José Stalin murió en un 05 de marzo de hace sesenta años. Para recordar este aniversario, vamos a publicar [en inglés] a finales de este año una nueva edición de Stalin escrito por Trotsky, basado en las notas de Trotsky. Será la primera versión completa de este libro, que no sea la edición escandalosa producida por Charles Malamuth. Mientras que está listo, nos gustaría llamar la atención a nuestros lectores del artículo escrito por Alan Woods hace diez años.
Stalin: 50 años después de la muerte del tirano
«La revolución acaba con la mentira social. La revolución es la verdad. Comienza llamando a las cosas por su nombre […] Pero la revolución en sí misma no es un proceso integral y armonioso. Está lleno de contradicciones […] La propia revolución crea un nuevo estrato dominante que busca consolidar su posición privilegiada y es propenso a verse, no como un instrumento histórico transitorio, sino como la conclusión y la coronación de la historia».
(Trotsky. La revolución desfigurada: la escuela falsificación estalinista)
Hace cincuenta años que el mundo escuchó la noticia de la muerte de Stalin. Durante décadas, la maquinaria estalinista de propaganda alentó continuamente el mito de Stalin, lo presentó como «el Lenin actual», quien, supuestamente, había dirigido el Partido Bolchevique junto a Lenin. Pero todo esto, simplemente, era algo fabricado con la intención de justificar la usurpación del poder por un tirano que destruyó el partido de Lenin, liquidó las conquistas políticas de Octubre y destruyó la Internacional Comunista.
En realidad, Stalin jugó un papel secundario en la historia del Partido Bolchevique. Entró al Comité Central en un momento en el cual había escasez de personas experimentadas en Rusia. Stalin, asistió al V Congreso del partido en Londres en 1907, pero no pronunció una sola palabra en ninguna de las sesiones. Stalin era lo que se podría llamar un «práctico» ¾un hombre de comité implicado en los aspectos administrativos y prácticos del trabajo del partido revolucionario¾. Nunca fue un teórico, un escritor o un orador. Estaba interesado en la construcción de la maquinaria del partido.
Personas como éstas pueden jugar un papel importante en el partido, en la medida que están bajo el control de una dirección firme ideológicamente y desarrollada teóricamente. Pero si intentan tomar el control del partido y sustituir la teoría por la estrechez organizativa, eso siempre es una receta acabada para el desastre. La ausencia de autoridad política y moral, siempre les lleva a recurrir al aparato para resolver los problemas internos. Esto, inevitablemente, sólo provoca crisis y divisiones. Además, tienden a abordar cada problema desde un punto de vista organizativo y administrativo. Esto ha ocurrido en más de una ocasión en la historia del movimiento revolucionario y siempre con resultados muy negativos.
Lenin nunca vio el partido de esta forma, aunque era perfectamente capaz de construir un aparato, y lo hizo en más de una ocasión. Para Lenin, el partido, en primer lugar, era un programa, ideas, métodos y tradiciones, y sólo en segundo lugar, un aparato para llevar estas ideas a la práctica. Comprendía los peligros que podían surgir si la maquinaria del partido escapaba al control político.
Stalin y la Revolución de Octubre
En varias ocasiones Lenin se enfrentó implacablemente en esta cuestión a los hombres de comité bolcheviques. En los momentos críticos, esos «prácticos» demostraron su total incapacidad para comprender las ideas revolucionarias y la teoría marxista, y quedaron totalmente desorientados. Eso ocurría con Stalin, el arquetipo de hombre de comité o apparatchik del partido. En estas personas, la intransigencia organizativa (o la clara bravuconería) es el reflejo, no de la fuerza, sino de la debilidad política. Stalin se unió a los bolcheviques, no por su claridad política y teórica, sino porque era una organización disciplinada y centralizada. No era casualidad que en 1903 la fracción de Lenin fuera conocida como «los duros», frente a «los blandos» que apoyaban a Martov.
Sin embargo, la «dureza» de los bolcheviques, su intransigencia revolucionaria, sólo era una expresión de su línea política, que a su vez estaba arraigada en la teoría marxista. La organización centralizada no tenía significado en sí o por sí misma. Era sólo un medio para conseguir un fin. Sin embargo, los hombres del comité tenían tendencia a verla como un fin en sí mismo. De una forma peculiar, repetían la idea del revisionista Bernstein, quien decía: «el movimiento es todo, el objetivo final es nada». Esta afirmación (en realidad sin sentido) refleja la mentalidad del «práctico» del partido, la estrechez mental del apparatchik o burócrata, que ve la revolución no como el movimiento propio de la clase obrera, sino simplemente a través de los anteojos de la organización del partido.
Como la mayoría de los hombres de comité, Stalin pudo demostrar su intransigencia en la etapa más intensa de la lucha de clases y, sobre todo, en la revolución, en estas situaciones se encontraba perdido. En cada momento clave de la historia del Partido Bolchevique, en el período previo a la revolución, Stalin vaciló y se adaptó al oportunismo y al conciliacionismo. Incluso llegó a describir las diferencias entre Lenin y los mencheviques como una «tormenta en una taza de té» y una pelea de emigrados. Esto provocó serios conflictos con Lenin, por ejemplo en 1912 y de nuevo en febrero de 1917, cuando, junto a Kámenev, estaba a favor de la unificación de bolcheviques y mencheviques.
Stalin en 1917
En abril de 1917, cuando Lenin exigió que los bolcheviques se posicionasen firmemente contra el gobierno provisional burgués, Stalin y Kámenev, inmediatamente, le repudiaron en las páginas de Pravda, afirmando que su posición era «inaceptable porque partía de la presunción de que la revolución democrático burguesa había terminado […]». (Pravda, 21 de abril (8) de 1917). Sólo después de una profunda lucha interna, Lenin consiguió convencer al partido de su postura.
Contrariamente a lo que dice la vieja mitología, el papel de Stalin en la revolución de octubre fue insignificante. Durante los años treinta se hicieron intentos absurdos de falsificar la historia con la intención de dar un papel especial al llamado Centro Militar Revolucionario, al cual pertenecía Stalin. En realidad, este comité sólo era un subcomité subordinado al Consejo Militar Revolucionario, que estaba dirigido por León Trotsky. Realmente, el famoso Centro Militar Revolucionario nunca funcionó y sólo fue recordado años más tarde cuando era necesario encontrar algún papel para Stalin en la Revolución de Octubre.
Era un orador pobre, el verdadero campo de acción de Stalin no eran las barricadas, las fábricas o los barracones, sino las oficinas del partido, donde trabajaba para cultivarse una capa de compinches. Maria Joffe, la viuda del dirigente bolchevique Adolph Joffe, que se suicidó en los años veinte para protestar contra los estalinistas, ella misma pasó veintiocho años en un campo de concentración de Stalin, comenta lo siguiente:
«Uno de los hombres de Smolny, débil e insignificante […] nunca visitaba las fábricas o los regimientos; estaba sentado permanentemente al final del telégrafo, conectado con todas las provincias y ciudades. Aunque la encantadora y amable Elena Stasova era la secretaria del Comité Central, todas las instrucciones diarias, todas las respuestas a las preguntas urgentes y la rutina telegráfica normal, todo llevaba su firma [la de Stalin]. Por esa razón, las distintas organizaciones regionales y locales mayoritariamente sólo veían y recordaban un nombre en particular. Y, de acuerdo con las instrucciones, las respuestas iban dirigidas a él. Nadie en ese momento fue capaz de ver como este hombre, poco a poco, tenazmente, cortejaba a las provincias, éstas se acostumbraban a él y las ganaba para su bando. En ocasiones, llamaba a algún trabajador destacado para que viniera y le viera, por esa razón, en los congresos del partido, parece que tenía más amigos que cualquier otro. Les invitaba a una bebida «amistosa», le gustaba conocer en detalle como funcionaba una organización en particular. Así era en 1917″. (Maria Joffe. One Long Night. pp. 69-70).
Qué Stalin en 1917 era prácticamente un desconocido fuera del estrecho círculo de activistas del partido se puede comprobar claramente al leer la famosa obra John Reed sobre la Revolución de Octubre: Diez días que estremecieron al mundo. En la introducción del libro, Lenin lo describió como la «versión más fiel de los acontecimientos». «Recomienda firmemente este libro a todos los trabajadores del mundo» y añade que «le gustaría ver publicados millones de ejemplares del libro […] y que fuera traducido a todos los idiomas». Pero en este libro, que insiste en el papel de Trotsky, Stalin apenas es mencionado, a pesar de que sí menciona en 1917, en mayor o menor medida, a un gran número de personas. En el índice del libro se puede ver que menciona cincuenta y cuatro veces a Trotsky, mientras que Stalin sólo aparece en dos ocasiones. Este hecho expresa con toda certeza la verdadera situación. Esto también explica por qué el libro de Reed, a pesar de las entusiastas recomendaciones de Lenin, se retiró de todas las bibliotecas de la Unión Soviética durante los años treinta y no se volvió a reeditar en la URSS en vida de Stalin.
La democracia soviética
Una de las mayores calumnias que se repite hoy en día es que el leninismo y el estalinismo son iguales. En realidad, no existe nada en común entre el régimen de democracia obrera establecido por Lenin y Trotsky, y la monstruosidad totalitaria que Stalin edificó sobre los huesos del Partido Bolchevique.
En El estado y la revolución, escrito durante los días revolucionarios de 1917, Lenin estableció las cuatro condiciones que debía cumplir el poder soviético, no para el socialismo o el comunismo, sino para los primeros días del poder obrero:
Elecciones libres y democráticas con derecho a revocar a todos los funcionarios soviéticos.
Ningún funcionario recibiría un salario superior al de un trabajador cualificado.
No al ejército o la policía permanentes, sino el pueblo en armas.
Gradualmente, todo el mundo, por turnos, debería participar en todas las tareas de gestión del estado. «Cuando todo el mundo es un ‘burócrata’, nadie es un burócrata».
Estos principios elementales del leninismo estaban incluidos en el programa del partido de 1919. Es verdad que, en unas condiciones difíciles donde la revolución se quedó aislada en unas condiciones de atraso terrible, hambre y analfabetismo, esta situación provocó distorsiones que eran inevitables. Pero eran deformaciones relativamente pequeñas, nada que ver con el monstruoso régimen que después instauró Stalin.
La verdadera causa de los problemas a los que se enfrentaron los bolcheviques fue el aislamiento de la revolución. Lenin y Trotsky formaron la Internacional Comunista en 1919 como una forma de romper este aislamiento. Este fue el único paso adelante. El programa del partido de 1919 se escribió aplicando los términos intransigentes del internacionalismo proletario. Comenzaba con la siguiente premisa: «ha empezado la era de la revolución proletaria mundial».
En él se explicaba que, debido a la guerra, la «privación de derechos políticos o cualquier clase de limitación a la libertad, sólo eran medidas temporales», pero cuando la guerra hubiera terminado el «partido tendría que reemplazarlas y eliminarlas completamente». Pero este objetivo se tuvo que posponer debido a la invasión del estado soviético por parte de veintiún ejércitos extranjeros de intervención y que ahogaron al país en un baño de sangre.
A pesar de todo, la clase obrera disfrutaba de derechos democráticos. El programa del partido de 1919 especificaba que «se debía convencer a todas las masas trabajadoras, sin excepción, para que participaran en el trabajo de la administración del estado». La dirección de la economía planificada principalmente estaba en manos de los sindicatos. No mencionaba la colectivización, sino que apoyaba distintos tipos de cooperativas.
Este documento inmediatamente fue traducido a los principales idiomas del mundo y se distribuyó ampliamente. Sin embargo, en 1936, en el momento de las purgas, era considerado un documento peligroso y se retiraron todos los ejemplares de las bibliotecas y librerías de la URSS.
Se creó una comisión, presidida por Stalin, para elaborar un nuevo programa del partido. Junto a Stalin, había otros veinticinco funcionarios del partido, incluidos Voznesensky, Beria y Bagrov, los veinticinco murieron más tarde fusilados al ser considerados «enemigos del pueblo». Cuando Lenin y Trotsky estaban al frente del partido, los congresos se celebraban cada año, incluso durante los difíciles años de la Guerra Civil. Con Stalin, pasaron trece años hasta que se celebró el XIX Congreso del partido en octubre de 1952. Incluso se dio la situación grotesca de que durante muchos años la URSS estuvo gobernada por un partido que tenía un programa (teóricamente todavía válido) prohibido por la censura.
El secretario general nunca fue el puesto más importante de la dirección del Partido Bolchevique, tenía un carácter principalmente administrativo. Antes de Stalin, el secretario general era Sverdlov, un organizador excepcional y con una elevada talla moral. Pero Sverdlov murió en marzo de 1919. Lenin estaba ansioso por encontrar un sustituto y pensó que Stalin era el candidato adecuado. Pero Stalin no era Sverdlov. Desde 1919, con el crecimiento del nuevo aparato del partido, el puesto de secretario general se hizo más importante. En diciembre de 1919 se aprobó un mandato a través del cual el trabajo de los secretarios de distrito pasó a ser un trabajo a tiempo completo.
A partir de 1920, comenzaron las quejas sobre el «burocratismo» del partido. Pero estas quejas al principio estaban relacionadas con abusos individuales, trámites, etc., En ese momento, la URSS todavía era un estado obrero relativamente sano, con algunas desviaciones burocráticas menores. Pero eso cambió.
En la medida que la clase obrera estaba agotada y debilitada por los largos años de guerra, revolución y guerra civil, ésta cayó en la pasividad. Esto provocó un aumento colosal de la burocracia. El final de la guerra civil acrecentó el problema. La desmovilización del Ejército Rojo supuso que una parte importante del anterior personal militar fue absorbida por el aparato del estado. Estas personas principalmente eran comunistas honrados, pero se habían acostumbrado al método del mandato.
Lenin quería una persona fuerte en el centro del aparato del partido para eliminar la corrupción y el burocratismo. Pensaba que Stalin era esa persona, pero estaba equivocado. Una vez instalado en un puesto importante, Stalin comenzó a llenar las oficinas centrales del partido con compinches como Kaganovich, que fue puesto a cargo del Departamento Organizativo del Partido (Orgotdel). Este comité controlaba los nombramientos. Por lo tanto, tenía poderes para patrocinar a personas. A Sverdlov nunca se le habría ocurrido utilizar su puesto para beneficio personal. Y el propio partido era muy claro en la cuestión de los nombramientos y en los puestos no electos en general. El X Congreso del Partido, celebrado en condiciones muy difíciles, aprobó la siguiente resolución sobre los sindicatos:
«Por encima de todo es necesario poner en práctica […] a una escala amplia, el principio electoral en todos los órganos […] y suprimir el método de nombramientos desde arriba».
Otra resolución decía que se debía garantizar que todos los militantes formaran «parte activa en la vida del partido, en las discusiones de todas las cuestiones que se planteen en el partido». Además, «la naturaleza de la democracia obrera excluye cualquier forma de nombramiento que sustituya el sistema electoral». (Ver KPRSS v rezolyutsiyakh, vol. 1, pp. 516-27 y 534-49).
En general, el sistema de nombramientos sólo debería ser permisible en condiciones de clandestinidad. Sin embargo, Stalin, sistemáticamente, utilizó el sistema de nombramientos para construirse una base de apoyo entre los funcionarios del partido que le estaban agradecidos por su promoción.
Lenin contra Stalin
Toda burocracia tiende a convertirse en un casta cerrada de elementos privilegiados, ansiosa sólo por defender sus intereses creados. Pensar que un estado obrero es de alguna manera inmune a estas tendencias es una locura. Pero en un estado obrero en condiciones de atraso extremo, con una clase obrera débil y exhausta y una población campesina en su mayor parte analfabeta, los peligros de la degeneración burocrática eran extremos. Por eso Lenin estaba alarmado. Veía que la burocracia podía minar y destruir el estado soviético, la historia demostró que estaba en lo cierto.
En un intento de luchar contra la burocracia, Lenin creó el Rabkrin ¾Inspectorado Obrero y Campesino¾ y puso a su cargo a Stalin. Pero en lugar de luchar contra la burocracia, el Rabkrin se convirtió en un semillero de burocracia. En una de sus últimas cartas, Lenin dice que el Rabkrin no tiene un átomo de autoridad y pide su reorganización. Lenin avisó en muchas ocasiones, especialmente en sus últimos escritos y discursos, del peligro de burocratismo en el estado obrero. Su consejo de quitar a Stalin de la secretaría general no era casualidad. Poco a poco se dio cuenta que Stalin representaba las mismas tendencias burocráticas contra las que estaba luchando.
Lenin, durante la etapa final de su enfermedad, inició una dura lucha contra Stalin por su manipulación de la cuestión nacional, una cuestión de vida o muerte para la revolución de octubre. En 1920, sin consultar con la dirección, Stalin efectuó lo que equivalía a un golpe, cuando preparó la invasión de Georgia, una república soviética controlada por los mencheviques. Enfrentado a los hechos consumados, Lenin consintió de mala gana pero hizo una dura advertencia para que se tratara a los georgianos con sensibilidad y respecto.
El secuaz de Stalin, Ordzhonikidze, se convirtió en el dictador virtual de Georgia. Lenin le bombardeó con instrucciones que pedían la moderación y aconsejaban que se hicieran concesiones a los mencheviques georgianos. Ignoraron estos consejos. La situación empeoró tanto que los agentes de Stalin actuaban como una fuerza de ocupación. Los dirigentes bolcheviques georgianos protestaron, pero les respondieron con las tácticas de la bravuconería y la intimidación. En una ocasión, un bolchevique georgiano fue agredido físicamente por Ordzhonikidze. Este acto no tenía precedentes, aunque no es nada si se compara con la violencia desatada posteriormente por Stalin y sus gángsteres.
En 1922 Stalin, Dzerzhinsky y Ordzhonikidze utilizaron la violencia y las tácticas intimidatorias para obligar al gobierno georgiano a aceptar los dictados de Moscú. Con Lenin seriamente enfermo, Stalin utilizó su control del aparato del partido para aislar completamente a Lenin. Pero Lenin descubrió lo que ocurría en Georgia, estaba escandalizado con la conducta de Stalin y sus secuaces ¾Dzerzhinsky y Ordzhonikidze¾. Esto tenía implicaciones serias no sólo para la cuestión nacional, también para el futuro de la democracia soviética en general. Comprendía claramente que Stalin y su camarilla burocrática estaban detrás de todo esto, de ahí su decisión de destituir a Stalin como secretario general.
Stalin intentó aislar a Lenin, utilizando su control del aparato del partido y los médicos del Kremlin. A pesar de su mala salud, Lenin dictó una serie de cartas a sus secretarias y las consiguió sacar en secreto con la ayuda de su esposa, Krupskaya. Uno de estos mensajes era un memorando secreto para Trotsky, pidiéndole que se hiciera cargo de la defensa de las posiciones de Lenin en el próximo congreso del partido. La existencia de esta correspondencia entre Lenin y Trotsky fue revelada a Kámenev por Trotsky, lo que éste no sabía es que Kámenev y Zinoviev habían formado un bloque secreto con Stalin.
El 22 de diciembre de 1922, Kámenev escribió a Stalin:
«Joseph:
Anoche me telefoneó T[rotsky], me dijo que había recibido una nota de St[arik] (Lenin, AW), quien, aunque está contento con el informe del congreso de Vneshtorg (ministro del comercio exterior, AW), quiere que T[rotsky] informe sobre esta cuestión a una fracción del congreso y prepare el terreno para plantear la cuestión en el congreso del partido. Aparentemente, significa fortalecer su posición. Trotsky no da su opinión, pero me preguntó si podía plantear el tema en la sección del CC responsable de la dirección del congreso. Le prometí que te lo diría y lo estoy haciendo:
Yo no podía llamarte por teléfono.
En mi informe voy a presentar con fervor la resolución en el Pleno de CC, te estrecharé la mano.
L. Kam[enev]».
Stalin respondió inmediatamente:
«¡Camarada Kámenev!
