El miércoles 9 de noviembre, el «mundo libre» se despertó y encontró que tenía un nuevo líder. Donald J. Trump había sido elegido presidente número 45 de los Estados Unidos de América. Ondas de choque fueron extendiéndose inmediatamente a través del mundo con esta noticia, que contradecía las confiadas expectativas de los sondeos previos.
El Establishment y sus partidos fueron sacudidos hasta la médula. Hillary Clinton, la candidata preferida del Establishment de los EEUU e internacionalmente, había dicho que si Trump era elegido presidente, «yo ya no reconocería a este país». Pero Hillary Clinton, y el resto de su clase nunca reconoció la situación real que existe en los Estados Unidos, y que en realidad existe en todos los demás países del mundo.
La elección de Trump es descrita comúnmente como un terremoto político. La analogía es precisa. Debajo de la superficie de la sociedad, hay un descontento en plena ebullición, de ira, rabia y frustración. Del mismo modo que bajo la superficie de la Tierra hay fuerzas inimaginables que tratan de encontrar una salida, así en la sociedad estas fuerzas están buscando una expresión, que no encuentran en los partidos y líderes existentes.
Este fenómeno no se limita a los Estados Unidos. Ya hemos visto esto en el resultado del referéndum británico sobre la UE. Sin embargo, esta elección es mil veces más importante que el Brexit. Lo que estamos presenciando no es ni más ni menos que un punto de inflexión en la historia mundial. The Economist lo comparó con la caída del muro de Berlín, comentando: «La historia ha vuelto –con una venganza».
Actitud de la clase dominante
La clase dominante ve a Trump como una amenaza, en parte porque es un elemento disidente y difícil de controlar, pero sobre todo porque sus apelaciones demagógicas a la clase obrera y sus denuncias del Establishment de Washington crearon ilusiones peligrosas y despertaron a millones de personas sobre la base de la oposición al status quo. Es por ello que el Establishment utilizó todos los medios posibles para bloquear su camino hacia la Casa Blanca. Tiraron de todo contra él, pero fracasaron.
Con retraso, los estrategas de la clase dominante están despertando a las realidades de la vida. Esta fue una protesta contra la desigualdad, que ha alcanzado niveles sin precedentes; contra el desempleo y la inseguridad en el trabajo; contra el gobierno de una élite corrupta de individuos súper ricos que dirigían Washington como un negocio familiar; contra las dinastías políticas de Bush y Clinton que manejaban el poder político de la misma forma que dejaban una herencia en el testamento y lo trataban como si fuera su propiedad personal. Por encima de todo, fue una protesta de la gente que sentía que nadie les estaba escuchando ni se preocupaba de su destino.
Una observación similar fue hecha por el Financial Times, el órgano más representativo de la clase dominante británica, en un artículo con el título «La victoria de Donald Trump es un mandato para hacer estallar Washington»:
«Llevará un tiempo asimilar las grandes implicaciones de la elección del Sr. Trump. Cada encuestador en el planeta leyó mal a la opinión pública de Estados Unidos. Al elegir a un hombre que los votantes sabían que era irrespetuoso con las sutilezas constitucionales norteamericanas, EEUU ha enviado el equivalente electoral de un atacante suicida a Washington. El mandato de Trump es hacer estallar el sistema. Su previsión [de Trump] de hacer de esta elecciones ‘un Brexit diez veces de grande’ fue un eufemismo. El Reino Unido puede que se deslice a la deriva pero las consecuencias de su decisión tendrán meramente un alcance local.
«Estados Unidos, por el contrario, es a la vez el creador y el sostenedor del orden mundial de la posguerra. Trump fue muy explícito en su promesa de alejarse de ese orden. Precisamente cómo va a llevar a cabo su agenda de «Estados Unidos primero» es secundario en este punto. La opinión pública estadounidense ha enviado una señal inequívoca. El resto del mundo actuará en consecuencia”.
Repercusiones internacionales
Donald J. Trump no parece demasiado interesado en el resto del mundo. Pero el resto del mundo está muy interesado en él. La elección de Trump provocó consternación, por no decir pánico en los gobiernos de todo el globo terrestre. Normalmente un candidato victorioso en las elecciones presidenciales de Estados Unidos podría esperar ser felicitado inmediatamente por los líderes políticos extranjeros. Sin embargo, esta elección fue recibida con un silencio ensordecedor, interrumpido sólo por Marine Le Pen –quien felicitó a Trump por su victoria tres horas antes de que el resultado fuera anunciado– seguida un poco más tarde por Vladimir Putin.
Los titulares de la prensa en Alemania estaban llenos de tristeza y de fatalidad. Un diario proclamó en términos apocalípticos: «la autodestrucción de Occidente continúa». El Ministerio de Asuntos Exteriores alemán dijo sin rodeos que este no era el resultado deseado, ni del gobierno ni del pueblo de Alemania. Lamentablemente, sin embargo, no es el pueblo de Alemania, sino el pueblo de los Estados Unidos el que decide quién se sienta en la Oficina Oval. Angela Merkel se vio obligada a realizar un discurso de felicitación, que se caracterizó por su tono frío y formal.
