Bélgica, el país donde el compromiso y la moderación parecían durante mucho tiempo ser parte de la estructura genética de la sociedad, está experimentando un nivel de confrontación social pocas veces visto antes.
El país está cansado de la austeridad y, literalmente, enfermo por el aumento de la presión en los centros de trabajo: el trabajador belga no es por accidente el mayor consumidor de antidepresivos de la Unión Europea, y está sufriendo de una epidemia de agotamiento. El agotamiento se ha convertido para el trabajador moderno en lo que era la silicosis para el trabajador del siglo XIX.
La tensión y el dolor acumulados, que en el caso de muchos de los trabajadores resulta en enfermedades mentales, está empezando a reflejarse hacia el exterior a veces terminando en violentos enfrentamientos con los patrones o la policía, y en un incremento de acciones radicales y espontáneas de huelga.
El primer gobierno homogéneo de derecha en más de dos generaciones, que llegó al poder en 2014, no oculta sus ambiciones Thatcheristas. Está presionando para aplicar contrarreformas exhaustivas y romper los sindicatos. Pero esta tarea es más difícil de lo que parece. Después de un año y medio de luchas sindicales generalizadas (21 días de acción nacionales, incluyendo la mayor huelga general de 24 horas desde la segunda guerra mundial y dos manifestaciones nacionales con la participación de 120.000 y 100.000 trabajadores) una breve pausa siguió en noviembre del año pasado .
Una capa significativa de la clase obrera ya había estado en huelga durante 4 o 5 días desde el otoño de 2014. Esto fue interpretado por el gobierno y los empresarios como una seria derrota que habían infligido al movimiento obrero. Luego vinieron los nuevos ataques terroristas de la organización Estado Islámico en noviembre en París, que se utilizó como una excusa por la mayoría de los líderes sindicales para dejar de protestar. El ataque también proporcionó el primer campo de pruebas en Bélgica para un estado no declarado de urgencia y para una masiva presencia militar en las calles de Bruselas. Pero esto sólo cortó parcialmente la lucha de clases. Los trabajadores de los ferrocarriles, por ejemplo, se declararon en huelga durante dos días en enero de este año.
El siguiente ataque terrorista del 22 de marzo golpeó brutalmente a Bruselas y provocó una conmoción nunca vista. Pero, contrariamente a Francia, el gobierno belga no ha podido crear, ni en la sociedad ni en sus propias filas, el tipo de «unidad nacional» que necesitaba y que prevaleció durante un tiempo en Francia después de los ataques. Las semanas posteriores a los ataques estuvieron plagadas de recriminaciones entre las diferentes alas del aparato de seguridad.
Hubo acusaciones entre el ministro del Interior y algunos de sus jefes de policía. El Ministro de Movilidad, que estaba a cargo de la seguridad del aeropuerto, fue despedido después de que documentos filtrados revelaran su ‘negligencia’ ante las advertencias de seguridad de la UE. Bélgica, ‘estado fallido’, se ha convertido en un importante tema de debate y preocupación. El descontento también está creciendo en los aeropuertos donde los maleteros han estado en huelga (de forma espontánea una vez más), junto con los de la policía de aduanas y el personal de la policía general.
La manifestación nacional en solidaridad con las víctimas de los ataques terroristas, un ritual que se ve en todos los países afectados por los ataques, fue cancelada bajo la presión del Alcalde de Bruselas y del Ministro del Interior por …. razones de seguridad. En lugar de la manifestación, la policía autorizó de facto a un grupo de gamberros racistas de extrema derecha a que marcharan al centro de Bruselas, enfrentándose con la población local – migrante. Una semana más tarde, varios cientos de manifestantes antirracistas y antifascistas fueron detenidos arbitrariamente, junto con el Presidente de la Liga de Derechos Humanos, por la policía de Bruselas. Esto alimentó de nuevo un debate nacional y un choque entre el jefe de la policía y el alcalde de Bruselas.
Fue en este contexto que el gobierno decidió actualizar su paquete de austeridad (recorte de las pensiones de los trabajadores del servicio público) y también la introducción de una versión belga de la odiada Ley El Khomri francesa. En Bélgica se llama Wet Peeters, y prevé poner fin a la semana de 38 horas y a la jornada de 8 horas, e introducir en su lugar la 45 horas y 50 horas a la semana y la jornada laboral de 9 a 11 horas diarias.
Un editorialista del periódico central de Bruselas Le Soir advirtió al gobierno contra el ritmo, el tiempo y los métodos utilizados en esta nueva embestida: «En la ‘vida normal’, los belgas han sufrido en el espacio de unos pocos días los Papeles de Panamá, así como reformas fundamentales de las pensiones y de la organización del trabajo. Todo esto se ha anunciado sin negociaciones sociales que sirvan de amortiguamiento. Esto es mucho». De hecho, es demasiado para que lo traguen los trabajadores. Este nuevo ataque ha obligado a los sindicatos a establecer un nuevo plan de lucha que comenzó con una manifestación nacional el 24 de mayo en el que participaron 80.000 trabajadores. El siguiente paso oficial es una huelga general de 24 horas convocada para el 24 de junio por el sindicato socialista con el apoyo de algunos sindicatos cristianos. En septiembre y octubre, cuando la Wet Peeters sea sometida a votación, ha sido convocada una nueva manifestación nacional para el 24 de septiembre, y una huelga general, convocada por todos los sindicatos, para el 7 de octubre.
