La intervención militar en Malí ha comprometido a Francia en una nueva guerra imperialista. Detrás de las motivaciones oficiales, su objetivo es asegurar y ampliar las posiciones económicas y estratégicas del capitalismo francés en la región. Además de sus recursos naturales -las actuales y las potenciales – Malí, el tercer productor de oro de África, está rodeado por varios países donde las grandes empresas francesas, entre ellas Total y Areva están fuertemente implantadas. El grupo Areva obtiene en Níger un tercio de sus necesidades de uranio. Total explota el petróleo de Mauritania. El capitalismo francés domina la Costa de Marfil. Con sus vastas reservas de petróleo y gas, Argelia es el mayor socio comercial de Francia en África. Son principalmente los intereses de los grandes grupos franceses en los países vecinos de Malí los que lo convierten en una cuestión importante, desde el punto de vista estratégico, para el imperialismo francés.
François Hollande le dio la bienvenida a la aprobación «unánime» a esta guerra en la Asamblea Nacional y en el Senado. La UMP [derecha] y el Frente Nacional [extrema derecha] también la aprueban. El Partido Socialista la aprueba igualmente. Pero Hollande también ha contado con el apoyo de la dirección de nuestro propio partido, el Partido Comunista, lo cual conmocionó a muchos militantes comunistas. Esta decisión, al igual que ocurrió en 2001, durante la invasión de Afganistán, compromete a nuestro partido con la política imperialista de Francia ante el público. Esto va en contra de la tradición de antiimperialista y antimilitarista del PCF.
La verdad es la primera víctima de una guerra imperialista. Ocultar el verdadero objetivo de la guerra es de vital importancia para los imperialistas. Al igual que el primer deber del movimiento obrero – y de nuestro partido en particular – es explicar sus verdaderas causas y objetivos. Con respecto a la guerra en Malí, la dirección de nuestro partido ha fracasado en esta tarea.
¿Una guerra contra el fundamentalismo?
Según el Gobierno francés, la intervención en Malí queda justificada por la amenaza inminente de la toma de Bamako por «fundamentalistas islámicos». Oficialmente, la intervención fue, por tanto, para detener el avance de las milicias islamistas, destruirlas y proteger a la población de sus abusos. Estas nobles motivaciones son difícilmente cuestionables. El problema es que la explicación oficial es una farsa. Sólo sirve para ocultar los verdaderos objetivos de esta operación. Siempre que las potencias imperialistas lanzan una guerra, se arman con excusas «humanitarias» similares: la guerra contra Serbia era para proteger a los albaneses, los Estados Unidos invadieron Irak para proteger a los chiítas y Afganistán para proteger a las mujeres afganas y erradicar el terrorismo, la guerra en Libia era para evitar una masacre inminente de la población de Bengasi. ¿Debíamos por ello apoyar estas intervenciones?
En Malí, Francia estaría en guerra contra el yihadismo y la intervención respondería a una solicitud del régimen de Malí. Sin embargo, este régimen es una dictadura militar, culpable, también, de muchos abusos y asesinatos. Pero el Gobierno da a entender que, en comparación con los yihadistas, la dictadura militar sería un «mal menor». En cambio, en Libia, la Fuerza Aérea francesa – en alianza con Gran Bretaña y los Estados Unidos – ha apoyado poderosamente la milicia yihadista para derrocar a la dictadura de Gadafi. Las potencias occidentales han coordinado sus ataques para facilitar el movimiento en tierra de grupos como Abdel-Hakim Belhaj. Vinculado a Al Qaeda, Belhaj se hizo con el control de Trípoli después de que las fuerzas de Gadafi fueran derrotadas. En ese momento, los medios de comunicación nos presentaban a estos yihadistas no sólo como el «mal menor», sino como ¡auténticos «revolucionarios»!
En Siria, la correlación de fuerzas es comparable a la que prevaleció durante la guerra de Libia. Aquellos a los que los medios de comunicación nos presentan como «revolucionarios» son esencialmente financiados, armados y supervisados por agentes de Arabia Saudita y Qatar. El mismo François Hollande que justifica la guerra en Malí por la necesidad de luchar contra el «fundamentalismo», al mismo tiempo defiende la intervención militar en Siria para apoyar a las milicias fundamentalistas. Ya le ha concedido el reconocimiento diplomático de Francia al Consejo Nacional Sirio (CNS), cuyo componente dominante no es otro que la Hermandad Musulmana.
Así, la Francia imperialista – de la cual Hollande no es aquí más que el intérprete – no se opone de ninguna manera al «fundamentalismo islámico» por principio. En cambio, no duda en apoyar a los fanáticos fundamentalistas cuando esto puede beneficiar a sus intereses. En otras circunstancias, el imperialismo francés podría apoyar a los yihadistas en Malí, llamándolos «rebeldes» o «revolucionarios» para la ocasión, contra el régimen de Bamako. Pero en este caso, la actual guerra en Malí se lleva a cabo en beneficio de los grandes grupos capitalistas franceses y para contrarrestar las ambiciones de sus rivales, entre otros en esta región, Qatar, que financia ciertas milicias (Mujao y Ansar Eddine ) para expandir su esfera de influencia y fortalecer su posición en futuras «negociaciones». La intervención francesa es apoyada por Arabia Saudita, que, si bien arma y financia a movimientos fundamentalistas en todo el mundo, quiere poner freno a la expansión de los intereses de Qatar en el norte de África. Qatar ha fortalecido significativamente su posición en Libia, Egipto y Túnez.