En completo contraste, la reacción de Moscú fue de alegría no disimulada. Los diputados de la Duma aplaudieron fuertemente la noticia y Vladimir Putin no perdió tiempo en enviar sus felicitaciones personales al Sr. Trump. La razón no es ningún secreto. En general, la política exterior no estará entre las prioridades clave de Trump. El único área en el que se ha expresado con claridad extrema es que él quiere establecer mejores relaciones con Rusia.
Putin expresó su deseo de que el nuevo inquilino de la Casa Blanca tomará medidas para mejorar las relaciones ruso-estadounidenses, mientras que, naturalmente, se salvaguarden los intereses de ambas naciones –es decir, de los banqueros y los capitalistas de ambas naciones. Si el deseo expresado de Trump por mejores relaciones con Rusia se materializa en realidad es una cuestión de especulación, ya que los intereses de las «dos naciones» son bastante antagónicos.
En cualquier caso, el hombre del Kremlin, sin duda, se aprovechará de la presente agitación y confusión política en Washington durante los próximos meses para tomar ventaja en el escenario mundial, comenzando con una ofensiva total en Siria. Obama se queja de ello, pero no hace nada. Trump no ha dicho nada hasta ahora.
Estados Unidos, Rusia y Siria
Trump se ha comprometido a intensificar la lucha contra el Estado Islámico en Siria. Pero eso significa una mayor coordinación entre los EEUU y Rusia, que ahora es la fuerza dominante en ese país. Esas personas, incluyendo algunos «izquierdistas», que constantemente lloran con que «hay que hacer algo,» están haciendo un llamamiento para que se decrete una zona de exclusión aérea en Siria «por razones humanitarias». Pero esto no es posible sin un compromiso militar serio sobre el terreno, que sólo los EEUU están en condiciones de proporcionar.
Exigir que los imperialistas intervengan para resolver los problemas del pueblo de Siria no es simplemente estúpido, sino criminal ¿Han olvidado estas personas que el caos actual en Oriente Medio fue causado por la invasión criminal de Irak por el imperialismo estadounidense y sus aliados? ¿Han olvidado ya los desastres que fueron causados por las intervenciones imperialistas en Afganistán y Libia? ¿Y no son conscientes de que los mismos imperialistas que están llamando a «salvar Alepo» están colaborando activamente con sus aliados de Arabia Saudita en el bombardeo de escuelas y hospitales en Yemen, matando a civiles y utilizando deliberadamente la muerte por hambre como arma de guerra?
Pero dejemos esta locura a un lado. El quid de la cuestión es que las opciones de Estados Unidos en Siria son extremadamente limitadas. Sólo hay dos posibilidades. La primera es una intervención militar a gran escala –con botas sobre el terreno– para tratar de revertir la situación. Que se descarta por razones militares y políticas. La lección de Irak y Afganistán es que es muy fácil involucrarse en una guerra en Oriente Medio, pero muy difícil librarse de ella después. Y después de las debacles de Irak y Afganistán, la opinión pública estadounidense está decididamente poca entusiasmada con nuevas aventuras en el extranjero.
La segunda opción es hacer un acuerdo con Rusia. En realidad, esa opción ya ha sido aceptada, aunque de mala gana, por la administración Obama. Trump se limita a decir en público lo que todas las personas serias comprenden en privado. En Siria es Rusia quien decide ahora. Por lo tanto, es bastante probable que Donald Trump trate de llegar a algún tipo de acuerdo con Putin. El hombre del Kremlin propondrá un acuerdo que les deje el control de Ucrania y garantice que la OTAN no haga nuevas intrusiones en las antiguas repúblicas de la exUnión Soviética o sus antiguas esferas de influencia, incluyendo Siria.
A cambio, los Estados Unidos podrían tener una mano libre en sus propias esferas de influencia, incluyendo América Latina. Esto tendría serias implicaciones para Cuba y Venezuela. Recientemente, la atención de Washington se ha centrado en Oriente Medio y el Lejano Oriente. Pero ahora su atención se está centrando una vez más en América Latina. Si llevara a cabo su promesa de campaña, Trump utilizará la mayoría Republicana en ambas cámaras del Congreso para sabotear la liberalización de las relaciones con Cuba llevada a cabo por Obama.
En Venezuela la situación se está volviendo crítica, en la que la oposición contrarrevolucionaria se está aprovechando de la crisis económica, la hiperinflación, la escasez de alimentos y la inseguridad extrema para ir a la ofensiva. Hasta el momento no han tenido éxito en voltear al gobierno, pero las cosas parecen estar llegando a un clímax. Cuanto más tiempo los líderes bolivarianos permanezcan vacilantes colgados en el poder, más desesperada llegará a ser la situación. La presidencia de Trump coincidirá con el momento en que Venezuela alcance su punto crítico.
