Ha pasado ya una semana desde la muerte de Hugo Chávez y todavía hay filas quilométricas de gente que viene de todo el país a despedir por última vez al presidente. Se han convocado nuevas elecciones para el 14 de abril y el ambiente es de una furia creciente ante las provocaciones de la oligarquía.
Es muy difícil transmitir ni siquiera una fracción del dolor y la emoción que ha presenciado Venezuela en la última semana. Según algunas apreciaciones, dos millones de personas salieron a acompañar el féretro desde el Hospital Militar hasta los Próceres dónde ha estado expuesto en capilla ardiente. La ruta seguida tiene 8 Km. y la procesión funeraria tardó más de 7 horas en recorrerla, debido a la enorme cantidad de gente que se agolpaba.
En los días siguientes, cientos de miles de personas, probablemente varios millones, guardaron fila durante horas, en algunos casos durante días, para despedirse del presidente. No se trata solamente de las misiones sociales que ha aplicado el gobierno bolivariano, sino, sobretodo, del sentimiento de que en los últimos 14 años, la aplastante mayoría de la población, trabajadores y trabajadoras, los pobres, campesinos, y muchos que se describen como de clase media, por primera vez ha tomado el futuro en sus propias manos. El profundo sentimiento de orgullo y dignidad que proporciona al pueblo trabajador el participar directamente en la revolución, haberla defendido contra los repetidos embates de la oligarquía y el imperialismo, crearon un vínculo muy fuerte con el presidente.
Mario Escalona, activista comunitario de Yaracuy, que fue entrevistado por Ewan Robertson en su excelente crónica del funeral lo explicaba de esta manera:
«Estoy aquí representando esta nueva patria que fundó el comandante. Venimos de una lucha, como nos dijo el comandante en su mensaje final. También venimos de los consejos comunales, somos voceros de consejos comunales, del poder popular, la herramienta que Hugo Chávez nos dejó. A todo el pueblo de Venezuela y a todo el mundo le decimos: Chávez no murió, está en nuestros corazones».
Claramente, el dolor no era el único sentimiento que dominaba en estos días, también había una firme determinación a defender las conquistas de la revolución y llevarla hacia adelante. Un indicio de ellos es el hecho de que inmediatamente que se hizo el anuncio de la muerte de Chávez, un grupo de motorizados del 23 de enero fueron a Chacao, dónde un pequeño grupo de estudiantes opositores se había «encadenado» exigiendo una «fe de vida de Chávez», y les dispersaron rápidamente, pegándole fuego al campamento. No han regresado.
Un camarada en Caracas nos describió una conversación que había tenido con un grupo de militantes de base en el camino hacia el funeral. Uno de ellos era una mujer, oficial de la reserva, cuyo hijo estaba haciendo el servicio militar en la frontera. Ella dijo que hablando con su madre le había dicho que si pasaba algo, le dejaría su hijo menor, tomaría un fusil y se iría a defender la revolución. Añadió que desde su punto de vista, la mejor manera de defender la revolución era hacer «de cada casa un cuartel», que el pueblo tenía que estar armado. Añadió que ella no deseaba un conflicto fratricida entre venezolanos, pero que había que defender la revolución, con las armas si fuere necesario, contra cualquier agresión de la oligarquía y el imperialismo.
Muchos que por un motivo u otro no habían participado activamente en el movimiento revolucionario durante un período de tiempo se están reactivando. Hay un sentimiento de que ahora que Chávez ya no está al frente, la tarea de defender y completar la revolución recae sobre los militantes de base.
Estas anécdotas revelan el auténtico estado de ánimo de las masas. La clase dominante está asustada. Las primeras muestras de alegría por la muerte de Chávez en algunas urbanizaciones de clase media-alta se desvanecieron rápidamente, la base de los escuálidos se recluyó en sus casas y el intento de organizar un cacerolazo en el Este de Caracas fracasó estrepitosamente.