He recibido tu nota. Pienso que deberíamos limitarlos a la declaración de tu informe sin llevar esto ante la fracción. ¿Cómo ha podido Starik organizar esta correspondencia con Trotsky? Foerster le prohibió completamente hacerlo.
J. Stalin».
(Izvestiya Ts. Kom. KPSS, 1989, p. 191)
Estas dos cartas no se publicaron en la Unión Soviética hasta 1989. Cuando Stalin se enteró del memorando entró en cólera y llamó a Krupskaya para advertirla que no se entrometiera. Krupskaya intentó defenderse y en el curso de la conversación, Stalin, la atacó de forma lamentable, la llamó «puta» y «zorra sifilítica». Estas expresiones ilustran perfectamente el carácter de Stalin y su grado de lealtad y afecto hacia el agonizante Lenin.
Al día siguiente, Krupskaya, escribió a Kámenev, para protestar por la conducta de Stalin:
«Lev Borisych:
Con relación al breve dictado que me dictó Vlad. Ilyich, con el permiso de su médico, Stalin ayer me habló en términos muy groseros. Este no es mi primer día como militante del partido, durante estos treinta años no he escuchado una sola palabra grosera de ninguno de mis compañeros. Los intereses del partido y los de Ilych no tienen menos importancia para mí que para Stalin. Ahora, necesito ejercer un gran autodominio. Sé mejor que cualquier médico lo que le viene bien o mal decir a Ilyich, como también sé lo que le inquieta y lo que no. En cualquier caso, yo lo se mejor que Stalin. Recurro a ti y a Grigori (Zinoviev, AW), como los amigos más cercanos a V.I. y te pido que me defiendas ante esta ingerencia grosera en mi vida personal y ante estos juramentos y amenazas. No dudo de la decisión unánime de la Comisión de Control, con la cual Stalin se ha tomado la libertad de amenazarme, pero no tengo la fuerza ni tiempo que malgastar en esta pelea estúpida. Soy un ser humano y mis nervios ya están muy agotados.
N. Krupskaya».
(Lenin. Obras Escogidas en ruso. Vol. 54, 1965, pp. 674-5).
El 5 de marzo de 1923, Lenin dictó una carta a Stalin donde rompía las relaciones personales y de camaradería con él, un acto sin precedentes. El mismo día, Lenin ofreció a Trotsky formar un bloque contra Stalin. Pidió a Trotsky que «emprendiera urgentemente la defensa de Georgia en el Comité Central». Al día siguiente, Lenin envió a Trotsky tres notas sobre la cuestión nacional que había dictado diez semanas antes.
Si Lenin no hubiera caído enfermo, sin duda, Stalin habría sido destituido del puesto de secretario general. Una de sus secretarias recuerda que Vladimir Ilyich estaba «preparando una bomba» para Stalin en el congreso del partido. Envió una nota a los dirigentes bolcheviques georgianos, Mdivani y Makhradze, dándoles su apoyo «con todo mi corazón» contra Stalin.
Aunque Lenin había roto todas las relaciones con Stalin y exigía su destitución como secretario general, Stalin consiguió mantener su posición gracias a una serie de maniobras. Como resultado de estas maniobras, el testamento de Lenin no se hizo público, a pesar de las protestas de Krupskaya. En la reunión del Politburó y el Presidium donde se iba a discutir la cuestión, Stalin dijo:
«Sugiero que no hay razón para publicarlo, especialmente porque Ilyich no ha dado instrucciones para hacerlo». (D. Volkogonov, Trotsky, p. 243).
El paso que dio Lenin para romper relaciones con Stalin no tiene precedentes. Su testamento era un golpe devastador. Pero el mensaje no se hizo nunca público. El testamento de Lenin permaneció oculto para la población de la URSS hasta que Kruschev lo citó en una sesión secreta del XX Congreso del PCUS, en 1956. Antes entonces, había sido publicado por los trotskistas en occidente, pero denunciado como una falsificación por los estalinistas. Fueron indecentes y desleales con la última voluntad de Lenin.
Después de la muerte de Lenin
Mientras Lenin vivía, la camarilla de Stalin actuaba con cautela. La memoria de la revolución de octubre estaban demasiado reciente y la autoridad personal de Lenin era demasiado grande. Pero cuando ya no estaba Lenin, comenzaron a maniobrar para tomar el control del partido. La ambición de Stalin aumentó con la muerte de Lenin, a quién temía de muerte. Después de la muerte de Lenin, una casta de funcionarios privilegiados usurpó el poder en la Unión Soviética. Dentro del partido estaba representada por la fracción burocrática que se había formado alrededor de Stalin.
Se creó un triunvirato secreto, formado por Zinoviev, Kámenev y Stalin, con el objetivo de aislar a Trotsky. En su testamento, Lenin sólo mencionaba a Trotsky como el miembro más capacitado del Comité Central, también decía que «no se debería utilizar contra él» su pasado no-bolchevique. Pero el triunvirato ignoró el consejo de Lenin y lanzaron una campaña vitriólica contra Trotsky, inventando el mito del «trotskismo». Como parte de esta campaña, crearon el culto a Lenin. Contra los deseos de Krupskaya su cuerpo fue embalsamado y puesto en lugar público en el mausoleo de la Plaza Roja. Más tarde Krupskaya diría: «Toda su vida Vladimir Ilyich estuvo en contra de los iconos y ahora él se ha convertido en un icono».
En esto jugaron un papel nefasto Zinoviev y Kámenev, motivados por consideraciones mezquinas de ambición y celos iniciaron una campaña de calumnias contra Trotsky. Cuando Lenin describió a Trotsky en su testamento como el miembro del Comité Central más capacitado, eso ofendió en particular a Zinoviev por que él se consideraba como el sucesor natural de Lenin. Por supuesto, las enemistades personales, los celos y las rivalidades nunca pueden determinar el resultado de un proceso histórico amplio. Más bien caen en el apartado de accidentes históricos. Pero como explicó Hegel la necesidad se expresa a través del accidente. Actuando como hicieron Kámenev y Zinoviev, sin duda facilitaron la tarea de Stalin y aceleraron en gran medida el proceso de degeneración burocrática.
Lenin no confiaba en Kámenev y Zinoviev, en su testamento advertía que su conducta durante la revolución de octubre no era casualidad. Una vez más, su juicio demostró ser correcto. Stalin les utilizó con el objetivo de desacreditar a Trotsky y después se volvió contra ellos. Más correctamente, ellos se volvieron contra Stalin cuando se dieron cuanta hacia dónde llevaba éste a la URSS. Durante un tiempo participaron con Trotsky en la Oposición de Izquierdas. Después, en un gesto típico, cuando las cosas se volvieron difíciles capitularon ante Stalin.
El discurso de Stalin en el funeral de Lenin fue un ejemplo típico de su hipocresía. Sentía alivio por la muerte de Lenin, porque sabía que Lenin estaba dispuesto a destituirle. Pronunció una oración funeraria en los términos del culto bizantino. Ya estaba fuera de peligro y ahora podía adular a Lenin por que éste había muerto, algunas veces los muertos son más útiles que los vivos. Utilizó el lenguaje litúrgico de la iglesia ortodoxa que Stalin había aprendido en el seminario, se parecía más a un sortilegio religioso que a un discurso marxista. Esto no era casualidad, mientras construía el culto religioso a Lenin, Stalin pisoteaba los principios más elementales y la política del leninismo. Bajo la bandera del «leninismo» se estableció el nuevo credo estalinista, el polo opuesto a las ideas del Partido Bolchevique.
Por supuesto, no hay nada nuevo en esto. En la historia, toda casta usurpadora siempre se ha visto obligada a ocultar su revisionismo con el disfraz de la «ortodoxia». Las ideas comunistas revolucionarias de los primeros cristianos comenzaron a defender a los ricos y privilegiados cuando Constantino tomó el control del estado. La iglesia se convirtió en su contrario, se ha convertido en la iglesia de los ricos y privilegiados, sin embargo, lo hacía en nombre del hijo de un pobre carpintero y un rebelde de Galilea. Lo mismo ocurrió con Napoleón Bonaparte, mientras pisoteaba las tradiciones de la Revolución Francesa y se ponía la corona imperial sobre la cabeza, continuaba hablando el lenguaje de la república de Libertad, Igualdad y Fraternidad.
La Oposición Unificada
Más que una idea, el estalinismo comenzó como un ambiente concreto de reacción entre los funcionarios. La campaña contra el «trotskismo» era, en esencia, un reflejo de la reacción pequeño burguesa contra Octubre. La numerosa casta de funcionarios soviéticos estaba cansada de la tormenta y la tensión de la revolución, que asociaban con la idea de la «revolución permanente», aunque el verdadero significado de esta idea eran un libro cerrado para ellos.
Stalin realizó una maniobra para aislar y acabar con la vanguardia leninista, organizó la conocida «leva Lenin». Las puertas se abrieron y eso permitió la entrada y votación en el congreso de una masa de nuevos militantes, ignorando los estatutos del partido que establecían un período de premilitancia.
Maria Joffe recuerda:
«Las puertas del partido, que tan celosamente se guardaban para no permitir la entrada de personas indignas, se abrieron de par en par: obreros, oficinistas, funcionarios del servicio público, todos entraron en masa, convencidos por promesas de mayor alcance. Todo lo que necesitaban eran demostrar que eran «disciplinados» y que se «enteraban». El significado político de la ‘leva Lenin’ era la disolución de las filas revolucionarias que fueron sustituidas por materia prima humana, no curtidos en la batalla, sin experiencia y sin una mente independiente, más bien tenían la antigua costumbre rusa, ahora de nuevo cultivada, de temer a las autoridades y obedecer ciegamente». (Maria Joffe. One Long Night, pp. 71-2).
A finales de 1927, el 60 por ciento de los secretarios de los grupos principales del partido habían entrado después de 1921, es decir, después de la Guerra Civil. En el período de la revolución y la Guerra Civil, la militancia del partido no suponía ninguna ventaja e implicaba sólo riesgos y sacrificios. Pero después de 1921 todo esto cambió. El partido estaba en el poder y atraía a todo tipo de elementos arribistas. Debían su ascenso a Stalin y éste se basó en ellos para atacar al ala de izquierdas del partido.
En agosto de 1922 el partido tenía 15.325 liberados. Cuando se celebró el XIV congreso —en 1925— la cifra ya ascendía a 20.000. El salario de estos funcionarios era un 50 por ciento superior al de los trabajadores del gobierno y, lo más importante, disfrutaban de privilegios que no tenían los trabajadores. Por lo tanto, tenían intereses materiales que defender.
Sin embargo, la política antiobrera y anti-socialista de la burocracia, tenía que disfrazarse con fraseología «socialista». Esto se consiguió con la «teoría» antimarxista del socialismo en un solo país. Cuando Stalin planteó esta consigna reaccionaria, violando todos los principios del leninismo, fue demasiado para Kámenev y Zinoviev. Rompieron con él. Después, intentaron defender las ideas básicas del leninismo y la revolución de octubre, aunque de una forma vacilante y poco entusiasta.
Finalmente, Kámenev y Zinoviev unieron sus fuerzas con Trotsky para formar la Oposición de Izquierdas Unificada, que incluía a destacados viejos bolcheviques, como la viuda de Lenin: Krupskaya. En una reunión de la Oposición de Izquierdas celebrada en 1926, Krupskaya dijo que «si Vladimir Ilyich hoy estuviera vivo, estaría en una de las cárceles de Stalin». Era una prueba de lo lejos que habían ido las cosas, cuando Kámenev y Zinoviev capitularon y fueron asesinados por Stalin, Krupskaya fue silenciada con amenazas y el chantaje de Stalin. La advirtió que si seguía molestándole siempre podría encontrar otra «viuda de Lenin».
En ese momento, Stalin viró a la derecho y unió sus fuerzas con Bujarin, que estaba a la cabeza del ala de derechas del partido, hizo concesiones a los campesinos ricos (kulas). Planteó una consigna directa a los campesinos: «Enriqueceos, desarrollad vuestras granjas y no temáis porque nos os impondremos restricciones».
La expulsión de la Oposición
La Oposición defendía los principios del leninismo y de Octubre. Avisó de las consecuencias que tendría esta política desastrosa de compromiso con los campesinos ricos, en su lugar, la Oposición defendía los impuestos a los kulaks y la industrialización, incluidos planes quinquenales, todo esto unido a otras medidas destinadas a restaurar la democracia obrera frente al burocratismo y a la defensa del internacionalismo proletario.
Pero la lucha era desigual. Stalin movilizó todo el peso del aparato para aplastar a la Oposición. Despidieron de su empleo a los oposicionistas, les expulsaron del partido, les persiguieron y arrestaron. Stalin utilizó a bandas de matones para romper las reuniones de la Oposición. Todo esto era completamente ajeno a las limpias tradiciones del Partido Bolchevique.
Al giro a la derecha en Rusia siguió el viraje a la derecha en la política internacional. La política de Stalin y Bujarin provocó la ruina de la Internacional Comunista. Garantizó una derrota tras otra, en Estonia, Bulgaria, Gran Bretaña y la peor de todas, en China.
Stalin, el «práctico» de mente miope, intentó basarse internacionalmente en el ala de derechas, de la misma forma que se había basado en los kulaks rusos. Sin confianza en la clase obrera o en la Internacional Comunista, llegó a toda una seria de acuerdos y alianzas con los dirigentes sindicales de derechas en Gran Bretaña y con Chiang Kai Shek en China. Este último incluso entró en el Comité Ejecutivo Internacional de la Comintern, con un solo voto en contra, el de León Trotsky.
Cada nueva derrota de la revolución internacional profundizaba la desilusión y la desesperación de los trabajadores soviéticos y aumentaba la confianza de los burócratas.
Finalmente, en 1927, el XV Congreso del partido votó a favor de la expulsión de la Oposición. Fue llevada a cabo por los seguidores de Stalin pero fue el resultado de una decisión predeterminada. Trotsky y los otros oradores de la Oposición eran interrumpidos y acosados constantemente por los estalinistas, una violación clara de las tradiciones democráticas escrupulosas del partido de Lenin.
La burocracia triunfó no por los errores de la oposición o la capacidad de previsión de Stalin, sino porque la clase obrera estaba agotada después de largos años de guerra, revolución y guerra civil. Estaba desencantada y desanimada. Los funcionarios soviéticos se aprovecharon de la paz y el orden para continuar con sus tareas administrativas. No comprendían el internacionalismo bolchevique y recelaban de él. Eran igualmente hostiles a la democracia soviética que permitía a los trabajadores «interferir» en sus planes y en el funcionamiento de sus departamentos.
«La lucha política, en esencia, es la lucha de fuerzas e intereses, no de argumentos. La calidad de la dirección está, por supuesto, lejos de ser algo indiferente para el resultado del conflicto, aunque no es el único factor, en última instancia, sí es el factor decisivo. Cada uno de los bandos en contienda exige dirigentes a su propia imagen y semejanza». (Trotsky. La revolución traicionada).
El argumento de que Stalin ganó porque fue más habilidoso y perspicaz que Trotsky es completamente falso. La lucha estuvo determinada por la correlación de fuerzas de clase y en ese momento era desfavorable para la vanguardia proletaria. Las personalidades de las fuerzas en contienda eran una característica completamente secundaria. Lo que aquí ocurrió fue el triunfo de la burocracia sobre la clase obrera soviética y su vanguardia. En la persona de Stalin la burocracia encontró un líder a su propia imagen y semejanza.
Stalin: el ejecutor del partido de Lenin
La política de Stalin-Bujarin creó una situación peligrosa en el campo donde los kulaks se estaban convirtiendo en una fuerza poderosa hostil al poder soviético. Aquí vemos el rudo empirismo y la ausencia de comprensión marxista de Stalin. En febrero de 1928 escribía: «La NEP es la base de nuestra política económica y seguirá siéndolo durante mucho tiempo». En abril del mismo año, Stalin y el Pleno del Comité Central aprobaron una resolución en la que se decía: «sólo los mentirosos y los contrarrevolucionarios pueden extender rumores sobre la abolición de la NEP».
La Oposición de Izquierdas advertía continuamente del peligro que representaba el kulak y pedía un cambio de rumbo. Pero todos sus llamamientos cayeron en oídos sordos. Pocos meses después toda esta política se convirtió en su contrario. Los kulaks organizaron una huelga de grano como primer paso para la contrarrevolución capitalista contra el poder soviético. A finales de 1927, la caída del suministro de grano en las ciudades había adquirido proporciones alarmantes. Con un giro de ciento ochenta grados Stalin anunció la «liquidación de los kulaks como clase».
En 1930 Trotsky advirtió que la colectivización del campesinado debía hacerse de forma gradual y de forma voluntaria, y en ningún caso abrir un conflicto entre el proletariado y el campesinado. Defendía que no se colectivizara más del 20-25 por ciento de las granjas «por temor a que se excediese el marco de la realidad».
Esto estaba en línea con la actitud de Lenin hacia la colectivización. En su lugar, Stalin insistió en colectivizar todo. En este proceso, no hicieron distinción entre los campesinos medios y los ricos. El resultado fue una guerra civil sangrienta y enviaron al campo al Ejército Rojo. Como resultado de la política lunática de Stalin, en 1932-3, una hambruna terrible asoló el país. Millones de personas murieron de hambre. Se dieron casos de canibalismo en Ucrania y Asia Central.
Desde un punto de vista económico no se podía iniciar una colectivización a gran escala cuando la industria soviética no estaba en situación de suministrar a las granjas colectivas los tractores y las cosechadoras necesarias. Como irónicamente dijo Trotsky: «Al poner juntos las azadas primitivas y los pobres caballos de los mujiks, no se crea agricultura a gran escala, de la misma forma que no se crea un gran barco de vapor juntando muchos barcos de pesca».
Más tarde Stalin tuvo que dar marcha atrás, pero el daño ya estaba hecho. La agricultura soviética nunca se recuperó de este golpe. La política aventurera de Stalin de colectivización forzosa de la agricultura, provocó un desastre terrible. Stalin más tarde admitió ante Churchill que habían muerto de hambre diez millones de personas». (Ver Churchill. The Second World War, vol. IV, pp. 447-8).
En el terreno de la industria Stalin zigzagueó de la misma forma. Cuando Trotsky, siguiendo los pasos de Lenin, defendió una política de industrialización basada en planes quinquenales y la electrificación del país, fue acusado de ser un «super-industrializador». Stalin ridiculizó la propuesta de Trotsky de construir un proyecto hidroeléctrico en el Dnieper (Dnieperstroy) respondiendo que sería lo mismo que ofrecer a un campesino un gramófono en lugar de una vaca. Pero, de repente, después de denunciar la idea de Trotsky del plan quinquenal, Stalin proclamó «un plan quinquenal en cuatro años».
Esto provocó una dislocación de la industria y se consiguió rectificar con grandes dificultades y con grandes pérdidas. Sin embargo, el lanzamiento del plan quinquenal fue un gran paso adelante para la URSS que permitió al país salir del terrible atraso e industrializarse en un corto espacio de tiempo. En realidad, Stalin robó algunas de las políticas de la Oposición de Izquierdas, a las que anteriormente se oponía. Por supuesto está fuera de toda duda que no aceptaba las reivindicaciones básicas de la Oposición, las relacionadas con la democracia obrera y el internacionalismo. El resultado no era una genuina política socialista, sino una caricatura burocrática.
Sin embargo, el viraje a la izquierda de la fracción de Stalin fue interpretada por muchos oposicionistas como una prueba de que su política estaba justificada. Varios destacados dirigentes capitularon, empezando con Kámenev y Zinoviev. Pero la capitulación es una pendiente resbaladiza. Se puede convertir en una costumbre. Capitularon por segunda vez y después, una tercera de la forma más rastrera, pero eso no les salvó. Stalin los utilizó y después los ejecutó. Ninguna capitulación pudo salvarles. La consolidación del estalinismo exigía la completa liquidación de los viejos bolcheviques.