Pero desde marzo y abril el estado de ánimo entre la población ha cambiado radicalmente. Después de los ataques terroristas una encuesta reveló que el sentimiento dominante no era de miedo ni de dolor, sino de ira. Ira contra los terroristas, por supuesto, pero también una irritabilidad crónica indeterminada y desenfocada. Algunos sectores de la clase obrera estaban tratando de encontrar una expresión para su rabia. La primera expresión masiva de esto fue la huelga de un día de los guardias de la prisión el 26 de abril que protestaban contra el recorte del 10% anunciado en el presupuesto. Al día siguiente, los guardias de las prisiones con menos personal y más superpobladas de Bruselas y en el sur se negaron a volver al trabajo. Espontáneamente decidieron ir ‘hasta el final’ es decir, a una huelga general indefinida, que está todavía en curso. La actitud intransigente de la mayor parte de los delegados sindicales y de los trabajadores de base en esta huelga es notable. Propuestas y concesiones a veces parciales por parte del gobierno, que hubieran sido aceptadas en el pasado, fueron rechazadas radicalmente. En algunas prisiones los agentes de policía que reemplazaron a los guardias de la prisión también se declararon en huelga espontánea. Esto obligó al gobierno a poner a los militares para reemplazar a la policía.
A continuación, después de la protesta nacional del 24 de mayo, los trabajadores ferroviarios iniciaron una huelga espontánea que está en curso. Esto ha llegado a los centros de trabajo, tanto de la parte flamenca del norte como de la parte francófona del sur. Pero en el norte, los dirigentes sindicales están saboteando activamente la huelga, que no es el caso en el sur o en Bruselas. Por lo tanto, todo el sistema ferroviario en el sur está completamente paralizado mientras que funciona intermitentemente en el norte. El carácter desigual del movimiento de huelga es utilizado por el gobierno para acusar de vagos a los valones propensos a la huelga que protestan contra el gobierno. Pero la opinión pública, aunque bastante volátil, se está volviendo en gran medida contra el gobierno y sus políticas, tanto en la parte flamenca como valona del país.
Las encuestas de opinión muestran que si hubiera elecciones hoy, los partidos en el gobierno perderían su mayoría parlamentaria por un gran margen. Es importante destacar que el partido de izquierda PvdA/PTB (antigua organización maoísta que ahora es un partido reformista de izquierda) está ganando fuerza. Está en situación de incrementar su número de miembros del Parlamento de 2 a 10. Se convertiría en el tercer partido en el sur de Bélgica, superando a los democristianos y a los Verdes. Es la primera vez que un partido a la izquierda del Partido Socialista alcanza esta posición. En sí mismo es un signo del fuerte giro a la izquierda de una capa de la clase obrera.
En el norte el PvdA también está en la posición de incrementar su votación y alcanzaría aproximadamente el 5% de los votos. Aquí, sin embargo, el mayor cambio es hacia la extrema derecha del Vlaams Belang a expensas del gobernante partido nacionalista flamenco N-VA. Otros datos de interés muestran que en Flandes el 45% de la población apoya el nuevo plan de lucha de los sindicatos. Un tercio de los electores del gobernante Partido Demócrata Cristiano en el norte apoya el plan de lucha, lo mismo que el 25% del partido liberal en el poder, e incluso el 16% de la derecha nacionalista N-VA. El suelo bajo sus pies se está volviendo cada vez más inestable. El martes 31 de mayo los servicios públicos protestaron en todo el país.
Ahora los conductores de autobús en el sur han decidido salir en una huelga indefinida. Esta semana los magistrados estarán en huelga por primera vez desde 1917. La idea de una huelga general indefinida está siendo debatida por muchos activistas y trabajadores. Los huelguistas también han radicalizado sus demandas. Donde en el pasado, exigirían tal o cual concesión del gobierno, ahora la demanda de la caída del gobierno está ganando popularidad.
No es casualidad que un editorial de un diario burgués señalara con el dedo a Francia para tratar de explicar el desarrollo de huelgas de masas espontáneas. Incluso se pretende decir que los trabajadores se infectaron ‘por el virus revolucionario francés’. La lucha continua de los trabajadores franceses contra la Ley El Khomri está inspirando a los trabajadores belgas especialmente en el sur francófono. Pero el movimiento en Bélgica tiene su propia dinámica.
La característica más sorprendente ha sido el carácter espontáneo y explosivo de las huelgas, la difusión de la idea de una huelga general indefinida y la actitud inflexible de los trabajadores de base. Esto está teniendo un impacto en los líderes sindicales, algunos de los cuales están eligiendo subirse a la ola huelguística, mientras que otros optan por oponerse a ella.
No está claro todavía lo que traerán los próximos días y semanas. Pero la idea de una «huelga indefinida espontánea» está presente en todas partes. Mucho depende de los acontecimientos en Francia. Pero las grietas están apareciendo en el gobierno belga. Ayer, el ministro de los ferrocarriles anunció que estaba dispuesto a retirar las medidas que provocaron la oleada de huelgas. Fue atacado inmediatamente por los otros partidos y la prensa de derechas. Indicaron correctamente el hecho de que si se retiran las medidas, incluso de manera temporal, esto sería visto como un estímulo para el desarrollo de huelgas en otros sectores. Pase lo que pase, podemos decir que el genio de una lucha de clases explosiva se ha escapado de la botella, en Bélgica también.