Durante los últimos años no han sido pocos los discursos que contra la democracia universitaria se han levantado. Discursos cuya intencionalidad es confundir los postulados democráticos con el fin de perpetuar los privilegios de un determinado grupo en particular. Uno de esos discursos, es el meritocratico.
La palabra meritocracia se refiere a una forma de gobierno donde los puestos jerárquicos se obtienen conforme a los méritos o cualidades. Pero, ¿son excluyentes la democracia y la meritocracia?, ¿cómo se relacionan ambos términos dentro de la comunidad universitaria? Estas interrogantes serán las que desarrollaremos en el siguiente artículo.
Según el Prof. Colmenares, Vice-Rector Administrativo de la Universidad Simón Bolívar (USB), “La universidad, no es una institución democrática”, para él, “Hablar de derechos políticos en la universidad es politiquería barata porque los derechos en la universidad los genera, siendo una institución meritocrática, el conocimiento”. Entonces según Colmenares, la meritocracia y la democracia sí son conceptos excluyentes.
Ahora, una vez alcanzados una serie de requisitos (méritos) para optar un a un puesto, ¿quién decide? Se nos dirá entonces que un jurado también calificado para tal fin y así se perpetúa esta forma de transmitir el mando.
El psiquiatra y profesor de la Universidad de los Andes (ULA), Heriberto González explica que “Un valor nace por la utilidad de una conducta en una sociedad determinada. En una sociedad guerrera, el valor fundamental es la valentía.”
De acuerdo con lo anterior, en una comunidad meritocrática el principal valor debería ser la excelencia. Sin embargo, para el antropólogo y pedagogo ecuatoriano Edgar Isch “el mérito o más precisamente el requisito a considerar, es seleccionado por quien tiene el poder para hacerlo. Y lógicamente lo hace desde su propia experiencia vital y perspectiva ideológica.” Por lo que para un grupo o clase social será meritorio aquello que le permita conservar su estatus y perpetuar su hegemonía.
Entonces el sistema meritocrático, cuando excluye a la democracia, pasa a degenerar en lo que los griegos conocieron como aristocracias, es decir, el gobierno de los “mejores”. Dando paso al nacimiento de élites (en nuestro caso una supuesta élite del conocimiento) la cual, como toda élite, responde sólo a sus propios intereses por lo que el ideal de la excelencia se ve desvirtuado.
¿Cómo solucionarlo? Aunque el sistema democrático plantee sus fallas, es a fin de cuentas el único que permite legitimar el ejercicio del poder ya que este se debe a la comunidad. Creemos que una vez alcanzados los requisitos o méritos por parte de los candidatos, nuestras autoridades deberán ser electas de forma democrática por toda la comunidad universitaria y no por un conclave de los “mejores”. Lo cual garantiza se cumpla a cabalidad la asignación de puestos a personas capaces sin la degeneración típica de la ausencia de democracia.
Pero esto no es todo ya que el método democrático puede profundizarse y ser más eficiente agregando a éste la revocabilidad de los cargos y otorgando a la comunidad universitaria las herramientas para fiscalizar y ejercer contraloría sobre las autoridades. Estos serían entonces meros administradores de la cosa pública (la Universidad) la cual le pertenece al pueblo venezolano. Dedicando sus esfuerzos a satisfacer los intereses colectivos por sobre los intereses de una determinada élite.
Entonces, ¿Si bien pudieran obtenerse los mejores beneficios para una comunidad exigiendo la excelencia pero concediendo la jefatura a través de mecanismos democráticos, porqué se siguen intencionadamente atacando o tergiversando nuestras posturas? Pues con el fin de confundir.
El discurso demagógico en este caso apela a los prejuicios que durante años han ido tomando cuerpo dentro de esta pequeña comunidad universitaria. Apela a una supuesta incapacidad de los trabajadores y estudiantes para tomar decisiones razonadas que les convengan a todos, pretendiendo con una actitud paternalista arrogarse las voluntades de la comunidad por “saber lo que es mejor para todos”.
El profesor colmenares continua su alocución diciendo: “nosotros tenemos que enseñar democracia pero no somos una institución democrática, al igual, por ejemplo que la iglesia que no es una institución democrática nosotros tampoco”. Pero ¿Cómo se enseña democracia? Dentro de un aula se pueden dictar los conceptos teóricos, pero como vimos anteriormente, los valores democráticos tendrán cabida en comunidades para las cuales sean útiles, por lo que difundir la democracia desde la universidad pasa por implementarla dentro de la propia comunidad haciéndola asequible a todos sus miembros.
La universidad, al contrario de cómo la conciben algunos, no es una iglesia, por lo que no puede seguir el mismo modelo escolástico por el cual un grupo de elegidos poseen la verdad y la traspasan a las siguientes generaciones.
Quienes insisten en desacreditar la democracia aluden a la autonomía universitaria con frecuencia, ya que siendo ellos quienes gobiernan, y con una autonomía entendida como divorcio de la sociedad a la que se deben, convierten la universidad en su parcela personal.
Estas concepciones de la Universidad-Iglesia o de la Universidad-Parcela sólo pueden ser destruidas llevando a término las reformas democráticas que iniciaran hacia 1918 en Córdoba. Lo que proponemos es una universidad democrática y popular. Una universidad que si bien busque la excelencia no se olvide de ponerla al servicio del pueblo venezolano.