El análisis marxista de la historia – es decir, el análisis dialéctico y materialista de la historia – explica que el motor principal de la historia es la necesidad que tiene la sociedad humana de desarrollar las fuerzas productivas: aumentar nuestro conocimiento y dominio de la naturaleza, reducir los tiempos de trabajo socialmente necesarios para producir y reproducir las condiciones de vida, mejorar el estilo de vida, así como aumentar los niveles de vida.
Como el propio Marx escribe en su prólogo a «Contribución a la Crítica de la Economía Política»:
«En la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. La suma total de estas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social.
El modo de producción material condiciona la vida social, política e intelectual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”.
Marx explica que es precisamente en estos períodos cuando la sociedad ya no puede desarrollar las fuerzas productivas – en que la ciencia, la tecnología y la industria se estancan, cuando el crecimiento económico, el empleo y los niveles de vida no se pueden garantizar – se producen las revoluciones, con el fin de eliminar las barreras que obstaculizan el progreso:
«En cierta etapa de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o – lo que es nada más que su expresión jurídica – con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta entonces.De ser marcos de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en freno de las mismas.Entonces comienza una época de revolución social.»
La época de la revolución social claramente ha llegado: desde la revolución bolivariana en Venezuela, a las revoluciones árabes y los maravillosos movimientos de masas en España, Grecia, Brasil y Turquía, todos estos son claros síntomas de la crisis actual y de la incapacidad del capitalismo para ofrecer un futuro a la gran mayoría de los trabajadores y jóvenes de todo el mundo.
Ahora, incluso los sectores de burguesía más serios están preocupados, no sólo debido a la agitación social provocada por la crisis, que amenaza cada vez más su propia posición privilegiada dentro de este sistema, sino también por la evidencia de la incapacidad a largo plazo del mismo sistema para proporcionar crecimiento, puestos de trabajo, y un nivel de vida decente – es decir, el desarrollo de las fuerzas productivas.
«Pesimismo sobre la Innovación»
Un número creciente de los principales comentaristas están ahora cuestionando seriamente si nuestra capacidad de innovación – para desarrollar la ciencia y las nuevas tecnologías – ha disminuido radicalmente. Como ejemplo de este «pesimismo sobre la innovación» es la editorial de The Economist (12 de enero 2013) con el título ¿Se ha averiado la máquina de ideas?, afirma que «un pequeño, pero creciente, grupo de economistas reconoce que el impacto económico de las innovaciones de hoy puede palidecer en comparación con las del pasado”.
Estos comentaristas afirman que detrás de la obvia y relativamente reciente «Gran Recesión» se encuentra una disminución menos evidente a largo plazo de la contribución hecha por el progreso tecnológico y la innovación al crecimiento económico – el llamado «gran estancamiento». De hecho, la evidencia contenida en el artículo de The Economist muestra que se ha producido una desaceleración en el crecimiento de la productividad – es decir, la producción económica productiva por persona – que precede a la crisis y se remonta a varias décadas a los años 70.
En su artículo, The Economist explica cómo el crecimiento económico se puede dividir principalmente en dos categorías: extensiva e intensiva.El crecimiento extensivo se refiere al aumento de la producción debido al aumento de los factores de producción; por ejemplo, mediante la expansión de la fuerza de trabajo – como ha sucedido en muchos períodos de la historia del capitalismo a través del crecimiento de la población, el uso de mano de obra inmigrante, la introducción de la mujer en el mercado laboral, o en tiempos modernos por el aumento de la edad de jubilación – y por el aumento de la cantidad de capital (por ejemplo, máquinas y fábricas) en relación a esta fuerza de trabajo ampliada.
Crecimiento intensivo, por el contrario, es el aumento de la producción para un determinado tamaño de la fuerza laboral. Esto refleja un aumento de la productividad o intensidad del trabajo – lo que Marx define como un aumento de la «plusvalía relativa» en términos de capitalismo. La diferencia entre el «crecimiento extensivo y el crecimiento «intensivo», por lo tanto, es una diferencia de cantidad y calidad: el crecimiento extensivo sólo aumenta la cantidad de las fuerzas productivas, el crecimiento intensivo incrementa su calidad.
Capitalismo y crecimiento
Marx explica cómo el capitalismo, en sus inicios, dio un gran impulso al desarrollo de las fuerzas productivas. La competencia entre los distintos capitalistas en la búsqueda de mayores beneficios y mayores mercados, no sólo dio lugar a un crecimiento extensivo – a través de la acumulación y la reproducción – sino también a un crecimiento intensivo, conforme los capitalistas reinvertían las ganancias en el desarrollo de nuevas maquinarias, tecnologías y técnicas productivas. Los que no podían seguir el ritmo de la aplicación de las últimas tecnologías y técnicas producían a un costo mayor y eran segados por sus competidores. Los débiles desaparecían y eran devorados por los fuertes, lo que conducía con el tiempo a una concentración y centralización del capital en manos de unos pocos, como describe Marx en El Capital:
“Paralelamente a esta concentración, o a la expropiación de muchos capitalistas por unos pocos, se desarrollan a una escala cada vez más amplia la forma cooperativa del proceso de trabajo, la aplicación tecnológica, la aplicación técnica consciente de la ciencia, la explotación sistemática de la tierra, la transformación de los medios de trabajo en formas que sólo pueden ser utilizados en común, la economización de todos los medios de producción mediante su empleo como medios de producción del trabajo social combinado, la absorción de todos los países en la red del mercado mundial y, con ello, el crecimiento del carácter internacional del régimen capitalista». (El Capital, Tomo I, capítulo 24 p257-8, edición de Akal)
Este fue entonces el papel histórico del capitalismo: concentrar los medios de producción anteriormente dispersos en empresas monopólicas gigantes, para establecer un mercado capitalista mundial interconectado, desarrollar los medios de producción y por lo tanto sentar las bases materiales para el socialismo – es decir, la creación de una sociedad no de escasez, sino de superabundancia.
Las leyes del capitalismo, en su época de apogeo, fueron una fuerza poderosa en el desarrollo de la innovación y de la industria. Marx y Engels hablaban en el Manifiesto Comunista de cómo el capitalismo «ha creado maravillas que superan a las pirámides de Egipto, a los acueductos romanos y a las catedrales góticas». La invención y aplicación de la máquina de vapor fue, sin exagerar, una «revolución industrial».
