Este 17 de octubre se cumplen 10 años del derrocamiento del expresidente boliviano Sánchez de Lozada, el Goni, por el movimiento revolucionario de la clase obrera y campesina. El poder estaba al alcance de los trabajadores como se reconoció dos días después del derrocamiento del odiado presidente en el ampliado nacional de la Central Obrera Boliviana, donde llegaron a la siguiente conclusión: “los obreros, campesinos, naciones oprimidas y clases medias empobrecidas no le arrebataron el poder a la clase dominante porque no cuentan aún con un partido revolucionario» (Ver: Primer balance de la insurrección, Jorge Martín). Invitamos a estudiar las lecciones de la revolución boliviana a los obreros y jóvenes consientes, ya que es una gran escuela en nuestra lucha por transformar la sociedad. Presentamos a continuación el artículo que Alan Woods y Jorge Martín escribieron hace 10 años, en esos días revolucionarios.
Bolivia: La clave de la revolución andina
La esencia de la revolución es la intervención directa de las masas en la vida política de la nación. Representa una ruptura radical con la rutina normal de existencia, donde las masas dejan las decisiones clave que afectan a su vida en manos de los poderes existentes. Esta ruptura sólo ocurre en el momento en que la mayoría saca la conclusión de que el orden existente es incompatible con su propia existencia. Una revolución es una situación donde las masas toman su destino en sus propias manos.
Eso es precisamente lo que hemos estado presenciando ante nuestros propios ojos en Bolivia. El viernes 17 de octubre, después de días de enfrentamientos violentos en los que murieron más de setenta personas y con La Paz tomada por decenas de miles de manifestantes -trabajadores, mineros y campesinos-, el presidente, Sánchez Lozada, tuvo que abandonar el poder. Los manifestantes bloquearon La Paz y otras ciudades. Se formaron soviets en El Alto. Bolivia, el país más pobre e inestable de América del Sur, ha estado paralizado desde mediados de septiembre por las protestas contra el gobierno.
Lozada, enfrentando a este tremendo movimiento de las masas, intentó ganar tiempo ofreciendo concesiones, incluido un referéndum sobre el controvertido proyecto del gas y el cambio de la impopular ley energética. Pero la feroz represión de las protestas por parte de las fuerzas armadas sólo consiguió que los dirigentes estuvieran más decididos a exigir la dimisión del presidente. Marx explicó que algunas veces la revolución para avanzar necesita el látigo de la contrarrevolución. La masacre de El Alto el 12 de octubre transformó toda la situación. En el momento de la verdad, Gonzalo Sánchez de Lozada quedó suspendido en el aire. El aparentemente formidable aparato del estado fue incapaz de salvarle.
Lozada protestó diciendo que su derrocamiento era un golpe a la democracia en Bolivia y América Latina. Esto resulta irónico si se tiene en cuenta que él fue elegido sólo con el 22 por ciento de los votos. El diario británico The Guardian (21/10/03) publicó un artículo con el interesante título: «Justicia en las calles: La desposesión del presidente de Bolivia es una advertencia de que no se pueden ignorar las demandas de los pobres de América Latina». El artículo comentaba lo siguiente: «La semana pasada mantenía la lealtad de menos de la mitad de incluso la pequeña minoría que realmente le había votado. Presidía unas fuerzas gubernamentales que habían disparado y asesinado a 50 manifestantes en los días previos que llevaron hasta su dimisión».
La democracia en Bolivia siempre ha sido una ligera hoja de parra que oculta la dictadura de una oligarquía adinerada, que a su vez era sólo una agencia local de la dominación del imperialismo estadounidense. Después de la revolución de 1952, en la que los trabajadores realmente tenían el poder pero carecían de dirección, hubo un golpe de estado militar (con el apoyo estadounidense). Veinte años de dictadura militar finalmente llevaron a la insurrección revolucionaria de los años ochenta, cuando en un solo día hubo cinco presidentes. Un país potencialmente rico se ha visto reducido a una situación de pobreza abyecta debido al saqueo realizado por los imperialistas a través de sus agentes locales en la oligarquía boliviana, conocida como La rosca.
En el período pasado EEUU llegó a la conclusión tardía de que las dictaduras militares ya no eran aliados necesariamente fiables. Washington había tenido una serie de malas experiencias, como fue el conflicto con Noriega en Panamá, y sacó la conclusión de que era mejor basarse en regímenes «democráticos» débiles. Sin embargo, el compromiso del imperialismo estadounidense con la democracia es sólo un movimiento táctico y puede volverse en su contrario cuando la situación lo demande.
Al escuchar las noticias las masas celebraron en las calles su éxito en el derrocamiento del presidente. Pero su sucesor se enfrenta a los mismos problemas que derribaron a Lozada, se enfrentará a la creciente oposición de las masas porque sus problemas no se pueden resolver sobre bases capitalistas. Las masas tendrán un poco de paciencia pero ésta no es infinita. El derrocamiento de Lozada fue el primer gran éxito de la revolución boliviana. Pero es demasiado pronto para gritar victoria. Las tareas más importantes de la revolución no se han conseguido. Las batallas más importantes se producirán en el futuro.
El curso de una revolución está marcado por el ascenso y la caída de diferentes partidos y dirigentes. La caída de Lozada fue el principio. Pero no será el último. Una revolución también se caracteriza por las divisiones en la clase dominante. Un sector dice: debemos dar concesiones o habrá una revolución. El otro sector dice: no debemos hacer concesiones o habrá una revolución. Ambos están en lo correcto.