El ascenso de la burocracia
Un punto de inflexión decisivo fue la abolición del Partmaximum*. Esta medida leninista tenía la intención de evitar la formación de una capa privilegiada de burócratas «comunistas». Lenin explicó que la existencia de diferencias salariales era un remanente del capitalismo que desaparecería cuando la sociedad se encaminara hacia el socialismo. El desarrollo de las fuerzas productivas iría acompañado de una mejora general de los niveles de vida y las desigualdades disminuirían. Sin embargo, en la Rusia estalinista ocurrió lo contrario. Lejos de reducirse la desigualdad, aumentó enormemente la diferencia entre los niveles de vida de la clase obrera y las capas superiores de la burocracia.
En un discurso pronunciado en 1931 Stalin hablaba de la «vida feliz» de la población de la Unión Soviética. En ese momento los niveles de vida de los trabajadores eran muy bajos, los salarios de los trabajadores continuaron deprimidos a lo largo de los años treinta, a pesar de las colosales conquistas del Plan Quinquenal. Sí, la «vida feliz» era una realidad para millones de funcionarios del estado y el «Partido Comunista»; ellos vivían muy bien. Además de otros privilegios relacionados con el abastecimiento y el alojamiento, se creó una nueva red de «distribuidores» cerrados y restaurantes que eran de uso exclusivo para los altos funcionarios comunistas o del estado. Después, se crearon «tiendas estatales» especiales también para su uso exclusivo. En estas tiendas se podía comprar todo y a unos precios que los trabajadores no podían pagar.
Los principios de Lenin fueron pisoteados. Lenin había dicho que las diferencias salariales eran un remanente del capitalismo que deberían reducirse cuando la URSS se encaminara hacia el socialismo. Ocurrió precisamente lo contrario. Ciliga comenta el estilo de vida y la mentalidad del burócrata y sus familias:
«El valor de un hombre se medía por la elegancia de las vacaciones que podía permitirse, por su apartamento, mobiliario, ropa y la posición que ocupaba en la jerarquía administrativa. […]
La diferenciación de la elite burocrática llegaba a otro plano; los maridos, las mujeres y los niños constituían tres grupos, cada uno con sus propias normas. Los maridos han desarrollado un sentido de la diplomacia, no son agresivos y no recuerdan ‘entrar en contacto con las masas’, no mantienen apariencias proletarias o revolucionarias. Se expresan en términos cautelosos. Las mujeres no tenían estas consideraciones. Su único pensamiento era cómo deslumbrar con sus vestidos, su palco en el teatro, la elegancia de sus casas, o las descripciones de sus vacaciones en tal o cual lugar o su viaje al extranjero. Eran conscientes de pertenecer a la ‘sociedad’ y vivían sólo para sus pequeñas ambiciones. […]
En cuanto a los niños, estaban asombrados por la hipocresía de sus padres. Ellos querían llamar a las cosas por su nombre. ‘Aquí somos los jefes, ¿por qué ocultarlo?’ ‘¿Por qué no vestimos siempre con ropas elegantes? ¿Por qué sólo lo hacemos en ciertas ocasiones, mientras que en las demás debemos vestirnos con fingida modestia? ¿Por qué no salimos en coche si tenemos uno? ¿Por qué fulano lleva los niños a la escuela en coche mientras que papá no quiere hacerlo?’ La fraseología revolucionaria les molestaba, odiaban escuchar una y otra vez la palabra proletario». (Ante Cigila. The Russian Enigma. pp. 118-9).
En estas pocas líneas está toda la información necesaria para comprender exactamente lo que ha ocurrido en Rusia, Europa del Este y China durante los últimos diez o veinte años.
Las Purgas de Stalin
Después de la muerte de Lenin, el PCUS experimentó un proceso de degeneración burocrática que terminó en la dictadura de Stalin. Pero para consolidar su poder, Stalin primero tenía que destruir el partido de Lenin. Lo hizo físicamente, exterminando el Partido Bolchevique y las célebres Purgas.
El Partido «Comunista» con Stalin se transformó en un club burocrático. En realidad, no era un partido, era parte del aparato del estado, un vehículo para controlar a la clase obrera y el avance de los arribistas. Aunque quedaban algunos verdaderos comunistas, la aplastante mayoría de sus militantes eran pelotas, aduladores, espías y parásitos.
En 1935 la Sociedad de Viejos Bolcheviques se disolvió, un mes más tarde lo hizo la Sociedad de Antiguos Prisioneros y Exiliados Políticos. La historia del partido se reescribió para glorificar a Stalin y éste no quería testigos incómodos a su alrededor que pudieran contradecirle. La juventud era una amenaza aún mayor. A iniciativa de Stalin se reorganizó drásticamente el Komsomol, con el objetivo de eliminar a los «enemigos del pueblo».
Los primeros juicios políticos, en 1930, fueron los de la llamada oposición industrial. Ingenieros completamente inocentes sirvieron de chivos expiatorios para el caos económico provocado por la locura política del «plan quinquenal en cuatro años». Se les acusó de organizar una red de sabotaje en nombre del Alto Mando francés. Se les obligó a confesar crímenes inexistentes y se les condenó a largas penas de prisión. Fue el ensayo general de Stalin de las Purgas de Moscú.
A éste siguió el juicio del «Buró de Socialistas Mencheviques». Anteriormente, eran personas desconocidas que en determinado momento habían pertenecido a los mencheviques, pero ahora estaban inactivas. También confesaron la organización de un programa de sabotaje para preparar la intervención militar extranjera contra la URSS. En esa acusación no había ni un átomo de verdad, pero preparaba el terreno para cosas mayores.
Al XVII Congreso de octubre de 1934 se le aclamó como «el congreso de los vencedores». Los delegados competían entre sí para cantar las alabanzas al Líder, pero casi todos los 2.000 delegados que asistieron a ese congreso, posteriormente, fueron víctimas del terror de Stalin. El congreso demostró que Kirov, el jefe del partido en Leningrado, era popular entre los delegados, demasiado popular. Recibió una sonora ovación al principio y al final, fue elegido para el Secretariado del Comité Central. Esto significaba que sería trasladado de Leningrado a Moscú, donde sería un rival para Stalin. Los desastres de la colectivización forzosa y el caos económico provocado por la mala gestión del Plan Quinquenal habían provocado muchas dudas sobre Stalin, y un sector del partido estaba a favor de sustituirlo por Kirov. Eso marcó su destino.
El 1 de diciembre de 1934 Kirov fue asesinado por un joven comunista llamado Leonidas Nikolayev, que había sido, oportunamente, militante de segunda fila en la oposición zinovievista de Leningrado. En realidad, Nikolayev trabajaba para la GPU y era una simple herramienta de las maquinaciones de Stalin. Qué Nikolayev era un provocador se puede comprobar en el siguiente hecho. Escribía un diario donde a principios de 1934 revelaba no sólo la actitud crítica hacia la dirección del partido, sino que también revelaba sus tendencias terroristas. Le descubrieron y fue expulsado del partido, pero después volvió a ser admitido. Eso le permitió continuar trabajando en el Instituto Smolny, los cuarteles generales del partido en Leningrado.
Debido a estas circunstancias es incomprensible que Nikolayev pudiera entrar en contacto con Kirov, quien, como todos los demás dirigentes del partido iba rodeado de guardaespaldas. Sin embargo, en el momento del asesinato, no había ni un sólo guardaespaldas a la vista. Inmediatamente después del asesinato, se dieron los pasos necesarios para acabar con todos los testigos y así ocultar las pistas. No sólo fue ejecutado Nikolayev, también fueron asesinados los guardaespaldas y el chofer de Kirov, además de las esposa de Nikolayev y otros miembros de su familia.
No existe la más mínima duda de que este asesinato fue planeado por Stalin. Temía a Kirov porque era su rival. En el momento en que Stalin perdía apoyos, el nombre de Kirov circulaba en los círculos del partido como un posible sustituto. Tenía que ser y fue eliminado.
El juicio a Kámenev y Zinoviev
Al principio se culpó de la muerte de Kirov a elementos de la Guardia Blanca, pero después, se fabricó la historia de que los autores reales eran Kámenev y Zinoviev, aquellos «brutos enemigos» que se decían guiados por el «mercenario fascista Trotsky». En 1935 fueron llevados a juicio en secreto, acusados de la responsabilidad política del asesinato de Kirov. Después de haber capitulado una vez ante Stalin, ahora, capitulaban de nuevo. Stalin les prometió perdonarles la vida si confesaban y les envió a un campo de trabajo. Pero esto no era suficiente para Stalin. Les quería muertos. Así que después de dieciocho meses regresaron a Moscú para otro juicio.
El 19 de agosto, cuando estaba en pleno apogeo la discusión de la Constitución de Stalin («la constitución más democrática del mundo»), 16 dirigentes ex – oposicionistas encabezados por Zinoviev y Kámenev, junto con Yevdokimov y Smirnov, fueron llevados a juicios acusados de cargos capitales. En esta ocasión fueron acusados, no de la «responsabilidad política» del asesinato de Kirov, sino de organizar actos terroristas contra Stalin, Voroshilov, Kaganovich y Zhdanov, siguiendo instrucciones directas de Trotsky.
Este juicio era una excusa para llevar a cabo arrestos en masa de todos aquellos que cuestionaban la dirección de Stalin. Durante las sesiones a los acusados se les obligó a arrojar basura sobre sí mismos. Kámenev testificó que: «él mismo sirvió al fascismo y que junto a Zinoviev y Trotsky habían preparado una contrarrevolución en la URSS». Zinoviev declaró que: «el trotskismo es una variante del fascismo». La naturaleza miserable de estas confesiones no les salvó: fueron ejecutados. Doce meses después de este juicio, sólo en Leningrado, 100.000 personas habían sido arrestadas o ejecutadas.
Los métodos de la GPU eran similares a los de la Inquisición. Los acusados eran sacados de la cama en mitad de la noche, los aislaban, golpeaban, torturaban, amenazaban a sus familias, les arrancaban a la fuerza una confesión falsa. Los interrogatorios se hacían ininterrumpidamente, día y noche, durante 16 y 24 horas, a los prisioneros se les impedía dormir (el sistema «transportador»). Los que no confesaban eran ejecutados o simplemente desaparecían. Utilizaban a provocadores para conseguir las denuncias. A los niños se les pedía que denunciaran a sus propios padres.
El principal motivo de las Purgas era liquidar el Partido Bolchevique, destruir a toda una generación de viejos bolcheviques y de este modo consolidar el dominio de la burocracia. Cualquiera que pudiera recordar los antiguas tradiciones democráticas internacionalistas del leninismo estaba en peligro. Como cualquier criminal común, Stalin comprendía la necesidad de eliminar a todos los testigos. Pero también había un motivo personal. Stalin era un mediocre que no se podía comparar a los antiguos dirigentes bolcheviques. Comparado con Bujarin, Kámenev e incluso Zinoviev, menos aún con un genio como Trotsky, Stalin era una nulidad. Y lo sabía. Por lo tanto, abrigaba sentimientos de venganza hacia toda la generación de viejos bolcheviques.
Stalin era un sádico que tenía interés personal en atormentar a sus víctimas. Llevó a Moscú los métodos primitivos de las peleas sangrientas georgianas, donde no sólo se asesinaba a los enemigos, también a sus familias. En cierta ocasión dijo: «No hay nada más dulce en el mundo que un plan de venganza sobre un enemigo, ponerlo en práctica y después, irte tranquilamente a la cama». Él personalmente redactaba la lista de sus víctimas y decidía quién podía vivir o quién debía morir. De un total de 700.000 casos, personalmente firmó 400 listas, con un total de 40.000 personas. Una de estas listas eran los nombres de todos los principales lugartenientes y compañeros de armas de Lenin.
Stalin tenía una receta muy simple para el interrogatorio de los prisioneros: «Golpear, golpear y golpear de nuevo». En la época de los primeros juicios el jefe de la OGPU-NKVD, era Genrykh Yagoda. Aplicó las directrices de Stalin, pero no lo hizo con el suficiente entusiasmo para el Vozhd. Stalin estaba furioso porque Yagoda no había obtenido en el juicio de 1936 las confesiones de Kámenev y Zinoviev por el crimen de Kirov. Le llamó y le dijo: «Tu trabajo es malo, Genrykh Grigorievich. Sé que Kirov fue asesinado siguiendo las instrucciones de Zinoviev y Kámenev, ¡pero no has sido capaz de demostrarlo! Debes torturarles hasta que finalmente digan la verdad y revelen sus relaciones». (Anna Larina. This I cannot Forget. p. 94).
Yagoda era un funcionario corrupto y un arribista despreciable, sus manos estaban manchadas de sangre, pero era militante del partido desde 1907, estaba inhibido por las viejas tradiciones y algunas veces le costaba seguir las monstruosas órdenes que se esperaba que él cumpliera. Esto marcó su destino. Fue destituido, llevado a juicio, acusado entre otras cosas de envenenar al escritor Máximo Gorki, y posteriormente fue ejecutado. La acusación sobre Gorki es insignificante. Gorki, que tenía un corazón bondadoso, a menudo, solía interceder ante Lenin en nombre de personas que habían sido arrestadas e intentó hacer lo mismo con Stalin. Pero éste no era Lenin. Stalin encontraba irritantes las peticiones del anciano. Pero Gorki era demasiado famoso para llevarle a juicio por «trotskista», así que con toda probabilidad Stalin acabó con él y acusó al desafortunado Yagoda. Esto era muy del estilo de Stalin.
El año 1937
1937 pasará a la historia como un sinónimo del terror desenfrenado de Stalin. El hombre que sustituyó a Yagoda, Nikolai Yezhov, era un monstruo a la imagen de Stalin. Ningún acto era demasiado bajo o sangriento para él, ninguna orden era demasiado atroz. Esta criatura era la encarnación perfecta de la contrarrevolución política de Stalin.
En los campos de trabajo, millones de personas pasaban hambre y trabajaban hasta la muerte. Entre 1929 y 1934 la esperanza media de vida era inferior a los dos años. Y todavía el Jefe decía que las condiciones en los campos de trabajo eran demasiado cómodas: eran «como centros de salud». Hasta 1937, la administración de los campos de trabajo no llevó a cabo una política deliberada de exterminio de los prisioneros, aunque muchos murieron como resultado de la mala alimentación y el exceso de trabajo. Yezhov cambió todo eso. Cuando él se hizo cargo la situación empeoró. Para empezar la condena máxima, después de la pena de muerte, pasó de diez a veinticinco años. En la mayoría de los casos esto suponía una sentencia de muerte.
Según los datos suministrados por Yezhov a finales de 1936 y principios de 1937, sólo en las instituciones centrales de Moscú, fueron arrestados miles de «provocadores trotskistas». Entre octubre de 1936 y febrero de 1937, fueron arrestados y condenados el siguiente número de trabajadores de los Comisariados del Pueblo: Transporte: 141; Industria de Alimentación: 100; Industria Local: 60; Comercio Interno: 82; Agricultura: 102; Economía: 35; Educación: 228; y así sucesivamente. Más tarde la situación empeoró. Sólo en un día, el 12 de diciembre de 1938, Stalin y Molotov sentenciaron a muerte a 3.167 personas, después se fueron al cine.
Ahora se sabe que la NKVD tenía cuotas de arrestos y que se esperaba que las cumpliera, como las cuotas de acero, carbón y electricidad durante el Plan Quinquenal. Yevgeniya Ginsberg relata la siguiente conversación que tuvo en prisión en 1937: «Como tártara, era muy simple convertirme en una nacionalista burguesa. En realidad, primero me catalogaron de trotskista, pero Rud envió de vuelta el informe diciendo que ya habían sobrepasado la cuota de trotskistas y que tenían pocos nacionalistas, aunque habían detenido a todos los escritores tártaros que recordaban». (Yevgeniya Ginsberg. Into the Whirlwind. pp. 109-10).
La maquinaria propagandística de Stalin funcionaba en todo momento. Se organizaban reuniones con consignas como «¡Muerte a los mercenarios fascistas!» «¡Aplastar a las sabandijas trotskistas!» y «¡Trotsky es otra forma de fascismo!» El 6 de marzo de 1937 Pravda decía que «los trotskistas son un descubrimiento para el fascismo internacional […] El número insignificante de esta banda no debe tranquilizarnos, debemos aumentar por diez nuestra vigilancia». El 15 de marzo de 1938 Vechernaya Moskva decía lo siguiente: «La historia sabe que ninguno de los actos malignos iguala a los crímenes de la banda del bloque derechista-trotskista antisoviético. El espionaje, el sabotaje y la destrucción cometida por el mayor de los bandidos, Trotsky, y sus cómplices, Bujarin, Rikov y los demás, provocan sentimientos de furia, odio y desprecio, no sólo en el pueblo soviético, también en el género humano progresista». (Citado por D. Volkogonov. Trotsky. pp. 381-2).
La historia sabe que ninguno de los actos malignos iguala a los crímenes de la banda del bloque derechista-trotskista antisoviético. Stalin desató una oleada de terror contra el pueblo de la URSS. Decenas de millones de personas inocentes fueron arrestadas, condenadas y enviadas al Gulag. Incluso fueron purgados los servicios de seguridad. En 1937-8, 23.000 funcionarios de la NKVD fueron arrestados. La mayoría delataron a otros para poder sobrevivir.
No todas las víctimas de Stalin fueron llevadas a juicio. El líder sindical, Tomsky, seguidor de la Oposición de Derechas de Bujarin, se suicidó. La esposa de Stalin, Nadezhda Alleluyeva, también fue empujada por Stalin al suicidio. Era una mujer honrada y decente, pero simpatizaba con Bujarin. Se pegó un tiro para protestar contra la perfidia moral y política de Stalin. Más tarde siguió el mismo destino Sergo Ordzhonikidze, el antiguo amigo y camarada de Stalin. El 18 de febrero de 1937, murió repentinamente, supuestamente de un ataque al corazón. En realidad, fue empujado al suicido por Stalin, que había arrestado al hermano de Sergo, lo había torturado y ejecutado sin razón alguna.
Los detalles de este caso fueron revelados por Kruschev en el XX Congreso del PCUS celebrado en 1956. En el mismo discurso reveló que del total de 139 miembros y candidatos al Comité Central elegido en el XVII congreso de 1934, 98 de ellos, el 70 por ciento, fueron ejecutados. Kruschev dijo que los arrestados fueron sometidos a torturas brutales y que sólo confesaron «todo tipo de crímenes brutales e improbables» cuando «ya no podían soportar más las brutales torturas».
La destrucción del Ejército Rojo
Stalin recelaba del Ejército Rojo que había sido fundado por Trotsky. Muchos de sus dirigentes, héroes de la Guerra Civil, habían luchado con Trotsky y estaban bajo su influencia. Muchos de ellos eran personas con mucho talento y al menos una de ellas, M. N. Tujachevski, era un genio militar. Antiguo oficial del ejército zarista, Tujachevski se pasó al lado de la revolución y fue leal hasta su muerte. Dirigió el Ejército Rojo en la lucha contra Wrangel y los polacos.
En 1920 sus fuerzas llegaron a Varsovia, donde fueron derrotadas, en parte, porque los títeres de Stalin, Voroshilov y Budyonny, se negaron a aunar fuerzas con Tujachevski y prefirieron hacer la guerra por su propia cuenta, persiguiendo el objetivo completamente secundario de Lvov. Como resultado de esto, el Ejército Rojo fue derrotado en las puertas de Varsovia, un importante revés para la estrategia de la revolución mundial de Lenin, que llevó al aislamiento de la revolución rusa, aislándola de la revolución alemana.
El dictador polaco, Pilsudsky, más tarde reveló: «Nuestra situación parecía completamente desesperada. La única mancha brillante en el horizonte era el fracaso del ataque de Budyonny sobre mi retaguardia […] el XII Ejército demostró su debilidad». [es decir, el ejército que seguía las órdenes del comisario Stalin se había negado a ayudar a la fuerza de Tujachevski y se había separado de ella].
