Este artículo corresponde a la serie de documentos del camarada Ted Grant que estaremos publicando. A pesar de que estos fueron publicados originalmente durante todo el siglo pasado, sirven como material de formación, por su valor histórico y por las lecciones que en ellos se encuentran para las luchas en el presente. Ted Grant, nacido en Sudáfrica bajo el nombre de Isaack Blank, fue el fundador de la Corriente Marxista Internacional, con la intención de defender las ideas del marxismo en las organizaciones de la clase obrera. Fimer defensor del Marxismo, se definía a sí mismo como marxista, leninista y trotskista. Sus ideas hacen hincapié en que los revolucionarios deben trabajar dentro, fuera y alrededor de las organizaciones de masas porque los trabajadores comienzan a movilizarse a través de las organizaciones tradicionales y porque fuera del movimiento obrero no hay nada.

El cambio en la correlación de fuerzas en Europa y el papel de la Cuarta Internacional

El fin de la guerra abre una nueva etapa en los acontecimientos militares, diplomáticos, económicos y políticos mundiales. El aplastante dominio económico y militar de la Unión Soviética, en el Este, y del imperialismo estadounidense con su satélite británico, en Occidente, finalmente ha reducido a cenizas al imperialismo alemán y japonés.

Siguiendo a los victoriosos ejércitos “aliados”, las “tres grandes”, junto a sus ministros de exteriores y asesores, se reúnen, discuten y llegan a acuerdos diplomáticos para dividir Europa y el mundo en esferas de influencia y zonas de explotación. A los Estados satélites se les invita a los consejos de las Naciones Unidas, pero sólo para crear una fachada, porque las decisiones, después de una dura negociación, las tomarán entre bastidores las tres grandes potencias solamente.

Lo que eclipsa los acuerdos militares y diplomáticos es el temor a la revolución proletaria en Alemania y en toda Europa; y no sólo en Europa, también en los países coloniales de Oriente. Este problema cardinal, que una y otra vez plantea la necesidad de encontrar una solución enérgica, se está convirtiendo rápidamente en la principal preocupación de las tres grandes potencias. En realidad, el punto central de la alianza que une a las “tres grandes”, y lo seguirá haciendo en el futuro, es su temor a la revolución y la preocupación por los planes para evitar, o reprimir, los inevitables movimientos revolucionarios en Alemania y Europa que buscarán la destrucción del viejo orden capitalista.

El cambio en la correlación de fuerzas entre las potencias mundiales desde el Tratado de Versalles, oculto por su transformación gradual entre las dos guerras mundiales, se puede ver ahora claramente en la suerte militar de las naciones.

La destrucción del ejército francés, anteriormente la fuerza militar europea más poderosa, la desintegración del imperio francés, el papel miserable de la clase dominante francesa durante la ocupación nazi, actuando como colaboracionista del ocupante, todos estos factores han destacado el declive de Francia, que ha pasado de ser una gran potencia a ser una potencia de tercera fila en Europa y el mundo.

La burbuja de las pretensiones imperiales, ampliamente anunciada por la clase dominante italiana a través de sus pretenciosas legiones de camisas negras, ha estallado y ha quedado reducida a cenizas. A la primera prueba seria, la débil e insuficiente base económica ha quedado destruida. Italia se ha visto reducida a jugar el mismo papel que un país balcánico.

En toda Europa, la guerra ha alterado completamente la importancia de las naciones en la nueva correlación de fuerzas. Polonia, Checoslovaquia, Bélgica, Holanda, los países bálticos, balcánicos y escandinavos, todos ellos tienen ahora un peso menor y juegan un papel inferior en el “consejo de las naciones”.

El colapso de la hegemonía británica en el planeta, la incapacidad de Gran Bretaña para mantener su posición en el continente europeo o de intervenir decisivamente en las batallas militares, la subordinación de sus líderes militares en el continente europeo ante sus mecenas yanquis, su declive general respecto a sus aliados ruso-estadounidenses, todo está colocando rápidamente a Gran Bretaña en la que es su verdadera relación respecto a las otras potencias: la “más grande de las pequeñas naciones”.

La entrada en la arena mundial del imperialismo estadounidense, con sus gigantescos recursos militares y económicos, ha puesto inmediatamente a EEUU a la cabeza de las naciones imperialistas. Tanto en el Este como en el Oeste, el peso de su fuerza militar y económica le asegura una posición dominante. El Pacífico se está convirtiendo rápidamente en un “lago americano”, mientras que los dominios británicos gravitan hacia el dólar y sólo siguen vinculados a la madre patria nominalmente.

El surgimiento de Rusia tras la guerra

Pero el acontecimiento mundial con mayor significado es el surgimiento de Rusia, por primera vez en la historia, como la mayor potencia militar de Europa y Asia. Las tremendas victorias del Ejército Rojo en Europa han obligado a la mayoría de la burguesía europea a orientarse hacia el Kremlin; además, las simpatías prosoviéticas de una parte de las masas le ha proporcionado una sólida base de apoyo.

No existe en Europa hoy una potencia continental capaz de desafiar al Ejército Rojo. No es posible crear en pocos años una fuerza militar capaz, material y moralmente, de emprender este desafío. Sólo con la derrota absoluta de la clase obrera europea, con la destrucción de sus organizaciones y la introducción de la negra reacción yanqui, sería posible reagrupar las fuerzas del capitalismo europeo para lanzar un ataque contra Rusia.

El cansancio de las masas en todos los países, especialmente en Europa, la admiración y el apoyo al Ejército Rojo, la simpatía hacia la Unión soviética entre amplios sectores de la clase obrera incluso en EEUU, todos estos factores, junto a la correlación militar de fuerzas, hacen extremadamente difícil, sino totalmente imposible, que los aliados ataquen la URSS en los años de posguerra inmediatos.

El riesgo de una operación como ésta es demasiado grande, sobre todo por sus implicaciones políticas, no sólo en Europa o Asia, donde las masas apoyarían a la Unión Soviética, sino también en Gran Bretaña y EEUU. Ideológicamente, no sería posible movilizar a las masas a favor de esta guerra porque desenmascararía la verdadera naturaleza de la anterior lucha contra el Eje[1]. Además, esta guerra inevitablemente sería una guerra prolongada debido al poder militar soviético y desembocaría en explosiones revolucionarias por todo el planeta. En el próximo período, a pesar de los antagonismos, los aliados tendrán que tolerar la existencia de la URSS.

Los errores de cálculo de los imperialistas

El imperialismo alemán, seguro de sí mismo, anticipó la destrucción y la desintegración del Estado soviético; los imperialistas anglo-estadounidenses esperaban la caída de la URSS, aunque al mismo tiempo querían utilizar a Rusia para romper el poder del imperialismo alemán y aparecer ellos como los únicos vencedores. El imperialismo esperaba que la URSS saliera de la guerra rota y debilitada, y de este modo, que el Estado soviético no pudiera cumplir las demandas y condiciones que los imperialistas planeaban imponerle.

Pero sus cálculos estaban equivocados. Uno de los resultados más excepcionales de la guerra imperialista fue precisamente la transformación definitiva de la URSS, que pasó de ser un país atrasado a emerger de la guerra como la potencia militar más importante del continente europeo. Esto ha alterado todos los cálculos de los imperialistas de ambos bandos. Los resultados han provocado un sudor frío en todas las cancillerías del mundo.

