Como explicábamos en el último editorial de la revista Socialist Appeal (publicada en Estados Unidos), Se profundizan las divisiones en la clase dominante, el cierre del gobierno estadounidense por la crisis presupuestaria federal y la oposición Republicana a la reforma sanitaria de Barack Obama («Obamacare») es, en última instancia, un reflejo de las contradicciones insolubles del capitalismo. Debido al gran interés de nuestros lectores sobre lo que está sucediendo en los Estados Unidos, hemos decidido ampliar nuestra explicación y análisis de la situación actual.
Desde hace ya más de una semana, cientos de miles de empleados federales no están trabajando ni percibiendo su sueldo, y cientos de miles de personas están trabajando sin ninguna garantía de recibir un salario. El Departamento de Defensa podría llamar a unos 400.000 trabajadores civiles, pero cientos de miles, considerados «no esenciales», seguirán probablemente en el limbo durante muchos días más o, incluso, durante semanas.
El Departamento de Trabajo de Estadística Laboral ha dejado de publicar su habitual informe semanal sobre las tasas de empleo y desempleo. La Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) ha enviado a la mayoría de sus inspectores a casa, lo que significa que no hay supervisión de alimentos en la nación. La Agencia Federal de Manejo de Emergencias (FEMA) mandó a casa al 86% de sus empleados, en un momento en que la Florida y Luisiana se ven amenazadas por la tormenta tropical Karen. Los guardacostas sólo tienen en funcionamiento uno de sus tres satélites radar habituales, con lo cual sus capacidades de búsqueda y rescate e información oceánica y atmosférica quedan paralizadas. Mientras tanto, los congresistas siguen cobrando sus 14.500 y 18.625 dólares al mes (salario, beneficios y prestaciones incluidos).
Con el cierre, los partidarios de la «vía rápida» hacia la austeridad quieren deshacerse de una amplia gama de servicios gubernamentales y programas que consideran «no esenciales». Si el país puede funcionar más o menos sin estos servicios durante un par de semanas, serán el blanco perfecto de los recortes en el futuro. Cientos de miles de estos trabajadores están organizados en importantes sindicatos del sector público, objetivo número uno para los capitalistas.
Sin un final a la vista, la crisis está descontrolándose peligrosamente y amenazando con chocar con el conflicto relativo al aumento del límite de la deuda pública— el temido «abismo fiscal», por el que EEUU se quedaría sin fondos para pagar sus vencimientos de deuda pública al haberse sobrepasado el límite legal de endeudamiento y no haber acordado el Congreso aún una elevación de dicho límite para seguir pagando. Todo esto está conmocionando los mercados y provocando una crisis de confianza en la economía de Estados Unidos y de su sistema político. Sin equívoco alguno: no estamos presenciando el circo “habitual” de la democracia capitalista estadounidense. Esta crisis marca una nueva etapa en la profunda crisis del capitalismo norteamericano.
La democracia norteamericana
Estados Unidos está considerado como el país que posee la democracia más perfecta del mundo. Cierto sería — si por «democracia» se entiende que un puñado de ricos propietarios tengan todo el poder político y económico. Pero para la mayoría de nosotros, el himno a la democracia burguesa suena hueco. Desde los miles de millones de dólares y lobbys que deciden en última instancia las elecciones y la política; pasando por el Colegio Electoral, que elige al Presidente (no hay voto ciudadano directo para elegir al representante del cargo más alto del país); el Senado, que le da un poder desproporcionado a los Estados más pequeños y rurales; hasta los puestos vitalicios de los jueces de la Corte Suprema de Justicia; Estados Unidos posee únicamente una democracia para ricos y poderosos.
Sobre el papel, el componente más democrático del sistema federal de los Estados Unidos es la Cámara de Representantes, que junto con el Senado, constituyen el Congreso. La legislación debe ser aprobada por ambas cámaras del Congreso y, luego, ser firmada por el Presidente para convertirse en ley. Los Representantes (conocidos como «congresistas») se asignan proporcionalmente en base a la población de un Estado. El cargo dura dos años (en comparación con los seis del Senado), con lo que hay, al menos en teoría, el potencial para una mayor rotación y un reflejo más dinámico del cambiante clima electoral. Pero con esos plazos relativamente cortos, los representantes del Congreso están constantemente en modo de campaña, siempre intentando apaciguar a los votantes en sus diferentes distritos.