En el fondo, esta era una revolución contra generaciones de pobreza, opresión y explotación que se remontan a los días de los conquistadores. Bajo el dominio español, decenas de miles de indios quechua y aymara murieron trabajando en la gran montaña de plata en Potosí para financiar el imperio español. Este saqueo brutal ha continuado desde entonces bajo las dictaduras militares y ahora, han descubierto que también con gobiernos electos. Sánchez de Lozada es el propietario de uno de los principales grupos mineros de Bolivia. Es un representante típico de la oligarquía boliviana, un minúsculo puñado de super-ricos han conseguido sus fortunas desangrando sin piedad a la población. Los mineros bolivianos del estaño trabajan en condiciones inhumanas. Para decenas de miles de ellos el estaño significa pobreza y muerte temprana.
The Guardian dice lo siguiente:
«Viviendo en uno de los paisajes más espectaculares del mundo, en una elevada altitud y mayoritariamente en la triste pobreza, los bolivianos aprendieron a sobrevivir a través de la solidaridad y la militancia. Dos tercios de la población vive por debajo del umbral de pobreza y un tercio en la pobreza absoluta. Cuando en los años ochenta colapsó el mercado del estaño, decenas de miles de mineros en paro recurrieron al cultivo de una de las principales exportaciones de Bolivia: la hoja de coca. Ahora el gobierno está implantando un programa, financiado por EEUU, de erradicación de la coca que criminaliza el cultivo sin ofrecer una alternativa a cambio. Los métodos no son agradables: violencia y prisión son las penas para la no-cooperación; la miseria es la recompensa para los que cumplen.
El desencadenante inmediato de las recientes protestas fue el plan de un consorcio respaldado por Gran Bretaña para vender gas natural, Bolivia cuenta con una gran reserva de este recurso natural, a EEUU y México a través de un viejo enemigo de Bolivia: Chile. Sobre la superficie la protesta parece irracional. ¿Por qué los pobres de un país pobre ponen objeciones a una fuente de ganancias conseguida con la explotación de los recursos naturales del país? La respuesta se encuentra tanto en la memoria de Potosí como en los quince años de reformas de libre mercado promovidas por Sánchez Lozada en su primer período de mandato en los años noventa».
Mesa pide tiempo
El sábado 18 de octubre el vicepresidente de Lozada, Carlos Mesa, se hizo cargo del poder prometiendo elecciones anticipadas. Este es un truco habitual de la clase dominante cuando se enfrenta al peligro de su derrocamiento. Cuando fracasa la represión se ve obligada a recurrir a las concesiones y las maniobras. Se hacen promesas de lo más extravagante. Pero las promesas son baratas. El problema es cómo sacar al país de su aplastante pobreza. A esta cuestión Mesa no tiene respuesta.
En este momento el país está en calma. Sin embargo, esta situación no refleja un apoyo masivo al nuevo presidente, como algunos han intentado afirmar. El ambiente de las masas en general es de vigilancia y sospecha. Esperan que la nueva administración haga algo, pero la experiencia pasada les hace sospechar. La situación actual es sólo una calma temporal antes de la próxima tormenta. Pero Mesa terminará siendo detestado por todos. Por ahora es balanceándose intranquilamente entre las clases, como un equilibrista sobre la cuerda floja en un circo, intentando no caerse.
Después de jurar el cargo Mesa suplicó tiempo («Dadnos algo de espacio, algo de tiempo para trabajar»). Durante el discurso Mesa reiteró varias de las concesiones que Lozada había ofrecido cuando intentaba quemar su último cartucho para quedarse en el poder. Pero los expertos legales inmediatamente afirmaron con cautela que las medidas no eran constitucionales, como es el caso de celebrar un referéndum sobre las exportaciones de gas natural o la ausencia de directivas apropiadas, como en el caso de la asamblea constituyente. Hay mil y un argumento similares y trucos que la clase capitalista puede utilizar, retrasar y sabotear para frustrar la voluntad popular. Pero las masas en general no se dejan impresionar por los sofismas legales y conversaciones inteligentes. ¡Las masas exigen acción y no palabras!
Por supuesto hay algunas ilusiones en el nuevo presidente. Estas son más fuertes entre las clases medias acomodadas y profesionales de La Paz. Marcelo Callo, un asesor de exportaciones de pequeñas empresas, decía lo siguiente: «Sánchez de Lozada nunca escuchó a nadie sino a un minúsculo grupo de ayudantes y ministros. Mesa parece ser un hombre de la población». Según Gonzalo Chávez, un economista de La Paz, los bolivianos quieren una administración honesta y abierta, con más participación de la sociedad civil. «[Mesa] tendrá que buscar la gobernabilidad social, que implica pactos entre los trabajadores, grupos de acción locales y empresarios para que el gobierno suba de las calles».
Incluso algunas personas de las que encabezaron la insurrección están dispuestas a dar un cierto grado de buena voluntad al nuevo presidente. El sábado Mesa aparentemente fue recibido afectuosamente en una reunión en El Alto, uno de los epicentros del movimiento revolucionario durante los últimos días, donde las tropas y la policía dispararon y asesinaron al menos a treinta personas hace una semana, un episodio que supuso el catalizador final para la dimisión de Lozada. Pero entre los pobres las esperanzas en Mesa están moderadas con la vigilancia. Para ellos existe un cuchillo afilado, pueden estar dispuestos a esperar y ver un poco, pero no esperarán para siempre.
Estas ilusiones están siendo estimuladas cuidadosamente por los partidos de izquierdas de la oposición. Evo Morales, dirigente del Movimiento Hacia el Socialismo y segundo en las elecciones del año pasado, se ha dado prisa en tender una mano de ayuda al nuevo presidente. Morales dijo en un canal de televisión: «Creo que es importante concederle un período de gracia». En su primer discurso «ha expresado los pensamientos del pueblo boliviano, debemos esperar a que organice su gabinete y representantes».