En gran parte, la guerra en Europa se desarrolló como una guerra entre Alemania, armada con los recursos de toda Europa, y la Unión Soviética. Y de esta prueba decisiva, Rusia salió victoriosa.

Al ocupar los países de Europa del Este, la burocracia estalinista tiene un doble objetivo: conseguir una posición defensiva estratégica frente a sus aliados y el dominio, saqueo y esclavitud de los pueblos balcánicos y centroeuropeos en interés de la propia burocracia. Pero la entrada del Ejército Rojo en Europa del Este provocó un movimiento de masas de los trabajadores y campesinos oprimidos. La burocracia estalinista ha utilizado este movimiento para situar a sus títeres y así controlar firmemente a los gobiernos de estos países. Mientras tanto, para calmar a sus aliados, Stalin ha mantenido el capitalismo en las zonas que están bajo su control y que todavía no se han incorporado a la URSS, mientras que, al mismo tiempo, hacía concesiones a los campesinos, como la reforma agraria.

Otra razón para el mantenimiento del capitalismo en las zonas ocupadas es el temor de la burocracia a las repercusiones que tendría poner en movimiento las fuerzas de la revolución proletaria, incluso de una forma caricaturesca, en los Balcanes y en todo el continente europeo. Esta situación explosiva supondría la extensión de un movimiento que iría más allá del control de la burocracia y representaría una amenaza porque tendría tremendas repercusiones en el Ejército Rojo y en los trabajadores y campesinos soviéticos.

Así, la ocupación de Alemania y Europa del Este tiene un doble propósito para la burocracia. El primer objetivo es defender la URSS con métodos útiles para los objetivos reaccionarios y las necesidades de la burocracia estalinista. Tales métodos no tienen nada en común con el leninismo; de hecho, son su negación. Y respecto a Europa Occidental, la ocupación soviética tiene el objetivo de estrangular y acabar con la revolución proletaria.

Con la caída del imperialismo alemán, la defensa de la URSS, que anteriormente tenía una importancia capital en las tareas del proletariado soviético en la guerra, cede ahora su lugar a la defensa de la revolución europea frente a la burocracia soviética. El Ejército Rojo, en manos de la burocracia bonapartista, se ha convertido en un arma de la contrarrevolución. La política contrarrevolucionaria de la burocracia estalinista es un peligro mortal para el proletariado europeo. Pero la situación está plagada de peligros mortales para la burocracia estalinista. Es inevitable que los trabajadores y campesinos del Ejército Rojo confraternicen con los trabajadores y campesinos de los países conquistados. Cuando los soldados comparen las condiciones de los otros países con las que tienen en Rusia, comprenderán que la propaganda de la burocracia es completamente falsa. En general, se puede decir que en el próximo período, o bien el mantenimiento del capitalismo en los países de la Europa oriental y central ocupados por la URSS serviría como punto de partida para la restauración del capitalismo en la propia Unión Soviética al darle a la burocracia la oportunidad de adquirir la propiedad de los medios de producción, o bien la burocracia, en contra de sus deseos y a riesgo de enemistarse con sus actuales aliados imperialistas, se verá forzada a nacionalizar la industria en los países que ocupa, actuando desde arriba y, si es posible, sin la participación de las masas.

La Cuarta Internacional, mientras explica la naturaleza de la URSS y la necesidad de defenderla frente a los ataques del imperialismo mundial, tiene que desenmascarar el papel contrarrevolucionario de la burocracia respecto a la revolución europea y mundial. En el próximo período, la defensa de la URSS va ligada a la defensa de la revolución europea frente a la conjura de la burocracia estalinista y el imperialismo mundial. Allí donde el Ejército Rojo, controlado por la burocracia e instrumento de su política, se utilice para aplastar y destruir el movimiento de las masas hacia la revolución o para abortar las insurrecciones y rebeliones de los trabajadores, el deber de la Cuarta Internacional es oponerse al Ejército Rojo con todos los medios a su alcance, incluidas las huelgas, la fuerza armada, etc., mientras que al mismo tiempo debe hacer un llamamiento a los soldados del Ejército Rojo para recordarles su misión en Octubre y pedirles que se pasen al lado de la clase obrera. La extensión de Octubre y el restablecimiento de la democracia obrera en la URSS serían la mejor defensa de la Unión Soviética.

La burocracia estalinista gran rusa asfixia las aspiraciones de las minorías nacionales dentro de la Unión Soviética. Mientras subordinaba la lucha por la independencia a la defensa de la Unión Soviética, el Partido Comunista Revolucionario defiende el derecho de los ucranianos, bálticos y otras minorías soviéticas a separase de la URSS estalinista y formar Estados socialistas independientes. Pero la secesión es una utopía reaccionaria a menos que sea concebida como parte de la lucha por la democracia obrera, el derrocamiento del estalinismo y la unificación de una URSS democratizada con los Estados Unidos Socialistas de Europa.

Durante la guerra, la separación entre las masas y la casta burocrática, y el ascenso de ésta por encima de ellas ha recibido un impulso tremendo. No queda nada de las conquistas de Octubre, excepto la conquista básica: la propiedad nacionalizada. El poder ha pasado de las manos de la burocracia civil a la burocracia militar, con toda la galaxia de comisarios a su cabeza. En la URSS se están produciendo procesos contradictorios. Por un lado, la guerra ha acelerado la proletarización de una nueva capa de la población, de mujeres e incluso niños. Así que el proletariado soviético no puede ser inferior en número al proletariado estadounidense. Por otro lado, la diferenciación entre la burocracia y las masas asume un carácter cada vez más capitalista. De este modo se pueden observar dos tendencias opuestas: mientras las tendencias capitalistas miran hacia el Occidente capitalista, del que la burocracia soviética ha asimilado casi completamente sus vicios, las masas soviéticas son conscientes de los crímenes de la burocracia y sienten un profundo odio hacia ella. Los trabajadores, campesinos y soldados vencedores ajustarán las cuentas a la burocracia soviética. Las victorias del Ejército Rojo sólo han podido imbuir en las masas soviéticas una tremenda sensación de confianza. Una vez haya disminuido el peligro de intervención capitalista, no resultará fácil que acepten las imposiciones y excusas de la burocracia. La guerra y la lucha titánica han sacado a las masas de su desesperación y apatía. La guerra ha sido un medio de revolucionar a la sociedad soviética, igual que a los países capitalistas.

Las victorias de la URSS son un capital para la revolución mundial, tanto por sus efectos entre las masas en Europa y el mundo como por su preservación de la economía nacionalizada. Pero es necesario que la clase obrera comprenda el doble proceso contradictorio.

Por un lado, las victorias del Ejército Rojo incrementan los ecos de la revolución de Octubre entre las masas europeas; por el otro, la burocracia utiliza a sus agentes —los partidos comunistas— y al Ejército Rojo para estrangular la revolución proletaria.

