Hoy comenzamos la edición por entregas de un nuevo trabajo de Alan Woods, que ofrece una amplia explicación del método marxista de análisis de la historia. Este primer artículo establece la base científica del materialismo histórico. La causa última de todo cambio social se encuentra, no en el cerebro humano, sino en los cambios en el modo de producción.
Los marxistas no ven la historia como una mera serie de hechos aislados, sino más bien, tratan de descubrir los procesos y leyes generales que rigen la naturaleza y la sociedad. La primera condición que establece la ciencia en general es que somos capaces de mirar más allá de lo particular y llegar a lo general. La idea de que la historia humana no se rige por ninguna ley es totalmente ajena a la ciencia.
¿Qué es la historia?
¿Por qué debemos aceptar que todo el universo, desde las partículas más diminutas a las galaxias más distantes puede ser determinado, y que los procesos que condicionan la evolución de todas las especies se rijan por leyes, y sin embargo, por alguna extraña razón, nuestra propia historia no? El método marxista analiza los resortes ocultos que sustentan el desarrollo de la sociedad humana, desde las sociedades tribales más tempranas hasta la época moderna. La forma en que el marxismo rastrea este sinuoso camino se llama la concepción materialista de la historia.
Los que niegan la existencia de leyes que rigen el desarrollo social humano estudian invariablemente la historia desde un punto de vista subjetivo y moralista. Pero más allá de los hechos aislados, es necesario discernir las tendencias generales, las transiciones de un sistema social a otro, y elaborar las fuerzas motrices fundamentales que determinan estas transiciones.
Antes de Marx y Engels la mayoría de la gente contemplaba la historia como una serie de acontecimientos inconexos o, para usar un término filosófico, «accidentes». No había explicación general de esto, la historia no tenía leyes internas. Al establecer el fundamento de que, en el fondo, todo el desarrollo humano depende del desarrollo de las fuerzas productivas, Marx y Engels situaron por primera vez el estudio de la historia sobre una base científica.
Este método científico nos permite entender la historia, no como una serie de incidentes inconexos e imprevistos, sino más bien como parte de un proceso claramente comprensible y relacionado entre sí. Se trata de una serie de acciones y reacciones que abarcan la política, la economía y todo el espectro del desarrollo social. Poner al descubierto la compleja relación dialéctica entre todos estos fenómenos es la tarea del materialismo histórico. La humanidad cambia constantemente la naturaleza a través del trabajo y, al hacerlo, cambia asimismo a la misma humanidad.
Una caricatura del marxismo
La Ciencia bajo el capitalismo tiende a ser cada vez menos y menos científica, cuanto más se aproxima al análisis de la sociedad. Las llamadas Ciencias Sociales (sociología, economía, política), y también la filosofía burguesa, en general, no aplican métodos genuinamente científicos en absoluto, y por lo tanto acaban intentando de una forma mal disimulada justificar el capitalismo, o al menos desacreditar al marxismo (lo que se reduce a lo mismo).
A pesar de las pretensiones «científicas» de los historiadores burgueses, la forma de interpretar la historia refleja inevitablemente un punto de vista de clase. Es un hecho que la historia de las guerras –incluyendo la lucha de clases– está escrita por los ganadores. En otras palabras, la selección e interpretación de estos acontecimientos están moldeadas por el resultado real de los conflictos, lo que afecta tanto a los historiadores como a la percepción de lo que el lector querrá leer. Por otra parte, al final, estas percepciones siempre estarán influidas por los intereses de una clase o grupo en la sociedad.
Cuando los marxistas analizan la sociedad no pretenden ser neutrales, sino que defienden abiertamente la causa de las clases explotadas y oprimidas. Sin embargo, eso no excluye en absoluto la objetividad científica. Un cirujano que realiza una delicada operación también se ha comprometido con salvar la vida de su paciente. Él está lejos de ser neutral sobre el resultado. Pero por esa misma razón, el diferenciará con sumo cuidado las diferentes capas del organismo. De la misma manera, los marxistas se esforzarán por obtener el análisis científicamente más exacto de los procesos sociales, con el fin de ser capaz de influir con éxito en el resultado.