En 1935 Tujachevski fue ascendido a mariscal del Ejército Rojo. Era un puesto merecido. Este gran genio militar pronosticó que la Segunda Guerra Mundial sería una guerra móvil con tanques y aviones. Pero Stalin recelaba de él y sospechaba del Estado Mayor del Ejército Rojo. Cuando Tujachevski insistió en aumentar el número de aviones y tanques del Ejército Rojo, Stalin se negó, llamándole intrigante atolondrado. (Ver Dimitri Shostakovich. Testimony, p. 103).
El mediocre de Stalin siempre odiaba a las personas con talento. Odiaba y temía a Tujachevski porque su brillantez siempre le recordaba su propia incompetencia en cuestiones militares, donde le habría gustado ser un genio. Pero lo más serio es que Stalin vivía con el temor a un golpe militar. Por lo tanto, organizó una nueva maquinación para implicar a todo el Estado Mayor soviético. Acusó a Tujachevski y a otros líderes clave del Ejército Rojo, de ser aliados de Hitler.
El famoso compositor soviético Dimitri Shostakovich era amigo personal de Tujachevski. En sus memorias escribe: «Ahora es conocido que Tujachevski fue destruido por los esfuerzos conjuntos de Stalin y Hitler. Pero no se debe exagerar el papel del espionaje alemán en esta cuestión. Si no hubieran existido documentos falsificados que ‘delataban’ a Tujachevski, de cualquier forma Stalin se hubiera deshecho de él». (Ibíd., p. 99).
Stalin sustituyó a este gran pensador militar por sus compinches, Budyonny y Voroshilov, dos incompetentes que pensaban que la Segunda Guerra Mundial ¡se lucharía con caballería! Dos semanas antes de la Segunda Guerra Mundial, ¡proyectaban películas propagandísticas en Rusia de Voroshilov y su caballería barriendo al enemigo! Sólo después de las primeras derrotas importantes del Ejército Rojo en 1941 Stalin fue consciente de su error, pero fue una lección muy costosa para la URSS. Lo mismo ocurrió con los cohetes. Stalin había ejecutado a todos los expertos en cohetes de Leningrado y después tuvo que empezar desde cero.
La Purga destruyó todo el cuadro dirigente del Ejército Rojo y dañó la capacidad defensiva de la URSS. Tujachevski, Yakir y otros, fueron ejecutados en secreto, lo que indica que se negaron a confesar. La Purga militar continuó durante 1938 y llevó a la eliminación del 90 por ciento de todos los generales, el 80 por ciento de los coroneles y 30.000 oficiales de baja graduación. Esto debilitó seriamente al Ejército Rojo en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. Sabemos que fue uno de los factores que llevaron a Hitler a atacar la URSS. Silenció las objeciones de sus generales con el comentario: «Ellos no tienen buenos generales».
El juicio de los veintiuno
En marzo de 1938 se inició en Moscú el juicio de los veintiuno. Bujarin, Rikov, Kretinski, Rakovski y otros miembros del llamado Bloque Trotskista de Derechas. Estos viejos bolcheviques fueron descritos por el ex–menchevique Vyshinski como «carroña fétida», «canallas lamentables», «malditas sabandijas», «jauría de perros del imperialismo» y otras cosas por el estilo. Pravda describió esta parodia repugnante de juicio como «el tribunal popular más democrático del mundo». Este veredicto fue aceptado por el «amigo de la Unión Soviética» más inesperado, Wiston Churchill, quien describió la representación de Vyshinski en el juicio como «brillante».
El primer día del tercer juicio, el 2 de marzo de 1938, el antiguo menchevique Andrei Vyshinski, calumnió al hombre que Lenin había descrito en su testamento como «el favorito del partido»: «Bujarin, el que se sienta ahí con la cabeza agachada, es un traidor, tiene dos caras, lloriqueando, es una nulidad funesta que ha sido desenmascarado […] como líder de esta pandilla de espías, terroristas y ladrones, como instigador de asesinato […] Este sucio y pequeño Bujarin». (The Case of the Anti-Soviet Bloc of Rights and Trotskyists. Registrado en las Actas del Juicio, Moscú, 1938, 99. 656-7).
Aunque es Vyshinski quien lee las líneas, su autor era Stalin, se burlaba y difamaba a su víctima antes de aniquilarla físicamente. Este era el método favorito del «amado líder y profesor». «La hipocresía y perfidia de este hombre excede a la mayoría de los crímenes pérfidos y monstruoso conocidos en la historia de la humanidad». Estas palabras no se pueden aplicar a Bujarin, un revolucionario perfectamente limpio, honesto y dedicado, pero sí describen perfectamente al propio Stalin.
Más tarde Bujarin declaró: «La confesión de los acusados es un principio medieval de jurisprudencia […] Yo no me declaro culpable […] Yo no se nada de esto […] lo niego […] niego categóricamente cualquier complicidad».
No sólo los trotskistas fueron asesinados, también muchos estalinistas cayeron en desgracia ante el «amado líder y profesor». Abel Yenukidze, por ejemplo, fue ejecutado por intentar salvar la vida de antiguos bolcheviques. No contento con asesinar a sus enemigos, Stalin se vengó de sus familias y amigos. Cientos de miles fueron enviados a los campos de trabajo, no sólo como «enemigos del pueblo», también como chesirs o «familiares de un traidor a la madre patria». Entre estas víctimas estaban la esposa y las hermanas de Tujachevski, la esposa de Bujarin, la primera mujer de Trotsky, su hijo mayor, Sergei, quién no participaba en actividades políticas, fue arrestado por negarse valientemente a denunciar a su padre y fue ejecutado.
Los métodos de la GPU quedaron al descubierto de una forma sorprendente durante los propios Juicios de Moscú. Cuando el propia Yagoda fue llevado a juicio, Vyshinski declaró (11 de marzo de 1938): «Yagoda está en la cima de la tecnología del asesinato y lo hace con las formas más enrevesadas. Representa la última palabra en la ‘ciencia’ de la bestialidad». (Sudebny otchet po delu antisovetskogo trotskiiskogo tsentra, el informe oficial del juicio en rusa, Moscú 1937, p. 332). En medio de todo este pantano de mentiras y distorsiones que forman estos documentos probablemente es lo único verdadero.
Yezhov había conseguido el máximo poder. El culto a Yezhov se emparejó con el culto a Stalin. Yezhov era llamado oficialmente «el amado de la nación». Los horrores que él infligía a sus víctimas eran conocidos como las «púas de Yezhov» (Yezh en ruso significa erizo). Las bardas de Asia Central cantaba al Padre Yezhov. Todo esto no era bien visto por Stalin que tenía un temor mórbido de sus rivales.
Yezhov incluso envió un borrador de decreto al CC, supuestamente a iniciativa de «incontables peticiones de los trabajadores» para que Moscú fuera rebautizada con el nombre de Stalinodar (Ver Volkoganov, p. 463). Sin embargo, Stalin no estaba lo suficientemente loco para aceptar. En su lugar, arrestó a Yezhov en 1938. Como era habitual, Stalin culpó de todos los horrores y dislocaciones de las Purgas a su títere Yezhov, a quien sustituyó por un títere georgiano, Lavrenty Beria. El «amado de la nación» desapareció en el Gulag, parece ser que fue ejecutado en 1939.
El asesinato de Trotsky
La única oposición seria a Stalin fue la Oposición de Izquierdas de Trotsky. Stalin leía todo lo que escribía Trotsky y había decidido eliminarle. Los trotskistas rusos (bolcheviques leninistas) mantenían su fe en los principios del bolchevismo y la perspectiva de la revolución mundial. Mantuvieron viva su organización incluso en los campos de concentración de Stalin. Organizaron huelgas de hambre contra sus atormentadores y sólo fueron silenciados por los pelotones de fusilamiento. Cuando se encaminaban hacia la muerte en la congelada tundra cantaban la Internacional.
Con estos métodos Stalin erradicó los últimos remanentes de las tradiciones del leninismo de la Unión Soviética. Pero una voz seguía desafiándole, la del principal lugarteniente de Lenin, el arquitecto de la revolución de octubre y fundador del Ejército Rojo, Lev Davidovich Trotsky. Mientras Trotsky siguiera con vida Stalin no podía descansar.
A pesar de todo, Stalin no se sentía seguro. Su persecución de Trotsky no sólo era una cuestión de odio personal, aunque también existía. Sobre todo era temor a las ideas y el programa de Trotsky y los bolcheviques leninistas, y a que éstos pudieran encontrar un eco entre la clase obrera soviética. No era un temor infundado. Entre la clase obrera soviética aumentaba el descontento ante las malas condiciones de vida y, sobre todo, ante la creciente desigualdad y los privilegios de la burocracia.
Incluso en el momento álgido de las Purgas existían síntomas del fermento subterráneo de descontento. A través de los informes del partido y del NKVD, Stalin era consciente de la verdadera situación. En 1937 los protocolos del partido de la empresa de construcción Medgorodsk (Smolensk), nos proporcionan una descripción inusualmente sincera de las condiciones de vida de los trabajadores:
«Se puede decir que los trabajadores en los barracones están en una situación hacinamiento y extrema desesperación, hay goteras que caen directamente sobre las camas de los trabajadores. El calor raramente llega a los barracones. La ropa de cama no se cambia y el trabajo sanitario apenas existe. No hay cocinas y los comedores están en construcción. No se puede conseguir comida caliente hasta la tarde, entonces, los trabajadores tienen que recorrer largas distancias para llegar al comedor. ‘Muchas de las mujeres’, dice una trabajadora del partido, ‘viven prácticamente en la calle. Nadie las presta atención; algunas de estas criaturas indefensas amenazan con suicidarse’. Además, ‘hay casos donde no se pagan los aumentos salariales. Todo este ‘abandono de las necesidades elementales de los trabajadores’, así como ‘la falta de cuidado a los seres humanos’ provoca ‘insatisfacción completamente justificada’ y amargura entre los trabajadores.
Algunos trabajadores describen el ambiente como «amenazante’ y ‘directamente contrarrevolucionario’. Por ejemplo, en una discusión sobre la constitución de 1936, un tal Stepan Danin, un carpintero, cita a los trabajadores de su brigada:
¡Debemos permitir la existencia de varios partidos políticos en nuestro entorno, como ocurre en los países burgueses; así podrán observar mejor los errores del Partido Comunista.
En nuestro entorno no ha desaparecido la explotación, los comunistas y los ingenieros emplean y explotan a los sirvientes.
No se debe fusilar a los trotskistas Kámenev y Zinoviev porque son viejos bolcheviques.
A la pregunta de un agitador de quién debería ser catalogado como viejo bolchevique, un trabajador respondió: ‘Trotsky'». (Citado por M. Fainsod. Smolensk Under Soviet Rule, p. 322).
Stalin seguía muy de cerca las actividades de los trotskistas. Tenía infiltrados en sus filas y los artículos de Trotsky estaban cada mañana en su escritorio del Kremlin, a menudo, antes de que fueron publicados. Los agentes de Stalin en París asesinaron al hijo de Trotsky, León Sedov, que estaba jugando un papel clave en el movimiento. Este fue un serio golpe contra la Cuarta Internacional que todavía se encontraba en su fase embrionaria. Uno por uno, los colaboradores de Trotsky, los amigos y su familia, fueron asesinados por Stalin.
Un agente del NKVD, Sudoplatov, fue puesto al cargo del asesinato de Trotsky. El primer ataque armado en su casa de Coyoacán fracasó. Pero inmediatamente después vino otro. El 20 de agosto de 1940, Lev Davidovich fue asesinado por uno de los agentes de Stalin en Ciudad de México.
STALIN Y LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
Stalin como intendente militar de Hitler
Existen muchas equivocaciones sobre la Segunda Guerra Mundial, especialmente, relacionadas con el papel de Stalin. El intento de presentarle como «un gran líder bélico» está basado en pura mitología. En realidad, con su política, Stalin consiguió poner a la URSS ante un peligro mayor.
A finales de los años treinta la guerra era algo inevitable. Antes de que fuera asesinado por un estalinista, León Trotsky explicó que todos los marxistas debían defender a la Unión Soviética, pero también explicó que la única defensa real de la URSS era la preparación sistemática del terreno para el derrocamiento del capitalismo en occidente. La clase obrera internacional debía defender a la URSS frente al imperialismo, pero el mayor peligro para la Unión Soviética era la propia camarilla de Stalin. En un corto espacio de tiempo estas palabras demostraron ser completamente correctas.
A diferencia de Lenin, que siempre defendió una política internacionalista inflexible, la política exterior de Stalin estaba dictada por estrechas consideraciones nacionalistas. Su política consistía en una serie de maniobras con los imperialistas y sacrificó los intereses de la revolución en occidente ante los supuestos intereses de la Unión Soviética. En realidad, estas maniobras no eliminaron el peligro de la guerra, sino que los aumentaron enormemente. Mientras que Lenin y Trotsky basaban la política exterior del estado soviético a la perspectiva de la revolución mundial, con tal propósito crearon la Comintern, pero Stalin desconfiaba de la clase obrera mundial y no tenía tiempo para la Internacional Comunista. Trató a esta última no como un vehículo para la revolución mundial sino como un simple instrumento en manos de la política exterior rusa. La utilizó como un trapo sucio y después la desechó desdeñosamente. En 1943 la disolvió ignominiosamente sin ni siquiera convocar un congreso.
Como siempre, los llamados realistas siempre se convierten en utópicos sin esperanza. El abandono de la política leninista y del internacionalismo proletario en favor de maniobras diplomáticas sin principios, puso a la URSS en un gran peligro. Constantemente socavó las luchas revolucionarias de la clase obrera en China, Alemania, Francia y sobre todo en España, Stalin creó las condiciones para la victoria de la reacción fascista en un país tras otro. La derrota de la clase obrera española eliminó el último obstáculo en el camino de la nueva guerra europea. Esto hizo inevitable la guerra contra la URSS.
Después de la derrota de la clase obrera española, los «aliados democráticos» de la URSS alentaron a Hitler para que satisficiera su apetito volviéndose hacia el Este. Le permitieron rearmarse y ocupar la región del Rin y Austria sin un murmullo. En 1938 el primer ministro británico, Chamberlain, firmó el infame acuerdo de Munich que permitía a Hitler absorber Checoslovaquia. La clase dominante británica dio luz verde a Hitler para que atacara la URSS. Ante el temor de un ataque alemán, Stalin rápidamente abandonó sus maniobras con Gran Bretaña y Francia y firmó un pacto con Hitler.
La firma del Pacto Hitler-Stalin en otoño de 1939 fue un bofetada en la cara para la clase obrera mundial y para el movimiento comunista internacional. Por otro lado, las denuncias del pacto por las llamadas «democracias europeas» sólo eran hipocresía. En términos diplomáticos las acciones de la URSS tenían un carácter puramente defensivo. Pero la forma en que se comportó Stalin realmente era una traición. Mientras que es permisible que un estado obrero se comprometa en maniobras con los estados burgueses, incluidos los más reaccionarios, bajo ninguna circunstancia se debe hacer diplomacia a expensas de los intereses del proletariado y la revolución internacional. En última instancia, las maniobras diplomáticas tienen una importancia secundaria y pueden traer ventajas temporales.
Stalin creía que estas maniobras salvaguardarían a la URSS del ataque. Sus acciones, como siempre, se basaban en cálculos estrechos e ignoraban completamente a la clase obrera de otros países, excepto como un peón del juego diplomático. Su comportamiento con relación a la Alemania de Hitler fue más allá de lo que Lenin hubiera podido tolerar. Al final, tuvo el resultado contrario al que pretendía. Al colaborar con Hitler, Stalin, multiplicó por mil el peligro. Sus acciones desarmaron a la Unión Soviética, animaron a Hitler y desorientaron a la clase obrera mundial en un momento de extremo peligro.
La ocupación de Polonia, Finlandia y los estados Bálticos por parte del Ejército Rojo, también fue, sin duda, un movimiento defensivo, destinado a fortalecer las fronteras de la URSS. Pero se hizo de una forma típicamente burocrática y reaccionaria. En 1938 se disolvió el PC polaco con el pretexto de que se habían infiltrado los fascistas. Casi todos sus dirigentes, en el exilio en Moscú fueron ejecutados. Para facilitar la división de Polonia entre Alemania y Rusia, Stalin estaba dispuesto a sacrificar los intereses de la clase obrera. Mientras que Lenin siempre demostró una gran sensibilidad en la cuestión de las relaciones entre los pueblos rusos y no-rusos de la URSS, el estrecho nacionalismo de Stalin pisoteó los sentimientos nacionales de los pueblos. El resultado de la aventura finlandesa fue que los finlandés lucharon ferozmente contra el Ejército Rojo, debilitado por las Purgas de Stalin, sufrió enormes bajas y no consiguió sus objetivos. Este hecho, más que cualquier otro, convenció a Hitler de que el Ejército Rojo no resistiría un ataque del Wehrmacht.
Después de firmar el Pacto, Stalin y su camarilla llegaron a los extremos más increíbles, incluso llegó a congraciarse con los Nazis. El siguiente extracto del diario de Hencke, un diplomático alemán, describe el banquete de celebración del Pacto, demuestra lo lejos que estaba dispuesto a llegar a Stalin para reconciliarse con Hitler:
«Brindis: En el curso de la conversación, Herr Stalin, espontáneamente, propuso al Führer lo siguiente: ‘Sé cuánto ama la nación alemana a su Führer, por lo tanto, me gustaría brindar a su salud’. Herr Molotov bebió a la salud del ministro de exteriores del Reich y del embajador, el conde von der Schulenburg. Herr Molotov levantó su copa hacia Stalin, comentando que había sido Stalin quién con su discurso de marzo de este año, que se había comprendido muy bien en Alemania, había conseguido cambiar el rumbo de las relaciones políticas. Herren Molotov y Stalin bebieron repetidamente por el Pacto de No-Agresión, la nueva era de las relaciones ruso-alemanas y por la nación alemana. El ministro de exteriores del Reich (Ribbentrop) a su vez propuso un brindis por Herr Stalin, un brindis por el gobierno soviético y el desarrollo favorable de las relaciones entre Alemania y la Unión Soviética. Moscú, 24 de agosto de 1939». (Nazi-Soviet Relations, pp. 75-6, reproducido por Robert Black, Stalinism in Britain, p. 130).
Justo antes del Pacto, en un gesto de complacencia hacia los nazis antisemitas, el comisario soviético de exteriores, Maxim Litvinov (que era judío) fue sustituido por Molotov. Más increíble aún, Beria, responsable de los asuntos internos, publicó una orden secreta a la administración del Gulag prohibiendo que los guardias de los campos ¡llamaran a los prisioneros fascistas! Esta orden no se derogó hasta después de la invasión de la URSS por parte de Hitler en 1941. Lo peor de todo fue que los antifascistas alemanes fueron entregados a Hitler. Esta no era la forma de preparar al pueblo soviético y a los trabajadores del mundo para el terrible conflicto que se avecinaba. La URSS estaba dominada por un falso sentido de seguridad en el momento de mayor peligro. Sus defensas estaban debilitadas y sus ejércitos estaban en manos de incompetentes, como Voroshilov y Budyonny, que más tarde fueron descritos por un general soviético como «cobardes y lamebotas».
Stalin confiaba en sus buenas relaciones con el Führer. No creía que Alemania atacara a la Unión Soviética. Incluso envió un mensaje de felicitación Hitler con ocasión de su entrada en París. El comercio entre la URSS y la Alemania nazi aumentó. Desde el estallido de la Segunda Guerra Mundial hasta junio de 1941, cuando Hitler atacó a Rusia, la Alemania nazi recibió un gran aumento de las exportaciones de la URSS. Entre 1938 y 1940, las exportaciones a Alemania pasaron de 85,9 millones de rublos a 736,5 millones, que sirvió de gran ayuda a los esfuerzos belicistas de Hitler. En este momento, Trotsky caracterizó a Stalin como el lugarteniente de Hitler. Era bastante acertado.