Desde un punto de vista puramente económico, incluso a pesar de los excesos burocráticos y la sofocación de la iniciativa de las masas, la URSS probablemente esté en condiciones de restablecer, en unos pocos años, la producción al nivel previo a la guerra. Aparte de los éxitos económicos que pueda mantener, esto no quiere decir que la guerra no haya tenido efectos profundos sobre la vida económica soviética o que los procesos económicos de la posguerra tendrán lugar fácilmente y sin crisis. Durante los últimos cuatro años, toda la economía se ha adaptado casi en exclusiva a la producción de material bélico. Los extraordinarios resultados productivos se han conseguido con un enorme coste: desgaste de la maquinaria, eliminación de las industrias de consumo, agotamiento físico de los trabajadores). Consecuentemente, en el futuro podemos esperar el estallido de profundas crisis que intensificarán las desproporciones que ya existen dentro de la economía soviética; crisis como la ocurrida en los años previos a la guerra y que ningún tipo de ‘planificación’ hecha por la burocracia podrá superar, ya que su origen está en el hecho de que la economía nacionalizada de la URSS está aislada de la economía mundial.

Todos los desequilibrios ya existentes entre los distintos sectores de la economía soviética —entre la industria pesada y la ligera, entre la industria y la agricultura— se han acentuado a resultas de la guerra. En particular, la situación de la agricultura, que hasta 1941 no se había recuperado completamente de los estragos del período de colectivización forzosa y que en gran parte ha sido devastada por esta guerra, planteará problemas que no tendrán una solución fácil en el marco de la aislada economía soviética.

Sin embargo, las ventajas de la economía nacionalizada son tales que, a pesar de las contradicciones económicas, dentro de su marco será posible conseguir grandes avances productivos, a una escala y velocidad superiores a los que conseguirán incluso los países capitalistas más desarrollados.

La diferenciación dentro de la Unión Soviética ha alcanzado tales proporciones que para su solución hay tres posibilidades: 1) No se puede excluir, teóricamente, que la burocracia pueda mantenerse durante un período de años gracias a un auge económico. 2) Una mayor degeneración de la burocracia soviética podría preparar el terreno para la restauración capitalista. 3) El resurgimiento del proletariado podría provocar el derrocamiento de la burocracia y la restauración de la democracia obrera.

La burguesía mundial, sobre todo el imperialismo anglo-estadounidense, está apostando todo para que se produzca una degeneración de la Unión Soviética. A través de la presión económica externa y la reacción interna, esperan restablecer el capitalismo en la URSS. Basándose en la victoria de la reacción en Europa y Asia, esperan finalmente restablecer el capitalismo, si es necesario por medios militares. Mientras tanto, a pesar de los profundos enfrentamientos, están obligados a aplazar este asunto y utilizar los servicios del Kremlin para estrangular la revolución, que amenaza, directamente y en el corto plazo, la propia existencia del capitalismo en Europa y Asia. Así que hoy, la burguesía utiliza los servicios de la burocracia ante el peligro mortal al que se enfrenta el capitalismo, para estrangular a la Unión Soviética cuando la crisis se haya superado.

Pero a pesar de las proporciones que ha alcanzado la burocracia, la situación presenta elementos favorables para el resurgimiento del poder obrero. Las conquistas económicas entran en contradicción con la fortaleza de la burocracia, que se ha convertido en una carga cada vez más pesada para la economía del país. El peso de las tradiciones de Octubre, incluso cubiertas como están por la basura burocrática, ha quedado demostrado en la guerra. Los acontecimientos futuros traerán muchas sorpresas para la burguesía mundial y también para la burocracia estalinista. La propiedad colectiva, que ha demostrado su superioridad tanto en la paz como en la guerra, está ahora en profundo conflicto con la burocracia. Las consecuencias de la guerra provocarán una crisis política que demostrará la debilidad de la burocracia. Son inevitables los enfrentamientos entre trabajadores y campesinos, entre los soldados que demandarán los frutos de la victoria, y los usurpadores. En estos enfrentamientos, el poderoso proletariado soviético y su vanguardia, la Cuarta Internacional, se reencontrarán con sus tradiciones, forjadas en tres revoluciones y dos guerras victoriosas.

La cuestión nacional en Europa

A pesar de que la maquinaria bélica nazi invadió toda Europa, sólo han bastado unos años para demostrar que la conquista era una ilusión. Los nazis fueron incapaces de someter a los pueblos conquistados, para quienes la ocupación significó más pobreza y hambre, aparte de la insufrible carga de un yugo extranjero totalitario. Incluso sin un programa de clase claro que sirviera de base para su lucha, y a un coste incalculable en víctimas, las masas consiguieron socavar el dominio nazi en Europa.

La clase dominante de los países conquistados, de grado o por fuerza, se arrimó a los amos nazis, convirtiéndose en los gerentes y los socios junior de los conquistadores. En la hora de la derrota, los campeones de la “dignidad y unidad nacionales” se unieron al opresor contra las masas de su propia nación. Los intereses de clase comunes los hicieron coincidir.

Si durante un tiempo los nazis consiguieron la ayuda de traidores, apoyados en la SS con sus torturas y terror, para mantener un dominio precario, esto fue gracias a los servicios prestados por los policías de la socialdemocracia y el estalinismo. El llamamiento al chovinismo nacional no se podría haber hecho si los imperialistas alemanes no hubieran contado con ayuda para arrastrar tras de sí al trabajador y al campesino alemán en su “lucha entre las razas”; de no ser así, los gánsteres nazis y la burguesía alemana no habrían podido contar con el cemento nacional. Ante la alternativa de elegir entre la esclavización nacional de otros o convertirse ellos mismos en una nación esclavizada, los soldados alemanes continuaron actuando como fuerzas de ocupación, sin duda con amargura en el corazón. Un llamamiento socialista internacionalista por parte de las organizaciones de masas ilegales de la clase obrera, o de los dirigentes de la URSS, y una campaña sistemática de confraternización de clase habrían encontrado eco y obtenido resultados en los rincones más recónditos del Reich alemán y el imperio nazi. Pero nunca llegó este llamamiento. Nunca se organizaron la confraternización y la acción de clase.

Nuestra actitud hacia la resistencia

La resistencia organizada contra los opresores extranjeros fue iniciada por los estalinistas, los socialdemócratas, los partidos de la pequeña burguesía y sectores de la burguesía. Dada esta heterogeneidad, las contradicciones y antagonismos de clase se expresaron de forma aguda y organizada, llegando en algunos países al borde de la guerra civil.

En Polonia, Yugoslavia y Grecia, la profunda división provocó dos movimientos de resistencia rivales. Zervas y el EDES eran los representantes de la vieja reacción capitalista feudal, y en determinado momento incluso apoyaron a los nazis contra Tito y Siantos, que a su vez representaban a las masas populares. En menor medida se puede encontrar la misma división en todos los países ocupados; en el caso de Francia tenemos a los maquis y al FTP[2].

En los enfrentamientos y choques armados que se producían de vez en cuando, el ala de “izquierdas” o los elementos de la resistencia que se basaban directamente en los sectores revolucionarios de la población se vieron obligados, bajo la presión de los antagonismos de clase, a entrar en conflicto con los elementos burgueses. A pesar de la política “nacional”, interclasista, y de la traición de la dirección, el movimiento representaba la lucha y la presión de las masas a favor de una solución de clase, así que los socialistas revolucionarios tuvieron que dar su apoyo crítico al ala de izquierdas frente a la derecha.