Muy a menudo se intenta desacreditar al marxismo recurriendo a una caricatura de su método de análisis histórico. No hay nada más fácil que levantar un espantapájaros, para derribarlo de nuevo. La distorsión habitual es que Marx y Engels «reducen todo a la economía». Esta caricatura mecánica no tiene nada que ver con el marxismo. Si ese fuera realmente el caso, estaríamos exentos de la penosa necesidad de luchar por cambiar la sociedad. El capitalismo se derrumbaría y la nueva sociedad surgiría por su propia voluntad, como una manzana madura cae en el regazo de un hombre durmiendo bajo un árbol. Pero el materialismo histórico no tiene nada en común con el fatalismo.
Esta absurda conclusión fue contestada en el siguiente extracto de la carta de Engels a Bloch:
«Según la concepción materialista de la historia, el elemento determinante final de la historia es la producción y reproducción de la vida. Solo esto es lo que hemos afirmado Marx y yo. Por lo tanto, si alguien tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta y sin sentido». (Engels a Bloch 21 de septiembre de 1890, Correspondencia seleccionada, p. 475)
En La Sagrada Familia, escrita antes que El Manifiesto Comunista, Marx y Engels muestran su desprecio por la idea de la «Historia» concebida como hombres y mujeres individuales, explicando que esto no era más que una abstracción vacía:
«La historia no hace nada, ‘no posee inmensas riquezas’, ‘no libra batallas’. Es el hombre, real, el hombre vivo que hace todo eso, quien posee y lucha; La ‘historia’ no es, por así decirlo, una persona aparte, utilizando al hombre como un medio para alcanzar sus propios objetivos; la historia no es más que la actividad del hombre persiguiendo sus objetivos».(Marx y Engels, La Sagrada Familia, capítulo VI)
Todo lo que el marxismo hace es explicar el papel del individuo como parte de una sociedad determinada, sujeta a ciertas leyes objetivas y, en definitiva, como representante de los intereses de una clase particular. Las ideas no tienen existencia independiente, ni su propio desarrollo histórico. «La vida no está determinada por la conciencia», escribe Marx en La Ideología Alemana «sino la conciencia por la vida.»
¿Libre albedrío?
Las ideas y las acciones de las personas están condicionadas por las relaciones sociales, cuyo desarrollo no depende de la voluntad subjetiva de los hombres y mujeres, sino que tienen lugar de acuerdo a leyes definidas. Estas relaciones sociales, en última instancia, reflejan las necesidades del desarrollo de las fuerzas productivas. Las interrelaciones entre estos factores constituyen una red compleja que a menudo es difícil de ver. El estudio de estas relaciones es la base de la teoría marxista de la historia.
Pero si los hombres y las mujeres no son las marionetas de «fuerzas históricas ciegas», tampoco son del todo agentes libres, capaces de forjar su propio destino con independencia de las condiciones existentes impuestas por el nivel de desarrollo económico, la ciencia y la técnica, que, en el última instancia, determinan si un sistema socio-económico es viable o no. En El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, Marx explica:
«Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su antojo, no lo hacen en circunstancias auto-seleccionados, sino en circunstancias ya existentes, dadas y transmitidas desde el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una enorme losa el cerebro de los vivos […] «.
Más tarde Engels expresó la misma idea de una manera diferente:
«Los hombres hacen su propia historia, cualquiera que sea su resultado, puede ser que cada persona siga su propio fin conscientemente deseado, y es precisamente la resultante de estas muchas voluntades que operan en diferentes direcciones, y de sus múltiples efectos sobre el mundo exterior, lo que constituye la historia». (Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana).
Lo que el marxismo hace valer, y es una propuesta que seguramente nadie puede negar, es que, en última instancia, la viabilidad de un sistema socio-económico dado estará determinada por su capacidad para desarrollar los medios de producción, es decir, la base material sobre la que se construyen la sociedad, la cultura y la civilización.
