El ataque terrorista contra Charlie Hebdo ha provocado una enorme ola de emoción, rabia e indignación en toda Francia. La misma tarde noche, más de un centenar de miles de personas bajaron a las calles en numerosas ciudades. La repulsión que suscita este acto bárbaro se une a la emoción ligada a la personalidad de las víctimas, algunas de ellas gente muy conocida y apreciada.
Los partidos de izquierda y los sindicatos obreros llamaron todos a manifestarse. La libertad de expresión se halla en el centro de las consignas y discusiones. El gobierno, la derecha y el Frente Nacional (FN) hacen suya esta consigna, encontrando en ella una oportunidad para defender – con un mínimo esfuerzo – aquello de lo que se mofan el resto del tiempo.
No tienen ningún problema con el flujo continuo de propaganda procapitalista, imperialista y racista que vierte la aplastante mayoría de los grandes medios. Desde que Marine Le Pen y sus compinches inundan las emisoras de radio y los platós de televisión, el FN se queja mucho menos de la falta de libertad de expresión en Francia: todo va bien en el mejor de los mundos mediáticos, cuyos amos se llaman Bouygues, Lagardère, Dassault y Bolloré.
La flagrante hipocresía de esta postura debe poner en alerta al movimiento obrero. La clase dirigente y el gobierno “socialista” aprovecharán este atentado y la emoción que genera para desviar la atención de los trabajadores de la crisis, de sus consecuencias sociales desastrosas y de la política reaccionaria llevada a cabo en interés de un puñado de grandes empresarios – entre los que figuran los que acabamos de citar. Este es el sentido de los llamamientos de la derecha y del gobierno a la “unión nacional”, que deben ser rechazados con firmeza por parte de las organizaciones de izquierda de la juventud y los trabajadores.
“Estamos en guerra” repiten desde ayer, una y otra vez en un bucle, ciertos políticos y periodistas. Ahora bien, si es cierto que hay una guerra a gran escala en curso en este país, es la que llevan a cabo la patronal y el gobierno contra los derechos democráticos, las condiciones de trabajo, el nivel de vida y las conquistas sociales de la mayoría de la población. La “unión nacional” que tantos reclaman no pondrá fin a esta guerra. Al contrario, estos llamamientos lo que pretenden es desarmar nuestro bando, desviar su atención, y así facilitar los recortes presupuestarios y las contrarreformas, empezando con la ley Macron (*).
El gobierno está “en guerra” contra nuestra clase. Y para dividirla, recurre con frecuencia a la propaganda racista. Cuando era ministro de interior, Manuel Valls recogió el testigo de Sarkozy, multiplicando las declaraciones racistas hacia distintas minorías nacionales. Ahora, toda esta gente está pidiendo “no hacer amalgamas” entre los yihadistas y el conjunto de la comunidad musulmana en Francia. El amalgama, sin embargo, no dejará de hacerse de forma más o menos sutil, incluso por parte de aquellos que lo niegan solemnemente. Desde este punto de vista, los autores de este atentado les han hecho un inmenso favor a todos los propagandistas del racismo, quienes, desde hace años, llevan a cabo una guerra de guerrillas ideológica permanente contra la comunidad musulmana. Esta propaganda racista se intensificará, bajo mil y una formas, en los días y semanas venideros. El movimiento obrero habrá de denunciarla enérgicamente y movilizar a los trabajadores en una lucha masiva contra el racismo y el capitalismo en crisis que alimenta a dicha propaganda. También deberá movilizarse contra todas las agresiones hacia los musulmanes, por parte de elementos de extrema derecha.
Marine Le Pen llama a “liberar nuestra palabra contra el fundamentalismo islámico” y a “encaminarse hacia una acción eficaz y protectora”. Intenta avivar un clima de miedo con el fin de sacar réditos electorales. En cuanto a la “acción protectora y eficaz” de la que habla Le Pen, bien podría manifestarse bajo la forma de nuevos ataques contra las libertades democráticas, en nombre de la “lucha contra el terrorismo”. De nuevo, el movimiento obrero debe ser consciente de ello y oponerse con firmeza. Tal y como se pudo comprobar después de los atentados del 11S en los Estados Unidos, las leyes “antiterroristas” acaban por usarse contra el movimiento obrero y particularmente contra el movimiento sindical.
El imperialismo francés está “en guerra” también en África y en Oriente Medio, con el fin de defender no la “democracia”, ni los “grandes principios republicanos”, sino los intereses de las grandes multinacionales francesas. Por ello, los gobiernos de Sarkozy y Hollande han apoyado de forma directa a fuerzas fundamentalistas, especialmente en Libia y Siria. Este solo hecho subraya la total hipocresía de los políticos burgueses que ahora se presentan como defensores de los “valores republicanos” contra el fundamentalismo islámico. Durante los últimos meses, Hollande no ha dejado de pedirles a los norteamericanos que armaran a la oposición “moderada” en Siria. Esto “moderados”, sin embargo, son todos fundamentalistas. Estos últimos años, el imperialismo francés ha sido uno de los principales apoyos occidentales al fundamentalismo islámico en Siria y Libia. Contribuyó a su fortalecimiento para combatir la revolución árabe y defender los intereses del capitalismo francés. De hecho, sin el apoyo directo de los imperialistas, el fundamentalismo no habría sobrevivido.
Los imperialistas apoyan a los fundamentalistas o los combaten, según sus intereses del momento, no tiene que ver con la defensa de grandes principios o la “seguridad” de los pueblos. No hace mucho, Francia apoyaba a los yihadistas en Siria; hoy combate a algunos mientras financia a otros. Debemos denunciar esta duplicidad y rechazar todo intento de explotar el atentado contra Charlie Hebdo para justificar las intervenciones del imperialismo francés en África y Oriente Medio.
Las causas fundamentales del terrorismo y del integrismo islámico no han de buscarse en el Corán, sino en la pobreza, la explotación, las guerras imperialistas, el racismo y todas las formas de opresión que padecen millones de musulmanes en todo el mundo.
En consecuencia, no se podrá combatir el fundamentalismo mediante discursos huecos sobre los supuestos “valores de la República” – de la República capitalista que explota, excluye, despide, precariza y margina a cada vez más gente. Hay que ofrecerle a la juventud musulmana un programa y unas perspectivas que planteen acabar con el capitalismo y el imperialismo. En Francia como en otros lugares, es ante todo sobre la izquierda y el movimiento sindical que recae la responsabilidad de socavar las bases del terrorismo y del fundamentalismo. Y para ello, es preciso empezar con un firme rechazo hacia toda forma de “unión nacional” con la derecha, la clase dirigente y su Estado.
(*) La ley Macron (del nombre del ministro de Economía) plantea “liberar el potencial inexplotado de crecimiento y actividad de la economía francesa”, lo que significa en la práctica ampliar los horarios de apertura de los establecimientos los domingos, crear zonas turísticas especiales donde el trabajo el domingo y la tarde noche sería permitido todo el año, etc. (NdT)