A través de un conocido proceso de manipulaciones, se han ido cambiando y distorsionando las líneas de estos distritos durante las últimas décadas para, prácticamente, garantizar la elección del congresista titular, o de uno u otro candidato del gran partido empresarial. Apenas compiten unos pocos candidatos al Congreso. En muchos distritos, los candidatos demócratas ni siquiera tienen que competir con la oposición republicana y, viceversa, en otros estados.
Este montaje asegura un equilibrio entre los dos principales partidos capitalistas, y favorece en gran medida a las capas más conservadoras de la sociedad. Gran parte de la sociedad se queda sin representación o subrepresentada. Si sumamos a esto los millones de dólares que se destinan a las campañas electorales, la «voluntad popular» supuestamente expresada por la Cámara de Representantes es, en realidad, la voluntad de una pequeña proporción del electorado. Esto también significa que estos candidatos son solamente representantes de una pequeña minoría en sus respectivos distritos. Por lo tanto, se ven poco incentivados a comprometerse entre ellos mismos a escala nacional «por el bien de la nación”. Sólo se preocupan en complacer a sus mayores fuentes de financiación y a la base electoral más furibunda capaz de brindarles apoyo.
En definitiva, los brazos ejecutivo, legislativo y judicial del gobierno están constituidos para asegurar que los estadounidenses de a pie tengan voz, pero no tengan un verdadero poder de decisión. Esto crea la ilusión de una democracia más amplia pero, en realidad, resulta ser extremadamente limitada. El delicado equilibrio entre los partidos «policía bueno» y «policía malo» de la austeridad capitalista permite alcanzar constantes «compromisos» y continuos ataques a la clase obrera. Se pretende hacer creer a los estadounidenses que los recortes, suspensiones de empleo, y concesiones son inevitables, como un embotellamiento constante donde nadie puede hacer mucho al respecto. Este montaje le ha funcionado admirablemente bien a la clase dominante durante décadas.
Pero ¿qué sucede cuando la crisis socava gravemente la base económica del capitalismo? ¿Qué sucede cuando los dirigentes de la clase obrera — en el caso de los Estados Unidos, los sindicatos — no se ponen a la cabeza, ya sea en los centros de trabajo o construyendo un partido de los trabajadores? ¿Qué sucede cuando un pequeño sector de los representantes de la clase gobernante decide «actuar por su cuenta» y se niega a seguir las reglas cuidadosamente coreografiadas? ¿Qué sucede cuando los ilusos partidarios del llamado «Tea Party» creen realmente estar «encomendados» por el conjunto del pueblo estadounidense? El resultado es lo que vemos hoy en Washington, y las consecuencias serán impredecibles y de gran alcance.
Crisis presupuestaria
En el fondo, el enfrentamiento actual es un reflejo de la crisis del capitalismo y la incapacidad de la clase dominante de Estados Unidos para gobernar como antaño. No es el resultado de la «mala voluntad» de los capitalistas o de los políticos a los que sobornan. La crisis es un hecho objetivo. Para superarla y alcanzar un nuevo equilibrio, los capitalistas deben atacar los derechos que, en el pasado, obtuvieron los trabajadores a través de la lucha. Preferirían poder otorgar unas migajas y dar una impresión de prosperidad general, como así hicieron en los 90 y principios del 2000, pero los desequilibrios extremos del sistema hacen esto imposible. Para que el capitalismo estadounidense siga siendo competitivo a escala mundial, se deben reducir los salarios y la calidad de vida de los norteamericanos. Pero cada movimiento que se hace para restablecer el equilibrio económico sólo conduce a un mayor desequilibrio social y político. Esta es la naturaleza del período de crisis capitalista en el que hemos entrado.
Con un déficit del presupuesto federal anual estimado en 560 mil millones de dólares este año, se pretende imponer un plan acelerado de austeridad —se lo llama inocentemente «equilibrar el presupuesto». Las únicas preguntas son cómo se impondrá y a qué velocidad.