Las medidas de emergencia adoptadas por el gobierno venezolano no serán suficientes para evitar una cesación de pagos de su deuda soberana, probablemente en los próximos doce meses. La amenaza de la quiebra le dará a la oposición nuevas oportunidades para lanzar protestas masivas que pueden terminar en un derramamiento de sangre y violencia. Toda la situación está en una espiral descendente que sólo puede terminar en una confrontación directa entre fuerzas antagónicas. La victoria de Trump, sin duda, dará ímpetu a las fuerzas contrarrevolucionarias, que podrá esperar un mayor apoyo de Washington para sus acciones agresivas.
En cualquier parte que se mire, Washington se enfrenta a una situación turbulenta, con explosiones que están siendo preparadas a todos los niveles. Pero por mucho que a Donald Trump le encantaría volverle la espalda al resto del mundo y cerrar la puerta de Norteamérica con el fin de centrarse en la solución de los problemas nacionales, las llamas que han estallado más allá de las fronteras de Estados Unidos exigirán su atención. Si no lo hace, esas llamas pueden amenazar con incendiar la puerta de la casa, o incluso la propia casa.
Trump y la OTAN
La victoria de Trump ha establecido una señal de alarma en países como Polonia y los Estados bálticos, que temen la nueva firmeza de Rusia en la arena mundial. Trump, que ya ha expresado su escepticismo sobre el papel de la OTAN, está exigiendo que Europa, Corea del Sur y Japón «se paguen sus cosas», es decir, la factura de su defensa. Eso significa obligarles a aumentar el gasto en armas, y por lo tanto a reducir aún más el nivel de vida de la población. Esta es la política de «Estados Unidos primero» expresada en dinero en efectivo.
Naturalmente, la respuesta ha sido de protestas de los «aliados» de Estados Unidos. Los europeos temen que una retirada estadounidense hacia el aislamiento debilitaría seriamente a la OTAN, dejando la primera línea de los Estados europeos del este vulnerables ante Rusia, aunque contrariamente a la propaganda alarmista difundida por los polacos y los estonios, Rusia no tiene intención de tratar de llevárselos de vuelta por la fuerza. Lo que Putin quiere es que lo dejen tranquilo para controlar su propio patio trasero.
Los europeos se han quejado por las acciones de Rusia en Ucrania, ignorando el papel de la interferencia occidental inicial en provocar el desorden que hay. A Moscú le gustaría llegar a un acuerdo con los norteamericanos y europeos para que le dejen el control de esa región. Trump ha hecho saber que él está dispuesto a permitir que Rusia mantenga Crimea. Eso es algo que probablemente no puede ser revertido y los norteamericanos lo saben.
Europa se encuentra en una posición muy débil. Sus líderes están hablando de la creación de un ejército europeo. Pero esto está fuera de cuestión. Los intereses nacionales de cada estado son lo primero, y sería imposible establecer un comando conjunto. El inicio de las negociaciones del Brexit (la salida efectiva de Gran Bretaña de la UE, NdT) y las elecciones en Alemania y Francia debilitarán aún más a Europa. Por lo tanto, no hay posibilidad de un frente de los Estados occidentales que pueda presionar a Moscú a hacer nada.
En consecuencia, es muy probable que una Administración Trump terminará con las sanciones a Rusia, o por lo menos permitir una cierta relajación de la presión con el fin de facilitar un acuerdo con el Kremlin. Trump torcerá brazos para poner límites a la expansión de la OTAN en la antigua esfera soviética. Y los ucranianos pronto descubrirán la verdad de la afirmación: «las naciones no tienen amigos, sino intereses”. A los aliados europeos de Washington no les va a gustar, pero tendrán que tragar saliva y aceptarlo.
La «relación especial» de Gran Bretaña
La primera ministra conservadora británica, Theresa May, expresó su profundo deseo de que la «relación especial» de Gran Bretaña con EEUU continúe y sea consumada con un acuerdo comercial en el momento más próximo posible. Ya que Gran Bretaña pronto podría estar fuera del mercado único europeo, la perspectiva de un acuerdo comercial jugoso y sustancioso con los EEUU está, naturalmente, muy cerca de su corazón. Pero en materia de comercio es la cabeza, más que el corazón, el órgano más útil.
Estas ilusiones se desvanecieron rápida y brutalmente. La realidad de la llamada relación especial entre Gran Bretaña y los EEUU quedó expuesta inmediatamente por el hecho de que el presidente electo sólo se acordó de llamar por teléfono a la primera ministra británica, después de que ya había llamado a los líderes de otros nueve países –entre ellos Irlanda y Australia. Eso fue un insulto calculado hacia el Establishment británico. Pero lo peor estaba por venir.
Cuando el ministro de exteriores de Gran Bretaña, Boris Johnson, se encontraba en Nueva York durante la campaña electoral hizo algunas observaciones muy oportunas a expensas del candidato Republicano (porque era evidente que no creía que pudiera ganar la elección). Hoy día, Boris está proclamando en voz alta su admiración, respeto y afecto sin límites por el 45º Presidente de los EEUU. Él ve ahora enormes oportunidades para las empresas británicas bajo la nueva administración Trump y espera que todo el mundo se olvide del pasado (más particularmente, que el nuevo presidente se olvide de sus comentarios ofensivos).
