hispanoamericano en el Malecón.
Hace un poco más de una década cayó la URSS. En ese momento la burguesía del mundo entero estaba eufórica. Hablaba del fin del socialismo, del fin del comunismo, del fin del marxismo. Uno de los estrategas de la burguesía –Francis Fukuyama– llegó a hablar del fin de la historia.
Pues bien, diez o veinte años en la vida de un ser humano es un periodo largo, pero en la historia apenas es nada. Históricamente hablando, es un periodo muy corto. No obstante, en este periodo tan corto hemos visto transformaciones muy impactantes. Todo el orden mundial se ha puesto patas arriba. A simple vista parece que el capitalismo ha triunfado de una forma decisiva. Pero esto está muy lejos de la verdad.
Para comprender la naturaleza del periodo actual no hace falta ser marxista. No hace falta ni siquiera ser una persona muy inteligente. Sólo hace falta enchufar la televisión para ver la cruda realidad. Hace diez años la burguesía nos prometió un mundo de paz y prosperidad (gracias a los milagros del sistema de la “libre empresa”) y ¿cómo no? la “democracia”.
Ahora todos estos sueños se han hecho añicos. No queda piedra sobre piedra de las perspectivas de los estrategas del Capital. En su lugar vemos por todas partes una pesadilla generalizada. La recuperación económica de que tanto hablaban es enormemente frágil y puede colapsar en cualquier momento con cualquier accidente como un aumento del precio de petróleo.
Miremos donde miremos hay guerras, terrorismo, caos e inestabilidad. Entonces, cuando se habla de “utopías” ¿de qué utopías estamos hablando? Si hay que hablar de ideas utópicas, habría que hablar de todas las ideas, esquemas y perspectivas planteadas por los defensores del capitalismo después del colapso de la URSS. Estas sí son utópicas en el sentido literal de la palabra (y pido perdón a Tomas Moro).
Según los defensores del capitalismo, Marx se equivocó cuando predijo la inevitabilidad de la concentración del capital en cada vez menos manos. “Lo pequeño es bello” decían. Pero las cifras demuestran todo lo contrario: nunca en toda la historia la concentración del capital ha sido más intensa que ahora.
Hoy por hoy 200 grandes empresas controlan una cuarta parte de las actividades económicas de todo el mundo. Esto es justo lo que predijo Marx en El Manifiesto del Partido Comunista –el libro más moderno de todos los tiempos– y Lenin en su libro Imperialismo, fase superior del capitalismo.
Otra idea de Marx que rechazan sus críticos burgueses es la idea de la creciente pauperización de las masas bajo el capitalismo. Ni que decir que para Marx el concepto del nivel de vida tuvo siempre un carácter relativo y no absoluto. Y en términos relativos ha habido un aumento colosal de las diferencias entre ricos y pobres, incluso en los países más ricos del planeta, empezando con los EEUU.
El grado de monopolización ha llegado a unos extremos insospechados. Hace poco el conocido escritor y periodista progresista John Pilger publicó los siguientes datos muy reveladores de la actual situación a nivel mundial: la General Motors es más grande que la economía de Dinamarca, la Ford es más grande que la de Sur África, y hay muchos más ejemplos.
Esto significa que las diferencias entre ricos y pobres también están aumentando a un ritmo vertiginoso. Para poner sólo un ejemplo: el salario de Tiger Woods, el jugador de golf estadounidense, es más alto que los salarios de todos los empleados de la Nike en Indonesia. Goldman Sachs, una empresa de inversiones de tan solo 167 socios, saca unas ganancias de $2.200 millones cada año –lo mismo que Tanzania, un país de 25 millones de habitantes–.
No se trata de un aumento de la desigualdad global sino también de un aumento de la diferencia entre ricos y pobres dentro de los países capitalistas desarrollados. Por todas partes crece la inseguridad y hay un cuestionamiento del sistema. Hemos visto las manifestaciones más grandes en toda la historia en países como Gran Bretaña y España contra la guerra de Irak. En el caso de España el descontento popular condujo directamente a la caída del gobierno de Aznar. En la India no hace mucho vimos un fenómeno similar. En EEUU hay un creciente descontento con el gobierno Bush y el inicio de grandes manifestaciones.
¿Acaso tenemos el derecho de sacar la conclusión de que el capitalismo ha solucionado los problemas del mundo, que no es necesario buscar otro sistema diferente, y que, por lo tanto, la historia ha terminado? Semejante conclusión va en contra no sólo de la lógica sino en contra de la evidencia de los sentidos.