Morales no tiene prisa en empujar a Mesa de la cuerda floja. Pero los productores de coca, a quien nominalmente representa, han jurado continuar con los bloqueos de carreteras, mientras que el otro dirigente campesino del país, Felipe Quispe, ha dicho que él no va a ofrecer ninguna tregua. Como dirigente de la federación de campesinos ha jugado un papel clave en los bloqueos de carreteras del país que han ayudado a la caída de Sánchez de Lozada, Quispe continuó exigiendo que el gobierno cumpla las setenta y dos reivindicaciones de su grupo, y añadió una nueva: que Mesa no cumpla lo que queda de los cinco años de mandato y convoque nuevas elecciones tan pronto como sea posible.
Mesa estaba de acuerdo con esta reivindicación en su discurso inaugural, pero Quispe dijo: «En cualquier caso, vamos a continuar con los bloqueos». Y añadió: «No vamos a estar con el ejecutivo, siempre vamos a estar en la oposición». Esto demuestra que existe una profunda corriente subterránea de desconfianza y furia entre las masas que se refleja en la intransigencia de sus dirigentes naturales. Carlos Toranzo, del Instituto de Investigación Latinoamericano, decía en el Financial Times: «Todavía existe mucha furia entre los bolivianos y podría provocar incluso más muertes». La experiencia del último mes «ha producido mucho radicalismo entre algunas personas que quieren venganza».
La economía y el imperialismo
Por ahora la burguesía boliviana se ha visto obligada a retirarse y abandonar la represión en favor de las maniobras e intrigas. A pesar de este cambio cosmético, no existe diferencia real entre Mesa y Lozada. Es similar a una retirada táctica en la guerra. Como la primera línea de defensa ha sido barrida a un lado por las masas, Mesa ha tenido que retirarse a la segunda línea de defensa, dirigirse a las masas y prometer -sobre todo prometer todo y nada- el sol, la lucha y las estrellas, con una condición: que las masas abandonen las calles y regresen a casa, que se restaure la «normalidad», que vuelvan a reinar la «ley y el orden». Cuando el movimiento haya amainado, entonces la oligarquía podrá pasar a la ofensiva y dar marcha atrás en todas las concesiones.
Este mensaje, sin embargo, no va a ser fácilmente aceptado por las masas, que han despertado a la acción y han tenido la ocasión de ver el poder que reside en las manos de la clase obrera cuando ésta se moviliza y une. Los mineros han visto el poder de la dinamita. Pero mucho más poderosa que el poder de la dinamita es la unidad de la clase obrera. Por lo tanto, a Mesa no le queda otra alternativa que montarse sobre el tigre. Desgraciadamente, como dice un viejo proverbio indio: un hombre montado sobre un tigre tiene muchas dificultades para desmontarlo. Los trabajadores y campesinos no se van a contentar tan fácilmente con palabras y promesas bien sonantes. ¡Ya han tenido suficiente de esto! Ahora quieren resultados concretos.
Mesa se mantendrá o caerá según la marcha de la economía. A pesar de la baja inflación y varios años de crecimiento del PIB, las exportaciones del país están estancadas y la demanda interna es débil. Más del 60 por ciento de la población, principalmente indígena, vive con dos dólares o menos al día. Pero sólo conseguirá ayuda a un precio, y éste será dar a EEUU y otros libre acceso a las ricas reservas minerales de Bolivia. Sin esto, es poco probable que los inversores extranjeros regresen al país. Pero las masas se oponen ferozmente a los planes del sector privado de exportar las abundantes reservas de gas natural del país a EEUU y México. El nuevo gobierno se encuentra atrapado entre dos fuerzas mutuamente incompatibles.
El nuevo gobierno se encuentra atrapado entre dos piedras de molino. Las masas exigirán una mejora inmediata de sus condiciones de vida, mientras que el FMI demanda más liberalización, es decir, exige que el nuevo gobierno lleve a cabo la misma política que el anterior. La población boliviana no ha pasado este dato por alto y es consciente del verdadero significado de esta «liberalización».
«Pero como los pobres de Honduras, Argentina, Perú y Ecuador, los bolivianos han comprendido que son ellos los que tienen que pagar la factura de la privatización, que el crecimiento prometido se ha atascado, que las exportaciones del país valen menos que antes de que Bolivia se alistara en la globalización y que se ha ampliado el abismo entre su miserable nivel de vida y el de una minúscula elite. Han comprendido que la privatización significa precios más elevados de los bienes esenciales, que difícilmente pueden trabajar, sus hijos permanecen sin escolarizar, y que viven y mueren en la pobreza. Han aprendido, también, que cuando protestan, el gobierno electo les dispara, como ocurría con las dictaduras». (The Guardian. 21/10/2003).
El problema de la dirección
La revolución boliviana parece tener un carácter puramente espontáneo. Pero esto no es verdad. En primer lugar, no ha caído como un rayo desde un cielo azul, tiene sus antecedentes en el período anterior. En segundo lugar, estaba dirigida por los líderes naturales de la clase obrera, los militantes con conciencia de clase de la COB. En tercer lugar, estos militantes no han caído de las nubes, estaban educados en las ideas que han circulado en el movimiento obrero y sindical boliviano durante décadas, las ideas del trotskismo.