Stalin socava la defensa de la URSS
Stalin y sus purgas criminales diezmaron completamente las defensas de la Unión Soviética. El gran mariscal soviético, Tujachevsky, era un genio militar que pronosticó que la Segunda Guerra Mundial se lucharía con tanques y aeroplanos. Cuando Tujachevsky y sus compañeros murieron asesinados en las purgas, su lugar fue ocupado por compinches de Stalin como Voroshilov, Timoshenko y Budyonny, quienes pensaban que ¡la próxima guerra se lucharía con caballería! Voroshilov, un inepto de segunda fila, fue puesto a cargo del Comisariado de Defensa y se rodeó de otros como él. Estas criaturas de Stalin fueron promovidas a posiciones clave no por su capacidad personal, sino por su lealtad servil a la camarilla dominante.
A pesar de que la potencia de fuego combinada del Ejército Rojo era mucho mayor que la de los alemanes, las purgas mermaron su capacidad y destruyeron el cuerpo de oficiales. Este fue el elemento decisivo que llevó a Hitler a atacar en 1941. En el juicio de Nuremberg, el mariscal Keitel declaró que muchos generales alemanes habían avisado a Hitler que no atacara Rusia, diciendo que el Ejército Rojo era un formidable contrincante. Hitler rechazó este aviso y le dio a Keitel la razón principal: «Los oficiales de primera clase y alto rango fueron destruidos por Stalin en 1937, y la nueva generación no tiene todavía los cerebros que necesita». El 9 de enero de 1941, en un reunión de generales, Hitler les dijo que planificaran el ataque a Rusia porque «no tienen buenos generales». (Medvedev. Let History Judge, p. 214).
«Durante las últimas semanas antes del ataque alemán», escribe George F. Kennan, «Stalin se comportaba de forma extraña. Parecía paralizado por el peligro que ahora se cernía sobre él. Se negaba resueltamente a cualquier reconocimiento externo de este peligro o a discutirlo con los representantes de exteriores. Aparentemente, incluso se negó a poner bajo alerta a las fuerzas armadas soviéticas. No se avisó a la oficialidad ni a la población soviética de la catástrofe que se avecinaba. Contra esta Rusia asustada y en muchos aspectos desprevenida, Hitler lanzó toda su maquinaria bélica en las primeras horas del 22 de junio de 1941». (G. F. Kennan. Soviet Foreign Policy, 1917-1941, p. 113).
El extraño comportamiento de Stalin era bastante característico. La leyenda de un líder que todo lo ve y todo lo sabe es un mito creado por la burocracia que necesitaba creer que su jefe era infalible. En realidad, Stalin siempre fue un pensador mediocre, su «sabiduría» no iba más allá del empirismo vulgar, con una gran dosis de astucia y una ausencia total de escrúpulos a la hora de conseguir sus objetivos. Su «marxismo» era de la clase más superficial y pobre, aplicado en forma de consignas y aforismos como un sacerdote desparrama en sus sermones citas adecuadas de las Escrituras.
Este no es el talento de un líder revolucionario sino las mezquinas artimañas de un intrigante burocrático. Las intrigas son el mejor de los casos la calderilla de la política. Sólo un político provinciano podía cometer tal error de táctica con algo que puede resolver los problemas fundamentales. La capacidad para maniobrar tiene una relativa importancia en la política y en la guerra. Hay que aprender cuando se debe atacar y cuando retirarse, cómo fingir cierto movimiento para engañar al enemigo ante tus verdaderas intenciones. Pero pensar que esto es decisivo es engañarse. En el pequeño mundo del aparato burocrático esto parece terriblemente importante y un signo de gran influencia. Pero en la vasta arena de la política mundial no tiene más peso que los virajes patéticos del zumbido de una mosca cuando se estrella contra una ventana.
Hitler y Stalin
Se han hecho muchos intentos de comparar a Stalin con Hitler. Detrás de estos intentos se esconden intentos normalmente maliciosos de comparar el comunismo con el fascismo y atacar a la Unión Soviética. Superficialmente, hay muchos puntos de similitud entre los regímenes totalitarios de la Alemania de Hitler y la Rusia de Stalin. Pero también hay una diferencia fundamental: el régimen de Stalin era una excrescencia del estado obrero ruso y, en última instancia, descansaba sobre las formas de propiedad nacionalizada establecidas por la Revolución de Octubre. El régimen de Hitler se basaba en las relaciones de propiedad capitalista y reflejaban una expresión monstruosa del capitalismo monopolista e imperialista. Por eso, la guerra por la defensa de la URSS era progresista mientras que ponerse de parte de la Alemania nazi era algo reaccionario.
El intento de reducir los grandes acontecimientos históricos a las «personalidades» individuales es algo extremadamente superficial y, normalmente, refleja una incapacidad de abordar la historia desde un punto de vista científico. Sin embargo, los individuos juegan un papel importante en la historia y la clarificación del carácter, las capacidades o limitaciones de los dirigentes tienen una importancia relativa como parte de un cuadro mucho más grande. Incluso aquí, los intentos de establecer un parecido entre Hitler y Stalin fracasan miserablemente porque es imposible comprender a los dos hombres fuera de su papel peculiar en una situación histórica determinada. Para comprender a Hitler y Stalin no es suficiente con catalogar sus crímenes y demostrar que utilizaron métodos similares. En el sentido de la represión y demonio autocrático, Napoleón Bonaparte utilizó métodos similares a los utilizados por los monarcas Borbones a quienes él sustituyó (el oportunista jefe de la policía, Fouche, sirvió a ambos). Pero es necesario explicar a qué clase o estrato social representaban. De otra forma, llegaríamos al impresionismo literario en lugar de hacer caracterizaciones sociales certeras.
Hitler era un monstruo, pero un típico dirigente de masas fascista, un aventurero pequeño burgués que sabía muy bien como embravecer a la clase media alemana que se había arruinado debido al colapso del capitalismo alemán. Sabía como atraer su odio a los grandes bancos y monopolios, recurriendo a una ruda caricatura de la jerga «socialista» y «revolucionaria», mientras que al mismo tiempo adulaba su sentido de orgullo nacional y superioridad racial, sabía como dirigir su odio lejos de los banqueros alemanes y capitalistas alemanes y hacia el «enemigo externo» —los judíos y las potencias extranjeras, los bolcheviques y los sindicatos que estaban «destrozando Alemania»—. Todo esto lo hizo con un grado considerable de destreza (aunque le robase la mayoría de esto a Mussolini que estaba más capacitado). En su búsqueda de poder (ayudado por supuestos por los banqueros y capitalistas alemanes) demostró energía y una determinación incuestionable.
Aquí la cuestión de las características individuales está íntimamente relacionada con las consideraciones objetivas y de clase. Hitler era la personificación de la pequeña burguesía arruinada, enloquecida por la crisis del capitalismo. Pero su movimiento no representaba a la pequeña burguesía alemana sino a los grandes bancos y monopolios alemanes que le financiaban. El fascismo es la esencia destilada del imperialismo. Su doctrina racista es simplemente la esencia destilada de la creencia imperialista de que algunas naciones están destinadas a dominar sobre las demás. El impulso hacia la guerra fluía naturalmente de la posición del imperialismo alemán después de 1919. Hitler simplemente dio a esta realidad objetiva un carácter particularmente febril e insano. El arrojo de Hitler procedía (mezclado con una gran dosis de aventurerismo) de esto. Empujó a la burguesía a un lado y empezó a gobernar sin ella, e incluso algunas veces en contra de ella. Pero, objetivamente, los nazis expresaban la necesidad del capitalismo alemán de expandirse a nuevos mercados y conquistar colonias para escapar de la crisis y romper la camisa de fuerza que le habían impuesto Gran Bretaña y Francia después de la Primera Guerra Mundial.
La crudeza intelectual de Hitler era comparable a la de Stalin. Como Stalin, también utilizaba la intriga y el gaño como armas. Efectivamente, engañó a Chamberlain y le hizo creer que no tenía más pretensiones territoriales después de Checoslovaquia (al menos ninguno que afectara negativamente al imperialismo británico). Pero su arma preferida era el empleo rudo de la violencia. Nunca se le habría ocurrido a Hitler depositar ninguna confianza en sus maniobras. El puño era lo que siempre determinaba las cosas, interna y externamente.
Tanto Hitler como Mussolini habían llegado al poder al frente de movimientos fascistas de masas. Ambos eran hábiles en las artes de la demagogia de masas. Eran aventureros y no sentían aversión por las acciones arriscadas donde fuera necesario. Stalin era algo diferente. No encabezó una revolución. Las acciones de masas le eran ajenas. Era un orador pobre, su esfera natural de operaciones eran las oficinas del partido, al final de la línea telefónica. Para él no era el discurso incendiario y el golpe teatral audaz. Stalin era el producto de la burocracia que llegó al poder con sigilo cuando todas las fuerzas vitales de la revolución de octubre estaban agotadas. Sus principales instintos eran los del burócrata: cautela, conservadurismo y una tendencia a recurrir a la maniobra y la intriga para mejorar su posición y destruir a sus enemigos.
A diferencia de la burguesía imperialista alemana, la burocracia de la URSS no quería la guerra, sino una vida pacífica para poder continuar con sus funciones administrativas. Stalin aún quería menos la guerra, por que temía que una guerra acabara con su posición. Stalin temía a la guerra con Alemania porque temía que ésta llevase directamente a su derrocamiento. Tenía miedo especialmente del ejército. Deseaba desesperadamente la paz, aunque tuviera que conseguirla participando en una intriga con Hitler. Pero al hacer eso, Stalin y su camarilla subestimaron a Hitler e hicieron inevitable la guerra.
Aquí, una vez más, la limitación nacional de Stalin jugó un papel nefasto. Que la situación objetiva de Alemania hacía inevitable la guerra estaba claro para todos, pero Stalin no creía que Hitler estuviera decidido a invadir la Unión Soviética y reducirla a una colonia esclavista. Pero esto estaba estado claro para todo aquel que hubiera leído Mein Kampf. Stalin nunca pensó que Hitler estuviera tan loco como para empezar una guerra en dos frentes. Este burócrata cauteloso creía que Hitler pensaría como él. Pero Hitler, el fascista aventurero, pensaba de una forma completamente diferente. Estaba decidido desde el principio a lanzar un ataque devastador sobre Rusia. Cegado por sus éxitos fáciles en occidente subestimó seriamente el potencial militar de la URSS.
Ante las objeciones de sus generales, Hitler señaló la pobre calidad de la dirección del Ejército Rojo, como se había demostrado en la desastrosa campaña finlandesa de 1939-40. Y por su conducta, Stalin parecía no estremecerse con la convicción de Hitler. Después de destruir a los mejores cuadros del Ejército Rojo, Stalin depositó una confianza ciega en su maniobra «inteligente» con Hitler e ignoró los numerosos informes que decían que los alemanes estaban preparados para el ataque. Cuando estas ilusiones quedaron hechas añicos por la marcha despiadada de los acontecimientos, el valor de Stalin se resquebrajó y cayó en un estado de total postración.
Hitler ataca
A medios de junio de 1941 Hitler había trasladado unos enormes recursos militares a la frontera soviética. Cuatro millones de soldados alemanes se posicionaron en la frontera dispuestos a invadir. También había 3.500 tanques, unos 4.000 aviones y 50.000 armas y morteros. Se intentó mantener esta movilización en secreto, pero dado su tamaño, al gobierno soviético le llegaron numerosos informes de las unidades fronterizas, del servicio soviético de inteligencia, incluso de funcionarios de los gobiernos británico y estadounidense. Stalin se negó a actuar y sobre estos informes escribió: «Para archivar» y «Para clasificar». Todo esto fue confirmado por el general Zhukov en su libro: Reminiscences and Reflections.
En julio de 1941 los ejércitos de Hitler lanzaron un ataque devastador sobre la URSS, avanzaron quinientas millas hacia el frente. Incluso entonces, Stalin se negó a actuar. No creía que Hitler invadiera. Esto desarmó completamente a la Unión Soviética frente a la agresión nazi. Cuando el mando militar soviético pidió permiso para poner en alerta a las tropas soviéticas Stalin se negó. «Cada vez más aviones alemanes violan el espacio aéreo soviético», dijo el Mariscal del Aire A. Kovikov, «pero no tenemos permiso para detenerles». (Citado por Medvedev, Let History Judge, p. 332).
En el XX Congreso del PCUS celebrado en 1956, el líder soviético, Nikita Kruschev, por primera vez reveló la verdadera situación: «La guerra tuvo consecuencias muy graves, principalmente en su fase inicial, el motivo fue la aniquilación, entre 1937 y 1941, de muchos mandos militares y trabajadores políticos debido a la suspicacia y a las acusaciones calumniosas de Stalin. Durante estos años, se reprimió a determinados sectores de los cuadros militares, comenzando por los batallones y compañías, y extendiéndose hasta a los altos centros de mando militar; en esta época se liquidó prácticamente a todo el cuadro de dirigentes que habían adquirido experiencia militar en España y el Lejano Oriente.
La política de represión a gran escala contra los cuadros militares socavó la disciplina militar porque durante varios años, a los oficiales de cualquier rango e incluso a los soldados en las células del partido y el Komsomol, se les enseñó a ‘desenmascarar’ a sus superiores como enemigos ocultos. (Murmullos en la sala). Es natural que en el período inicial de la guerra esto tuviera una influencia negativa.
Y, como ya sabéis, antes de la guerra teníamos excelentes cuadros militares que eran incuestionablemente leales al partido y la Patria. Basta con decir que aquellos hombres que consiguieron sobrevivir, a pesar de las duras torturas a las que fueron sometidos en las prisiones, en los primeros días de la guerra se comportaron como verdaderos patriotas y lucharon heroicamente por la gloria de la Patria; Tengo en la mente a compañeros como Rokossovsky (quien, como sabéis, ha estado encarcelado), Gorbatov, Maretskov (que está presente como delegado en el congreso), Podlas (fue un comandante excelente que murió en el frente), y muchos, muchos otros. Sin embargo, muchos mandos murieron en los campos y en las prisiones, el ejército no les vio nunca más. Todo esto provocó la situación que existía cuando comenzó la guerra y que supuso una gran amenaza para nuestra Patria». (Special Report on the 20th Congress of the CPSU. N. S. Kruschev, 24-25 de febrero de 1956).
Aunque en el momento del ataque nazi sobre la Unión Soviética el potencial de fuego combinado del Ejército Rojo era mucho mayor que el del Whermacht, las fuerzas soviéticas fueron rápidamente rodeadas y diezmadas. Increíblemente, no se habían preparado planes de defensa en caso de un ataque alemán. Muchos tanques soviéticos no tenían tripulación. Incluso cuando Hitler lanzó realmente su ofensiva, Stalin ordenó al Ejército Rojo que no resistiera. De este modo, las poderosas fuerzas armadas soviéticas quedaron paralizadas en las primeras cuarenta y ocho horas críticas. La fuerza aérea fue destruida en tierra. En las primeras veinticuatro horas, más de dos mil aviones soviéticos fueron destruidos y cientos de miles de soldados rodeados. Debido a la confusión y a la parálisis por arriba, una gran parte del territorio se perdió en las primeras semanas. Millones de soldados soviéticos fueron capturados sin apenas resistencia. El corresponsal de guerra y escritor soviético K. Simonov, en su libro Zhiviye I Myortviye (Víctimas y héroes) describe esta catástrofe militar.
Este desastre sin precedentes no fue el resultado de la debilidad objetiva, sino de una mala dirección. Con una dirección apropiada, sin duda, los invasiones alemanes habrían tenido que retroceder a Polonia al inicio de la guerra. Habrían inflingido una derrota decisiva a Hitler en 1941. La guerra podría haber terminado antes y se podrían haber evitado las horribles pérdidas sufridas por Bielorrusia, Rusia occidental y Ucrania. La pesadilla que sufrió el pueblo de la URSS, fue el resultado directo de la política irresponsable de Stalin y su camarilla.
El «gran líder militar»
Después de la guerra, el Kremlin hizo intentos arduos para extender el mito de Stalin como una «gran líder militar». Esto no resiste el más mínimo examen. Ya hemos visto cómo la política de Stalin dejó a la Unión Soviética a merced de Hitler. Cuando Hitler invadió los líderes soviéticos estaban confundidos. A Stalin al principio le entró el pánico y se escondió. Sus actos significaban la capitulación total. A pesar de esto, se dio el título de «generalísimo» y adornó su papel en la Gran Guerra Patriótica.
Kruschev expresó con los siguientes términos la verdadera situación: «Sería incorrecto olvidar que, después del primer desastre grave y la derrota en el frente, Stalin pensaba que esto era el final. En uno de sus discursos de aquella época dijo: ‘Todo aquello que Lenin creó lo hemos perdido para siempre’. Después de esto, Stalin durante un largo tiempo no dirigió las operaciones militares y no hizo nada. Regresó a la dirección activa sólo cuando algunos miembros del Buró Político le visitaron y le dijeron que era necesario dar determinados pasos para mejorar la situación en el frente».
Algo típico de Stalin, ejecutó al general al cargo del frente occidental culpándole de la derrota de la cual era responsable el propio Stalin. Ordenó, tardíamente, la liberación de miles de oficiales soviéticos que estaban encarcelados desde las purgas, según Medveded a finales de «1942 Stalin ordenó que se ejecutara en los campos a un gran grupo de oficiales del Ejército Rojo, les consideraba una amenaza en caso de que se produjeran acontecimientos desfavorables en el frente soviético-alemán». (R. Medvedev. Que juzgue la historia, p. 312).
Al final, la URSS ganó la guerra contra Hitler sin ayuda. Los británicos y estadounidenses fueron simples espectadores de la batalla titánica entre la Unión Soviética y la Alemania de Hitler que contaba con el apoyo de las fuerzas productivas europeas. La victoria gloriosa del Ejército Rojo es un testamento de la superioridad colosal de una economía nacionalizada y planificada que permitió a la URSS sobrevivir a los primeros desastres y reorganizar las fuerzas productivas más allá de los Urales. En 1942 la economía ya se estaba recuperando rápidamente. En 1943 los soviets producían y atacaban al enemigo. El equipamiento y las armas fabricadas por la URSS eran de primera calidad, superiores a las utilizadas por los alemanes, británicos o estadounidenses. Este es el secreto de su éxito. Echa por tierra la mentira tantas veces repetida de que la economía nacionalizada o planificada no es capaz de producir mercancías de alta calidad.
El mariscal Zhujov recuerda:
«En 1943 nuestra industria fabricó 35.000 aviones de guerra de primera clase, 24.000 tanques y piezas de artillería autopropulsada. En este aspecto, ya estaba muy por delante de Alemania, tanto en calidad como en cantidad. El alto mando nazi emitió una orden especial para evitar combates con nuestros tanques pesados […]» (G. Zhukov. Reminiscences and Reflections, p. 214).
Sin embargo, incluso cuando las fuerzas soviéticas pudieron pasar a la ofensiva, Stalin jugó un papel negativo y perjudicial, interfiriendo en el mando militar y publicando órdenes que aumentaban seriamente el número de bajas soviéticas. Stalin publicó una orden para que «ninguna unidad de tierra» se rindiera. Esto era una locura porque siempre existen condiciones en las cuales el ejército tiene que retirarse para evitar el rodeo y la derrota. Una vez más, la ecuación compleja de la guerra se espera que se acomode a las decisiones arbitrarias tomadas por el burócrata en su oficina sin tener en cuenta las condiciones reales en el terreno. Como si esto no fuera suficientemente malo, la célebre Orden 270 decía que ningún soldado soviético podía rendirse y todo aquel que lo hiciera sería considerado un traidor. Un gran número de soldados soviéticos que se rindieron y fueron capturados en 1941 como resultado directo de la chapuza de Stalin, de repente, eran considerados sospechosos y después de la guerra les enviaron a Siberia.