Resulta bastante divertido leer hoy lo que los defensores del capitalismo escribían hace diez años acerca de la globalización “descubierta” por los Chicago Boys –concepto, por cierto, explicado por Marx y Engels en las páginas del Manifiesto del Partido Comunista hace 150 años–. Marx y Engels explicaron que el sistema capitalista se desarrolla necesariamente como un sistema mundial. Hoy por hoy esta predicción brillante de los fundadores del socialismo científico está planamente demostrada en la práctica.
La aplastante dominación del mercado mundial es un hecho constatable. Es el fenómeno más decisivo de nuestra época. Es la base objetiva de un futuro mundo socialista, algo que lógicamente hace imposible la estrechez nacionalista. Pero lamentablemente, como explicó Hégel hace mucho tiempo, no es la Razón que determina la historia humana, sino los intereses materiales.
A los dueños de las grandes transnacionales les importa poco la lógica de la historia. Luchan y siempre lucharán ferozmente contra las fuerzas del progreso en defensa de su poder, su riqueza y sus privilegios. Lo vemos ahora mismo en Venezuela, donde la oligarquía venezolana, apoyada por el imperialismo yanqui, está intentado por todos los medios derrotar el gobierno del Presidente Hugo Chávez.
Hay quienes nos aseguran que, después del referéndum, todo está resuelto, que la Revolución es irreversible, que la oligarquía ya está derrotada, etc., etc. En la política, como en la guerra, es muy peligroso infravalorar al enemigo y cantar victoria demasiado temprano. La verdad es que el imperialismo y la oligarquía (que son dos caras de la misma moneda) jamás se reconciliarán con la Revolución bolivariana, por la misma razón por la que jamás se reconciliarán con la Revolución cubana: porque estas Revoluciones dan un ejemplo peligroso a las masas oprimidas de toda América Latina en un momento cuando no hay ni un solo régimen burgués estable desde Tierra del Fuego hasta el Río Grande.
Hay gente (que por alguna razón que no entiendo se autodenominan “realistas”) que insiste en que la Revolución venezolana no puede expropiar a la oligarquía ya esto “provocaría a los imperialistas”. Cualquier persona sensata sabe que hay que evitar las provocaciones, pero este argumento no tiene ni pies ni cabeza. La banda criminal de George Bush no necesita ninguna provocación para actuar contra el gobierno de Hugo Chávez. Lleva años haciéndolo (¿acaso no nos dimos cuenta?). La verdad es que para estos señores la mera existencia de la Revolución venezolana (o cubana) es una provocación. Tan sólo estarán satisfechos cuando estas Revoluciones estén destruidas. Cerrar los ojos ante este hecho sería una irresponsabilidad criminal.
Otros emplean un argumento más sutil (mejor dicho, sofista): puesto que la Revolución venezolana no es socialista, sino nacional-democrática, no podemos expropiar a la oligarquía, porque la revolución nacional-democrática tiene que respetar la propiedad privada. ¿En serio? Pero en la Revolución americana del siglo XVIII, los revolucionarios nacional-democráticos no vacilaron en confiscar la propiedad de todos los que apoyaron la Corona Inglesa. Y en la Segunda Revolución americana (la Guerra Civil), Abraham Lincoln expropió la propiedad de los esclavistas sureños, sin pagar ni un centavo de indemnización.
La historia demuestra que la revolución nacional-democrática –si es consecuente– no puede detenerse hipnotizada por los “sagrados derechos” de la propiedad privada. Si la Revolución cubana hubiera hecho eso en 1960, hubiera sido derrotada sin lugar a dudas. Y no olvidemos que la Revolución rusa era objetivamente, en sus comienzos, una revolución nacional-democrática, pero necesariamente tuvo que pasar de las tareas nacional-democráticas a la expropiación de la burguesía rusa.
Recordemos que también había ciertos dirigentes bolcheviques que se opusieron a la idea de una revolución socialista en Rusia (Kamenev, Zinoviev, e inicialmente Stalin) y denunciaron a Lenin como un “izquierdista”, alegando el supuesto carácter nacional-democrático de la revolución en Rusia. Dicho sea de paso, esta idea era la base de la política menchevique, que argumentaron que la clase obrera tenía que subordinar sus intereses a los de la “burguesía progresista” –una idea que Lenin siempre combatió con uñas y dientes–.