En Rusia, antes de 1917, decenas de miles de activistas obreros habían sido educados durante dos décadas en el espíritu de la propaganda bolchevique. En Bolivia estas ideas y programa del trotskismo son familiares desde hace mucho tiempo para los activistas obreros. Las Tesis de Pulacayo de 1946, adoptadas por la federación de mineros, no son otra cosa que el Programa de Transición de Trotsky traducido a las condiciones concretas de Bolivia. El punto básico es la necesidad que tienen los trabajadores de tomar el poder en una alianza con los campesinos y después emprender el camino hacia el socialismo. Deben formar la base sobre la cual el movimiento ahora puede avanzar hacia su objetivo natural: el objetivo del poder obrero.
El aspecto más importante del movimiento en Bolivia es su carácter netamente proletario. La experiencia revolucionaria de la clase obrera boliviana, y particularmente los mineros, es probablemente la más grande de cualquier otro país de América Latina, no sólo fue la revolución de 1952, también hubo oportunidades revolucionarias en 1971, la insurrección revolucionaria de 1982-85, y más recientemente, la victoria de la insurrección de Cochabamba en abril de 2000 contra la privatización del agua, las protestas campesinas en todo el país en enero de este año y también el movimiento insurreccional de febrero de este año. Para lanzar este maravilloso movimiento de la semana pasada y que ha barrido a un lado el régimen de Lozada, tan fácilmente como un hombre aplasta a una mosca, se han basado en las experiencia y tradiciones del pasado.
La tradición de la clase obrera boliviana incluye la creación de milicias armadas como en 1952, cuando casi 100.000 hombres se organizaron en las milicias dirigidas por los sindicatos. También en esta ocasión hubo una llamada de los dirigentes de la COB para formar comités de autodefensa y los mineros llegaron a La Paz con cartuchos de dinamita.
El aparato del estado estaba al borde del colapso con un ambiente de rebelión abierto entre la policía, que ya se había amotinado en la insurrección de febrero, muchos soldados se negaron a disparar a la población y bajaron sus armas (un síntoma de motín). En la ciudad de El Alto se han encontrado los cuerpos de ocho soldados asesinados por sus oficiales porque se habían negado a disparar.
La magnífica clase obrera boliviana se ha puesto a la cabeza de la nación como líder y portavoz del campesinado, de los indígenas y otras capas explotadas y oprimidas de la población. ¡Este es el hecho más importante y es fundamental para el resultado de la revolución boliviana!
Los medios de comunicación capitalistas de todo el mundo han insistido en que era un movimiento de los indígenas. Y hasta cierto punto es verdad, porque los diferentes grupos nacionales indígenas suponen casi el 80 por ciento de la población y la mayor parte de la clase obrera y el campesinado son indígenas. Durante siglos los indígenas han sufrido la opresión a manos de la oligarquía local, formada principalmente por blancos vinculados a España y EEUU. Sin embargo, la opresión nacional y de clase están íntimamente unidas y la opresión nacional no se puede resolver de forma fundamental a parte de la lucha por el socialismo. La historia del movimiento revolucionario en Bolivia demuestra cómo la nación como un conjunto se reúne alrededor de la bandera de la clase obrera y sus organizaciones. Cuando los medios de comunicación capitalistas hablan de un movimiento indígena realmente intentan ocultar su carácter profundamente proletario.
La dirección de la COB mostró un gran coraje y determinación en la huelga general. Pero hacía falta un plan, estrategia y política claro. Era necesario tener una perspectiva de toma del poder. Esto es lo que parece estar ausente, y la ausencia de esto puede hacer naufragar la revolución. El secretario general de la COB, Solares, ha visitado al nuevo presidente. Aparentemente, adoptó la posición del apoyo condicional, es decir, le apoyaremos en la medida que luche contra la corrupción, cree más empleos, dar a los trabajadores salarios decentes, etc., Esto es un error. El gobierno burgués de Mesa será tan corrupto como el de Lozada. No se puede dar empleos y salarios decentes porque sus manos están atadas al FMI y el Banco Mundial. Este es el gobierno de la oligarquía y representa sus intereses. Exigir a este gobierno que defienda los intereses de los trabajadores y campesinos es pedir peras al olmo.
Dicen que el nuevo presidente han demostrado interés en los puntos planteados por Solares y que las puertas del palacio presidencial están abiertas para los dirigentes de la COB. Pero es como si «la araña invitara a la mosca a entrar en su casa». Hoy el presidente muestra interés (¿ cómo no va a estar interesado en las personas que acaban de derrocar a su predecesor?) pero mañana les enseñará los dientes. La idea de que todo es cuestión de «buena voluntad» está completamente equivocada. Lo que decide no es la buena o mala voluntad de los individuos, sino los intereses de clase. Y los intereses de los trabajadores y campesinos bolivianos no son compatibles con los intereses de la oligarquía y el imperialismo. Cuanto antes se comprenda esto mejor.
El motivo de la «racionalidad» de Mesa no es difícil de comprender. La burguesía acaba de sufrir una derrota seria. No puede utilizar la fuerza y está obligada a una retirada táctica, tiene la obligación de parecer conciliadora, hacer promesas, con la esperanza de apaciguar a las masas, hasta que llegue el momento adecuado para lanzar su contraofensiva.