Pero incluso el ala de izquierdas de la resistencia no se basaba en comités amplios, sino en un acuerdo entre partidos. Como tal, era un bloque de partidos y, particularmente frente al papel colaboracionista del grueso de la burguesía, era una caricatura del Frente Popular. A pesar de contar con el apoyo de miles de luchadores proletarios leales, que veían en esos sectores de izquierdas de la resistencia una respuesta a sus aspiraciones de clase, el programa, la dirección y la actividad chovinistas y pequeñoburguesas de ese bloque lo caracterizaron como una agencia directa del imperialismo.

En medio de la guerra imperialista, todas las condiciones objetivas eran favorables para la lucha por la liberación nacional y la ruptura de la alianza con el imperialismo, pero esto sólo se podría haber conseguido basándose en un programa socialista con la consigna de los Estados Unidos Socialistas de Europa. La lucha organizada sobre cualquier otra base —la política que defendían los dos sectores de la resistencia— sólo servía para ayudar a los imperialistas.

Por esa razón, los trotskistas no pueden esconder su bandera participando en un bloque de partidos y apoyando una caricatura de Frente Popular. Aunque apoyemos este bloque, nuestra tarea es dotar de dirección al movimiento de masas, convocando huelgas, manifestaciones y enfrentamientos armados. Los trotskistas tienen el deber de denunciar los bloques de resistencia y a su dirección porque son el brazo y la agencia del imperialismo anglo-estadounidense, que es hostil a los intereses de clase de los trabajadores.

Frente a las formaciones militares hostiles de la burguesía y pequeña burguesía, el movimiento de resistencia del partido proletario tiene el deber de contraponer y, donde sea posible, organizar formaciones militares independientes de la clase obrera.

La hostilidad implacable hacia el “bloque de resistencia” debe sustituirse por tácticas flexibles para poder llevar a cabo la política del partido. Las organizaciones de la resistencia eran un terreno importante para la actividad revolucionaria. El partido revolucionario tenía el deber de enviar a sus cuadros a los movimientos de resistencia contraponiendo un programa proletario al programa burgués y pequeñoburgués, ayudando a destruir la influencia de la burguesía en los sectores combativos de la clase obrera y organizando una oposición proletaria consciente a la política y los dirigentes chovinistas.

La “liberación” del continente por parte del imperialismo anglo-estadounidense planteó de forma aguda el problema de la lucha de clases. Al levantarse la pesada mano de la represión totalitaria, la cuestión nacional tendió a pasar a segundo plano. Sólo una ocupación militar prolongada durante varios años por parte de las fuerzas del imperialismo anglo-estadounidense y de la burocracia estalinista podría poner la cuestión nacional en un lugar importante de la política del continente europeo. La opresión indirecta y la explotación por las tres grandes potencias y la intervención militar de la vieja clase dominante contra el proletariado tenderán a poner en primer plano de la conciencia de los pueblos europeos las cuestiones de clase. En Alemania es donde el problema nacional asumirá un carácter más agudo, debido al desmembramiento y subyugación de Alemania por los aliados.

Las condiciones clásicas para la revolución proletaria

La mayor parte de la burguesía europea, sacudida por los grandes movimientos de masas en los años previos al estallido de la guerra, demostró ser incapaz de dirigir las naciones a las que había llamado a “defender la patria”. Desmoralizada por la derrota militar, sin perspectiva y llena de odio contra su propia clase obrera, casi toda la clase dominante de los países conquistados confraternizó con el enemigo y organizó la explotación conjunta, con el opresor extranjero, de las masas de su propia nación. Así que, como traidores, se ganaron el odio de la aplastante masa de los trabajadores y la pequeña burguesía.

La victoria de los aliados encuentra a la burguesía intentando jugar con los “libertadores” el mismo papel que jugaron con los “conquistadores”. Sin órganos estables de opresión estatal, presa del pánico por la creciente ira de las masas, desmoralizada y sin esa confianza imprescindible para una clase dominante explotadora, la burguesía depende ahora completamente de las bayonetas aliadas para mantener su dominio.

En el otro polo, las masas de la clase obrera ya no quieren el antiguo régimen. La experiencia de una generación de orden capitalista desde la pasada guerra mundial, sumada al papel de su propia clase dominante bajo la ocupación nazi; el desempleo y el hambre, el fascismo y la humillación nacional; el reconocimiento de que mientras las masas luchaban contra el opresor extranjero la clase dominante colaboraba con él y se enriquecía; y, finalmente, las gigantescas victorias del Ejército Rojo, con sus lazos con la Revolución de Octubre, todos estos factores han transformado la perspectiva de las masas obreras.

Los trabajadores de Europa están rompiendo con la política parlamentaria burguesa y el reformismo socialdemócrata, y están girando hacia la política revolucionaria y el comunismo, en esta etapa, desgraciadamente, representado por los partidos estalinistas, que sólo son una caricatura y una distorsión del verdadero comunismo.

La guerra y la derrota aceleraron la concentración de capital y la ruina de la clase media, especialmente en las ciudades. Por cientos y miles, la pequeña burguesía se ha visto empujada bruscamente a engrosar las filas de los trabajadores. Ha tenido que entrar en las fábricas y campos de trabajos forzados, se ha proletarizado. En paralelo a la radicalización de la clase obrera, se ha producido un cambio en las filas de la pequeña burguesía.

Como siempre, las capas más oprimidas de la población (las mujeres y los jóvenes) han tenido que soportar las cargas más pesadas de la guerra, y también ellas, particularmente la juventud, desea un cambio radical y una solución comunista a los problemas de la vida cotidiana.

Así, todas las condiciones objetivas para el derrocamiento del capitalismo y la implantación del socialismo existen ya claramente. Pero los factores subjetivos todavía no se han creado. Los partidos revolucionarios de masas de la Cuarta Internacional todavía no han sido formados. La tarea más importante de nuestros compañeros en Europa es la transformación de los pequeños grupos y partidos trotskistas en la dirección luchadora de la clase obrera. Sin partidos trotskistas de masas, con los ojos vendados por la socialdemocracia y, particularmente, por el estalinismo, los trabajadores golpean en vano contra los muros del capitalismo. Sólo la debilidad numérica de los cuadros de la Cuarta Internacional y el aislamiento de nuestros compañeros le da un respiro a la clase dominante. Los dirigentes de la burguesía, a pesar de su desmoralización, son conscientes de sus propias necesidades de clase. Necesitan a toda costa aplastar a la clase obrera, pero por ahora carecen de la fuerza necesaria.

La experiencia de Grecia

Los acontecimientos en Grecia[3] marcaron el principio de una nueva fase de la revolución y la contrarrevolución en Europa. En este pequeño país, donde siglos de antagonismos de clase han acumulado una fuerza explosiva y que lleva tres décadas en desorden, ha estallado la guerra civil, a la que siguió una guerra de intervención brutal y despiadada por parte de los imperialistas británicos.