Muchos otros saltos cualitativos se han producido bajo el capitalismo, desde la invención de los trenes y telegramas, a la aplicación y generación de electricidad. Pero a principios del siglo XX, tales saltos eran pocos y distantes entre sí. En esta etapa, las fuerzas productivas habían sobrepasado el mercado capitalista nacional, las naciones imperialistas no podrían expandirse sin volver a dividir el mundo.Así comenzó un período con dos guerras mundiales, y la Gran Depresión en medio.
El impulso de la guerra
Es de destacar que el principal desarrollo de la tecnología y la innovación de este período no vino del capitalismo ni de la competencia del libre mercado, sino del control estatal sobre la industria y la planificación que las naciones capitalistas se vieron obligadas a adoptar por el conflicto bélico.La nacionalización y el control público de los sectores clave de la investigación y del desarrollo se introdujeron en los países capitalistas avanzados durante la Segunda Guerra Mundial con el fin de innovar y desarrollar nuevas tecnologías.Aviones, plásticos, caucho sintético, medicamentos, telecomunicaciones, energía nuclear, etc., todas estas tecnologías y muchas más se inventaron o dieron un gran impulso debido a la 2ª Guerra Mundial, junto a un desarrollo general de la industria y la introducción de nuevas técnicas de producción con el objetivo militar.
Este período de rápido desarrollo en términos de investigación y aplicación de nuevas tecnologías y técnicas, junto con la destrucción causada durante la guerra en sí y la expansión del comercio mundial que siguió, a su vez, condujo al auge económico de la posguerra – la así llamada «edad de oro» del capitalismo. De repente, a naciones enteras cuya base industrial había sido aplastada durante la guerra, se les proporcionaron ayuda con el Plan Marshall de los EE.UU. – que salió de la guerra muy fortalecido con su industria y economía casi intactas – y fueron capaces de importar y de aplicar los método industriales más modernos, que provocaron un gran salto adelante en términos de productividad.
Esto demuestra que el tremendo desarrollo cualitativo de las fuerzas productivas fue el resultado del control y de la planificación estatal durante la guerra, y no de las políticas keynesianas de los reformistas, este fue el verdadero secreto detrás del boom de la posguerra. Después de la guerra, el complejo militar-industrial – tanto en términos de la maquinaria de guerra como con el programa Apolo – continuó jugando un papel importante. Hoy en día, el gasto militar total mundial (de casi $ 1.8 billones), supera los gastos totales en Investigación y Desarrollo (I + D), que suma entre $ 1 y 1.4 billones de dólares). Esto sin mencionar la importancia de la investigación que se lleva a cabo en las universidades – financiadas públicamente y nominalmente sin ánimo de lucro, a pesar de que las grandes empresas están dictando cada vez más los programas de investigación.
Durante el mismo período de entreguerras, mientras que el capitalismo estaba experimentando su mayor crisis en la historia, la economía planificada de la Unión Soviética, a pesar de todas las deformaciones introducidas por el grillete canceroso de la burocracia estalinista, se desarrollaba a gran velocidad, pasando de ser un país atrasado, una economía fundamentalmente basada en el campesinado antes de la Revolución de 1917, a enviar al primer hombre al espacio 44 años después.
Lo que esto demuestra es que, desde hace casi un siglo, la fuerza motriz de la innovación no ha sido la competencia capitalista, sino la planificación y el sector público de la economía. El capitalismo, lejos de desarrollar la ciencia y la tecnología, se ha convertido en una enorme traba para el desarrollo de las fuerzas productivas.La propiedad privada sobre los medios de producción se ha convertido en una gigantesca barrera a la innovación y el ingenio y tiene que ser reemplazado por un plan de producción bajo el control democrático de la sociedad misma.
Estancamiento y declive
En su punto máximo después de la guerra, la producción económica por persona – una medida de la productividad – en los Estados Unidos estaba creciendo por encima del 3% anual. En la década de 1970, con el colapso del boom, esta cifra se redujo a alrededor del 2%, y en la actualidad esta cifra es inferior al 1%.Toda esta desaceleración de la productividad se ha producido a pesar de los enormes avances tecnológicos, en particular la introducción de los ordenadores personales, teléfonos móviles e Internet. De aquí surge esta teoría del «pesimismo sobre la innovación» de los comentaristas burgueses de hoy.
The Economist señala precisamente que hay una diferencia entre la innovación y la tecnología: la innovación es el desarrollo de la ciencia y el “know-how” (literalmente, saber hacer, en inglés, NdT); la tecnología es la aplicación de este «know-how» en términos de producción y de la sociedad.Es esta última la que realmente importa cuando se trata de aumentos reales en la productividad y el crecimiento económico.Hoy en día existe la innovación en todas partes, pero el impacto real de esta en la sociedad no es muy significativo.
Como señala The Economist, mientras que ha habido grandes avances en algunas áreas en muchos aspectos, la sociedad sigue siendo la misma hoy como lo era hace 40 años: los estilos de vida domésticos permanecen sin grandes cambios, todavía se viaja por los mismos trenes, aviones y automóviles, y la esperanza media de vida en los EEUU ha aumentado en menos de cinco años desde 1980, en comparación con el aumento de 25 años desde el comienzo del siglo XX hasta 1980. Hay más gente hoy en día participando en la investigación y el desarrollo que nunca, y sin embargo, se estima que la aportación de la tecnología y la innovación al crecimiento es siete veces inferior a su aportación en 1950.
Una vez más, la existencia de la propiedad privada, no sólo sobre los medios materiales de producción, sino también sobre las ideas y los conocimientos generados por la sociedad (es decir, las patentes y la propiedad intelectual), es lo que está sofocando el desarrollo real y la aplicación de la tecnología.En lugar de cooperar y compartir el conocimiento para producir el mejor teléfono que fuera posible, compañías tales como Apple y Samsung se enredan en una interminable serie de litigios legales sobre la violación de patentes. En lugar de invertir en educación y aplicar las técnicas más modernas en los países industriales avanzados, los capitalistas se aprovechan de la abundante oferta de mano de obra barata en Asia y en otros lugares, o simplemente deciden especular parasitariamente en los mercados financieros.Y en lugar de emplear las técnicas de producción más avanzadas, como las impresoras 3D, que tienen el potencial de producir una nueva revolución industrial, las nuevas tecnologías se ven frenadas por el temor a exacerbar el exceso de capacidad ya existente en el sistema – es decir, la sobreproducción – y generar aún más desempleo mediante la sustitución de trabajadores por máquinas.