El cierre del gobierno es el resultado de la negativa de la Cámara de Representantes, dominada por los Republicanos, de aprobar una resolución de continuidad del presupuesto federal. Antes de entrar en detalles sobre este conflicto, puede ser útil dar una breve explicación de cómo se supone que funciona el Congreso.
Según la ley estadounidense, el Congreso no sólo debe autorizar una partida del presupuesto a cada departamento, programa y agencia gubernamental, sino que también debe asignar el presupuesto. En realidad, sin esta asignación, el dinero no puede gastarse y las funciones del gobierno quedan bloqueadas. Dado el prolongado estancamiento político en Washington, la última vez que un importante paquete de gasto fue aprobado por el Congreso fue en 2009. Y la última vez que se aprobó un presupuesto completo fue en 1997. Has leído bien: el país más rico de la tierra ha estado maniobrando sin un presupuesto correcto durante 16 años.
Para rellenar los huecos entre los presupuestos actuales y los “proyectos de ley sobre el gasto”, pueden aprobarse una serie de proyectos de ley menores para asignar una partida presupuestaria a tal o cual sector del gobierno. Al final del año fiscal (que va desde el 1 de octubre al 30 de septiembre del año siguiente), si no se ha aprobado un paquete de gasto presupuestario importante, puede aprobarse una «resolución de continuidad», que mantiene las partidas en el nivel anterior, hasta que se apruebe una mayor asignación o presupuesto. No es de extrañar si todo esto suena arcano y difícil de entender. Es una manera de mantener las finanzas del país y el funcionamiento del gobierno en la opacidad. De igual manera, las grandes empresas pueden conseguir miles de millones en subvenciones públicas mientras que programas básicos de los que dependen millones de estadounidenses apenas reciben ayuda.
Ante el plazo del 1 de octubre que se avecinaba, los republicanos decidieron que, aunque había suficientes votos en la Cámara para aprobar una resolución de continuidad para mantener el gasto en los niveles anteriores, usarían su influencia para oponerse nuevamente a una de las iniciativas políticas más importantes de Obama: el “Afordable Care Act” (ACA), la reforma sanitaria impulsada por Obama, más conocido como «Obamacare». Los republicanos se negaron a aprobar una resolución de continuidad «limpia» y, en cambio, insistieron en presentar unas enmiendas, con el fin de dar marcha atrás a la reforma sanitaria o retrasar algunos de sus componentes claves. El Senado, controlado por los demócratas, y la Casa Blanca (que sienten tener ventaja en este tema), llegaron a un callejón sin salida, y es así como una parte de los servicios del gobierno federal («no esenciales») se cerraron debido a la falta de fondos.
“Reforma sanitaria”
Pero ¿en qué consiste el “Obamacare”? En primer lugar, debemos ser claros: nada tiene que ver con un sistema de atención médica público, universal y gratuito. No anula el sistema de seguros con fines de lucro, sino que, por el contrario, lo amplía e inyecta de dinero público. No reemplaza el sistema actual por un sistema nacional, eficiente, que ofrezca cobertura universal. No es un sistema de caja única y no ofrece «Seguro médico para todos». No es como el Servicio de Salud Pública británico o el Sistema de Salud canadiense. No incluye la opción de un servicio gubernamental “público» para competir con las compañías de seguros privadas en el mercado.
Contrariamente a lo que los fanáticos del “Tea Party” podrían hacer creer a los americanos, con esta iniciativa, el gobierno no decide quién es tu médico. Tampoco se convierte en «jurado de la muerte» para decidir quién va a vivir y quién va a morir. Todo lo contrario. Dicho resumidamente, el “Obamacare” es un enorme subsidio a las empresas privadas de seguros médicos, con fines de lucro (HMO). En esencia, es una continuación de la estrategia de «libre mercado» de las últimas décadas, con grandes limosnas a la Norteamérica corporativa a expensas del contribuyente de a pie. A estas compañías de seguros se les imponen sólo algunas normas — como, por ejemplo, la ampliación de la cobertura a los hijos del asegurado hasta la edad de los 26 años o se impide que las empresas nieguen la cobertura por «condiciones previamente existentes», pero, a cambio, se les ofrece un aumento masivo del mercado y el gobierno se hace garante de los pagos.