Pero Donald J. Trump no es el tipo de hombre que se olvida de cosas como esas, y las ilusiones de May y Johnson de que Gran Bretaña podría conseguir un buen acuerdo comercial con la América de Trump se han desinflado como un neumático que pisa un clavo de seis pulgadas. Pasaron por alto un pequeño detalle: la política de Trump es «Estados Unidos primero». Trump tiene como objetivo «hacer grande a Estados Unidos» –y tiene como objetivo hacer esto a expensas del resto del mundo. Esa es la verdadera piedra angular de su política. Y Gran Bretaña no puede esperar ningún favor ni «relación especial».
Para echar sal en la herida infligida por esa llamada tardía, de todos los políticos en el mundo, el Presidente Electo eligió reunirse con Nigel Farage, líder del partido de derecha británico UKIP –un hombre que ni siquiera es miembro del parlamento británico, y mucho menos representante de su gobierno. Con una sonrisa de oreja a oreja, Farage fue fotografiado junto a su héroe en un ascensor dorado, pareciendo un proxeneta de tercera clase que ha recibido inesperadamente una invitación del Vaticano para una audiencia privada con el Papa.
Durante una hora, sin embargo, el exitoso Padrino y su pequeño secuaz de la ciudad tuvieron una conversación de lo más agradable. Los detalles de este encuentro intrigante no se nos han revelado. Pero el señor Farage salió como un hombre flotando en el aire. Su mente estaba obviamente un poco aturdida por este encuentro con la Grandeza. Nigel tuvo la elegancia de informar de este encuentro al gobierno de Su Majestad a su vuelta en Londres y de que, si la Señora May lo deseaba, ella podía confiarle sus servicios como intermediario con el hombre de la Casa Blanca y organizar los contactos con su entorno.
La amable oferta de Farage fue recibida primero con un silencio pétreo en el número 10 de Downing Street y más tarde con una refutación firme. La señora May y sus asesores apenas podían ocultar su mortificación absoluta por el hecho de que el primer político invitado a reunirse con el Jefe de Washington fuera el horrible hombrecillo de UKIP. Nada mejor podría haber sido diseñado para ofender la dignidad de los Conservadores, o para dejarlo más claro que Gran Bretaña es ahora vista al otro lado del Atlántico como la Pequeña Inglaterra.
Las consecuencias económicas de Trump
Los mercados, que no esperan a nadie, no perdieron el tiempo en expresar su consternación por el resultado de las elecciones. Éste provocó de inmediato fuertes caídas en las bolsas de valores de Asia y Europa. Grandes cantidades de dinero abandonaron los mercados de valores en busca de refugios seguros como el oro, que registró fuertes subidas, el yen japonés y el franco suizo.
En realidad, la política económica de Trump no es nueva. Es una mezcla de ideas confusas y contradictorias, en la que la financiación del déficit keynesiano se combina con los recortes de impuestos monetarista. Desde el punto de vista capitalista, esto es analfabetismo económico. Un estímulo fiscal basado en bajada de impuestos junto con un gran aumento de la inversión pública en la infraestructura de la mayor economía del mundo, actuará como un estímulo que podría alentar temporalmente la economía. Pero también trae sus propios problemas y peligros.
Las reducciones de impuestos, que beneficiarían a los ricos, junto con enormes incrementos en gastos de infraestructura, darán lugar a crecientes déficits. De acuerdo con algunas estimaciones la relación deuda-PIB se incrementaría en un 25 por ciento más en 2026. Al final, esta es una receta acabada para una nueva crisis económica. El veredicto de The Economist fue claro: «Después del subidón del azúcar, las políticas populistas finalmente colapsan bajo sus propias contradicciones”.
Sin embargo, el contenido real de su programa económico es el proteccionismo. Donald Trump es un aislacionista, siguiendo una antigua tradición americana bien establecida. Cuando él dice “Estados Unidos primero”, lo dice en serio. Cuando él promete hacer grande a Estados Unidos, significa que quiere hacerlo a expensas del resto del mundo.
La defensa de Trump del proteccionismo pone en peligro toda la estructura del sistema económico capitalista mundial. Es visto con horror por los políticos y economistas de todo el mundo que advierten que si fuera puesto en práctica daría lugar no sólo a una recesión sino a una profunda depresión a escala mundial. Lejos de proteger puestos de trabajo, daría lugar a un desempleo masivo a una escala no vista desde la década de 1930. Desde la Segunda Guerra Mundial, la fuerza real del motor del crecimiento económico mundial ha sido la expansión del comercio mundial. La gran depresión de la década de 1930 fue el resultado de las políticas proteccionistas, devaluaciones competitivas y una actitud de empobrecer la economía del vecino. Y la historia puede repetirse.