¿Por qué invertir en la producción real cuando existe un exceso de capacidad y cuando se pueden ganar miles de millones en la bolsa de valores o en distintos derivados financieros? ¿Por qué gastar en I + D en Gran Bretaña y los EE.UU. cuando se puede simplemente emplear a cientos de trabajadores con míseros salarios en China? Cabe señalar que durante muchos años el crecimiento de China estuvo basado en gran parte en el modelo extensivo, alimentado por el paso de la agricultura a la industria, con millones emigrando del campo a la ciudad, y por la importación de las técnicas más modernas de producción del extranjero a través de acuerdos entre empresas chinas de propiedad estatal y empresas multinacionales. Hoy en día, se está produciendo una verdadera innovación en China (en compañías como Huawei y Lenovo) e inversión en una mayor automatización, ya que los trabajadores chinos son cada vez más combativos y están más organizados, exigiendo y consiguiendo aumentos salariales y mejores condiciones.
El carácter cada vez más parasitario del capitalismo y el uso de la deslocalización de la industria no han ayudado al desarrollo de la innovación y de la tecnología. Por un lado, se ha creado una mayor desigualdad en todo el planeta, las grandes multinacionales acumulan los enormes beneficios en un extremo y la clase obrera aparece cada vez más empobrecida en el otro. Pero por otro lado, también han ayudado a crear la clase obrera más grande y más interconectada jamás vista en la historia de la humanidad.
«Carrera contra la máquina»
Junto a este «pesimismo sobre la innovación», existe en otros comentaristas burgueses la tendencia opuesta: el temor a que los rápidos avances tecnológicos en la era moderna puedan conducir a un desempleo masivo, con máquinas que sustituyan a los trabajadores en una amplia gama de puestos de trabajos manuales e intelectuales, sobre todo con el advenimiento de las técnicas avanzadas de computación, tales como el aprendizaje automático y el reconocimiento de voz. Como comenta The Economist (25 de mayo 2013):
«Hay una mucha probabilidad de que la tecnología pueda destruir más empleos de los que crea. Hay una mayor probabilidad de que continúen ampliándose las desigualdades.La tecnología está creando cada vez más mercados en los que los innovadores, inversores y consumidores, y no los trabajadores, consiguen la mayor parte de los beneficios.»
No es, como muchos en la derecha nos quieren hacer creer, que los extranjeros o inmigrantes están quedándose con nuestros trabajos, ¡sino que son las máquinas!
Tales temores de desempleo masivo, debido a los avances tecnológicos, sin embargo no son nada nuevo, como el economista Michael Stewart hablaba en 1985:
«En la década de 1830 los tejedores manuales de Lancashire fueron expulsados del mercado por los nuevos telares mecánicos. De la misma manera, en la década de 1980, los trabajadores de automóviles semi-cualificados son sustituidos por robots…
… Debido a que el margen para la sustitución de mano de obra por el chip [equipo micro-chip] es tan grande, y el ritmo de cambio tan vertiginoso, es difícil saber qué tipo de puestos de trabajo van a necesitarse en gran número para los trabajadores semi-cualificados y no cualificados.» (Keynes y después, Michael Stewart)
Mientras tanto, John Mainard Keynes, el famoso economista británico, comentó en un artículo en 1930 que:
«Estamos siendo afectados por una nueva enfermedad de la que algunos lectores todavía no habrán escuchado el nombre, pero que oiremos mucho en los próximos años, a saber, el desempleo tecnológico. Esto significa que el desempleo debido al descubrimiento de medios de economizar mano de obra avanza más rápido que el descubrimiento de nuevos usos para la mano de obra excedente”. (Posibilidades económicas para nuestros nietos, John Mainard Keynes)
Hoy en día, esta tendencia se ha expresado en libros recientes como «Race Against the Machine», de dos académicos de la Escuela de Negocios Sloan del Instituto Tecnológico de Massachussets, el MIT. Los autores, Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee afirman:
«Los ‘estancacionistas’ [los que sostienen que la innovación y la productividad se ha estancado desde hace varias décadas] señalan correctamente que el ingreso medio y otros datos importantes de la salud económica de Norteamérica dejaron de crecer robustamente desde hace algún tiempo, aunque no estamos de acuerdo con ellos sobre por qué esto ha sucedido. Ellos piensan que es debido a que el ritmo de la innovación tecnológica se ha ralentizado. Pensamos que es debido a que el ritmo se ha acelerado tanto que ha dejado a mucha gente atrás. Muchos trabajadores, en definitiva, están perdiendo la carrera contra la máquina… Puede parecer paradójico que el progreso más rápido pueda dañar los salarios y puestos de trabajo de millones de personas, pero argumentamos que eso es lo que está ocurriendo.
En otras palabras, la mejora de la tecnología y el aumento de la productividad, en lugar de elevar los niveles de vida, en realidad han provocado su descenso para la gran mayoría, creando el estancamiento de los salarios y el desempleo estructural permanente. Como Brynjolfsson y McAfee señalan:
«Se han generado miles de millones de dólares de riqueza en las últimas décadas [en la economía de EEUU], pero la mayor parte benefició a una parte relativamente pequeña de la población … el 100% de todo el aumento de la riqueza en los Estados Unidos entre 1983 y 2009 fue acumulado por el 20% de los hogares. Las otras cuatro quintas partes de la población vio una disminución neta de riqueza a lo largo de casi 30 años …
… No ha habido un estancamiento en el progreso tecnológico o en la creación de riqueza agregada como a veces se afirma.En cambio, el estancamiento de los ingresos medios se debe principalmente a un cambio fundamental en la forma en que se distribuye la renta y la riqueza económica. El trabajador medio está perdiendo la carrera contra la máquina».
Los autores de «Race Against the Machine» (Carrera Contra la Máquina, NdT), sin embargo, sólo aciertan en un 50% de su análisis cuando argumentan que el desarrollo tecnológico es responsable del desempleo y de la desigualdad. El problema no es la tecnología, sino la aplicación de la tecnología en el capitalismo.