La idea de que el desarrollo de las fuerzas productivas es la base sobre la que depende todo el desarrollo social, es realmente una verdad tan evidente que es verdaderamente sorprendente que algunas personas todavía lo cuestionen. No requiere mucha inteligencia entender que antes de que los hombres y las mujeres puedan desarrollar el arte, la ciencia, la religión o la filosofía, primero deben tener alimento para comer, ropa para vestir y casas para vivir. Todas estas cosas deben ser producidas por alguien, de alguna manera. Y es igualmente obvio que la viabilidad de cualquier sistema socioeconómico determinado estará determinada, en última instancia, por su capacidad para producir esto.
En la Crítica de la Economía Política, Marx explica la relación entre las fuerzas productivas y la «superestructura» de la siguiente manera:
«En la producción social que realizan, los hombres entran en determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad; estas relaciones de producción corresponden a una determinada fase del desarrollo de las fuerzas materiales de producción… El modo de producción de la vida material determina el carácter general de los procesos sociales, políticos y espirituales de la vida. No es la conciencia de los hombres la que determina su existencia, sino, por el contrario, su existencia social es la que determina su conciencia».
Como Marx y Engels se esforzaron en señalar, los participantes en la historia no pueden ser siempre conscientes de los motivos que están moviéndolos, tratan de racionalizarlos de una manera u otra, pero existen esos motivos y tienen una base en el mundo real.
De esto podemos concluir que el flujo y la dirección de la historia han sido condicionados –y lo siguen estando– por las luchas de las sucesivas clases sociales por moldear la sociedad a sus propios intereses, y asimismo por los conflictos resultantes entre las clases que se derivan de ello. Como las primeras palabras del Manifiesto Comunista nos recuerdan: «La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases». El materialismo histórico explica que la fuerza motriz del desarrollo social es la lucha de clases.
Marx y Darwin
Nuestra especie es el producto de un largo período de evolución. Por supuesto, la evolución no es una especie de gran diseño, cuyo objetivo era crear seres como nosotros. No es una cuestión de aceptar algún tipo de plan preconcebido, ya sea en relación con la intervención divina o con algún tipo de teología, pero está claro que las leyes de la evolución inherentes a la naturaleza determinan, de hecho, el desarrollo de las formas de vida; desde las formas más simples a las más complejas.
Las primeras formas de vida ya contienen dentro de ellas el embrión de todos los desarrollos futuros. Es posible explicar el desarrollo de los ojos, las piernas, y otros órganos, sin recurrir a ningún plan preestablecido. En cierta etapa se producen el desarrollo del sistema nervioso central y del cerebro. Por último, con el Homo sapiens, llega la conciencia humana. La materia se hace consciente de sí misma. No ha habido ninguna revolución más importante que el desarrollo de la materia orgánica (vida) a partir de la materia inorgánica.
Caricatura de Charles Darwin contra su idea de la evolución humana, 1871Charles Darwin explicó que las especies no son inmutables, y que poseen un pasado, un presente y un futuro, cambiando y evolucionando. De la misma manera, Marx y Engels explican que un sistema social dado no es algo eternamente fijo. La evolución muestra cómo las diferentes formas de vida han dominado el planeta durante períodos muy largos, pero se extinguieron tan pronto como cambiaron las condiciones materiales que determinaron su éxito evolutivo. Estas especies previamente dominantes fueron sustituidas por otras especies que eran aparentemente insignificantes, e incluso especies que parecían no tener ninguna posibilidad de supervivencia.
Hoy en día la idea de la «evolución» ha sido generalmente aceptada, al menos por las personas medianamente educadas. Las ideas de Darwin, tan revolucionarias en su día, se aceptan hoy casi como algo obvio; sin embargo, la evolución general se entiende como un proceso lento y gradual, sin interrupciones ni levantamientos violentos. En política, este tipo de argumento se utiliza con frecuencia como justificación del reformismo. Por desgracia, se basa en un malentendido. El verdadero mecanismo de la evolución aún hoy sigue siendo un libro cerrado con siete sellos.
Esto no es sorprendente, ya que el mismo Darwin no lo comprendía. Fue sólo recientemente, en la década de 1970, con los nuevos descubrimientos en la paleontología hechos por Stephen J. Gould, quien descubrió la teoría del equilibrio puntuado, cuando se demostró que la evolución no es un proceso gradual. Hay largos periodos en los que no se observan grandes cambios, pero en un momento dado la línea de la evolución se rompe por una explosión, una verdadera revolución biológica caracterizada por la extinción masiva de algunas especies y el rápido ascenso de otras.