La Revolución bolivariana ha cosechado grandes triunfos, pero todos estos triunfos pueden ser liquidados. Mientras la oligarquía siga controlando puntos clave de la economía, la Revolución siempre estará en peligro. Esto hay que reconocerlo y actuar en consecuencia.
Vamos a hablar claro. Hoy por hoy, los dos grandes obstáculos que están frenando el avance de la humanidad y la civilización son en primer lugar la propiedad privada de las fuerzas de producción, y en segundo lugar aquella reliquia de la barbarie, el estado nacional. He aquí la contradicción central: por una parte, las fuerzas productivas en el ámbito mundial han alcanzado un nivel de desarrollo que, bajo un sistema de planificación harmonioso y racional, permitiría a la humanidad solucionar todos los problemas y avanzar a un nivel de civilización y cultura nunca visto. Por otra parte, vemos un mundo trastornado por el hambre, enfermedades, violencia y guerras.
Estos fenómenos son sólo los síntomas de una enfermedad incurable, de un sistema socio-económico que ya ha perdido su razón de ser, que ya no es capaz de hacer avanzar las fuerzas productivas y la cultura como hacía en el pasado y, por lo tanto, ha entrado en una fase de degeneración senil que tiene consecuencias nefastas para todo el planeta y que constituye una grave amenaza para el futuro de la humanidad.
Por todas partes vemos una inestabilidad insólita y creciente a todos los niveles: económica, financiera, monetaria, social, política, diplomática y militar. El dominio total de los EEUU, lejos de producir una situación estable, está desestabilizando todo. Durante los últimos tres siglos por lo menos siempre hubo tres o cuatro grandes potencias en el mundo. Ahora hay sólo una. Esta situación realmente no tiene paralelos históricos que valgan. Nunca ha habido un periodo en que un solo país dominara el mundo tan absolutamente. El poder de Roma imperial, comparado con el poder de los EEUU, era un juego de niños.
Hace un siglo, el imperio británico tenía una política que dictaba que su armada siempre tenía que ser más grande que las armadas combinadas de las siguientes dos grandes potencias (por ejemplo Francia y Alemania). Pero hoy por hoy, los EEUU gasta anualmente 300.000 millones de dólares en armamento. Esto es más que Rusia, China, Japón, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Arabia Saudita, Italia, India y Corea del Sur juntos.
Este es un poder increíble y sin precedentes. Mucha gente saca conclusiones pesimistas de esto, afirmando que "no nos podemos mover, que no se puede derrotar a los EEUU". Pero semejante conclusión es un grave error. El poder del imperialismo norteamericano es tremendo, pero tiene sus límites, como demuestra la situación en Irak. Con todo el armamento, los satélites, los mísiles, el dinero que tiene en sus manos, no es capaz de mantener al pueblo iraquí en cadenas.
Los EEUU, a pesar de tener un enorme déficit presupuestario (450.000 millones de dólares), se ven obligados a aumentar continuamente los gastos armamentistas a unos niveles insoportables. Al mismo tiempo están rebajando los impuestos sobre los ricos y recortando conceptos como pensiones y salud (Medicare). Los efectos de esta situación se verán después de las elecciones presidenciales, gane quien gane.
La continuación de la guerra en Irak supone una sangría permanente, que les está costando alrededor de seis mil millones de dólares al mes, sin hablar de las constantes pérdidas de vida. Esta situación es insoportable incluso para el país más rico del mundo. La prolongación de esta situación inevitablemente conducirá a una crisis en los EEUU con dimensiones similares a la de la guerra de Vietnam – quizás más grandes todavía.
Antes de la Segunda Guerra Mundial, en una predicción brillante, un gran marxista predijo que los EEUU iban a dominar el mundo entero, pero tendrían dinamita en sus cimientos. Ahora vemos la total corrección de estas palabras. La crisis mundial del capitalismo, tarde o temprano, tendrá un eco dentro de los EEUU que creará situaciones explosivas.
Durante largo tiempo mucha gente en los EEUU creía la propaganda del llamado sueño americano. Pero ahora las actitudes están cambiando. El futuro es cada vez más incierto, cada vez más preocupante. La catástrofe del 11 de septiembre sirvió para fortalecer la tendencia más reaccionaria durante un periodo, pero este efecto se está agotando y se está preparando un giro brusco en el sentido contrario.