En el conflicto entre lealistas y republicanos[4] durante la pasada generación, la burguesía, incapaz de emprender una acción decisiva contra los terratenientes feudales, fue igualmente incapaz de resolver los problemas de la revolución democrática, e invariablemente preparó el camino para la reacción monárquica. La restauración del rey Jorge fue seguida por la dictadura de Metaxas[5], que representó una tentativa de restaurar la “tranquilidad” y la “paz” social. Este “experimento” tenía el objetivo de atomizar a la clase obrera griega y al movimiento campesino que amenazaba con perturbar el antiguo régimen y emprender el camino de la revolución socialista, como demostraban las huelgas obreras y las revueltas de sectores del campesinado. Los imperialistas británicos, cuyos intereses financieros y estratégicos les obligaron a considerar Grecia como una subcolonia, ayudaron a la clase dominante griega a llevar adelante su tarea reaccionaria.

La brutalidad de la dictadura de Metaxas ya había minado a la clase dominante griega, al provocar ya antes de la guerra un movimiento popular de rebelión. Pero la colaboración de la clase dominante griega con el conquistador alemán hizo cristalizar la gran hostilidad de las masas, provocando una explosión social tras la retirada de las tropas alemanas.

Las masas no iban a tolerar sin lucha el intento de imponer a la antigua clase dominante e, incluso, la monarquía. Las masas, que habían luchado en una guerra sangrienta y despiadada contra las SS, eran en gran parte las responsables de la liberación de Grecia. El control de facto estaba en sus manos a través del ELAS. Así, la provocación de la policía del gobierno griego, al disparar sobre manifestantes desarmados, fue suficiente para hacer estallar la insurrección armada. Sin preparación, organización o una idea clara de cómo conseguir sus objetivos, los valientes proletariado y campesinado griegos entraron en acción. Pero la consecuencia de la ausencia de una dirección revolucionaria fue la derrota.

La dirección estalinista desvió el movimiento hacia canales seguros, siguiendo el familiar modelo del Frente Popular, y los objetivos sociales del movimiento fueron encorsetados dentro de la camisa de fuerza del parlamentarismo burgués. De este modo, la dirección estalinista preparó el terreno para la derrota y la capitulación.

Una vez más, los acontecimientos griegos demostraron que sin un partido revolucionario las masas están abocadas al desastre, especialmente cuando la lucha de clases se dirige a una guerra civil abierta. Sin el partido, las masas no pueden conquistar el poder.

Sin embargo, dejando a un lado las peculiaridades locales, Grecia representó un modelo de los problemas y las lecciones para toda Europa. La política de Churchill de represión implacable estaba dictada por consideraciones de estrategia imperialista, así como por la correlación interna entre las clases. Con la burocracia estalinista en una posición dominante en los Balcanes debido a la ocupación del Ejército Rojo, controlar Grecia era esencial para los intereses imperialistas de Gran Bretaña en el Mediterráneo. Incluso así, en Grecia los imperialistas han recibido una lección de las dificultades de una política de abierta represión militar en Europa. El sector más moderado y realista de la clase dominante en Gran Bretaña se opuso a este desatino, a esta política aventurera de represión de Churchill. Incluso en un pequeño país de seis millones de habitantes, el desarrollo de los acontecimientos puso al descubierto los peligros de esta acción. El imperialismo británico tuvo que llegar a un compromiso con los traidores pequeñoburgueses en la dirección del EAM.

El gobierno de Plastiras y su sucesor, el gobierno de Vulgaris[6], representan un intento incómodo de restaurar el equilibrio de la sociedad burguesa en Grecia. En ese apaño hay, sin duda, elementos de bonapartismo y dictadura militar. Sin embargo, el compromiso al que se llegó con la capitulación de la dirección estalinista —aunque de forma atenuada (debido a la lucha de las masas y el desasosiego del proletariado británico)— preservó las organizaciones de masas, si bien no completamente intactas, sí lejos de haber sido destruidas.

Esta incómoda correlación de fuerzas no puede durar indefinidamente. O restauran la monarquía —que llevaría inevitablemente a una destrucción sistemática de las organizaciones del proletariado— o la reacción, sintiéndose todavía demasiado débil, podría intentar maniobrar con una república. Incluso en este caso, el régimen actual no puede durar mucho. Un empujón desde abajo lo barrería inevitablemente, y la burguesía intentaría manipular la escena política de nuevo con sus agentes del Frente Popular. Sin embargo, los acontecimientos en Grecia dependerán en gran medida de los acontecimientos en Europa Occidental, los Balcanes y Gran Bretaña. Sólo una cosa está predeterminada: durante el próximo período el régimen en Grecia sufrirá una crisis tras otra.

Contrarrevolución con formas ‘democráticas’

Grecia ha sido un destello de la tormenta revolucionaria que se acumula en Europa. La burguesía mundial ha evaluado estos acontecimientos desde una perspectiva correcta. Las bases del viejo sistema se han hundido en toda la Europa arruinada. La desaparición de Hitler y Mussolini significa el final de una base estable para la reacción en Europa, al menos en el período más inmediato.

En condiciones de fermento y radicalización de las masas, con la rebeldía de las masas encaminándose directamente a la insurrección, con la pequeña burguesía arruinada rechazando con odio y repugnancia los monopolios, por la influencia de la reacción capitalista, la tarea del imperialismo anglo-estadounidense, si quiere restaurar el “orden” en Europa, es establecer el dominio del capital, y para conseguirlo deberá hacer maniobras complicadas y hábiles. En esta etapa será difícil coaccionar a las masas y tendrán que engañarlas con las panaceas del “progreso”, las “reformas” y la “democracia” frente a los horrores de los gobiernos totalitarios. Sin embargo, la burguesía ha perdido en gran medida el control de la situación en Europa. Las organizaciones de masas de la clase obrera tendrán que decir la última palabra.

Con la caída de Mussolini, la aparición instantánea de formas soviéticas de organización por iniciativa de sectores de los trabajadores, campesinos y soldados marcó la irrupción del proletariado, una vez más, en la arena política. Aquí también, inmediatamente, se manifestó el doble poder en sus estadios más básicos. Pero una vez más, el obstáculo principal e interminable para el avance de la revolución fue la política de los viejos partidos obreros. La conciencia de las masas todavía está en una fase primaria; no quieren el capitalismo ni el viejo régimen, y aspiran a seguir el ejemplo de los trabajadores rusos en la Revolución de Octubre. Pero dado que todavía no comprenden el papel de los partidos obreros como frenos para el desarrollo de la lucha, tampoco entienden la necesidad de un partido trotskista de masas.

Toda Europa occidental presenta un cuadro de crisis revolucionaria en sus etapas embrionarias. El levantamiento de la pesada mano de la represión totalitaria reveló las fuerzas que se estaban desarrollando bajo la superficie. En Bélgica, Holanda e incluso Escandinavia se ve claramente el mismo proceso de resistencia de masas a la opresión y de distanciamiento de las camarillas emigradas de los viejos “gobiernos”.

Europa del Este presenta un cuadro similar de desarrollo del proceso molecular de la revolución. La heroica insurrección de los trabajadores de Varsovia[7] ante la llegada del Ejército Rojo, incluso aunque distorsionada y con las conclusiones erróneas del Comité de Londres, es una prueba del ambiente entre las masas polacas. La calculada traición de la burocracia estalinista subrayó el papel contrarrevolucionario que ha jugado ésta en Europa y en el mundo.