Superpoblación artificial
Hace tiempo Marx explicó que las leyes del capitalismo – la competencia anárquica entre capitalistas para obtener mayores ganancias – obligan a cada capitalista a reducir sus costos, con el fin de vender a un precio inferior, mediante el aumento de la productividad a través de la sustitución del trabajo por maquinaria.Esto, a su vez, crea un «excedente artificial de población», de desempleados:
«La caída de los precios y la lucha competitiva, por otro lado, impulsan a cada capitalista a reducir el valor individual de su producto total por debajo de su valor general, mediante el empleo de nueva maquinaria, nuevos y mejores métodos de trabajo y nuevas formas de organización.Es decir, los capitalista se ven impulsados a elevar la productividad de una cantidad dada de trabajo para reducir la proporción de capital variable [salarios] en relación con el capital constante [de maquinaria, herramientas, equipos, materias primas, etc.] resultando en el despido de trabajadores, y creando, en síntesis, un excedente de población artificial …
… Las mismas causas que han elevado la productividad del trabajo aumentan la masa de los productos básicos, amplían los mercados, aceleran la acumulación de capital, en términos tanto de masa como de valor, y bajan la tasa de ganancia; estas mismas causas han producido, y producen constantemente, una superpoblación relativa, una población excedente de trabajadores que no son empleados por este exceso de capital a causa del bajo nivel de la explotación de mano de obra a la que tendrían que ser empleados, o al menos a causa de la baja tasa de ganancia que rendiría a esa tasa dada de explotación». (El Capital, Tomo III, Capítulo 15, P363-364, edición inglesa de Penguin Classics). Y de nuevo:
«Es la propia acumulación capitalista la que produce constantemente, y produce de hecho en relación directa con su propia energía y alcance, una población activa relativamente sobrante; es decir, una población que es superflua para las necesidades medias del capital para su puesta en valor, y por lo tanto es un exceso de población» (El Capital, Tomo I, capítulo 25, P782, edición inglesa de Penguin Classics).
Es, por lo tanto, no la tecnología en sí, sino el uso de la tecnología en el capitalismo, aplicada de forma anárquica y sin planificación, lo que conduce a un desempleo masivo, lo que a su vez ejerce presión sobre los que conservan el trabajo a aceptar salarios cada vez más bajos, ya que aumenta la competencia por los puestos de trabajo restantes disponibles.
Junto con la creación de un «población artificial sobrante», por lo tanto, existe también la sobreexplotación de los que permanecen en el trabajo, de nuevo en el nombre de aumentar los beneficios de los capitalistas.Así surge la contradicción en la que existe un desempleo masivo por un lado, y millones de personas que tienen que trabajar 50 o 60 horas a la semana, o tienen múltiples puestos de trabajo sólo para llegar a final de mes:
«El exceso de trabajo de los trabajadores con empleo provoca el aumento de las filas de los desempleados; a su vez, la reserva de trabajadores desempleados aumenta la competencia entre los trabajadores, obligándolos a someterse cada vez a mayores cargas de trabajo y a los dictados del capital. La condena de una parte de la clase obrera a la ociosidad forzosa por el exceso de trabajo de la otra parte, y viceversa, se convierte en un medio de enriquecimiento individual de los capitalistas, y acelera al mismo tiempo la producción del ejército industrial de reserva en una escala correspondiente con el progreso de la acumulación social.» (Íbíd., P789-790)
La existencia de tal contradicción se pone de relieve por el hecho de que tal exceso de población es del todo «artificial». Los que están en el desempleo no son «excedentes» a las necesidades de la sociedad, sino simplemente «excedentes» a las necesidades del capital. El capitalismo no sólo es incapaz de utilizar los recursos humanos disponibles, sino que condena a millones a la ociosidad forzada. Las grandes empresas se niegan a invertir y las fábricas, tiendas y oficinas permanecen vacías por todo por el exceso de capacidad ya existente – es decir, por la sobreproducción. Las fuerzas productivas superan la «demanda efectiva» del mercado, los productos no se pueden vender con beneficio, o incluso no se venden en absoluto, la economía se paraliza, no por falta de «necesidades» de la sociedad, sino simplemente porque no hay lucro para los capitalistas.
Además, el capitalismo incluso no puede utilizar el conocimiento y la tecnología que la sociedad ha descubierto e inventado durante milenios de historia: la innovación no se realiza en ninguna aplicación práctica debido a la propiedad privada sobre estas mismas ideas, mientras que las nuevas tecnologías no se introducen por miedo a incrementar más el exceso de capacidad, el desempleo y la caída de la demanda que estas generarían.
Bajo el capitalismo, el capitalista individual introduce la tecnología y mejora la productividad con el fin de aumentar su propio beneficio individual, sin tener en cuenta el nivel de vida de los trabajadores o las necesidades de la sociedad en su conjunto. De ahí el temor de los comentaristas burgueses, como los autores de «Race Against the Machine», que responsabilizan a la tecnología del desempleo y de la desigualdad.
En el socialismo, la anarquía de la competencia y el mercado serían reemplazados por un plan racional de producción, permitiendo la introducción de la tecnología e incrementando la productividad. El hombre y la máquina pueden coexistir en armonía y no en competencia. En lugar de generar la contradicción del desempleo junto con la fatiga extrema, el trabajo podría ser compartido por igual y la jornada de trabajo se reduciría para todos con una mayor inversión, y esta mejora permitiría disponer de una cantidad cada vez mayor de tiempo libre.
Vemos, una vez más, que no es la tecnología la fuente de los males sociales, sino que es el propio sistema capitalista, y la enorme barrera para el progreso que este sistema impone debido a la propiedad privada y a la producción con fines de lucro.
Dos caras de la misma moneda
Pero, ¿cómo pueden coexistir estas dos tendencias diferentes entre los economistas y comentaristas burgueses? ¿Cómo puede haber tanto exceso de innovación y tecnología y sin embargo, al parecer, también muy poco?
Esta contradicción entre el «pesimismo sobre la innovación» y la «carrera contra la máquina» es un reflejo de las contradicciones del mismo capitalismo: la barrera de la propiedad privada, la tendencia de las fuerzas productivas a superar el mercado, y la yuxtaposición de la planificación extrema de la producción dentro de las empresas, junto con la anarquía entre las empresas.
La paradoja de demasiada innovación y demasiado poca, al mismo tiempo, simplemente expresa las leyes dialécticas del capitalismo – las leyes basadas en la búsqueda «racional» de los beneficios por parte del capitalista individual, que a su vez conduce a un resultado que es totalmente irracional para la clase capitalista en su conjunto.
Los capitalistas invierten en investigación y tecnología para mejorar la productividad de su empresa y socavan sus rivales, lo que a su vez reduce los salarios y provoca la sustitución de trabajadores por maquinaria. Sin embargo, cada capitalista persigue el mismo objetivo «racional», y al hacerlo, la clase capitalista en su conjunto, reduce el mercado al está tratando de vender sus productos. Con los productos que no pueden ser vendidos se revela la crisis de sobreproducción, y la producción se paraliza. Los capitalistas individuales se benefician, a corto plazo, debido a la innovación tecnológica, pero la clase capitalista en su conjunto termina generando desempleo y crisis.