Aunque hablan de una recuperación económica en los EEUU, el nivel de vida de la gran mayoría no aumenta. Como una proporción del Producto Interior Bruto, los salarios en los EEUU están en su nivel mas bajo en décadas. El desempleo sigue estando a un nivel alto y, de hecho, sigue aumentando. Por otra parte el precio del petróleo está subiendo y el gobierno anuncia recortes en las pensiones y la seguridad social. Ahora en los EEUU estar enfermo es un lujo.
La física clásica dice: cada acción provoca una acción similar y contraria. Algo similar funciona en el terreno de la política. Después de la borrachera viene la resaca y cuanto más grande es la borrachera, más grande es el dolor de cabeza posterior. Ya se ven claros síntomas de un fermento en los EEUU. Lo vemos en el hecho de que la película de Michael Moore, Fahrenheit 9/11, rompió todos los records de taquilla inmediatamente. Hay muchos más síntomas, como las manifestaciones gigantescas contra el recorte del derecho de aborto y la guerra, y las protestas masivas contra Bush delante del congreso Republicano.
Pasamos por un periodo de diez o veinte años en que el péndulo internacionalmente giró bruscamente a la derecha. Primero con Reagan y Thatcher, después con Bush y Blair. Pero los efectos del colapso de la URSS ya han pasado más o menos a la historia. Por todas partes hay ataques contra el nivel de vida y el estado de bienestar. Estos ataques están preparando un enorme giro a la izquierda.
Resulta irónico, pues, que justamente en este momento se esté coreando por todas partes que hay que abandonar las ideas “anticuadas” del marxismo (o del marxismo “clásico” ¿qué mas da?).
En alguna ocasión, José Goebbels, el ministro de propaganda de Hitler, dijo: “Si vas a decir una mentira, no digas una mentira pequeña; di una mentira grande. Y si la repites y la repites hasta la saciedad, la gente acabara creyéndola”. Lamentablemente, esto es verdad.
Los defensores del capitalismo decadente poseen enormes medios de propaganda. Y emplean estos medios para atacar el comunismo y el marxismo. Dicen que el marxismo ha muerto. Pero llevan mas de 150 años diciendo lo mismo. Este hecho de por sí demuestra la enorme vitalidad y viabilidad del marxismo. ¿Acaso la clase dominante gastaría tanto tiempo, tanto dinero y tantas fuerzas atacando una idea muerta? Al contrario, sólo atacan ideas que no solamente no están muertas sino que son peligrosas para ellos y su sistema.
Lo más preocupante no es que hay gente ignorante o atrasada que acepta como buena moneda la propaganda antimarxista de la burguesía. Lo más preocupante es que hay gente (y no poca) que se llaman comunistas que lo hacen también. En la práctica (lo sepan o no) los que exigen la revisión de las ideas fundamentales del marxismo están haciendose eco de las ideas y reflejando las presiones de la burguesía. Esto es mil veces más dañino que toda la propaganda negra de la CIA.
Algunos han desertado del comunismo como ratas que saltan del barco que se hunde. Han pasado con armas y bagaje al campo de la contrarrevolución y la burguesía, como la mayoría de los antiguos dirigentes del llamado Partido Comunista de la URSS, que hoy por hoy defienden el capitalismo y se dedican a enriquecerse como ladrones que son, a través de la privatización (el robo) de la propiedad estatal. Comparada con esto, la traición de los dirigentes Socialdemócratas en 1914 era un juego de niños.
Otros, es verdad, se quedan, pero están tan desmoralizados que plantean de una forma obsesiva la necesidad de una “revisión” del marxismo que, llamando las cosas por su nombre, significa el abandono total del marxismo como una idea y un programa revolucionario, transformándolo en algo totalmente inocuo e inofensivo –marxismo descafeinado, marxismo de tertulia con una taza de café para hablar de los viejos buenos tiempos–. ¡Con “amigos” como estos no necesitamos enemigos!
Los que hablan del socialismo como algo “utópico” no han entendido nada de la actual situación mundial. Han perdido la brújula, inmersos en un estado de pesimismo que les ha conducido al escepticismo y hasta al cinismo. Pero el pesimismo, el escepticismo y el cinismo no conducen a nada positivo en la vida, y menos en la política. ¡No tienen cabida en las filas del movimiento revolucionario!
El marxismo se basa en la filosofía del materialismo dialéctico, que nos enseña que todo cambia y que las cosas pueden transformarse en su contrario. El momento del colapso de la URSS ya pasó a la historia. Es necesario reconocer que lo que colapsó en aquel entonces no era el socialismo, como alegan nuestros enemigos, sino una caricatura burocrática y totalitaria del socialismo, que acabó minando las bases de la economía nacionalizada y planificada establecida por la Gran Revolución de Octubre.