¿Cómo consiguen estas corporaciones privadas los subsidios del gobierno? En esta «reforma sanitaria», todo individuo está obligado a tener un seguro médico privado, a partir de 2014. En caso contrario, estarán sujetos a una multa. Según las reglas de aplicación de la ACA: «aquellos individuos que opten por no tener seguro están sujetos a una multa anual de 95 dólares, por persona, o del equivalente al 1% del ingreso familiar, la que sea mayor, a partir de 2014. Con el tiempo, la multa aumenta, alcanzando en el 2016, los 695 dólares por persona, o el 2,5% de los ingresos familiares.»
El gobierno subvencionará a muchas de las personas que no puedan costearse estas primas. No obstante, se estima que 25 millones de personas permanecerán sin cobertura, tanto aquellas que ganan «demasiado» para beneficiarse del apoyo del gobierno como aquellas que ganan demasiado poco para poder pagar una cobertura por su propia cuenta. Otros 6 millones se quedarán fuera porque los gobernadores republicanos en algunos Estados se niegan a aplicar el programa. Algunas de estas personas podrán estar exentas de las sanciones, otras no. Además, muchas corporaciones están eliminando sus programas de seguro médico y enviando a sus empleados a los mercados de «intercambio médico» creados por la ACA para que compren seguros por su cuenta, en gran parte subvencionados por el gobierno.
Con un gasto médico por las nubes, no estar asegurado puede significar literalmente firmar una sentencia de muerte en el país más rico del mundo. En un país que gastó el 17,6% del PIB en 2010 en sanidad — 2,5 veces más por ciudadano que otros países como Francia, Suecia y el Reino Unido — murieron aproximadamente 26.000 personas ese año como consecuencia de no tener cobertura médica. Por esta razón, las ilusiones en el Obamacare son comprensibles entre aquellos que no tienen seguro o que tienen que elegir entre el seguro médico, poseer un coche, o incluso comer todos los días. Incluso este leve respiro dentro de la aplastante crisis capitalista es considerado mejor que nada.
Increíble pero no del todo sorprendente es el hecho de que la idea del “seguro médico privado obligatorio” fue, originalmente, tramada por la conservadora Fundación “Heritage”, en 1989, en contra del apoyo creciente a un sistema único patrocinado por el gobierno. Cuando el republicano, Mitt Romney, encabezó un plan prácticamente idéntico como gobernador de Massachusetts, recibió el apoyo bipartidista, fue visto como un modelo para la nación y apodado, «Romneycare».
El Republicano radical y ex senador Jim DeMint, de Carolina del Sur, se deshacía en elogios sobre la capacidad de Romney para “tomar algunas buenas ideas conservadoras, como los seguros médicos privados, y aplicarlas a la necesidad de tener a todo el mundo asegurado.»
En 2009, el seguro obligatorio se convirtió en la encarnación del demonio y la derecha lo declaró «inconstitucional». Según el Representante de la Cámara, Paul Broun, Republicano de Georgia y candidato para el Senado: «la mayor amenaza es ahora el Obamacare. Ya ha destruido puestos de trabajo, ya ha destruido nuestra economía, y de aplicarse como se pretende, va a destruir a Norteamérica.»
¿Por qué este cambio de opinión? Una razón es obvia: la cínica realidad de la «política» en Washington. En este pozo inmoral de promociones ilícitas, de falsas promesas, mentiras y traiciones, estos políticos intentan ganar terreno político atacando a sus oponentes, incluso si esto significa hacer un viraje político. Pero hay más.
Después de todo, ya hubo un largo debate y votación sobre la reforma sanitaria y la ley ha sobrevivido al escrutinio de «constitucionalidad» del Tribunal Supremo; Ahora tiene fuerza legal. Y sin embargo, el “Tea Party” insiste en echar atrás la reforma o, de lo contrario, la paralizarán después de aprobada. Esto pone en entredicho todo el sistema de «democracia» burguesa, en la que se supone que decide la mayoría. Si un puñado de políticos bien financiados en el partido minoritario puede bloquear todo el proceso legislativo y hasta sabotear el normal funcionamiento del Estado burgués porque están en desacuerdo con una parte de la legislación ya aprobada, entonces, la ilusión del «gobierno de la ley» comienza a resquebrajarse. Pero los intereses en juego son tan altos que se han visto obligados a arriesgarse a socavar la propia legitimidad de todo su sistema.