Trump está amenazando con desguazar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA) y con romper el Tratado de Comercio e Inversiones Transatlántico (TTIP) entre los EEUU y la UE. Este ya estaba en serios problemas antes, pero con la llegada de Trump, ahora sí que está muerto en el agua. La victoria de Trump también decreta la sentencia de muerte de la Asociación Trans-Pacífico (TPP), que proyectaba impulsar el PIB de Japón en un 2,7% en 2030. Y la economía japonesa es uno de los elementos clave de Asia y de la economía mundial.
El peso mexicano se desplomó cuando se anunció el resultado electoral. Si Trump actúa sobre su promesa de retirarse del NAFTA, tal movimiento sería un golpe mortal para las exportaciones mexicanas, hundiendo a ese país en una profunda crisis de consecuencias sociales y políticas explosivas. Trump también tiene a Brasil, para quien EEUU es su segundo mayor mercado exterior, en su punto de mira como uno de los países con los que los acuerdos comerciales deben ser «reajustados».
Trump acusa a China de «violar» a América. Ahora la segunda mayor economía del mundo, China representa aproximadamente la mitad del déficit comercial neto de Estados Unidos. Trump amenaza con una andanada de aranceles punitivos a las importaciones chinas, del 45% al acero de China, por ejemplo. La imposición de aranceles comerciales punitivos golpearía a las exportaciones chinas, particularmente en el sector de la electrónica. Eso conduciría inevitablemente a que Pekín tomara represalias con barreras comerciales siguiendo la lógica del “ojo por ojo, diente por diente”, lo que podría terminar en una guerra comercial sin cuartel con China. Eso también crearía una situación similar a la de la Gran Depresión de la década de 1930.
Incluso si Trump evita una guerra comercial abierta, hay mil maneras de introducir medidas proteccionistas por la puerta de atrás: la aprobación de leyes que exijan que un cierto porcentaje de los productos vendidos en el mercado americano deba ser producido en los EEUU, o leyes en materia de seguridad e higiene o para «proteger el medio ambiente», etc. Eso también llevará a represalias. De cualquier manera, el efecto será el de deprimir el comercio y el crecimiento mundial y aumentar todas las contradicciones en una escala global.
Europa será aún más vulnerable que China cuando los vientos fríos del proteccionismo soplen desde el otro lado del Atlántico. Alrededor del 14% de las exportaciones de bienes de la zona del euro va a América. Si bien esto es menos que el 18% de China, América representa aproximadamente el 40% del crecimiento reciente de las exportaciones de la zona euro. Por lo tanto, el proteccionismo estadounidense presenta una amenaza aún más grande para Europa que para China.
Después de ocho años de recesión, contra la que los capitalistas han luchado sin éxito, la economía mundial se mantiene en un estado frágil. La moneda única sigue siendo extremadamente inestable. Después de años de austeridad y de caída de los niveles de vida, nada se ha resuelto. Obama visitó recientemente Grecia para expresar su «solidaridad». Se ha sugerido que él era favorable a ayudar a pagar las deudas de ese país. Sin embargo, sería muy sorprendente que el aislacionista Trump vaya a pagar un solo centavo.
La votación en Gran Bretaña en junio pasado para salir de la Unión Europea fue el primer aviso del sentimiento anti-sistema. Sin embargo, existen tendencias centrífugas similares en Francia, Alemania, Italia y otros países. Las repercusiones de la victoria de Trump se harán sentir en el referéndum italiano sobre la reforma constitucional el 4 de diciembre, donde el primer ministro Matteo Renzi bien puede enfrentarse a una revuelta similar.
Una derrota puede significar la caída de Renzi y ayudar a impulsar al populista Movimiento Cinco Estrellas, que aboga por la salida de Italia del euro. Las implicaciones para el futuro de la zona euro e incluso para la propia UE serían de lo más graves. Si, como parece inevitable, la demanda de la celebración de referendos sobre la pertenencia a la UE aumenta su ritmo, no sólo el futuro de la moneda única, sino el de la propia Unión Europea estará en peligro.
¿Significa Trump un peligro de fascismo?
El resultado inmediato del éxito de Trump será un impulso para los partidos de derecha anti-inmigración, como el Frente Nacional en Francia y el partido de Geert Wilders en Holanda. Marine Le Pen busca emular su éxito cuando Francia elija un nuevo presidente en abril/mayo de 2017. Como resultado, podemos esperar la ruidosa campaña habitual de sectores de la izquierda, gritando sobre el supuesto «peligro del fascismo».
El marxismo es una ciencia, y como cualquier otra ciencia utiliza una terminología precisa para caracterizar fenómenos. El fascismo es una forma muy específica de reacción. En el sentido clásico, es un movimiento de masas de la pequeña burguesía y del lumpenproletariado que tiene como objetivo destruir el movimiento obrero por completo, y que es capaz de hacerlo debido a su base de masas.