Con este exuberante exceso de capacidad en el sistema, y sin demanda efectiva de más bienes y servicios, no hay ningún incentivo que mueva a los capitalistas a invertir en el desarrollo y aplicación de nuevas tecnologías. La innovación y la productividad, a su vez, por lo tanto, se ralentizan también. El capitalismo, en otras palabras, poda la misma rama sobra la que está posado: la competencia impulsa la inversión, la inversión genera desempleo, y el desempleo conduce a un círculo vicioso de demanda cero, inversión nula y mayor desempleo.
El capitalismo, por un lado, crea desempleo masivo y, por otro lado, no es capaz de crear las condiciones para la innovación. La innovación no es un maná exógeno del cielo, no se limita a caer del cielo. La innovación requiere de ciertas condiciones materiales, sobre todo la posibilidad de que el sistema sea capaz de desviar y dedicar fuerza de trabajo hacia la ciencia, la investigación y el desarrollo tecnológico.
En este sentido, podemos ver cómo la crisis del capitalismo fuerza a destruir la fuente misma de su propio crecimiento. Por ejemplo, en los países capitalistas avanzados, el gasto en la educación superior se está reduciendo y a los estudiantes se los obliga a asumir una pesada carga de endeudamiento, todo por culpa de la crisis, lo que ha obligado a los gobiernos a recortar el gasto público. Mientras tanto, estos mismos gobiernos se ven obligados a recortar los presupuestos militares en «defensa», otra fuente tradicional de la innovación en el capitalismo.
Además, la aplicación de la tecnología también requiere de ciertas condiciones materiales en términos del sistema socio-económico vigente y de la capacidad de las nuevas tecnologías de satisfacer los intereses de la clase dominante en un sistema dado. Por ejemplo, el concepto de la energía de vapor era conocido por los antiguos griegos, y sin embargo, esta tecnología potencialmente revolucionaria no se ejecutó ya que la economía se basaba en el trabajo de la abundante oferta barata de esclavos. Era maquinaria que ahorraba trabajo, por lo tanto, de poca utilidad. Del mismo modo, había pocos estímulos para desarrollar tecnología en el feudalismo, un sistema basado en el trabajo de los siervos atados a la tierra de sus señores.
Es sólo con el capitalismo donde se da un sistema en el que la competencia y la búsqueda del beneficio individual proporcionan un incentivo para invertir en nueva maquinaria y tecnología, como ocurrió en la Revolución Industrial con el desarrollo y aplicación de la energía de vapor en una escala masiva.De repente, la sociedad recibe un enorme impulso y las fuerzas productivas se desarrollan rápidamente, y la tecnología de ahorro de mano de obra es descubierta y utilizada.
Pero ahora esas mismas fuerzas que antes eran progresistas se han convertido en su contrario ¿Qué incentivo existe para que los capitalistas inviertan en tecnología de ahorro de trabajo cuando hay una gran cantidad de mano de obra barata disponible en el mundo? ¿Por qué desarrollar y aplicar la tecnología para aumentar la productividad, cuando ya hay un exceso de capacidad y gigantes montañas de productos sin vender?¿Por qué las empresas privadas deben invertir en investigación y desarrollo siempre que puedan beneficiarse de los éxitos de la investigación financiada públicamente, por ejemplo en las universidades públicas?
Lejos de ser un «incentivo», por lo tanto, la competencia y el afán de lucro – que surgen debido a la propiedad privada de la producción – se han convertido en un gran obstáculo para el desarrollo de la ciencia y de la tecnología. La necesidad de transformar la sociedad y derribar las relaciones sociales en descomposición del capitalismo nunca ha sido más evidente que ahora.
La destrucción creativa
Vemos, pues, que «el pesimismo sobre la innovación» y la «carrera contra la máquina» son dos caras de la misma moneda, una unidad dialéctica de los opuestos que refleja el carácter contradictorio, anárquico e irracional del capitalismo – un sistema en el que el progreso y el desarrollo de las fuerzas productivas sólo puede producirse de una manera extremadamente caótica y destructiva.
Cabe destacar que los capitalistas no niegan el carácter destructivo de su sistema – y se deleitan en esto, acuñando frases como «destrucción creativa» para describir el ciclo de auge y caída, propio del capitalismo, que no solo les parece necesario, sino deseable. Según estas teorías, se necesitan las crisis para librar a la sociedad de las viejas industrias y puestos de trabajo obsoletos, que primero deben ser destruidos antes de que se puedan crearse otros nuevos y mejorados – es decir, industrias y tecnologías más eficientes y productivas.
En este sentido, la clase dominante – y en particular el sector monetarista, ala neo-liberal de los capitalistas – presiona constantemente por medidas “neoliberales” también llamadas medidas “del lado de la oferta”; por ejemplo, la abolición de los sindicatos, la eliminación del salario mínimo, la «flexibilidad del mercado de trabajo», etc. De acuerdo con esta teoría monetarista, estas medidas son necesarias para garantizar la libre circulación de los trabajadores y alentar a los trabajadores a reciclarse en busca de puestos de trabajo más productivos. La verdad, sin embargo, es que la «flexibilidad del mercado laboral» no es más que un eufemismo de la «flexibilidad de explotación» y una excusa para el desempleo masivo que crea el capitalismo.
Es importante señalar a los predicadores de este dogma que sus teorías ¡chocan con la realidad! Se puede ver una enorme destrucción de fuerzas productivas en las políticas de Thatcher, Reagan y del FMI, etc., pero ¿dónde está la creación de fuerzas productivas? Y allá donde la destrucción de fuerzas productivas ha allanado el camino para un crecimiento posterior, como se indicó anteriormente en relación a la Segunda Guerra Mundial y el posterior auge de la posguerra, la creación de tecnologías nuevas y más productivas no fue encabezada por el sector privado, sino por el Estado, que tomó la propiedad y el control de las principales palancas de la investigación y el desarrollo científico.