Los medios de comunicación burgueses y el imperialismo estadounidense han insistido en la idea de que «hay que respetar la Constitución» y que la «transición» tiene que ser «con todas las garantías democráticas». Implícitamente quieren transmitir la sensación de que alguna manera el «sistema autocrático travestido de democracia» del que hablaba el editorial de El País, va a violar la constitución y las reglas democráticas. La oposición «democrática» en Venezuela fue más lejos, denunciando que la juramentación de Nicolás Maduro como presidente encargado era un «golpe constitucional» y boicoteando la sesión de la Asamblea Nacional en la que se ratificó la misma.
!Cuanta hipocresía! Estos son los mismos que se opusieron a la Constitución Bolivariana, la quemaron en sus marchas y suspendieron todos los derechos democráticos y garantías constitucionales durante el golpe de abril del 2002, en el que Washington también participó y que contó con el aplauso de El País.
Desde un punto de vista estrictamente legal no tienen razón. Chávez no era solamente presidente electo, sino que había sido re-elegido e incluso antes de jurar su nuevo mandato ya había realizado nombramientos de gobierno. La constitución establece claramente que en caso de «ausencia absoluta» del presidente, el vice-presidente tomará posesión y se convocarán nuevas elecciones en un plazo de 30 días. No se podía haber diseñado un procedimiento más democrático, uno que, por cierto, no existe en otros países, dónde la muerte del presidente no lleva a la convocatoria de nuevas elecciones. En los EEUU por ejemplo, si el presidente muere es reemplazado por el vice-presidente que termina el mandato, sin convocar nuevas elecciones. Ni que decir del caso de España, dónde el jefe del estado no es ni siquiera elegido ya que hay una monarquía, y el actual Rey Juan Carlos I fue nombrado sucesor del jefe del estado por el dictador Franco.
Sin embargo, de lo que aquí se trata no es de la legalidad constitucional. A la clase dirigente venezolana le es en realidad indiferente si Maduro (el vice-presidente) o Cabello (presidente de la Asamblea Nacional) suceden a Chávez durante cinco semanas hasta las presidenciales del 14 de abril. Lo que les interesa es crear un clima permanente de incertidumbre, y manchar todas las instituciones con la sospecha de su ilegitimidad.
Esta campaña ha provocado una contra reacción furiosa por parte del pueblo revolucionario, harto de que la llamada oposición «democrática», los que organizaron el golpe, esté constantemente cuestionando la legitimidad democrática de la revolución.
El principal dirigente de la oposición, Capriles, se lanzó a la ofensiva el viernes 8 de marzo, justo después del funeral, en unas declaraciones en la que afirmaba que la decisión del Tribunal Superior de Justicia de que Maduro debía tomar posesión como presidente era un «fraude constitucional» y diciéndole, en tono arrogante y despectivo: «Nicolás, a ti nadie te eligió presidente, chico». Esto se combinó con una campaña repugnante de la oposición que atacaba a Nicolás Maduro por haber sido «chófer de autobús», revelando el profundo odio de clase que inspira a estos «demócratas». La oligarquía, los banqueros, capitalistas y terratenientes que han gobernado el país como su finca privada durante la mayor parte de los últimos 200 años, creen firmemente que tienen el derecho divino a gobernar y no pueden tragar que alguien que provenía del pueblo y hablaba el lenguaje del pueblo fuera presidente, en el caso de Chávez. Ahora insisten que un «simple chofer» no puede ser presidente.
Para añadir insulto a la injuria, el domingo, en otra rueda de prensa, Capriles dijo que la dirección bolivariana había mentido durante dos meses sobre la enfermedad de Chávez y además que habían mentido sobre la hora y las circunstancias de su muerte. «Quien sabe cuando murió» dijo, sin presentar prueba alguna de estas acusaciones tan graves y sin permitir preguntas de los periodistas presentes. La reacción que esto provocó fue tal que Maduro advirtió a Capriles que estaba levantando un «tsunami popular de rabia» que podía llevar a la violencia.