Los republicanos temen que el posible éxito del “Obamacare”, aunque sea modesto, dé una fuerte ventaja a los demócratas en las elecciones presidenciales de 2016. Pero aún más importante, entienden que «el hambre llega a la hora de comer». Es decir, temen que, en un contexto de crisis y necesidad de aplicar planes de austeridad, este apoyo a los que necesitan acceso a los servicios médicos, aunque modesto y a pesar de que beneficie a las aseguradoras privadas, pueda despertar ilusiones entre los estadounidenses más humildes sobre una mayor, y no menor, implicación del gobierno a la hora de proporcionar empleos y servicios básicos como salud, educación y muchos más.
Estas son algunas de las razones que les han llevado a adoptar esa postura. Por esas razones se niegan a jugar con sus propias reglas. Pero este tipo de situaciones tienen su lógica propia, y las cosas empiezan a irse de las manos. Los mercados están ansiosos y capas cada vez mayores de la clase dirigente se están poniendo muy nerviosas. ¿Estarían verdaderamente dispuestas estas personas a conducir al país al “precipicio fiscal”?
Los burgueses “serios” deben estar haciendo presión para que John Boehner (Republicano y presidente de la Cámara de Representantes) y compañía lleguen a un acuerdo. Pero su credibilidad personal, poder y posiciones están ahora en juego. Es más, la fachada cuidadosamente construida en la que han basado el sistema bipartito durante décadas podría desmoronarse si los Republicanos ceden y la base electoral más furibunda del partido se rompe. No será tan fácil desviar el tren sin frenos.
La posibilidad de una escisión en el Partido Republicano se está discutiendo abiertamente. Si esto sucediera, cambiaría drásticamente el panorama político de Estados Unidos en muchas maneras impredecibles. Sólo hace 10 años, los Republicanos parecían invencibles; Ahora están inmersos en una guerra civil interna viciosa, entre los «moderados» (el gran empresariado tradicional), para quienes el partido ha virado tanto a la derecha que empieza a ser difícil su elección como partido nacional, amenazando así su posición como uno de los pilares de la dominación burguesa, y los fanáticos del “Tea Party”, que no tienen sentido de la realidad alguna. Estos fanáticos ignorantes de clase media de ideología derechista, recibieron financiación de las grandes empresas con el objetivo de atacar a los trabajadores. Pero su poder desproporcionado e influencia se les ha subido a la cabeza y ahora sus mecenas adinerados han perdido el control sobre ellos.
La clase gobernante necesita los servicios de los Demócratas y de los Republicanos, alternándose entre ellos el poder, para llevar a cabo sus políticas en contra de los trabajadores. Sin embargo, puede que no sean capaces de contener las fuerzas que ellos mismos han desatado y todavía puede que se arrepientan del día en que lanzaron a Sarah Palin (primera dirigenre reconocida del Tea Party) a Vicepresidente Republicana al escenario nacional en 2008. Algunos Republicanos más convencionales, que anteriormente promovieron a estos perros de presa del Tea Party, ahora amenazan con presentar a los candidatos más moderados en las elecciones primarias Republicanas para expulsar a los ideólogos extremistas. Tales son las peligrosas vueltas de tuerca que se avecinan en esta época de crisis capitalista.
El abismo fiscal
Sobre la cuestión relativa al límite de la deuda y al cierre del gobierno. Lo impensable se puede evitar todavía; Pero de nuevo, podría no ser así.
El enigma del límite de la deuda, o «abismo fiscal», es bastante sencillo. El gobierno estadounidense tiene un límite autoimpuesto sobre el monto de la deuda nacional que puede emitir el Tesoro. Aunque los gastos que se autorizan y asignan se hacen a través de cuentas separadas, lo que el gobierno puede pedir prestado más allá de sus medios para pagar las deudas en que ya haya incurrido, queda determinado por los límites de endeudamiento impuestos por el Congreso. Según algunas estimaciones, para el 17 de octubre y, casi seguro, para el 1 de noviembre, Estados Unidos ya no podrá cumplir con sus obligaciones de deuda y tendrá que incumplir por lo menos algunas de sus obligaciones, si el Congreso no autoriza antes ampliar el límite de endeudamiento al gobierno. Esto tendría consecuencias inimaginables en toda la economía de Estados Unidos y también podría desatar una crisis global.