Siguiendo las instrucciones del jefe, que hacían caso omiso a las ideas del alto estado mayor, se lanzaron ofensivas mal preparadas en unas condiciones que sólo podían llevar a la derrota. En una de estas ofensivas, cuando Stalin ordenó a los defensores de Leningrado que rompieran el asedio (una tarea imposible en el invierno de 1941 cuando la ciudad estaba asediada y hambrienta), el Ejército Rojo sufrió 25.000 bajas y las defensas alemanas quedaron intactas. Hubo muchos ejemplos más que demostraban el pernicioso papel que jugó Stalin durante la guerra. La realidad es que la guerra la ganaron los trabajadores y campesinos soviéticos, no gracias, sino a pesar del régimen de Stalin. Con unos sacrificios terribles demostraron más allá de cualquier duda la viabilidad de las nuevas relaciones de propiedad establecidas por la Revolución de Octubre. Pero pagaron un precio terrible, 27 millones de muertos y la destrucción sistemática de las fuerzas productivas.
Sin embargo, la victoria de la Unión Soviética en la guerra fortaleció el régimen estalinista durante todo un período. Además, los estalinistas tomaron el poder en Europa del Este y China, aunque estas revoluciones estaban deformadas desde el principio. Se basaron no en la democracia obrera de 1917, sino en la caricatura totalitaria burocrática de la Rusia de Stalin.
Stalin y los intelectuales
«¿Quién puede defender seriamente que Stalin tenía alguna idea de la situación general? ¿O qué tenía alguna ideología? Stalin nunca tuvo ninguna ideología, convicción, ideas o principios. Stalin siempre se decantaba por las opciones que le permitían más fácilmente tiranizar, asustar y culpabilizar a los demás. Hoy, el profesor y líder podía decir una cosa, mañana otra distinta. Nunca le preocupó qué decir en la medida que mantenía su poder». (Dimitri Shostakovich. Testimony, p. 187).
Estas líneas son completamente ciertas. Stalin no tenía otra ideología que conseguir el poder y controlarlo. Tenía una tendencia a la sospecha y la violencia. La «teoría» se añadía como una ocurrencia, como se pone una bola en el árbol de Navidad. Era un apparatchik típico, de mente estrecha e ignorante, como las personas a cuyos intereses representaba. Los demás dirigentes bolcheviques habían pasado años en Europa occidental y hablaban otros idiomas con fluidez, participaron personalmente en el movimiento obrero internacional. Stalin no hablaba ningún otro idioma e incluso hablaba un pobre ruso con un fuerte acento georgiano.
A diferencia de Lenin, cuya modestia era proverbial, Stalin amaba los títulos grandilocuentes, como «Padre de todos los Pueblos» y «Corifeo de la Ciencia». Aunque él mismo era ignorante e inculto, le gustaba ser considerado como la cima de la sabiduría artística y el árbitro del saber. Odiaba a los intelectuales y a todo aquel que tuviera un nivel cultural más alto que él porque en su presencia se sentía inferior. Sin embargo, tenía un remedio simple para esto: la eliminación física de estas personas.
La política del «realismo socialista» no tenía nada que ver con el socialismo o el realismo, tiene todo que ver con un deseo totalitario de controlar el arte y ponerle una camisa de fuerza. Como todas las demás actividades sociales, la cultura estaba sometida a la vigilancia del estado a través de las actividades de una GPU artística y a la red de informadores, pelotas y títeres. Los gobernantes de la URSS eran conscientes de que la disidencia se podía expresar a través de una amplia variedad de canales y de muchas formas diferentes. En un régimen totalitario donde todos los partidos y tendencias de oposición son prohibidos, la oposición al régimen puede salir a la superficie de otras formas, de aquí la necesidad compulsiva de censurar el arte.
Se recelaba de la innovación. Era vista como algo peligrosa, como cualquier otro desvío de las normas oficiales dictadas desde lo alto por el líder que todo lo ve y todo lo sabe. El contenido estético y social del «realismo socialista» se puede resumir simplemente: es el arte de cantar alabanzas a la burocracia y al Líder Supremo en un lenguaje que todos pudieran comprender. Stalin, y los burócratas cuyos intereses representaba, era un hombre rudo y con una mentalidad estrecha. Sus gustos artísticos eran conservadores. En los años veinte, en la URSS hubo una explosión de la experimentación artística. El partido expresaba sus opiniones sobre las distintas tendencias artísticas y literarias, pero nunca soñó con utilizar el estado para promover a unas y reprimir a otras. Más que cualquier otra manifestación humana, el arte necesita libertad para respirar, desarrollarse y experimentar. Con Stalin todo eso se transformó en su contrario.
En el nuevo entorno se impuso una uniformidad sofocante y mortecina, que hizo casi completamente imposible cualquier creatividad artística. Mayakovsky, el famoso poeta y con una larga vida como bolchevique, se suicidó en 1931 para protestar contra la contrarrevolución burocrática. Más tarde, el régimen se apoderó de él y publicó su obra en grandes ediciones, Boris Pasternak calificó este hecho como su segunda muerte: «Se empezó a introducir a la fuerza a Mayakovsky, como ocurrió con las patatas durante el reinado de Catalina la Grande. Fue su segunda muerte».
Durante las Purgas muchos artistas e intelectuales fueron asesinados o desaparecieron, incluidos destacados escritores como Isaak Babel. Gorki creó a Stalin algunos problemas porque siempre estaba intercediendo por algunos de los arrestados. Había hecho lo mismo con Lenin. Pero en esta ocasión el resultado fue diferente. Con casi total certeza Stalin envenenó a Gorki. Yagoda más tarde fue acusado de este crimen. Puede que lo hiciera, pero siguiendo las instrucciones de Stalin. El hecho de que previamente se publicaran artículos atacando, al hasta ese momento sacrosanto Gorki, es una prueba de que su caída estaba planificada y que tal medida sólo podía venir del propio Stalin. No era cuestión de llevar a juicio a alguien como Gorki. Tenía que desaparecer silenciosamente.
Cuando las Purgas recobraron su impulso, desapareció toda una generación de artistas e intelectuales. En los años treinta, muchas personas con talento fueron enviadas a la muerte en los campos de Stalin. Entre ellos estaba el célebre director de teatro Meyerhold, un brillante innovador, deportado en 1937 y muerto en un campo de concentración. A Isaac Babel, el autor de Caballería Roja, le esperaba un destino similar. El famoso poeta Osip Mandelshtam, fue arrestado por escribir un epigrama atacando a Stalin y murió en un campo. Hubo muchos otros.
Stalin, personalmente, interfirió en la purga de los artistas. La ópera Lady Macbeth de Mtsensk, escrita por Dimitri Shostakovich, fue un gran éxito, hasta que Stalin abandonó una representación. Al día siguiente, apareció una editorial en Pravda con el siguiente titular: «Caos en lugar de música». El autor era el propio Stalin y acababa con la siguiente frase: «Esto puede terminar muy malamente». Estas palabras en el contexto determinado era el equivalente a una sentencia de muerte. La razón por la cual Stalin odiaba Lady Macbeth de Mtsensk, no era sólo que no pudiera comprender la música. El argumento implica una condena a la brutalidad de la policía zarista, que, en el punto álgido de las Purgas, no se podía tolerar.
El dictador estaba llegando a un punto en que nadie, no importa lo famoso que fuera, estaba a salvo. Después de la publicación del artículo de Stalin en Pravda, el destino de Shostakovich parecía sellado. Tenía día y noche preparada una maleta por si el destino llamaba a la puerta. La razón de su supervivencia demuestra la naturaleza caprichosa del régimen de Stalin. Al dictador le gustaban las películas, especialmente aquellas en las que desempeñaba un papel importante como La caída de Berlín. Había actores soviéticos que no hacían otra cosa que interpretar en las películas el papel de Stalin. Y, naturalmente, sólo un gran compositor podía escribir la banda sonora de estas películas. Y Shostakovich, sin duda, era un gran compositor. Eso le salvó la vida.
El otro gran compositor soviético, Sergei Prokofiev, que había regresado a Rusia en 1936, fue denunciado por «modernista» y cada vez tenía más problemas para representar sus obras. Su ópera, Simyon Kotko, se basaba en un tema soviético, los guerrilleros en Ucrania en el momento de la Guerra Civil. Pero el director era Meyerhold y fue arrestado en medio de este trabajo y más tarde fue ejecutado.
A finales de los años treinta Prokofiev colaboraba con el famosos director de cine soviético Sergei Eisenstein en la película Iván el Terrible. Desde el punto de vista de los primeros historiadores soviéticos, Iván Grozny era un tirano y un sanguinario, pero como Stalin le admiraba hubo que modificar esta idea. La película de Eisenstein comienza con un apología de Iván, pero en la segunda parte, describe la crueldad del régimen de Iván, eso la hace cada vez más ambivalente. El paralelismo entre el oprichiniki de Iván y la GPU de Stalin era demasiado obvia. Stalin llamó a Prokofiev y Eisenstein, les atacó violentamente por la forma en que habían presentado a su héroe. Los nervios de Eisenstein estaban destrozados, poco tiempo después, murió de un ataque al corazón. La tercera parte de Iván quedó inconclusa y la película desapareció en los archivos.
Después de 1945, Stalin creía que necesitaba restablecer su grillete sobre la sociedad en general, y sobre las artes en particular. Utilizó los servicios de una de sus criaturas, Anderi Zhdanov, para lanzar después de la guerra una violenta purga de artistas, compositores y escritores. Destacados compositores como Prokofiev y Shostakovich fueron vilipendiados y humillados. Se celebraban reuniones especiales donde los escritores a sueldo del partido y los arribistas repulsivos como Zhdanov hacían cola para denunciar a «formalistas» como Prokofiev y Shostakovich. La viuda de Prokofiev fue arrestada y condenada a diez años de trabajos forzados.
¿Por qué persiguió Stalin tan cruelmente a los compositores? ¿Cómo una pieza de música puede representar un peligro para el estado? La música tiene un lenguaje propio y puede decir muchas cosas a quien comprenda su lenguaje. La música soviética era muy sofisticada y se utilizaba para leer entre líneas no sólo los artículos de un periódico sino también partituras sinfónicas. La Sexta Sinfonía de Prokofiev era un manifiesto musical anti-estalinista, por eso fue prohibida. Esto es incluso más cierto con las sinfonías de Shostakovich, desde la quinta en adelante.
Lo mejor es dejar la última palabra a un hombre que conocía a Stalin muy bien y que sufrió personalmente su régimen: «¿Por qué a los tiranos les entusiasma la idea de ser considerados ‘patrocinadores’ y ‘amantes del arte’? Creo que hay varias razones. En primer lugar, los tiranos son hombres infames, hábiles y astutos, saben qué es mucho mejor para su trabajo sucio aparecer como hombres cultos y no como ignorantes y patanes. Permiten que hagan el trabajo los patanes y los peones. Los peones están orgullos de ser patanes, pero el generalísimo siempre debe ser sabio en todo. Y este hombre sabio tiene un gran aparato trabajando para él, escribiendo para él, le escriben sus discursos y también sus libros. Un gran equipo de investigadores le preparan los papeles sobre cualquier cuestión, cualquier tema.
¿Quieres ser un especialista en arquitectura? Lo serás. Sólo da la orden, amado líder y profesor. ¿Quieres ser un especialista en artes gráficas? Lo serás. ¿Un especialista en orquestación? ¿Por qué no? ¿En idiomas? Te nombro. […]
Todos los peones, parásitos, chiflados y demás almas pequeñas también quien desesperadamente a su líder y profesor para ser un titán incuestionable y absoluto del pensamiento y la pluma». (Dimitri. Shostakovich. Testimony. p. 125-6).
El último período
Durante la guerra, Stalin se vio obligado a aflojar los lazos del terror para no socavar la voluntad de lucha de la población. Pero inmediatamente después de 1945 de nuevo se cerraron las ventanas. Bajo las órdenes de Stalin comenzó una campaña contra el «cosmopolitismo» y «la humillación ante occidente». Comenzaron de nuevo los arrestos y deportaciones de masas, se realizaron duros ataques anti-judíos. Simultáneamente, el nacionalismo se celebraba a la menor oportunidad.
El poder de Stalin ahora era absoluto. El temor a las masas obligó a la burocracia a cerrar filas aún más fervientemente alrededor del Líder que garantizaba sus privilegios. Las razones políticas con Stalin a menudo se mezclaban con consideraciones psicológicas y personales. Nunca podía tolerar a alguien demasiado grande a su lado. Como Stalin era bajo de estatura se aseguraba que le fotografiaran cerca de alguien más alto que él. Los artistas pintaban los retratos del Jefe con longitudes extraordinarias, desde un ángulo que exageraba su estatura. Nadie podía ser más alto que Stalin, nadie más sabio, más fuerte, más despierto artísticamente, más brillante, más previsor, más amado por el Pueblo.
Stalin siempre sospechaba y envidiaba a todo aquel que tuviera talento, como si esto representara una afrenta a su genio. Sospechaba particularmente de los jefes de las fuerzas armadas porque temía un golpe de estado. El mariscal Zhukov, que jugó un papel importante en la victoria sobre Hitler, se ganó el odio eterno de Stalin porque demostró cierta independencia mental y ocasionalmente expresaba opiniones contrarias a las del Padre de todos los Pueblos. Pero en el verano de 1945, para sorpresa de Zhukov, Stalin insistió en que él diera el saludo en el desfile de la victoria de Moscú. Zhukov recuerda las circunstancias en sus memorias:
«No puedo recordar la fecha exacta pero creo que estaba cerca del 18 o 19 de junio, Stalin me citó en su casa de campo. Me preguntó si había olvidado cómo montar a caballo.
‘No’, respondí.
‘Bien’, dijo Stalin, ‘Tendrá que dar el saludo en el desfile de la victoria. Rokossovsky lo dispondrá’.
Y respondí:
‘Gracias por ese gran honor, ¿pero no sería mejor que usted diera el saludo? Usted es el general en jefe supremo y tiene el derecho y el deber de dar el saludo’.
Stalin respondió:
‘Soy demasiado viejo para pasar revista a los desfiles. Lo hará usted, es más joven'».
(G. Zhukov, Reminiscences and Reflections, vol. 2, p. 424) .
Este era un ejemplo típico de la astucia de Stalin, su tosquedad y deslealtad. Al poner a Zhukov en esta posición, un gesto aparente de amistad y modestia, le estaba preparando una trampa. Quería deshacerse de Zhukov y necesitaba una excusa. Como Zhukov era demasiado conocido y respetado para asesinarle, Stalin satisfizo su deseo de venganza humillando a su general. Envió a Zhukov a un puesto sin importancia en un oscuro lugar del sur. La razón de esto fue su «falta de modestia».
El culto a Stalin
El crecimiento de la economía iba en paralelo al aumento de la represión y el culto a Stalin. En el XIX Congreso del Partido, el culto al líder adquirió su expresión más grotesca. Aquí tenemos algunos ejemplos del discurso de clausura de Malenkov:
«La obra del camarada Stalin que se acaba de publicar: Problemas económicos del socialismo en la URSS, tiene una importancia cardinal para la teoría marxista-leninista y para toda nuestra actividad práctica. (Aplausos estrepitosos y prolongados).
El camarada Stalin ha elaborado los planes del partido para el futuro, define las perspectivas y las formas de nuestro progreso, basados en un conocimiento de las leyes económicas básicas, de la ciencia de la construcción de la sociedad comunista. (Aplausos estrepitosos y prolongados).
Una contribución importante a la economía política marxista es el descubrimiento del camarada Stalin de la ley básica del capitalismo moderno y la ley económica básica del socialismo (!).
El descubrimiento del camarada Stalin […] El camarada Stalin demuestra […] El camarada Stalin nos ha enseñado […] El camarada Stalin ha descubierto […] El camarada Stalin ha revelado […]
Las obras del camarada Stalin son un testimonio gráfico y tienen una importancia fundamental para ligar nuestro partido a la teoría […] El camarada Stalin avanza constantemente en la teoría marxista […] El camarada Stalin ha revelado la función del lenguaje como un instrumento del desarrollo social y ha indicado las perspectivas para el futuro desarrollo de las culturas y lenguas nacionales».
Y, finalmente, después de numerosas interrupciones por «aplausos», «prolongados aplausos» y «estrepitosos y prolongados aplausos»:
«Bajo la bandera del inmortal Lenin, bajo la sabia dirección del gran Stalin, ¡hacia la victoria del comunismo!
(En cuanto a la conclusión del informe, todos los delegados se pusieron en pie y saludaron al camarada Stalin con vítores estrepitosos y prolongados. Hay gritos desde todas las partes de la sala: ‘¡Larga vida al gran Stalin! ¡Viva por nuestro querido Stalin!)». (Informe del XIX Congreso del PCUS, pp. 134-44).
Basta con comparar este circo pelotillero con los congresos democráticos del Partido Bolchevique bajo la dirección de Lenin y Trotsky, y veremos el abismo que separa el estalinismo del leninismo. Aquí tenemos el culto al líder en toda su gloria.
Pero el Líder no estaba satisfecho con esto. En los años antes de su muerte, Stalin estaba preparando toda una serie de purgas sangrientas en Rusia, en la línea de las lanzadas en 1936-8. El objetivo real de las obras «teóricas» de Stalin de este período (que no tienen un contenido teórico real) era preparar el terreno para una nueva Purga. En su última obra, Problemas económicos de la URSS, publicada en 1952, Stalin planteaba que los «errores» en acto de servicio y en los pensamientos estaban reapareciendo en los partidos comunistas, incluido el de la URSS. Eso significaba que lo peor estaba por llegar, la obra «teórica» de Stalin sobre economía marxista tuvo consecuencias drásticas. N. A. Voznesensky, miembro del Politburó, desapareció en 1949 y fue ejecutado en 1950. Más tarde, fue acusado de sobre-enfatizar la ley del valor en la economía y dar la impresión de que las leyes económicas se pueden crear a través de la acción subjetiva.
En realidad, el subjetivismo extremo y lo que los marxistas llaman voluntarismo, siempre eran los ingredientes principales del pensamiento de Stalin, combinado con el formalismo más rudo y el empirismo. Pero, de vez en cuando, la propia vida le daba una bofetada y le obligaba a dar un giro de ciento ochenta grados. Estos vaivenes son una característica constante de su línea política. La «teoría» siempre era algo a posteriori para justificar estos giros violentos. A finales de los años cuarenta había un gran descontento entre las masas debido al bajo nivel de vida, que contrastaba escandalosamente con la mimada existencia de la elite. Hacían falta chivos expiatorios.
La Purga de Leningrado
Stalin había utilizado a Zhdanov en su campaña contra los escritores y compositores soviéticos. Pero Zhdanov tuvo demasiado éxito y provocó los celos de Stalin. Como Kirov y Yezhov antes que él, se estaba convirtiendo en una figura destacada en el ojo público. Ante la insistencia de Stalin, su viejo amigo fue enviado a un sanatorio del Kremlin. Los expedientes médicos de Zhdanov, que se hicieron públicos recientemente, demuestran que sufría una enfermedad seria de corazón que el tratamiento médico correcto habría sido el descanso. Pero los médicos del Kremlin le recomendaron un régimen de ejercicio enérgico. El 31 de agosto de 1948, un mes después de entrar en el sanatorio, el paciente murió. La muerte de Zhdanov no fue casual. Los médicos del Kremlin le allanaron el camino y las órdenes venían de Stalin.
Está bastante claro que Stalin le mató y culpó de su muerte a los médicos del Kremlin («el complot de los médicos»). Como ocurrió con el asesinato de Kirov, tenían la intención de preparar el terreno para arrestos de masas. Todos los que habían sido dirigentes de la organización del partido en Leningrado durante la guerra compartieron el mismo destino que Zhdanov.