Hitler no sólo destruyó partidos obreros y sindicatos, sino que incluso cerró los clubes de ajedrez de los trabajadores. Bajo el dominio de los nazis, la democracia burguesa fue reemplazada por una dictadura totalitaria. El movimiento obrero fue aplastado y la clase obrera completamente atomizada. Con un ejército de espías e informadores en cada bloque de pisos, los nazis fueron capaces de hacer esto.
Es cierto que Donald Trump es un reaccionario, un intolerante racista rabioso y un enemigo jurado del movimiento obrero. Pero no es Adolf Hitler ni Mussolini. Él es un demagogo de derecha, que se basa en las estructuras de la democracia burguesa. Su objetivo no es derrocar el sistema, ni siquiera «drenar el pantano de Washington» [terminar con el despilfarro de la administración, NdT]. Busca promocionarse a sí mismo, a su familia y sus intereses comerciales. Esto pronto se revelará en la práctica.
Tenemos que mantener un sentido de la proporción. Aquellas personas que están constantemente gritando sobre el «fascismo» están jugando un papel negativo, confundiendo a la gente y, en definitiva desorientando a las masas, de tal manera que cuando haya una amenaza real de reacción, no estarán en condiciones de responder adecuadamente. Es como el niño que gritaba “que viene el lobo” tan a menudo que cuando realmente el lobo hizo acto de presencia, nadie respondió a sus gritos de ayuda.
La falsa idea del «mal menor» conduce directamente al pantano de la colaboración de clases, como hemos visto en los Estados Unidos cuando ciertas personas de izquierda apoyaron la candidatura de Hillary Clinton, sobre la base de que era el «mal menor» si se la comparaba con el «fascista» Donald Trump. Recordémonos también que la victoria de Trump fue preparada por Obama, que hace ocho años galvanizó un gran apoyo con el lema del «cambio», pero que no provocó cambio alguno.
Este enfoque es falso en la teoría y desastroso en la práctica. Hillary Clinton y Donald Trump representan precisamente los mismos intereses de clase. Ambos defienden el dominio de los bancos y los monopolios. De hecho, son las botas izquierda y derecha del mismo sistema. Recordemos también que Hillary Clinton no derrotó a Donald Trump. De hecho, su campaña estaba destinada al fracaso precisamente porque mucha gente pensaba –correctamente– que uno era tan mala como el otro. Muchos han dicho que votaron a Trump ¡porque pensaban que él era «el mal menor»!
La naturaleza reaccionaria del programa de Trump es clara y no necesita más elaboración aquí. Con el control Republicano de la Cámara de Representantes y del Senado, Trump aprobará la legislación que restringe los derechos civiles. Él ha dicho que hará lo posible para designar a los jueces que revoquen fallos favorables a la igualdad del matrimonio y al acceso al aborto para las mujeres. Y reducirá o liquidará el acceso de millones de personas pobres a la atención sanitaria. Todo esto representa una agenda derechista reaccionaria que debe ser resistida por todos los medios posibles.
Por supuesto, es necesario llevar a cabo una lucha seria contra Trump, Le Pen, y demás reaccionarios. Pero la única fuerza en la sociedad que es capaz de llevar a cabo una lucha de este tipo es la clase obrera. Lo que se requiere es una acción conjunta por parte de los sindicatos y partidos obreros para luchar contra la reacción en todas sus formas. Pero lo que no es admisible es defender la unidad de todas las supuestamente «fuerzas progresistas» con el fin de «defender la democracia», incluidos los partidos y políticos burgueses. Esa es una receta segura para la derrota. La elección de EEUU fue la confirmación más clara de esto.
¿Ahora qué?
«Estados Unidos no ha votado por un cambio de partido tanto como por un cambio de régimen». (The Economist)
El verdadero significado de este resultado es que el centro político se está desintegrando ante nuestros ojos. La política estadounidense se está polarizando fuertemente entre derecha e izquierda. Esto es lo que más alarma a la clase dominante y a sus estrategas. Por supuesto, Trump, es un magnate multimillonario y una parte muy importante del sistema capitalista, no representa una amenaza real para ellos. Pero las fuerzas que él ha desencadenado en efecto, sí representan una amenaza.
Durante generaciones el capitalismo estadounidense se ha basado políticamente en dos pilares principales: los Republicanos y los Demócratas. Durante el tiempo que cualquiera puede recordar el poder político pasó de unos a otros sin que nadie notara ninguna diferencia sustancial. En las palabras del gran escritor estadounidense Gore Vidal: «Nuestra República tiene un solo partido –el Partido de la propiedad– con dos alas de derechas». Ahora bien, esta confortable situación ha sido desbaratada.
Es significativo que, por primera vez en estas elecciones, los políticos de los EEUU comenzaran a darse cuenta de la existencia de la clase obrera. La propia expresión de “clase obrera” había desaparecido del vocabulario político de Estados Unidos. Hasta ahora, sólo se referían a la «clase media». Pero la situación de millones de votantes desposeídos y alienados en los estados norteños del cinturón de óxido [“rustbelt”, amplias zonas de fábricas cerradas, NdT] atrajo la fuerza de su atención sobre la existencia de la clase que lo produce todo y no posee nada. Un comentarista político preocupado observó con alarma: «hay una gran cantidad de ira por ahí”.