Pero el periodo después del colapso de la URSS nos ha facilitado bastantes datos para contestar a todos los argumentos de los defensores del capitalismo, empezando con Rusia. ¿Acaso la situación en Rusia hoy, después de más de una década de la “economía de la libre empresa”, es mejor que antes? No, para la aplastante mayoría es mil veces peor. ¡He aquí la realidad de la “utopía” capitalista! En los primeros seis años de la “reforma” capitalista se produjo en Rusia el mayor colapso económico de toda la historia. No hay ningún paralelo para esto –salvo una derrota catastrófica en una guerra–.
Aunque muchos no lo sepan, y algunos no quieran saberlo, todos estos acontecimientos estaban previstos de antemano por uno de los más importantes teóricos marxistas del siglo XX, León Trotsky, que ya en 1936 explicó cómo la burocracia estalinista no se conformaría con su situación privilegiada, sino que acabaría convirtiéndose en capitalista, privatizando las fuerzas productivas. También explicó las consecuencias:
“La caída de la dictadura burocrática actual, si no fuera reemplazada por un nuevo poder socialista, anunciaría, también, el regreso al sistema capitalista con una declive catastrófico de la economía y de la cultura.” Estas líneas, que parecen estar escritas ayer, son de La Revolución Traicionada, escrito en 1936.
¡Camaradas! Es necesario y urgente poner fin a la confusión, la desorientación y la dispersión del movimiento comunista. Hoy más que nunca es necesario unir nuestras filas contra el enemigo común: el imperialismo y el capitalismo. Es necesario que todos nos unamos en defensa de la Revolución Cubana y sus grandes conquistas: la nacionalización y planificación de las fuerzas productivas. Es necesario derrotar la ofensiva del imperialismo norteamericano contra Cuba y Venezuela.
Pero la mejor manera de defender estas revoluciones es mediante el fortalecimiento de la vanguardia comunista, luchando en defensa de las auténticas ideas, programa y método de Lenin y del Partido Bolchevique. Es necesario abrir un debate en profundidad acerca del futuro del comunismo, un debate sin exclusiones que admita a todas las tendencias que luchan por el comunismo, contra el capitalismo y el imperialismo. Sólo de esta manera podremos ir avanzando hacia una recomposición del movimiento comunista mundial que todos deseamos.
En este debate la aportación de los camaradas cubanos tendrá sin duda una gran importancia. Pero si decimos que vamos a luchar por la unidad de todos los comunistas, no hay que ignorar a los comunistas que, sin abandonar en ningún momento la defensa de las ideas y conquistas del Bolchevismo y la revolución de Octubre, luchamos contra el estalinismo.
Creemos que cualquier discusión del futuro del comunismo sería incompleta sin una consideración muy seria de las ideas de aquel hombre que, junto a Vladimir Ilyich Lenin, dirigió la Revolución de Octubre y formó el Ejército Rojo –Lev Davidovich Trotsky–.
Nosotros jamás hemos dejado de defender la Revolución Cubana contra sus enemigos: el imperialismo y las fuerzas de la contrarrevolución capitalista. Esta defensa es incondicional. Lo único que pedimos es que se tomen en cuenta nuestras ideas, que son ideas comunistas, firmemente basadas en las ideas de Marx, Engels y Lenin.
En resumen: Los auténticos utópicos son los reformistas que creen que la humanidad puede sobrevivir y prosperar dentro de los limites sofocantes del sistema capitalista. Esta idea está negada a cada paso por la experiencia. La continuación de este sistema podrido y caduco está creando nuevas pesadillas. A lo largo, amenaza el futuro de la cultura y la humanidad. O acabamos con la dictadura del Capital, o acabará con nosotros. No existe ninguna “tercera vía”.
Lenin dijo una vez: el marxismo es todopoderoso porque es verdad. A pesar de todas las mentiras y calumnias de los enemigos del socialismo, el marxismo es más vigente hoy que nunca. La nueva generación de luchadores, que se están forjando en la lucha, necesita estas ideas más que nunca.
La única solución para los problemas de la humanidad es el socialismo mundial. Por lo tanto, el socialismo no es una utopía sino una necesidad. En las palabras de Carlos Marx, solo hay dos alternativas para la humanidad: Socialismo o Barbarie.