Como demostración gráfica de la correlación de fuerzas, una enorme concentración acompañó a Maduro cuando fue a inscribirse como candidato en el CNE. Respondiendo a los insultos de la oposición !llegó manejando un autobús!. El candidato opositor Capriles ni siquiera fue a registrarse personalmente. Nadie le acompañó. Al final de la enorme movilización bolivariana, miles se quedaron discutiendo y gritando consignas. Entre ellas una que refleja muy bien el sentir de las masas: «el peo no es con Chávez, el peo es con nosotros». Capriles había acusado a Maduro de convertir la campaña en una batalla entre Chávez y Capriles. El pueblo en su sabiduría le respondió que en realidad ni siquiera se trataba de Chávez, sino de la voluntad del pueblo trabajador revolucionario.
Las elecciones presidenciales del 14 de abril se celebrarán inmediatamente después de la conmemoración del aniversario del golpe de abril del 2002 y la movilización revolucionaria que lo aplastó, lo que servirá como recordatorio de lo que está en juego. No hay duda de que se producirá una nueva victoria para la revolución. Las masas revolucionarias consideran la elección como un tributo a Chávez y una reafirmación de la necesidad de continuar con la revolución. Apoyarán de manera aplastante a Maduro en la medida que es el candidato propuesto por Chávez en diciembre, cuando advirtió sobre la gravedad de su estado de salud. Es no significa que le estén dando un cheque en blanco.
Maduro será juzgado sobre la base de sus actos y con la vara de programa de la revolución. No será la juventud sifrina de las urbanizaciones del Este de Caracas, ni los leguleyos instruidos, ni las damas y caballeros «con educación», la «gente de apellidos» como les llamó Maduro. No será la oligarquía que odia el hecho de que venga de un pasado obrero, quien le juzgará.
Más bien serán los obreros industriales de Guayana en su lucha por el control obrero; las mujeres revolucionarias de Gotcha, la fábrica ocupada en Aragua; los militantes revolucionarios de los consejos comunales del 23 de enero, Catia, Antímano, Petare y demás barrios pobres del país; los obreros petroleros; los campesinos que han visto a los suyos caer ante el sicariato de los terratenientes; los indígenas Yukpa cuyo cacique fue asesinado dos días antes de la muerte del presidente; los jóvenes y obreros que se han unido a las milicias; etc. Ellos pondrán a Maduro y el nuevo gobierno bolivariano a prueba, exigiendo lealtad a los objetivos socialistas de la revolución, que no haya conciliación con la oligarquía, que no se rebaje el programa, que no haya concesiones a aquellos cuyo único interés es destruir la revolución y sus conquistas. Ellos serán los que resistirán y luchará contra cualquier intento de la burocracia y los reformistas por seguir bloqueando la voluntad revolucionaria de las masas.
Justo antes de la muerte de Chávez ya se estaba abriendo el conflicto contra la burocracia dentro del movimiento bolivariano. Por ejemplo, en relación a la selección del candidato a la Alcaldía Mayor de Caracas. Por presión de la base (que votó en número significativo por candidatos revolucionarios alternativos en las elecciones regionales del 16 de diciembre), la dirección del PSUV había anunciado elecciones por abajo para seleccionar a todos los candidatos para las elecciones municipales (que ahora han sido pospuestas). Sin embargo, se anunció posteriormente que esto no se iba a aplicar a las elecciones para la Alcaldía Mayor. El motivo, quedó claro para todo el mundo: el antiguo ministro del comercio y uno de los representantes más conocidos del ala izquierda del movimiento, Eduardo Samán, había anunciado su intención de presentarse.