Demagogo hábil, el multimillonario Trump tuvo éxito en conectar con el estado de ánimo de revuelta que se estaba extendiendo, sobre todo en los estados industrializados deprimidos como Michigan, Wisconsin y Ohio. Se hacía pasar como su campeón, o su «abogado», como señalaba la cita anterior. En realidad, Trump es sólo el defensor de sí mismo. Pero al apelar a esta masa de trabajadores descontentos, estaba dando a entender una estrategia que es muy peligrosa para la clase gobernante de Estados Unidos. Una estrategia que él vivirá para lamentarlo.
El período actual es de una profunda crisis capitalista, caracterizada internacionalmente por violentas oscilaciones de la opinión pública, tanto a la derecha como a la izquierda. Las masas están buscando una manera de salir de la crisis, mirando primero en una dirección y luego en otra. Hace ocho años, Obama se benefició de esto levantando la bandera del «cambio». Eso tuvo una gran respuesta. Pero las esperanzas de un cambio con Obama se han desvanecido.
Esto es lo que provocó una fuerte reacción y un giro a la derecha, que, sin embargo, contiene muchos elementos contradictorios. En su discurso final antes de las elecciones Trump apeló deliberadamente a la clase obrera de Estados Unidos para que hiciera oír su voz. Hizo un llamamiento a los «americanos olvidados» – los millones de personas en paro, desencantados y desprotegidos en el “cinturón oxidado” y otras zonas deprimidas que han sido devastadas por la crisis del capitalismo.
Ese mensaje no cayó en saco roto. Estados como Wisconsin, que tradicionalmente han votado Demócrata ahora pasaron a los Republicanos –o, más correctamente, a Donald Trump. Esta es una expresión de la desesperación que sienten los millones de olvidados, las víctimas de la crisis capitalista. Muchos de los partidarios de Trump quedaron impresionados por el mensaje socialista de Sanders y habrían estado dispuestos a votar por él, pero nunca a Hillary Clinton, una política del Establishment que representa todo lo que la mayoría de los estadounidenses detestan.
El Presidente Trump descubrirá pronto que una gran victoria trae consigo grandes responsabilidades. El problema para Trump es que ahora tiene que cumplir sus promesas. Él ya no tiene ninguna excusa para no hacerlo. Él no podrá culpar a un Congreso obstruccionista controlado por los Demócratas. Estará bajo presión para cumplir sus promesas, y para hacerlo rápidamente.
El problema al que Trump se enfrentará es que la clase dominante tiene muchas maneras diferentes de controlar a los políticos y presidentes, y tiene suficientes palancas en sus manos para asegurarse de que Trump no escape a su control. Sobre el papel, tiene un enorme poder en sus manos. No sólo los Republicanos controlan ahora la Casa Blanca, también controlan la Cámara de Representantes (Diputados) y el Senado. Ellos están en una posición mucho más poderosa que la que tenía Obama hace ocho años.
El presidente saliente, no sin una nota de anticipación maliciosa, predijo que el señor Trump tendrá que adaptar sus promesas electorales más extravagantes a las realidades del poder. Esa es la ferviente esperanza del Establishment norteamericano e internacional. Si esta esperanza se materializa o no es cuestión de especulación. Los primeros indicios indican ya que Trump está retrocediendo en su demagogia electoral.
Ayer mismo estaba amenazando con poner a Hillary Clinton en la cárcel; después de las elecciones la alabó por su valiente campaña y le dio las gracias por todo lo que ha dado al pueblo estadounidense. Se comprometió a expulsar a once millones de inmigrantes ilegales, pero ahora dice que la cifra será más bien de dos o tres millones. El famoso muro que se va a construir a lo largo del Río Grande resultará ser más bien una valla. Incluso el programa de salud Obamacare, dice, no se abolirá exactamente, sino que sólo será «reformado» (aunque eso probablemente significa la misma cosa).
La propuesta de Trump para revertir el acuerdo de París sobre el cambio climático ha provocado una protesta general. Pero aparte de su efecto sobre el medio ambiente, no provocará los resultados económicos que anticipa. Su promesa de revivir la industria del carbón de Estados Unidos es completamente hueca, ya que es poco probable que alguien vaya a proporcionar la inversión necesaria para que esto se produzca. Tampoco Trump, representante de las grandes empresas, será propenso a tomar medidas que dañen el lucrativo negocio de la energía no fósil que ha florecido en Estados Unidos en los últimos años.
Trump dijo: «esto no era una campaña, sino un gran movimiento”. Pero este movimiento ahora lo ha impulsado al gobierno, y el gobierno, como sabemos, no es un movimiento en absoluto, sino una propuesta de negocios inteligente. El drenaje del pantano de Washington, una promesa clave, de inmediato se ha contradicho con la elección de sus colaboradores, que incluyen a un buen número de caimanes políticos que han pasado toda su vida nadando felices en dicho pantano. Naturalmente, no se ha olvidado de los miembros de su propia familia que ocupan posiciones importantes en su equipo, al mismo tiempo que dirigen sus negocios lucrativos.