Sería correcto decir que la situación de la burguesía sería desesperada si se enfrentara a partidos revolucionarios de masas de la clase obrera en Europa. Pero dada la debilidad de la vanguardia revolucionaria, como explicó Lenin, la burguesía no está en situación desesperada. La socialdemocracia salvó al capitalismo después de la última guerra[8]. Hoy hay dos traidores “internacionalistas” al servicio del capital: el estalinismo y la socialdemocracia. Ellos, junto con la dirección de las organizaciones sindicales, que una vez más resurgieron inmediatamente al desaparecer la presión nazi, se ofrecen como los mercenarios del capital.

Las SS se encontraron con la imposible tarea de controlar Europa. Tras su experiencia, la burguesía se da cuenta de que es imposible controlar a las masas con ese tipo de métodos en esta etapa de despertar. En las organizaciones socialdemócratas y estalinistas encuentran una herramienta dispuesta y voluntariosa para canalizar la insurrección revolucionaria de las masas hacia el cauce seguro e inocuo de la colaboración de clases, en una forma de frentepopulismo incluso más degenerada que la del pasado. Así que combinarán represión con reformas ilusorias. Aplastarán los órganos embrionarios de poder obrero y desarmarán a las masas, al tiempo que proclamarán su deseo de un gobierno “representativo” y de libertades “democráticas”. No hay otro camino para impedir que el ascenso de las masas lleve al derrocamiento del sistema capitalista. Es verdad que la contrarrevolución del capital está en sus primeras etapas, pero en un corto período de tiempo después del establecimiento de un gobierno militar asumirá una forma “democrática”. La burguesía combinará las concesiones aparentes con la represión contra las fuerzas revolucionarias.

La próxima revolución en Europa sólo puede ser la revolución proletaria. Sin embargo, en sus primeras etapas es inevitable que las antiguas organizaciones del proletariado consigan situarse a la cabeza del movimiento de masas. Sólo a través de su propia experiencia, aunque sea breve, aprenderán las masas que estas organizaciones representan los intereses del enemigo de clase. Y mientras que tienen absolutamente claro lo que no quieren, las masas no tienen claro los medios para conseguir sus objetivos. Por tanto, todos los factores están presentes para un período de kerenskismo[9] en las primeras etapas de la revolución en Europa.

Una vez que Hitler haya desaparecido de la escena, el imperialismo anglo-estadounidense percibe la inevitabilidad de la caída de Franco y disturbios revolucionarios en la Península Ibérica. Con el descontento de las masas en aumento, el imperialismo anglo-estadounidense está negociando y maniobrando ya con sectores de la burguesía española, con Franco y con los políticos emigrados con el objetivo de desviar la insurrección revolucionaria de las masas. Una insurrección en España amenaza con tener efectos demasiado serios en el resto de Europa. De ahí su búsqueda desesperada de un Badoglio español que garantice una transición “segura” y “pacífica” del condenado régimen de Franco. Independientemente de si sus esfuerzos triunfan o no, el movimiento de las masas sólo se retrasará temporalmente. Sin embargo, los representantes serios del capital financiero han aprendido mucho más de las experiencias de las década pasadas que los pérfidos “dirigentes” de la clase obrera. Para ellos, el problema de la transición de un régimen a otro está determinado por cómo se pueden salvaguardar mejor los intereses de la clase dominante.

Es claramente imposible que las burguesías británica y americana impongan un yugo totalitario extranjero a los pueblos de Europa durante mucho tiempo. Especialmente importante para ello es el papel del Kremlin, que por un lado teme la victoria de la revolución proletaria, y por otro está interesado en preservar, allí donde sea posible, la máxima libertad de movimiento para sus agentes, los partidos comunistas. La victoria de la reacción en toda Europa anuncia un nuevo y mayor peligro de intervención imperialista contra la Unión Soviética a escala continental. Por tanto, la política de la burocracia soviética es asegurar el dominio del capital, pero a la par con la existencia del movimiento obrero, su salvaguarda contra la burguesía. Las masas de los pueblos de Europa miran hacia la Unión Soviética como la abanderada del socialismo. Las democracias capitalistas están obligadas, por ahora, a adaptarse a este hecho y, partiendo de la preservación del capitalismo en Europa, están dispuestas —en realidad no tienen otra elección— a llegar a un compromiso con la burocracia soviética.

Las experiencias de la revolución rusa, de la revolución alemana de 1918, de la revolución española de 1931, todas refuerzan estas conclusiones. La insurrección de masas llevó a la caída de la monarquía en España y la proclamación de la República por parte de la burguesía. Una coalición de gobierno de republicanos burgueses y socialistas presentó un programa radical sobre el papel, pero su práctica fue de represión contra los trabajadores y campesinos. Un gobierno así no podía durar mucho. El régimen de la república española fue un régimen en crisis. Un período de flujos y reflujos, de reacción y radicalización, que en media década culminó finalmente en una guerra civil sangrienta y desesperada con la que burguesía y proletariado intentaron encontrar una solución.

El patrón de los acontecimientos en España se manifestará a escala europea en el próximo período. Tanto los países atrasados como los desarrollados se enfrentan, en uno u otro grado, a la misma crisis. Desde el Volga al Mar del Norte, desde el Mar Negro al Báltico, casi toda Europa está en ruinas. Por tanto, no hay una base estable para la democracia burguesa. Ni siquiera se conseguirá la relativa “estabilidad” de la República española. El período más revolucionario de la historia europea está anunciado en los acontecimientos de Italia y Grecia.

El programa aliado para Europa

El programa aliado para Europa, debido a la profunda crisis del capitalismo, es aún más terrible que el Tratado de Versalles. En lugar de la unidad forzosa de un gigantesco campo de concentración, que era el objetivo de los nazis, los aliados desean atomizar y dividir Europa en la misma línea que llevó a la catástrofe tras la última guerra. Europa se ha convertido en la presa del imperialismo británico y estadounidense, con secciones de Europa como satélites de la burocracia soviética.

Incluso bajo los auspicios capitalistas, una Europa unida asomaría como un formidable rival y una amenaza para el imperialismo británico y norteamericano. La burocracia soviética se opone invariablemente a la perspectiva de unificación aunque sea de una parte del continente en federaciones capitalistas, porque, en el futuro, esto sería inevitablemente la base para una nueva guerra contra la URSS. Por esa razón Stalin, junto con Truman[10] y Churchill, están preparando la balcanización de Europa y el desmembramiento de Alemania, que es el único enemigo posible en una futura guerra en el continente europeo.

El imperialismo estadounidense, con sus enormes recursos y capacidad productiva, está intentado la “organización” del mundo, en un intento de escapar de las consecuencias que tienen las contradicciones irresolubles entre las capacidades y las limitaciones del incluso gran mercado estadounidense. EEUU intenta usurpar la vieja dominación de Europa —sobre todo al decadente y debilitado imperialismo británico— y hacerse con los mercados del mundo entero. No satisfecho con los mercados de los países coloniales, EEUU también quiere contolar totalmente los mercados e industrias de Europa. Quieren que el dólar reine sobre las demás monedas y sobre la economía europea. Aprovechándose del caos y la desorganización que la guerra provocó en Europa, el capital financiero norteamericano aspira a poner a Europa a dieta mediante los préstamos y el arma de la comida, los suministros y los equipamientos, a la vez que simultáneamente, en momentos de intensa agitación, intenta acabar con las revoluciones a través del chantaje y el soborno con los mismos medios.