En el curso de una revolución la gente aprende rápido. A veces existe el suficiente tiempo para aprender de los errores y corregirlos. En realidad los dirigentes sindicales ya han hecho una autocrítica y han sacado conclusiones correctas:
«Después de activar y protagonizar una gran eclosión social, que tuvo el trágico saldo de cerca de 70 muertos a bala y más de 500 heridos, los trabajadores del país, en el último Ampliado Nacional de la Central Obrera Boliviana (COB), sacaron una conclusión principal: los obreros, campesinos, naciones oprimidas y clases medias empobrecidas no le arrebataron el poder a la ‘clase dominante’ porque ‘no cuentan’ aún con un ‘partido revolucionario'». (Econoticiasbolivia.com, 19/10/2003)
¡Ese es el punto principal! Los trabajadores han respondido magníficamente a la llamada de acción. Han conseguido derrocar al presidente, pero después se les ha escapado el poder entre los dedos. ¿Cuántas veces hemos visto esto? Y en cada uno de los casos todo se ha reducido a la cuestión de la dirección. El problema es que, como los acontecimientos se mueven tan rápido en una revolución, no hay tiempo de aprender a fuerza de errores. Por eso es necesario un partido marxista revolucionario. Si el POR hubiera mantenido una verdadera posición trotskista, entonces ahora estaría en situación de jugar el papel que jugó el Partido Bolchevique en 1917. Pero la política equivocada del POR durante décadas le han condenado a la impotencia. Las fuerzas del nuevo partido revolucionario sólo pueden proceder de las filas de los trabajadores, campesinos y jóvenes que han despertado a la lucha, y que buscan una salida en el camino revolucionario.
Por debajo de los dirigentes de la COB hay una capa numerosa de lo que se llaman líderes naturales de la clase obrera. Son dirigentes locales que se han ganado la confianza de los trabajadores y los compañeros por su honestidad, coraje y militancia. Ellos jugarán un papel crucial en la revolución. Están cerca de las masas y por lo tanto reflejan su espíritu revolucionario. Si estuvieran unidos en un partido revolucionario el futuro de la revolución estaría garantizado.
Roberto de la Cruz, el dirigente del Sindicato de Trabajadores de El Alto, está a la izquierda de Solares. Pero los trabajadores y los campesinos están aún más a la izquierda que cualquiera de los dirigentes. Instintivamente, comprenden que el nuevo gobierno es como el anterior pero con una nueva fachada. No confían en la burguesía. Quizá todavía no sepan exactamente lo que quieren, pero sí saben perfectamente lo que no quieren. No quieren la continuación del gobierno de los ricos, por los ricos y para los ricos. No quieren que su país sea saqueado por el imperialismo. No quieren pobreza y desempleo.
Los dirigentes de la COB han desconvocado la huelga general. Por ahora, temporalmente, han parado las hostilidades. Pero el ejército del proletariado no debe retirarse. La guerra no ha terminado. ¡Sólo acaba de comenzar! Para garantizar el cumplimiento de las demandas más apremiantes de las masas es necesario preparar otra huelga general, una huelga que ponga en el orden del día, no el derrocamiento del presidente, sino el derrocamiento de la corrupta y reaccionaria oligarquía boliviana que está bloqueando el camino al progreso.
Por encima de todo, no se debe confiar en los llamados sectores «progresistas» y «liberales» de la burguesía boliviana. Sin duda ahora estos sectores están en la escena central, intentado engañar a la población con promesas falsas. Sólo son la bota izquierda de la oligarquía y el imperialismo, como Lozada era la bota derecha.
Los trabajadores y los campesinos son escépticos con la burguesía. ¡Y tienen razón! Los campesinos de La Paz decidieron mantener sus protestas. ¡Es una táctica correcta! Si todavía no se ha ganado la batalla ¿por qué desmovilizar el ejército?
Después de los dramáticos acontecimientos de la semana pasada probablemente haya una calma en el movimiento, los trabajadores tienen que analizar la situación y pensar cual será el siguiente paso. Los elementos más conscientes y militantes sacarán conclusiones revolucionarias. Otros necesitarán un poco más de tiempo y experiencia para sacar las mismas conclusiones. Pero al final los trabajadores tendrán que regresar al camino de la lucha porque no existe otra alternativa. La importancia de una buena dirección en la próxima batalla será incluso mayor que antes. Por lo tanto, es una tarea urgente crear un partido y dirección revolucionarios.
La revolución rusa
Hoy la situación en Bolivia recuerda mucho a la situación de Rusia en febrero de 1917. Los trabajadores y campesinos derrocaron al antiguo régimen y crearon soviets (consejos de obreros y soldados). De hecho, en febrero, el poder estaba en manos de la clase obrera rusa. Tenía el poder pero no sabían que lo tenían.
Más tarde, en la conferencia de abril, Lenin atacó duramente a aquellos bolcheviques que defendían que la clase obrera no podía tomar el poder debido a las condiciones objetivas. «¿Por qué no pueden tomar el poder? El camarada Steklov dice por esta o esa razón. ¡La verdad es que los trabajadores no han tomado el poder porque no eran conscientes y no estaban suficientemente organizados!»
Los trabajadores de Bolivia podían y debían haber tomado el poder el viernes pasado. Que no lo hicieran cuando existía esa posibilidad creará nuevas complicaciones y problemas en el futuro. La burguesía tendrá tiempo para rehacer sus destrozadas fuerzas y erigirá nuevos obstáculos en el camino de los trabajadores y campesinos.
En Rusia el fracaso de los trabajadores en conseguir la victoria y tomar el poder en sus manos en febrero llevó directamente al aborto del doble poder. La burguesía se reagrupó alrededor del Gobierno Provisional «democrático», mientras que los trabajadores y los campesinos se reagrupaban en los soviets. Fue un período donde las dos partes luchaban para conseguir una situación ventajosa, hasta que finalmente, bajo la dirección del Partido Bolchevique, los soviets derrocaron al gobierno provisional y tomaron el poder en octubre (noviembre según el nuevo calendario).
El factor decisivo aquí fue la dirección del Partido Bolchevique con Lenin y Trotsky. Esto es lo que está ausente en Bolivia. Los dirigentes de la COB han jugado un papel muy positivo. Han demostrado una gran integridad personal y coraje en la dirección de la lucha contra Lozada. Pero ahora se requiere algo más que integridad y coraje: hace falta una perspectiva clara para tomar el poder, además de un programa y tácticas adecuados a esta perspectiva. Sobre esta base, la victoria de la revolución estaría asegurada.