El ayudante de Zhdanov, Alexei Kuznetsov, había tomado el control de Leningrado en los días más oscuros de la guerra, cuando estaba asediada por los nazis. El gran Zhdanov naturalmente se distinguía por una extrema cobardía, pasaba la mayor parte del tiempo en la seguridad de su bunker. La mayoría de los habitantes de Leningrado demostraron un gran valor. Pero Stalin no confiaba en ellos. En el setenta cumpleaños de Stalin, para demostrar quien era el Jefe, ejecutó a Kuznetsov y a otros dirigentes de Leningrado. Después del asedio de Leningrado Stalin le dijo a Kuznetsov: «Tu patria nunca te olvidará». Y no lo olvidó. Fue torturado hasta que confesó la traición, después, en 1950, después de un «juicio» secreto, fue ejecutado.
La paranoia y el régimen totalitario
En esta época Stalin estaba prácticamente loco. No es casualidad. Al no diferenciar entre la realidad y la voluntad del individuo un régimen de poder absoluto, en el cual todas las críticas están prohibidas, finalmente, provoca desequilibrio mental. Esto también ocurrió en el caso de Hitler. La historia de los zares rusos y emperadores romanos locos nos cuenta lo misma historia. Al final, la mente de Stalin estaba desquiciada. En ausencia de cualquier control se creía omnipotente.
Stalin estaba completamente paranoico. Vivía como un recluso en su dacha. Veía enemigos por todas partes. En su estado de paranoia ya no confiaba en nadie. Estalinistas de toda la vida eran acorralados y encarcelados. En 1952 Stalin acusó sus títeres fieles, Voroshilov y Molotov, de ser espías británicos y les prohibió asistir a las reuniones de la dirección. Mikoyan fue denunciado como espía turco e incluso Beria fue desterrado de la presencia de Stalin. Incluso arrestó a miembros de su propia familia, incluidas dos de sus cuñadas y las envió a campos de trabajo.
Todo el mundo vivía con el temor al Jefe, un capricho suyo era la ley. En sus memorias, Shostakovich recuerda un increíble incidente que ocurrió poco antes de la muerte de Stalin. Siempre vivía una existencia nocturna y tenía la costumbre de telefonear a la gente en mitad de la noche. En una ocasión llamó a la Sede de la Emisora Estatal para preguntar por un concierto de piano de Mozart que había escuchado en la radio. ¿Quién era el pianista y como podía conseguir una grabación?
Al director de la radio le entró el pánico. No existía esa grabación. ¿Pero cómo podía decirle eso al Jefe? Nadie podía saber como iba a reaccionar y la vida, como escribía Ostrovsky, es la posesión más preciada del hombre. No había otra alternativa, reunió a todos los miembros de la orquesta y al pianista, en medio de la noche grabaron el concierto para que el Jefe lo tuviera a su disposición por la mañana. Esta grabación todavía estaba en el giradiscos cuando murió Stalin.
En el XXII Congreso Kruschev describió la atmósfera paranoica en el círculo dirigente de Stalin: «Stalin podía mirar a un camarada sentado en la misma mesa que él y decir: ‘Hoy tu mirada es furtiva’. Se podía dar por sentado que después el camarada cuya mirada supuestamente era furtiva sería considerado un sospechoso». (The Road to Communism-Report on the 22nd Congress CPSU, p. 111).
El ex-estalinista polaco Bienkowski escribía: «La clase obrera y todas las demás fuerzas que podían ser consideradas un enemigo potencial para el orden socialista, el verdadero ejemplo y defensor devoto era el aparato burocratizado de poder». (Bienkowski, Rewolucki, Ciag Dalszy, Warsaw. 1957, p. 36).
Sobre el papel de Stalin Bienkowski escribe lo siguiente: «Stalin, con la suspicacia típica de los dictadores, persiguió primero moralmente y después físicamente, no sólo aquellos que tenían el coraje de dar su opinión, sino también aquellos que se sospechaba eran capaces de tenerla». (Ibíd, p.6).
Sin embargo, no es suficiente con hacer referencia a la salud mental de Stalin para explicar la situación que había en aquel momento en la URSS. ¿Cómo es posible que un anciano imponga su voluntad sobre millones de personas sin ningún tipo de oposición? La mala situación mental de Stalin simplemente era un reflejo de un régimen enfermo. Millones de funcionarios del estado y el partido compartían los crímenes de Stalin. Aceptaron lo inaceptable para preservar su situación privilegiada, sus grandes casas y coches, sus inflados salarios e incluso los privilegios y extras ilegales.
El servilismo y la corrupción eran endémicos al sistema totalitario y burocrático. Los espías y los compinches se encontraban en todos los niveles de la sociedad y el estado, dispuestos a denunciar a todos aquellos que no fueran un ciento uno por ciento leales a la dirección, y de este modo atraer la atención de sus superiores y promocionar. Esto no sólo era desalentado sino que activamente se alentaba por parte de la jerarquía. De este modo, el número de arribistas «tiende a aumentar porque, en lugar de denunciarles, los líderes les toleran con frecuencia e incluso les miman, ya que eso favorece la vanidad de sus líderes, porque hacen todo y aplican cualquiera de las órdenes sin ningún tipo de reservas». (Imre Nagy. On Communism, p. 60).
«El complot de los doctores»
En enero de 1953, Pravda anunció el llamado Complot de los Doctores, un «grupo de médicos saboteadores» arrestados por asesinar e intentar «liquidar a cuadros dirigentes de la URSS». Siete de cada nueva médicos nombrados eran judíos y fueron acusados de tener vínculos con la organización judía, Joint, que estaba dirigida por el imperialismo estadounidense. Tres de los arrestados fueron acusados de trabajar para la inteligencia británica. Empezaron una campaña contra los judíos con el disfraz de «cosmopolitismo y sionismo». Pravda comenzó a hacer una campaña contra las amenazas de «contrarrevolución».
Además, a la cuestión de Leningrado y el Complot de los Doctores había que añadir otra purga en Georgia. Esta iba dirigida contra Lavrenty Beria, un títere georgiano fiel a Stalin. Beria estaba muy próximo a Stalin porque tomó el control de la NKVD después de Yezhov en 1938. Publicó una «historia» del Partido Comunista de Transcaucasia que era una completa falsificación. Stalin, que era una figura menor del partido en Georgia, era presentado como el gran líder. Aunque el nombre de Beria aparece como autor, en realidad, pagó los servicios de un historiador profesional, Erik Bediya, para que lo escribiera. Como Bediya sabía que era una falsificación, inmediatamente después fue ejecutado por ser un enemigo del pueblo.
Beria era un tirano violento y un degenerado moral que estaba especializado en el secuestro y la violación de mujeres atractivas. Una de sus víctimas fue una famosa estrella de cine soviética que hizo pública su horrorosa experiencia. Aparte de su simpático pasatiempo, también era un fanático del fútbol y naturalmente siempre quería que ganara el equipo de la NKVD, el Dínamo de Moscú. Pero algunas veces el excesivo interés por el fútbol se convertía en una obsesión. Si el equipo de Beria perdía le entraba una rabia incontrolable. Desgraciadamente, fue la perdición de su rival, el Spartak de Moscú. Esto tuvo serias consecuencias.
El presidente del Spartak, Nikolai Staroshin, era un antiguo amigo de Beria. Pero eso no le salvó. Beria le arrestó y torturó hasta que confesó que era la cabeza de una célula terrorista secreta que planeaba asesinar a Stalin durante unos juegos deportivos. Al final, el desgraciado Staroshin, fue sentenciado a diez años en una campo de trabajos forzados por una ofensa menor. Otros miembros del Spartak le siguieron. Después de eso, el equipo de Beria ganaba todos los partidos.
En 1949, Stalin había decidido deshacerse de todos ellos, empezando por el propio Beria. Utilizó al segundo de Beria, Viktor Abakumov, para acabar con él, como había utilizado antes a Beria para acabar con Yezhov. Ese era el estilo de Stalin. Comenzaba arrestando a los miembros del partido georgiano. Entre el gran número de personas arrestadas estaba un grupo de dirigentes del partido, todos ellos mingrelianos y todos próximos a Beria, que era miembro de la misma minoría nacional. Pero detrás de estos arrestos estaba la segunda acusación: la conspiración. El «asunto mingreliano» se discutió en el Politburó. Kruschev comenzó a destituir a los amigos de Beria de los puestos claves en los Servicios de Seguridad. Se estaban haciendo los preparativos para arrestar a Beria.
Al mismo tiempo, Stalin había promovido toda una serie de nuevos dirigentes del partido preparándose para eliminar a todos los viejos. Era el preludio de otra purga de masas como la de 1937. Estos movimientos provocaron escalofríos en el círculo dominante. Una nueva purga no sólo significaría su liquidación, también representaba un pelibro para la posición de la burocracia y podía minar todas las conquistas de la economía planificada en la propia Unión Soviética.
Había signos de aviso que demostraban que el descontento de las masas estaba llegando al límite. Una nueva purga sería la mecha que encendería el barril de pólvora. Por esa razón, el círculo dominante decidió poner fin al anciano antes de que él terminase con ellos. Después de una noche habitual de encuentros de bebida en su dacha el 1 de marzo de 1953, Stalin sufrió un ataque. Dada su edad es posible, aunque puede haber otras explicaciones.
El 5 de marzo de 1953 murió Stalin. Pudo haber sido de muerte natural, pero lo más probable es que se tratase de una «muerte asistida». Sus compañeros de armas les ayudaron. Lo que sí es cierto es que su muerte llegó en un momento muy adecuado para el círculo dominante. Se pudo comprobar cuando estaba en sus últimos coletazos mortales, ninguno de los miembros de la dirección fue en su ayuda o llamó al médico.
Cuando los guardias avisaron que Stalin estaba enfermo, los miembros del Politburó en la habitación contigua les dijeron que «le dejaran acostado». Después, esperaron hasta que murió. Probablemente, este nido de víboras jugó un papel más activo en el envío del amado Líder y Profesor a otro mundo mejor. En cualquier caso, cuando finalmente llegaron los médicos, dos horas después, el Jefe ya estaba muerto y todos respiraron con alivio.
Después de la muerte de Stalin
Después de la muerte de Stalin, los médicos —o aquellos que todavía estaban vivos— fueron puestos en libertad sin cargos. En julio de 1953 se anunció el arresto de Beria. Fue ejecutado en vísperas de navidad junto a otros seis jefes de la policía secreta. Más tarde millones de prisioneros fueron liberados silenciosamente de los campos de concentración. Caso por caso, unas 700.000 víctimas del terror de Stalin fueron rehabilitados judicialmente. Pero, hasta el día de hoy, nunca se ha rehabilitado a Trotsky. Será rehabilitado cuando la clase obrera rusa tome el poder y regrese a las tradiciones de 1917.
Las revelaciones sobre Stalin en el XX Congreso provocaron una conmoción en la URSS e incluso más en Europa del Este. En junio de 1953, unos cuantos meses antes de la muerte de Stalin, hubo un levantamiento de los trabajadores de Berlín oriental. Más tarde, vimos el Octubre polaco y, sobre todo, la revolución húngara de 1956.
En 1956 el comunista húngaro, Imre Nagy, escribía que la policía secreta, con la «gran ayuda » de Stalin, se levantó «sobre la sociedad y el partido, se convirtió […] en el principal órgano de poder». Esto llevó a «la degeneración de la vida del partido» y al exterminio de los cuadros. (On Communism. Nueva York. 1957, p. 51). El resultado fue el «bonapartismo». Pero a esta conclusión llegó mucho antes Trotsky, cuyo análisis de la base social del estalinismo era mucho más profundo que el de Nagy. El mejor análisis marxista sobre el estalinismo, o por darle su nombre científico, el bonapartismo proletario, se puede encontrar en su obra maestra: La revolución traicionada.
El estalinismo sin Stalin
El círculo dominante tuvo que hacer algunas reformas después de 1953. Pero en esencia, el mismo sistema establecido por Stalin continuó existiendo después de su muerte. Sólo se eliminaron los peores aspectos. Los días de las purgas de masas terminaron pero no se regresó a Lenin. La burocracia siguió firmemente en el poder. Sus ingresos y privilegios aumentaban continuamente y aunque el nivel de vida de la clase obrera mejoró, el abismo entre los trabajadores y los parásitos burócratas aumentó aún más rápidamente.
En retrospectiva es posible ver que el estalinismo fue una aberración histórica temporal. Duró tanto tiempo porque durante todo un período la Unión Soviética desarrolló los medios de producción, aunque con un coste enorme para la sociedad y la clase obrera. Sin embargo, a pesar de los crímenes de Stalin y la burocracia, la superioridad de la producción nacionaliza y planificada, se pudo ver en la rápida transformación que experimentó un país semifeudal como el Pakistán actual, hasta convertirse en una poderosa potencia industrial con una población culta y con más científicos que EEUU, Alemania y Japón juntos.
Antes de la guerra, durante los primeros planes quinquenales, la URSS consiguió una tasa de crecimiento anual nunca vista antes en ningún país capitalista, aproximadamente el 20 por ciento. Este notable resultado se consiguió con pleno empleo, sin inflación y con un presupuesto equilibrado. Basta con comparar estos resultados con los miserables tres por ciento o así que hoy en día se consideran un gran éxito en occidente y se ve la ventaja de la economía nacionalizada y planificada.
Es verdad que la URSS partía de un punto de partida muy bajo y que era más fácil conseguir estos resultados en la construcción de grandes acerías que una economía moderna compleja. También es verdad que la tasa de crecimiento después de 1945 no fue tan espectacular. Pero incluso entonces, una tasa de crecimiento anual del 10 por ciento, que era lo normal en la URSS hasta mediados de los años sesenta, tampoco tenía precedentes. Si esta tasa de crecimiento se hubiera mantenido la URSS podría haber superado a Occidente no sólo en términos absolutos, también en términos relativos.
Esta tasa de crecimiento no se pudo mantener por el colosal derroche debido a la mala gestión, la chapucería y la corrupción de la propia burocracia. Era un enorme drenaje que a mediados de los sesenta derrochaba entre un tercio y el cincuenta por ciento de la riqueza producida por la clase obrera soviética cada año. Sin el control y la gestión democrática de la clase obrera, la burocracia fue socavando la economía planificada, atascando todos los poros y sofocó toda la fuerza creativa del pueblo soviético, tanto de los trabajadores como de los intelectuales. Esto llevó a la caída de la tasa de crecimiento en los años setenta que terminó con el colapso de finales de los años noventa.
Contrariamente a la mentira tan extendida por los enemigos del socialismo, la burocracia no es el resultado inevitable de la planificación central, es el resultado inevitable del atraso cultural y económico. La contrarrevolución política estalinista fue el resultado del aislamiento de la revolución en un país atrasado donde la clase obrera era una minoría. Pero en los años setenta la URSS era una economía moderna y avanzada donde la clase obrera era la aplastante mayoría. Todas las condiciones objetivas existían, al menos en principio, para emprender la dirección hacia al socialismo. Pero en su lugar la URSS retrocedió, hacia el capitalismo. ¿Cómo se pude explicar esta monstruosidad?
Hace mucho tiempo Trotsky pronosticó que la clase obrera soviética derrocaba a la burocracia y restauraba el régimen de democracia obrera de Lenin (el poder soviético) o sería la burocracia quien emprendería inevitablemente la dirección hacia la restauración del capitalismo.
Los viejos burócratas estalinistas, como el propio Stalin, eran ignorantes y rudos pero tenían algún vínculo con las viejas tradiciones. Pero los hijos y los nietos de los viejos burócratas tenían un estilo de vida y una mentalidad puramente burguesa. No tenían el más mínimo vínculo con la clase obrera o el socialismo. Por lo tanto, se pasaron al capitalismo con la misma facilidad que un hombre pasa en un tren del compartimento de fumadores al de no fumadores.
El llamado Partido «Comunista» de la Unión Soviética colapsó de la noche a la mañana como un castillo de naipes, su dirección se transformó en capitalistas privados. Lo mismo ocurrió en todos los países de Europa del este y ahora se está produciendo ante nuestros ojos en China. Es imposible comprender este fenómeno si se acepta la idea de que en la URSS existía el verdadero socialismo.
Esa es una calumnia contra el socialismo que sólo puede ser útil a sus peores enemigos. Los marxistas defenderán lo que era progresista en la URSS, es decir, la economía planificada y nacionalizada. Pero es absolutamente necesario separar lo que era progresista de lo que era reaccionario. El régimen burocrático y totalitario creado por Stalin no tenía nada en común con la revolución de octubre o el socialismo. Era su antítesis y su negación.
El papel del individuo en la historia
El aniversario de la muerte de Stalin ha servido de ocasión para una campaña de propaganda antisoviética y antisocialista. Los enemigos del socialismo están decididos a convencer a la que gente de que no hay diferencia entre Lenin y Stalin y que el estalinismo y el comunismo son las misma cosa.
Aunque muchos de estos profesores universitarios con una serie de letras después de su nombre sus supuestamente estudios «científicos», la realidad es que carecen de cualquier contenido científico. Esto no es ciencia sino la peor clase de propaganda enmascarada bajo la bandera de la «objetividad» ficticia.
Intentan interpretar los procesos históricos a partir de individuos «malos» y «buenos». Defienden que Stalin (y también Hitler) era «extraordinariamente malo». Esta es una interpretación puramente subjetiva de la historia. Reduce la historia a una serie de accidentes impredecibles, ya que es un accidente que Stalin naciera cuando lo hizo. Esta versión de la historia imposibilita el estudio científico de la causa y el efecto. Además, no explica que tipo de figura histórica particular es «extraordinariamente malo» o, quién es «extraordinariamente bueno».
Estas explicaciones realmente no explican nada. La historia no se puede explicar en términos de personalidades individuales, aunque el individuo, ciertamente, sí juega un papel importante en la historia. Si, en lugar de ser «extraordinariamente maligno», Stalin hubiera sido «extraordinariamente bueno», ¿habría habido una diferencia fundamental en el destino de la URSS? Llegados a este punto, abandonamos el reino de la historia para entrar en el de la hagiofragía, el misticismo y la magia.
La lucha entre Stalin y Trotsky no sólo era un duelo entre dos individuos. Era un reflejo de la correlación de clases existente en Rusia, una vez que la revolución se había quedado aislada en condiciones de atraso. Stalin no se representaba sólo a sí mismo, era el representante político de la burocracia que estaba en ascenso, mientras que la clase obrera, cansada por los largos años de guerra y revolución, poco a poco caía en un estado de apatía e indiferencia. Es esta correlación de fuerzas la que decidió el resultado, no la personalidad individual de los participantes.
Eso no significa que las cualidades personales de los protagonistas en la lucha de clases sean algo completamente indiferente. No es una cuestión accidental. Cada clase busca representantes a su propia imagen y semejanza. Stalin tenía muchos de los atributos de las personas que él representaba: su estrechez de miras, la mentalidad provinciana, la fuerte inclinación a resolver todas las cuestiones con métodos administrativos (incluidas las expulsiones, los arrestos y las ejecuciones), su falta general de cultura, todas estas particularidades eran muy características de la psicología de cualquier funcionariado.
Revolución y reacción
Podemos ir más allá y decir que cada período histórico produce caracteres a su propia imagen y semejanza. Esto tiene bases perfectamente racionales. Determinadas situaciones objetivas favorecen el ascenso de una clase particular de personas y disuade a otras. Es una clase de versión histórica de la selección natural. Constantemente se producen un número infinito de mutaciones genéticas. La mayoría de las mutaciones son perjudiciales o neutrales. Si no encuentran un entorno favorable pronto desaparecen. Pero, ocasionalmente, una modificación genética demuestra ser útil y entonces puede reproducirse y desarrollarse.