Se estima actualmente que la deuda pública estadounidense alcanza casi los 17 billones de dólares y cada día crece, aproximadamente, en 2.700 millones de dólares. Para poner esto en perspectiva, en 1980 la deuda era de menos de 1 billón. Una gran parte de este aumento puede atribuirse a las guerras en Irak y Afganistán y al rescate de los grandes bancos y aseguradoras en 2008. Pero ahora que se ha alcanzado el límite de endeudamiento del gobierno, los que están ávidos de austeridad lo ven como una oportunidad para meter el cuchillo. Durante mucho tiempo, han atacado programas como el Seguro Social, seguros médicos como Medicare y Medicaid, los bancos de comida, las subvenciones a la educación y más. Su objetivo es utilizar su poder de veto de facto sobre el aumento o no del límite de endeudamiento para forzar recortes a un ritmo más rápido. Tratan de atemorizar a la población con el fin de que se acepten tales recortes como un «mal menor», preferible a un colapso económico total.
Muchos republicanos están restando importancia a los efectos potenciales de una cesación de pagos de EEUU sobre su deuda pública. Creen que Estados Unidos es, en efecto, «demasiado grande para quebrar», y que el resto del mundo «sabe que finalmente se pagará con el tiempo, y con intereses». Otros, cínicamente, argumentan que, mientras tanto, se pueden abonar las obligaciones de deuda pública con lo que está ahorrando el gobierno con el cierre estatal — ¡a expensas de los cientos de miles de empleados federales, incluidos los que trabajan en los Parques Nacionales, monumentos, centros de veteranos, familias de militares y muchos más!
Pero el sentido común de las personas que viven en el planeta Tierra dice que la suspensión de pagos por parte del gobierno federal de Estados Unidos sería una catástrofe, en la medida en que el cobro de los intereses de bonos, el cobro de los contratos externos del gobierno, y los cheques del Seguro Social dejarían de emitirse. Estos son sólo algunos de los ejemplos proporcionados por los burgueses más serios:
• El Departamento del Tesoro de Estados Unidos: «no tendría precedentes y es potencialmente catastrófico: los mercados de crédito se podrían congelar, podría caer en picado el valor del dólar, podrían dispararse las tasas de interés de Estados Unidos, los efectos colaterales negativos podrían tener repercusiones mundiales y podría haber una crisis financiera y una recesión como la de 2008 o peor.»
• Jim Grant, fundador del “Grant’s Interest Rate Observer”: «los mercados financieros funcionan todos a base de confianza. Si esa confianza se tambalea, tienes un desastre.»
• Goldman Sachs: «Estimamos que el retroceso fiscal ascendería al 9% del PIB. De permitirse, podría conducir a una rápida desaceleración o rápido retroceso de la actividad económica.»
• Agencia Bloomberg: «cualquiera que recuerde el colapso de Lehman Brothers Holdings Inc. poco más de hace cinco años, sabe lo que es un desastre financiero global. El incumplimiento del gobierno estadounidense, en unas semanas, si el Congreso rechaza elevar el límite de la deuda como amenaza hacer, va a ser una calamidad económica nunca vista hasta ahora.»
• Simon Johnson, ex economista jefe del FMI: «sería una locura, pero ya no es una probabilidad de cero por ciento».
• Warren Buffett: «Debería ser como las bombas nucleares, básicamente demasiado horribles para que sean utilizadas.»
Más allá del mercado, millones de estadounidenses se verían directamente afectados, ya que la Seguridad Social y otros pagos de los que dependen muchas personas para sobrevivir se cortarían. La indignación saldría a las calles, la gente no se resignaría en silencio a soportar cómo un puñado de gente juega impunemente con sus vidas. Si se prolonga la suspensión, tal malestar social podría escapar rápidamente al control, dando lugar a un movimiento mucho más amplio y más claro en sus demandas que “Occupy” (el movimiento popular de ocupación de plazas que se desarrolló en 2011).