Para tratar de justificar su posición, el PCF explica que cualquiera que sea nuestro análisis sobre los verdaderos objetivos de la intervención, sin embargo, logró detener a las milicias fundamentalistas, bloqueando su avance hacia la capital y permitió liberar varias ciudades que estaban bajo su control. Estos son hechos que nadie puede negar. Pero el reconocimiento de esta realidad no agota la cuestión. Si tenemos en cuenta la «protección de la población» en contra de los abusos, represión, etc., como pretexto suficiente para justificar intervenciones militares, entonces ¡deberíamos apoyar e incluso exigir intervenciones militares en muchos países! Es cierto que la intervención francesa repelió la milicia hacia el norte sin mucha dificultad por el momento. Pero estas milicias volverán a actuar de nuevo en Malí o en otras partes – y tal vez, dependiendo de las circunstancias del momento, ¡con el apoyo de Francia! – Su repliegue actual es, por así decirlo, un subproducto de una intervención que sigue siendo imperialista. Por consiguiente, este repliegue de los yihadistas no debería justificar el apoyo a esta intervención por parte de los dirigentes de nuestro partido.
¿Qué hacer?
Sin embargo, nuestra posición sobre la guerra en Malí no puede limitarse a una simple oposición de principio. Muchos compañeros que están en contra de la intervención o que sienten, al menos, que hay algo «que no está claro» en las justificaciones oficiales, no quieren ver al fundamentalismo difundirse e instalarse más allá, ya sea en África o en otros lugares. Oponerse a la intervención, dicen esencialmente, equivale a permanecer pasivos ante la amenaza fundamentalista. De hecho, nuestra actitud hacia la guerra no puede ser reducida a una especie de pacifismo pasivo. La guerra es un problema real que requiere un enfoque político también práctico. Como comunistas, necesitamos un programa de acción contra esta guerra y contra la guerra imperialista en general, de solidaridad internacionalista con las víctimas de la agresión militar – ya sean por parte de milicias fundamentalistas o de ejércitos «regulares».
¿Cuáles deberían ser los puntos clave del programa del PCF sobre la guerra en Malí? En primer lugar, el PCF debería explicar que para luchar contra el fundamentalismo, debemos comenzar por hacer frente a los poderosos intereses financieros e industriales, que son los principales proveedores de armas y equipo de las milicias, a saber, Arabia Saudí, Qatar y los otros países del Golfo. En la guerra contra Gadafi, los activos del Estado libio en el extranjero fueron embargados con el pretexto de que sus recursos fueron utilizados para financiar masacres. Debemos insistir, por lo tanto, en la expropiación de los activos de Qatar – y son considerables – en Francia. Los sindicatos en el sector bancario deberían centrarse en los movimientos de capitales entre Francia y los países que promueven el fundamentalismo – y hacerlos públicos. El PCF debería exigir el fin de todas las ventas de armas (aviones, fragatas, sistemas de defensa, etc.) Y detener los programas de entrenamiento y otras formas de cooperación militar con los Estados involucrados. En los puertos, el partido y la CGT [el principal sindicato en Francia] deberían hacer campaña para convencer a los trabajadores para que bloqueen todo los cargamentos militares destinados a Arabia Saudí, Qatar, etc. Los trabajadores de los aeropuertos deberían bloquear los vuelos de sus líneas aéreas. Por último, los grandes grupos capitalistas que practican el «terrorismo económico» mediante el saqueo de los recursos de Malí y el apoyo a regímenes corruptos y dictatoriales en África deberían ser nacionalizados, sus dirigentes expulsados, su gestión reorganizada sobre bases democráticas y sus recursos utilizados para fines progresistas.
Y no olvidemos, en medio de todos estos cálculos imperialistas, a la juventud obrera de Malí y a todos los explotados y oprimidos del país. Hay que extenderles una mano fraternal e internacionalista, basada en una política independiente, en lugar de aferrarse a la maquinaria de guerra imperialista. Es a los trabajadores malienses a los que hay que ayudar. Tenemos que darles los medios para defenderse, no sólo contra unos pocos miles de fanáticos islamistas, sino también contra los elementos no menos reaccionarios de las fuerzas armadas malienses. Este ejército se ha mostrado incapaz de defender al pueblo. Sus líderes son corruptos. Debe ser purgado y reorganizado sobre una base democrática. Los soldados del rango, salidos del pueblo y que viven en sus mismas condiciones, aliados a los trabajadores de Bamako y otras ciudades, serían el mejor baluarte contra el fanatismo armado.
Al defender la posición de clase e internacionalista que ofrecemos, es muy posible que el PCF no obtuviera mucho seguimiento en un primer momento, ya sea en Francia o en Malí. El PCF no puede ofrecer una solución inmediata a este problema. Nadie tampoco le exige tanto. Pero lo que puede hacer, sin embargo, aquí y ahora, es explicar los verdaderos intereses en juego en esta guerra, disociándose por completo de la política imperialista de Francia y sus justificaciones falsas, y así contribuir a formar la conciencia antimilitarista y revolucionaria de los trabajadores en Francia y en Malí.
La intervención militar de Francia no dará lugar a ninguna «estabilización», al igual que no lo hizo en Libia o Afganistán, como tampoco la invasión estadounidense «estabilizó» a Irak. En Europa como en África, el capitalismo no les ofrece ningún futuro a los pueblos. Es la fuente de los problemas. Más que nunca, necesitamos un partido que se posicione claramente como el enemigo implacable de este sistema y sus consecuencias desastrosas, tanto en Francia como en el extranjero. Debemos esforzarnos por corregir la política del PCF. Nuestro partido debe oponerse a la intervención imperialista en Malí, sobre la base de una política revolucionaria e internacionalista.
La Riposte
02/02/2013