La llamada «destrucción creativa» del thatcherismo en Gran Bretaña ha destruido la industria y ha desequilibrado la economía a favor de una dependencia de la especulación y del juego financiero, y del crecimiento alimentado por el crédito; ha destruido capacidades productivas vitales, y no proporcionó ninguna formación para ayudar a las personas a desarrollar nuevas capacidades, dejando a millones sin ninguna esperanza de encontrar un nuevo empleo. Como dice Marx:
«El capital demanda trabajadores más jóvenes y menos adultos. Esta contradicción no es más evidente que la otra contradicción, a saber, la supuesta falta de «manos”, mientras que, al mismo tiempo, miles o millones están sin trabajo, debido a la división del trabajo que los encadena a una rama particular de la industria.» (Íbid, Página 795)
Hoy en día, estas quejas son más frecuentes que nunca, los portavoces de la industria y sus voceros burgueses están constantemente hablando de la necesidad de más ingenieros, más científicos, más programadores informáticos, etc., pero ¿qué hacen estas mismas señoras y señores en relación a tal escasez? ¿Reciclar a los que se han mandado anteriormente al paro? ¿Invertir más dinero en la educación superior? No, ¡todo lo contrario! Aumenta el desempleo, licenciados trabajan de mozo de almacén, y a aquellos que buscan un futuro se les niega una educación debido a los recortes cada vez más intensos y a las tasas de matrícula más caras.
El capitalismo, por su carácter anárquico, basado en la competencia y en la búsqueda del beneficio individual, es inherentemente incapaz de introducir nuevas tecnologías y métodos innovadores, excepto de una manera no planificada, caótica y destructiva, en la que se imponen nuevas condiciones de producción y de vida a la sociedad, como una fuerza superior a los seres humanos. Bajo el socialismo, un sistema basado en un plan racional y democrático de producción, la sociedad podría hacer una transición armoniosa y suave a las nuevas tecnologías y técnicas, permitiendo que la educación y la formación esté al alcance de todos durante toda la vida, y con los más modernos métodos de ahorro de mano de obra que se utilizarían no para crear la ociosidad forzada, sino el ocio voluntario.
No liberar sino esclavizar
Los marxistas no estamos en contra de los avances tecnológicos, no somos luditas [destructores de máquinas, NdT] que creen en la falacia de la «escasez de trabajo» – es decir, que hay una determinada cantidad fija de trabajo en la sociedad y que la aplicación de la tecnología de ahorro de trabajo provoca necesariamente desempleo. Los marxistas estamos totalmente a favor de la innovación y de la tecnología – de hecho, somos los partidarios más consecuentes y apasionados de las nuevas tecnologías, que son vitales para el desarrollo de las fuerzas productivas y de la sociedad en general.
El problema es que bajo el capitalismo, el progreso tecnológico está lleno de contradicciones. El resultado es que la gran mayoría no recibe los frutos de la innovación de la sociedad. La tecnología, lejos de liberarnos, se utiliza para esclavizarnos. Existe desempleo masivo junto a quienes trabajan 50 o 60 horas a la semana, y mientras tanto, los ricos se hacen cada vez más ricos. La desigualdad se extiende, con una mayor acumulación de beneficios en un extremo y aumento de la miseria y de trabajo en el otro:
«Dentro del sistema capitalista todos los métodos para aumentar la productividad social del trabajo se llevan a efecto a costa del trabajador individual; todos los medios para el desarrollo de la producción se someten a una inversión dialéctica para que se conviertan en medios de dominación y explotación de los productores; transforman al trabajador en un fragmento de hombre; lo degradan al nivel de un apéndice de la máquina, destruyen el contacto real de su trabajo, convirtiéndolo en un tormento que alejan de él las potencialidades intelectuales del proceso de trabajo en la misma proporción que la ciencia se incorpora como un poder independiente, que deforma las condiciones en las que trabaja, sometiéndolo durante el proceso de trabajo a un despotismo más odioso por su mezquindad, y que convierte su vida en un trabajo penoso, arrastrando a su familia bajo las ruedas del gigante del capital. Sin embargo, todos los métodos para la producción de la plusvalía son, al mismo tiempo, métodos de acumulación, y cada extensión de la acumulación se convierte en un medio para el desarrollo de esos métodos. Se deduce, pues, que a medida que se acumula el capital, la situación del trabajador debe empeorar, sea su sueldo alto o bajo. Por último, la ley que hace que la superpoblación relativa o ejército industrial de reserva está siempre en equilibrio con la extensión y la energía de la acumulación, fija el trabajador al capital más firmemente que las cadenas de Hefesto sujetaron a Prometeo a la roca. Hace que una acumulación de miseria sea una condición necesaria y correspondiente a la acumulación de riqueza. La acumulación de riqueza en un polo, y al mismo tiempo la acumulación de miseria, tormento en el trabajo, esclavitud, ignorancia, embrutecimiento y degradación moral en el polo opuesto; es decir, en el lado de la clase que produce su propio producto como capital.» (Íbid, Página 799)
Este aumento de la desigualdad se muestra claramente en el gráfico siguiente, que muestra el cambio en el ingreso de los hogares y el PIB (producción económica) por persona para los EEUU, con 1975 como año de referencia inicial.
Esta grafica muestra la enorme divergencia entre la riqueza creada en la sociedad, debido al aumento de la productividad y el beneficio (o la falta de beneficio) que las familias trabajadoras medias han ganado con esto. Vemos que la producción por persona casi se duplicó en las tres décadas entre 1975 y 2005, mientras que los ingresos de los hogares se mantuvieron relativamente estancados. Los autores de «Race Against the Machine» destacan también esta creciente desigualdad, afirmando que «los beneficios empresariales como porcentaje del PIB se encuentran en los máximos de los últimos 50 años. Mientras tanto, los ingresos del la clase trabajadora de cualquier sector, incluidos los salarios y los beneficios sociales, se encuentran en el nivel más bajo de los últimos 50 años”.
En un pasaje anterior de El Capital, Marx se refiere al «ejército industrial de reserva» – los trabajadores en paro cuyas filas desaparecen o se hinchan, respectivamente, con el ciclo de auge y caída de la economía capitalista. Pero en la Gran Depresión de la década de 1930 y aún más en la crisis actual, vemos un nuevo fenómeno: ya no el de un ejército de reserva de mano de obra, sino el desempleo masivo permanente debido a la crisis orgánica del capitalismo.
En particular, son los jóvenes quienes más están sufriendo la crisis. The Economist (27 de abril 2013) estima que, «En todo el mundo casi 300 millones de jóvenes de 15 a 24 años de edad no están trabajando … casi una cuarta parte de los jóvenes del planeta», y en países capitalistas avanzados, como España y Grecia vemos tasas de desempleo juvenil de más del 60%.