Un período revolucionario exige héroes y en estas circunstancias siempre se encuentran héroes. No hay nada mágico en esto. Entre los millones de personas en la sociedad siempre hay un número considerable de individuos con un talento extraordinario que nunca han tenido oportunidad de hacer uso de su potencial. En los ejércitos prerrevolucionarios del siglo XVIII en Francia y el siglo XX en Rusia, había oficiales y suboficiales con una enorme capacidad que eran dirigidos por oficiales más viejos e incompetentes. Sin la revolución nunca habrían tenido la oportunidad de demostrar lo que eran capaces. Hombres como Carnot y Tujachevsky ascendieron a la cresta de la oleada revolucionaria. Y lo que era verdad en la esfera militar era igualmente cierto en otras esferas de la vida cultura y social.
En el período de descenso de la revolución, cuando el impulso revolucionario de las masas se ha agotado, las cosas son completamente diferentes. Los períodos de reacción no requieren gigantes sino pigmeos. No impulsan las ideas nuevas y originales, ni crean pensadores, sino conformistas y burócratas. Aquí el mediocre es el rey. Hay períodos en la historia en que la mediocridad es necesaria.
Napoleón Bonaparte, debido a su ostentosa presuntuosidad, no era un genio. Era un militar competente porque tuvo una excelente escuela en los ejércitos revolucionarios. Pero no era un pensador original, como Carnot, de quién tomó todas las ideas. Heredó el ejército creado por Carnot y lo utilizó bien. Pero Bonaparte es el producto, no de la revolución, sino de la decadencia. Sería injusto describir a Napoleón Bonaparte como un mediocre. Las llamas de la revolución todavía ardían lo suficientemente para darle una chispa de vida. La burguesía francesa todavía jugaba un papel relativamente progresista y se consideraba como la abanderada del progreso en toda Europa. De una forma distorsionada los ejércitos de Napoleón llevaron la llama de la revolución a otros países.
¿Pero qué se puede decir su sobrino el hombre que se autodenominó Napoleón III? Esta criatura llegó al poder después de la derrota de la revolución de 1848. Era la mediocridad personificada. La burguesía francesa ya había agotado su papel progresista y se encontraba en un combate mortal con el joven y revolucionario proletariado francés. Las dos clases se enfrentaron entre sí en las barricadas y lucharon hasta la extenuación. El resultado fue un punto muerto, un callejón sin salida donde ninguna de las clases había conseguido una victoria decisiva sobre la otra. En estas circunstancias, como explica Marx en su obra maestra El 18 Brumario de Luis Bonaparte, el Estado, cuerpos armados de hombres, puede elevarse sobre las clases y adquirir una gran dosis de independencia. Este es el fenómeno que llamamos bonapartismo.
En aquella época, en Francia, había muchos hombres que eran mejores, más inteligentes, con más previsión y más valerosos que Luis Bonaparte. Pero él triunfó sobre todos ellos. Tenía el nombre de Bonaparte y eso le ayudó a ganarse la lealtad del campesinado y el ejército campesino, esa herramienta clásica del bonapartismo. El hecho de que debajo del manto del Emperador hubiera una mediocridad lamentable era algo irrelevante. La contrarrevolución triunfó debido a la correlación particular de fuerzas de clase, y no por el genio de «Napoleón el Menor». Como señaló Marx, la historia se repite, primero como una tragedia, después como una farsa. Luis Bonaparte era el actor perfecto para este drama particular.
Las revoluciones francesa y rusa
La dinámica interna de la Revolución Rusa fue bastante similar, aunque el contenido de clase era completamente diferente. Debemos recordar que la Revolución Rusa fue una revolución proletaria y la Revolución Francesa fue una revolución burguesa. Está claro que, aunque hay similitudes, hay diferencias importantes. Una de las diferencias es que la revolución burguesa pude triunfar más fácilmente que la revolución socialista. La razón se encuentra en la naturaleza del capitalismo como sistema económico: funciona de una forma automática a través del mecanismo del mercado. No requiere una intervención consciente concreta para poder existir.
Por su parte, el socialismo presupone la dirección consciente de la sociedad por parte de los hombres y mujeres. Una economía nacionalizada requiere un plan que debe ser puesto en práctica con la intervención consciente de las propias masas. Por esa razón la democracia es la condición fundamental para el socialismo: El socialismo o es democrático o no es nada.
También se aplica a la forma en la cual el socialismo empieza a existir. La burguesía no necesitaba una doctrina científica para derrocar al feudalismo. Todo lo contrario, tuvo que basarse en ilusiones, porque iba a introducir el Reino de Dios sobre la tierra (Cromwell) o el Reino de la Razón (Robespierre), para que las masas no lucharan por la propiedad. Otra cuestión es si la propia burguesía realmente creía estas ilusiones. Hay que distinguir siempre entre los hombres y mujeres que piensan sobre sí mismos y lo que son en realidad.
La revolución socialista presupone el movimiento consciente de la clase obrera para tomar el control de la sociedad. Pero la clase obrera tiene capas diferentes, que sacan conclusiones diferentes en momentos y ritmos diferentes. El papel de la vanguardia tiene una importancia fundamental. Y la organización de la vanguardia en un partido revolucionario basado en una doctrina científica que le permita comprender lo que es necesario para conseguir sus objetivos, es la condición previa de su éxito.
Contrariamente, a las calumnias vertidas por los enemigos del bolchevismo, Lenin nunca propuso que el Partido sustituyera a la clase. La historia de la Revolución Rusa es una prueba de esto. La tarea del partido era ganar a la mayoría de la clase obrera y los campesinos pobres, a través de un trabajo paciente, la agitación, la organización y explicación. En el transcurso de 1917, el Partido Bolchevique consiguió esto de una forma brillante. Sólo después de haber conseguido una mayoría decisiva en los soviets (consejos de obreros y soldados), se dispusieron tomar el poder en Octubre (noviembre en el calendario moderno).
El auge y la caída de la revolución
Este no es lugar de tratar la revolución, ya lo hemos hecho en otras ocasiones (Ver libro de Alan Woods, Bolchevismo: camino a la revolución). Basta con decir que en su fase ascendente, la revolución puso de su lado a todo lo que estaba vivo, sano y vibrante en la sociedad rusa. Había una galaxia de talento humano, jamás visto antes en la historia. A la cabeza de este trabajo gigantesco de emancipación social había hombres y mujeres que eran gigantes: Lenin y Trotsky, dos grandes genios del movimiento revolucionario, y también mucha otra gante talentosa: Rakovsky, Bujarin, Kámenev, Zinoviev, Radek y otros.
No es casualidad que todas estas personas murieran después asesinadas en las Purgas, en palabras de Trotsky, la guerra civil unilateral de Stalin contra el bolchevismo. En el período de reflujo, cuando la clase obrera estaba agotada y hambrienta, cayó en un estado de desencanto y apatía, otro tipo de personas encontraron su oportunidad: los oportunistas, arribistas y todo tipo de trepas sociales. Gente como Vyshinsky, el fiscal en las Purgas de Stalin, que había combatido a los bolcheviques durante la revolución, se cambió de camiseta y se subió al vagón.
Podemos mencionar de paso que hubo analogías similares en la Revolución Francesa. El ejemplo clásico es Joseph Fouche, el anterior terrorista jacobino que se convirtió en el sirviente tanto del bonapartismo como de la reacción borbónica. En la revolución inglesa tuvimos ejemplos similares. Uno de ellos lo recuerda la canción popular, El vicario de Bray, un personaje real que cambiaba periódicamente de religión según la convicción religiosa del monarca que estaba en el poder.
Todas estas personas eran mediocres y de segunda fila, hombres y mujeres sin creencias o principios fijos, eran atraídos al partido sólo porque éste estaba en el poder. De este polvo humano surgen las fuerzas de la reacción termidoriana. Y a la cabeza de estos elementos se puso un hombre cuyos rasgos políticos y personales reflejaban perfectamente sus aspiraciones y necesidades.
La personalidad particular de Stalin y su forma de pensar, sin duda, jugaron un papel en los acontecimientos del período de descenso de la revolución. Sin embargo, él no provocó el descenso o la reacción burocrática contra octubre. La reacción estaba enraizada en la situación objetiva, nacional e internacionalmente. Pero ciertamente, sí influenció las formas específicas en las cuales se desarrollaron estos procesos.
Cualquier funcionario no podía ser un Stalin pero podemos encontrar un poco de Stalin en cada funcionario, en la casta de funcionarios soviéticos que empujaron a un lado a la clase obrera y se apoderaron del poder en el período de declive y agotamiento de la revolución, reconociendo en Stalin su propia imagen y semejanza. La adulación a Stalin, en el fondo, era la adoración de la propia burocracia.
Por supuesto, esto es una simplificación. Stalin tenía muchos rasgos que eran peculiares y exclusivos de él. Su fuerte inclinación hacia la violencia, su rudeza, la ausencia total de escrúpulos humanos o morales, estas son las características por las cuales rápidamente se le identifica. Pero si miramos más de cerca, incluso estas características se pueden explicar en términos históricos y de clase. Aunque, debemos buscar sus orígenes en el campo de la psicología individual (que está fuera del alcance del presente artículo), la forma en la cual estas tendencias se manifestaban en los acontecimientos descritas más arriba, no pertenecen al reino de la psicología, sino al de la historia, la política y la sociología.
Stalin y la burocracia
Cuentan que antes de morir, la madre de Stalin, le dijo que lo mejor es que hubiera sido sacerdote. No sabemos si esta historia es verdad o no, es imposible saber que clase de sacerdote hubiera sido Joseph Vissionarovich. Pero está claro que las tendencias arriba citadas no se habrían manifestado de la misma forma y, ante la ausencia de un campo más amplio en las cuales desarrollarse no habrían llevado a la muerte de millones de personas.
Stalin pasó de ser un burócrata revolucionario mediocre, a convertirse en un monstruo. Eso no ocurrió de repente, Stalin tampoco tenía un plan preconcebido. En realidad, si al principio hubiera sido consciente de a donde llevaría esto, con todo probabilidad, se habría horrorizado y cambiado de rumbo. Pero una vez que Stalin se había elevado al rango de dictador por los esfuerzos de la casta burocrática en ascenso, esas tendencias que antes simplemente estaban latentes en él, crecieron hasta convertirse en una fuerza monstruosa.
¿Qué fuerza ha detrás de esta transformación? Los millones de funcionarios soviéticos que luchaban por su «lugar en el sol», la loca batalla por la división de los frutos del poder, el bienestar, los apartamentos y las dachas, los pequeños lujos (y no tan pequeños) de la vida, los coches con chofer, los sirvientes, las medallas, el prestigio, son cosas por las que no tienes que hacer cola, son cosas por la que merece la pena luchar.
Los bolcheviques no luchaban por una vida confortable. Luchaban por un mundo mejor, una «vida feliz», pero no para ellos como individuos, sino para la clase obrera en su conjunto. En contraste, la consigna de todo dirigente obrero oportunista es: «Estoy a favor de la emancipación de la clase obrera, uno por uno, empezando por mí».
En el movimiento obrero y sindical vemos esto cotidianamente: funcionarios que llegan a puestos, consiguen ciertos privilegios e ingresos elevados y ¡como luchan para mantener sus posiciones! ¡Con qué determinación de hierro! Si lucharan con la misma determinación para defender el nivel de vida de los trabajadores que les eligen, ¡qué espléndido sería!
Trotsky en cierta ocasión comparó un estado obrero a un sindicato que ha tomado el poder. Si los dirigentes del sindicato se elevan por encima de la militancia y adquieren privilegios, entonces, mayor es el peligro en un estado obrero. Marx explicó hace mucho tiempo que el estado tiene una tendencia a elevarse por encima de la sociedad, a alejarse de la sociedad, y no hay ninguna que ley que diga que esto no puede ocurrir en un estado obrero.
¿Eso significa que es inevitable? ¡En absoluto! No todos los dirigentes sindicales son corruptos, si eso fuera inevitable ya hace mucho tiempo no habríamos hundido en un pantano putrefacto. Pero no es así, en realidad, es perfectamente posible que la clase obrera controle a sus dirigentes. El programa de Lenin, el programa del partido de 1919, señalaba todo lo que era necesario para conseguir esto. Sólo el enorme atraso de la sociedad rusa en aquel momento impidió que Lenin tuviera éxito.
El carácter de Stalin no es más que un reflejo de este atraso asiático general, en una forma destilada y extrema. El fanático celo con el que persiguió y exterminó a los viejos bolcheviques, reflejaba algo más que su deseo de venganza personal. Representaba la furia con la que reaccionaron loa funcionarios pequeño burgueses en los días tormentosos de la revolución, su deseo ardiente de conseguir una «vida feliz» para ellos y sus familias.
Para esta generación de arribistas y trepas sociales, todo lo asociado con el pasado bolchevique era un recuerdo de los viejos principios de la democracia obrera y el igualitarismo. Veían en esto un obstáculo en el camino hacia la «vida feliz» y estaban decididos a aplastarlo. Si eso significa también aplastar cuerpos humanos y tejidos nerviosos, entonces lo harían. La crueldad de Stalin era la expresión perfecta de este ambiente.
El papel del individuo en la historia
Los hombres y las mujeres hacen su propia historia, como explicó hace mucho tiempo Marx. Pero al hacer la historia no son agentes libres como imaginan los idealistas. Si Stalin no hubiera existido otra figura habría ocupado su lugar. La diferencia habría sido la intensidad, pero el resultado general no habría sido diferente. Una vez la revolución había quedado aislada en condiciones de atraso extremo, el proceso de degeneración era algo inevitable.
Es verdad que el carácter peculiar de Stalin dio a la contrarrevolución burocrática un carácter particularmente bárbaro. Pero Stalin no creó la burocracia ni la contrarrevolución. Ellas le crearon a él. Una vez instalado en una posición de poder absoluto, él interactuó en el proceso, impartiéndole un carácter particularmente sangriento y feroz. Por esto, el nombre de Stalin siempre quedará ligado a la injusticia. Pero sería un error asumir que todo lo ocurrido fue simplemente el resultado de la crueldad de un solo individuo.
Hay períodos en la historia en que se produce una concatenación peculiar de circunstancias, como resultado del desarrollo anterior y en estos períodos el resultado de los acontecimientos se puede decidir incluso por un solo individuo. Esa era la situación en octubre (noviembre) de 1917 en Rusia. Las acciones del Partido Bolchevique fueron decisivas en el curso de la revolución. Y, en última instancia, dependían de la dirección de Lenin y Trotsky.
Pero cuando la marea de la revolución comenzó a retroceder, ni Lenin ni Trotsky pudieron evitarlo. Por supuesto, es posible especular sobre posibles variantes. Si Lenin hubiera vivido unos cuantos años más podría haber marcado una diferencia importante en la Internacional Comunista. Si la revolución china de 1923-27 hubiera triunfado, el proceso de burocratización habría sufrido un retroceso y la clase obrera se habría animado. Por otro lado, la propia Krupskaya opinaba que si Lenin hubiera estado vivo en 1926 habría estado encerrado en una de las prisiones de Stalin.
En el período de la Oposición de Izquierdas Trotsky era consciente de que iban a ser derrotados. Pero intentaba crear una tradición y una bandera para el futuro. Cuando Kámenev y Zinoviev capitularon ante Stalin pensaban que eran hábiles. Somos más inteligentes que Stalin, razonaban los dos, podemos ser más listos que él cuando cambien las condiciones. Todo lo que tenemos que hacer es una retirada táctica y hacer unas cuantas concesiones. Al final, sus «concesiones tácticas» llevaron a concesiones políticas y después a la muerte real. ¿Quién recuerda hoy las ideas de Kámenev y Zinoviev? ¿Y las de Bujarin? No han dejado nada detrás. Pero los marxistas-leninistas del siglo XXI se mantienen firmemente sobre unas bases ideológicas sólidas, las de Lev Davidovich Trotsky.
Fatalismo, escepticismo y revolución
Los individuos, ya sean extraordinariamente buenos o malos, sabios o estúpidos, valientes o cobardes, no pueden determinar los procesos fundamentales de la historia. En determinadas circunstancias, sí pueden modificar las formas en las cuales tienen lugar los procesos. Al interactuar en los acontecimientos pueden retrasar o acelerar las tendencias subyacentes, pero no pueden cambiarlas sustancialmente. Esta doctrina determinista puede llevar al fatalismo y a la pasividad, pero no es en absoluto correcta.
Los seguidores de Calvino en el período de la Reforma, creían fervientemente en la doctrina de la predestinación pero eso no les impidió ser revolucionarios activos. Cuando decidieron que iban a luchar al lado de Dios contra el Demonio, lucharon con gran fervor para garantizar una victoria lo más rápido posible del Reino de Dios sobre la Tierra. ¡No se puede imaginar a hombres y mujeres con una visión menos pasiva que estos calvinistas!
Ahora, en el período de decadencia senil del capitalismo, los marxistas están más convencidos que nunca en la inevitabilidad histórica de la victoria del socialismo. En retrospectiva, la victoria de la contrarrevolución capitalista en Rusia será vista como un episodio. La caída de la URSS es sólo el primer acto de un drama que se está desarrollando a escala mundial y que terminará en la crisis y derrocamiento del capitalismo.
La crisis orgánica actual del capitalismo representa la mayor amenaza para la humanidad. El deber de todos los jóvenes y trabajadores conscientes es acelerar el proceso de construcción de un movimiento anticapitalista poderoso en todo el mundo. El éxito de este movimiento en gran parte se estará facilitado por el grado en que adopte una política marxista. Esto sólo es posible en la medida que la vanguardia proletaria absorba las tradiciones del leninismo y el bolchevismo y tome como modelo la Revolución de Octubre.
¿Y el estalinismo? Como corriente política el estalinismo está prácticamente extinguida. Las pocas ancianas que llevan las fotos de Stalin en la Plaza Roja son una expresión de esto. Es una bandera desacreditada y decadente. Pero en un sentido, los remanentes del estalinismo todavía persisten dentro del movimiento obrero, no como una corriente coherente y organizada, sino como un ambiente definido entre ciertas capas. La base psicológica del estalinismo (y de todas las tendencias burocráticas en el movimiento obrero) es la ausencia de confianza en la clase obrera y su potencial revolucionario y socialista.
Con la caída de la Unión Soviética, hubo una oleada de apostasía y deserción de las filas del movimiento marxista. Personas que ayer se autodenominaban comunistas, ahora hablan desdeñosamente del socialismo y la clase obrera. Estas capas, presas de la rutina y la inercia, todavía ocupan posiciones en los sindicatos y partidos obreros, son gente amargada y agotada Carecen de una formación marxista seria, no tienen perspectiva. Su único objetivo en la vida es justificarse culpando a la clase obrera de todo. Intentan envenenar a la nueva generación con su escepticismo gangrenoso. El pesimismo es el primer artículo de fe en el Credo de estos cínicos. Juegan el papel de rémora para hacer retroceder el movimiento y evitar que avance.
Esta capa no representa el futuro sino el pasado. No refleja la cara de la clase obrera sino su espalda. Será apartado a un lado por el desarrollo de la lucha de clases. La nueva generación, que ya ha empezado a moverse, apartará a un lado las viejas telas de araña y buscará la verdad. En palabras de Trotsky, la locomotora de la historia es la verdad, no la mentira.
La bandera de Octubre quedó ensuciada y ensangrentada por la contrarrevolución política estalinista. La tarea de la nueva generación es limpiarla, eliminar toda la suciedad acumulada y elevarla bien alto. Las verdaderas tradiciones de Octubre son la única forma de hacer avanzar a la clase obrera. A aquellos cobardes y apocados que intentan decir que la clase obrera ya no está dispuesta a luchar por su emancipación les respondemos con las palabras de Galileo:
¡Eppur si muove!
¡Y sin embargo se mueve!
* El Partmaximum, que es una palabra rusa, era una regla establecida después de la revolución de Octubre que limitó el nivel de los salarios que podían recibir miembros del Partido Comunista que servían como funcionarios del Estado. Aunque funcionarios y obreros especialistas recibían un salario mas alto que el de un obrero normal, los miembros del Partido Comunista no podían cobrar sueldos privilegiados sino que tenían que aceptar el sueldo de un obrero normal. El Partmaximum fue abolido en 1930.