Vemos procesos análogos en el auge y caída de los diferentes sistemas socioeconómicos. La analogía entre la sociedad y la naturaleza es, por supuesto, sólo aproximada. Pero, incluso, el examen más superficial de la historia demuestra que la interpretación gradualista es infundada. La sociedad, como la naturaleza, conoce largos periodos de cambio lento y gradual, pero también en este caso la línea se interrumpe por desarrollos explosivos –guerras y revoluciones– en los que el proceso de cambio se acelera enormemente. De hecho, estos acontecimientos actúan como la fuerza motriz principal del desarrollo histórico. Y la causa de la revolución es el hecho de que un sistema socioeconómico determinado ha llegado a sus límites y es incapaz de desarrollar las fuerzas productivas como antes.
La historia con frecuencia nos proporciona ejemplos de Estados aparentemente poderosos que se derrumbaron en un espacio muy corto de tiempo. Y también nos muestra cómo opiniones políticas, religiosas y filosóficas condenadas casi unánimemente, se transformaron en los puntos de vista aceptados del nuevo poder revolucionario que surgió para ocupar el lugar del viejo orden. Por tanto, el hecho de que las ideas del marxismo sean el punto de vista de una pequeña minoría en esta sociedad no es motivo de preocupación. Cada gran idea en la historia siempre ha surgido como una herejía, y esto se aplica tanto al marxismo hoy, como al cristianismo hace 2.000 años.
Las «adaptaciones evolutivas» que originalmente permitieron a la esclavitud reemplazar a la barbarie, y al feudalismo reemplazar a la esclavitud, al final se convirtieron en su contrario. Y ahora, las mismas características que permitieron al capitalismo desplazar al feudalismo y emerger como el sistema socio-económico dominante, se han convertido en las causas de su decadencia. El capitalismo está mostrando todos los síntomas que asociamos a un sistema socio-económico en un estado de declive terminal. En muchos aspectos, se asemeja a la época de decadencia del Imperio Romano, como se describe en los escritos de Edward Gibbon. En el período que ahora se muestra ante nosotros, el sistema capitalista se dirige a la extinción.
El socialismo, utópico y científico
Aplicando el método del materialismo dialéctico a la historia, es obvio que la historia humana tiene sus propias leyes, y que, en consecuencia, es posible entenderla como un proceso. El ascenso y la caída de las diferentes formaciones socio-económicas se pueden explicar científicamente en términos de su capacidad o incapacidad para desarrollar los medios de producción, y con ello para impulsar los horizontes de la cultura humana, y aumentar el dominio de la humanidad sobre la naturaleza.
¿Pero cuáles son las leyes que rigen el cambio histórico? Así como la evolución de la vida tiene leyes inherentes que se pueden explicar, y que han sido explicadas, primero por Darwin y en tiempos más recientes por los rápidos avances en el estudio de la genética, asimismo la evolución de la sociedad humana tiene sus propias leyes inherentes que han sido explicadas por Marx y Engels. En La ideología alemana, que fue escrita antes del Manifiesto Comunista, Marx escribió:
«La primera premisa de toda la historia humana es, por supuesto, la existencia vital de individuos humanos. Así, el primer hecho que se establece es la organización física de estos individuos y su consecuente relación con el resto de la naturaleza. (…) Los hombres pueden distinguirse de los animales por la conciencia, por la religión o cualquier otra cosa que nos parezca. Ellos mismos empiezan a distinguirse de los animales tan pronto como empiezan a producir sus medios de subsistencia, un paso que está condicionado por su organización física. Al producir sus medios de subsistencia, los hombres están produciendo indirectamente su vida material real».