La ferocidad del imperialismo anglo-estadounidense hacia Alemania no está dictada solamente por el programa de subyugación y explotación, sino por el temor a la revolución proletaria en Alemania. En pocas décadas, el pueblo alemán ha experimentado todos los tipos de regímenes de dominio burgués. El proletariado y la pequeña burguesía inevitablemente girarán hacia la revolución socialista.

Es en Alemania donde la burguesía descubrirá el carácter utópico de sus planes para mantener el viejo sistema. Todos los intentos de castigar la confraternización colapsarán con la ocupación de Alemania durante mucho tiempo. Los tommies y los doughboys[11] considerarán que su misión en Europa ha terminado. Exigirán la desmovilización y el regreso a casa, al mundo mejor que les prometió la burguesía. La lucha del proletariado alemán contra las fuerzas de ocupación, contra la humillación nacional y el desmembramiento de Alemania, la lucha por la liberación social y nacional, preparará el camino, bajo la bota de las fuerzas de ocupación, para una resistencia tremenda por parte de las masas.

Con su programa reaccionario de esclavización nacional, los estalinistas sólo podrán embaucar durante un breve período de tiempo a las masas alemanas. Están dadas las condiciones para un rápido reagrupamiento de las fuerzas del proletariado alemán en una dirección revolucionaria. La experiencia de Italia es una lección objetiva de lo rápido que, bajo el impacto de acontecimientos históricos, las masas pueden recuperarse de los efectos de terribles derrotas. Los recursos y la capacidad de lucha del proletariado parecen prácticamente inagotables.

La balcanización de Alemania y Europa, la dominación anglo-estadounidense de Europa occidental, las pretensiones de Francia y la dominación de Europa del Este por el Kremlin a través de sus títeres burgueses tendrán consecuencias para el continente torturado todavía más espantosas que la “paz” de Versalles. En la época de los aviones y las divisiones panzer, el absurdo de las fronteras, barreras arancelarias y ejércitos nacionales, de pequeños y grandes Estados europeos, asume un carácter particularmente funesto por el lento y doloroso estrangulamiento de las fuerzas productivas y el declive de la cultura europea. Las grandes potencias desangrarán toda Europa para sus propios fines. La próxima etapa se convertirá en el período clásico de una época de guerras, revoluciones y contrarrevoluciones, profundizada e intensificada por la historia de las décadas pasadas.

Es posible que, sobre la base del apoyo prestado al imperialismo occidental por el estalinismo y el reformismo clásico (y este es uno de los factores objetivos a tener en cuenta), el imperialismo mundial pueda conseguir, durante un período, “estabilizar” los regímenes democráticos burgueses en algunos países. El estalinismo debe ofrecer a las masas algunas conquistas en forma de restauración de los sindicatos, libertad (relativa, como en España en 1931) de prensa, de expresión, de voto, etc., aunque de una forma atenuada. Los imperialistas necesitan un interludio “democrático” antes de tomar el camino de la reacción. Además, no tienen otra elección. Las sacudidas de la guerra y la debacle del fascismo no dejan base de masas para la reacción en el período inmediato. El intento de establecer dictaduras militares sin apoyo social sería muy difícil. Además, estos regímenes no podrían sobrevivir durante mucho tiempo en el momento en que las tropas británicas y estadounidenses se retirasen. El impulso tormentoso de las masas les obliga a utilizar su arma de reserva en forma de organizaciones obreras.

Es posible, por otro lado, que en casos aislados los imperialistas anglo-estadounidenses y la burguesía nacional consigan introducir inmediatamente dictaduras militares. Pero, sin base social entre las masas, no podrían durar mucho. Con el trasfondo de malestar social en Europa y el mundo, tales regímenes se enfrentarían a crisis y convulsiones.

Nuestra apreciación del desarrollo de los acontecimientos no significa que saquemos conclusiones pesimistas. Más bien al contrario. Pero es necesario que la Cuarta Internacional aproveche la situación para prepararse para los sobresaltos que esperan a los imperialistas. La nuestra es una época de cambios bruscos. Los giros de la situación en España tras la revolución de 1931 se desarrollaron con una tremenda rapidez: ascenso de las masas, traición de los reformistas, incapacidad de los anarcosindicalistas y estalinistas de dar una dirección revolucionaria (particularmente a las reivindicaciones democráticas y transicionales). El corto período de calma que utilizó la reacción para preparar sus fuerzas para ajustar cuentas con las masas, basándose en la desilusión y la desesperación engendradas por la dirección de éstas; las masas responden al látigo de la contrarrevolución con la huelga general y la insurrección de Asturias y Cataluña; la reacción es incapaz de consolidarse; las masas se reaniman, formación del Frente Popular como un freno para las masas; las elecciones de febrero; movimientos tormentosos de los trabajadores y campesinos que los estalinistas y reformistas son incapaces de controlar; un movimiento en dirección a la revolución socialista; el golpe de Estado de Franco en julio y la insurrección de las masas como respuesta.

Aquí tenemos un esbozo del próximo período en Europa. Los cuadros de la Cuarta Internacional deben estudiar detalladamente las lecciones de estos acontecimientos. A cada etapa le corresponden consignas y tácticas diferentes, métodos diferentes de agitación y propaganda, acciones diferentes por parte de las masas.

Con este trasfondo de crisis en más o menos todo el continente, extendiéndose a través de las arcaicas fronteras nacionales, están dadas las condiciones objetivas para la formación de unos Estados Unidos Socialistas de Europa, como única solución a los problemas que azotan cada país.

Las implicaciones de la guerra, la lucha de los pueblos contra la dominación nazi, el ejemplo de la federación de la URSS, la próxima reacción contra la dominación aliada, la inevitable reacción contra la intoxicación nacionalista y el chovinismo, la radicalización de las masas europeas, todos estos factores proporcionan también las bases subjetivas para la propaganda por los Estados Unidos Socialistas de Europa, a la que responderán las masas. La columna vertebral del programa de la Cuarta Internacional y la principal consigna estratégica serán los Estados Unidos Socialistas de Europa como única alternativa a la decadencia y desintegración nacionales, al declive de la cultura y la civilización en todos los países europeos.

Nuestras tareas en Europa

La Cuarta Internacional sólo conseguirá penetrar en las masas y construir el partido de la revolución socialista con un enfoque táctico correcto de la cambiante situación.

Antes de que la burguesía pudiese imponer un gobierno dictatorial abierto en la línea de los regímenes fascistas de Hitler y Mussolini, tendría que haber toda una serie de terribles derrotas. El ciclo comienza de nuevo, pero sobre unas nuevas bases. La decadencia del sistema capitalista debilita a la burguesía y la hace menos capaz de reafirmar su poder sobre las masas. El mundo se enfrenta a un período similar al de 1917-21, pero a un nivel superior. La degeneración de las corrompidas organizaciones obreras concede un respiro al capitalismo. Sólo si fracasan las revoluciones, la burguesía puede tener la oportunidad de salvar su sistema una vez más recurriendo a un neofascismo de monstruosa represión. Pero antes las masas serán puestas a prueba. Si la Cuarta Internacional, con una estrategia y táctica correctas, es capaz de fundirse con el movimiento de masas de los trabajadores, el proletariado desechará a sus viejas organizaciones.

