Dos años han pasado desde la muerte de Hugo Chávez. Su muerte, como escribí en su momento, fue una gran pérdida para la causa de la libertad, el socialismo y la humanidad. Yo lo había conocido durante casi diez años y tenía un enorme respeto por su valentía, honestidad y dedicación a la causa del socialismo.
Por esto se ganó el odio de todas las fuerzas de la vieja sociedad: los banqueros, los capitalistas, los defensores de la desigualdad, la explotación y la opresión, los imperialistas, la CIA y, por supuesto, la llamada prensa libre, que es sólo el portavoz servil de estas fuerzas.
La campaña mediática de desprestigio en contra de Chávez no tenía precedentes en la historia moderna. En consecuencia, era difícil para la gente de otros países poder formar una impresión veraz de él. Incluso socialistas y comunistas en Europa occidental durante mucho tiempo se dejaron influenciar por este aluvión de mentiras descaradas.
Lo que estas señoras y señores nunca pudieron entender fue la intensa lealtad, amor y afecto que él inspiró en las masas venezolanas, que lo adoraban. Esta era la otra cara de la moneda del amargo odio de las clases poseedoras. En esencia, esta polarización extrema de actitudes era un reflejo de la polarización de clases en la sociedad concentrada en una sola persona.
A los ojos de las masas, Chávez representaba la revolución, su propio despertar a la vida política, las batallas libradas durante más de una década y que todavía están librándose, la sensación de que por primera vez la gente trabajadora y los pobres estaban a cargo de la situación. Él era el hombre que se plantó ante el imperialismo y la oligarquía y trató de crear una sociedad mejor, más justa y más igualitaria.
El Chávez que conocí era un hombre de gran integridad personal y energía sin límites. Una vez, cuando me pidieron reunirse con él a la 1 de la madrugada en el Palacio Presidencial, le pregunté a qué hora terminaba su jornada laboral y me respondió «a las 3 de la mañana». Y dije: ¿Y después se va a dormir?» Me respondió con una amplia sonrisa: «No, luego me pongo a leer».
De hecho, era un lector voraz. Tengo una fuerte sospecha de que Chávez debe haber sido el único estadista en el mundo que leía libros. (Uno apenas puede imaginarse a George W Bush leyendo incluso un cómic). Una vez me dijo: «Me encantan los libros, todos los libros. Si son buenos libros me gustan aún más. Pero incluso si son malos, me siguen gustando».
Por propia iniciativa del Presidente se imprimieron enormes ediciones de libros como Don Quijote y Les miserables, que se distribuyeron a millones de personas de forma gratuita. No es de extrañar que, bajo su presidencia, UNICEF declarara a Venezuela libre de analfabetismo por primera vez en su historia.
Y tenía valentía. El mundo entero recordará su discurso en las Naciones Unidas donde, hablando después de George W Bush, dijo: «Ayer, señoras, señores, desde esta misma tribuna, el señor Presidente de los Estados Unidos, a quien yo llamo ‘el Diablo’, vino aquí hablando como dueño del mundo».
La «prensa libre», naturalmente, se escandalizó por este discurso, que nadie más que Hugo Chávez se hubiera atrevido a hacerlo. Pero alegró los corazones de millones de personas que quieren ver a sus líderes hacer frente a Washington y sus pretensiones imperialistas.
Hugo Chávez murió antes de completar la gran tarea que se había impuesto a sí mismo: la realización de la revolución socialista en Venezuela. Se realizaron reformas importantes que mejoraron las condiciones de los pobres y les dieron esperanza para el futuro. Pero toda la historia demuestra que es imposible hacer media revolución. Al no destruir el poder económico de la oligarquía, la Revolución ha quedado a la merced de una campaña sistemática de sabotaje económico que crea las condiciones para una ofensiva contrarrevolucionaria.
Chávez siempre tuvo una enorme confianza en las masas. En repetidas ocasiones atacó lo que llamó la burocracia contrarrevolucionaria. En una ocasión el Presidente me invitó a unirme a él en su coche que pasaba a lo largo de las calles llenas de seguidores entusiastas. Señalándoles, me dijo: «Es hora de que esta gente tome el control de la Revolución». En su último discurso publicado en el Consejo de Ministros mostró su impaciencia por la lentitud del desarrollo de las Comunas como órganos de poder popular.
Ahora depende de los obreros y campesinos –la verdadera fuerza motriz de la Revolución Bolivariana– llevar esta tarea a cabo hasta el final. No hacerlo sería una traición a su legado. Lo que se necesita no son discursos sentimentales, sino poner en práctica el programa socialista por el que Chávez siempre abogó: la abolición del capitalismo a través de la expropiación de los banqueros, terratenientes y capitalistas. Ese es el auténtico legado de Hugo Chávez. Eso es por lo que hay que luchar para llevarlo a cabo.
Hugo Chávez, el hombre, ya no está con nosotros, pero sus ideas siguen viviendo. Nosotros nos comprometemos a hacer todo lo que esté a nuestro alcance para intensificar la lucha por el socialismo en Venezuela y en todo el mundo. Ese es el único camino a seguir; la única manera de honrar la memoria de Hugo Chávez.
Londres, 5 de marzo de 2015