En Del socialismo utópico al socialismo científico, escrito mucho después, Engels nos proporciona una expresión más desarrollada de estas ideas. Aquí tenemos una exposición brillante y concisa de los principios básicos del materialismo histórico:
«La concepción materialista de la historia comienza a partir de la concepción de que la producción de los medios de subsistencia de la vida humana, junto con el intercambio de las cosas producidas, es la base de toda la estructura social en todas las sociedades que han aparecido en la historia. La manera en que se distribuye la riqueza y se divide la sociedad en clases u órdenes, depende de lo que se produce, cómo se produce y cómo se intercambian los productos. Desde este punto de vista, las causas finales de todos los cambios sociales y de las revoluciones políticas, tienen que buscarse no en los cerebros de los hombres ni en un mejor conocimiento de los hombres de la verdad y la justicia eternas, sino en los cambios en los modos de producción y de intercambio.»
Robert OwenA diferencia de las ideas socialistas utópicas de Robert Owen, Saint-Simon y Fourier, el marxismo se basa en una visión científica del socialismo. El marxismo explica que la clave para el desarrollo de toda sociedad es el desarrollo de las fuerzas productivas: la fuerza de trabajo, la industria, la agricultura, la técnica y la ciencia. Cada nuevo sistema social –la esclavitud, el feudalismo y el capitalismo– ha servido para impulsar la sociedad humana hacia adelante a través del desarrollo de las fuerzas productivas.
La premisa básica del materialismo histórico es que la fuente última del desarrollo humano es el desarrollo de las fuerzas productivas. Esta es la conclusión más importante porque solo esto nos puede permitir llegar a una concepción científica de la historia. El marxismo sostiene que el desarrollo de la sociedad humana durante millones de años representa el progreso, en el sentido de que aumenta el control de la humanidad sobre la naturaleza, y por lo tanto crea las condiciones materiales para el logro de una verdadera libertad para los hombres y las mujeres. Sin embargo, esto nunca se ha producido en línea recta, como imaginaron erróneamente los Victorianos (quienes tenían una visión vulgar y no dialéctica de la evolución). La historia tiene una línea descendente, así como una ascendente.
Una vez que uno niega un punto de vista materialista, sólo queda el papel de los individuos –»grandes hombres» (o mujeres) como única fuerza motriz de los acontecimientos históricos. En otras palabras, nos quedamos con una visión idealista y subjetivista del proceso histórico. Este fue el punto de vista de los socialistas utópicos, quienes a pesar de sus brillantes ideas y de la crítica penetrante del orden social existente, no pudieron comprender las leyes fundamentales del desarrollo histórico. Para ellos, el socialismo era una «buena idea», algo que podría, por tanto, haberse pensado hace mil años, o mañana por la mañana. Si se hubiera inventado hace mil años, ¡la humanidad se habría ahorrado un montón de problemas!
Es imposible entender la historia basándose en las interpretaciones subjetivas de sus protagonistas. Citemos un ejemplo. Los primeros cristianos, que esperaban el fin del mundo y la segunda venida de Cristo a cada hora, no creían en la propiedad privada. En sus comunidades practicaban una especie de comunismo (aunque su comunismo era del tipo utópico, basado en el consumo, no en la producción). Sus primeros experimentos en el comunismo no llevaron a ninguna parte, y no podían conducir a ninguna parte, porque el desarrollo de las fuerzas productivas de la época no permitía el desarrollo del comunismo real.
En el momento de la Revolución Inglesa, Oliver Cromwell creía fervientemente que estaba luchando por el derecho de cada individuo a orar a Dios de acuerdo a su conciencia. Pero la marcha de la historia ha demostrado que la revolución de Cromwell fue la etapa decisiva en el ascenso irresistible de la burguesía inglesa al poder. La etapa concreta del desarrollo de las fuerzas productivas en el siglo XVII Inglaterra no permitía ningún otro resultado.
Los dirigentes de la Gran Revolución Francesa de 1789/93 lucharon bajo la bandera de la «Libertad, Igualdad y Fraternidad». Ellos creían que estaban luchando por un régimen basado en las leyes eternas de la justicia y de la razón. Sin embargo, independientemente de sus intenciones e ideas, los jacobinos estaban preparando el camino para la dominación de la burguesía en Francia. Una vez más, desde un punto de vista científico, ningún otro resultado era posible en ese punto del desarrollo social.