En el siglo XIX los vendedores norteamericanos iban de ciudad en ciudad en el medio oeste con estuches completos de medicinas en vagones cerrados. Estos medicamentos, conocidos popularmente como aceite de serpiente, curaban supuestamente todos los males. A falta de atención médica adecuada, muchas personas compraban el citado aceite de serpiente y lo consumían, esperando ansiosamente un resultado rápido y eficaz. Dado que, sin embargo, este medicamento milagroso consistía principalmente de agua coloreada, sus esperanzas se desvanecían pronto, ya fuera porque su condición no mejoraba, o porque empeoraba considerablemente, dependiendo de qué otros ingredientes imaginativos se habían añadido al agua coloreada.
El grado de indignación que seguía se correspondía con las esperanzas que les habían precedido. En muchos casos, el vendedor ambulante era embreado y emplumado y conducido fuera de la ciudad. Donald Trump ha vendido la marca Trump a un electorado desesperado por cambiar, y ansioso por creer lo increíble. Pero éste va a encontrar muy pronto que los productos que le han vendido no son aptos para su propósito.
Al final Donald J. Trump llegará a ser sólo otro presidente derechista conservador, que defiende los intereses de las grandes empresas. Ya los expertos políticos están prediciendo que el presidente Trump será un animal muy diferente al del triunfo de la campaña electoral. Esto producirá el mismo tipo de desencanto entre los votantes Republicanos como el que experimentaron con anterioridad los que pusieron sus esperanzas en Obama.
The Economist ve que Trump va a fracasar y su conclusión es significativa: «El peligro de la ira popular, sin embargo, es que la desilusión con el Sr. Trump sólo servirá para aumentar el descontento que le puso en el puesto de presidente. Si fuera así, su fracaso podría allanar el camino para alguien aún más decidido a romper el sistema«. (Énfasis nuestro)
Este proceso llevará un tiempo. Las esperanzas exageradas de un sector considerable de la sociedad americana en la nueva administración pueden durar algún tiempo. En las palabras del poeta, «la esperanza es eterna en el corazón humano». Pero los acontecimientos la desgastarán gradualmente, produciendo una poderosa reacción. En política, como en la mecánica, cada acción tiene una reacción igual y opuesta. Lentamente, pero con seguridad, la rueda gira. El camino estará preparado para una oscilación aún más grande a la izquierda en el futuro.
Muchos de los que votaron a Trump quedaron impresionados por el mensaje socialista de Bernie Sanders y su llamamiento a una «revolución política contra la clase multimillonaria». Habrían estado dispuestos a votar por él, pero no por Hillary Clinton. Pero Sanders fue expulsado por las intrigas de la maquinaria del Partido Demócrata. Su posterior apoyo a Hillary Clinton (como «mal menor»), decepcionó a sus seguidores que, o bien no votaron o votaron por el partido Verde, o incluso por Trump.
Trump tuvo éxito porque él adoptó una actitud desafiante hacia el Establishment Republicano. Si Bernie Sanders hubiera adoptado una actitud similarmente de intransigente hacia el Establishment de la Convención Demócrata [que tenía que elegir entre Clinton o Sanders, NdT], ahora estaría en una posición muy fuerte. Pero eso habría significado romper con los Demócratas. Y ese sigue siendo el único camino a seguir.
Hemos entrado en un período de enorme turbulencia, caos e incertidumbre a escala mundial. La elección de los EEUU es sólo un síntoma de ese hecho. El viejo orden se tambalea y se encamina hacia una caída. Las masas están despertando a la vida política. En las etapas iniciales, inevitablemente habrá confusión. Las masas no aprenden de los libros de texto revolucionarios. Sólo pueden aprender de la experiencia, y será una experiencia muy dolorosa. Pero aprenderán seguro. Las masas en los EEUU están encontrando sus pies. Las nuevas capas de trabajadores y jóvenes son frescas y no están contaminadas por generaciones de direcciones reformistas y estalinistas. Están muy abiertas a las ideas revolucionarias –la campaña de Sanders lo demostró más allá de toda duda.
Este proceso llevará un tiempo. Habrá muchos altibajos: períodos de grandes luchas serán seguidos por derrotas, decepciones, e incluso reacción. No olvidemos que incluso en Rusia en 1917, la revolución de febrero fue seguida por la derrota de las Jornadas de Julio y la reacción kornilovista. Pero eso, a su vez, sólo preparó un nuevo y victorioso repunte que llevó a la Revolución de Octubre. Tarde o temprano, este movimiento encontrará su expresión en un verdadero movimiento en dirección a un cambio social: es decir, en dirección a la revolución socialista. Se están preparando grandes acontecimientos ¡Qué alegría es vivir y luchar en estos tiempos!
Londres 18 de noviembre