Curiosamente, sin embargo, la 14ª enmienda a la Constitución deja explícitamente claro que «la validez de la deuda pública de Estados Unidos, autorizada por la ley, que incluya las deudas contraídas para el pago de pensiones y recompensas para los servicios de supresión de insurrecciones o rebeliones, no será cuestionada.» En otras palabras, puede que no haya suficiente dinero para leche para las madres pobres o para medicamentos para los jubilados, pero siempre habrá suficiente dinero para acabar con la disidencia interna.
Las grandes empresas están muy preocupadas. Incertidumbre y volatilidad es lo último que necesita la frágil economía en la actualidad. La Cámara de Comercio y la Asociación Nacional de Fabricantes enviaron cartas al Congreso instando a la acción sobre el límite de la deuda: «nuestra nación nunca ha incumplido en el pasado, y no elevar el límite de la deuda en el momento oportuno frenará seriamente nuestra frágil economía y tendrá un efecto dominó en todo el mundo».
La revista “The Economist”, uno de los portavoces más lúcidos y serios de la clase dominante en todo el mundo ha criticado tanto a Republicanos como a Demócratas, afirmando que «así no se puede gobernar un país». Después daba un mayor análisis de lo que significaría esta suspensión: «amenazaría los mercados financieros. Puesto que los bonos del Tesoro estadounidense son muy líquidos y seguros, son ampliamente utilizados como avales. Son más del 30% de los avales que utilizan las instituciones financieras como bancos de inversión para pedir prestado en el mercado de 2 billones de dólares del “tri-party repo” [una especie de seguro financiero para transacciones comerciales, NdT], una fuente de financiación urgente. Una suspensión de pagos podría desencadenar demandas de los prestamistas por más y diferentes avales; Eso podría causar un ataque al corazón financiero como el que provocó el colapso de Lehman Brothers en 2008».
Algunos en Europa imaginan que una cesación de pagos de Estados Unidos sería un estímulo para sus economías, ya que los inversionistas verían refugios seguros en el euro y en los mercados de bonos alemán, holandés y de otros países del norte de Europa. Pero si el dólar se debilita por suspensión de pagos, subiría el precio de las mercancías europeas al apreciarse el euro, se redicirían las exportaciones a los Estados Unidos y la recuperación extremadamente precaria se vería socavada. Los titulares de bonos chinos y japoneses, en particular, han sido muy francos en la exigencia de una resolución. El vice-ministro de Finanzas chino, Zhu Guangyao, envió este mensaje a Washington: «Estados Unidos es claramente consciente de las preocupaciones de China sobre el estancamiento financiero y la solicitud de China a los Estados Unidos es la de que garantice la seguridad de las inversiones chinas».
Aparte de dañar la confianza de los inversores, hay otras implicaciones internacionales. Por ejemplo, Obama se vio obligado a cancelar su aparición prevista en el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) esta semana en Bali, Indonesia. En un momento en que Estados Unidos busca proyectar su fuerza económica y militar en la región, perder esta reunión clave como resultado del desorden político en Washington ha sido considerado por muchos como un «desastre diplomático». Los líderes de Rusia y China, en particular, tomaron ventaja rápidamente de la ausencia de Obama. Países como Indonesia, Malasia y las Filipinas se quedan ahora con dudas sobre la capacidad de Estados Unidos de defender sus intereses frente a las intrusiones de China y del renaciente Japón .
Toda esta agitación habría sido impensable durante el auge económico posterior a la Segunda Guerra Mundial. Durante algunas décadas, el capitalismo pudo dar un par de migajas y concesiones a los trabajadores. Hoy en día no hay migajas que ofrecer, y los ricos insisten en hacer pagar la crisis a los trabajadores.
Los Republicanos buscan atemorizar a la población sobre la posible suspensión de pagos para que acepten un «compromiso» que incluca ataques aún mayores al nivel de vida de los trabajadores. Obama podría estar dispuesto a ello. En sus propias palabras a principios de esta semana dijo: «si hay una manera de solucionar esto, tiene que incluir la reapertura del gobierno y decir que Norteamérica no va a hacia la suspensión de pagos, sino a pagar las facturas. Pueden [los Republicanos] adjuntar las demandas que les preocupan como temas de negociación… Si quieren especificar todos los elementos que creen que necesitan ser discutidos, estaría feliz de que lo hagan».
