Desde hace veinte meses consecutivos, aumenta en Francia el número de desempleados. Aproximadamente cinco millones de personas están desempleadas, estén censadas o no como tales. Dos millones de personas más, al no encontrar suficiente trabajo para mantenerse, sufren un desempleo «parcial». La subida de los precios y de los alquileres corroe el valor de los salarios, pensiones y subsidios. El nivel de vida de la gran mayoría de la población está cayendo. Los que estaban antes en el umbral de la «pobreza extrema» se hunden en ella. La asistencia a los Restos du Coeur (1), que ha aumentado un 12% desde el pasado invierno, es sólo un indicador entre muchos de la catástrofe social en curso.
El sombrío panorama que se avecina para Francia ha sido objeto de un «dossier especial», publicado el 17 de noviembre por la revista británica The Economist bajo el título La bomba de relojería en el corazón de Europa. En el editorial que introduce el dossier, podemos leer: «El peligro de un colapso del euro ha retrocedido por el momento, pero la mejora de la moneda única implica años de dolor. La presión por reformas y recortes presupuestarios es más feroz en Grecia, Portugal, España e Italia, que han sufrido todos huelgas de masas con enfrentamientos con la policía. Pero otro problema, el más grande de todos, aparece ahora: el de Francia.»
Este dossier se compone en gran parte, como siempre en esta revista reaccionaria, de prejuicios y verborrea infantil. Sin embargo, su propósito esencial es obvio, y suena como una amenaza. Para satisfacer las expectativas de los «mercados», al presidente François Hollande se le ordena hacer todo lo posible para reducir el «coste laboral», facilitar los despidos y acabar con las pocas protecciones que les quedan a los asalariados. Su gobierno debe aplicar una política de austeridad aún mucho más dura que la que está actualmente en vigor. Al mismo tiempo, hay que reducir los impuestos para los ricos y revisar todos los aspectos de la política del gobierno para aumentar la rentabilidad capitalista. The Economist presenta este programa como la única forma de evitar un colapso de la economía francesa comparable a lo que sucede en España. De ahí la noción de «bomba de relojería».
Después de leer este dossier, podríamos tener la tentación de encogernos de hombros y decir que The Economist es tan sólo una revista. Pero sería un error, porque expresa los intereses vitales de una clase que es todo menos indefensa.
Se trata de una clase que puede poner a los gobiernos de rodillas y destruir la economía de un país. La clase capitalista decide sobre las inversiones y la viabilidad empresarial basándose en un único criterio – el beneficio – y se burla de las consecuencias sociales de sus decisiones. La perspectiva que presenta The Economist tiene que tomarse en serio, porque ya está en curso. Y es una perspectiva que confirma – desde un punto de vista diametralmente opuesto – las perspectivas desarrolladas por los marxistas.
Con la saturación de los mercados y el abandono de la inversión productiva por los capitalistas, todo indica que la situación económica y social en Francia va a empeorar significativamente en los meses y años venideros. Desde hace décadas, la posición de Francia en el mercado mundial ha ido retrocediendo. Pero en los últimos años, la reducción de su cuota de mercado se ha acelerado de forma espectacular. Según la Comisión Europea, ¡Francia habría perdido no menos de un 20% desde 2005! El déficit comercial de Francia sobrepasa los 75 mil millones de euros. La evolución de su PIB apenas logra elevarse por encima del 0%. Las empresas se esfuerzan por reducir sus plantillas si es que no cierran o se deslocalizan.
El declive del capitalismo francés habría sido aún peor sin un alto nivel de inversión pública. Hasta cierto punto, el gasto público logró paliar las contradicciones del sistema. Sirvió para aumentar la demanda interna y subvencionar – directa o indirectamente – la actividad industrial y comercial. Proporcionó al mismo tiempo, a través de subvenciones y prestaciones sociales, una especie de freno a la propagación de la «pobreza extrema», sin por ello impedirla. Pero este papel «regulador» del Estado ha alcanzado sus límites ahora. Para evitar gravar a los ricos, el gobierno ha financiado el gasto con préstamos. La acumulación de esta deuda es de alrededor de un billón 850 mil millones de euros, es decir el 90% del PIB. El pago de esta deuda, con intereses, consume más de la mitad de los recursos anuales del Estado.
Fuera de control
El desequilibrio financiero ha alcanzado tales proporciones que está fuera de control. A pesar de la reducción del gasto público y el aumento de impuestos, ¡la deuda pública se incrementa cada año de entre 100 y 150 mil millones de euros! Decimos que esta situación está «fuera de control», ya que es imposible revertir este proceso de endeudamiento sobre la base del capitalismo. Tan sólo para frenar el aumento de la deuda pública – por no hablar de reducir el monto de la misma – se necesitaría una contracción muy fuerte de los gastos y un aumento sustancial de los impuestos, que haría caer abruptamente la demanda interna y sumiría la economía en una profunda recesión. Por el contrario, si se dejara que la deuda siguiera su curso actual, daría lugar a una crisis de solvencia, y en consecuencia una recesión igual de profunda.
Dejando de lado las recetas reaccionarias recomendadas por The Economist, hay que reconocer que la analogía con una «bomba de relojería» respecto a las perspectivas económicas para Francia, es muy pertinente. Las contradicciones del sistema aprietan como un torno, no sólo sobre el gobierno de Hollande, sino sobre toda la sociedad francesa.
Hollande no es responsable de la crisis. Pero él es el responsable de haberse arrodillado ante el sistema que la causa. Es precisamente el temor a los mercados – es decir, al poder financiero de la clase capitalista – el que está dando forma a la política de su gobierno. No es posible hacer frente a los enormes problemas sociales y económicos que existen – el desempleo, la pobreza, la desindustrialización, el deterioro de los servicios públicos, la escasez de vivienda, etc. – sin atacar frontalmente a la clase y al sistema que son responsables de esta situación, sin atacar la propiedad capitalista de los bancos, la industria y el comercio. Pero Hollande y sus ministros «socialistas» rechazan esta lucha. El «realismo» del que pretenden hacer gala representa una capitulación ante la «realidad» de un sistema incapaz de satisfacer las necesidades de la sociedad, pero en el que se hallan muy cómodamente instalados. Luchando contra el capitalismo, se sentirían como luchando contra ellos mismos.
(1) Les Restos du Coeur (Restaurantes del Corazón) es un asociación fundada en 1985 por el fallecido humorista francés Michel Colucci, alias Coluche, dedicada a ofrecer ayuda a los más desfavorecidos mediante la distribución de comida gratuita. (NdT)
Fuente: La Riposte 12 de febrero 2013 Un gouvernement dans la crainte des marchés