La revolución tiene enormes reservas en la población, tanto en las ciudades como en el campo. El proletariado boliviano tiene una tremenda tradición revolucionaria, en sus acciones ha demostrado que no ha olvidado esta tradición. Además, los cuadros del movimiento han asimilado algo de los elementos más importantes del marxismo y el leninismo, que es decir trotskismo, incluidos en las Tesis de Pulacayo. La idea del poder obrero no es extraña para ellos. ¡Hay que construir sobre estas bases! Hay que plantear la cuestión central claramente y sin ambigüedades: para comenzar a solucionar los problemas de la sociedad el poder debe pasar a la clase obrera, a la COB, a las juntas vecinales y los otros órganos de poder obrero.
La necesidad más apremiante es establecer las juntas en todas partes, elegir a trabajadores y campesinos responsables, unir estas juntas a nivel local, regional y nacional, echar raíces en cada fábrica, mina, oficina, aldea y vecindario local. La COB debe convocar un congreso nacional de juntas para discutir el camino a seguir. Las juntas de trabajadores y campesinos deberían hacerse cargo de la gestión de sus zonas, controlar la distribución de comida, combustible y otras necesidades básicas. Deberían controlar los precios y hacerse cargo de la seguridad, crear una milicia con este objetivo, armarse contra el peligro de la reacción y la amenaza de elementos criminales. La burguesía quiere orden. Démosla orden: ¡el orden revolucionario de la clase obrera y los soviets!
La «oposición» de Morales
Los trabajadores y campesinos han demostrado un enorme valor e iniciativa. ¿Que más se les puede pedir? Pero los dirigentes de la oposición parlamentaria no reflejan el coraje de las masas. Evo Morales están esperando a que el poder le caiga en el regazo, como una fruta madura.
The Guardian ya está especulando con la probable alternativa a Mesa: «A sólo un uno por ciento de Sánchez de Lozada en las elecciones celebradas hace quince meses se encuentra Evo Morales, el dirigente del sindicato nacional de productores de coca. Dado el ambiente existente en el país, probablemente ganaría si se celebraran elecciones mañana, un resultado que precipitaría una fea confrontación con EEUU».
Por eso precisamente Morales no tiene prisa por llegar al poder. Sabe que, una vez ocupe el cargo, sufrirá la presión de las masas para que emprenda medidas decisivas a su favor. Por eso prefiere la relativa comodidad de los escaños de la oposición. Por eso está constantemente pidiendo a la población que de tiempo a Mesa. Por eso ha abrazado la consigna de la asamblea constituyente, que algunos ingenuos han planteado ante la creencia errónea de que representa una demanda «revolucionaria». En realidad, no es en absoluto revolucionaria, simplemente es un intento de retrasar y tergiversar, evitar plantear la cuestión del poder.
Existe claramente una división del trabajo también entre los políticos burgueses. Lozada se ha ido al exilio en Miami, mientras que Mesa forma un gobierno «tecnócrata» sin la participación de los partidos políticos. Pero éste es demasiado débil para ser capaz de disciplinar y controlar a las masas. Es necesaria una alternativa.
Todo el mundo es consciente de que el nuevo gobierno no durará mucho, así que Morales se está preparando para tomar el cargo cuando llegue su turno. Para garantizar a la oligarquía y el imperialismo de que no tienen nada que temer de él, hace llamamientos a las masas para que abandonen las calles, para que renuncien a sus acciones dejen las cosas en manos de la «gente que sabe».
La consigna de la asamblea constituyente
El viejo poder estatal, socavado, sacudido y magullado, todavía tiene el control. La revolución sólo puede tener éxito derrocándole y sustituyéndole por un nuevo poder proletario. Después de la caída de Lozada seguirá, en un futuro no lejano, la caída de Mesa. Ya la burguesía está buscando un candidato alternativo, que tendrá que salir no de la derecha, sino de la izquierda. La clase dominante, para tratar con las masas, sólo tiene dos armas: la violencia o el engaño. Pero la violencia ha demostrado ser un arma inadecuada para tratar un movimiento de tales dimensiones. El uso del ejército, lejos de intimidar a la población, ha tenido el efecto contrario, ha provocado en las masas más determinación y energía.
Por lo tanto, está preparado el escenario para el engaño. Pero para engañar a la población tienen que conseguir que ésta abandone las calles, las minas y las fábricas, que dejen la iniciativa en manos de los políticos profesionales, es necesario ofrecerle algo en lo que creer. Los viejos y desacreditados políticos burgueses no sirven para este propósito. Deben salir nuevas caras, hay que escribir un nuevo guión. Para asegurar que las masas no tienen en sus manos el poder real, se les debe ofrecer algo que parezca el poder, en lugar de la esencia la sombra.
Consciente de su debilidad, la burguesía intentará basarse en los dirigentes de la clase obrera para volver a recuperar el control de la situación y apaciguar a la clase obrera. Mesa ¾ no es el más estúpido de los dirigentes burgueses ¾ , ha asistido a reuniones de campesinos junto con los dirigentes de los sindicatos campesinos y la COB. Este hecho, en sí mismo, es un reconocimiento tácito de la verdadera correlación de fuerzas de clase. Los trabajadores deberían sacar la conclusión y tomar en poder en sus propias manos. Dada la situación actual, existe la posibilidad de transferir pacíficamente el poder, o con una violencia mínima. Pero las vacilaciones sólo sirven para dar tiempo a la reacción para que ésta se reagrupe y reorganice, haciendo inevitable un futuro más sangriento.