En respuesta, el portavoz de la Cámara, John Boehner, hizo las siguientes observaciones: «lo que dijo el presidente hoy, fue, que si hay una rendición incondicional de los Republicanos, podrá sentarse y hablar con nosotros. Así no es cómo funciona nuestro gobierno. Va a tener que negociar aquí. No podemos elevar el techo de la deuda sin que hagamos algo sobre lo que está impulsando a pedir prestado más dinero y a vivir más allá de nuestras posibilidades.”
Puede que Obama lleve las cosas al borde del abismo, aceptando «negociar» y alcanzar «a un compromiso» con los republicanos en el último minuto. Y entendemos por «compromiso» que reconozca algunas de sus propuestas más agresivas contra los trabajadores en nombre de la «unidad nacional». Por lo tanto, es posible una resolución ante el peor escenario.
Pero no importa, el hecho de que hayan llegado las cosas tan lejos es otra indicación de la división de la clase dominante de la nación más poderosa del mundo y un reflejo de la pérdida de confianza en los métodos que la Administración ha utilizado en el pasado. La experiencia de los últimos años ha dejado claro que una economía capitalista trae una crisis económica capitalista, que resuena a todos los niveles de la sociedad. La superestructura política puesta en marcha para gestionar los intereses de la clase dirigente está inevitablemente afectada. Al final, la disfunción de Washington es una expresión de la disfunción del capitalismo.
¡Luchar por un Partido obrero. Luchar por el socialismo!
Con tan sólo una tasa de aprobación del 10%, es evidente que el Congreso no representa realmente al pueblo norteamericano. La gente no está satisfecha pero no ve ninguna alternativa viable. Si los líderes sindicales estuvieran a la altura, usarían oportunidades como ésta para explicar a los trabajadores norteamericanos la necesidad de romper con los dos partidos de las grandes empresas y construir un partido obrero. En cambio, como de costumbre, se quedan mansamente detrás de los faldones de los demócratas, sin ofrecer un camino a seguir independiente.
La formación de un partido obrero transformaría totalmente la situación. Millones de ex Demócratas y no pocos Republicanos se cambiarían de filas y trabajarían para construir un partido que realmente representara los intereses de la clase obrera. Si añadiéramos a los millones de personas que actualmente no tienen ilusiones en ninguno de los dos partidos; la situación podría dar un vuelco. Junto con esta lucha en el frente político, una ola de huelgas por mejores salarios, nuevas campañas de sindicalización y la construcción de una izquierda poderosa y militante dentro de los sindicatos, atraería a millones dentro de las organizaciones, especialmente en el sur.
En cuanto al “Obamacare”, si bien puede representar una gota de agua en un desierto para aquellas personas desesperadas en búsqueda de un mínimo respiro, no aborda el problema fundamental del sistema de salud en los Estados Unidos: la propiedad privada de los medios de producción del sistema sanitario y el afán de lucro. Nuestro programa propone un enfoque socialista a la crisis sanitaria que sufren millones de estadounidenses:
«Por un sistema de atención médica público y gratuito nacional. Investigación científica sin afán de lucro. Acceso para todos a la última tecnología médica, tratamientos y descubrimientos. Fondos masivos para la investigación de la cura y el tratamiento del SIDA, cáncer y otras enfermedades. Nacionalizar las empresas de seguros médicos, el equipo médico y las industrias farmacéuticas, los sistemas hospitalarios y las clínicas relacionadas, e integrarlas en una propiedad única del Estado; gestionar y administrar los proveedores de servicios médicos democráticamente.»
Sin embargo, nada de esto se puede lograr sin movilizar el poder de la clase obrera. Sin un partido de los trabajadores basado en los sindicatos, los trabajadores no pueden enfrentarse a los patrones y a su sistema legislativo y judicial de control laboral. Y si nosotros no luchamos por la transformación socialista de la sociedad en su conjunto, cualquier avance que consigamos se verá siempre amenazado. Un gobierno obrero controlado democráticamente por los trabajadores, así como el control democrático de los medios de producción, distribución e intercambio, pueden terminar con este caos capitalista de una vez por todas. Únete a la Corriente Marxista Internacional en los Estados Unidos y lucha por un partido de los trabajadores. ¡Lucha por el socialismo!