La tarea básica de este período es la construcción de partidos revolucionarios de masas de la Cuarta Internacional. Mientras defiende y lucha por crear organizaciones ad hoc para luchar allí donde surge una oportunidad, mientras defiende y lucha por la dictadura del proletariado como la única solución, nuestros camaradas europeos no pueden esperar conseguir esto en las primeras etapas del combate. Sí, las masas están buscando una solución socialista; pero para aprender que incluso los viejos niveles de vida sólo los podrá proporcionar el poder obrero tendrán que pasar por la experiencia práctica de la política traidora del estalinismo y la socialdemocracia.

La lucha por las reivindicaciones democráticas, económicas y transicionales, lejos de estar superada o ser obsoleta en la época revolucionaria a que nos encaminamos, adquiere una importancia tremenda para la construcción de nuestro movimiento. Así, codo con codo, con la propaganda a favor del gobierno obrero y de los sóviets, en esta etapa hay que hacer agitación para que las viejas organizaciones de los trabajadores, que todavía cuentan con la confianza y el apoyo de las masas, rompan su alianza con la decadente burguesía y el imperialismo aliado, y para que los hechos de los dirigentes se correspondan con sus palabras. Nuestros camaradas deben exigir que las organizaciones de masas que se reclaman representantes de los trabajadores luchen para tomar el poder en sus manos. “¡Un gobierno de socialistas y comunistas!”, ésta debe ser la consigna central de la Cuarta Internacional para movilizar a los trabajadores socialdemócratas y comunistas para luchar contra la clase capitalista.

Junto a esto hay que defender la reivindicación de elecciones generales por sufragio universal desde los dieciocho años. La burguesía y las organizaciones reformistas parlotean sobre los derechos democráticos, pero han permitido que el poder permanezca en manos de camarillas burguesas, la mayoría bajo la protección de las bayonetas aliadas, sin consultar a las masas o recibir un mandato de ellas. De este modo, la demanda de elecciones generales y de convocatoria de una asamblea constituyente debe jugar un papel importante en la agitación de nuestros camaradas en las primeras etapas de la movilización revolucionaria de las masas. Esta demanda hay que vincularla a consignas transicionales en distintas industrias en diferentes etapas de la lucha: ¡Nacionalización de los bancos sin indemnización! ¡Toma de las minas, ferrocarriles y grandes empresas e industrias, para ponerlas bajo control obrero! ¡Expropiación de los trust que ayer colaboraron con Hitler y hoy colaboran con los imperialistas aliados! ¡Plan de obras públicas! ¡Escala móvil de salarios y jornada laboral! ¡Armamento de los trabajadores y organización de milicias obreras! No hay necesidad de detallar todas las reivindicaciones, que se irán estableciendo según el desarrollo de la situación, como marca la política de la Cuarta Internacional en su programa de transición. Estas reivindicaciones no son una contradicción programática con los sóviets y los comités obreros en las fábricas y barrios. Pero sin ellas existe el peligro de que los grupos de la Cuarta Internacional degeneren hacia la esterilidad y el aislamiento sectarios. Representan un puente hacia las masas y sin ellas el problema de organizar a la vanguardia se encontrará con más dificultades.

Es en períodos como éste cuando se construirá el partido de la Cuarta Internacional. Los partidos socialdemócratas y estalinistas no conseguirán la misma estabilidad que consiguieron antes de la guerra. Se enfrentarán a constantes crisis y escisiones. Con las tácticas correctas, los partidos de la Cuarta Internacional crecerán a sus expensas. Sin embargo, dada la debilidad de las organizaciones de la Cuarta Internacional y a la falta de un portavoz con autoridad como fue León Trotsky, en muchos países harán su aparición corrientes y grupos centristas efímeros. La autoridad política se construirá sobre la base de la capacidad de los jóvenes cuadros de la Internacional para aprender en el curso de las luchas y sobre la experiencia de las masas de la aplicación del programa de la Cuarta Internacional.

Marzo de 1945


Notas

[1] La coalición de Alemania, Italia y Japón formada en 1936.

[2] Napoleón Zervas era el dirigente de la EDES (Liga Nacional Democrática de Grecia). Participó en la resistencia contra los nazis y durante la guerra civil (1944-49) se convirtió en un títere del imperialismo británico y los monárquicos griegos. Tito (Josip Broz) encabezó la resistencia partisana en Yugoslavia; el PC yugoslavo rompió con Moscú en 1948. George Siantos fue el líder del KKE (Partido Comunista de Grecia) en 1942-45. Los maquis eran los combatientes de la resistencia francesa en las zonas rurales, mientras que el FTP actuaba principalmente en las zonas urbanas y estaba dirigido por el PCF.

[3] La ocupación alemana de Grecia colapsó a principios de octubre de 1944, al enfrentarse a una guerra de liberación a gran escala organizada por el ELAS (Ejército Griego de Liberación Nacional), el ala militar del EAM (Frente de Liberación Nacional), encabezado por el PC. Las tropas británicas sólo desembarcaron después de que los alemanes evacuaran Atenas, con el objetivo de restablecer la monarquía y evitar que el poder cayera en manos de las masas. La guerra civil estalló en diciembre de 1944, cuando el ejército británico comenzó a desarmar al ELAS. Aunque en febrero de 1945 se firmó un armisticio, la guerra se prolongó hasta 1949, dejando 158.000 muertos.

[4] Se refiere al conflicto irlandés.

[5] El rey Jorge II reinó en Grecia entre 1913 y 1924. Recuperó el trono en 1935 y nombró primer ministro a Ioannis Metaxas, que asumió poderes dictatoriales desde 1936 a 1941.

[6] El general Nicolás Plastiras, de la Unión Progresista Nacional, se convirtió en el primer ministro títere del régimen probritánico en diciembre de 1944. Admiral Vulgaris, comandante de la flota riega, fue el responsable de aplastar el motín antifascista en los barcos del puerto de Alejandría, abril 1944; reemplazó a Plastiras en abril de 1945.

[7] En agosto de 1944, los trabajadores de Varsovia se levantaron contra el ejército de ocupación alemán. A los dos días controlaban la ciudad. Sin embargo, el Ejército Rojo, que solamente estaba a 15 millas de Varsovia no tomó ninguna iniciativa y los abandonó a su suerte. Stalin describió el levantamiento como una “aventura temeraria” y un “alboroto sin motivo”. Después de 63 días de resistencia heroica, que dejó 240.000 polacos muertos, los nazis recuperaron el control. El Comité de Londres era el gobierno polaco en el exilio desde 1940.

[8] Se refiere a la Primera Guerra Mundial.

[9] El gobierno de Alexander Kerensky, que estuvo en el poder en Rusia desde julio a octubre de 1917, incluía a varios partidos capitalistas y reformistas.

[10] Harry Truman: presidente demócrata de EEUU (1945-53). Desarrolló la doctrina Truman, que concedía “ayuda” económica y militar a países amenazados de “intromisión extranjera”. Para evitar la revolución en Europa, en 1948 impulsó el Plan Marshall de ayuda económica.

[11] Términos coloquiales para denominar a los soldados británicos y estadounidenses.