The Economist reconoce que la crisis está siendo un factor en el alto desempleo juvenil, pero de nuevo, como los “neoliberales”, apunta a «los problemas del lado de la oferta», quejándose de «la falta de correspondencia entre las capacidades que ofrecen los jóvenes y las necesidades de los empresarios».Pero la pregunta que hay que hacerse es: ¿quién está invirtiendo en formación? ¿Están los gobiernos aumentando los fondos educativos? ¿Y qué problemas hay en términos de «flexibilidad laboral»? En Gran Bretaña, donde la tasa de desempleo juvenil es superior al 20%, más del doble de la media nacional en todos los grupos de edad, los salarios reales se han estancado, incluso los líderes empresariales afirman que el país tiene uno de los mercados laborales más flexibles.
La realidad es que el capitalismo no tiene nada que ofrecer a los jóvenes de hoy, salvo un futuro, como dijo Marx, de «miseria, tormento en el trabajo, esclavitud, ignorancia, embrutecimiento y degradación moral». Un sistema que no puede ofrecer un futuro a los jóvenes es un sistema condenado a desaparecer, un sistema que debe ser derrocado.
Flujos y reflujos
En la innovación y en el progreso tecnológico no hay marchas lineales adelante y ascendentes. Al igual que todos los acontecimientos de la historia, el desarrollo de las fuerzas productivas – de la ciencia, la industria y la técnica – se mueve en flujos y reflujos.
En ciertos períodos, el progreso tecnológico y el crecimiento económico pueden retroalimentarse para crear un círculo virtuoso de desarrollo: el crecimiento económico alimenta la demanda de mano de obra, la absorción de la «población sobrante»; la demanda de trabajo fortalece a la clase obrera y sus demandas de una mejora en los salarios; el aumento del costo de los salarios genera un mayor incentivo para el desarrollo de las técnicas de ahorro de mano de obra y nueva maquinaria que aumentan tanto la productividad como el crecimiento económico .
Sin embargo, como se explicó anteriormente, estas mismas fuerzas que impulsan la economía hacia adelante se convierten en su contrario y hacen que el círculo virtuoso se convierta en vicioso: la inversión en tecnologías de ahorro de trabajo crea desempleo, presionando los salarios a la baja; la demanda se reduce, las tasas de de beneficio disminuyen, el sistema se paraliza y se precipita sin freno hacia el acantilado.Así, el crecimiento y el progreso en el capitalismo sólo pueden desarrollarse de forma anárquica y contradictoria.
En los períodos de reflujo, es típica la propagación de pesimismos de todo tipo que se expresan en las ideas transmitidas por la clase dominante.En esos momentos, todo concepto de progreso en general se niega, y la posibilidad de un mayor desarrollo es refutada por razones de esta o aquella barrera infranqueable.
El «pesimismo de la innovación» de algunos economistas burgueses es un reflejo de ello: en lugar de ver la ralentización de la innovación como un fenómeno temporal derivada de los límites de las relaciones sociales actuales – es decir, la propiedad privada de los medios de producción – la falta de progreso tecnológico de la sociedad se pinta como el resultado inevitable de haber alcanzado un cierto nivel de desarrollo, de haber «recogido toda la fruta madura». Sin embargo, esta desaceleración en la innovación es sólo «inevitable» dentro de los límites del capitalismo, el cual, después de haber alcanzado un cierto nivel en el desarrollo de las fuerzas productivas, ya no es capaz de utilizar esas mismas fuerzas que ha creado.La actual tendencia al pesimismo dentro de la burguesía es idealista, al imaginar que la innovación
simplemente cae del cielo y no ver la base material y económica necesaria para el progreso tecnológico. La actual falta de progreso, como todos los reflujos de la historia, refleja el hecho de que las fuerzas productivas han entrado en contradicción con las relaciones de producción – en otras palabras, la capacidad de la sociedad para producir ha entrado en conflicto con las leyes de la producción del sistema capitalista, es decir, la propiedad privada y la producción con fines de lucro.
Pero, al igual que todos los reflujos anteriores, las barreras para un mayor desarrollo de las fuerzas productivas se pueden eliminar, y serán eliminadas. Este es el significado de la revolución social. Y, como en todas las épocas anteriores, esta revolución será acompañada por grandes avances, no sólo en la ciencia y la tecnología, sino en todos los ámbitos de la vida – en las ideas, el arte y la cultura – que se encuentran actualmente aprisionados por el freno absoluto del capitalismo.
Lejos de haber «recogido toda la fruta madura», hay todo un mundo de posibilidades y potencialidades esperando a la humanidad. En este sentido, el socialismo no será el fin de la historia, sino sólo el principio. Uno sólo tiene que pensar en todos los posibles Einsteins, Picassos y Beethovens, que se ven obligados actualmente a una vida de servidumbre en fábricas y campos, imaginar el potencial de la ciencia, del arte y de la cultura en el socialismo, una sociedad en la que miles de millones podrían, por primera vez, desarrollar y aplicar sus creatividades individuales al máximo. Como explica Federico Engels:
«Al posesionarse la sociedad de los medios de producción, cesa la producción de mercancías, y con ella el imperio del producto sobre los productores. La anarquía reinante en el seno de la producción social deja el puesto a una organización armónica, proporcional y consciente. Cesa la lucha por la existencia individual y con ello, en cierto sentido, el hombre sale definitivamente del reino animal y se sobrepone a las condiciones animales de existencia, para someterse a condiciones de vida verdaderamente humanas. Las condiciones de vida que rodean al hombre y que hasta ahora lo dominaban, se colocan, a partir de este instante, bajo su dominio y su control, y el hombre, al convertirse en dueño y señor de sus propias relaciones sociales, se convierte por primera vez en señor consciente y efectivo de la naturaleza. Las leyes de su propia actividad social, que hasta ahora se alzaban frente al hombre como leyes naturales, como poderes extraños que lo sometían a su imperio, son aplicadas ahora por él con pleno conocimiento de causa y, por tanto, sometidas a su poderío. La propia existencia social del hombre, que hasta aquí se le enfrentaba como algo impuesto por la naturaleza y la historia, es a partir de ahora, obra libre suya. Los poderes objetivos y extraños que hasta ahora venían imperando en la historia se colocan bajo el control del hombre mismo. Sólo desde entonces, éste comienza a trazarse su historia con plena conciencia de lo que hace. Y, sólo desde entonces, las causas sociales puestas en acción por él, comienzan a producir predominantemente y cada vez en mayor medida los efectos apetecidos. Es el salto de la humanidad del reino de la necesidad al reino de la libertad». (Del Socialismo utópico al socialismo científico, Federico Engels)
Una sociedad de superabundancia
Los marxistas apoyamos plenamente el desarrollo de la tecnología: la sustitución del trabajo con maquinaria, produciendo más riqueza para la sociedad con menos trabajo, y la reducción de la jornada de trabajo. En la ciencia-ficción del pasado – influenciada por el aumento de la automatización de la producción de principios del siglo XX – los escritores imaginaban una utopía futura en la que el mayor problema al que se enfrentaría la humanidad sería ¡qué hacer con todo el tiempo libre, ya que las máquinas harían todo el trabajo!