El asesinato del cacique Yukpa Sabino Romero el 3 de marzo también provocó una ola de indignación entre los activistas revolucionarios de base. Todo el mundo sabía que Sabino había sido amenazado de muerte. Su padre, de 109 años, murió como consecuencia de una golpiza el año anterior. ¿El motivo? Su papel dirigente en la lucha por el reconocimiento de las tierras indígenas en una zona, la Sierra del Perijá en la frontera con Colombia, dominada por rancheros, compañías mineras y paramilitares. Y sin embargo no se hizo nada por protegerle a él y a la lucha que representaba. Los terratenientes y las compañías mineras son directamente responsables de su muerte. Pero el estado burgués es cómplice. El propio Chávez había declarado públicamente que «entre los hacendados y los indios, éste gobierno está con los indios», y ya en el 2011 había dado orden de expropiar las tierras para entregárselas a los indígenas. Sin embargo, como en muchas otras ocasiones, esto fue bloqueado por burócratas en los ministerios, jueces y militares. En noviembre del 2012, los Yupka viajaron a Caracas, superando el bloqueo de cuatro alcabalas, para presionar por sus reivindicaciones y entrevistarse directamente con Chávez. En esa ocasión, Sabino Romero lo dijo claramente: «nosotros hemos sido revolucionarios y socialistas durante muchos años, pero el Ministerio nos manipula. El problema no es Chávez sino los que le siguen [en el escalafón]».
Los elementos de control obrero en las industrias básicas en Guayana, que fueron introducidos por el propio presidente respondiendo a las reivindicaciones de los obreros, han sido prácticamente erradicados en una campaña feroz por parte de la burocracia estatal, el gobernador «bolivariano», los burócratas sindicaleros de la FBT y aquellos que responden a los intereses de las multinacionales.
Por dar sólo un ejemplo más, los trabajadores de Cerámicas Caribe en Yaracuy, llevan tres años luchando por el contrato colectivo y sin aumento salarial, derrotando un intento del patrón por imponer un sindicato patronal. Ahora han tomado la decisión de establecer un resguardo obrero de las instalaciones ante el temor de que el patrón declare la bancarrota y se lleve la maquinaria para romper el sindicato. En todo este proceso los trabajadores han sido ignorados por parte de la inspectora de trabajo y el coordinador regional del trabajo. Hace más de un año el propio Chávez intervino en el conflicto dando instrucciones claras de que si los empresarios no atendían a las reivindicaciones de los trabajadores se expropiara la fábrica. No se llevó a cabo.
Todos estos son ejemplos de las divisiones que existen dentro del propio movimiento bolivariano entre los obreros y los pobres revolucionarios y aquellos que cínicamente juran lealtad a Chávez y a la revolución bolivariana, pero que en realidad no son más que la quinta columna de la oligarquía dentro del movimiento. Los enemigos de la revolución son la oligarquía y el imperialismo, pero también aquellos burócratas y cargos corruptos que bloquean la iniciativa revolucionaria de las masas, rebajan y diluyen políticas propuestas por el propio Chávez y en general quieren mantener el proceso revolucionario firmemente dentro de los estrechos límites del capitalismo.
La clase dirigente todavía controla palancas básicas de la economía, y las utiliza para sabotear la voluntad democrática de la mayoría, a través del acaparamiento, la especulación, la fuga de capitales y una huelga de inversiones. El aparato del estado, que sigue siendo básicamente un estado capitalista, es un obstáculo para completar la revolución.
En julio del 2011, con las noticias sobre el estado de salud del presidente, la clase dirigente lanzó una campaña sobre la necesidad de una supuesta «transición». Chávez les respondió de forma tajante: «aquí la única transición que está en marcha y tenemos que acelerar y que tenemos que consolidar es la transición del modelo capitalista, que está acabando con el mundo, al modelo socialista, que es la salvación de la humanidad.»
Depende de los activistas revolucionarios de la clase trabajadora en Venezuela el asegurarse de que esto se lleva a cabo, mediante la expropiación de la oligarquía y la destrucción del estado capitalista, sustituyéndolos por la planificación democrática de la economía y una nueva institucionalidad revolucionaria basada en los consejos socialistas de trabajadores, los consejos comunales y las milicias. Las elecciones del 14 de abril serán sólo un paso en esta lucha por completar la revolución.