En este contexto, la consigna de la «asamblea constituyente», defendida por algunos grupos de la izquierda, está jugando un papel negativo y contrarrevolucionario. La burguesía ¾ personificada en su ala más «liberal» y «democrática» ¾ intentará desviar la atención de la población hacia una discusión vacía sobre las delicadezas constitucionales, mientras que las cuestiones reales relacionadas con el empleo, el pan y la tierra se posponen de manera indefinida.
En lugar de concentrarse en la cuestión central del poder, desviarán la atención de los trabajadores y los campesinos a trucos legales y demagógicos. Las energías de la revolución se disiparán infructuosamente. ¡No es extraño que los partidos burgueses hayan apoyado entusiastamente esta consigna! Todo esto es una gigantesca estafa. Pero aún, es peligroso. Detrás de la fachada de la «asamblea constituyente» se movilizarán las fuerzas de la reacción. Detrás de bambalinas, los imperialistas estadounidenses continuarán con sus intrigas habituales.
Es necesario educar a las masas a que crean en sí mismas, en su poder y auto-organización. Se debe explicar que bajo el capitalismo el parlamento es sólo una cáscara vacía sin pode real. El único poder que existe es, por un lado, el poder de los banqueros, terratenientes y capitalistas ¾ el viejo pode reaccionario que debe ser derrocado ¾ y por el otro lado, el poder de las masas trabajadoras.
La lucha por el poder en última instancia se decidirá fuera del parlamento. Los antagonismos en la sociedad boliviana son demasiado profundos, las contradicciones demasiado grandes, como para ser solucionadas por la aritmética parlamentaria. Si perdemos la iniciativa, si permitimos que nuestra fuerza vacile, si nos desmovilizamos, entonces las fuerzas de la reacción se reagruparán detrás de la fachada de la «democracia parlamentaria», a la espera del momento adecuado para golpear y aplastar a los trabajadores y campesinos.
Lo peor que se puede hacer durante la revolución es perder tiempo. A lo largo de la historia, muchas revoluciones se han perdido debido a los debates y discursos interminables, a la búsqueda fantasmas y sombras en lugar de buscar la esencia del poder. Marx dejó esto claro en 1948-9 y Lenin repitió con frecuenta esta advertencia en 1917.
No repetiremos aquí los argumentos que ya explicamos con relación a la consigna de la asamblea constituyente en Argentina. Basta con decir que esta consigna se ha cogido prestada de la historia de la revolución rusa sin comprender en lo más mínimo su verdadero contenido. La asamblea constituyente es no una consigna socialista sino democrático-burguesa que es útil en la lucha contra un régimen autocrático y dictatorial (como el zarismo ruso). Pero Bolivia (como Argentina) tiene un régimen parlamentario burgués del que ya tienen mucha experiencia las masas. Por lo tanto, la consigna no tiene relevancia en la situación actual de Bolivia.
Aquellos que defienden la asamblea constituyente en la situación actual de Bolivia han abandonado el punto de vista del proletariado y adoptado el vulgar y pequeño burgués cretinismo parlamentario.
El cretinismo parlamentario es una enfermedad mortal de la revolución, jugar con el parlamentarismo y las constituciones, esto es lo que los seguidores de la asamblea constituyente están invitando a hacer a los trabajadores bolivianos. Esta no es una política seria sino una desviación vergonzosa, un intento frívolo de eludir la cuestión central, ¡que no se lucha por una nueva forma de democracia burguesa, sino que se lucha por el poder obrero!
La primera condición es: la absoluta independencia de las organizaciones obreras de la burguesía. Nada de pactos, alianzas, coaliciones o cualquier otro tipo de arreglo con la llamada ala progresista de la burguesía boliviana.
En Bolivia ya existen elementos de poder obrero: en los sindicatos, en las juntas vecinales, en los cabildos y otros órganos de lucha. Es necesario extender y desarrollar estos órganos y unirlos. Sólo de esta forma se puede crear una alternativa de poder dispuesta a dirigir la nación.
Internacionalismo: el único camino
Hay informes que dicen que los dirigentes locales están formando fracciones armadas para desafiar al gobierno y sus fuerzas armadas, formulando las quejas de los pobres con un «mensaje poderosamente nacionalista y antiextranjero» (The Guardian). El nacionalismo del trabajadores y el campesino boliviano realmente es un sentimiento antiimperialista que sólo es la cáscara externa de un bolchevismo inmaduro. Sin embargo, la aspiración de las masas de eliminar la dominación extranjera y conseguir el control de su propio destino sólo se pueden conseguir con la expropiación de la oligarquía. Sin embargo, esta medida inmediatamente llevaría Bolivia a un conflicto con el imperialismo estadounidense, que intentaría utilizar a los estados vecinos para intervenir. El destino de la revolución boliviana estará por tanto determinado por su capacidad de apelar y pedir el apoyo de los trabajadores y campesinos de Venezuela, Brasil, Perú, Colombia, Argentina, Educador y Chile.
La revolución puede, y probablemente lo hará, comenzar en Bolivia, pero si se mantiene aislada en un pequeño país de América Latina, a largo plazo no tiene futuro. La victoria de la revolución boliviana debe ser el primer paso para la revolución andina y latinoamericana, las condiciones están completamente maduras. La revolución boliviana triunfará bajo la bandera del internacionalismo proletario, de no hacerlo así no triunfará en absoluto.
The Economist tuvo que admitir lo siguiente:
«La lucha continúa a través de le región andina difícilmente facilita a sus dirigentes atravesar el mensaje de que unos cuantos sacrificios ahora producirán beneficios en el futuro». Y avisa: «Pero las cosas pueden ir peor, especialmente si la escalada de la violencia lleva a una ruptura democrática en Bolivia o Venezuela. Como advertía Sánchez de Lozada en su carta de dimisión: ‘Los peligros que se ciernen sobre el país siguen intactos'».