Tal sociedad se ha hecho del todo posible por el capitalismo, que jugó un gran papel revolucionario y progresista en el pasado en términos de desarrollo de las fuerzas productivas. Pero ahora, el capitalismo es incapaz de utilizar estas fuerzas productivas y se ha convertido en un freno absoluto para seguir avanzando. En lugar de hacer realidad el sueño de una vida de ocio para todos, millones están condenados a la ociosidad forzada por un sistema que no puede crear puestos de trabajo, mientras que otros millones de personas trabajan durante largas jornadas para alimentarse a ellos y a sus familias.
Lo que es más, las mejoras en los niveles de vida que se han visto bajo el capitalismo – mejores sueldos y mayor tiempo de ocio – no han sido benévolamente concedidos por la clase dominante, sino que lo han conseguido las masas luchando. El Estado del Bienestar y el salario mínimo, el fin de semana y la jornada laboral de ocho horas, la salud y la educación públicas: todo esto fue conquistado por la clase obrera, y ahora está bajo el ataque constante de la clase dominante, debido a la crisis de su sistema.
La posibilidad de una sociedad de sobreabundancia es más real que nunca. No hay más que mirar las estadísticas económicas oficiales de la burguesía para ver lo que sería posible con un plan socialista de producción. La siguiente gráfica muestra la «utilización de la capacidad productiva» en Gran Bretaña; es decir, el porcentaje de las fuerzas productivas que se utilizan en cualquier momento. Se puede observar que, incluso en los mejores tiempos de los últimos cinco años, sólo se utilizó el 76% de nuestra capacidad productiva. En los peores períodos, ésta cae al 50%. En otras palabras, ¡el capitalismo sólo es capaz de producir la mitad de lo que podría!
Para poner esto en perspectiva, el PIB del Reino Unido es actualmente de alrededor de 1,5 billones de libras. Suponiendo que esto representa, en promedio, sólo un 60% de utilización de la capacidad productiva, que significa que bajo un plan socialista de producción, donde la capacidad de la sociedad para utilizar las fuerzas productivas no se vería limitada por la necesidad de producir solamente para beneficiar a una minoría, y donde sería posible utilizar el 100% de esa capacidad, podría incrementarse rápidamente la producción económica nacional a 2,5 billones de libras.
¿Qué podríamos hacer con 1 billón de libras extras (es decir, con 1 billón de libras más)?Para poner esto en contexto, 1 billón de libras es el doble de la cantidad que el gobierno del Reino Unido en conjunto gasta en: pensiones (130 mil millones), salud (121 mil millones), educación (87 mil millones), prestaciones sociales (114 mil millones), transporte (20 mil millones), y otros servicios públicos (47 mil millones).En otras palabras, podríamos duplicar en poco tiempo las pensiones para las personas mayores, el gasto en hospitales y escuelas, así como el presupuesto para infraestructuras, etc., mediante la adopción de un plan racional de la producción y la utilización plena de las capacidades productivas de la sociedad.
De una manera inmediata, el llamado «problema» de la vejez desaparecería. Ya no sería vista la tercera edad como una carga para la sociedad. Una atención adecuada y una pensión decente podrían ser proporcionadas a todo el mundo. Un programa masivo de construcción podría ser llevado a cabo de inmediato, para construir viviendas municipales y mejorar la infraestructura chirriante del país. En vez de cerrar y privatizar escuelas y hospitales, se construirían y renovarían con las más modernas tecnologías. Y la energía verde podría ser desarrollada en todo el país para dotar de un medio ambiente limpio a las generaciones futuras.
Las cifras anteriores, de hecho, subestiman el potencial real, ya que, en realidad, los desempleados en esas condiciones podrían de encontrar un trabajo, y el gasto en subsidio de desempleo por lo tanto caería en picado, y todos estos trabajadores crearían aún más riqueza para la sociedad.Y con un plan de producción, además, el superávit en la sociedad podría reinvertirse en la producción. Por ejemplo, el valor de 800 mil millones de libras en efectivo acumuladas, que en la actualidad se encuentra en las cuentas bancarias de las grandes empresas del Reino Unido – la riqueza que está inactiva debido al «exceso de capacidad» que existe en el capitalismo – ahora podría ser empleado e invertido en nueva industria e infraestructuras.
Para poner estas cifras en un contexto diferente, mediante el aumento de la utilización de la capacidad productiva del 60% al 100%, la sociedad podría producir la misma cantidad de riqueza utilizando menos de dos tercios de la cantidad de mano de obra. Esto significa que la jornada laboral podría reducirse de ocho horas a menos de cinco horas, creando una enorme cantidad de tiempo libre para todos. Además, en virtud de un plan racional de producción, el trabajo se repartiría por igual, se eliminaría el desempleo y se reduciría aun más la jornada de trabajo. Mientras tanto, con una mayor inversión en investigación, tecnología y productividad, se podrían aplicar nuevos métodos de ahorro de trabajo, acelerando la reducción de la jornada laboral más allá todavía.
Por primera vez, la gran mayoría de la población tendría tiempo, no sólo para desarrollar la educación y la creatividad, sino también para participar activamente en política y en la economía, es decir en el funcionamiento democrático de la sociedad. Así se sentarían las bases materiales para una verdadera democracia – la creación de tiempo libre, el tiempo que ya no hay que emplear en la satisfacción de las demandas inmediatas de la vida.
El Socialismo, después de haber terminado con la sociedad de clases – es decir, la explotación de la mayoría por una minoría – lo que hará será hacer desaparecer a la clase obrera, al eliminar el trabajo explotador. Este futuro ya no es el simple sueño de la ciencia-ficción, sino que es una posibilidad real. Nuestra tarea deber se luchar conscientemente para hacer este futuro una realidad para la humanidad.