El principal «peligro» que Lozada y su clase tienen en mente es el peligro de la clase obrera. En todas partes el programa de la burguesía es el mismo: un programa de recortes y ataques salvajes a las condiciones de vida. Pero dados los niveles tan terribles de pobreza y hambre en Bolivia y otros países andinos, las masas no aceptan ni aceptarán eso sin luchar. Ese es el significado de los recientes acontecimientos en Bolivia. La revolución boliviana, junto con Venezuela, es la clave de la revolución andina, en el sentido de que ahora existen condiciones muy favorables para la llegada al poder de la clase obrera. Sin embargo, teniendo en cuenta las condiciones explosivas que existen en Perú y otros países, la revolución puede estallar en cualquier de ellos en el futuro inmediato.
La revolución boliviana puede tener lugar antes que en otros países. Pero sólo se puede consolidar si va más allá de los estrechos límites del estado nacional y se extiende a los países vecinos. Esta perspectiva en absoluto es utópica. Es totalmente posible, especialmente si la revolución está dirigida por una dirección valiente y atrevida.
En los países vecinos las condiciones están maduras. Las contradicciones del movimiento de Chávez en Venezuela han abierto el camino para que los trabajadores se cuestionen la propiedad privada y exijan la gestión de los trabajadores del empresa petrolera nacionalizada. En Perú se han producido toda una serie de movimientos de masas contra el gobierno de Toledo y a veces ha adquirido un carácter insurreccional. El presidente de Ecuador, Lucio Gutiérrez, se está enfrentando a huelgas y protestas, después de haber perdido el apoyo de los grupos indígenas que le ayudaron a llegar al poder. La semana pasada se decretó el estado de emergencia cuando los productores de bananas (Ecuador es el principal exportador mundial de esta fruta) bloquearon las carreteras y los puertos, exigían precios más altos y más ayudas del estado. La huelga fue suspendida el sábado después de que el gobierno aceptara sus reivindicaciones. En un país tras otro ha habido huelgas generales, masivos movimientos de trabajadores y campesinos contra la privatización y los recortes: Argentina, Colombia, Honduras, Paraguay, Chile, Panamá, Uruguay, etc.,
La terrible pobreza de las masas es la principal fuerza motriz del fermento revolucionario que está afectando a toda la región. Es la razón fundamental de la actual oleada de lucha política y social. Ésta no se podrá eliminar mientras que las economías de estos países permanezcan en manos de las oligarquías parasitarias que están subordinadas a los deseos despiadados del imperialismo estadounidense.
Los cinco miembros del bloque comercial de la Comunidad Andina sufren ahora una profunda crisis. La economía venezolana está experimentado una calamitosa crisis y está una pobreza absoluta, a pesar de sus enormes reservas petroleras (aunque una gran parte de la caída de su economía es culpa del cierre patronal de diciembre-enero y el sabotaje consciente de la economía por parte de la clase dominante). El ingreso per cápita ha caído un 0,3 por ciento en los ya empobrecidos Bolivia y Ecuador, mientras que Colombia ha experimentado un modesto crecimiento del 0,8 por ciento después de dos años de declive. De Perú se espera que sea uno de los escasos puntos luminosos de la región, su ingreso per cápita ha crecido un 2 por ciento.
El anterior presidente quería impulsar el crecimiento económico exportando gas boliviano a través de un nuevo gaseoducto, construido por empresas británicas y españolas, hacia un puerto chileno del norte, probablemente Patillos. Pero la población de Bolivia se dio cuenta de que la mayoría de los beneficios económicos irían a los bolsillos de los extranjeros. Sólo eso sirvió de catalizador para la insurrección, impulsó el planteamiento de otras reivindicaciones, por no hablar de su fracaso en el cumplimiento de su promesa electoral de crear más empleos nuevos.
La burguesía chilena en el siglo XIX se apoderó con una guerra de la costa del norte de Bolivia. Este es uno de los problemas típicos creados en América Latina a causa de la balcanización creada con la obtención de la independencia del dominio español en el siglo XIX.
Cada gobierno de la región, excepto Venezuela, ha estado intentando aplicar medidas de austeridad y ataques a las condiciones de vida de las masas. El argumento de la burguesía es que estas medidas traerán crecimiento y empleos «a largo plazo», pero como dijo Keynes, a largo plazo todos estaremos muertos. Esta medidas neoliberales inspiradas por EEUU sólo sirven para acrecentar el sufrimiento de la población de la región, sin resolver ninguno de los problemas fundamentales. Este es el punto focal de los movimientos de protesta de masas.
En Ecuador los trabajadores han protagonizado huelgas contra los planes de Gutiérrez de privatizar (que significa extranjero) empresas y acabar con el monopolio estatal de las empresas petroleras. En Colombia los planes de austeridad están provocando una reacción. El presidente Álvaro Uribe está buscando el apoyo popular con un referéndum (se celebrará el 25 de octubre) sobre el «paquete de reformas» que incluye reducir las pensiones públicas y congelar el salario a los funcionarios.
En toda partes vemos que la revolución está en el orden del día. Toda la región andina es como una pampa después de una larga sequía, una simple chispa puede provocar una conflagración. Todo lo que se requiere es un ejemplo valiente. Si los trabajadores de Bolivia o Venezuela tomaran el poder, toda la situación se transformaría completamente. ¡Pero es necesario un principio!
Ver también: Marxismo frente a sectarismo, Alan Woods